Dramatis Personae
Hija mía,
Puesto que por tu juventud y posición no conociste a muchos de los mencionados en la siguiente crónica, aquí los describo y especifico en lo que a mí me tocan o tocaron. Espero que te sirva de índice para que sepas quién fue cada uno de ellos y qué significaron para mí.
Mis padres, tus abuelos:
Isabel I de Castilla (1451-1504). Los caudalosos ríos de tinta que fluyeron sobre esta, la Reina Católica, vuestra abuela, son prueba del poso que en la historia de Castilla dejó. Yo, Catalina, fui la más pequeña de sus hijos. Era mujer ceremoniosa en sus vestidos y arreos. En el servicio a su persona se servía de hombres nobles y grandes. Acatamiento y humillación fueron sus premisas. Solicitaba u ordenaba a todos su cumplimiento sin duda ni réplica posible. Comisa, pía y austera predicaba con el ejemplo.
Fernando II de Aragón (1452-1516). Cuando quedó viudo de vuestra abuela casó con Germana de Foix. De estatura mediana, ancho de hombros, fuerte musculatura, pelo castaño y tez bronceada. Fue un rey prudente, sensato y Católico. Veló siempre por sus propios intereses hasta el punto de anteponerlos a los de nuestra familia. Algunos le describieron como el ejemplo más claro del príncipe de Maquiavelo, pues no tomaba decisión alguna que no le reportara un beneficio a Aragón, su reino. Yo era su hija preferida, «su pequeña»; y sin embargo llegó a olvidarme durante siete largos años.
Mis hermanos, tus tíos:
Isabel, reina de Portugal (1470-1498). Casó en 1490 con Alfonso, príncipe de Portugal, y al quedar viuda, siete años después, con Manuel, rey de Portugal. Ella fue mi hermana mayor y más admirada en la infancia. Antes de morir, parió a Miguel, aquel niño que hubiese unido Castilla y Portugal bajo un mismo reinado.
Juan, príncipe de Asturias (1478-1497). Casó muy joven con la archiduquesa Margarita. Como el único varón de la familia fue el preferido de mi madre, entre tantas niñas. Supuso el reflejo de una ilusión frustrada. Su muerte fue solo la primera daga que atravesó el corazón de vuestra abuela. Su aparente vitalidad arrastró las de otros seres cercanos.
Juana I, reina de Castilla y Aragón (1479-1555). Casó con Felipe el Hermoso y sufrió por él un amor cuajado de obsesión o, ¿quizá fuese una obsesión cuajada de amor? ¿Quién lo ha de saber? Lo cierto es que fue reina titular y no consorte como el resto de las hermanas.
María, reina de Portugal (1482-1517). Casó con Manuel I de Portugal, el viudo de mi hermana Isabel. Fue mi compañera de juegos y avatares durante toda nuestra infancia.
Vuestros primos moraron y nacieron unos en Portugal, otros en Flandes y dos más en Castilla. Os hablaré de los que menciono por conocerlos o por referencia.
Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558). Hijo de vuestra tía Juana; estuvo prometido a vuestra Alteza, pero al final y después de muchos dimes y (15) diretes casó con Isabel de Portugal, otra de vuestras primas.
A su sucesor, el príncipe Felipe no le conozco pero quizá algún día atraque sus naves en nuestros puertos y podáis conocerlo, pues si Dios quiere será el segundo rey con este nombre en mis tierras natales.
Vuestra familia por línea paterna «los Tudor»:
Enrique VII, rey de Inglaterra (1457-1509). Fue el primero de esta vuestra dinastía, extinguida la de York. Dio poder a la burguesía en detrimento de la nobleza y aquello abonó el terreno para que muchos interesados sin escrúpulos le apoyasen. Fue vuestro abuelo caprichoso y libidinoso, tanto que incluso soñó con desposar a vuestra tía Juana cuando ya era un anciano decrépito.
Arturo, príncipe de Gales (1486-1502). Bien sabes, hija mía, que, fue mi primer marido. Era tan opuesto a vuestro padre en su semblante, fisionomía y carácter que no parecían hermanos. Enfermizo y débil me dejó viuda muy pronto, a merced del destino y la voluntad de nuestros padres.
María (1496-1533) y Margarita (1489-1541), princesas de Inglaterra. Fueron mis mejores confidentes durante los siete largos años que pasé de incertidumbre. Alegres y cariñosas, buscaban en mi consejo su sosiego; al tiempo que me otorgaban paz y esperanza.
Enrique VIII, rey de Inglaterra (1491-1547). Poco os puedo decir que no sepáis sobre vuestro padre y mi segundo marido. Recordad que es astuto y vive obsesionado con la idea de engendrar para su Reino y todos sus súbditos un varón que le suceda y os desplace en la sucesión. Por ello ha sido capaz de condenar su alma, su religión, a su verdadera esposa y solo Dios sabe a qué es capaz de llegar.
Hombres y mujeres contemporáneos a vuestra señora madre. Unos son dignos de engrandecer según su posición. Otros, claros objetivos de una justa condena a los fuegos de infierno sin pena ni recato:
Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla y Pedro de Mendoza, el cardenal Mendoza, hijos ambos del Duque del Infantado. Fueron dos de los muchos caballeros que participaron con ahínco en la toma de Granada y la expulsión de los herejes. Súbditos y fieles seguidores de los Reyes Católicos, vuestros abuelos.
Cristóbal Colón. Descubridor de las Indias y aventurero. Expuso sus teorías, sin miedo a burlas y desaires. Probado quedó con posterioridad que vuestra abuela hizo bien en apoyarle incondicionalmente.
Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán. El caballero más diestro en armas de las huestes de los Reyes Católicos. Después de luchar en Granada fue victorioso en Nápoles.
María de Pacheco, la hija de Lebrija, Beatriz Galindo, «la Latina», y Lucía Medrano fueron mis profesoras y mujeres dignas de mención y recordatorio, por su sabiduría y buen proceder en la docencia.
Juan Luis Vives y Erasmo de Roterdam visitaron Londres y nuestras universidades para aprender y enseñar las claves más importantes del Humanismo.
Tomás Moro fue docto en leyes por la Universidad de Oxford y autor de grandes libros que quedarán para la posteridad como ejemplo del humanismo. Utopía fue su mejor obra. Hombre de grandes palabras, en una ocasión me dijo que era más breve y rápido escribir herejías, que responder a ellas. Renunció a su puesto de Canciller en defensa de la religión católica y se opuso al juramento de supremacía del rey sobre Dios. Su destino le honra y espero que algún día sea recompensado por su arrojo e integridad.
Juan Fisher, obispo de Rochester. Compañero inseparable de Tomás Moro. A pesar de haber sido víctima de un envenenamiento se mantuvo inquebrantable en su voluntad hasta la muerte.
Rodrigo de la Puebla, Fuensalida, Bernaldo de Mesa e Íñigo de Mendoza, todos ellos fueron embajadores de Aragón y Castilla en Inglaterra y, por tanto, asesores míos cuando así lo requería. Unos cumplieron mejor que otros su cometido, pero no es el momento ni el lugar de someterlo a debate.
María de Salinas. Mi mejor y más querida dama, que me fue fiel hasta la muerte. La única en quien pude confiar desde el principio al final de mi existencia.
Cardenal Campeggio. Enviado por el Vaticano para investigar la causa de anulación.
Cardenal Tomás Wolsey. Fue nombrado cardenal por el Papa, para terminar en canciller. Midió mal su ambicioso talante al fracasar con las pretensiones de vuestro padre. Después de haber estado plegado a su voluntad, cuando ya no fue válido; fue acusado de alta traición como tantos otros.
Elisabeth Blount o Bessie. Fue una más de las innumerables amantes de vuestro padre el Rey, y no sería digna de mención si no fuese porque parió el único hijo varón que vuestro padre ha conseguido tener.
Ana Bolena. Fue mi dama más oportunista y descarada. Siempre la menosprecié y minusvaloré pues consiguió con sus ambiciones desbaratar un país, un reinado y una religión.
Vuestra madre que os quiere, Catalina, Reina de Inglaterra.