ASIMILAR
L as siguientes horas pasaron volando para ellos, no habían hablado después del incidente de esa mañana. Fueron a visitar la sala de máquinas y también ultimaron unos detalles importantes sobre la llegada al Polo Norte.
Era de noche y Celia cerraba la maleta mientras Lucas estaba hablando por teléfono con Ángel. Él le avisaba de que ya habían llegado y que tendrían que bajar del buque. Celia dejó la maleta en el suelo y se acercó a su amigo.
—¿Y tu maleta? —interrogó.
—Está fuera. La terminé de hacer hace unas horas —respondió en tono cansado mientras flexionaba los hombros para relajarlos.
—Ah, bien. ¿Qué dijo Ángel? —Sintió curiosidad—. ¿Él está bien?
—Sí, está mejor que nunca y dijo que llamaría para avisar de que hemos llegado. Vendrán a recogernos —contestó rápidamente. Lucas apoyó una mano en su mejilla y le hizo volver el rostro. —Creo que es mejor olvidar lo que pasó anoche. —La miró a los ojos—. Es mejor para ti, yo no te convengo y no quiero hacerte daño. —Cogió su mano y la besó en la palma—. Te quiero mucho, pero como a una hermana —mintió.
Él sólo quería olvidar y no estropear la relación de amigos que tenían. No soportaría perderla y enfrentar la misma soledad que sintió cuando su madre se suicidó. Tuvo a Ángel y a ella para superarlo y ahora ellos eran las personas más importantes de su vida. Perderlos, sería su fin.
Celia tiró de su mano y lo miró con sorpresa.
—No puedo olvidarlo —Su voz sonó triste, pero mantuvo la cabeza bien alta—. Me aseguraré de que tú tampoco.
—Yo si lo olvidaré, maldita sea. Y tú, podrías haberlo evitado —acusó fríamente.
—No es verdad. Tú empezaste este juego —Le señaló con el dedo.
—Déjalo, ¿quieres?
—¿Que lo deje? —Se sorprendió ante el tono dolido que había salido de su boca y apartó la mirada.
—No quiero hacerte daño, cariño.
—Ya es tarde para eso, Lucas. —Se secó una pequeña lágrima y agarró su maleta.
—Espera…
—¿Quieres añadir algo más? No lo hagas, por favor. Ya lo entendí, tan solo querías acostarte conmigo para saciar tus deseos.
—Celia, te sigo queriendo, para mí eres la única persona que me mantiene vivo. No quiero perderte, no quiero estropear lo nuestro. Pero, no puedo... no puedo... —Tragó saliva—. No puedo amar. Tengo miedo, Celia.
En ese preciso instante, alguien llamó a la puerta. Antes de tener tiempo de responder, un tripulante entró en la habitación.
—Hemos llegado. El capitán os espera a la bajada —dijo el hombre para después salir corriendo.
Salieron en silencio arrastrando las maletas y cuando llegaron arriba, se encontraron con una cola de personas esperando para bajar.
Lucas la agarró por la cintura y suspiró en su cuello.
—Lo siento, cariño. Intentaré cambiar, solo perdóname —susurró. Celia se dio la vuelta y lo abrazó.
—Te perdono porque siempre lo hice y porque te quiero mucho —dijo suavemente—. Déjame entrar en tu corazón, Lucas.
—Ya estás en mi corazón. Dame tiempo para asimilarlo, por favor.
—No tardes. —Le dio un beso casto en los labios y le agarró la mano.