PALABRAS QUE DUELEN
U na voz nasal proveniente del altavoz irrumpió en los pensamientos de Celia.
—Ahora vamos a embarcar en el vuelo número mil cuatrocientos veintidós hacia el aeropuerto internacional de Moscú. Solo los pasajeros de primera clase, por favor.
—Bueno, esos somos nosotros —dijo Celia mirando a Lucas.
—Sí, vamos. Estoy cansado ya.
Ambos miraron alrededor, a las paredes de vidrio y metal, al suelo razonablemente limpio y a la gente conversando mientras subían a la pasarela móvil. Eso estaba fuera de todas sus experiencias porque ellos se dirigían a encontrarse con un equipo de investigación a miles de kilómetros de distancia. Un viaje muy largo que con sólo pensarlo, hacía que la tensión pasara factura a sus sentimientos.
Cuando llegó su turno para embarcar, Celia presentó su billete junto con el de Lucas mientras él; llevaba las maletas por el puente de embarque y al interior del avión. Después de cierta confusión con la disposición de los asientos, ella pidió sentarse junto a la ventana y su amigo aceptó de buena gana.
Al sentarse, ella se resistió a la urgencia de poner su cabello detrás de la oreja y de luchar por no mostrar que se había quedado sin aliento después de rozar su cuerpo con el de Lucas. Se sentó en el profundo y confortable sillón de cuero de su asiento de primera clase. Giró su tímida sonrisa hacia Lucas y él se la devolvió cuando se sentó a su lado.
—¿Qué pasó con Laura?
—Ella quería casarse y tener hijos —contestó él.
—Estaba enamorada Lucas y eso, es normal.
—Esa es su problema. Sabía que yo no creo en el amor —comentó él con firmeza.
—Sin embargo, nos quieres tanto a Ángel como a mí —replicó con suavidad.
—Eso es distinto. El amor entre un hombre y una mujer no existe —volvió a asegurar.
—Yo no creo lo mismo. El amor existe y estamos rodeados de personas que se aman y se respetan.
Lucas se encogió de hombros, con indiferencia.
—Creer en el amor es como creer en los ovnis. —Rió para sí mismo—. Todo el mundo habla de ellos pero nadie los ha visto. Celia movió la cabeza con tristeza.
—Es bueno creer en algo, Lucas. El amor no se busca, se construye con respeto y confianza, puede surgir y crecer.
—Eso no sucederá—. Cruzando los brazos encima de su pecho, apretó la mandíbula.
—Nunca digas <<nunca jamás>>, Lucas. La vida es larga y no está hecha para vivirla a solas.
Lucas acercó su rostro y a pesar de la inquietante cercanía, Celia logró abrir la boca para hablar.
—Ya es suficiente —dijo despacio para permitirse observar la expresión de Lucas—. No pienso lo mismo y tus palabras me hacen daño.
—Entonces, olvida lo que he dicho, ¿quieres? —sugirió él. Celia se mordió el labio y lo miró violentamente sonrojada.
—Solo si realmente no querías decir lo que has dicho. —Lucas tomó aire exageradamente.
—Celia… —comenzó a decir él, pero se interrumpió al advertir la tensión y la urgencia que se reflejaban en su propia voz. Necesitó toda su capacidad de concentración para sofocar aquel violento calor que amenazaba con desbordarle.
—Sabes que siempre digo la verdad. Deberías dejar que las sorpresas entren en tu vida. —Celia se quedó callada un momento.
—Soy muy feliz con mi vida. No necesito ningún cambio.
—Por cómo me miras, no lo parece —dijo él con aspereza. Ella tuvo que tragar saliva para contestar.
—¿Cómo te estoy mirando? —preguntó con encomiable calma.
—Como si quisieras besarme —replicó con un tono de pura seducción.
—Eso no es verdad. Eres mi amigo…
—Deja las excusas y admítelo. Lo deseas —afirmó con seguridad mientras sonreía.
El corazón de Celia latió más deprisa, no podía permitir que se saliera con la suya, aunque siempre lo había hecho, ya de adolescente.
—No voy a admitir nada —aseguró ella.
—Esto no es un juego, Celia. Pero si quieres jugar, pienso ganar. Cuando quiero algo suelo conseguirlo y lo sabes. —Celia cerró los ojos, sabía que era verdad lo que estaba diciendo. Cuando Lucas se empeñaba a conseguir algo, lo conseguía con mucha facilidad—. No soy diferente al resto de los hombres.
—Lo dudo —dijo mientras abría los ojos.
Para ella, él era perfecto. Por más que intentaba encontrarle un defecto, no lo conseguía. Al mirarlo, tuvo la sensación de haber regresado al pasado, al preciso instante en el que Lucas ahuyentó los fantasmas que atormentaban sus sueños.
—Cierra los ojos y dime lo que ves —le dijo Lucas mientras se acurrucaba a su lado en la cama.
—Cristales por todas partes… Sangre, mucha sangre y gritos. —Apretó con fuerza la mano de Lucas.
—Piensa que es solo una pesadilla. —La abrazó—. Que es solo un sueño y que puedes vencerlo. Soy tu príncipe, Celia. Siempre estaré a tu lado y juntos lucharemos contra todos. No tengas miedo, las pesadillas no pueden hacerte daño. No mientras me tengas a mí.
—Para mí siempre serás un príncipe, Lucas —dijo con dulzura y reprimió su deseo de abrazarlo.
—Y tú mi princesa —aseguró y le tomó el mentón entre el pulgar y el índice. Con una mirada seductora, recorrió cada centímetro de su rostro deteniéndose en la boca. Él trató de contener las ganas de besarla, estaban jugando con fuego y temía sufrir quemaduras dolorosas y para toda la vida.
Se alejó despacio y se arrepintió. En la mirada de Celia pudo leer decepción y eso perforó su corazón de una manera dolorosa. Los acontecimientos tomaron un giro inesperado, no era aquello lo que tenía planeado para el viaje. Ellos habían crecido juntos, como hermanos, y ese viaje podría estropear una muy buena relación de amistad.