XII

CUENTA ATRÁS PARA LA MUERTE

Nos queda aire para veinticuatro horas.

Estoy pensando en dejarme de tantas precauciones y lavarme el pelo. Me da rabia morirme con picor en la cabeza y el cabello sucio. Rob dice que vale más que no nos movamos mucho, para consumir la menor cantidad posible de aire. Pero en cuanto me quedo quieta, me entra la congoja. No me atrevo ni a mirar vídeos, porque todo me emociona.

Ayer vi, por décima vez, la película de Rob Casablanca. Acabé en un mar de lágrimas. Menos mal que Dhurrrkk y Rob estaban en la sala de control y no me vieron. Prefiero concentrarme en lo pringoso que tengo el pelo a ponerme a pensar en que hoy es mi último día de vida…

He leído lo que acabo de escribir y me parece una tontería. A lo mejor, estoy loca. Cada vez que trato de tragar saliva, noto en la garganta un nudo que me asfixia. Tiene un sabor agrio y se llama MIEDO. Estoy muy asustada…

¿De qué?

De la muerte, por supuesto. Nunca he pensado en lo que pueda haber después. A los diecisiete años no se piensa en eso.

Tiene gracia, los cumplí el otro día, a bordo de la Désirée. Y nadie se enteró. Ni yo misma lo recordé hasta que había pasado. No dije nada. ¿Para qué?

Tengo que dejar de reflexionar o empezaré a berrear y no habrá quien me haga callar. Si Rob y Dhurrrkk pueden mantener la sangre fría, yo también.

En realidad, eso de las veinticuatro horas no es el límite. Nos quedan veinticuatro horas hasta agotar la última bolsa de las que trajimos Rob y yo. Después podremos seguir respirando unas cuantas horas el aire que quede en los compartimientos de la nave. Supongo que, al final, incluso echaremos mano de las bolsas de aire de los trajes espaciales, aunque, de momento, tenemos que reservarlos, por si suena la alarma.

Dhurrrkk tuvo la idea de trazar una ruta entrando y saliendo de la Velocidad Interestelar, a pesar del mayor consumo de combustible que ello supone. Pero, en nuestra situación, el combustible tiene una importancia secundaria. Estamos el tiempo suficiente para tomar una lectura espectroscópica de cada sistema por el que pasemos. Si los instrumentos detectan un mundo con oxígeno utilizable en su atmósfera, sonará un aviso.

Hacemos turnos de guardia junto al dispositivo sonoro, a pesar de que suena tan fuerte que lo oiríamos aunque estuviéramos dormidos. Y ninguno de nosotros ha dormido mucho últimamente. En el puente, donde lo hacemos Rob y yo, hay muy poco espacio; y, en el comedor, donde descansa Dhurrrkk, menos todavía. Además, cuando te queda tan poco tiempo de vida, es natural que no quieras desperdiciarlo durmiendo. Hace dos «noches» que casi no pego ojo.

Se nos podría preguntar por qué no nos metemos en la nube de Oort del primer sistema que encontremos (todos la tienen) y cargamos unos cuantos trozos de buen tamaño de cometas embrionarios. Están formados principalmente por hielo. ¿Recuerdan? H2O.

Ya lo hemos pensado, pero no vamos a bordo de una nave minera. No tenemos pinzas ni medios para recoger hielo, como no sea enviando a alguien con un traje espacial. Y ninguno de los que tenemos a bordo está provisto de propulsores. Aunque los tuviera, dudo mucho que, sin gravedad, alguno de nosotros pudiera maniobrar con precisión suficiente para conseguir algo útil. Además, para accionar un propulsor necesitas práctica.

Después de todo, eso es lo de menos. Rob recuerda cómo se extrae el oxígeno del agua por medio de la electrólisis, pero no disponemos de aparatos, materiales ni experiencia. Tendríamos que fundir el hielo, purificar el agua, luego salarla o, mejor, agregarle un ácido o una base, y hacer pasar una corriente eléctrica por la solución ionizada resultante. Entonces tendríamos que recoger el hidrógeno. No sé qué podríamos hacer con él. Bombearlo al espacio, supongo. El otro producto del proceso es el oxígeno.

Si estuviéramos a bordo de la Désirée y pudiéramos contar con Paul o con Ray, la cosa no presentaría la menor dificultad. Pero no estamos. Desde luego, la idea era lo bastante tentadora como para que pasáramos todo un día registrando la Rocinante de arriba abajo, a ver lo que podíamos hacer.

Por desgracia, la Rocinante es el equivalente simiu a un yate de lujo, y está construida para travesías relativamente cortas. No tiene los laboratorios y talleres de la Désirée. Y ninguno de nosotros es ingeniero.

Mierda.

Me pesa tanto haber traído a Rob en este viaje… Dhurrrkk y yo por lo menos, decidimos libremente arriesgar el pellejo. Pero a Rob me lo traje a la fuerza.

Es muy propio de una persona tan estupenda como Rob no haberlo insinuado siquiera, ni con una mirada, ni con una palabra. No ha apuntado ni el más leve reproche. A veces preferiría que se pusiera furioso y me gritara.

Pero todos tratamos de mantener la calma. El histerismo aumenta el ritmo de la respiración, lo cual supone un consumo mayor de oxígeno.

Ésta no será mi última anotación. La última será oficial, para, a falta de cuaderno de bitácora, dejar constancia de lo sucedido, por si alguien llega a encontrar la Rocinante a la deriva. Repasaré este Diario y eliminaré todo lo personal. No soporto la idea de que nadie se ría de mí, aunque yo no esté delante, y me tome por una tonta adolescente enamorada.

Ya he decidido lo que voy a hacer. Echarme una taza de agua por la cabeza. Por lo menos, moriré sin picores.

—Rob, ¿me prestas tus tijeras de cirugía?

El médico miró a Mahree que acababa de entrar en el cuarto de control, en el que el simiu y él contemplaban sombríos el silencioso dispositivo acústico.

—¿Mis tijeras? ¿Para qué? —preguntó alarmado.

—No te preocupes, no pienso cometer un disparate —lo tranquilizó ella con una triste sonrisa—. Se ha torcido el pasador de una de mis trenzas y quiero soltarlo.

Rob la miraba desconcertado.

—¿Para qué?

—Porque deseo echarme agua por la cabeza. No resisto más el picor. Tengo el pelo demasiado largo para poder lavarlo en esa pila tan pequeña… Además, no quiero gastar tanta agua.

El médico sacó las tijeras del maletín y se las dio. Mahree las miró ceñuda.

—Lo que tendría que hacer es cortarme el pelo. Así podría lavármelo.

La muchacha giró sobre sus talones y se dirigió al comedor, muy decidida.

«¿Cortar ese cabello sólo para no gastar agua? —pensó Rob—. ¡Si mañana vamos a morir de todos modos!»

—¡Eh, Mahree! —dijo poniéndose en pie y siguiéndola—. ¡Espera un momento!

Ella se detuvo en la puerta del comedor.

—¿Qué?

—¿Tú quieres cortarte el pelo?

—Nooooo —admitió ella, sincera a regañadientes—. Pero es una tontería llevarlo largo en estas circunstancias. No voy a gastar toda el agua que hace falta para lavarlo. Además, sería muy complicado en esa pila tan pequeña.

—No, si dejas que te ayude —propuso él—. Yo puedo usar una cantidad de agua mínima y lavarlo por sectores. No hace falta tanta. Tampoco estamos tan mal de agua. No quiero que te cortes el pelo. Sería una pena.

Mahree lo miró parpadeando.

—¿De verdad? —se puso colorada—. Quiero decir que si de verdad te parece que debería gastar el agua.

—Todos tenemos derecho a un último capricho, guapa —sonrió—. Pretender tener el pelo limpio no es mucho pedir. Además, te prometo gastar el mínimo indispensable.

Ella le sonrió a su vez, agradecida.

—Bueno…, gracias. La verdad es que no me hacía ninguna gracia cortármelo.

Mahree se deshizo las trenzas, y formó una mueca al notarlas grasientas. Mientras Rob sacaba el champú y una toalla, ella se inclinó sobre la pila. El médico llenó una taza de agua helada y se la vertió en la cabeza. La chica jadeó.

—Ten cuidado —dijo él con fingida severidad—. Has gastado tres aspiraciones extra.

El doctor empezó a enjabonarle la cabeza, mesando con placer los suaves mechones.

—Qué guuuuusto… —suspiró ella con auténtico placer—. Eres muy amable, Rob.

—Instinto de conservación —respondió él, echando otra taza de agua—. Si me hubiera quedado un minuto más contemplando ese dichoso dispositivo avisador, me habría vuelto loco.

Mechón a mechón, él fue lavando la espesa melena hasta que quedó como una gruesa soga colgando a su espalda, hasta más abajo de la cintura.

—Ya está —dijo—. Limpia.

Mahree le sonrió mientras se ponía la toalla a modo de turbante.

—Es fenomenal. Gracias otra vez.

Rob se sentó con las piernas cruzadas en la cama de Dhurrrkk observando cómo ella se oprimía el pelo con la toalla. Cuando lo tuvo escurrido, se lo pasó por encima del hombro y empezó a desenredarlo por abajo. Antes de pasar el peine, separaba las mechas con los dedos, con sumo cuidado.

—¿Cuánto queda? —preguntó con indiferencia al cabo de un rato.

Él miró el reloj.

—Veintitrés horas y media.

—¿Exactas?

—Más o menos —sonrió él—. Es que no cuento los segundos.

—Todavía.

—Todavía —repitió él muy serio.

—Rob… —dijo Mahree; pero se interrumpió.

—Dime —la instó él con suavidad—. ¿Qué quieres?

Mahree no lo miraba. Acababa de desenredarse el pelo tratando de contener las lágrimas.

—Si no te hubiera forzado a ello, tú no estarías metido en este lío —dijo.

—Yo quise venir —le recordó él con voz serena.

—Ya lo sé —reconoció ella, pasando el peine de arriba abajo sin encontrar tropiezos; se lo echó a la espalda con gesto de desafío y lo miró—. Pero deberías odiarme. Dios mío, te sobran motivos. Yo… merezco…

La falló la voz y aspiró el aire de modo entrecortado, al tiempo que se cubría la cara con las manos.

Rob se sintió conmovido.

—Mahree… —corrió a rodear con los brazos sus hombros temblorosos— Tú sabes que no te odio. Nunca podría odiarte, chiquitina.

Ella se puso rígida y se desasió con un brusco movimiento. Lo miró echando chispas por los ojos.

—¿Quieres hacerme el puñetero favor de dejar de llamarme chiquitina? Precisamente tú deberías tener una idea de lo que molesta que te hablen paternalmente sólo porque eres joven. Yo soy una persona adulta, no tu hermanita pequeña. ¡Tengo que luchar para que se me trate con respeto!

Rob se quedó tan pasmado como si le hubiera dado un bofetón.

—Yo no creí… —y se interrumpió, pensativo, recordando—. Tienes razón —agregó—. Te he tratado con condescendencia, ¿verdad? Perdona. Créeme, Mahree, no lo hice para molestarte.

Mahree volvió a pasar el peine por el pelo, y lo dividió en tres partes.

—Perdona tú —pidió con voz ronca—. No debí perder los estribos. —Esbozó una débil sonrisa—. Debe de ser que siento los efectos de que sólo me queden de vida veintitrés horas y pico.

—Y va a ser un pico sonado —dijo Rob; pero la broma no tuvo éxito.

Ella se mordió los labios.

—No es que quiera ser morbosa, pero me gustaría saber qué nos espera. ¿Va… va a ser doloroso? —Su voz era casi firme.

—No —respondió él, hablando despacio—. Incómodo; pero, cuando las cosas se pongan realmente mal, ya no nos importará. Cuando se termine el oxígeno, empezará la hipoxia y hasta nos sentiremos alegres… como si hubiéramos tomado unas copas de más. Luego, nos desmayaremos y… —se encogió de hombros haciendo chasquear los dedos—, en cinco minutos puede haber terminado todo.

—Supongo que lo dices para tranquilizarme —dijo ella secamente y agregó cambiando de tono—: Rob, ¿puedo pedirte un favor?

—Claro.

—¿Te molestaría cogerme la mano…? Me refiero al final. —Al oír sus propias palabras, resopló con impaciencia—. Dios mío, parezco la pesada de la costurera del final de Historia de dos ciudades. Olvídalo.

—¡Pero si no me importaría…! No me importará —dijo Rob y entonces fue la voz de él la que se quebró—. También sería un consuelo para mí. Pero…, Mahree, tú me has pedido la verdad. Si piensas que serás la primera en sucumbir te equivocas.

Ella, a pesar del calor que hacía en la Rocinante, se estremeció.

—¿Por qué?

—Porque la atmósfera de Jolie tiene mucho menos oxígeno que la de la Tierra, y tú estás habituada a respirar menos cero dos que los terrestres. Además, eres más baja que yo. A menos masa, menos oxígeno. Es la regla general. Por lo tanto, la hipoxia, es decir, la merma del oxígeno, la fase en que uno empieza a sentirse alegre, no te afectará tan pronto como a mí o a Dhurrrkk. Lo mismo que la apoxia o falta total de oxigeno.

—Pero sólo habrá un par de minutos de diferencia, ¿no?

—Quizá —contestó él sin mirarla—. Aunque podría ser más… Diez minutos, quince tal vez.

—No podría resistirlo —susurró Mahree—. He visto morir a amigos míos antes, durante la epidemia de Lotis. Cuidé a algunos incluso. Pero ver cómo tú y Dhurrrkk… No, eso no. ¿Puedes darme algo que me deje inconsciente cuando las cosas se pongan mal, algo que me haga dormir?

—Sí. Te lo daré. No te angusties. —De pronto, Rob bostezó y sonrió—. Hablando de dormir, es la mejor sugerencia que he oído hasta el momento. Lo mejor para economizar oxígeno. Vamos —le tendió la mano.

Mahree acabó de hacerse la trenza y luego dejó que él la levantara. Fueron juntos al puesto de control.

—Hora de acostarse, amigo Dhurrrkk —dijo Rob, amortiguando las luces—. Hay que ahorrar aire.

El simiu asintió.

—Hasta pronto, amigos.

En el huequecito que quedaba al lado del sillón del piloto, Rob se arrodilló y juntó las esterillas de dormir.

—Ven —dijo tendiéndose—, échate. Estás agotada.

Mahree, de mala gana, se tumbó a su lado.

—Parece una estupidez desperdiciar el tiempo que nos queda.

—Lo que hacemos es prolongar el tiempo que nos queda —rectificó él; le cogió una mano y se la oprimió con firmeza para consolarla—. Casi no hemos dormido en cuarenta y ocho horas, de modo que cierra los ojos… —Contempló a Mahree en la penumbra—. Eso es… Relájate… —Bajó la voz hasta convertirla casi en un susurro, y siguió diciendo de modo monótono y tranquilizador—: Bien… relájate… las piernas, los hombros… muy bien. Ahora estás flotando, estupendo… —Los dedos de Mahree aflojaron su presión y su respiración se hizo más lenta—. Bien… relájate… relájate…

Siguió murmurando y observando cómo ella se dormía.

Rob cerró los ojos. La mano de Mahree en la suya fue lo último que sintió cuando le invadió el sueño.

Dhurrrkk aullaba oprimiéndose el pecho, que se estremecía buscando aire… sin encontrarlo, Mahree tenía la cara lívida y desfigurada. Y chillaba también. Los dos cayeron al suelo, convulsionándose, abriendo y cerrando la boca, en un alarido interminable…

Rob despertó con un sobresalto, manteniendo ante los ojos la última horrenda imagen del sueño con tanto realismo que tardó unos segundos en comprender que aquello no era más que una pesadilla. Pero el grito continuaba, aquel gemido insistente y estremecedor de…

¡… Del avisador acústico de Dhurrrkk!

Se sentó, con los ojos desorbitados.

—¿Qué diablos…?

Mahree le miraba muy fija.

—El aviso —susurró al fin con un hilo de esperanza—. ¡Es el aviso de Dhurrrkk!

Él parpadeó unos segundos, vacilando.

—Eso significa… —se interrumpió e hizo una mueca—. Me da miedo decirlo en voz alta, por si es un sueño —reconoció.

—¡Significa que hemos encontrado un mundo con atmósfera de oxígeno y nitrógeno! ¡Quiere decir que quizá tengamos una oportunidad!

Una lenta sonrisa se extendió por la cara del doctor.

—Si todavía estoy soñando, no me despiertes.

—Los dos estamos despiertos. Esto es verdad, Rob. ¡Oh, Rob!

Llevada por un fuerte impulso, le echó los brazos al cuello y lo estrechó con fuerza. Él le devolvió el abrazo con tanto ímpetu que el aire le salió a presión de los pulmones.

—¡Aire! —gritó él con júbilo, besándole la cara, la frente, las mejillas, el párpado izquierdo, la nariz, y volviendo a abrazarla—. ¡Gracias, Dios mío…! ¡Aire!

Roja de excitación, Mahree se desasió.

—¡Ven, vamos a parar el avisador y a despertar a Dhurrrkk!

—¿Esa menudencia? —exclamó Rob minutos después, al ver la enana roja que ocupaba el centro de la pantalla principal de la Rocinante—. Pero si no tiene más que ciento setenta mil kilómetros de diámetro. ¡Apenas mayor que Júpiter! Podría apagarla sólo mean… —se interrumpió en seco, a una mirada de Mahree—. ¡Quiero decir que podría apagar esa estrella con una buchada de agua!

—Es muy pequeña —asintió Dhurrrkk.

—Pues es todo lo que tenemos, de manera que haced el favor de no ponerle reparos —dijo Mahree, distraída, mientras leía en su terminal una traducción de los caracteres simiu—. Tiene dos planetas. Uno, un pedrusco que no es ni lo bastante grande para ser esférico, y otro, unas seis décimas partes el tamaño de la Tierra. Ése es el que tiene atmósfera. Orbita la estrella a una distancia de unos cuatro millones de kilómetros, y carece de movimiento de rotación, por lo que siempre mantiene la misma cara vuelta hacia su sol. Su año dura catorce horas.

—Pero las lecturas me dicen que, en su atmósfera, hay oxígeno —insistió Dhurrrkk como defendiendo su descubrimiento—. Quizás el índice no sea tan alto como a nosotros nos gustaría; pero no tenemos alternativa.

—¿Podemos respirar ese aire? —preguntó Rob.

—Es una incógnita. Estamos todavía muy lejos para saberlo.

—Cuando lleguemos, tendremos que bajar —dijo Mahree, hablando aún en simiu, pues aunque había traído el traductor, no se molestó en ponérselo—. ¿Esta nave puede posarse en un medio atmosférico, amigo Dhurrrkk?

—Tiene reactores en la parte inferior. Lo que no sé es si seré capaz de maniobrarla —confesó el simiu con tristeza—. He hecho muchas maniobras de atraque en estaciones espaciales y en aeropuertos, pero nunca me he posado en un terreno que no fuera artificial.

—¿No pueden ayudarte los ordenadores? —preguntó Rob, mirando la cara de Dhurrrkk.

Desde que emprendieron el viaje, había procurado observar al simiu cuando hablaba en lugar de mirar únicamente la pantalla del traductor.

—Sí —respondió el extraterrestre—. Pero tendré que localizar un lugar adecuado para el aterrizaje.

—¿Cuánto tardaremos en situarnos en órbita?

—Cuatro horas —contestó Dhurrrkk—. Eso no nos deja mucho tiempo, pero no existe otra solución.

El médico asintió. «Realmente, hago progresos —pensó complacido—. Ahora ya lo entiendo bastante bien cuando habla despacio y dice cosas sencillas. Sólo me falta pronunciar esa dichosa lengua…»

—Estoy procurando no ponerme nerviosa ni hacerme ilusiones —declaró Mahree en voz baja—. Todavía son muchas las cosas que pueden salir mal. La atmósfera de este planeta podría contener pequeñas cantidades de elementos tóxicos. El aire puede ser tan tenue que quizá no nos sostenga. Las plantas pueden ser de una especie que no podamos transplantar a la sección hidropónica de la Rocinante. ¡Rayos, hasta podría no haber vida vegetal!

Rob le rodeó los hombros con el brazo, la estrechó con fuerza y le dio un beso en la frente.

—Piensa en positivo, cariño. Este lugar representa nuestra única oportunidad.

Sintió que ella se ponía rígida y luego se relajaba dentro del círculo de sus brazos.

—Él no puede oírnos, Rob —dijo con una sonrisa maliciosa.

—Nunca se sabe. En una de mis películas había un planeta que era una enorme criatura inteligente y cuando los incautos astronautas se posaron en él, les…

—No sigas, por favor —rió ella—. ¡Tú y tus películas…!

Rob retiró el brazo de los hombros de Mahree al observar que Dhurrrkk los miraba con una expresión pensativa en sus ojos violeta.

—Aquí noto un cambio —dijo al fin—. Me parece detectar señales de comportamiento humano precursoras del apareamiento como las que he visto en vuestros vídeos. Primero el abrazo, después el beso ¿Correcto? Veamos, ¿es ésta una de las ocasiones en las que esa actividad precede al apareamiento?

Rob abrió la boca para contestar; pero se atragantó y se apresuró a taparse la boca con la mano para no reír. Sintió que enrojecía.

Mahree también se había puesto colorada; pero actuó con relativo aplomo.

—No; en este caso, no, amigo Dhurrrkk. Pero has demostrado ser muy observador en lo del abrazo y el beso. Sin duda eres el mejor especialista en conducta humana de todo tu mundo.

La cresta de Dhurrrkk se irguió hasta su máxima elevación.

—Me haces un gran honor, amiga Mahree. ¿Precisaréis intimidad para eventuales actividades o, al igual que las de los vídeos, son aptas para pública contemplación?

Rob fue incapaz de mirar a Mahree cuando ella, con serena dignidad, respondió:

—En la vida real, la intimidad es la norma social, Dhurrrkk.

—Comprendo —dijo el simiu en inglés.

A Rob le pareció que había un deje de pesar en su voz.

—No es que quiera cambiar de conversación —dijo el médico con voz sonora, para evitar a Mahree prolongar semejante diálogo—, pero acabo de darme cuenta de que tengo hambre. Puesto que aún tenemos que esperar varias horas, me parece que podríamos comer.

—A pesar de todo, que ha cambiado de conversación —oyó que decía Dhurrrkk a Mahree al salir de la sala de control—. Ha dicho que no quería cambiar pero ha cambiado. ¿Por qué tenía que decir que no?

—Es una expresión idiomática, amigo Dhurrrkk —respondió Mahree, también en inglés, y Rob notó que hacía grandes esfuerzos por conservar la serenidad y no echarse a reír—. No sé cómo explicártelo.

—¿Es un chiste? —apuntó Dhurrrkk.

—Algo por el estilo —repuso la chica con un hilo de voz; y entonces ya no pudo resistir más y soltó la risa.