Capítulo 10
Las órdenes del almirante
Durante el trayecto de vuelta a Nar Shaddaa, Chewbacca pilotó la nave-correo hutt Mercurial competentemente, pero su mente no estaba totalmente concentrada en su trabajo. El wookie volvió la mirada hacia su compañero, el humano al que había jurado una deuda de vida, y la preocupación rodeó de arruguitas sus ojos azules. Han estaba medio hundido en el asiento del copiloto, con el ceño fruncido y la mirada clavada en el vacío surcado por líneas estelares del hiperespacio. Ya llevaba días sumido en aquel estado, que se había adueñado de él desde que subió al Mercurial después de la misión que lo había llevado hasta la residencia del Moff en Coruscant. Rara vez hablaba, y cuando lo hacía era únicamente para quejarse y emitir comentarios sarcásticos.
Y se quejaba de todo: de la comida, de la velocidad de la pequeña nave-correo, de cómo la pilotaba Chewie, del aburrimiento del viaje espacial, de la codicia de los hutts... Fuera cual fuese el tema de conversación que tratara de introducir el wookie, Han siempre tenía un gran número de cosas negativas que decir sobre él.
Por primera vez desde que conocía al corelliano, Chewbacca llegó a preguntarse si no podía haber circunstancias bajo las que renunciar a una deuda de vida no fuera el curso de acción más honorable. Después de todo, olvidarse de la deuda de vida siempre resultaría menos deshonroso que asesinar a la persona con la que la habías contraído...
—Este trasto se mueve tan despacio como un hutt milenario —gruñó Han—. Teniendo en cuenta el tamaño de sus motores, lo lógico sería pensar que el Mercurial es capaz de alcanzar una cierta velocidad, ¿no? ¿Crees que podríamos ir un poco más deprisa si salgo al espacio y empiezo a empujar?
Chewbacca reprimió el rugido que pugnaba por salir de su garganta y comentó que ya no tardarían mucho en llegar a Nar Shaddaa.
—Cierto, y te aseguro que ya va siendo hora —dijo Han con amargura.
El corelliano se levantó y empezó a pasear nerviosamente por la minúscula cabina. Cuando giró bruscamente sobre sus talones, se golpeó la cabeza con la esquina de un compartimiento de equipo y empezó a soltar una maldición detrás de otra.
Cuando por fin empezó a repetirse, Han dejó escapar un gruñido y después volvió a dejarse caer en el asiento del copiloto.
—Después de que les hayamos devuelto este cubo de la basura a los hutts, supongo que tendremos que ir al Pasillo de los Contrabandistas. Eso suponiendo que la Br... —la palabra pareció quedar atascada en su garganta, y Han se apresuró a corregirse a sí mismo—, si es que esa condenada nave nuestra consigue atravesar el campo de asteroides, naturalmente.
Chewbacca le preguntó por qué quería ir al Pasillo de los Contrabandistas, y observó que Wynni probablemente estaría allí y que era la última persona a la que quería ver. El wookie ya se había hartado de aquella hembra que no sabía controlar sus patas, y no estaba seguro de si podría seguir aguantando las libertades que se tomaba con él.
—Oye, amigo, por si no se te ha ocurrido pensarlo, ya podemos despedirnos de Nar Shaddaa —replicó Han, y su voz goteaba sarcasmo—. A estas alturas el Moff Sarn Shild probablemente ya habrá ordenado a su flota que se reúna cerca de Teth. Vamos a olvidarnos para siempre de esa asquerosa imitación de luna, ¿de acuerdo?
Chewbacca quiso saber de qué flota le estaba hablando.
—Oh, cada Moff del Imperio dispone de su propio escuadrón «de pacificación» particular y puede emplearlo más o menos como le venga en gana —dijo Flan, poniendo las botas sobre la consola sin molestarse en mirar dónde las colocaba antes de dejarlas caer. Chewie sintió un considerable alivio al ver que no le había dado al control de deceleración. Reducir la velocidad de repente cuando estabas en el hiperespacio era una de las peores ideas que se le podían llegar a ocurrir a un piloto—. Estoy seguro de que Shild también tiene uno. Su flota probablemente no sea la mejor del Imperio, pero bastará y sobrará para la misión.
Chewbacca estaba cada vez más confuso. ¿Qué razón podía haber para que la flota del Moff no fuera la mejor disponible?
—Oh, pues sencillamente la de que la Armada Imperial funciona así. Dado que el espacio hutt se encuentra en el Borde, y muy lejos de la civilización —es decir, de Coruscan—, apostaría a que Sarn Shild ha tenido que cargar con todo el armamento y las naves viejas, mientras que el equipo más moderno y sofisticado era enviado a Rampa 1 y Rampa 2.
Chewie le preguntó por qué hablaba de Rampa 1. El wookie creía que sólo Rampa 2 había tenido problemas con los levantamientos.
—Sí, bueno... Verás, cuando los ciudadanos de Rampa 1 se enteraron de lo que estaba ocurriendo, también se rebelaron —dijo Han—. No es que les vaya a servir de mucho, claro.
Chewie dijo que odiaba al Imperio que lo había esclavizado, y que le habría gustado poder contribuir a su caída.
Han soltó un resoplido.
—Pues te sugiero que esperes sentado, amigo. Palpatine tiene tantas armas y naves espaciales que ya no sabe qué hacer con ellas. Cualquier rebelión contra el Imperio está condenada a fracasar.
El piloto wookie no estaba de acuerdo con su compañero en ese punto, y así se lo dijo. Dada la situación, le parecía que tarde o temprano los mundos imperiales acabarían hartándose del tiránico gobierno de Palpatine y se unirían para rebelarse contra él.
Han meneó la cabeza con amargura.
—Eso nunca ocurrirá, Chewie. Y si ocurriera, los rebeldes estarían condenados a perecer..., de la misma manera en que le está Nar Shaddaa.
Chewie murmuró que huir de una pelea no formaba parte de las costumbres de los wookies, y después preguntó a Han por qué no quería enfrentarse a la flota imperial. Estaba seguro de que los contrabandistas eran mucho mejores pilotos —y ciertamente mejores tiradores— que los imperiales. Quizá podrían derrotar a las fuerzas imperiales cuando trataran de atacarles.
La sugerencia hizo que Han se echara a reír.
Chewie, finalmente irritado, tensó los labios en una mueca llena de ferocidad que reveló sus grandes dientes, volvió la cabeza hacia su socio humano y le rugió.
Han se apresuró a erguirse, pareciendo muy sorprendido. Chewie rara vez daba rienda suelta a su terrible mal genio delante del corelliano, y la ira de un wookie no era algo que se pudiera tomar a la ligera.
—¡Eh, no hace falta que te pongas así! ¿Qué puedo hacer yo si Nar Shaddaa no tiene ni una sola posibilidad? No creo que sea culpa mía, ¿verdad?
El wookie dejó escapar un gruñido gutural.
—De acuerdo, de acuerdo —dijo Han, intentando calmarle—. Puedes estar seguro de que les avisaré para que puedan huir. En cuanto hayamos presentado nuestro informe a Jiliac se lo contaré todo a Mako, ¿de acuerdo?
Chewbacca se calmó un poco y volvió a concentrarse en el pilotaje. Pero el wookie siguió pensando, y empezó a sumar dos y dos. Unos momentos después hizo otro comentario sobre el malhumor de Han.
—¿Qué demonios quieres decir con eso de que últimamente he estado inaguantable? —exclamó Han, muy indignado—. ¡Soy el mismo de siempre!
El comentario de Chewbacca fue tan breve como contundente. Han se ruborizó.
—Eh, eh... ¿A qué viene eso? ¿Por qué dices que estás seguro de que tiene algo que ver con una mujer? —preguntó, sintiéndose cada vez más indignado—. ¿Qué te hace pensar eso?
Chewie recitó una lista de razones, y después expuso su teoría sobre quién era exactamente la mujer que tenía tan preocupado a Han.
Han maldijo, frunció el ceño y, finalmente, se hundió en el asiento y se tapó la cara con las manos. Después se frotó la frente y dejó escapar un ruidoso gemido.
—Tienes razón, Chewie —farfulló—. La vi. Vi a Bria.:., y estaba con Sarn Shild. No podía creerlo. ¿Cómo ha podido...?
Chewbacca observó que a veces las apariencias podían ser engañosas.
Han meneó la cabeza.
—Esta vez no —dijo—. Le llamó «querido».
El wookie se preguntó si Bria no podría estar casada con el Moff. Han suspiró.
—Ni lo sueñes. Su relación no era de una naturaleza tan... legal, Chewie. ¡No puedo creer que Bria haya sido capaz de hacer algo semejante! ¡Es tan... mezquino!
Chewbacca trató de consolar a Han, y le recordó que a veces los seres inteligentes hacían cosas que no les resultaban particularmente agradables por la sencilla razón de que tenían qué hacerlas. En el caso de Bria, quizá también hubiera circunstancias atenuantes.
Han intentó sonreír.
—Gracias, amigo. Me gustaría poder decir que creo que tienes razón. Pero...
Meneó la cabeza y se quedó callado.
Y el trayecto de vuelta a la plataforma de descenso de Nar Shaddaa transcurrió en el silencio más absoluto.
Han y Chewie informaron a Jiliac y Jabba nada más volver a Nar Shaddaa. Enterarse de que Sarn Shild ya no trabajaba para ellos no pareció gustar nada a los hutts.
—Tendremos que hacer algunas investigaciones sobre esta flota y la situación en general —dijo Jiliac—. Vuelva dentro de dos horas, capitán Solo.
Han se encogió de hombros y asintió. Había comprobado su cuenta de crédito antes de salir de Nar Shaddaa y sabía que ya tenía sus diez mil créditos, por lo que estaba dispuesto a seguir obedeciendo las órdenes de los hutts aunque sólo fuera durante algún tiempo. Además, dentro de dos Horas podría localizar a Mako para advertir al veterano contrabandista de lo que iba a ocurrir.
Mako se mostró todavía más preocupado que Jiliac y Jabba en cuanto se enteró de la nueva situación.
—No hables de esto con nadie, Han —dijo en voz baja mientras contemplaba los toldos y pasarelas de Nar Shaddaa. Los dos amigos estaban en el balcón del destartalado piso de Mako—. Si los ciudadanos llegan a enterarse, habrá un pánico masivo. Nadie puede hacer nada contra una flota imperial
—Pero si se les avisa con el tiempo suficiente, tal vez podrían evacuar la... —empezó a decir Han, pero sólo para callarse ante la rápida sacudida de cabeza de Mako.
—Ni lo sueñes, chico. Muchos de ellos no tienen ningún otro sitio al que ir. Piensa en Jarik Solo, por ejemplo, ese chico que no se ha separado de vosotros prácticamente ni un solo instante desde que os conoció. Jarik es una rata de las calles más profundas, nacida y «criada» aquí, en Nar Shaddaa..., aunque no creo que nadie se haya tomado la molestia de cuidar de él en toda su vida. Hay millones como él, Han. Y si los imperiales han decidido darle una lección a Nar Shaddaa, entonces mucha gente va a morir.
La conversación que mantuvo con Mako hizo reflexionar a Han, ya que hasta aquel momento no se le había ocurrido considerar la situación desde ese punto de vista. Se dio cuenta de lo afortunados que eran él y Chewbacca, porque podían subir a bordo de su nave y alejarse del peligro. Decidió que si las cosas llegaban a ponerse realmente feas, se llevaría a Jarik consigo. Han había acabado cogiéndole afecto al muchacho.
Pero ¿y todas las otras criaturas inteligentes que no podrían huir? Nar Shaddaa contaba con escudos, pero éstos no podrían resistir un bombardeo imperial durante mucho tiempo antes de ceder. De repente Han tuvo una vívida visión de aquellas torres desmoronándose entre las llamas de los incendios provocados por las baterías turboláser; imperiales. La gente trataría de huir y llenaría las calles, gritando y buscando algún refugio, con niños sollozantes apretados contra el pecho. Rodianos, sullustanos, twi'leks, wookies, gamorreanos, bothanos, chadra-fans..., y muchas especies más. Por no mencionar a los humanos, claro. Había montones de humanos en Nar Shaddaa. La sección corelliana estaba llena de ellos...
Cuando volvió a la cámara de audiencias de Jiliac, Han estaba realmente preocupado.
El líder hutt le contempló con expresión sombría.
—Todo lo que nos ha dicho es verdad. Hemos establecido contacto con nuestras fuentes de información en Teth, y el Moff ha ordenado a su flota particular que se reúna allí. Algunos elementos de la flota estaban ocupados en misiones de patrulla, por lo que hará falta una semana e incluso posiblemente dos para que todas las naves converjan sobre Teth, y luego la flota necesitará un mínimo de varios días para preparar el ataque a Nal Huna. Vamos a adoptar medidas para proteger Nal Hutta y garantizar nuestra seguridad.
«Sí, pero... ¿Y qué pasa con Nar Shaddaa?», se preguntó Han. Los hutts eran tan espantosamente egoístas que no pensarían ni por un momento en la Luna de los Contrabandistas, y Han estaba dispuesto a apostar que concentrarían todos sus esfuerzos en proteger su seguridad y la de su mundo natal.
—Hemos averiguado que la flota de Shild está al mando del almirante Winstel Greelanx. Usted ha sido oficial imperial, capitán. ¿Le conoce?
—No —dijo Han—. Nunca he oído hablar de ese almirante, pero la Armada Imperial es muy grande.
—Cierto —dijo Jiliac—. Nuestras fuentes de información nos han asegurado que el almirante Greelanx, aun siendo un oficial competente, casi nunca ha rechazado una oportunidad de mejorar su situación financiera cuando ésta ha surgido en el pasado. Greelanx ha mandado varias flotas imperiales a las que se había encomendado misiones de patrulla relacionadas con la inspección de aduanas y hemos confirmado que puede ser sobornado, siempre que se den las circunstancias adecuadas.
Han asintió, sin sentirse realmente sorprendido, y mucho menos escandalizado. Los oficiales imperiales no cobraban sueldos excesivamente elevados, y Han había oído hablar de más de un caso de soborno.
—Así pues, queremos que vaya a hablar con el almirante, capitán —dijo Jiliac—. Queremos que negocie con él en nuestro nombre.
—¿Yo? —La idea de meter la cabeza en las fauces de una flota imperial no le parecía nada atractiva, y además ofrecer sobornos a un oficial imperial estaba castigado con la pena de muerte en el caso de que fueras descubierto—. Pero...
—Usted es la persona más adecuada de que disponemos, capitán Solo —dijo Jiliac.
—Pero...
—Nada de peros, Han —dijo Jabba, empleando el tono de afabilidad casi excesivamente amistosa que solía utilizar con el corelliano últimamente—. Tú puedes llevar esta negociación mucho mejor que cualquier otro. Fuiste oficial imperial. Te conseguiremos un uniforme, órdenes falsas y una identificación militar. Podrás hablar con Greelanx y llévale un regalito de nuestra parte. Sabes hablar su idioma, Han..., y podrás hablarle en términos que Greelanx será capaz de entender.
—El único idioma que entenderá Greelanx será el de los créditos, y únicamente si estamos hablando de montones de créditos —dijo Han.
—Se nos ha autorizado a actuar en nombre de todo Nal Huna —dijo Jiliac—. El dinero no será ningún problema a la hora de asegurar la... cooperación del almirante.
—Pero... —Han estaba pensando a toda velocidad—. No pueden esperar que el almirante no ataque. El Moff enseguida se dada cuenta de que no había cumplido sus órdenes. Podrían someterlo a un consejo de guerra. ¡Y luego enviarían una flota todavía más grande para acabar con nosotros!
—Y el almirante que nombraran a continuación tal vez no fuera tan susceptible a nuestros... poderes de persuasión —dijo Jiliac, inclinando su enorme cabeza para indicar que estaba totalmente de acuerdo con Han—. Ésa es la razón por la que queremos que el almirante Greelanx siga al mando. Pero tiene que haber alguna forma de que podamos estar seguros de que el ataque del almirante Greelanx terminará con una derrota de las fuerzas imperiales.
Han frunció el ceño. Toda la educación que había recibido en la Academia Imperial tenía como meta garantizar la victoria para el Imperio.
—No se me ocurre nada... —replicó con voz titubeante.
—¿No podríamos sobornar al almirante para que colocara sus naves en las posiciones equivocadas, de tal manen que no pudieran disparar correctamente, o algo por el estilo? —preguntó Jiliac—. Los hutts nunca hemos estado excesivamente interesados en las artes militares, capitán. ¿Qué clase de factores podrían llegar a provocar el resultado que deseamos obtener? Recuerde que queremos que el ataque termine con una derrota imperial sin que resulte obvio que hemos sobornado a Greelanx.
—Bueno... —Han siguió reflexionando durante unos momentos—. Quizá esté dispuesto a vendernos su plan de ataque. Si dispusiéramos de esa información, podríamos organizar una defensa que colocaría a todas nuestras naves en el punto adecuado para derrotar a la flota imperial, aunque no puedo garantizar que consiguiéramos derrotarla. Sí, tal vez podríamos conseguirlo..., especialmente si Greelanx había sido sobornado para que saliera huyendo apenas pudiera justificar una retirada.
¿Bajo qué circunstancias deberíamos evitar un enfrentamiento con la flota imperial? —preguntó Jiliac.
—Si la flota de Shild cuenta con un Destructor Estelar de la clase Victoria o, lo que sería todavía peor, con un Destructor Estelar de la clase Imperial... Bueno, en ese caso será mejor que lo olviden, excelencia. Pero los imperiales tienden a cubrir el Borde con las naves más antiguas, así que tal vez tengamos una posibilidad.
Jabba estaba obviamente impresionado por los conocimientos de Han.
—¡Han, mi querido muchacho! Ésa es otra de las razones que te convienen en la persona ideal para encargarse de esta misión. Tú puedes evaluar el poderío de la flota del Moff, y no tenemos a nadie más que pueda hacerlo.
Han se volvió hacia Chewbacca. No necesitó preguntarle al wookie qué opinaba para darse cuenta de que Chewie quería aceptar la misión, y enseguida pudo ver que ardía en deseos de hacer todo cuanto estuviera en sus manos para ayudar a su hogar de adopción. Han pensó en el granero espacial de Shug y en todas las horas maravillosas que había pasado allí con sus amigos. Oh, claro, había soñado con llevar una existencia respetable y llegar a convenirse en un auténtico «ciudadano»..., pero todos esos sueños pertenecían al pasado. Se había convenido en un contrabandista, y probablemente seguiría siéndolo hasta su muerte. Además, le gustaba ser un contrabandista...
La visión de las torres de Nar Shaddaa envueltas en llamas y la masacre de millares de seres inocentes volvió a su mente, y eso bastó para decidirle.
—De acuerdo. Iré a ver a Greelanx y hablaré con él.
—Déjele bien claro que se trata de una oferta que ninguna criatura inteligente en su sano juicio sería capaz de rechazar —dijo Jiliac—. Sabremos ser generosos.
—Me aseguraré de que lo entienda —dijo Han.
—¿Cuándo podrás partir? —quiso saber Jabba—. Andamos muy escasos de tiempo.
—Consíganme el uniforme y la identificación y me iré esta misma noche —replicó Han—. Lo único que he de hacer para estar preparado es cortarme el pelo.—
Mientras avanzaba con paso rápido y decidido por el permacreto de la base imperial de Teth tres días después, Han decidió que volver a llevar el uniforme hacía que se sintiera muy extraño. El corelliano intentó no removerse nerviosamente dentro de su uniforme gris con su insignia de teniente azul y roja. Volver a llevar la gorra de visera también hacía que se sintiera raro, y también echaba de menos sus viejas botas. Han aún no había conseguido ablandar las botas nuevas proporcionadas por los hutts, y además le quedaban un poquito pequeñas. A cada paso que daba, sentía cómo las punteras se le clavaban en los dedos.
El centinela de la puerta examinó su identificación y después sólo echó un distraído vistazo a las órdenes de Han antes de saludar e invitarle a pasar con un gesto de la mano.
Han estaba buscando a un grupo determinado de jóvenes oficiales. Dada la inminencia del ataque tenía que haber un considerable tráfico de lanzaderas que estarían despegando con rumbo al navío insignia del almirante, el destructor Destino Imperial, durante toda la tarde, y Han sabía que esas lanzaderas estarían llenas de oficiales y soldados que volvían a bordo después de haber agotado sus últimas horas de permiso.
Durante la semana siguiente la tripulación estaría muy ocupada preparando la gigantesca nave para su misión contra los mundos de los hutts. A juzgar por lo que había podido ver Han mientras pasaba junto a la flota durante su vector de aproximación, la fuerza de Greelanx estaba formada por tres destructores —el Destino Imperial, el Orgullo del Senado y el Protector de la Paz—, cuatro cruceros pesados y casi una veintena de patrulleras y naves del servicio de aduanas, entre las que había unos cuantos cruceros ligeros de la clase Guardián y un par de cruceros ligeros de la clase Galeón. Las bodegas de las naves de mayores dimensiones contendrían montones de cazas TIE, naturalmente.
La flota tenía poder más que suficiente para destruir Nar Shaddaa, desde luego, pero la situación aún habría podido ser peor. Han no había visto ningún Destructor Estelar, y estaba prácticamente seguro de que el almirante lo habría escogido como navío insignia en el caso de que su flota contara con uno.
Mientras avanzaba, Han vio a un grupo de jóvenes oficiales que estaban haciendo cola delante de una lanzadera imperial. «Vamos allá”, pensó, yendo hacia ellos sin permitirse ninguna vacilación y colocándose al final de la cola. Volver a llevar el uniforme le había cambiado: sus hombros se habían erguido automáticamente y sus pasos eran más firmes y precisos, y sus ojos miraban fijamente hacia adelante.
Los jóvenes oficiales fueron subiendo a la nave, se sentaron y se pusieron los arneses de seguridad. El compañero de asiento de Han le saludó con una afable inclinación de la cabeza. Han se la devolvió y sonrió. Un destructor tenía 16.204 tripulantes, por lo que era altamente improbable que nadie se diera cuenta de que el teniente «Stevv Manosk» era un intruso que no debía estar a bordo.
El vuelo hasta el destructor transcurrió sin ninguna clase de incidentes. El compañero de asiento de Han se quedó dormido. El corelliano sonrió, y pensó que aquel joven oficial quizá había abusado un poco de las diversiones durante su permiso.
Una vez terminada la maniobra de atraque con el muelle del Destino, Han salió de la nave después de hacer una segunda cola y fue al cuaderno de datos libre más cercano. La nave era lo suficientemente grande para que nadie se sintiera demasiado sorprendido si le veía solicitar un diagrama donde se mostrara qué había en cada cubierta.
«Vamos a ver... Nivel cuatro, sección tres. Bien, vamos allá...»
Han fue al turboascensor más próximo sin perder ni un instante. Subió a una cabina y se vio rápidamente empujado hacia la pared del fondo a medida que otros ocupantes iban llenando el espacio disponible en la cubierta siguiente. Han estaba mirando fijamente hacia adelante cuando, para su inmenso horror, se dio cuenta de que conocía al joven oficial que estaba inmóvil junto a la puerta.
¡Era nada menos que Tedris Bjalin, el joven teniente que había despojado tan sistemáticamente al uniforme de Han de todas las insignias de su rango durante el consejo de guerra!
Han se fue deslizando discretamente hacia la derecha todo lo que pudo, escondiéndose detrás de un tripulante muy alto mientras cruzaba los dedos y pedía a todas las deidades de la galaxia que a Tedris no se le ocurriera darse la vuelta. El teniente siguió donde estaba, y se bajó en el siguiente nivel.
Han dejó escapar un prolongado pero silencioso suspiro de alivio. «Para que luego hablen de la mala suerte y las coincidencias... ¿Por qué demonios he tenido que tropezarme con uno de los pocos tipos que pueden identificarme?» De hecho, la coincidencia no era tan sorprendente como podía parecer a primera vista. Tedris había nacido en los Territorios del Borde Exterior: el joven teniente conocía muy bien aquellas rutas espaciales, por lo que no tenía nada de raro que hubiera sido enviado a esa zona. «Tendré que hacer todo lo que pueda para mantenerme lo más alejado posible de él...»
Una vez en el nivel cuatro, Han echó a andar por la cubierta y empezó a buscar el pasillo que llevaba a la sección tres. Lo encontró, se metió por él y lo recorrió hasta llegar al final del corto tramo de pasillo. Los oficiales de rango más elevado siempre tenían despachos con ventanales. Era uno de los privilegios del rango.
Han encontró la puerta que estaba buscando, titubeó durante una fracción de segundo y después irguió los hombros y acarició el regalo de los hutts que llevaba en el bolsillo. El regalo consistía en un magnífico (y muy valioso) anillo de hombre, un aro de platino adornado con varias piedras chispeadoras bothanas de gran tamaño que no tenían el más mínimo defecto.
La antecámara del despacho estaba ocupada por un androide plateado senado detrás de un escritorio que estaba introduciendo información en un cuaderno de datos. El androide alzó los ojos hacia Han cuando el corelliano entró en la antecámara.
—¿Puedo serle de alguna ayuda, teniente?
—He de ver al almirante C'sreelanx —dijo Han.
—¿Tiene una cita, teniente?
—No, no exactamente —replicó Han—. Pero estoy seguro de que el almirante querrá recibirme. Le traigo cierta... información. ¿Sabes a qué me refiero?
Curvó los labios en una sonrisa maliciosa y después le guiñó un ojo al androide, en un intento deliberado de sobrecargar los circuitos de inferencia lógica incluidos en su programación.
Los ojos verdosos del androide plateado emitieron suaves destellos mientras sus sistemas intentaban interpretar qué le estaba diciendo Han. El androide tembló de manera casi imperceptible y acabó dándose por vencido.
—Discúlpeme, teniente, pero quizá debería hablar con el edecán personal del almirante—.
—Claro —dijo Han, abandonando la posición de firmes.
El androide fue a toda prisa a la habitación contigua y Han pudo oír cómo hablaba en susurros con alguien. El androide reapareció por fin, seguido por un teniente de primera que parecía estar extremadamente irritado. Han se puso firmes y saludó marcialmente.
—¿Qué está pasando aquí, teniente? —preguntó secamente el edecán.
—¡El teniente Stevv Manosk solicita ver al almirante, señor!
—¿Por qué motivo, teniente? —preguntó el edecán, cuya placa personal lo identificaba como «Kem Fallon».
—Tengo un mensaje para el almirante, señor. Es de naturaleza..., personal, señor—.
Han estaba corriendo un riesgo calculado basándose en la teoría de que Greelanx compartiría la avanzada corrupción moral que el corelliano había percibido en muchos de los oficiales imperiales de alto rango a los que había conocido en el pasado. Si Greelanz aceptaba sobornos, entonces había bastantes probabilidades de que también distara mucho de ser el prototipo del militar ascético en lo que concernía a las damas...
Fallon enarcó una ceja.
—Me parece que no le entiendo, teniente.
Han tuvo el presentimiento de que estaba siendo sometido a alguna clase de prueba, y su expresión no se alteró en lo más mínimo.
—La dama me dijo que el mensaje sólo puede ser entregado al almirante, señor.
—¿La... dama? —Fallon bajó repentinamente la voz hasta que estuvo hablando en susurros—. ¿Se refiere a Malessa?
Han permitió que sus ojos se abrieran un poco más y decidió jugárselo todo a una sola carta.
—¡El mensaje me fue entregado por la señora Greelanx, señor! —exclamó en el tono más perplejo y escandalizado de que fue capaz—. ¿Quién es Malessa?
«Si la señora Greelanx se llama Malessa, entonces estoy listo...», pensó.
Pero la suerte no le falló. El teniente de primera Fallon puso ojos como platos.
—La señora Greelanx... ¡Oh, claro! ¡Por supuesto! Quiero decir que... Vaya, qué error tan estúpido. Malessa es mi esposa, se lo aseguro, y estaba pensando en ella y... Espere un momento.
Fallon desapareció a toda prisa dentro del despacho, y Han se permitió una sonrisita de satisfacción. «Sabacc puro», pensó. Después de todo, Han siempre había estado prácticamente seguro de que el viejo y querido almirante Greelanx tenía algunas amiguitas escondidas.
Unos instantes después se encontraba en el espacioso despacho de Greelanx, un gran camarote de elegante mobiliario provisto de un ventanal que permitía que el almirante admirase a sus escuadrones mientras éstos flotaban en sus órbitas.
Greelanx era un hombre robusto de mediana edad, cabellos canosos que ya empezaban a escasear y bigotito cuadrado. Estaba de pie detrás de su escritorio cuando Han entró en el despacho, y parecía un tanto alarmado.
—¿Trae un mensaje de mi esposa, teniente?
Han respiró hondo antes de hablar.
—Lo que he de decirle requiere la más absoluta intimidad, señor —dijo después.
Greelanx le contempló en silencio durante un momento, y después indicó a Han que se acercara con un gesto de la mano y pulsó un control disimulado debajo de su escritorio.
—La pantalla de intimidad ha quedado conectada, y he activado el sistema de interferencias —dijo—. Y ahora, explíqueme a qué viene todo esto.
Han le alargó el anillo.
—Le traigo un regalo de los grandes señores hutts de Nal Hutta, almirante —dijo—. Los hutts quieren hacer un trato con usted.
Los ojos de Greelanx se iluminaron ante la visión de aquella valiosa joya, pero el almirante no la tocó.
—Comprendo —dijo—. Y la verdad es que no puedo afirmar que me sorprenda, desde luego... Las babosas no quieren que sus cómodas vidas dedicadas al crimen se vean perturbadas, ¿eh?
Han asintió.
—Es una buena manera de resumir la clase de acuerdo al que quieren llegar, almirante. Además, las «babosas» están dispuestas a pagar muy bien ese privilegio. Debe entender que estamos hablando de todos los grandes líderes hutts de Nal Hutta, y que están dispuestos a ser muy generosos.
Greelanx por fin se permitió coger el anillo y lo examinó, y después lo deslizó en uno de sus dedos. El anillo era justo de su tamaño. —Le queda muy bien, señor —dijo Han.
—Sí, desde luego —replicó Greelanx. El almirante jugueteó con el anillo, deslizándolo hacia adelante y hacia atrás con expresión pensativa—. Debo admitir que la oferta de los hutts me parece muy... tentadora —murmuró por fin—. “Especialmente dado que planeo retirarme el año que viene, claro. Me encantaría tener una ocasión de aumentar mi... pensión.”
—Lo entiendo, señor.
—Pero mis órdenes no pueden estar más claras, y no puedo desobedecerlas —dijo Greelanx, quitándose el anillo y alargándoselo a Han—. Me temo que no podremos hacer negocios, joven.
Han se envaró, pero se obligó a no perder la calma. Ya se había dado cuenta de que Greelanx sentía auténticas tentaciones de aceptar la oferta de los hutts.
—¿Cuáles son exactamente sus órdenes, señor? —preguntó—. Quizá podríamos encontrar alguna solución que resultara beneficiosa para los dos y que, al mismo tiempo, le evitara tener que enfrentarse a cualquier acusación de no haber cumplido con su deber.
Greelanx dejó escapar una seca y corta carcajada llena de amargura.
—Lo dudo, mi joven amigo... Tengo órdenes de entrar en el sistema hutt para ejecutar una directiva Base Delta Cero sobre Nar Shaddaa, también conocida como la Luna de los Contrabandistas, y a continuación debo establecer un bloqueo absoluto de Nal Hutta y Nar Hekka hasta que los hutts accedan a someterse a una inspección a fondo del servicio de aduanas —y— acepten una presencia militar completa en sus mundos. El Moff no desea causar excesivos perjuicios a los hutts, pero quiere que Nar Shaddaa quede reducida a un montón de escombros.
Han tragó saliva, sintiendo que la boca se le secaba de repente. Las directivas Base Delta Cero consistían básicamente en la aniquilación de un mundo: todas las formas de vida, todas las naves, todos los sistemas e incluso todos los androides tenían que ser capturados o destruidos. Su peor pesadilla acababa de convenirse en realidad.
—¿Ha acabado de trazar su plan de batalla, almirante? —preguntó.
—Mi personal táctico ha estado trabajando en él, y ahora mismo lo estaba repasando —replicó Greelanx—. ¿Por qué me lo pregunta?
—Los hutts desean comprar el plan con todos sus detalles, señor —dijo Han—. Puede fijar el precio que quiera.
Greelanx reaccionó a la afirmación de Han dando visibles muestras de interés.
—¿Los hutts quieren comprar el plan de batalla? —exclamó, y su tono indicaba una considerable sorpresa—. ¿De qué puede servirles?
—Tal vez nos proporcione una posibilidad de resistir, señor —dijo Han.
—¿Creen que pueden vencernos? —El almirante miró fijamente a Han—. Usted es uno de ellos, ¿verdad? Es un contrabandista... —Sí, señor. —Greelanx se encogió de hombros.
—Me sorprende —admitió—. Sabe cómo llevar el uniforme.
—Gracias, señor —dijo Han, y era sincero.
Greelanx empezó a pasear lentamente por el despacho, obviamente sumido en profundas reflexiones mientras lanzaba el anillo al aire y lo cogía al vuelo. Finalmente, volvió a detenerse delante de Han.
—Me está diciendo que sus patronos los hutts me pagarán lo que les pida a cambio de mi plan de batalla —dijo.
—Sí, señor —replicó Han—. A cambio de su plan de batalla y de que aproveche la primera ocasión razonable y estratégicamente justificable para retirar su escuadrón, naturalmente... Nosotros nos ocuparemos del resto.
—Hmmmmmmm.... —Greelanx reflexionó durante unos momentos más y finalmente, como si hubiera tomado una decisión, volvió a ponerse el anillo—. De acuerdo, muchacho: trato hecho —dijo—. Quiero que se me pague en gemas que sean pequeñas y que puedan venderse con facilidad, y a las que no resulte prácticamente imposible seguirles la pista. Le haré una lista de los tipos y pesos que deseo recibir.
—Perfecto, señor —dijo Han—. Creo que es una idea magnífica.
—Siéntese ahí. —Greelanx señaló un sofá situado al otro extremo de su despacho—. Acabaré de repasar el plan de batalla y después podrá llevárselo.
Han asintió y fue a sentarse, tal como se le había dicho que hiciera. Estaba un poco sorprendido de que todo hubiera sido tan fácil. Se preguntó si debería sospechar de Greelanx, pero el almirante parecía sinceramente impulsado por la codicia. Aun así, allí estaba ocurriendo algo más, algo que Han no conseguía llegar a entender...
Greelanx estuvo trabajando durante casi dos horas, y después se levantó por fin y llamó a Han con un gesto de la mano para que volviera a entrar en el campo de intimidad.
—Ya he terminado —dijo—. No es nada terriblemente inspirado, desde luego, y en realidad me he limitado a emplear las tácticas imperiales estándar, pero debería poder ser llevado a la práctica sin ninguna dificultad. Me temo que este plan tendría que permitirnos hacer pedazos a cualquier flota de contrabandistas que intente detenernos.
—Eso es asunto nuestro —dijo Han—. En cuanto a usted, almirante, lo único que ha de hacer es seguir esas tácticas... —señaló el plan de batalla—, y retirar su escuadrón apenas pueda hacerlo de una manera justificada. Volveré para pagarle.
—Usted es piloto, ¿verdad? —preguntó Greelanx.
—Puede apostar a que lo soy, señor——dijo Han, y le sonrió—. Pronto deseará haberme tenido de su lado.
El almirante dejó escapar una suave risita.
—Está muy seguro de sí mismo, ¿verdad? Pero los buenos pilotos siempre lo están... Bien, haré que una lanzadera le esté esperando en estas coordenadas. —El almirante añadió una línea a la hoja de plastipapel que contenía el plan de batalla—. Lleve puesto su uniforme, ¿de acuerdo? Todos los códigos de atraque que necesitará estarán en la memoria del ordenador de navegación. Le espero una semana y un día después del ataque. ¿Lo ha entendido?
Han asintió.
—Sí, señor, lo he entendido. Puede estar seguro de que volveré. Los hutts son terriblemente conscientes del peligro que corren y le pagarán lo que ha pedido sin rechistar y sin quejarse.
«Y si se quejan, usted no les oirá», añadió en silencio.
—Muy bien. En ese caso, podemos dar por concluido nuestro pequeño negocio particular —dijo Greelanx—. Aunque me parece que está siendo excesivamente optimista acerca de sus posibilidades de vencer a mi escuadrón, mi joven amigo...
Han asintió.
—Quizá tenga razón, almirante. Pero lo único que queremos es una oportunidad de tratar de vencerles.
—La tendrán —dijo Greelanx—. Pero más valdrá que estén preparados para defenderse con uñas y dientes. Mi ataque será absolutamente real.
Han saludó al almirante.
—Sí, señor.
Después ejecutó una impecable media vuelta sobre sus talones y salió del despacho.