12

En el día de su gloria, Neferhor se sumergió en las aguas de la espiritualidad que siempre había deseado. Tras una jornada de ayuno, el nuevo sacerdote fue iniciado como correspondía a su dignidad; en las impenetrables salas reservadas solo para aquellos que eran conocedores de los grandes misterios. Fue una ceremonia solemne en la que el boato no tenía cabida, pues lo terrenal apenas contaba en el pacto con los dioses. Por fin Neferhor entraba a formar parte del clero de Amón, y aunque el día hubiese llegado con cuarenta años de retraso, el escriba se sintió como si continuara siendo aquel adolescente que, en compañía de sus amigos, un día soñara con convertirse en sacerdote web. Estos le felicitaron al finalizar el ritual, y Wennefer y Neferhotep lo abrazaron como a un hermano. También Tait corrió a darle la enhorabuena, pues el escriba había sido como un padre para ella; el único que deseaba tener.

A su vez la enigmática Sothis observó la escena en silencio, con el corazón rebosante de felicidad y la emoción de ver cumplido el deseo máximo de su esposo. Ella siempre había sabido que aquel día habría de llegar, y al ver a la ciudad santa de Amón rendir pleitesía a su gran amor, pensó que por una vez los hombres hacían justicia en aquella tierra, aunque fuera en nombre de uno de sus dioses. Su magia había resultado ser poderosa, y los acontecimientos habían ocurrido tal y como ella esperaba. Por su parte poco más le podía pedir a la vida, y en compañía de sus hijos corrió a abrazar a Neferhor, el escriba real de corazón bondadoso, al que amaría hasta el final de sus días.

Las torvas nubes que habían encapotado el cielo de Egipto durante años se alejaban definitivamente para dar paso a la bonanza. El tiempo en el que podrían vivir sus ansiados sueños se encontraba próximo, y Sothis era inmensamente feliz por ello.

Neferhor también tuvo un encuentro inesperado que le emocionó sobremanera. Al cruzar uno de los patios se tropezó con Penw quien, al parecer, lo estaba esperando. Al verle, el escriba abrió sus brazos, y el hombrecillo corrió a estrecharse contra su cuerpo.

—¡Cuánta alegría! —exclamó el viejo pinche—. Dame tu bendición ahora que tienes a dos dioses principales por padres.

—¡Penw! —repuso a su vez Neferhor—. Llevas mis bendiciones desde el día que te conocí. Pero déjame que te mire. Apenas has cambiado con los años.

El hombrecillo se pasó el dorso de las manos para secarse las lágrimas que asomaban a sus ojos.

—Es por la emoción —se disculpó en tanto se sonaba la nariz—. Ya soy muy viejo para soportar esta F clase de excitaciones. Sabes que mi cuerpecillo siempre fue débil y mi corazón se ha vuelto aún más frágil con el paso de los años.

—Estás tal y como te recordaba. Pero dime qué ha sido de ti y tu familia. No tengo perdón por haberme olvidado de vosotros durante tanto tiempo.

—Es natural, gran Neferhor. Tu sitio está cerca de los dioses y no de los hombres. Mira si no a tu alrededor. Hoy el templo hace justicia contigo. Tu nombre dará lustre a estos muros. —Ahora fue al escriba a quien se le saltaron las lágrimas—. Entre tanta mediocridad como hay en el mundo, los elegidos como tú nunca lo tienen fácil, gran sacerdote. Yo me las he apañado bien, dada mi condición; qué más puedo desear.

El escriba sonrió malicioso, puesto que Penw se había convertido en una celebridad en el templo.

—Jamás pude suponer que terminaría mis días alimentando a los acólitos del Oculto. Qué barbaridad, un hombre tan insignificante como yo a cargo de la panadería de Karnak. Inaudito.

—Siempre observé en ti unas condiciones innatas como servidor de los dioses —apuntó Neferhor, burlón.

—No hagas chanzas de mí, noble hijo de Amón —se lamentó Penw con teatralidad—, que la vida es como un mapa indescifrable en el que nunca puedes estar seguro de adónde te diriges.

—Karnak es un buen lugar para un hombre como tú. Invita al recogimiento.

Penw se lamentó con la cabeza.

—Entiendo que bromees conmigo, ya que siempre fui un buen pecador, aunque sin maldad. Aquí disfruto de paz, sin duda, aunque en ocasiones me vea obligado a imponer mi disciplina a todos estos relamidos, si me permites la expresión. —Neferhor lanzó una carcajada—. A veces parecen espíritus puros desfilando por los pasillos, como si se tratara de cuerpos etéreos. Están obsesionados con los ayunos, y también con las lavativas. Espero, oh poderoso sacerdote, que no te acostumbres a semejante afición pues, en confianza, creo que no hay ano que lo resista.

—Harías bien en seguir alguno de sus preceptos, aunque solo fuera por agradecimiento, y para limpiar tus metu, que deben de encontrarse en un estado lamentable.

—En eso tienes toda la razón, pues dentro de mis posibilidades no me he privado de nada. Durante mis largos años al servicio del gran Nebmaatra, comí y bebí a cuerpo de rey, muchos días, e incluso probé lo que el faraón no se había terminado; manjares excelsos que, desgraciadamente, no pueden encontrarse aquí. Claro que esto es un templo.

—Estás saturado de inmundicia. Un mes de lavativas constantes necesitarías tú.

—¡No, hijo del divino Thot! Me consumiría por completo si lo hiciera, dado lo pequeño que soy. Además, ahora disfruto de una dieta sana, con verduras y legumbres y el buen pan del que me ocupo.

뀀T—¿Y el vino? ¿Dónde lo dejaste, bribón?

—Ay, esa es mi debilidad, pero me sacrifico, no te vayas a creer.

Neferhor asintió en tanto lo miraba con condescendencia. Penw se había ganado buena fama por su pillería y capacidad para el enredo, aunque tuviera gran habilidad a la hora de desempeñar su trabajo. En pocos años se había hecho con el control de la panadería del templo, y organizaba a sus trabajadores como si se tratara de un general al mando de sus divisiones. «De algo habrían de valerme los años de supervivencia en las cocinas del faraón», solía decir el hombrecillo muy orgulloso. Pero, aparte de la infinidad de anécdotas que le rodeaban, Penw era muy apreciado en Karnak, pues el pan que salía del horno era de la mejor calidad, y el antiguo pinche economizaba en los ingredientes como nadie.

—Mi hermano murió hace unos años —prosiguió Penw—, y la generosidad del Oculto nos alcanzó de pleno, pues el templo nos permitió quedarnos en casa de Bata. Lo querían mucho, y ahora vivo junto con mi mujer y mi hija, que vino a instalarse con nosotros después de enviudar. Se casó con un buen hombre al que se llevó Sekhmet en quince días; una desgracia. Me harías un honor si nos visitaras; así te presentaría a mis nietos; tengo dos.

Neferhor le dio unas palmaditas y le prometió que lo haría.

—Fue un acierto huir de Akhetatón con la señora. Mi mujer da loas a diario por la decisión que tomamos. Quién lo hubiera podido suponer, pero de todos los que trabajaban en la cocina del dios, solo dos se salvaron de la gran plaga. Sothis nos libró de una muerte cierta y cambió nuestra vida. Aquí hemos sido felices, y disfrutamos de cincuenta y cuatro días de fiesta al año. La nebet posee una magia poderosa; espero que se encuentre bien.

Durante un buen rato ambos conversaron de sus vidas, y también prometieron que no pasaría tanto tiempo antes de volver a verse.

—Ahora que eres gran celebrante, confío en que te dignes a desayunar mi pan antes de iniciar las liturgias del templo; me sentiría dichoso por ello —señaló Penw.

—Disfrutaré de nuestros recuerdos mientras almuerzo tu pan. Qué más puedo desear. Como te dije una vez, noble Penw, siempre permanecerás en mi corazón.

El secreto del Nilo
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