LA LLEGADA

 

 

E l viaje en el helicóptero había sido todo un éxito, el tiempo mejoró y habían podido parar en la bahía Tikhaya. Disfrutaron de la vista que la Roca Rubini tenía preparada junto con las numerosas colonias de aves marinas.

La tripulación experimentada del buque, había hecho todo lo posible para acercarlos a la abrupta roca y habían podido parar en la abandonada estación de investigaciones. Tuvieron la oportunidad de conocer la fauna natural del archipiélago. Les impresionaron las focas con su aspecto lento e imponente y también el comportamiento emocionante de los osos polares.

También visitaron el Cabo Norte donde invernaron en 1896-1897 los exploradores noruegos Fridjof Nansen y Hjalmar Johansen. Todo esto y luego ver cómo el poderoso buque setenta y cinco mil caballos de fuerza, cortaba la ruta entre los bloques de hielo más densos y sólidos del mundo, les hizo darse cuenta que esa era una experiencia única.

Para Celia fue el mejor día que pasó en compañía de Lucas, su amigo. Cuando volvieron al buque ya era de noche y el capitán les avisó de que mañana por la noche llegarían al Polo Norte. Mientras entraron en la suite, Lucas prácticamente ignoró a Celia y ella no sabía si sentirse dolida o asustada. 

Necesitó hacer acopio de valor para hablar con él y cuando se paró delante de la cama, su amigo continuó viendo la televisión como si ella no estuviera. Tomó aire y decidió iniciar un tema neutral de conversación.

—Mañana llegamos al Polo Norte —dijo suavemente.

—Estoy deseando que llegue ese momento —respondió sin despegar los ojos de la pantalla.

—Supongo que yo también. ¿Estás enfadado conmigo? —Celia no pudo disimular su preocupación y él volvió la cara hacia ella.

—No, y no me apetece hablar ahora. Estoy cansado y es mejor que tú también descanses —mintió. 

—No te creo, Lucas. —Se sentó en la cama—. ¿Es por lo de esta mañana?

—Celia... déjalo, por favor —dijo mientras cruzaba los brazos.

—No, no lo voy a dejar. Me siento culpable —susurró con los ojos llenos de lágrimas. 

Verla llorar fue el impulso que necesitaba para acercarse y abrazarla. No le gustaba ver sus ojos bañados en lágrimas, de pequeño siempre estuvo pendiente de ella y ayudándola para que la tristeza y el dolor no aparecieran en su vida. Para él las lágrimas eran una muestra de dolor, una lluvia que salía en pequeñas gotas de un corazón dañado.

—Ven aquí —dijo él a la vez que estiraba los brazos, invitándola. Ella se tiró prácticamente encima suyo y lo abrazó dejando salir pequeñas lágrimas saladas que revivían recuerdos y momentos intensos.

Necesitaba ese brazo; estuvo todo el día intentado olvidar los besos, las miradas y las caricias que tanto ella como él, habían compartido. Sentía que algo había cambiado entre ellos y que Lucas se estaba distanciando. 

—No llores, Celia —susurró él y besó su cuello—. Me duele verte así. 

—No quiero perderte… —Su voz se ahogó y él se alejó para mirarla a los ojos.

—Nunca pasará eso Celia, porque hay algo entre nosotros que se hace más fuerte cada minuto que estamos juntos. Y sé que no debería desearte, pero estoy cansado de luchar tanto por impedir que eso suceda —admitió y cuando miró sus ojos, se dio cuenta de que ella sentía la misma atracción contra la que él estaba luchando. 

—Bésame —exigió ella.

—Quiero mucho más que un beso, cariño. Tú no eres... —Celia lo interrumpió tomando la iniciativa y lo besó.

—Yo también quiero más —dijo ella en un susurro que despertó los más bajos instintos de Lucas. Éste tomó la cara de Celia entre sus manos y la obligó a mirarlo.

—¿Estás segura? —Ella asintió y durante un instante, permaneció dócilmente entre sus brazos, esperando a que la besara. 

—Lucas…

—No digas nada —susurró y deslizó una mano sobre la curva de su espalda. Llevaba tanto tiempo deseándola, imaginando cómo sería hacerle el amor, acariciar su piel sedosa, hacerla gemir y alcanzar el clímax juntos mirándose a los ojos. Llegó el momento de hacerla suya y estaba dudando, estaba nervioso y no sabía cómo comportarse para no hacerle daño. 

Empezó a besarle los labios con dulzura mientras sus manos subían poco a poco hasta encontrar sus pechos para apretarlos ligeramente. 

—Eres tan hermosa... Más hermosa que nunca. —En ese momento, Celia recordó todos los momentos en los que tuvo que aguantarse para no besarlo y en los que él había dicho que era hermosa.

—Es mejor no recordar el pasado ahora —dijo ella.

—No lo haré, cariño.

Ella necesitaba superar el pasado y olvidar que él era como un hermano para ella. Sacarse todo lo que había acumulado durante años. 

—Todavía podemos detenernos si quieres... —La voz de Lucas sonaba ronca.

—¿Tú quieres? —preguntó temerosa. Ella no quería detenerse.

—No, pero si no estás preparada podemos dejarlo y olvidarlo. 

—Quiero seguir. —Esbozó una leve sonrisa. 

Él la miró como si nunca la hubiera visto antes y su deseó se disparó con rapidez. Por primera vez la estaba viendo cómo una mujer de verdad, no como una hermana pequeña. Lucas comenzó a besarla y acariciarla, sin detenerse. 

Le quitó el pijama, la miró intensamente y sonrió con nostalgia. 

—De pequeños Ángel nos bañaba juntos y recuerdo esto… —Con su dedo pulgar rozó una pequeña cicatriz que ella tenía justo encima de su pecho derecho. 

—No recuerdo el accidente, pero esta marca mantiene vivos a mis verdaderos padres en mis pensamientos —admitió con tristeza. 

—Yo recuerdo vagamente a mi madre...—Dejó de hablar y cubrió de besos sus hombros y sus senos. Subió hasta su boca y sin pensar en nada más, la besó. 

Deslizó las manos por sus brazos a la vez que sus dientes mordían suavemente sus labios. 

Celia gimió con suavidad mientras su cuerpo temblaba de deseo. El calor que se estaba concentrando entre sus muslos se volvió más intenso y se quedó sin aliento cuando las manos de Lucas cubrieron sus senos. Él la acarició, creando una fricción que casi la volvió loca. 

—¿Seguro que quieres que sigamos? —preguntó Lucas sin parar de acariciarla.

—Sí. —Entonces, él se apartó y se bajó de la cama para buscar un preservativo que guardó debajo de la almohada. Se desnudó bajo la mirada golosa de Celia y se estiró a su lado, en la cama. 

Un gemido de placer escapó de la garganta de Celia cuando él inclinó la cabeza y succionó un pezón, mordisqueando suavemente y luego lamiendo con su lengua. Ella se retorció de placer, deseando más. 

Nunca había sentido tantas emociones fluyendo caóticamente por su cuerpo sensible y le resultaba todo muy intenso. Cerró los ojos con fuerza cuando sintió las manos de él en todas partes, torturándola dulcemente, ese momento era único y lo sabía. 

Lucas se estiró sobre ella y todas sus fuerzas fueron derribadas por la lujuria que se había instalado entre ellos con empeño. Cada jadeo y cada gemido que soltaban del fondo de sus corazones necesitados, era como música para su oídos.

A Celia se le escapó una pequeña lágrima de emoción, se sintió amada, y deseó que ese momento de intimidad entre ellos durase para siempre. Esa lágrima recorrió su rostro y mientras se hacía invisible en su camino, sanó su corazón y terminó muriendo entre esos labios unidos en un beso eterno. Sus miradas se encontraron justo cuando los movimientos se volvieron más intensos y más rápidos, descubriendo una magia que los llevó hasta la cima.