XVII
LOS CONSEJEROS
Me parece estar suspendida en un cubo de plastiacero transparente. No puedo pensar en nada que no sea la asamblea general. Todo lo demás parece borroso, lejano…, irreal. Ni Rob, ni Dhurrrkk están aquí. El simiu se halla en su habitación, acicalándose muy nervioso. Y Rob fue a hablar con Shirazz para pedirle consejo acerca de cómo debemos comportarnos durante la reunión.
¿Aprovechará ella la ocasión para plantearle lo del cargo? ¿Tendré que volver sola a la Désirée? Quizá los mizaritas puedan darme alguna misión a mí también. La de traductora, por ejemplo. Así no tendré que separarme de él. No puedo ya imaginarme a mí misma estudiando en una Universidad de la Tierra, como si nada, después de todo esto que ha ocurrido. No me interesa ninguna de las carreras que puedan enseñarme en la Sorbona. Rob tenía razón. Lo que yo quiero es aprender cosas acerca de los extraterrestres, y eso no es una carrera universitaria.
En cierto modo, todo resultaba más fácil cuando mi única preocupación era si iba a llegar viva al día siguiente.
Faltan cuatro horas para la reunión. Ojalá pudiera dejar de contar los minutos.
Rob y Shirazz estaban en el gabinete de la mizarita, hablando. El doctor se hallaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas. La Enlace de Visitantes se había enroscado en torno a una serie de perchas sujetas a la pared. Rob vio un conjunto de recipientes en forma de cubo, acolchados en su interior, que servían a los alienígenas para sostener las espiras de su cuerpo si deseaban descansar en un sitio fijo; o sea, eran sillas para mizaritas.
Pero Shirazz se asemejaba a esos humanos que mientras piensan tienen que pasear, y no cesaba de retorcerse entre las perchas, con movimiento lento y pausado.
Rob iba girando lentamente sobre las posaderas, para seguir el desplazamiento de la mizarita.
—El último comentario de Raoul me hizo pensar en ello —reconoció.
—¿Raoul Lamont? ¿El capitán de vuestra nave?
—Sí. ¿Tú crees que hago bien?
Shirazz permaneció un momento suspendida de sus perchas, en actitud reflexiva. Ni siquiera movía los pequeños tentáculos escarlata, naranja y negro de la aureola. Luego, volvió su cabeza en forma de cuña y lo miró con aquellos ojos sin pupilas que nunca parpadeaban.
—Sí; estoy de acuerdo —contestó—. Creo que harías bien. Pero reconozco que ha de ser una decisión muy difícil de tomar, doctor Gable.
—Llámame Rob, por favor. Sí; ha sido una decisión muy dura —reconoció él—. Pero ahora que ya la he tomado me siento mucho mejor. Gracias por tu consejo. Me ha sido muy útil.
—Sentirse mejor después de tomar una decisión difícil parece ser un rasgo que nuestros dos pueblos tienen en común —comentó ella—. Ahora, Rob, si me permites, te haré una pregunta personal.
Él la miró sorprendido y, en su fuero interno, se encogió de hombros. Los mizaritas eran unos seres curiosos en extremo. A pesar de su diplomática manera de hablar, podían ser muy indiscretos si la ocasión lo requería.
—Adelante —la animó él—. ¿Qué quieres saber?
—¿Te gustan los niños, Rob?
El médico, desconcertado, se preguntó si iría a ser el destinatario de la primera proposición de matrimonio interespecies. Pero en seguida reaccionó: «No seas idiota. Shirazz está casada y los mizaritas son monógamos».
—¿Los niños? —repitió él reflexionando—. Sí; me gustan los niños. En realidad, hubo un tiempo que pensé en especializarme en pediatría; es decir, en el tratamiento de los niños, antes de dedicarme a la medicina colonial.
—¿Niños de cualquier edad? —insistió ella.
«¿Qué pretende?», se preguntó Rob, cada vez más atónito.
—Sí, de cualquier edad. Tengo hermanas pequeñas; y a cambiar pañales no hay quien me gane.
Siguió una breve deliberación acerca del significado de «pañales» y ella preguntó:
—¿Y los jóvenes de la edad de Dhurrrkk? Me refiero a los que están en el umbral de la mayoría de edad.
—Es una de las edades que prefiero —respondió él—. Me gusta mucho trabajar con adolescentes.
—Entonces…, ¿tienes experiencia?
—Sí. Intervine en el tratamiento de adolescentes cuando estudiaba psicología. Yo era más joven que los otros consejeros y, quizá por eso, muchos chicos se sentían mejor dispuestos a confiar en mí.
«No te alabes demasiado, Rob —pensó—. Recuerda lo torpe que fuiste con Mahree». Suspiró. «Claro que ella no era una paciente. Debes de ser justo contigo mismo. Había otros factores que influían en ti cuando te hallabas con ella, aunque entonces no te dieras cuenta».
—Me satisface oír eso, Rob —dijo Shirazz deslizándose de las perchas, espira a espira, y situándose frente a él—. Sé que estarás preguntándote por qué deseo saberlo. Pero todavía no puedo decírtelo. Si más adelante se me autoriza, te prometo que te lo diré.
—Habré de conformarme con eso —dijo Rob asintiendo; miró el reloj y agregó—: Tengo que marcharme, Shirazz, hemos hablado más tiempo del que pensaba. Debería comer algo antes de testificar.
Sonreía con la boca torcida.
Ella, en señal de asentimiento, inclinó la cabeza con uno de los elegantes movimientos de su raza.
—Mis respetos, Rob —dijo en tono formal—. Dentro de dos de tus horas, te acompañaré a la reunión.
—Estaremos preparados —contestó él poniéndose en pie.
—¡Qué asco, un grano! Precisamente ahora, cuando vamos a ser presentados a la Confederación para la Cooperación Interplanetaria como ejemplares de la Humanidad, tenía que salirme un maldito grano —murmuró Mahree, furiosa, palpándose la barbilla con mucho cuidado. Rob y ella se encontraban en la puerta de su alojamiento, esperando a Shirazz y a Dhurrrkk.
Él inspeccionó atentamente la zona.
—No es para tanto. Deja de tocarlo o se pondrá peor.
—Pensaba que la vida sexual te aclaraba la piel —gruñó ella mirándolo por el rabillo del ojo.
—Pero… ¿todavía dura esa fábula?
—Pues claro —contestó ella, muy seria—. ¿Quieres decir que no es verdad? ¿Que eran unos embusteros los chicos que me lo aseguraban? ¡Qué frescura! —Se puso seria—. Sé sincero, ¿estoy horrible?
—Estás espléndida. Parece un lunar.
—Mientes. Pero te lo agradezco —dio unos pasos arreglándose el pantalón azul oscuro y la túnica celeste y echando a la espalda el pelo que le caía sobre los hombros—. Tendría que haberme recogido el pelo en un moño. Parecería mayor.
Rob rió entre dientes.
—La mayoría de los que estarán en la reunión nunca han visto una criatura humana. ¿Cómo quieres que calculen la edad que tienes? Deja de preocuparte. Empiezas a ponerme nervioso a mí también.
—Mejor. Tú actúas muy bien cuando te hallas en tensión.
—Pero tú eres la que habla su lengua —apuntó él con una mueca.
—Tienen el programa de traducción —le recordó Mahree, haciendo un esfuerzo hercúleo para no hurgarse en la barbilla.
Rob se revolvió inquieto y hundió las manos en los bolsillos.
—Sí, el programa de traducción —murmuró con acritud. Paseó por el corredor y se volvió hacia la chica—. Mira, ya me has contagiado. Me gustaría llevar algo que no fuera el mono de diario. Debiste hacerme traer algo.
—Gracias que te traje a ti.
Él la miró con una leve sonrisa.
Se abrió la puerta contigua y apareció Dhurrrkk.
—Hola, amigos —dijo.
Era evidente que se había acicalado con esmero. Cada pelo de su melena estaba perfectamente alineado y su manto moteado relucía como metal bruñido bajo la luz brillante del pasillo.
—Dhurrrkk, estás magnífico —elogió Mahree.
—Gracias, amiga Mahree. Estaba nervioso, y el aseo tranquiliza.
Al oír el leve roce de escamas sobre la pulida superficie del suelo, se volvieron y vieron llegar a Shirazz, a la que saludaron al modo mizarita. La Enlace de la Confederación correspondió al saludo.
—¿Nos vamos? —preguntó moviendo la mitad de sus tentáculos.
Cruzaron la pasarela y entraron en un ascensor que los condujo a zonas de la gigantesca estación situadas a mayor profundidad que las visitadas hasta entonces. Cuando llegaron al núcleo del inmenso giroscopio, Shirazz dijo:
—La cámara del Consejo está encima de nosotros. —Con una señal, abrió la puerta de una habitación circular y vacía e hizo ondear los tentáculos para invitarles a entrar—. Nosotros nos situaremos en la zona central, en la que estarán, además, las consejeras simius, la que vosotros denominaríais Secretaria General, una dirniana llamada Fys. Para dirigiros a ella podéis decir: «Muy Estimada Fys». También estará presente el Estimado Ssoriszs, Primer Mediador de la Confederación. Alrededor de nosotros se sentarán los consejeros de los otros mundos.
—¿Ese Ssoriszs… es mizarita? —preguntó Rob.
—Sí —respondió Shirazz—. Él preside la reunión y emite juicio cuando es necesario.
—¿La Primera Consejera Ahkk’eerrr estará con nosotros en el centro? —preguntó Dhurrrkk con aprensión.
—Sí, con toda la delegación simiu. Tú puedes elegir entre unirte a ellos o permanecer con los humanos.
Dhurrrkk alzó la mirada hacia Rob y Mahree.
—Estaré con mis amigos —decidió sin vacilar.
—Muy bien —aprobó Shirazz—. Cada uno de vosotros tendrá ocasión de hablar. Si los humanos preferís utilizar vuestra lengua, el programa de traducción está preparado.
—¿Y qué pasará cuando los consejeros hayan escuchado nuestra declaración? —preguntó Rob en esmerado simiu.
—Decidirán si el pueblo de Dhurrrkk es admitido como miembro de pleno derecho y se le concede el privilegio de estar representado en la Confederación por un mayor número de delegados. —Shirazz inclinó ligeramente la cabeza hacia Rob y Mahree—. Después de oír vuestro testimonio, se os dará la bienvenida oficial como nueva especie inteligente. Muchos de los consejeros tal vez deseen expresar su felicitación y formular preguntas. Podéis responder de manera extensa o breve, como deseéis, no hay limitaciones. Los consejeros saben que no estáis aquí como representantes oficiales de vuestro mundo sino como huéspedes nuestros. Cuando se levante la sesión, habrá una recepción, una reunión social —prosiguió Shirazz—. Asistirán a ella todos los consejeros que toleren vuestro mismo entorno. Quizás os pregunten si vuestro pueblo estaría interesado en unirse a la Confederación.
—Hay evidentes ventajas —comentó Rob.
—Tanto para nuestros pueblos como para el vuestro. ¿Preparados?
Mahree se acercó a Rob y él le tomó la mano. Entonces ella tendió la otra mano a Dhurrrkk, que se sentó y le oprimió los dedos con los suyos. Mahree sintió el roce sedoso del pelo alazán del dorso de aquella mano ancha, de palma dura.
—Preparados.
El suelo tembló y se elevó lentamente mientras el techo se abría en estratos irisados.
Subían hacia una gran sala abovedada que era el espacio cerrado más grande que Mahree había visto en su vida. La cúspide de la enorme cúpula semiesférica era trasparente y revelaba una profusión de estrellas y parte de la estación shassiszss del exterior. La vista era fabulosa.
Las curvas paredes eran opacas. Había asientos. Pero en ninguno de ellos hubieran hallado buen acomodo los humanos. También había cabinas envueltas en una nube fosforescente, que indicaba la presencia de condiciones atmosféricas distintas y que ocultaban lo que había en su interior.
Los shadqui y los chhh-kk-tu estaban visibles, al igual que varios seres alados cuyo aspecto recordaba un poco el de ciertos insectos; en concreto a las abejas terrestres que Mahree había visto en grabados. Aunque, por supuesto, eran mucho mayores, casi del tamaño de su brazo. Otra sección estaba llena de alienígenas altos que parecían relucientes manojos de brócoli verde oscuro con reflejos púrpura, lo cual reforzaba la impresión de que eran enormes hortalizas ambulantes.
—«Día de los trífidos» —murmuró Rob cuando ella le indicó con disimulo las criaturas brócoli—. ¿Imaginas que sean realmente plantas?
—Son los vardi —informó Dhurrrkk en voz baja—, una raza que tiene rasgos tanto de planta como de animal. Absorben nutrientes de ciertas especies de algas y producen clorofila por fotosíntesis. Se comunican por medio de olores. Los «ramilletes» que tienen en la cabeza son órganos olfativos y emisores de odoríferos.
—El doctor Manta es un hongo —recordó Mahree a Rob en un susurro—. O sea, un ser más extraño todavía que las plantas inteligentes.
Cuando la plataforma apareció con sus ocupantes ante los seres que aguardaban en la sala, Mahree vio que todos los extraterrestres que poseían órganos ópticos observaban con gran avidez a Rob y a ella. Descubrió una criatura que le recordó un video de Caperucita Roja. El ser la contemplaba con ardientes ojos amarillos incrustados en una cabeza de pelo plateado. Su hocico era puntiagudo, al igual que sus muchos dientes.
Una vez que la plataforma llegó al nivel de la sala, Rob miró a Mahree, a Dhurrrkk y luego otra vez a Mahree, y asomó a sus labios aquella sonrisa amplia y audaz que ella encontraba irresistible.
—¡Casi no puedo creer que de verdad estoy aquí! —exclamó paseando la mirada por todas las criaturas allí congregadas—. Tendrían que estar tocando una pieza de John Williams como música de fondo.
Mahree le dirigió una mirada cariñosa y exasperada a la vez.
—¿John qué?
Mahree vio que la plataforma elevadora ocupaba una quinta parte de la zona central de la sala. No había mesas ni sillas; sólo otomanas simius, un banco y un podio detrás del que estaba enroscado un mizarita. Probablemente, el Estimado Mediador Ssoriszs.
Ssoriszs poseía un brillante colorido. Sobre sus escamas de irisado verde pálido, se dibujaban rombos esmeralda y ámbar. Sus ojos eran dorados. Al advertir que Mahree le miraba, el curioso ser se inclinó con un gracioso movimiento. Mahree dio un leve codazo a Rob, quien hacía esfuerzos por no mirar descaradamente al caniforme de los dientes afilados; y oprimió la mano de Dhurrrkk. Los tres viajeros hicieron una reverencia al mizarita.
Otro alienígena se acercó entonces al Mediador. Mahree decidió que debía de ser la Secretaria General. Fys, la dirniana, era un bípedo alto, con dos brazos y una piel seca, reluciente y color castaño oscuro. Era la primera criatura alienígena que veían los humanos que usaba prendas de vestir. Llevaba una túnica verde corta, sin mangas, ceñida a una cintura increíblemente delgada. Por debajo, asomaban dos piernas como palillos. Sus pies, de larguísimos dedos, estaban calzados con sandalias del mismo color. Lucía collar, pulseras y pendientes del iridiscente material segregado por los rigelianos.
Si el cuerpo de la dirniana tenía reminiscencias humanoides, todo el parecido terminaba ahí, porque la cabeza estaba cubierta de tirabuzones de finísimo alambre y las protuberancias de la frente y la nuca hacían que quedara aplastada por la parte superior. Sus ojos, enormes y encarnados, se hallaban medio cubiertos por trémulas membranas y, en lugar de nariz, tenía una hendidura con dos pequeñas ranuras que Mahree supuso serían las fosas nasales. La boca de Fys era pequeña, redonda y húmeda. Mahree, que observaba a la dirniana con disimulo, vio asomar una lengua tubular, rosa pálido.
«Recuerda la lección que te enseñó el Maestro rigeliano», pensó.
Fys era medio metro más alta que los humanos.
—¿Cómo estás, Muy Estimada Fys? —preguntó Mahree en lengua mizarí tendiéndole la mano—. Es un placer y un honor.
La dirniana titubeó un momento antes de contestar:
—Yo estoy muy bien, Mahree Burroughs —dijo en un inglés que se entendía muy bien, aunque tenía fuerte acento, y extendió la mano.
Mahree, sorprendida y emocionada, le estrechó con delicadeza los finos dedos.
La Secretaria General agregó entonces en mizarí:
—Gracias por asistir a nuestra reunión. Estamos ansiosos de oír vuestro relato.
Dhurrrkk, que se encontraba al lado de Mahree, hizo el ademán de saludo simiu, y Fys le saludó a su vez en simiu, lengua que hablaba también, aunque con marcado acento.
—Muy estimada —dijo Dhurrrkk.
La dirniana volvió a vacilar al volverse hacia Rob. Pero éste ya tenía la mano extendida.
—Es un placer y un honor conocerte, Muy Estimada Fys —dijo en mizarí, inclinándose sobre su mano.
—¿Cómo estás, doctor Robert Gable? —dijo Fys en inglés, con esmerada pronunciación.
—Muy bien, muchas gracias —respondió él sonriendo.
La dirniana dio media vuelta y los humanos y Dhurrrkk retrocedieron. Ssoriszs les hizo una reverencia a ellos; otra a la Secretaria General y otra, muy ceremoniosa, a la asamblea.
—Empezamos —dijo formalmente en mizari.
Rob, Mahree y Dhurrrkk se acercaron al banco que les indicó Shirazz. Al parecer, había sido construido especialmente para los humanos. Dhurrrkk se sentó en el suelo, a un lado del banco, y Shirazz se enroscó al otro lado.
Mahree sacó su terminal de ordenador para grabar el proceso, mientras que Rob reservaba el suyo para la traducción; ya que, según les había indicado Shirazz, la lengua oficial de la Confederación era el mizari.
Mientras esperaba a que comenzasen sus declaraciones, Mahree miró en derredor. En el grupo simiu, instalado en sus otomanas acolchadas, se adivinaba la tensión. La hembra de más edad debía de ser Ahkk’eerrr, la Primera Consejera. Había otras tres hembras y un macho, que representaban a los mundos simius.
A poca distancia de ellos, una complicada percha en forma de trapecio sostenía al único shadqui presente. Mahree se preguntó qué estaría haciendo allí el simbionte. Pero, en aquel momento, empezaba a hablar Ssoriszs y se olvidó de él.
—Amigos, nos hemos reunido para conocer a dos individuos de una especie hasta ahora ignorada, ocasión siempre grata para nuestra Confederación. Permitid que os presente a los humanos Mahree Burroughs… y doctor Robert Gable.
Cuando su nombre fue pronunciado, la joven se levantó y saludó al modo mizari. Y lo mismo hizo Rob.
Los murmullos recorrían la sala.
—Hoy nos hemos congregado en sesión especial para oír las palabras de estos humanos y del joven honorable Dhurrrkk. —El amigo de Mahree saludó a su vez—. La Consejera simiu ha declarado que la venida aquí de los tres fue un acto injustificado y gratuito, ya que la intervención de la Confederación no era necesaria ni deseada ni por su mundo ni por las autoridades humanas. Los simius mantienen que su Primer Contacto con los humanos ha sido por completo satisfactorio y, por lo tanto, les da derecho a plena integración y representación en la Confederación.
La fina lengua de Ssoriszs ondeó un instante en el aire. El Mediador prosiguió:
—Puesto que el acceso a la plena integración está supeditado al establecimiento de un Primer Contacto satisfactorio con un pueblo desconocido, es indispensable averiguar la verdad. Por lo tanto, pedimos a nuestros visitantes que presten declaración.
El mizarita miró a Dhurrrkk.
—Honorable Dhurrrkk, en tu calidad de miembro de una especie afiliada a la Confederación, ¿querrás hablar en primer lugar?
Dhurrrkk irguió el cuerpo.
—Con el debido honor y respeto, Estimado Ssoriszs, renuncio.
El mizarita se quedó inmóvil, actitud por la cual, según había advertido Mahree, su especie manifestaba la sorpresa o el pesar. En el silencio se oyó el gruñido inarticulado de la consejera Ahkk’eerrr.
—¿Podemos saber la razón, honorable Dhurrrkk? —preguntó la Secretaria General.
Dhurrrkk asintió.
—Yo tengo compromiso de honor con Mahree Burroughs. Juntos afrontamos el peligro, juntos hemos conocido la amenaza de una muerte inminente y el aliento de la nueva vida. Su honor es mi honor. Ambos compartimos muchos secretos. Por tanto, la invito ahora a hablar por los dos. Tengo confianza en su buen juicio. La libero, pues, de todos los compromisos de silencio que haya contraído conmigo, para que pueda hablar con toda libertad y exponer los hechos.
Mahree miraba a su amigo con espanto.
—Dhurrrkk —susurró—, tienes que defenderte. ¡Es tu única oportunidad!
Él movió la cabeza con gesto sereno.
—Tengo derecho a pedir que hables tú por mí. Di la verdad y nos honrarás a ambos.
Ssoriszs se dirigió entonces a Rob.
—Bien, doctor Robert Gable, ¿desea hablar en primer lugar?
Rob se puso en pie y miró al mizarita con firmeza.
—Estimado Ssoriszs —dijo lentamente en mizarí, como si recitara una lección de memoria—, respetuosamente declino.
—¡Rob! —exclamó Mahree.
—¡Calla! —susurró él en inglés—. Es mejor así. No líes las cosas más de lo que están.
El Mediador parecía de nuevo desolado.
—¿Podemos saber la razón, doctor Robert Gable?
—Sí —dijo Rob con aquella pausada entonación—. Prefiero que Mahree Burroughs hable por mí, ya que mi facultad para hablar las lenguas oficiales de la Confederación es inferior a la de ella. En una situación como ésta, la buena comunicación es esencial. No se puede, pues, confiar a programas de traducción mecánica, que con toda probabilidad, son defectuosos.
Hizo una reverencia y volvió a sentarse.
Ssoriszs siseó por lo bajo a Fys, con evidente preocupación, y se volvió hacia los humanos.
—Mahree Burroughs, ¿hablarás tú?
Mahree, temblando, se puso en pie.
—¿Me concedéis un momento, Estimados?
—Desde luego —accedió el Mediador—. Puedes empezar cuando lo desees.
A pesar del temblor que tenía, Mahree consiguió doblar las rodillas y sentarse en el banco. Miró a Rob, que apretaba los dientes con gesto decidido.
—¿Por qué? —le preguntó.
Tenía la boca tan seca que apenas podía hablar.
—Ya sabes por qué —dijo él secamente en voz baja—. ¿Crees que me gusta hacer mutis en la escena más importante de la Historia de la Humanidad? ¡Una mierda! Pero es mejor prescindir de los programas de traducción. Recuerda el «conocimiento púbico» de la otra noche. ¡No podemos exponernos a malas interpretaciones!
—Pero yo no puedo… —empezó ella.
«Es una responsabilidad muy grande. ¡Es demasiado!»
—¡Tú puedes! —susurró él con vehemencia—. ¡Anda! ¡Adelante!
Entre todas las protestas y objeciones que bullían en su cabeza, a Mahree sólo se le ocurrió decir:
—Pero si tú… ¿Desde cuándo hablas tú mizari?
—Respira hondo —le ordenó él tomándole las manos—. Relájate. Lo harás muy bien. ¿Qué crees que Shirazz y yo hemos estado haciendo toda la mañana? Le expliqué que había decidido que fueras tú nuestro portavoz, y a ella le pareció acertadísimo. Hasta Raoul lo cree así. ¿No recuerdas ya lo que me aconsejó? De manera que le expuse lo que quería decir, ella me lo tradujo y yo lo memoricé.
Mientras hablaba, le apretaba las manos y la observaba con suma atención. Mahree trataba de respirar de forma acompasada y, aunque aún estaba estremecida, empezaba a calmarse.
—¿Estás seguro? —insistió—. ¿Y si lo lío todo?
—Estoy segurísimo de que vas a hacerlo estupendamente —le dijo, mirándola a los ojos.
Mahree se puso en pie.
—Muy Estimada Fys, Estimado Ssoriszs, Estimada Shirazz… Honorable Ahkk’eerrr y acompañantes. Honorable Amigo Dhurrrkk, estimado compañero, doctor Robert Gable… y miembros de esta admirada e ilustre Confederación. —Les hablaba mizari y le parecía que su voz procedía de un lugar situado a años luz—. Os estoy muy agradecida por invitarme a hablar.
Mahree advirtió la reacción de la Primera Consejera Ahkk’eerrr al oírla expresarse en la lengua oficial de la Confederación. Su rojiza cresta cayó bruscamente y se aplastó por completo. «¿Sorprendida? ¡Pues aguanta, por lo que quisiste hacer a Dhurrrkk!», pensó con una sensación de triunfo.
Mahree había aprendido de memoria un discurso Pero la mayor parte del texto preparado no servía, ya que ahora tenía que hacer el relato completo de los hechos desde el punto de vista de una parte y de otra.
«¿Qué digo?», se preguntaba de forma angustiosa.
De pronto, recordó algo que le había aconsejado su madre años atrás. Cuando ella estaba en tercer grado: «La sinceridad es la mejor arma, Mahree. Porque no sólo es lo moralmente correcto sino también lo más seguro. De una mentira puedes olvidarte; pero siempre sabes cuál es la verdad».
«Está bien, mamá. Allá voy». Inspiró hondo.
—Yo soy muy joven, hija de una constructora y de un médico. Hacía un viaje por el espacio, camino de un lugar en el que continuar mi educación, cuando nuestra nave captó unas señales de radio. —Expuso lo ocurrido tal y como ella lo había presenciado, sin disculpar ni a su propio pueblo ni al simiu. Los equívocos y las reticencias, la locura de Simón y la herida de Khrekk. Le tembló la voz al describir la muerte de Jerry y el trágico suicidio de Khrekk, debido a la negativa de Raoul de autorizar a su pueblo a salir a la Arena. Explicó su pánico cuando oyó a la asustada tripulación planear la huida a toda costa… Habló con orgullo de la decisión de Dhurrrkk de pedir la ayuda de la Confederación, sin importarle ser castigado por ayudar a los humanos y, finalmente, hizo un resumen del viaje y de sus peripecias.
Calló dos cosas: que había amenazado a Rob con la pistola y que el doctor Manta era un ser inteligente. Pero, mientras se refería estrictamente a la propiedad del hongo para producir oxígeno, en su cabeza empezaba a cristalizar un plan relacionado con el averniano.
A medida que hablaba, Mahree iba dejando de sentirse cohibida, y su voz adquiría el vigor de la convicción.
—Mi pueblo sólo desea ventura y honor para los simius que con tanta hospitalidad nos acogieron. Lamentamos las malas interpretaciones surgidas y no deseamos que nuestro viaje hasta aquí sea un obstáculo para su plena integración en la Confederación. —Tomó aire—. Nuestro proceder fue impulsivo lo reconozco. Es posible que Dhurrrkk y yo hiciéramos mal en no acudir a nuestros superiores. Pero éramos dos seres jóvenes enfrentados a una situación que podía tener trágicas consecuencias, y que había que evitar a toda costa. Por eso decidimos actuar. Para mí la decisión era fácil, ya que mi pueblo era el que más podía perder con la inactividad. Mi amigo, el honorable Dhurrrkk, empero, demostró no sólo nobleza de espíritu y valentía, sino también auténtico fervor por la paz interestelar. Él hubiera podido revelar a su pueblo lo que yo le había dicho… Sin embargo, prefirió ser fiel a su honor personal y a nuestra amistad. Confío en que no sea castigado por ayudar a mi pueblo —dijo mirando fijamente a la consejera Ahkk’eerrr.
Hizo una pausa para humedecerse los labios.
—El objetivo simiu —continuó— de conseguir la plena integración en la Confederación me parece natural, y espero que los humanos se lo fijen también. Yo no estoy oficialmente autorizada para hablar en nombre de los jefes de nuestros mundos. No obstante, creo que la Tierra y sus colonias estarán muy interesadas en pertenecer a la Confederación. Vuestra organización me parece la plasmación de los mejores y más nobles afanes humanos y, si mis palabras han contribuido en alguna medida a acercar el día en que la Tierra se una a vosotros, mi vida habrá adquirido pleno significado. —Hizo una pausa y agregó—: Muchas gracias por vuestra atención.
Mahree se sentó.
Otro murmullo, éste más fuerte, recorrió el vasto auditorio. Mahree cerró los ojos y luego miró a Rob con expresión de muda interrogación.
—Has estado magnífica —susurró él con voz apagada, sonriendo con la boca torcida.
Mahree oyó un sonido emitido por la dirniana. Se volvió hacia la Secretaria General y, a una señal de Shirazz, se puso en pie de nuevo.
—Te damos las gracias, Estimada Mahree Burroughs —dijo la dirniana—. No será fácil olvidar tu relato. —Lanzó una rápida mirada a la representante simiu—. Entre otras cosas, porque lo que nos has dicho es verdad.
Ahkk’eerrr se mantuvo inmóvil pero pareció estremecerse por dentro.
La Secretaria General señaló al shadqui, del que Mahree se había olvidado y que seguía colgado de su percha, callado y quieto.
—Tú no lo sabías, pero nuestro estimado Buscador-de-la-Verdad, ha leído tus sentimientos, para medir la veracidad de tus palabras.
«¡El shadqui es un detector de mentiras viviente!» Mahree lanzó una rápida mirada a Rob como diciendo: «Ésta sí que es buena». Se preguntaba si Dhurrrkk conocería la función del shadqui y se volvió hacia él con expresión interrogativa. Su amigo, adivinando su pensamiento, asintió con orgullo.
—Ahkk’eerrr rehusó la prueba —susurró—. Esta actitud es frecuente en mi pueblo, dada nuestra reconocida honorabilidad. Por ello, tu testimonio la deja en mal lugar.
«Dhurrrkk confía en mí más de lo que merezco», pensó Mahree conmovida. Devolvió la reverencia a la dirniana y se sentó.
Ssoriszs se dirigió entonces a los reunidos:
—Miembros de la asamblea —dijo—. Habéis escuchado el relato de los humanos. En nuestra sesión anterior, pudisteis escuchar también el testimonio de la Primera Consejera Ahkk’eerrr. ¿Cuál es vuestra decisión? ¿Se otorga a los simius categoría de miembros de pleno derecho, en virtud de la realización de su Primer Contacto? Expresad vuestra decisión ahora.
Durante el tiempo de un latido, se hizo el silencio en la vasta sala. El Mediador bajó la mirada al podio sobre el que estaba colocado.
—La decisión ha sido comunicada —dijo—. En su relación con esta nueva especie, los simius no han observado una conducta que los califique para ser miembros de pleno derecho de la Confederación.
Mahree ahogó una exclamación. En el fondo, nunca creyó que el veredicto fuera adverso a los simius. «Dhurrrkk va a tener graves problemas. ¿Qué le harán ahora? ¿Qué harán a la Désirée?»
La Primera Consejera Ahkk’eerrr irguió el torso. Sólo su formación diplomática le impidió gruñir con todo descaro.
—¡Apelo contra la decisión!
—Lamento que la votación no os haya sido favorable —dijo el Mediador—. Pero la decisión de los miembros de la asamblea es coherente y justa. Ocultaciones, evasivas e intolerancia para con las costumbres ajenas no son buena base sobre la que asentar la confianza y la amistad. Denegada la apelación.
Ahkk’eerrr dirigió a Dhurrrkk una mirada incendiaria y se recostó en su otomana.
La Secretaria General tomó la palabra:
—El contacto con los humanos será continuado mediante una misión conjunta de mizaritas y simius que irá a su mundo Tierra. Nosotros transportaremos a los humanos a Hurrreeah, donde se entablará contacto entre la Confederación y la nave Désirée. El Estimado Ssoriszs encabezará la delegación de nuestros especialistas en primeros contactos.
Rob dio un disimulado codazo a Mahree y susurró:
—Los simius no se atreverán a intentar nada bajo la vigilancia de los mizaritas.
—Sí. Pero esto es un descrédito para los simius. Es posible que su Consejo eche la culpa a Dhurrrkk —apuntó ella con gran tristeza.
—Tienes razón —convino él en tono lúgubre.
Con gesto decidido, Mahree se puso en pie y esperó a que se le concediera la palabra. Cuando Fys la miró, dijo:
—Existe una prueba de la capacidad de los simius para iniciar un buen Primer Contacto de la que no he informado a esta asamblea. Ello se debe a que, en realidad, la información no era mía. Pero, dado que el honorable Dhurrrkk renuncia a hablar, tengo que hacerlo yo por él. Sé que esta asamblea desea actuar con la mayor justicia posible. Pido permiso para presentar ahora esta prueba.
La dirniana miró al Mediador, el cual dijo algo en voz baja. Fys advirtió entonces:
—La decisión de la asamblea no será revocada por lo que respecta al Primer Contacto entre simius y humanos, Estimada Mahree Burroughs.
—Comprendido, Muy Estimada Fys —dijo ella—. Lo que deseo exponer se refiere a un asunto diferente por completo.
—Puedes presentar tu prueba.
Mahree se arrodilló al lado de Dhurrrkk y susurró tres palabras en inglés junto a su pequeña y peluda oreja. Luego, se volvió hacia la Enlace de Visitantes.
—Estimada Shirazz, ¿tendrás la bondad de ayudar al honorable Dhurrrkk? Sin tu ayuda, sería muy difícil aportar la prueba prometida. Pero tú podrás disponer todo lo necesario.
La Enlace, muy sorprendida, asintió.
Shirazz y Dhurrrkk abandonaron el auditorio en la plataforma ascensor.
Pasó el tiempo y la asamblea esperaba, entre murmullos. Mahree se hallaba encogida en el banco. Rob le sostenía la mano. Los minutos transcurrían lentos. Ellos no se miraban.
Por fin, al cabo de media hora, la luz se amortiguó y adquirió un tono rojizo. Los murmullos subieron de tono.
Mahree miró entonces a Rob, y él levantó el pulgar.
Se produjo una ligera vibración en el suelo. Se abrió y reapareció la plataforma.
En ella venían Dhurrrkk y Shirazz. El simiu estaba envuelto en una «capa» fosforescente, de un tono blanco azulado, que se destacaba en la penumbra.
Mahree y Rob se situaron cada uno a un lado de su amigo. Juntos quedaron frente a la Secretaria General:
—Muy Estimada Fys, Estimado Ssoriszs, Consejera Ahkk’eerrr… —dijo Mahree—. Os presento al doctor Manta, el segundo, y plenamente satisfactorio, Primer Contacto simiu. El primer ser que pudo comunicar perfectamente con el doctor Manta fue mi amigo, el honorable Dhurrrkk.
Los bordes del averniano ondeaban sobre la melena de Dhurrrkk; una sensación de calor y leve regocijo llegó a la mente de Mahree con delicadeza.
«Os habéis portado bien, jóvenes amigos —observó la criatura—. Esta reunión contiene en verdad grandes maravillas. Aquí aprenderé muchas cosas».
La «voz» mental del averniano llenó el auditorio cuando la criatura empezó a formular pensamientos en perfecto mizarí.
«Saludos a la Confederación de Sistemas Planetarios. Os los desea este habitante de un planeta al que los humanos han llamado Avernus. Mis tres jóvenes amigos me han dado también la designación personal de doctor Manta. Me siento muy complacido y honrado de saludaros».