PENSAMIENTOS
C elia se despertó bruscamente y permaneció completamente quieta, intentando asimilar los movimientos bruscos del buque. Se dio cuenta de que Lucas no estaba y con una angustia, apartó el edredón y se levantó de la cama.
Salió de la habitación llevando solo un pijama de color rosa al que tenía mucho cariño. Se lo había regalado Ángel por su dieciocho cumpleaños y desde entonces siempre se lo llevaba con ella cuando viajaba. Ella pensaba que ese pijama era mágico y que la protegía de la maldad que había en el mundo.
Se dirigió a toda velocidad al final del pasillo y no se detuvo hasta que sintió una ola de aire frío. Se dio cuenta de que el pijama no la protegía del frescor que el mar desprendía, pero se empeñó en seguir buscando a Lucas. Continuó corriendo en silencio y cuando pasó por delante de la cafetería, Lucas la vio y salió a su encuentro.
—¿Se puede saber qué haces corriendo por aquí en pijama, con el frío que hace? —Paseó la mirada a por su cuerpo.
—Me asusté cuando el barco empezó a moverse tan fuerte y cuando me di cuenta de que no estabas en la cama, pensé que te había pasado algo —susurró mientras se frotaba los brazos para entrar en calor. Empezaba a sentir la furia del mar y de la tormenta que se aproximaba.
—¿Sigues teniendo este pijama? —Se acercó y le acarició los labios con los dedos—. Que sepas que te queda pequeño —susurró mirando fijamente sus labios—. Antes tenías… tenías los pechos más pequeños, cariño. Me gusta que te preocupes por mí, siempre lo hiciste.
Celia asintió y cerró los ojos durante un momento. Los dedos de Lucas estaban dibujando el contorno de sus labios de una manera lenta y deliciosa. Le gustaba hasta tal punto que dejó de sentir frío. El aire susurraba alrededor de ellos y el buque se movía encima de las olas revoltosas al ritmo de sus crecientes respiraciones.
Habían jugado y se habían provocado esos días sin tomar en cuenta las consecuencias de sus actos. Estaban en un punto culminante y ninguno de los dos sabía cómo salir de ese maravilloso deseo que los tenía atrapados.
Se querían, pero ninguno quería reconocerlo. Se engañaban con el sentimiento de cariño que Ángel les había enseñado a mostrar todos esos años.
—Creo que debería volver a la cama —dijo ella mientras abría los ojos. Lucas dejó de acariciarle los labios para frotar ligeramente sus brazos.
—Deberías hacerlo. No quiero que pilles un resfriado. Estaremos unos cinco meses en el Polo Norte y es mejor cuidarse.
—Tienes razón —dijo ella, pero no se separó de él—. ¿Qué haría yo sin ti? Fuiste y eres mi pilar en esta vida.
—Y tú el mío…
—¿Qué nos está pasando? —Sus dientes empezaron a castañear y él la rodeó con los brazos para protegerla del viento cruel que soplaba con fuerza, como si fuera el dueño de ese buque.
—No lo sé, pero me gusta —admitió—. Me gusta tenerte en mis brazos, me gusta besarte y me gusta seducirte.
Aprovechó el silencio de Celia y la estampó contra la pared como si fuera a perderla para siempre. Deslizó las manos por su trasero y la estrechó contra él. Mantuvo allí una mano y alzó la otra para deslizarla bajo su pijama.
Uno de los dos gimió, Celia no sabía quién. Le rodeó el cuello con los brazos y sintió el calor de su piel bajo sus fríos dedos mientras él le agarraba un pecho y lo apretaba suavemente. Se besaron sin ocultar sus sentimientos hasta que unas voces lejanas los hicieron separarse y mirarse a los ojos sorprendidos por la intensidad de ese beso.
Lucas jadeando, se obligó a decir:
—Lo siento, no pretendía... —Se volvió incapaz de mirarla—. Las personas... alguien nos puede ver. Será mejor que vayas a cambiarte. El viaje en el helicóptero lo tenemos dentro de una hora —avisó con la voz entrecortada.
Celia no era capaz de moverse y cuando se dio cuenta que Lucas tenía razón, agachó la cabeza, se volvió y se encaminó de vuelta a la suite.
* * *
Lucas volvió a la cafetería, se sentó a la mesa y se quedó pensativo. Maldijo en silencio su falta de control, había pensado que podría soportar esa atracción sexual que sentía hacia ella. En su mente se reavivó el recuerdo de Celia con aquel pijama rosa.
Cerró los ojos y casi la sintió de nuevo entre sus manos. El recuerdo de su boca temblando bajo sus labios, de sus senos bajo su mano… Le habría gustado arrastrarla hasta la cama, arrancarle el pijama y hacerle el amor. En aquel momento no había pensado en las personas que se encontraban alrededor o en el hecho de que fuera como una hermana para él.
Sus sentimientos por Celia eran muy profundos y los llevaba enterrados muy adentro en su corazón. No quería seguir con su juego, porque todo podría derrumbarse y lo que tenía hasta ahora, se esfumaría en pocos segundos. Amar a Celia y hacer el amor con ella, solo serviría para empeorar o incluso estropear una buena amistad.