15
Todos los demonios del Mundo Inferior salieron de sus cavernas para atormentar al joven. Este se encontraba a los pies de cada uno de ellos, indefenso, pues no conocía conjuro capaz de aliviar el pesar de su ba. Su cabeza parecía haberse convertido en centro de reunión de aquellos seres del Inframundo, ya que le dolía terriblemente. El demonio Sahekek, que acostumbraba a ser el causante de dicho mal, debía de andar suelto sin que se pudiera hacer nada por evitarlo. Neferhor conocía mejor que nadie los porqués, y no podía sino lamentarse por ello. ¿Qué tipo de broma le había preparado el taimado Shai? ¿Qué suerte de trampa le había tendido el destino? ¿Por qué le empujaba hacia donde él no deseaba ir? ¿Buscaría conocer la fortaleza de su ka? ¿El auténtico valor de sus convicciones? ¿La naturaleza de su ba?
El escriba no tenía dudas acerca de esto último. Estaba condenado con seguridad, pues sus pecados vencerían el fiel de la balanza cuando se celebrara su juicio. Era un canalla de la peor especie, tan artero y deshonesto como lo fuera Hekaib. Sí, aquel nombre representaba una referencia idónea para juzgarse a sí mismo. Se había comportado igual que el pérfido escriba. Este hubiera hecho lo mismo. Pocas diferencias había entre ambos, más allá de la compasión que Neferhor pudiera sentir consigo mismo. Además, resultaba ser un cobarde al no haberse enfrentado a la mirada limpia de su amigo. Heny era un amigo de verdad, y él tan solo un mequetrefe que conocía las palabras de Thot. Un mísero bagaje para quien pretende encontrar la inmortalidad. Después de dos años de inútiles arrepentimientos, ella había vuelto acompañada de su esposo para hablarle de su felicidad, y hacerle saber que tenía un hijo al que habían puesto su nombre.
Semejante circunstancia le confundía aún más, pues le venía a decir que Niut era feliz con su marido, que habían conseguido lo que tanto ambicionaban, que aquella noche no había significado más que la satisfacción de una pasión que moría con el alba, o quizás el sueño que parecía hallarse al final de cada pregunta.
Neferhor no encontraba la respuesta a tales cuestiones. Solo podía sufrir.
Por fin los demonios decidieron dejar de fustigarle. Quizá fuera debido a las innumerables tisanas de corteza de sauce[15] que había ingerido, o a que la razón se abría paso con timidez en su corazón. Pero la cabeza dejó de dolerle para dejarle una sensación pastosa en la boca, como si hubiera bebido más shedeh de la cuenta. Serían los metu, que debían de estar taponados por tanta indignidad, se dijo el joven, consternado. Ahora sus amigos se convertirían en sus huéspedes, al menos durante una noche, y pensó en lo que ocurriría cuando se viera frente a Niut. ¿Cuál sería su reacción? ¿La miraría embobado? ¿O acaso sería incapaz de hacerlo? ¿Y ella?
Quizá fuera todo mucho más sencillo de lo que creía, y al final Niut le hiciera ver lo que nunca debió ser. Esto liberaría en parte su alma, sin duda, aunque su ruindad nunca podría ser borrada.
Pero el jubileo proseguía su curso, y la participación del escriba era necesaria en algunos de sus actos. En el lago artificial iba a tener lugar una ceremonia de la máxima importancia en la que Neferhor tendría el honor de ser uno de los protagonistas. Birket Habu, el nombre del lago, había sido construido por Nebmaatra para la celebración del Heb Sed. Sus dimensiones eran generosas, como todo lo que acometía el faraón, pues medía dos kilómetros de largo por uno de ancho y, además, el lago se comunicaba con el Nilo por un hermoso canal por el que se podía salir a navegar al río. En este lago acostumbraba a pasear el dios a bordo de su falúa, profusamente recubierta con láminas de oro, cuyo nombre era Atón Dyehen, «disco solar deslumbrante», un apelativo que Amenhotep III gustaba de utilizar para sí mismo, y que hablaba de la influencia que el Atón ejercía sobre el faraón durante los últimos años.
El ceremonial a punto de representarse iba a dejar claras las tendencias solares de Nebmaatra, y lo que Egipto podía esperar a partir de ese momento.
El faraón tomó la imagen de Ra-Atum y se preparó para realizar el viaje que Ra, el sol, efectuaba a diario a través del firmamento. Para ello embarcó en su «barca del día» mandjet, para navegar por el cielo desde el orto hasta el ocaso. Ante toda la corte, la embarcación largó su vela y surcó las aguas del Birket Habu como si representara los océanos celestiales. Tiyi le acompañaba, personificando el papel de Hathor, y también Sitamón tal y como si fuera Maat, hija de Ra y a la vez del faraón. Así decían los textos antiguos que había ocurrido, y así se escenificaba. Mientras la mandjet se deslizaba sobre el lago, la corte en pleno se postraba a su paso en medio de un respetuoso silencio. Nebmaatra iba a sufrir una transformación, y su pueblo debía ser testigo de ello.
Después de navegar por Birket Habu como Ra en su viaje diurno, el faraón se dispuso a repetir el ritual en su «barca de la noche», mesketet, en la que se aventuraría por el tenebroso Mundo Inferior, las doce horas de la noche, en el que se uniría a Atum, el sol del Mundo Subterráneo, el que está «completamente oculto», para renacer de nuevo al amanecer con todos sus poderes renovados.
Nebmaatra cambió de embarcación y esta vez recorrió las aguas en solitario, con las velas arriadas. Fueron sus más insignes servidores los que le ayudaron a desplazarse por Birket Habu al tirar con maromas de su divina nave. Todos a una halaban de los cabos convencidos de que en verdad el faraón recorría el proceloso Mundo Inferior, y que surgiría al amanecer como un verdadero dios renacido.
Mientras Neferhor se aferraba a la sirga, sus pensamientos se encontraban dispersos. Era uno de los elegidos para llevar a Nebmaatra en su barca a través de la noche, un honor que se recordaría durante generaciones, y sin embargo se sentía ausente. Tiraba del cabo de manera mecánica, sin prestar demasiada atención a la falúa que viajaba por aquel lagoӀor aquel construido para la ocasión. Era una sensación extraña, como de extravío, pues le resultaba imposible concentrarse en lo que hacía. Su razón se rebelaba por ello, pero su corazón no le permitía olvidar su último encuentro con Heny. Entonces se escuchó un gran clamor y Neferhor sintió que lo abrazaban entre el júbilo general. La mesketet había atracado en el embarcadero y de ella descendía Amenhotep III totalmente transformado en un nuevo dios.
—La luz irradia de su cuerpo —comentaban admirados—. Es un ser luminoso.
—En verdad se ha unido a Ra, el padre de los dioses —se oía por doquier—. Es un «disco solar deslumbrante».
Todos los cortesanos se sentían alborozados, y se dispusieron a asistir a uno de los actos más emblemáticos del Heb Sed, la carrera ritual.
Precedidos por el dios, la comitiva se encaminó hacia Kom El Hittan, el templo funerario del faraón, donde tendría lugar la carrera. Desde su palanquín, Nebmaatra daba sus bendiciones a la muchedumbre que se agolpaba en el camino. Todos caían de bruces, como fulminados a su paso, y nadie se atrevía a mirarle ya que temían que su poder divino los cegara para siempre.
Sin pretenderlo, Neferhor buscó con la mirada a sus amigos entre la multitud, pero le resultó imposible encontrarlos. Gentes venidas de todo Egipto se atropellaban por conseguir una buena posición a fin de ver mejor el cortejo. Sin embargo, tuvo la sensación de que ellos le observaban, y se imaginó a Heny gritando su nombre inútilmente.
Cuando llegaron a la entrada del templo de Millones de Años, Neferhor contuvo la respiración ante los dos enormes colosos que flanqueaban sus puertas. No existían en toda la Tierra Negra estatuas que se les pudieran igualar. Su piedra rojiza parecía conferirles vida propia, y les daba un aire de eternidad que trascendía a todo cuanto les rodeaba; era como si fueran a estar allí para siempre. De manera espontánea se hizo el silencio, y la solemne procesión entró en el recinto funerario del dios. Nebmaatra se encaminó hacia la capilla de Upuaut, «el abridor de caminos», un dios muy antiguo que simbolizaba la unión de las Dos Tierras, y del cual derivaba el nombre del festival, ya que Upuaut estaba estrechamente relacionado con el dios chacal Sed. Allí cambió su indumentaria para realizar la carrera sagrada y se quedó solo con el sendyit, un faldellín corto, y con una cola de toro sujeta a su cintura, con la que representaba su poder regenerado. El faraón fue ungido con ungüentos y se dirigió al gran campo que tendría que circunvalar dentro de unos límites que representaban las fronteras de Egipto. Nebmaatra iba a reivindicar su soberanía sobre el territorio de Kemet, y para ello debía dar muestras de un vigor físico suficiente como para gobernar a su pueblo. Ese era el significado de aquella carrera ritual cuya tradición era tan antigua como el propio país. Todos los dioses de los nomos de Egipto estaban representados a lo largo del recorrido en sus capillas. Ellos darían fe de la carrera del faraón y reconocerían su autoridad.
Neferhor sintió curiosidad por ver cómo Nebmaatra salvaba aquella distancia. El faraón estaba gordo, tenía un pie deforme, y además aquel día el sol apretaba de firme. Sin embargo, el dios no pareció preocupaӀció prerse, y con paso decidido inició la prueba sin importarle su cojera. La oronda figura recorrió el primer tramo a un ritmo aceptable, dadas las circunstancias, aunque enseguida tuvo que disminuirlo para poder llegar a la meta dignamente. Cuando terminó tenía el rostro congestionado, pero todo su pueblo lo aclamaba y se felicitaba por la hazaña. El rey tenía fuerzas suficientes para protegerlos, y Egipto le pertenecía.
El joven escriba se sintió emocionado a la conclusión de aquella prueba. Él mismo se había encargado de recuperar aquel ritual del complejo funerario del rey Djoser en Saqqara, y este se había desarrollado tal y como se suponía que lo había hecho el antiguo faraón. Los tiempos venideros hablarían de aquel día, estaba seguro, y él se sintió feliz por haber participado de tan grandiosa ceremonia.
Pero las celebraciones no terminaban ahí. El monarca debía finalizar la reivindicación de su soberanía con una entronización pública en el pabellón de las apariciones.
La real comitiva regresó al palacio de Malkata en otra procesión festiva, entre música y cantos de alabanza. Ya en el interior de Per Hai, Nebmaatra asió un arco y cuatro flechas para dispararlas hacia los cuatro puntos cardinales y así aseverar su dominio sobre los pueblos de la tierra; después llevó a cabo la erección de un pilar djed de grandes dimensiones, que simbolizaba a Osiris. Ayudado por varios hombres, Nebmaatra era el encargado de tirar de las cuerdas atadas al amuleto para levantarlo y con ello dar vida de nuevo al dios del Más Allá. El faraón renovaba, de este modo, su poder ante los dioses como nexo de unión entre estos y su pueblo, en medio de un ambiente en el que se evocaban los ancestrales combates sostenidos entre Horus y Set tras la muerte del padre de aquel, Osiris.
Acto seguido se sentó en su trono de oro dispuesto en el pabellón, donde le impusieron las coronas blanca y roja, símbolos del Alto y Bajo Egipto, en medio del homenaje de todos los grandes de Kemet, y los príncipes de los reinos extranjeros.
El país entero estaba de fiesta. Nebmaatra había renacido y se sentaría junto a los dioses para proteger a su pueblo. La abundancia no conocería el fin, pues el faraón se había unido con el sol.
Aquella misma noche, antes de irse a descansar, Huy hizo llamar a Neferhor a su presencia. El viejo parecía cansado, aunque su rostro mostraba su satisfacción.
—Todo ha salido a la perfección, tal y como habíamos planeado. Egipto entero se ha glorificado hoy; qué más puedo pedir.
Neferhor asintió en silencio.
—El dios está tan eufórico que se siente como si en verdad hubiera cumplido veinte años. Él piensa que su vigor desafía al tiempo y que es, hoy más que nunca, un Toro Poderoso.
—Nunca vi nada igual —aseguró Neferhor.
—Ni lo verás. Los ritos de renovación han finalizado justo el segundo día del tercer mes de Shemu, exactamente un día antes de que se cumpla el treinta aniversario de su coronaciónӀu corona. Nebmaatra vuelve a renacer treinta años después, pero las celebraciones se alargarán cerca de ocho meses.
Neferhor se hacía cargo de la magnitud del evento.
—Puede que se conmemoren más Heb Sed, pero no serán como este —continuó Huy—. Estoy demasiado viejo para ocuparme otra vez de algo así; je, je…
El joven le sonrió.
—Ya no tendrás dudas de que la solarización del faraón ha dejado de ser una tendencia. Es un hecho consumado —afirmó el anciano, con rotundidad—. La representación ha sido concluyente.
—El rey se siente tan poderoso como Ra.
—¿Tan poderoso? Je, je… ¿Quieres mostrarme el brazalete que te regaló?
Neferhor se lo quitó de su brazo para entregárselo al anciano. Este lo examinó con una media sonrisa.
—Acércate. ¿Has visto las inscripciones que lleva grabadas?
El joven las había visto, aunque no con detenimiento. Entonces las estudió con más atención. En el centro del brazalete estaba grabada una imagen de Nebmaatra sobre una barca solar. El faraón asía una pluma de Maat y se encontraba, a su vez, en el interior de un disco solar. Junto a las imágenes había una inscripción que rezaba: «Ra-Horakhty, soberano, señor de los nueve arcos, deslumbrante disco solar para todas las tierras.»[16]
Neferhor levantó la vista hacia Huy, que asentía con tristeza.
—El faraón no piensa en unirse a Ra, lo que en realidad pretende es ocupar su puesto.
El escriba pareció pensativo. Al anciano no le faltaba razón y aquellas inscripciones así lo demostraban al cambiar el nombre del faraón por el de Ra-Horakhty, e introducirse él mismo dentro del disco solar.
—Pero… ningún rey ha sido divinizado de esta forma en vida —comentó el joven.
—Ni creo que Nebmaatra se atreva a hacerlo. Es demasiado viejo, y en su corazón todavía hay lugar para nuestros dioses. Aún sabe escuchar los sabios consejos. Pero me temo que el desenlace del juego del que te hablé una vez se encuentre próximo y, créeme, el perdedor será nuestro querido Kemet. Aunque espero no verlo.
Neferhor trató de asimilar aquella sentencia.
—¿Recuerdas que te adelanté que serías recompensado? —El joven asintió—. Poco me equivoco yo en estos juicios, je, je. Ha llegado el momento de que sirvas a Nebmaatra de otra forma. Ya sabes todo lo demás. Es preciso que abandones mi compañía y aproveches el favor que te ha brindado el faraón. Él también se ha fijado en ti y su corazón es bondadoso. Pero habrás de extremar tu prudencia y también tu discreción. Hoy más que nӀoy más unca sé que Amón te reclamará algún día, ya lo verás. Aunque pienses que estás solo, no olvides que los dioses siempre nos vigilan.
—Parece que los caminos que se cruzan a mi paso son inciertos —dijo Neferhor.
—Siempre resultan así —le animó el anciano—. Pero no te preocupes, velaré por ti.
—Debo ser cauteloso —musitó el escriba.
—Veo que recuerdas mis consejos, je, je. Trabajarás en un lugar discreto. Has de aprender a mirar y ver, aunque no resulte fácil. No olvides que en el equilibrio se fundan todas las cosas. No puede haber orden fuera de él en Egipto.
—Lo recordaré, noble Huy, allá donde me encuentre.
—Desde ahora servirás al dios desde la Casa de la Correspondencia del Faraón, un lugar que te resultará interesante.