Epílogo

Seis meses más tarde, Han estaba pensando que volver a pisar el suelo de Corellia después de haber estado tantos años lejos de su mundo natal hacía que se sintiera un poco raro. Las calles le resultaban familiares y extrañas al mismo tiempo, y parecían tan pronto reconfortantes como amenazadoras. Y tampoco había que olvidar que en su mundo natal le habían ocurrido tantas, tantas cosas malas...

Pero quizá —y sólo quizá—, por fin podría ver cambiar su suerte. Mientras avanzaba por la calle, Han acarició el bolsillo que contenía la pequeña perla de dragón y una estatuilla de oro con rubíes por ojos. La estatuilla representaba a un palador, un animal corelliano ya extinguido. Años antes, Han había escondido la estatuilla, que había robado de la colección de Teroenza, en una caja de seguridad de su mundo natal.

Han planeaba vender tanto la estatuilla como la perla de dragón. Había hecho sus cálculos, y pensaba que valían unos diez mil créditos. El gran campeonato de sabacc de Bespin empezaría dentro de diez días...

El corelliano sintió un gran alivio cuando vio que la tienda de Galidon Okanor seguía estando donde siempre. Okanor pagaba muy bien pero, al igual que a todos los peristas, le encantaba regatear.

«Diez mil créditos —se dijo Han—. Nunca pensé que llegaría a estar lo suficientemente desesperado para arriesgarlo todo en una partida de sabacc con ese nivel de apuestas..., especialmente teniendo en cuenta que además deberé enfrentarme aun tipo tan listo como bando...»

Pero necesitaba tener su propia nave, y no se le ocurría ninguna otra forma de conseguir los créditos con los que adquirirla.

Han se detuvo delante de la entrada de la tienda de Okanor y respiró hondo. «Bien, vamos allá...

Después, con todas sus esperanzas y sus sueños firmemente sujetos entre los dedos de su mano sudorosa, abrió la puerta y entró en la tienda...