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Neferhor no pudo despedirse de sus amigos. Casi como un proscrito, el muchacho abandonó Karnak cuando las primeras luces del alba aún no se anunciaban. El día anterior, tras su inesperado encuentro, el joven departió con sus mentores para recibir sus bendiciones. Estos le aseguraron que Amón le requería para un servicio de la máxima importancia, pero él no entendió nada.

—Algún día te darás cuenta de que el Oculto teje con hilos que resultan invisibles a nuestros ojos —le dijo Ptahmose. Neferhor miró a sus preceptores sin ocultar la confusión que le embargaba—. El muy sabio Sejemká te ha confiado cuanto podía decirte, y todo te será revelado en su momento —continuó el primer profeta.

—Pero… ¿qué puede ver en mí el divino padre para obligarme a abandonar el templo? —inquirió el joven con desánimo.

—Él no olvida tu servicio. Únicamente se lo ofrecerás de forma distinta. Él sigue tus pasos desde hace muchos años.

Neferhor se sintió avergonzado.

—Pero yo deseo profundizar en los sagrados misterios. Conocer las palabras de los dioses tal y como nos las enseñaron en el principio de los tiempos…

—Eso ya lo sabemos todos en Karnak —intervino Sejemká—. Tu lucidez es la que ha llamado la atención de Amón. Pero no olvides que la humildad debe prevalecer por encima de todo; eso fue lo primero que te enseñé.

—Los acontecimientos se precipitan —prosiguió Ptahmose—. Tu destino, el mío, y hasta el de Karnak están hoy más que nunca en manos del Oculto. Debemos confiar en él, pues su sabiduría supera nuestro entendimiento.

El joven reflexionó durante unos instantes y sin poder evitarlo se sintió incómodo. Se resistía a pensar que pudiera formar parte de un plan trazado tiempo atrás; sobre todo porque su naturaleza se sentía ajena a cualquier maquinación.

—Piensa en que Amón te tendió la mano cuando la tierra se abría bajo tus pies —dijo de repente el primer profeta—. Sin pedirte nada a cambio.

—Él ha sido un padre para mí —respondió el muchacho, arrepentido de sus pensamientos—. Cumpliré sus designios como hijo suyo que soy.

Aquellas palabras satisficieron a Ptahmose, que le sonrió.

—Pronto conocerás lo que se espera de ti; pero no por mi boca, ni por la de ningún otro hermano del templo. Servirás a las órdenes del muy alto Amenhotep, hijo de Hapu, a quien ya conociste. Él será quien te muestre la senda que debes seguir.

Neferhor se abstuvo de hacer ningún comentario, pues de sobra conocía él lo aficionados que eran aquellos sacerdotes a los juegos de palabras que ocultaban varias lecturas, y su gusto por envolverlas en un halo misterioso.

Ptahmose pareció adivinar sus pensamientos y al punto endureció el gesto.

—Mañana abandonarás Karnak con las primeras luces —dijo a continuación—. Nada te atará desde ese momento a nuestro clero. Ante los otros serás un escriba más que ha sido rechazado por nuestro divino padre. Así deben creerlo todos.

El joven no pudo disimular el efecto que le causaron tales palabras.

—¡Indigno a los ojos de Amón! —musitó horrorizado.

—Es necesario. Solo unos pocos conoceremos la verdad, y esta quedará oculta hasta que llegue el momento —apuntó Ptahmose.

—¿El momento?

—Solo Amón conoce el significado del tiempo —se apresuró a decir Sejemká, quien apenas podía disimular la emoción que sentía—. Cuando este se cumpla podrás regresar a Karnak entre alabanzas, como hijo predilecto del Oculto.

Al joven todas aquellas palabras le parecían tan sombrías que le resultó imposible salir de su desconsuelo.

—Expulsado del templo —dijo para sí en voz baja.

—No volverás a vernos aquí, aunque nosotros sabremos de ti —señaló Ptahmose mientras se levantaba—. Cuentas con mi bendición y también con mis plegarias para que Amón nunca te abandone.

Neferhor le miró confuso y, cuando Sejemká lo abrazó, no pudo evitar que se le humedecieran los ojos.

—Mantente en el camino del maat —le susurró el anciano al oído—, tal y como te he enseñado. Solo en él encontrarás fortaleza.

Acto seguido ambos sacerdotes abandonaron la estancia, y Nebamón permaneció un momento junto al joven.

—Una nueva senda se abre bajo tus pies —le dijo en tanto forzaba una sonrisa—. Recórrela sin temor, pues formará parte de tu vida. No tengas miedo de las palabras que has escuchado; ya conoces lo misteriosos que podemos llegar a ser. Particularmente creo que estás bendecido por los dioses, y que Thot velará siempre por ti para hacerte llegar el pensamiento más adecuado en cada momento. Pero sigue mi consejo: mantén siempre tu discreción, y escucha cuanto puedas.

Neferhor se abrazó a él.

—Traerte a Karnak fue mi mejor acción —apuntó Nebamón, emocionado. Luego cambió de expresión para sonreírle—. Ya no podremos adivinar cuál será el nivel de la crecida —bromeó—. Te llevas tu secreto contigo.

Neferhor nunca volvería a ver a Nebamón, y tampoco al viejo Sejemká quien, algún tiempo después, fue llamado por Osiris para rendir cuentas ante su sagrado Tribunal.

Ya de madrugada, cuando Neferhor abandonaba Karnak, el joven no pudo evitar echar un último vistazo a la que había sido su casa durante tantos años. Sus pisadas sonaban solitarias contra las losetas centenarias, como solitario sentía también su ba. Al volver su rostro hacia las ciclópeas piedras del templo pensó que estas siempre permanecerían allí, y que algún día regresaría para leer de nuevo la escritura sagrada grabada sobre ellas.

Ya próximo a la salida, Neferhor vio una sombra qo uabadaue le cruzaba a la débil luz de su lámpara de aceite. Enseguida supo de quién se trataba, pues ella no podía faltar en su despedida. El joven musitó su nombre, y al punto Ta-Miu vino a rozarse contra sus piernas, como acostumbraba a hacer. La gata le raspó suavemente una mano con la lengua, y luego le miró fijamente con sus enigmáticos ojos. Neferhor leyó en ellos el cariño que el minino sentía hacia él, y también la tristeza que le producía su marcha. Pero por encima de todo notó la misteriosa fuerza que atesoraba, y que le hacía señorear entre el resto de los gatos del templo. En aquella hora Bastet le brindaba su protección, y él siempre la recordaría.

El secreto del Nilo
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