LAS ESCALERAS

 

 

U n estallido de estridentes carcajadas llamó la atención de Celia y se dio cuenta de que Lucas no estaba. Sacudiéndose de vuelta a la realidad, lo buscó con la mirada. La fiesta que organizaron en el buque había comenzado a decaer y se sentía cansada. Dejó su copa encima de la mesa y salió a buscar a su amigo. 

El salón estaba repleto de personas bailando y ella con mucho esfuerzo, consiguió salir por la puerta. 

Cuando llegó a la cubierta, se estremeció y se frotó los brazos. Se recogió el pelo y se lo metió por el cuello del abrigo para mantenerlo alejado de la cara a pesar de la fuerza del viento, luego miró alrededor mientras intentaba ignorar sus emociones. No podía dejar de recordar los besos y como la había tocado. Algo había cambiado entre ellos y estaba hecha un lío. 

—Aquí estás —dijo Lucas sorprendiéndola.

—¿Dónde estabas, Lucas? —preguntó tras dudar unos segundos. 

—Estuve hablando con el capitán. Para mañana he organizado un viaje en helicóptero para ver los maravillosos paisajes de área y si el tiempo aprueba nuestros planes, vamos a parar en la bahía Tikhaya para disfrutar de la vista de la Roca Rubini con sus numerosas colonias de aves marinas —pronunció Lucas al tiempo que se quitaba el abrigo y se lo echaba a ella por los hombros—. Vas a pillar un resfriado, vamos dentro.

Bajaron las escaleras y como el frío la tenía adormecida, Celia no miró bien por donde pisaba, solo quería llegar a la suite. Dio un grito antes de golpear el suelo con suficiente fuerza como para quedarse sin aliento.

—Por Dios, Celia —dijo en voz baja y se arrodilló a su lado—.  ¿En qué estabas pensando?

—No lo sé, ¿qué ha pasado? —Ella parpadeó intentando recuperar el aliento.

—Resbalaste por las escaleras. ¿Seguro que te encuentras bien? —preguntó mientras la ayudaba ponerse de pie. 

—Estoy perfectamente —aseguró sonriendo de medio lado. 

—Vamos, aférrate a mi cintura. Te llevaré a la habitación. —Rió y ella le golpeó el hombro.

—Esto no es divertido —dijo molesta, pero él seguía riéndose. Cuando alzó la mirada, vio que Celia lo observaba con una extraña expresión en su rostro.

—¿Qué? —preguntó confundido y frunciendo ligeramente el ceño.

—Siempre me gustó verte así, riendo —confesó ella y tiritó.

—¿Tienes frío? —preguntó él.

—Solo un poco —admitió mientras lo miraba con ojos brillantes. 

Lucas no pudo evitar un estremecimiento y recorrerla con la mirada. Era tan hermosa… Y el hecho de tenerla tan cerca, lo excitaba de una manera insoportable. Se le hizo un nudo en la garganta. 

—Puedo sentirlo y tú también —dijo él casi sin aliento.

—No sé de qué estás hablando —respondió con la voz quebrada por el frío.

—Puedo verlo en tus ojos, lo siento bajo las caricias de mis dedos. Tu cuerpo te traiciona, Celia. —Rozó sus labios, mientras ella se quedaba con la mirada fija en él.

—¿Lucas? —llamó en un susurro. 

—El deseo me habla y me empuja. “Bésala”, me susurra. 

Ella colocó las manos en su pecho sin dejar de mirarle. Ese momento parecía mágico y no quería estropearlo.

—A mí… —empezó a decir—. El deseo me susurra: “Déjate llevar”. 

Hipnotizado por su mirada, Lucas la abrazó y presionó sus labios con delicadeza en los de ella. La estrechó con furia en sus brazos y su boca se apoderó de la de ella, exigiendo más.

Celia gimió cuando el beso se hizo más profundo y deslizó las manos a la nuca de él. 

Solo Lucas alzó la cabeza porque oyó algo parecido a una pisadas.

—Perdón —dijo un hombre que bajaba las escaleras.

Celia se sintió avergonzada mientras Lucas la empujaba por detrás para entrar en la suite. Ella suspiró y se apartó un mechón de pelo. Su amigo bajó la mirada hacia su boca mientras cerraba la puerta.