XIX
DESAFÍO A MUERTE
Hace dos días que regresamos.
Han sido dos penosos días.
Tenemos que superarlo como sea. Yo deseo que las cosas estén claras, no turbias; ordenadas, no confundidas; enteras, no hechas trizas.
Necesito hallarme en paz conmigo misma, cueste lo que cueste, para poder estar en paz con Rob. Me aterra pensar que esto pueda destruir por completo nuestra relación.
Cuando desperté ayer por la mañana, él se había ido. Y anoche estuvo amable… No frío, pero sí ausente. No sé si me explico. Su cuerpo estaba allí, pero sus sentimientos y su… esencia… permanecía muy lejos. No conseguí ni vislumbrarlos, y no digamos percibirlos.
Estuvo ocupado todo el día, sacando el trabajo atrasado, por lo que tuvo una excelente excusa para acostarse temprano. Yo quería volver a hablar del asunto. Pero no sabía qué decir ni cómo. Me quedé levantada, pensando; aunque sin obtener nada en limpio y, cuando me acosté, él ya dormía y no quise molestarle.
Pero después, mientras yo permanecía mirando al techo y deseando tener el valor de tocarlo, pensando que el palmo de distancia que nos separaba era como un segundo paraláctico de espacio vacío, me di cuenta de pronto de que él también estaba despierto, mirando la oscuridad con los ojos muy abiertos.
No pude hacer nada. Quería hablar; pero no encontraba nada que decir. Tenía ganas de llorar pero no lágrimas. Yo deseaba que todo estuviera como antes, y sabía que no podía ser.
Aunque lo superemos, intuyo que estas situaciones todo lo cambian: las relaciones, las personas. Nada volverá a ser lo que era.
Mahree se sintió desolada al ver a Joan. Su tía estaba sentada en el camarote, con las manos yertas sobre el regazo y los hombros caídos. Tenía un aspecto lastimoso, como una muñeca de trapo a la que se le hubiera salido la mitad del relleno.
Su pelo rojizo estaba veteado de gris y, al ver las arrugas de su cara, Mahree sintió ganas de llorar. La mujer parecía haber envejecido décadas desde la marcha de su sobrina.
Cuando Mahree entró en el pequeño camarote individual encontró a Joan tendida en la cama, mirando al techo. Giró el rostro para ver quién entraba y en seguida desvió la mirada. Mahree titubeó; pero, en vista de que su tía no le decía que se fuera, se sentó en la única silla del camarote y esperó en silencio.
Al fin Joan se incorporó y examinó la cara de su sobrina. Al cabo de un rato, habló con suavidad:
—Me dijeron que habías vuelto. Hola, Mahree.
—Hola, tía Joan.
No le preguntó cómo estaba, porque no hacía falta.
—Yoki me contó dónde habéis estado —dijo la primer oficial—. ¿Qué pasó ahí fuera, cariño?
Mahree le hizo un relato completo de lo sucedido, sin omitir que había apuntado a Rob con una pistola. Quería que Joan supiera que no era ella la única persona que, en un momento de crisis, se había visto impulsada a actuar con desesperación.
Cuando Mahree acabó de hablar, su tía guardó silencio durante varios minutos y luego dijo:
—¿Y esas criaturas serpiente, los mizaritas, os trajeron?
—Sí, en el Viento del Alba.
—Yo, Mahree, cometí un solemne disparate. Perdí la cabeza y estuve a punto de arruinar el Primer Contacto. Lo que arruiné por completo fue mi matrimonio. Quería obligar a Raoul a hacer algo que hubiera sido desastroso… Fue casi un motín.
—El tío Raoul me lo dijo. Aunque no creo que piense acusarte de insubordinación —la tranquilizó Mahree.
Era lo único que se le ocurrió para consolarla.
—Eso dijo el doctor Gable esta mañana cuando vino a verme —murmuró Joan.
—¿Sí?
Cuando Mahree despertó Rob ya se había marchado. No le había visto en todo el día. Aunque trató de mantener la voz firme y mostrar un tono indiferente, algo debió delatar su cara. Joan entornó los ojos.
—Vosotros dos estuvisteis mucho tiempo por ahí solos —comentó con dulzura.
—Sí, mucho tiempo —asintió Mahree.
Joan asintió con la cabeza, como si acabara de ver confirmada una suposición.
—Has crecido —comentó con una débil sonrisa.
Su sobrina sonrió también.
—A la fuerza. Tengo ganas de recorrer el resto del camino.
La sonrisa de Joan se acentuó pero en sus ojos había una tristeza que apenó a Mahree.
—No hay «resto del camino», cariño. Te pasas la vida intentando llegar, hasta que un día te das cuenta de que ya es tarde.
Se miró las manos, unas manos fuertes, capaces, achatadas, con las venas bien marcadas… Manos trabajadoras. No eran bonitas; pero sí útiles.
—Raoul… —empezó a decir y se interrumpió—. Desde aquel día no me habla más que para comunicarme cosas de la nave. Yo traté de decirle que lo lamentaba…
—Lo sé —dijo Mahree recordando la charla que mantuvo con el capitán el día del regreso—. Y sé también que esta situación le hace sentirse desgraciado; pero aún es pronto… —Vaciló y se lanzó—: Él te quiere, tía Joan.
—Ya lo sé. Y yo a él… Pase lo que pase, una parte de mí siempre lo querrá. —Miró a su sobrina con amargura—. Pero esto no tiene arreglo, Mahree. Hay casos en los que no basta el amor.
—Acabo de descubrirlo —confesó la muchacha con la garganta tensa—. Tía Joan, cuando él venga a verte, no te quedes ahí sentada, por favor. Habla con él. Tiene que haber comunicación entre vosotros dos para que podáis tratar de comprender y aceptar lo ocurrido. Esta situación no puede continuar.
—Hablar con él —repitió Joan en voz baja—. Eso se dice con facilidad —agregó, mostrando vestigios de su antigua aspereza; aspiró hondo y sonrió a su sobrina con orgullo—. Aún no puedo creer que tú hables con esos alienígenas. Dime algo en mizarí.
Mahree obedeció. Pronunció una frase.
—¿Qué quiere decir?
—«Aférrate a tu valor con todos tus apéndices prensiles, porque no hay noche sin amanecer, mi querida pariente».
De pronto, las lágrimas brillaron en los ojos de Joan. Mahree le oprimió una mano. Joan cubrió la de la muchacha con la suya libre y las dos mujeres guardaron silencio.
Hasta que, por fin, Joan dijo:
—Vale más que te marches. ¿No dices que vais a visitar la Estación Tres?
Mahree asintió.
—Dhurrrkk y Rhrrrkkeet nos han invitado a Rob, al tío Raoul, al estimado Ssoriszs y a mí a visitar la estación. Tengo ganas de que el tío Raoul conozca a los mizaritas. ¡Son tan amables!
—Pues vete ya —le aconsejó Joan y Mahree se levantó—. No sea que llegues tarde. ¿Querrás…? —Vaciló—. ¿Querrás saludar de mi parte al tío Raoul?
—Pues claro —respondió Mahree sintiendo un nudo en la garganta—. Y volveré a verte, si no te importa.
—No me importa. Así podrás relatarme la visita. Que te diviertas, Mahree.
Mahree miraba a Dhurrrkk con incredulidad.
—¿Dices que todo el Consejo ha venido a la estación sólo para conocer al doctor Manta?
Su amigo asintió. Estaban en el túnel de comunicación, junto a la compuerta de la cámara de descompresión de la Désirée, esperando a los demás para iniciar la visita de la Estación Tres.
—Había varias consejeras, entre las de más edad, que nunca habían salido del planeta. Amiga Mahree. ¡Tenías que haberlas visto haciendo el ademán de saludo en la atmósfera de menor gravedad que requiere el averniano! Una de ellas perdió el equilibrio y se cayó.
Ella sonrió al imaginar la escena.
—¿Y cómo se te dio eso de hacer de «intérprete» del doctor Manta?
Dhurrrkk la miró de soslayo.
—Estoy seguro de que Manta recibía sus pensamientos sin mi ayuda. Ahora bien, todavía le cuesta proyectar los suyos a una mente desconocida. En la asamblea de Shassiszss tuvo que hacer un tremendo esfuerzo para dirigirse a todos los reunidos.
—¿Ha dicho el doctor Manta cuánto tiempo desea quedarse aquí? —preguntó ella—. Por la lentitud con que crecen ellos y sus plantas, podría quedarse bastante tiempo, y para él no representaría nada. Rob me dijo que se lo llevaste a la enfermería para que tomara un buen «baño» de rayos X.
—Semejante concentración de rayos X podría matar tanto a tu pueblo como al mío. Pero nuestro amigo lo encontró tan refrescante como un buen acicalado.
—¡Todas las comodidades del hogar! —comentó Mahree riendo entre dientes.
—Me alegra ver que no has perdido del todo tu sonrisa —manifestó el simiu moviendo la cabeza de arriba abajo—. Antes, cuando nos encontramos, me pareció hallarte distinta. Pareces haber perdido tu alegría. Y lo mismo advertí ayer en el amigo Rob. ¿Ha ocurrido algo entre vosotros?
—Es difícil de explicar, Dhurrrkk —suspiró ella—. Tuvimos… una desavenencia. Podríamos llamarle una pelea.
—¿Te pegó? —preguntó Dhurrrkk con indignación—. Es mi amigo; pero por mi honor no puedo permitir…
—¡Oh, no, no! —se apresuró ella a interrumpirle—. Fue una pelea de palabras nada más, ¡créeme! Y la culpa fue tanto mía como de Rob. Pensamos de modo distinto acerca de algo que es muy importante para él.
—¿Qué es?
—Resulta difícil de explicar… ¿Tú sabes que mi gente se empareja de forma permanente?
—Sí. Tanto para vivir en compañía como para educar a los hijos, ¿no?
—Eso es. Bien, Rob quiere que yo sea su esposa, que él y yo seamos pareja siempre.
—¿Y tú no quieres?
Ella hizo un ademán de resignación.
—No es eso. Yo creo que un día desearé ser su esposa; pero no ahora mismo. Soy muy joven para casarme, para tomar un compañero definitivo.
Los ojos color violeta de Dhurrrkk tenían una mirada de entendimiento.
—Comprendo. Tú eres muy joven, lo mismo que yo. Es natural que aún no hayas concebido. Estas cosas no deben precipitarse, amiga Mahree. Tienes que dar tiempo a que tu cuerpo madure.
Mahree miró al techo.
—Hum… sí. No me refería a eso; aunque para el caso es igual. Y el amigo Rob está triste por lo que él considera un rechazo.
—Tendrás que explicárselo —razonó Dhurrrkk—. Él es bueno y al final entenderá.
—Así lo espero —concluyó ella con un suspiro—. Si no, yo…
Se interrumpió al advertir que se abría la cámara de descompresión simiu y salían al túnel Rhrrrkkeet y el Mediador de la Confederación.
Estaban todavía intercambiando saludos cuando se abrió la compuerta de la Désirée y Raoul Lamont y Robert Gable se unieron a ellos.
Mahree presentó a su tío al Estimado Ssoriszs y se sintió muy orgullosa por lo bien que el capitán hizo la reverencia y dijo en lengua mizarí, «es un placer y un honor conocerlo».
Raoul llevaba su traductor electrónico, y el grupo acordó hablar en simiu para que Lamont y Rhrrrkkeet pudieran seguir la conversación. Mientras el capitán terrestre y el representante de la Confederación intercambiaban bromas con Rhrrrkkeet, Mahree lanzó una cauta mirada a Rob y se encontró con que él la estaba contemplando. Cuando sus ojos se encontraron, él desvió la mirada.
Ella suspiró; y sintió deseos de escabullirse de la visita. Representaba una tortura estar cerca de Rob en aquellas circunstancias. Sintió una mano consoladora en la suya y, al bajar la cabeza, vio que Dhurrrkk la miraba afectuoso. Se sintió invadida por una oleada de ternura hacia el simiu. «Es el mejor amigo que nadie ha tenido jamás», pensó conmovida.
Tras unos minutos de conversación, el grupo inició la visita. Mahree caminaba al lado de Dhurrrkk, escuchando las explicaciones de Rhrrrkkeet.
La Estación Tres era aún mayor que la Estación Uno, y tenía la misma forma de «ábaco». El grupo observó diversas muestras del comercio interestelar que se canalizaba a través de la estación. Se cruzaron con varios chhh-kk-tu, de una nave que transportaba mineral, y con uno de los vardis del Viento del Alba. Los saludó por medio del traductor electrónico, al mismo tiempo que el corredor se llenaba de olor a flores de invernadero, tocino frito y playa con marea baja.
Vieron en puerto naves mizaríes, naves chhh-kk-tu y una perteneciente a los insectoides que Rob y Mahree llamaban «apis». Más de una vez, se detuvieron frente a enormes portillas y lanzaron exclamaciones de admiración ante las diversas formas de las naves mercantes espaciales.
Mahree observó que Raoul y Ssoriszs hacían muy buenas migas. Ella seguía su conversación, por si necesitaban traducción. Pero se las arreglaban muy bien ellos solos. Ssoriszs hablaba el simiu con bastante soltura y, mientras Mahree y Rob estuvieron ausentes, Paul Monteleón y Ray Drummond habían ampliado y perfeccionado el programa de traducción.
En un momento dado, Mahree se encontró andando al lado de Rob y tuvo que reprimir el impulso de cogerle la mano. Él se mostraba lo mismo que durante los dos últimos días: cortés, incluso amistoso, pero impersonal. Y seguía sin mirarla a los ojos.
«Esta noche —pensó Mahree con desolación y firmeza—. Si no conseguimos aclarar las cosas esta noche, me voy de su lado. No puedo más».
—¿Dónde está la Rocinante, Dhurrrkk? —preguntó Rob—. Me gustaría hacerle una visita.
—A mí también me gustaría ver esa nave —dijo Raoul—. Después de todas las aventuras que habéis corrido con ella, es ya famosa.
—¿Rocinante? —preguntó Rhrrrkkeet—. ¿Qué es eso?
—Tu nave, honorable Rhrrrkkeet —respondió Dhurrrkk mirándola de soslayo—. La que nosotros… tomamos prestada.
—Le están dando un repaso —dijo la ex Primera Embajadora con un leve guiño.
—La Rocinante está… —Dhurrrkk se interrumpió—. Está dentro, en ese lugar al que se lleva una nave para que los obreros puedan trabajar sin el traje espacial… ¿cómo se llama?
—¿Dique seco? —apuntó Mahree.
—Sí, dique seco —aprobó Dhurrrkk—. Muelle veintinueve. Se halla cerca de aquí.
El grupo siguió al simiu por varios corredores hasta llegar a una zona situada en el «marco» exterior del ábaco. La espaciosa zona estaba presurizada y dotada de grandes plataformas móviles elevadas y de pasarelas, para mayor comodidad de los operarios. Podía despresurizarse cada vez que se introducía una nave para su repaso o reparación. Se entraba por una cámara de descompresión, lo mismo que a los túneles de unión.
Después de accionar el cierre, los visitantes pasaron al muelle.
La pequeña Rocinante, con su forma de pez martillo, estaba vacía, ya que había acabado el turno de trabajo y tenía los compartimientos de los motores abiertos. Una celosía que recordaba una enorme telaraña, y que era la versión simiu de una escalera, ascendía por un costado hasta una pequeña plataforma elevada situada en la parte superior del casco, a fin de que los operarios pudieran llegar con facilidad a todos los puntos de la nave.
—Ahí está —dijo Rob—. Parece mentira que siendo tan pequeña pueda viajar más aprisa que la luz.
—Pobrecita —exclamó Mahree—. Parece un cetáceo varado en la playa —dijo Mahree—. Fuera de su elemento.
—El Consejo ya me ha preguntado si estaría dispuesta a ceder mis derechos de propiedad —les informó Rhrrrkkeet—. Les gustaría exhibir la nave en la que el honorable Dhurrrkk, la honorable Mahree Burroughs y el honorable sanador Gable entablaron contacto con los avernianos.
—Todo el honor es de ellos, honorable Rhrrrkkeet —dijo Rob haciendo una mueca y buscando con mucho cuidado las palabras en simiu—. Si hubiera tenido que ser yo quien descubriera que los mantas eran seres inteligentes, seguiríamos teniéndolos por colonias de hongos.
—No estés tan seguro, Robert —le corrigió Ssoriszs—. Por lo que me ha contado la estimada Mahree, tú…
—¡Enfréntate a la muerte como una persona civilizada, humano, si quieres demostrar tu honor! —gruñó una voz en simiu detrás de ellos, seguida del suave chasquido de la compuerta de la cámara de descompresión al cerrarse.
Se oyó un siseo y se percibió un olor a ozono procedente de un cortocircuito.
Mahree dio media vuelta y vio frente a sí a dos simius, un macho enorme y lleno de cicatrices y una hembra de menor tamaño y de mediana edad. Contempló atónita cómo se acercaban despacio, cruzando el muelle del dique seco.
—¿Quién…? ¿Qué…? —jadeó.
—¡Es Kk’arrrsht! —murmuró Dhurrrkk, horrorizado—. ¡Y el que viene con ella es Hekkk’eesh!
¡La tía de Khrekk! Mahree reconoció los nombres. ¡Y el famoso luchador que mutiló de forma tan horrible al maestro de Dhurrrkk!
—¿Qué hacéis aquí? —preguntó Rhrrrkkeet—. ¡Debéis marcharos inmediatamente!
La exconsejera no le hizo el menor caso.
—¡Raoullamont! —su pronunciación hacía casi irreconocible el nombre—. ¡Yo te desafío en nombre de mi clan y de mi estirpe, para que podamos recuperar nuestro honor! ¡Prepárate a combatir con el honorable Hekkk’eesh, depositario de nuestro honor!
—¡Kk’arrrsht! —La voz de Rhrrrkkeet taladró el silencio como un láser, y la antigua Primera Embajadora salió al encuentro de la otra hembra simiu—. Estás provocando una grave crisis diplomática. ¡Fuera de aquí ahora mismo! ¡Tus actos son contrarios a todo honor y toda ley! ¡Márchate! ¡En este preciso momento! ¡O llamo al personal de seguridad!
—He bloqueado las puertas y el intercomunicador —respondió la pariente de Khrekk, señalando la compuerta de la cámara de descompresión—. No malgastes el tiempo tratando de escapar o de pedir ayuda. Nadie saldrá de este lugar hasta que haya terminado nuestro encuentro con los humanos. Aparta, Rhrrrkkeet, porque esto no te atañe. Sólo concierne a los humanos. —Miraba al capitán de la Désirée, del que la separaba el enlace simiu-mizarí—. ¡Ven aquí, Raoullamont, a enfrentarte con el depositario de nuestro honor! O corre para ser perseguido como el cobarde que eres.
—¡No podéis hacer eso! —protestó Rob en simiu situándose entre Lamont y los dos simius, y agregó en inglés, dirigiéndose al capitán—: ¡Raoul, márchate, tiene que haber otra puerta!
—¡Tiene razón, tío Raoul! —le apoyó Mahree—. Dhurrrkk, ¿existe alguna otra salida?
—Lo lamento, amiga Mahree; pero no lo sé.
Mahree, aturdida, parpadeando bajo la brillante iluminación simiu, dio una vuelta en derredor buscando una vía de escape.
—¡Tienes que salir de aquí, tío Raoul! ¡Te matará!
—Qué más quisiera yo que salir corriendo, cherie —contestó su tío apretando los dientes; sudaba, no sólo por efecto de la cálida y húmeda temperatura, sino de miedo—. Pero sólo veo una puerta.
—Honorable Kk’arrrsht —dijo Ssoriszs empleando su tono más persuasivo—, busquemos la forma de reparar tu honor sin recurrir a actos ilícitos. Quizá yo pudiera actuar de intermediario…
—¡Calla, montón de escamas! —cortó Kk’arrrsht—. ¡Tú y los de tu especie debilitáis a mi pueblo haciéndole dudar de los códigos del honor que nos han regido durante siglos! ¡No te interfieras en lo que no te atañe!
Dirigió una seña al luchador y éste, haciendo caso omiso del médico, se acercó muy despacio a Raoul. Los potentes músculos se ondulaban bajo su piel rojiza, y sus ojos violeta brillaban de ansia y ferocidad.
—Yo, depositario del honor del clan… —gruñó el nombre de la familia de Khrekk—, te desafío. Exijo reparación por las ofensas que nos has hecho. Deberás pagar con tu sangre, con tus huesos, con tu vida. ¡Yo te desafío a muerte!
Se irguió sobre los cuartos traseros, y lanzó un rugido mientras las crines se le erizaban formando una flamígera aureola. Enseñó los relucientes colmillos en la ritual actitud de amenaza.
—Ven a luchar, Raoullamont, o sigue escondiéndote detrás de tu subordinado, no importa. Quédate o corre, es igual. Yo soy Hekkk’eesh y tú eres el camino que me llevará a recuperar mi honor y el de mi cliente.
Rob dobló ligeramente las rodillas, adoptando la actitud del boxeador, con los puños alzados, en guardia. Raoul, detrás de él, también apretó los puños, preparando su cuerpo para la acometida del enemigo.
Las ancas moteadas del luchador tremolaron tensándose para el salto con el que el simiu se disponía a lanzarse a la batalla.
—¡No! —gritó Mahree, frenética—. ¡No! ¡Basta!
Y fue a arrojarse sobre Hekkk’eesh.
—¡No!
Una borrosa mancha color de fuego voló ante los ojos de Mahree, la cual sintió un golpe en las pantorrillas que la sentó en el suelo, con un golpe reforzado por la mayor gravedad. El aire le salió silbando de los pulmones.
—¡Yo te desafío!
Dhurrrkk, con gran agilidad, se plantó delante de Hekkk’eesh. Tenía la melena casi tan poblada como la del otro simiu, mayor en edad y envergadura.
—¡En nombre de mi amiga Mahree Burroughs, yo te desafío! Ella y yo estamos unidos por un compromiso de honor, ¡y nadie puede tocarla ni a ella ni a su familia mientras yo viva! —gruñó.
Entonces, abrió la boca y sus colmillos casi rozaron la nariz del atónito luchador.
—Aparta, pequeño —rezongó Hekkk’eesh, extendiendo una mano para empujar al simiu más joven—. Contigo no es la pelea.
—¡Yo digo que sí! En nombre de mi amiga Mahree Burroughs y en nombre de mi maestro K’t’eerrr, a quien mutilaste de manera deshonrosa, yo digo que, antes de tocar a cualquiera de los humanos, tendrás que matarme a mí.
Al oír el nombre de K’t’eerrr, los ojos violeta del luchador se entornaron con enojo. Pero todavía vacilaba. Dhurrrkk señaló la plataforma situada sobre el casco de la Rocinante.
—Si mamaste de tu madre un mínimo de valentía y de honor, te enfrentarás a mí en esa plataforma, para que podamos resolver esto entre nosotros, sin interrupciones. ¡Si aún te queda algo de honor, Hekkk’eesh, y no quieres ser conocido de ahora en adelante como el cobarde Hekkk’eesh, me seguirás!
Sin mirar atrás, Dhurrrkk se dirigió deprisa hacia la escala y se izó ágilmente a la plataforma. Hekkk’eesh, sin atender a los rugidos de protesta de Kk’arrrsht, lo siguió con grandes y furiosas zancadas. Su melena se hallaba erizada de indignación por los insultos proferidos por su retador.
Ayudada por Rob, Mahree se levantó con movimientos vacilantes.
—¡Dios mío! —sollozó aterrada, sin reparar apenas en la mano del médico que le oprimía el brazo para tranquilizarla—. ¡Lo matará! ¡Él no puede pelear con un luchador profesional como Hekkk’eesh!
Todos miraban paralizados a los dos simius que se habían situado frente a frente en lo alto de la plataforma. Los combatientes hicieron el ademán de saludo, ceremonioso como la reverencia de los expertos en artes marciales, e iniciaron los movimientos del ritual, que Mahree conocía bien por los vídeos que había contemplado a bordo de la Rocinante.
—¡Tenemos que impedirlo! —murmuró Rob oprimiéndole el brazo.
«¿Pero cómo? —pensaba Mahree mirando aquellas dos figuras de grandes melenas—. Hekkk’eesh pretende recuperar su honor matando al tío Raoul, y Dhurrrkk está decidido a morir para impedirlo. Sé muy bien que no se retirará por graves que sean sus lesiones. ¡Lo sé! Él seguirá peleando hasta quedar malherido… o muerto».
Mahree se retorcía las manos, pensando con ansiedad, dando vueltas al problema mientras los luchadores empezaban a girar uno alrededor del otro antes de la primera acometida del combate. «Hekkk’eesh ve en esto la posibilidad de recuperar el verdadero honor, él mismo lo dijo… Pero, en realidad, no es más que una artera maniobra de él y de los suyos. Pues esta pelea no les devolverá el honor, y ellos lo saben… Todo el planeta se volverá contra ellos. Sólo buscan venganza…»
Cuando consiguió dominar el terror, y la angustia por Dhurrrkk, que le impedían pensar con claridad, su cabeza se despejó y Mahree volvió a plantearse el problema, tratando de hallar alguna solución.
En busca…
Se volvió hacia Rob y lo agarró del brazo.
—¡Me parece que ya sé cómo detenerlos! —susurró, tensa—. ¡Pero tengo que subir ahí, para que Kk’arrrsht no oiga lo que tengo que decir! No dejes que nadie me impida subir, Rob, ¿comprendes?
—Pero…
—¡Sin peros! —insistió ella—. ¡Puede ser la única posibilidad de salvar a Dhurrrkk! ¡No permitas que nadie me detenga, pase lo que pase!
El médico asintió, aunque a su pesar, y entonces Mahree echó a correr hacia la plataforma. Antes de que los demás pudieran darse cuenta, ella se había apartado del pequeño grupo de tensos espectadores. Oyó que su tío le gritaba que se detuviera, escuchó rápidas pisadas humanas y obligó a sus doloridas piernas a cruzar el duro muelle en un tiempo récord.
A los pocos segundos, estaba junto a la escala, sus manos se aferraban ya a los curvos travesaños, mientras sus pies buscaban apoyo para empezar la ascensión.
—¡Mahree! —vociferó Lamont.
Ella subía por la celosía como un pirata treparía por las jarcias, felicitándose por no tener vértigo. La plataforma quedaba por lo menos a quince metros de altura.
—¡Mahree! —gritaba Raoul debajo de ella, y una mano la agarró del tobillo.
La chica se aferró a la celosía con todas sus fuerzas mientras trataba de liberar el pie.
La mano de Raoul le atenazaba el tobillo pero, en aquel momento, Rob le dio un violento empujón en un costado, embistiendo contra él y obligándole a soltar su presa. Mahree subió un poco más y miró abajo. El capitán se enderezó y Rob volvió a la carga. El médico que, frente al corpulento capitán, parecía peligrosamente frágil, se apoyó en la celosía.
—¡Raoul, no!
—¡Aparta! —rugió Lamont, y apartó al joven con la facilidad con que un toro ahuyentaría a un gorrión. Rob patinó, recuperó el equilibrio y volvió a embestirle con un alarido. Raoul, medio distraído, extendió el brazo para rechazarlo; pero el médico se agachó esquivando el golpe y, con la izquierda, descargó un fuerte puñetazo en el estómago del capitán. Lamont exhaló un gemido y dobló el cuerpo. Rob ligó con un golpe de derecha a la mandíbula que hizo gritar de dolor a los dos hombres, ya que los nudillos del médico dieron en hueso. Raoul se tambaleó y Rob le lanzó la izquierda al ojo. El más corpulento de los dos hombres dobló las rodillas y se desplomó.
Jadeando por el dolor y el esfuerzo, Rob levantó la cabeza asiéndose la mano derecha.
—¡Vamos, sigue!
Mahree, con un gemido de horror, continuó ascendiendo.
Cuando la muchacha se encaramó a la plataforma, Dhurrrkk y Hekkk’eesh ya habían formado una masa compacta de pelo rojizo, de la que escapaban sordos gruñidos. Ella tardó unos instantes en distinguir quién era cada uno entre las dos feroces criaturas que forcejeaban mordiéndose la cabeza y el cuello con sus relucientes colmillos, que destellaban bajo la potente iluminación.
«¡Dios mío, he llegado tarde!», pensó ella viéndoles rodar hasta el mismo borde de la plataforma entre convulsiones y sacudidas. Ambos sangraban por desgarraduras en la cara y en los hombros. Dhurrrkk había hecho buen papel. El luchador profesional tenía una herida en el brazo y una oreja desgarrada.
Pero Hekkk’eesh era fuerte y experto, y conocía todos los trucos. Despacio, pero de modo inexorable, puso a su adversario de espaldas contra el suelo y hundió las manos en la melena del joven simiu, buscando el cuello.
A los pocos segundos, había hecho presa en él y los músculos de sus brazos se tensaban a medida que apretaba sin compasión. Dhurrrkk se debatía infructuosamente tratando de liberarse.
Mahree se agachó al lado del luchador, sabiendo bien que físicamente nada podía hacer.
—¡Hekkk’eesh! —gritó—. ¡Escucha lo que tengo que decirte! ¡La familia de Khrekk te ha engañado! Si matas a Dhurrrkk, a mí o a Raoullamont, habrás perdido el honor para siempre. ¡Escucha!
Sin disminuir la presión en la garganta de Dhurrrkk, el simiu la miró por el rabillo del ojo. La oreja de aquel lado, que era la herida, tembló. Mahree continuó en simiu:
—Matando a este joven no recuperarás el honor. ¿Qué honor puede haber en eso? Eres tan superior a él que todos sabrán con cuánta facilidad pudiste vencerlo…, a él y a todos nosotros. El verdadero honor reside sólo en no matar. En no consentir que Kk’arrrsht te convierta en su instrumento.
Dhurrrkk jadeaba convulsionándose con desesperación.
—¡Escucha, Hekkk’eesh! —suplicó ella—. Si no es verdad lo que te digo, que mi madre muera miserablemente… Ellos pretenden utilizarte, y después prescindirán de ti como han prescindido de su propio honor… ¡Ya debes de saber que el Consejo ha decidido en contra de ellos! Desde que se estableció el contacto con los avernianos, su clan carece de apoyo público… Y Dhurrrkk, al que ahora tienes asido por el cuello, es el héroe que hizo posible el contacto. Contéstame a esto: ¿honrará tu mundo al responsable de su muerte?
Los dedos de Hekkk’eesh no siguieron cerrándose, ni era necesario, porque los ojos violeta de Dhurrrkk empezaban a ponerse vidriosos, en tanto que su movimientos se debilitaban.
—Tú sabes quién soy —dijo Mahree—. Soy Mahree Burroughs y mi nombre es pronunciado con honor por tu pueblo, ¿no?
Hekkk’eesh no contestó; pero a ella le pareció ver asentimiento en sus ojos.
—Reflexiona, pues. Yo he contemplado tus vídeos, te he visto pelear y he admirado tu destreza y tu fuerza. Antes de que mancharas tu honor al herir a K’t’eerrr, tú eras el mejor. ¡El mejor! No me gusta que destruyas tu honor de esta manera. Tanto me preocupa tu honor que no he vacilado en comprometer el mío. ¿Acaso no he quebrantado la regla del silencio hablando durante el combate? ¡Una persona de honor jamás haría tal cosa, salvo para impedir una desgracia todavía mayor! ¡Te digo la verdad!
Las manos del gladiador se abrieron un poco al volverse a mirarla de frente. Mahree se arriesgó a tocar aquel antebrazo ensangrentado, poniendo su mano a menos de un palmo de unos colmillos que podían desgarrarla con la misma facilidad con que ella desgarraría un papel.
—Confía en mi honor —dijo—, te lo suplico. No permitas que sea en vano mi sacrificio de romper el silencio. Haz que los dos podamos recuperar nuestro honor. Suéltalo.
El simiu vaciló un segundo y retiró las manos. Dhurrrkk cayó a la plataforma, inerte…
Pero respirando todavía.
Mahree observó cómo se movían sus fosas nasales y cómo subía y bajaba su pecho. Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría. «¡No está muerto! ¡Sólo se halla inconsciente! ¡Se pondrá bien!»
Se volvió hacia Hekkk’eesh que la miraba fijamente.
Despacio, con solemnidad, el luchador hizo la señal por la que declaraba que el combate era ritual y formalmente concedía la victoria a Dhurrrkk.
—¡Con esto alcanzas gran honor, honorable Hekkk’eesh! —exclamó con la garganta contraída por la emoción ante el gesto del simiu—. ¡Hablaré a todos de tus gestas, lo juro por el honor de mi madre!
Abajo sonó un alarido de rabia:
—¡¡No!! ¡Mátalos! ¡Debes matarlos!
Mahree y Hekkk’eesh se asomaron al borde de la plataforma.
Kk’arrrsht y todos los demás estaban mirándolos. La exconsejera casi echaba espuma por la boca cuando dijo a su expaladín:
—¡Mata a Raoullamont!
Hekkk’eesh se quedó mirándola muy fijo.
—No —dijo al fin—. No pienso matarlo.
—¡Pues lo mataré yo!
La exconsejera saltó al cuello de Raoul. Kk’arrrsht no poseía los grandes colmillos de los machos simius; pero aun así constituía una grave amenaza, furiosa como estaba. Produciendo un gran estrépito, Lamont cayó al suelo con los brazos rígidos, tratando de rechazarla.
—¡No! —gruñó Rhrrrkkeet abalanzándose sobre la otra simiu para apartarla del capitán. Las dos hembras se desgarraban a dentelladas, entre jadeos y gruñidos.
—¡Tenemos que separarlas! ¡Tú coge a Dhurrrkk! ¡Vamos!
Mahree, apresurada, empezó a bajar de la plataforma. Hekkk’eesh, con el cuerpo inerte de Dhurrrkk cargado sobre un hombro, la adelantó antes de que llegara a la mitad de la escala.
Cuando Mahree llegó al suelo, vio que Rhrrrkkeet yacía inerte, mientras que Raoul y Rob hacían esfuerzos desesperados por apartar a Kk’arrrsht. El Estimado Ssoriszs se hallaba en la compuerta, moviendo ágilmente los tentáculos para desbloquear los controles y pedir ayuda.
Mahree se inclinó sobre Dhurrrkk durante un segundo, vio que su amigo empezaba a volver en sí y corrió hacia las combatientes. Hekkk’eesh trotaba a su lado.
Al llegar junto a la exembajadora, Mahree lanzó un grito de espanto. Lo que se veía de la cara de Rhrrrkkeet era una masa ensangrentada. La tía de Khrekk tenía los colmillos hundidos en la garganta de su adversaria.
—¡Dejadme a mí! —dijo el gladiador, empujando con violencia a Rob y a Raoul. Hekkk’eesh agarró los maxilares de su antigua jefa y, poco a poco, la obligó a abrirlos y se llevó en vilo a la exconsejera que hacía frenéticos e inútiles esfuerzos por escapar.
En el momento en que se soltó la presión en la garganta de Rhrrrkkeet, brotó de la herida un surtidor de sangre magenta. Mahree se tapó la boca con la mano para ahogar un grito de horror.
Maldiciendo por su inútil y tumefacta mano derecha, Rob hurgaba ansioso con la izquierda en el pelo ensangrentado, buscando la forma de frenar la hemorragia.
Raoul pasó el brazo alrededor de los hombros de Mahree, para sostenerla y sostenerse. Los tres humanos se hallaban arrodillados junto a Rhrrrkkeet. Mahree rezaba casi sin atreverse a respirar, viendo sangrar a borbotones a la simiu.
—¡Dios mío! —susurraba Rob, tratando de protegerse los ojos de las cálidas salpicaduras—. Tengo que… no recuerdo dónde… ¡Ya lo tengo! —murmuró triunfante cerrando los dedos con fuerza.
Aunque muy despacio, la hemorragia fue remitiendo hasta cesar por completo. Rob volvió hacia Mahree su cara ensangrentada:
—¡Por Dios, hagan venir a un médico!