XVI

¿ALGO ESPECIAL?

Desde ayer, Rob y yo somos amantes, pero eso no es ni con mucho lo más importante que ha ocurrido durante los dos últimos días. (¡Aunque sí lo más agradable, desde luego!)

Todo empezó anoche, mientras Dhurrrkk, Rob, Shirazz y yo cenábamos juntos en el apartamento de Dhurrrkk. Como era de prever, la Enlace de Visitantes fue una compañera de mesa encantadora, simpática e ingeniosa. Rob y la diplomática tenían mucho de que hablar, porque ella, además, es médico. El médico mizari cuida de la salud total de las personas: cuerpo, mente y espíritu.

Acabamos contando toda la historia de cómo nos encontramos a bordo de la Désirée y del contacto entre los humanos y los simius. Dhurrrkk, Rob y yo hablábamos por turno. Aunque una parte de nuestra aventura la silenciamos. Antes de atracar en la estación de Shassiszss, decidimos que sería preferible no mencionar al doctor Manta ni al planeta Avernus hasta averiguar cuál era su situación con la Confederación.

Cuando me tocó hablar, procuré llenar los huecos del relato de Rob, porque él siempre resta importancia a todo lo que hace. Pero luego Rob se desquitó. Algunas de las cosa que dijeron Dhurrrkk y él me sacaron los colores a la cara.

A mí me encantaba poder hablar en mizari con una nativa; pero Shirazz insistía en que, tanto Rob como yo, le habláramos en inglés, a fin de poder comprobar el programa de traducción que los mizaritas habían confeccionado a partir del que habíamos hecho Dhurrrkk y yo a bordo de la Rocinante. Como es natural, encontramos algunos gazapos, el más gordo fue la confusión de «público» con «púbico». ¡Menos mal que pudimos corregirlo!

Al parecer, la dramática escena de nuestra entrada está siendo comentadísima en toda la estación.

Dice Dhurrrkk que la Primera Consejera se refirió a ella cuando lo llamó esta mañana. No se mostró muy contenta. Pero toda esta publicidad impedirá que los simius hagan desaparecer a Dhurrrkk. Me gustaría tener un vídeo de la escena del túnel. Deberíamos parecer salidos de una de las películas de las que tiene Rob, de los Hermanos Marx.

De todos modos, después de cenar, Rob y Dhurrrkk pasaron a nuestro apartamento para que el simiu viese nuestra bañera. Yo me quedé en el apartamento de Dhurrrkk charlando con Shirazz. Le dije que estaba preocupada por nuestro amigo, y ella me explicó que la Confederación haría todo lo posible para garantizar su seguridad mientras permaneciera en la estación de Shassiszss. Pero que era contrario a la política de la Confederación interferirse en los procesos legales de los simius.

Luego, me miró con sus ojos de ónice y me dijo que tenía un asunto muy importante que tratar conmigo y un gran favor que pedirme.

¡Quiere este Diario! Al parecer, Dhurrrkk le dijo que yo había hecho un relato por escrito de todo lo que le habíamos contado y pidió que se lo enseñáramos. Por dos razones. La primera porque desea utilizarlo para comprobar el nuevo programa de la traducción que los mizaritas están confeccionando; y la segunda porque el Diario les ayudará a tomar una decisión en un proyecto de gran envergadura que la Confederación tiene desde hace mucho tiempo.

No me dijo en qué consistía el proyecto; pero es evidente que lo considera esencial para los cinco mundos fundadores y sus seis mundos filiales (Hurrreeah y sus colonias figuran en la última categoría).

La Conferencia busca a una persona que dirija la operación. Tiene que ser alguien muy especial, que proceda de un mundo política y económicamente independiente de las influencias e implicaciones de la Confederación.

A Shirazz le parece que Rob es la persona indicada, pues, según dice, les impresionó desde el principio.

Reconozco que cuando empezó a hablar de que buscaba una persona para dirigir la operación, empecé hacerme ilusiones… Pero, al oírle decir que estaban interesados en Rob, me sentí un poco defraudada. Aunque en seguida me enorgullecí de él y me alegré.

Quería saber si a Rob le agradaba lo que había visto de la Confederación hasta el momento. Le contesté que sí.

—Tu Diario nos permitirá conocerlo mejor —manifestó—, saber si es en verdad la persona que buscamos. Sería una crueldad desilusionarlo si no fuese así, por lo cual te agradeceré que no le digas nada de nuestra conversación.

Desde luego accedí a ello. Sin embargo, la idea de que Rob se quede en Shassiszss mientras yo sigo viaje a la Tierra me hizo el efecto de una puñalada en el corazón. No sé si resistiría perderlo ahora que por fin nos hemos encontrado. Las cassettes me queman en el bolsillo hasta que pueda entregárselas a Shirazz. Ahora que ha terminado la cuarentena, va a llevarnos a visitar la estación. No he borrado nada, ni la angustia ni la ansiedad. Tan sólo las referencias al doctor Manta como ser inteligente.

Ahora ya saben por qué la pérdida de mi virginidad ha pasado a «segundo plano», como dice Rob.

Pero hablando de cuestiones personales…

¡Bueno! Yo no tenía ni idea.

Rob es un amante fabuloso. Apasionado, comprensivo, considerado… No me imaginaba que el acto del amor pudiera ser tan divertido. Cuando miras a las parejas abrazadas en el vídeo, todo parece tan terriblemente serio, con tantos gemidos, jadeos y retorcimientos. Bueno, eso también, pero es que, además es un juego y eso es lo fabuloso. Para dos personas que, como nosotros, han estado «a las puertas de la muerte» (suena a melodrama, pero es la verdad), poder entregarse a un juego, reír, bromear tontamente, hacer inocentes juegos de palabras, en fin, actuar como adolescentes… es maravilloso.

La Enlace de Visitantes de la Confederación de Sistemas Interplanetarios acompañó a los dos humanos y a su amigo simiu a una visita por la estación que fue un alud de nuevas imágenes, sonidos y olores. El paseo, a pesar de ser largo, no abarcó ni una tercera parte de la enorme estación.

La arquitectura mizari se basaba en círculos y esferas. Las paredes blancas y lisas y los suelos negros daban una sensación de frescor y pureza, animada por toques aislados de colores vibrantes. Aquí una pieza de cerámica, allí un audaz mural.

Abundaban las plantas. Los mizaritas eran unos jardineros entusiastas. Las plantas de Shassiszss tenían un verde tan intenso que, con ciertas luces parecía negro. Había muchas flores de formas y colores extrañísimos. Tenían arcos de celosía cubiertos de enredaderas y macizos que rodeaban artísticas fuentes de agua y cristal. Aquellas esculturas acuáticas producían un murmullo cantarín en todas las zonas de la estación ocupadas por los mizaritas, que ahogaba el sonido de las voces y los medios de locomoción de otros mundos.

Otros «radios» de las seis enormes ruedas reflejaban diferentes arquitecturas y entornos. Para entrar en algunos de ellos, tanto la guía como sus acompañantes tenían que envolverse de brillantes «campos» protectores para sustraerse a las atmósferas tóxicas o a fuerzas de gravedad aplastantes, y recibir al mismo tiempo aire respirable.

Rob, Dhurrrkk y Mahree visitaron las «cavernas» de la raza simbiótica de los shadqui, procedentes de un astro cercano a Proción. La mitad «shad» de la criatura tenía un vago parecido con los osos perezosos, que hace tiempo se extinguieron en la Tierra.

Los «gui» eran criaturas pequeñas, de piel roja y forma de sapo que los «shad» llevaban en los hombros. Estos últimos carecían de ojos, pero «veían» perfectamente a través de sus huéspedes, mientras que los «gui», a su vez, necesitaban que sus robustos compañeros hablaran por ellos. Se hallaban unidos por un fuerte lazo telepático y metabólico. Shirazz explicó que la separación durante más de diez horas acarreaba la muerte de ambos.

Después vieron a los ris, los seres de los que Shirazz había dicho que eran tan tímidos que ver a un alienígena podía causarles una impresión mortal. Por consiguiente, los tres visitantes sólo pudieron contemplar su zona a través de un espejo trasparente. Los ris eran una especie acuática que hacía recordar enormes pulpos cubiertos por un caparazón color lavanda. Cada individuo tenía el tamaño de una habitación mediana. El consejero ri, según les explicó Shirazz, no asistiría personalmente a la reunión del día siguiente, sino que participaría a través de una pantalla en relieve.

Los viajeros vieron después a los chhh-kk-tu, unas criaturas pequeñas y peludas procedentes de una estrella próxima a Sirio, y se parecían a cierta especie de canguros.

Los chhh-kk-tu eran bípedos. Le llegaban a Rob a la altura del pecho. Poseían ojos pequeños y brillantes, nariz puntiaguda, orejas redondas en lo alto de la cabeza y manos con cuatro dedos. Tenían bolsas en las mejillas y pequeñas bolsas en la parte delantera, como las de los marsupiales. Dhurrrkk les explicó en voz baja que no servían para llevar a las crías sino que formaban parte de sus órganos sexuales. Su pelo era suave y brillante, y el color iba del marrón oscuro al azul pálido. Muchos tenían antifaz como los mapaches terrestres.

Todas las criaturas se mostraban muy amistosas con los recién llegados, y se interesaban mucho por ellos. El consejero chhh-kk-tu los invitó a cenar después de la reunión del consejo.

—No estoy segura de que podamos quedarnos —dijo Mahree—. ¿Puedo responderle cuando la reunión haya acabado?

A continuación, visitaron a los seres de la estrella brillante, que los humanos llaman Rigel. Mahree se estremeció al asomarse a un acuario maloliente y lleno de agua salobre y ver a tres criaturas del tamaño de perros grandes. Rob la comprendió muy bien. Eran unos seres tan extraños que él los encontraba inquietantes por algo más que por sus formas viscosas, rezumantes y cambiantes.

Las sensibles fosas nasales de Dhurrrkk temblaban. Estaba de pie, con las manos apoyadas en la barra protectora.

—Sin ánimo de ofender —murmuró en inglés—, esta gente huele como si necesitara urgentemente un buen lavado. O quizás uno de vuestros baños.

—Parecen un cruce entre una ostra y una babosa de jardín —comentó Rob en voz baja.

—Son de pesadilla —susurró Mahree—. Pueden ser muy buena gente pero… no sé, son horrendos.

—No son peores que lo que he visto durante las autopsias —dijo Rob—. Pero es algo que está más allá del aspecto físico. Ahora sé cómo se sentía Steve McQueen en The Blob.

—Procuraré perdérmela —respondió Mahree secamente.

Rob hizo acopio de valor y saludó cortésmente a las criaturas. Para alivio general, Shirazz les informó que entenderse con los rigelianos era una habilidad que sólo dominaban unos cuantos chhh-kk-tu especializados. Las criaturas «hablaban» sólo mediante impulsos. No eran capaces de utilizar traductores electrónicos ni otros sistemas artificiales de comunicación.

—¿Cómo hablan con ellos los chhh-kk-tu? —preguntó Mahree.

—Se meten en las pilas y los rigelianos los abrazan. Es un trabajo difícil y agotador el de traducir para el consejero rigeliano y sus ayudantes —explicó Shirazz.

Dhurrrkk consideró el caso con la cresta caída.

—Los chhh-kk-tu son seres de gran honor y valentía —dijo gravemente.

—Uno de los mejores artistas de Rigel nos honra ahora con su presencia. ¿Queréis ver sus obras?

—Cómo no —aprobó Mahree con fingido entusiasmo—. ¿Qué clase de arte pueden crear semejantes criaturas? —susurró Rob mientras seguía a la Enlace de Visitantes.

En una galería contigua al acuario, había una serie de formas expuestas sobre unos pedestales. Los humanos se quedaron mirándolos sin pestañear.

Las «esculturas» eran unas maravillosas filigranas en forma de bucles irisados del tamaño de una mano, hechas de un material que parecía un cruce de perla y ópalo.

Cada una de las figuras tenía un color predominante: azul empolvado, lila, rosa, amarillo pálido, verde menta. Pero lo que cautivaba la vista, más que la forma y el color exquisitos, era la delicada simetría y el armonioso diseño de cada creación.

—¡Son una maravilla! —suspiró Mahree—. ¿Cómo las hace?

—Los rigelianos segregan esa sustancia nacarada —explicó Shirazz—. Es una característica común. Pero no todos son artistas. La mayoría producen bloques de la sustancia, que luego son tallados y usados en joyería o en incrustaciones. Pero este rigeliano (no tiene nombre, por lo que nosotros le llamamos, simplemente, «el Maestro») es diferente. Produce obras de peculiar belleza.

—¿Los rigelianos venden esa sustancia que producen? —preguntó Rob, deseoso de adquirir una pieza para Mahree.

—Sí; tiene gran demanda.

—¿El Maestro vende sus obras? —preguntó Dhurrrkk—. Parecen… de un extraordinario valor.

—Sí. Todas esas piezas serán vendidas. Nos sentimos muy honrados de poder exhibirlas aquí, antes de que pasen a las casas de los ricos.

—Me gustaría tener una —dijo Mahree en voz baja, todavía extasiada—. Me pasaría horas contemplándola. Y, cada vez que la mirara, aprendería algo nuevo… sobre mí y sobre la trascendencia del verdadero arte, de la verdadera belleza —dirigió a Rob una tímida mirada—. Ya he aprendido algo viendo al creador y después sus creaciones.

—Rob…

Mahree fue a decir algo; pero se calló.

Él, al borde del sueño, abrió los ojos en la penumbra del dormitorio.

—Dime, amor mío.

—¿Alguna vez has deseado quedarte aquí y no regresar?

—¿A la Désirée?

—Ni a la Tierra.

El médico se estiró, dio media vuelta, se apoyó en un codo y se quedó mirándola. Distinguía el pálido óvalo de su cara, rodeado de la oscura masa de pelo, pero no podía ver su expresión.

—¿Suponiendo que Dhurrrkk estuviera a salvo, quieres decir?

—Sí. ¿Te parece Shassiszss un lugar en el que podrías ser feliz?

Él se encogió de hombros.

—No me gustaría quedarme aquí y no volver a ver mi casa; pero reconozco que este lugar es maravilloso. —Se quedó unos momentos pensativo—. Sí, podría vivir aquí… Me atrae sobre todo cuando pienso lo mucho que las biociencias mizaríes pueden ofrecer.

—Yo también podría quedarme aquí —susurró ella.

—No necesito preguntarte por qué —sonrió Rob—. Se te iluminan los ojos a cada nueva especie que descubres. —Bostezó; había sido un día muy largo—. ¿Por qué me lo preguntas? ¿Piensas pedir a los mizaritas que nos dejen quedarnos?

—Tal vez —respondió ella medio en serio.

—Duerme —le sugirió él ahogando otro bostezo—. Mañana nos espera una jornada de mucho ajetreo.

Él casi se había quedado dormido cuando ella se le arrimó.

—Rob… ¿me abrazas?

—¿Qué ocurre? —preguntó él poniendo la cabeza de ella sobre su hombro—. ¿No seguirás teniendo pesadillas relacionadas con lo que ocurrió cuando el doctor Manta te reestructuró el cerebro?

—No…

—¿Pues qué es?

—Nada… sólo quiero sentirme cerca, nada más.

—Como me hagas hablar mucho más, me despertaré del todo y entonces sabrás lo que es «cerca».

Él adivinó una sonrisa en su voz cuando respondió:

—No hagas amenazas vanas.

Rob la rodeó con los brazos.

—Está bien. Pero luego no digas que no te previne.

Mahree y Rob se apretaban, incómodos, en la otomana simiu colocada delante del equipo de comunicaciones. La «pantalla» parpadeó y apareció la cara de Rhrrrkkeet. Los dos humanos hicieron el ademán de saludo.

—¡Honorable Mahree Burroughs, honorable sanador Gable! —exclamó la Primera Embajadora—. ¡Me alegro de veros a salvo!

—Estamos bien, honorable Rhrrrkkeet.

La embajadora simiu tuvo un gesto de sorpresa casi humano al oír a la joven hablar su lengua. Pero se repuso en seguida.

—Acabo de hablar con el hijo de mi primo y ayer conversé con la Primera Consejera Ahkk’eerrr. Vosotros tres, tunantes, habéis corrido muchas aventuras a bordo de mi nave y en la estación de Shassiszss.

Había un brillo malicioso en sus ojos violeta.

—Es cierto, honorable Rhrrrkkeet —dijo Mahree—. Pero tu nave está en perfecto estado. —Bajó la cabeza, un poco confusa—. Te pedimos perdón por llevárnosla sin permiso.

—Alabo vuestro valor, aunque no vuestros actos.

La expresión de la embajadora simiu era triste, su melena estaba medio caída.

—Te lo ruego, honorable Rhrrrkkeet —dijo Mahree—, no seas muy severa con el hijo de tu primo. Le pedí ayuda porque teníamos un lazo de honor. Si quería conservar su honor, no podía elegir.

—No es eso lo que me ha dicho el honorable Dhurrrkk —contestó la embajadora—. No me ha presentado excusas ni se ha mostrado arrepentido. —Entornó sus pálidos párpados con aire pensativo—. Francamente, su arrojo me sorprende. Antes de que llegarais los humanos, el hijo de mi primo carecía de iniciativa. Ahora, al parecer, le sobra.

—¿Vais a castigarlo por lo que ha hecho? ¿Tendrá que enfrentarse a un gladiador profesional en la arena?

—No lo sé —respondió la simiu—. Eso depende de la decisión que los miembros de la Confederación adopten mañana, sobre si se concede derecho de plena asociación a nuestro mundo, en mérito al contacto establecido con tu pueblo. A mí no me parece justo y hago cuanto puedo para lograr que comprendan que no se puede atribuir al hijo de mi primo la responsabilidad por las imprudentes decisiones tomadas por nuestro Consejo. Tengo partidarios, pero aún es pronto para saber si nuestro bando ganará.

—Me alegra oír que defiendes al honorables Dhurrrkk, honorable Rhrrrkkeet —dijo Mahree agradecida—. Temí que nadie se pusiera a su lado.

—El hijo de mi primo actuó con el ímpetu de la juventud; pero de acuerdo con su honor personal —dijo la Primera Embajadora—. Otros coinciden conmigo. Esta comunicación ha sido autorizada para que podáis hablar con los vuestros. Os paso comunicación.

Su imagen se borró y fue remplazada inmediatamente por las facciones anchas y afables de Raoul Lamont, que mostraba una ancha sonrisa bajo su bigote. La potente iluminación simiu hacía brillar su incipiente calva.

—¡Mahree! —exclamó—. Tesoro, ¿cómo estás? ¿Y Rob? ¿Os halláis bien los dos?

—Estamos perfectamente, tío Raoul.

—Muy bien, capitán —dijo Rob, y, de manera ostensible, rodeó con el brazo los hombros de Mahree y la atrajo hacia sí—. Los dos hemos vivido muchas peripecias; pero estamos bien.

Raoul alzó las cejas.

—¿Los dos? —fue todo lo que dijo, pero la entonación era elocuente.

Miró muy fijo a su sobrina. Ella asintió a la pregunta no formulada. El médico titubeó y luego sonrió débilmente.

—Felicidades —dijo con un leve acento de ironía—. ¿Estás contenta, Mahree?

—Oh, sí, tío Raoul —contestó ella mirándole a los ojos a través de las distancias siderales—. ¡Nunca fui tan feliz! —suspiró—. Es decir, si no me preocupara tanto la sesión de mañana. —Su sonrisa se desvaneció—. Dhurrrkk puede tener graves problemas.

—Eso parece —dijo Raoul.

—Dígame, capitán, ¿cómo está Joan? ¿Alguna complicación en el brazo?

La expresión de Lamont se ensombreció.

—El brazo está curado —respondió—. Pero aquí han cambiado muchas cosas. —Hizo una pausa—. Nosotros dos… estamos separados.

—Tío Raoul… —exclamó Mahree y agregó, en francés—: Cuando oí cómo te hablaba en aquella reunión, temí que pudiera ocurrir eso.

—Gracias por tu discreción —respondió él en la misma lengua—. Pero Rhrrrkkeet está al corriente de lo ocurrido en la reunión. Ella y yo somos muy buenos amigos. De todos modos, los trapos sucios no se deben lavar en público.

—¿Contaste a Rhrrrkkeet lo que ocurrió en la reunión? —Mahree estaba asombrada—. Mon Dieu!

—Se lo dije, en efecto, y aun así la dama nos defendió. El Consejo estuvo a punto de cesarla por ello. Ahora se halla convencida de que su defensa de Dhurrrkk será la última gota. Pero le tiene sin cuidado.

Oh, mon onde… —dijo ella, pensando en todo lo sucedido y en cómo habían cambiado las circunstancias—. Yo lo compliqué todo viniendo aquí, ¿verdad? Pero entonces me pareció que era la única solución. Ahora, sin embargo…

Raoul esbozó una sonrisa que quería ser tranquilizadora.

—Se necesitaba valor para hacer lo que habéis hecho. Siento que no acudieras a mí antes de marchar… Pero comprendo por qué fue así. No había buenas comunicaciones con nadie en aquel entonces —suspiró.

—Dime cómo están las cosas ahora —pidió Mahree para cambiar de tema.

No soportaba ver decaído a su tío, siempre tan jovial.

—Vuestra marcha planteó una crisis. Cuando la noticia de lo que habíais hecho Dhurrrkk y tú llegó a los medios de comunicación de los simius, comprendieron que sólo era cuestión de tiempo que la Confederación se enterase de vuestra existencia. Y, a partir de aquel momento, el Gran Consejo empezó a darnos toda clase de seguridades de que, como era natural, podíamos marchar libremente en cuanto lo deseáramos.

—¿Sigue exigiendo satisfacción la familia de Khrekk?

—Tengo entendido que la familia de Khrekk dimitió de todos sus cargos, en señal de protesta, cuando se reanudaron las relaciones diplomáticas con nosotros. Una buena noticia: ahora seleccionan con más cuidado a los que han de acercarse a nosotros —agregó con tono irónico—. Existe aún cierta tirantez; pero estoy seguro de que la Désirée ya no corre peligro.

—No sabes cuánto me alegro —dijo Mahree—. Y, mon oncle, procura hacer comprender al Consejo simiu que los humanos tomarían muy a mal que trataran de castigar a Dhurrrkk por habernos ayudado. Se lo debes.

—Estoy de acuerdo —convino Lamont—. Así lo haré. ¿Cuándo regresáis vosotros dos?

«Ay, Dios mío —pensó Mahree con una punzada de angustia—. ¿Y si sólo regresara yo? ¿Y si Rob se quedara aquí?» Pero dominó su expresión.

—No lo sé con seguridad. Los mizaritas avisarán a Rhrrrkkeet, y entonces os enteraréis. El viaje durará un mes. Tenemos que quedarnos mañana, para asistir a la asamblea de los miembros de la Confederación, en la que tenemos que declarar.

—Rhrrrkkeet me lo explicó —dijo Raoul, y agregó en inglés—: Os deseo buena suerte mañana. Rob, me parece que deberías dejar que ella dijera las últimas palabras… No se me olvida con qué elocuencia me convenció para que fuera en busca de aquella frecuencia de radio. Si me convenció a mí no veo por qué no va a poder convencer a un puñado de alienígenas —sonrió a su sobrina con orgullo—. Aguarda a que el Gobierno de la Tierra se entere de que nuestra más brillante esperanza en el mayor acontecimiento de la Historia es una jovencita de diecisiete años. Espero ser yo quien se lo diga. Me gustará ver la cara que pone el Presidente —rió entre dientes y luego agregó muy serio—: Me parece que eso es todo. Sólo quiero deciros que tengáis mucho cuidado.

Rob carraspeó.

—Una pregunta, Raoul… ¿Cómo está Sekhmet?

Lamont sonrió de oreja a oreja.

—Esperaba esa pregunta —dijo—. ¡Yoki! —Hizo una seña y, un segundo después, unas manos depositaban en sus brazos un ovillo negro que ronroneaba—. Por las noches duerme en mi cama.