XXI

DESEOS, ASTROS Y PROMESAS

Él se ha ido.

Todos se han ido.

Yo soy la única criatura humana que queda en una extensión de segundos paralácticos.

La Viento del Alba salió ayer, dos días después que la Désirée. Las naves mizaríes son más rápidas, por lo que no tendrá dificultades de darle alcance.

Todavía no puedo creerlo. Hoy he pensado cien veces: Tengo que decir a Rob… Y otros tantos he tenido que recordar que él ya no está, ni estará en mucho tiempo. Es posible que se quedara corto al calcular seis meses. Quién sabe el tiempo que necesitarán los poderes de la Tierra para reaccionar cuando se presenten la Désirée y la Viento del Alba.

Mis padres no sabrán lo sucedido hasta dentro de dieciocho meses, por lo menos.

Me han dado un bonito apartamento en la Estación Tres, aunque ahora ya estoy autorizada a bajar a la superficie de Hurrreeah.

Dhurrrkk quiere que pase una temporada en casa de su madre cuando regresemos. Me parece que eso me gustará.

Anoche, cuando Rob se fue, me hundí por completo. Me sentía tan sola. Mi pequeño apartamento estaba tan silencioso…

Al fin me quedé quieta en la cama, con un dolor muy grande y deseando morir. Pero sin hacerme ilusiones de conseguirlo. Entonces Dhurrrkk llamó a la puerta y entró. No nos dijimos mucho. Él se limitó a cogerme las manos entre las suyas, grandes y fuertes, con esas palmas que parecen de cuero, y me acarició el pelo con la misma delicadeza que tocaba a Sekhmet. Poco a poco, fui sintiéndome mejor. Acabamos abrazados, como en la Rocinante. Hasta que al fin me dormí.

Shirazz también es una gran ayuda. Ella es mi médico personal. Curioso ¿no? Rob pasó una semana entrenándola y le dio copia de todos sus textos médicos, además de una serie de medicamentos que pueden resolver cualquier problema de salud que yo pueda tener. También me explicó a mí lo que tengo que tomar si enfermo.

El tío Raoul me dejó bien aprovisionada. Una máquina procesadora de alimentos, libros de texto, vídeos… todo cuanto pueda necesitar. Shirazz y yo haremos un programa de estudios y la primera nave que venga de la Tierra me traerá un curso a distancia completo. Quizá tarde más, con todas mis nuevas responsabilidades, pero estoy decidida a conseguir un título universitario. Y espero que, un día, podré ver la Tierra.

Rob me dejó un montón de sus películas viejas. Encima de todo había puesto una copia de su adorada Casablanca con un papel que decía:

Hasta que también nosotros podamos tener nuestro París

Te quiero, Rob

Y, al pie, un dibujo, una estupenda caricatura de Rob y Ssoriszs vestidos con aquellas viejas gabardinas de hace treinta años, caminando y deslizándose respectivamente por un aeropuerto sumido en la niebla. Y Rob dice: «Sabe, Ssoriszs, creo que esto puede ser el comienzo de una buena amistad».

Yo no sabía que Rob dibujara tan bien.

Ésta es mi última anotación en el Diario. Lo dejaré aquí cuando salgamos en la Flor del Crepúsculo pasado mañana. Como me he acostumbrado a escribir, seguramente empezaré otro. Pero en el nuevo escribiré acerca del presente y de mis planes para el futuro, y trataré de no pensar en el pasado.

«Ten cuidado con lo que deseas, porque podrías conseguirlo», dice el viejo refrán.

Antes de acostarme, subiré al observatorio, a contemplar las estrellas. Siempre me consuelan. Pienso en los planetas y en toda la gente que tal vez esté orbitando alrededor de ellas, y sonrío.

Durante un rato, miré a las estrellas, que aquí brillan con luz fija porque aquí no hay atmósfera que las haga parpadear. Hermosas estrellas, de tantos colores… azules… blancas… amarillas… rojas y naranjas.

Las miré… Pero me parece que, durante mucho tiempo, me guardaré de pedirles nada.

FIN