Capítulo 4
Subiendo las apuestas
Cinco meses y seis cazadores de recompensas más tarde, Han y Chewbacca ya se habían adaptado a la vida en Nar Shaddaa. Han encontró un pequeño apartamento en el sector corelliano, a un megabloque de distancia del piso en el que vivía Mako y sólo a un nivel por debajo de él. El apartamento consistía en una pequeña suite, con dos diminutos dormitorios provistos de camas plegables, una igualmente diminuta área de cocina/sala de estar y una unidad de aseo. Pero no pasaban mucho tiempo en casa. En cuanto Mako le hubo presentado a sus socios, el joven corelliano no paró de trabajar. Los buenos pilotos siempre eran apreciados en Nar Shaddaa.
Durante su primer mes, Han hizo varios turnos de pilotaje en la lanzadera que iba de Nar Shaddaa a Nal Hutta, transportando hutts y subordinados suyos por la ruta espacial que unía la Luna de los Contrabandistas con el mundo natal de los hutts. Han había albergado la esperanza de que eso le permitiría conocer a Jabba o a Jiliac, pero los dos grandes señores del clan Desilijic disponían de sus propias lanzaderas privadas y no necesitaban utilizar las naves del transpone público. Han estaba decidido a aprovechar las informaciones de Tagta, pero acabó llegando a la conclusión de que sería mejor que se familia rizara un poco con aquel nuevo ambiente antes de solicitar un empleo de piloto a sueldo de los hutts. Después de todo, los hutts eran unos patronos muy exigentes y difíciles de complacer...
Cuando su empleo temporal llegó a su fin, el joven corelliano acompañó a Mako en varios viajes durante los que transportaron cargamentos de especia desde Ryloth, el mundo natal de los twi'leks, hasta una zona de almacenamiento en Roon. Allí Han conoció a un viejo amigo de Mako, un contrabandista ya bastante mayor y de rostro arrugado llamado Zeen Afit. Zeen estaba a punto de despegar con rumbo hacia el Pasillo de los Contrabandistas para entregar un cargamento de comida, y cuando dijo que le gustaba tener compañía durante sus viajes, Han y Chewbacca se ofrecieron a acompañarle.
El Pasillo de los Contrabandistas era un escondite utilizado por todas las criaturas inteligentes cuyos problemas con la ley eran todavía más serios que los de los habitantes de Nar Shaddaa. El Pasillo estaba formado por una serie de escondrijos interconectados, que en realidad eran auténticos entornos artificiales abiertos en varios asteroides de gran tamaño situados en el centro de un gigantesco campo de asteroides. El más importante era un agujero maloliente taladrado en un gran asteroide conocido como Salto 1. —
Zeen Afit les mostró la ruta de entrada al Pasillo, que atravesaba el traicionero y eternamente cambiante campo de asteroides, aunque no permitió que Han pilotara su viejo y ya bastante maltrecho carguero, el Corona.
—La próxima vez, chico —le prometió con su voz entrecortada y jadeante mientras sus dedos revoloteaban sobre los controles—. Te lo prometo, ¿eh? Por ahora, confórmate con contemplar al viejo tío Zeen y disfruta del viaje.
Han tragó saliva mientras el Corona escapaba por muy poco a la colisión con una enorme roca que habría reducido la nave y a sus pasajeros a moléculas.
—Si aún estoy vivo cuando llegue ese momento —observó, encogiéndose involuntariamente cuando otro asteroide estuvo a punto de llevarse su ventanal de observación—. ¡Maldita sea, Zeen, ve más despacio! ¿Te has vuelto loco o qué?
—Sólo hay una forma de cruzar un campo de asteroides, chico: tienes que ir lo más deprisa posible y debes dejarte guiar por el instinto —dijo Zeen Afit, sin apartar los ojos de sus instrumentos. —Si intentas ir despacio y con cautela, lo más probable es que acabes aplastado antes de que hayas tenido tiempo de limpiarte la nariz. Yo siempre entro a toda velocidad manteniendo los ojos bien abiertos, y todavía sigo aquí.
Cuando llegaron al legendario Pasillo de los Contrabandistas, Han y Chewbacca siguieron cautelosamente a Zeen Affit al interior de Salto 1 para conocer a «la pandilla», el nombre colectivo con el que el viejo contrabandista se refería a sus amigos. Han fue presentado a un hombre delgado de piel cetrina y con la cara llena de cicatrices llamado Jarril, y a otro contrabandista bastante mayor que se estaba quedando calvo y que era conocido con el más bien incongruente nombre de «Chico DXo'ln».
Salto 1 era un auténtico laberinto de habitaciones, comedores, casas de juego, bares y salones de drogas. Han empezó a sentirse francamente nervioso en cuanto comprendió que allí la ley era algo todavía más desconocido que en Nar Shaddaa. En Salto 1, la ley pura y simplemente no existía.
El corelliano hubiera podido morir allí, y aparte de Chewie (eso suponiendo que el wookie siguiera con vida, lo cual parecía bastante improbable), nadie se enteraría y a nadie le importaría. Han hizo cuanto pudo pan ocultar su creciente nerviosismo. Había crecido entre personas que vivían al margen de la ley, y a los diez años de edad ya había conocido a muchos degenerados..., pero hasta aquel momento nunca se había encontrado con tantos seres perdidos, desesperados y sedientos de sangre reunidos en un solo lugar.
Mientras él y Zeen iban hacia el bar, Han se fijó en el riachuelo de viscoso líquido verde amarillento que fluía por un canal abierto en el centro del suelo de piedra. Chewbacca olisqueó el aire y después dejó escapar un resoplido de protesta.
—Sí, realmente apesta —dijo Han, intentando controlar el temblor de sus fosas nasales—. ¿Qué demonios es esa sustancia, Zeen? También está en las paredes...
—Oh, sólo es una pequeña asquerosidad más con la que tenemos que convivir, chico —replicó el contrabandista—. Huele fatal, ¿verdad? De vez en cuando nos decimos que deberíamos averiguar de dónde sale y cegar el origen. Dicen que es una especie de componente protoorgánico mezclado con azufre.
Han arrugó la nariz. El líquido olía igual que una mezcla de carne vegetación podrida a la que se hubiera añadido una generosa dosis de azufre como condimento final. Han había aguantado olores peores, pero no recientemente.
Cuando pasaron por encima del canal del líquido viscoso para ir al bar, la atención de Han fue repentinamente atraída y mantenida por una mujer muy hermosa de largos cabellos negros que destacaba irresistiblemente entre todos aquellos contrabandistas de aspectos más bien horrendos. La mujer llevaba una falda corta que realzaba sus magníficas piernas, y una especie de camisa cuyos faldones habían sido recogidos en un nudo para dejar al descubierto su estómago. Han se dedicó a contemplarla, y pensó que era una de las mujeres más impresionantes que había visto en toda su vida..., y de repente se dio cuenta de que la mujer le estaba devolviendo la mirada. Han se apresuró a dirigirle la sonrisa más encantadora de todo su repertorio.
La mujer fue hacia ellos. Han sintió que el corazón le daba un vuelco, pero un instante después vio que la mujer le estaba observando con una marcada falta de entusiasmo, corno si el corelliano fuera una costilla de traladón que estuviera empezando a ponerse un poquito verdosa por los bordes. La sonrisa se le congeló en los labios. «Bien, supongo que la atracción no es mutua...»
—Me gustaría presentarte a una amiga mía, Han —dijo Zeen, señalando a la mujer con un dedo—. Se llama Esbelta Ana Azul, y es una de las mejores contrabandistas de la zona..., y también es una jugadora de sabacc endiabladamente buena. Azul, te presento a Han Solo, un chico nuevo que me ha acompañado en el viaje. Y éste es su socio, Chewie.
—Es un placer conocerte... —asintió cordialmente Han.
Percibiendo su titubeo y comprendiendo que Han no sabía cómo dirigirse a ella, la contrabandista sonrió, revelando un reluciente diente de cristal azulado.
—Llámame Azul —dijo, con una voz que no podía evitar ser ronca y sensual—. Así que te llamas Han Solo, ¿eh? Y él es... —se volvió hacia el compañero de Han—. ¿Chewie, verdad?
—Chewbacca —la corrigió Han.
—Encantada de conocerte, Chewbacca —dijo Azul—. ¿Todavía no has conocido a Wynni?
Chewie inclinó la cabeza hacia un lado y gimió una pregunta. Esbelta Ana Azul le sonrió.
—Sabrás de quién estoy hablando en cuanto la veas —le prometió, un tanto crípticamente.
—Bien, bien... ¿Puedo invitarte a una copa..., Azul? —preguntó Han.
Azul le miró, pareció reflexionar durante unos momentos y acabó permitiendo que sus labios se curvaran en una tenue sonrisa.
—No, no lo creo —dijo por fin—. Eres muy mono, pero no eres mi tipo, Solo. Prefiero que mis hombres tengan un poco más de... experiencia.
Zeen soltó una risita.
—Nuestra querida Azul tiene gustos muy peculiares —dijo, dándose cuenta de que Han se tomaba bastante mal su rechazo—. Los jovencitos solteros sois demasiado fáciles de cazar. Azul disfruta con la persecución y la cacería, especialmente cuando forma parte de la emoción que se siente al robar algo que no te pertenece.
Los hermosos ojos de Esbelta Ana Azul recorrieron a Zeen desde la cabeza hasta los pies.
—Veo que estás pasando por una de esas temporadas en las que te gusta vivir peligrosamente, ¿verdad? —murmuró, y después se volvió hacia Han—. ¿Juegas al sabacc, Han Solo?
Han asintió.
—Sí, he jugado unas cuantas partidas —dijo cautelosamente.
—Pues entonces ven conmigo —dijo Azul, obsequiándole con una sonrisa tan fascinante como irresistible—. Me encantaría tener un poco de sangre fresca en mi mesa de juego.
Después giró sobre sus talones con una última inclinación de cabeza dirigida a Chewbacca y se fue. Han la siguió con la mirada, y no pudo evitar menear la cabeza con admiración.
—Esbirros de Xendor... No cabe duda de que es una mujer realmente magnífica —murmuró.
—Puro sabacc destilado —asintió Zeen—. Sí, Azul es de primera calidad.
—¿Y sólo le interesan los tipos casados?
—Digamos que prefiere la emoción de la cacería —replicó Zeen—. Si un tipo parece excesivamente disponible o tiene demasiadas ganas de que le echen el guante, Azul enseguida le da la espalda y busca una presa más difícil de atrapar.
—Oyéndote cualquiera diría que estás hablando de una araña peluda devaroniana —dijo Han, contemplando cómo el trasero eminentemente digno de ser observado de Esbelta Ana Azul desaparecía entre la multitud de contrabandistas que reían, charlaban y bebían.
—Casi has dado en el blanco, chico —dijo Zeen, acompañando sus palabras con una risita y un guiño—. Nuestra Azul es realmente única. Verás, Azul...
El veterano contrabandista se interrumpió de repente y giró sobre sus talones cuando un potente rugido hizo vibrar el bar. Han le imitó para ver a una wookie inmóvil en el umbral Para ser una hembra, la wookie era enorme, y su altura y sus músculos no tenían nada que envidiar a los de Chewie. Sus ojos azules estaban clavados en el compañero de Han, quien estaba muy ocupado dirigiendo la mirada hacia cualquier sitio que no fuese la entrada por la que acababa de aparecer su congénere.
—¿Quién es? —preguntó Han, volviéndose hacia Zeen.
—Wynni —replicó el viejo contrabandista con otro guiño y una sonrisa burlona.
Han y Chewbacca siguieron a la wookie con la mirada mientras ésta venía hacia ellos. Wynni dirigió un ronco saludo gutural a Chewie, ignorando por completo a su compañero humano. Después extendió una peluda manaza y la deslizó por el largo brazo de Chewbacca en un gesto lleno de admiración.
Han se volvió hacia Zeen.
—Creo que Chewie le gusta —dijo secamente en básico.
—Eso parece —admitió Zeen—. Me parece que tu amigo ha tenido más suerte en el amor que tú, chico…, aunque tengo la impresión de que preferiría no haber sido tan afortunado.
El viejo contrabandista de rostro lleno de arrugas tenía razón, desde luego. Chewbacca miró desesperadamente a su alrededor mientras la wookie se pegaba a él y emitía gruñidos altamente sugestivos.
Chewie vio que Han le estaba mirando, y meneó la cabeza en un movimiento casi imperceptible pero muy enfático. Han se compadeció de su amigo.
—Eh, Chewie, tenemos que irnos —dijo en voz alta.
Wynni se volvió hacia él y le gruñó. Estaba claro que no le gustaba nada ver cómo Han intentaba interferir con sus intentos de seducción. Han la miró y se encogió de hombros.
—Lo siento, pero tenemos que ir a un sitio —dijo—. Es una cita previa, ¿entiendes?
Resultaba obvio que Wynni no le creía. La wookie dejó escapar otro gruñido gutural.
Han se dio cuenta de que estaban empezando a atraer a una multitud. El Chico DXo'ln, el amigo medio calvo de Zeen, dio un paso hacia ellos.
—Acusar a la gente de mentir es de muy mala educación, Wynni —le dijo a la wookie—. Han está diciendo la verdad. Acabo de contratarle a él y a su amigo wookie para que sirvan como copiloto y artillero a bordo del Fuego Estelar en el viaje a Kessel. De hecho, mis androides ya deberían haber acabado de subir el cargamento a bordo. Venga, Solo, tenemos que irnos...
Han dirigió una sonrisa llena de dulzura a Wynni y se encogió de hombros mientras ponía cara de «¿Qué otra cosa puedo hacer?». Chewbacca ni siquiera intentó ocultar lo mucho que se alegraba de poder alejarse de aquella terrible hembra depredadora.
Mientras iban por el pasillo que llevaba al hangar de descenso de Salto 1, Han se volvió hacia el Chico.
—Gracias —dijo con una sonrisa de agradecimiento—. Hubo un momento en el que pensé que no conseguiría sacar a Chewie de allí sin que Wynni me hiciera una escena.
El Chico DXo'ln sonrió.
—Sí, y cruzarse en el camino de una wookie enamorada puede ser realmente muy perjudicial para la salud... Bueno, ¿qué quieres hacer ahora? ¿Te parece bien eso que dije de venir a Kessel conmigo?
—Desde luego —dijo Han—. Siempre he querido visitar Kessel. ¿Vas a seguir por la ruta de Kessel después de haber descargado tus mercancías allí?
—No lo sé —replicó el Chico—. Puede que lo haga, si hay un cargamento esperándome para que lo recoja. Pero de todas maneras estoy seguro de que en Kessel siempre podrás encontrar a alguien que quiera enseñarte cómo es esa ruta.
Han había oído hablar de la ruta de Kessel, y sabía que estaba considerada como la prueba máxima a la hora de enjuiciar las capacidades de un piloto. Ir por esa ruta permitía usar un atajo a través de un área de espacio deshabitado, evitando que la nave tuviera que dar un rodeo de un mínimo de dos días de duración. Pero la ruta directa que llevaba desde Kessel hasta los trayectos comerciales habituales se encontraba peligrosamente cerca de las Fauces, una gigantesca acumulación de agujeros negros que distorsionaban tanto el espacio como el tiempo. Las Fauces habían engullido a muchas naves, y todos los integrantes de sus infortunadas tripulaciones habían perecido.
En cuanto estuvieron a bordo del Fuego Estelar, el Chico señaló los controles con una mano.
—He oído decir que eres realmente bueno, Solo. ¿Crees que podrías pilotar mi nave durante el despegue y sacarla de aquí?
Han asintió, sintiendo la boca repentinamente seca. Se acordó de los consejos de Zeen, y se obligó a entrar en el campo de asteroides siguiendo una trayectoria rápida y moviéndose con tranquila seguridad, en vez de procurar ir despacio. También se acordó de las historias que contaban los pilotos que habían estado a bordo del Suerte del Comerciante, y comprendió que todas confirmaban que Zeen tenía razón: la mayoría de los campos de asteroides podían ser atravesados por alguien que tuviera nervios de acero y reflejos lo suficientemente rápidos. Conteniendo el aliento, Han hizo que el pequeño y maltrecho carguero se bamboleara de un lado a otro sin reducir la velocidad en ningún momento.
El Chico se recostó en el asiento del piloto y se limitó a mirar. Sólo intervino en una ocasión, y fue para incrementar un poco la aceleración de la nave a fin de esquivar un pequeño asteroide que estaba orbitando a otro de mayores dimensiones. El asteroide más grande había estado ocultando a su pequeño compañero, y el Fuego Estelar pasó tan cerca de él que los escudos deflectores se activaron y la nave expresó su protesta con una violenta vibración. Pero lograron evitar la colisión.
Han se mordió el labio inferior mientras la roca, que tenía la mitad del tamaño de la nave, se alejaba velozmente por el espacio detrás de ellos.
—Lo siento, Chico. Tendría que haberla visto.
—No podías verla, Solo —replicó el veterano contrabandista—. Llevo tantos años entrando y saliendo de este maldito campo de asteroides que me he aprendido de memoria la posición de cada una de esas rocas y su comportamiento. Sabía que ese asteroide llevaba a un bebé pegado a los talones porque los había visto con anterioridad.
Cuando por fin emergieron al espacio despejado, Han se sentía como si llevara un día entero pilotando la nave en vez de sólo media hora. Lo único que quería era hundirse en el acolchado de su asiento y descansar, pero cuando volvió la mirada hacia el Chico DXo'ln vio que tenía los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás. Aparentemente, el Chico se había dormido.
Han miró a Chewie y se encogió de hombros.
— Toma los controles mientras trazo el curso hasta Kessel, amigo. Unos minutos después Han extrajo las coordenadas finales del ordenador de navegación y acabó de trazar el curso. Alzó la mirada hacia el Chico DXo'ln, y un acuoso ojo azul se abrió para devolvérsela.
— Adelante, Solo —dijo la voz rasposa del Chico.
Han sonrió.
—Claro —dijo.
Unos instantes después los relucientes puntitos luminosos del espacio real se alargaron ante ellos, y el Fuego Estelar se precipitó por un túnel de líneas estelares. Han se dio cuenta de que estaba sonriendo como un crío. Llevaba mucho tiempo sin poder disfrutar de una experiencia de pilotaje que se saliera de la mera rutina.
Cuando estaba en la Armada, había hecho varios turnos de guardia como timonel a bordo de gigantescos navíos imperiales, pero lo que más le gustaba era pilotar cazas TIE. Aquellos aparatos eran pequeños, ágiles y mortíferos y exigían un control impecable tanto para las maniobras como para el uso del armamento, pero no tenían el más mínimo blindaje, lo cual los volvía muy vulnerables. Pocos pilotos de cazas TIE llegaban a viejos.
Cuando el Fuego Estelar volvió al espacio real, Han echó un vistazo a las Fauces y contuvo la respiración. El Chico DXo'ln, que por fin había despertado de su siesta, se desperezó y sonrió.
— Impresionante, ¿verdad, Solo?
— Desde luego —murmuró Han.
Las Fauces se extendían ante ellos, un conjunto de agujeros negros que estaban absorbiendo la vida de las estrellas de los alrededores.
Largas cintas de gas serpenteaban por entre los monstruosos remolinos de polvo y gases que indicaban la situación de los agujeros negros. Los agujeros eran invisibles, naturalmente. Se los llamaba agujeros “negros” porque su gravedad era tan potente que nada, ni siquiera la luz, podía escapar al tirón de sus pozos gravitatorios.
Pero las nubes de polvo y gases marcaban con toda claridad su localización, y había un buen número de ellos. Por lo que sabía Han, las Fauces eran únicas en la galaxia.
—Kessel se encuentra justo al lado de las Fauces, Solo —dijo el Chico—. Espera, voy a mostrarte las coordenadas en la pantalla...
Han estudió las lecturas del pequeño planeta de aspecto curiosamente deforme que orbitaba una diminuta estrella que brillaba con una potente claridad blanco azulada. Una luna minúscula giraba en una rápida órbita alrededor de Kessel.
—Ese planeta ni siquiera es esférico —murmuró—. No tiene una masa lo suficientemente grande para conservar una atmósfera, ¿eh?
—Dímelo a mí... —replicó el Chico—. Si vas a Kessel tienes que llevar una máscara respiratoria, pero al menos cuentan con un par de fábricas generadoras de atmósfera, y eso quiere decir que podremos prescindir de nuestro equipo para el vacío.
Han bajó la mirada hacia las lecturas y las contempló con el ceño fruncido.
—No sabía que Kessel tuviera una luna.
—Sí, y corren rumores de que los imperiales la han estado explorando y que quizá estén construyendo algo allí. Una locura, si quieres saber mi opinión...
—¿Hay naves imperiales por aquí?
Las revelaciones del Chico habían dejado un poco preocupado a Han. Chewie seguía siendo un esclavo huido, después de todo, y a los imperiales les encantaría poder volver a capturarlo.
—Sí. Hace algún tiempo me tropecé con un tipo que trabaja como informador para el servicio de seguridad imperial, y me contó que los imperiales están pensando en construir alguna clase de instalación supersecreta justo en el centro de las Fauces —dijo el Chico con voz pensativa.
Han contempló los torbellinos de polvo y gases que indicaban la situación de los agujeros negros y meneó la cabeza.
—¿Una base? ¿Ahí dentro? ¡No cabe duda de que están locos! El Chico se encogió de hombros.
—Hay más espacio vacío de lo que te imaginas entre esos agujeros negros. De hecho, algunos contrabandistas afirman que podrías acortar bastante la ruta de Kessel pasando muy cerca de las Fauces.
Han frunció el ceño mientras estudiaba sus lecturas.
—Quieres decir que eso permitiría recorrer la ruta en menos tiempo, ¿no?
El Chico soltó una risita, un sonido tan chirriante que casi resultaba metálico.
—Sí, también... Pero dicen que cuando estás tan cerca de las Fauces, tanto el espacio como el tiempo quedan seriamente distorsionados. Eso significa que no sólo puedes invertir menos tiempo en el viaje, sino que en realidad puedes llegar a eliminar una parte de la distancia.
—¿Cuál es el último récord? —preguntó Han, impulsado por la curiosidad.
—No lo sé —replicó el Chico—. Creo que últimamente se encuentra por debajo de las diez horas, pero nunca he estado lo suficientemente loco como para tratar de igualarlo. Sigue mi consejo y no intentes jugar con las Fauces, Solo.
Han tendía a pensar que los consejos del Chico eran dignos de ser seguidos. Pasar rozando las Fauces le parecía una idiotez..., y además parecía el tipo de idiotez propia de un suicida.
Han posó el Fuego Estelar sobre la superficie de Kessel, y los tres contrabandistas se pusieron máscaras respiratorias y salieron de la nave. Había una pequeña cantina que servía como zona recreativa y en la que los pilotos y tripulaciones podían comer y beber mientras esperaban a que los androides de carga acabaran de llenar sus bodegas.
El Chico DXo'ln decidió quedarse a supervisar las operaciones de carga, lo que permitió que Han y Chewie fueran a comer un bocado. Diez minutos después Han estaba a mitad de una apresurada comida acompañada por una jarra de cerveza de Polanis, y se preguntaba qué debía hacer a continuación. El Chico había dejado muy claro que en cuanto la bodega del Fuego Estelar estuviera llena despegaría para poner rumbo a ciertos lugares que prefería siguieran siendo desconocidos..., por lo menos para Han. El viejo contrabandista también había comentado que estaba seguro de que Han no tendría demasiadas dificultades para volver al Pasillo de los Contrabandistas, o a Nar Shaddaa, probablemente a través de la ruta de Kessel, desde el pequeño planeta.
Kessel no disponía de alojamientos para los visitantes que quisieran pasar la noche allí. Han volvió la cabeza en cuanto oyó abrirse la puerta de la cantina, y un instante después se encontró contemplando un rostro familiar.
—¡Roa! —exclamó, saludando con la mano al hombre que acababa de entrar en la cantina y se estaba quitando la máscara respiratoria—. ¡Eh, Roa! Ven aquí y te invitaré a una copa!
Roa —si tenía otro nombre, Han nunca lo había oído mencionar —era un hombretón muy alto y robusto de cabellos canosos y sonrisa encantadora. Sus ojos azules chispeaban con destellos de maliciosa alegría, y su gran sentido del humor hacía que le resultara muy fácil trabar amistad con la gente. En Nar Shaddaa todo el mundo parecía conocer a Roa, y Roa parecía conocer a todo el mundo.
Roa y Mako eran viejos amigos, y Roa fue uno de los primeros contrabandistas que Mako le había presentado cuando Han y Chewie llegaron a Nar Shaddaa.
Roa llevaba más de veinte años ganándose la vida con el contrabando, lo cual le había convenido en el gran veterano del oficio. Le encantaba interpretar el papel de «consejero espiritual» con algunos de los contrabandistas más jóvenes, y siempre estaba dispuesto a compartir con ellos la sabiduría que había ido acumulando a lo largo de su carrera.
A diferencia de la mayoría de los contrabandistas, que no eran mucho mejores que piratas, Roa tenía un «código» privado que enseñaba a los jóvenes contrabandistas que lo acompañaban en sus recorridos a bordo del Viajero, su viejo pero meticulosamente conservado carguero. Tal como había hecho con otros muchos jóvenes, Roa le había enseñado a Han cosas como que nunca debía ignorar una petición de auxilio, que nunca debía robar a quienes eran más pobres que él, que nunca había que jugar al sabacc a menos que estuvieras preparado para perder, que siempre debías estar preparado para salir corriendo en cuanto las cosas se pusieran feas y que nunca debías pilotar bebido o bajo la influencia de las drogas.
Los contrabandistas conocían aquel código particular como las Reglas de Roa.
En cuanto vio a su joven amigo, una gran sonrisa iluminó el rostro franco y jovial de Roa.
—¿Qué estás haciendo aquí, Han?
Han señaló el taburete vacío que había junto al suyo.
—Es una historia muy larga, Roa. Eh... Bueno, supongo que básicamente se podría decir que hemos acabado aquí porque una wookie se encariñó excesivamente con mi amigo Chewie.
Roa soltó una risita mientras pasaba una pierna por encima del taburete.
—¡No me digas que has conocido a Wynni, Chewbacca!
Chewie dejó escapar un ruidoso gemido y alzó sus ojos azules hacia el techo de una manera muy expresiva. Roa se echó a reír.
—Oh, vamos, Chewie... ¿Qué puede haber de malo en dejarse querer por una hermosa wookie enamorada?
Chewbacca resopló y después se embarcó en una muy vívida explicación de lo agotador —y en ocasiones, incluso peligroso— que podía llegar a ser el amor entre los wookies. Han podía comprenderle, por supuesto, pero resultaba obvio que Roa apenas se estaba enterando de nada.
Cuando Chewie acabó de rugir, gruñir y resoplar, el veterano contrabandista enarcó las cejas y meneó la cabeza.
—De acuerdo, Chewbacca, de acuerdo... ¡Creo que batirte en retirada fue lo mejor que podías hacer! En el futuro, recuérdame que no debo atraer la atención de Wynni bajo ningún concepto.
Han sonrió.
—¡Lo mismo digo, Chewie! —exclamó, y después se puso serio—. El problema es que ahora estamos atascados aquí. El chico DXo'ln nos ha traído hasta Kessel, pero tiene que ocuparse de unos pequeños negocios secretos y no necesita una tripulación. Estoy buscando alguna manera de volver a Nar Shaddaa, Roa. ¿Crees que podrías echamos una mano?
Roa sonrió.
—Por supuesto que sí, Han. El único problema es que no vamos a volver directamente allí. He de llevar un cargamento de especia a Myrkr. ¿Qué me dirías de volver a Nar Shaddaa por la ruta de Kessel?
Los ojos de Han se iluminaron.
—¡Eso sería magnífico! No podré aspirar a conseguir los mejores empleos de piloto hasta que no haya hecho un par de recorridos por la ruta de Kessel. Roa... ¿Crees que habría alguna posibilidad de que me dejaras pilotar tu nave y me enseñaras qué hay que hacer durante ese trayecto?
El viejo veterano volvió a sonreír.
—Eso depende, Solo.
—¿De qué?
—De a cuántas copas estés dispuesto a invitarme.
Han se echó a reír y llamó al androide del bar con una seña para que les trajera munición fresca.
—Háblame de la ruta —dijo—. Creo que estoy preparado.
Roa le explicó que la ruta de Kessel llevaba a las naves que viajaban por el espacio real y procedían del sector de Kessel por un vector que se curvaba alrededor de las Fauces, y que luego atravesaba un sector de espacio deshabitado conocido como «el Pozo». El Pozo no resultaba tan difícil de atravesar como las Fauces, pero de hecho el número de naves perdidas en aquella zona era superior al que se había perdido en las Fauces, porque después de haber conseguido dejar atrás los agujeros negros, los pilotos tendían a estar cansados y sus reflejos reaccionaban más despacio de lo habitual. Y justo cuando más necesitaban descansar, el Pozo estaba esperándoles...
El Pozo contenía un campo de asteroides mucho menos concentrados que los que rodeaban el Pasillo de los Contrabandistas, pero se encontraba dentro del tenue brazo gaseoso de una nebulosa. El polvo y los gases de la nebulosa hacían que la mayoría de los sensores de las naves proporcionaran lecturas imprecisas, y los pilotos tenían serios problemas de visibilidad. Tener que entrar y salir continuamente de los zarcillos semitransparentes de la nebulosa resultaba tan arriesgado como agotador, y siempre había la posibilidad de que cuando un piloto alteraba su curso para esquivar a un asteroide, se metiera de lleno en la trayectoria de otro.
Roa le explicó todo aquello a Han y después lo llevó al Viajero y le mostró un diagrama completo de su trayectoria sacado del ordenador de navegación. Han lo estudió con gran atención y acabó asintiendo.
—Bueno, Roa, creo que seré capaz de hacerlo.
El capitán del Viajero le contempló en silencio durante unos momentos, como si estuviera midiéndole con la mirada, y acabó asintiendo.
—De acuerdo, hijo. Adelante, sácanos de aquí...
Han asintió, y su mundo quedó inmediatamente reducido a lo que veía en la pantalla, las coordenadas, los controles y sus manos y sus ojos. Casi tenía la sensación de haberse convertido en un androide biológico, una criatura capaz de unir su sistema nervioso a la nave. Era como si Han se hubiera convertido en la nave, como si el Viajero y él hubieran pasado a ser una sola entidad.
Mientras sobrevolaba el centro de las Fauces, Han era agudamente consciente de que el más pequeño error por su parte podía acabar en un desastre fatal para el Viajero. Sintió cómo el sudor inundaba su frente mientras manipulaba los controles, esquivando anomalías y remolinos gravitatorios. Podía sentir la tensión que se iba adueñando de Roa, sentado junto a él en el sillón del copiloto, aunque el corpulento anciano permanecía sumido en el silencio más absoluto. Chewbacca dejó escapar un débil gimoteo detrás de él, una delgada hebra de sonido que resonó con sorprendente claridad en la silenciosa cabina de control.
Las Fauces ya estaban por todas partes, extendiéndose a su alrededor mientras esquivaban los peligrosos agujeros negros. Han sabía que siempre se podía optar por dar un gran rodeo alrededor de aquel sector tan lleno de peligros, pero el coste —en combustible, en tiempo y en la distancia extra que habría que recorrer— hacía que valiera la pena enfrentarse a la difícil ruta de las Fauces.
O eso había pensado en un principio, por lo menos...
Hasta el momento Roa no había dicho ni una palabra mientras Han pilotaba el Viajero a lo largo del complicado curso lleno de curvas serpenteantes que constituía la trayectoria más corta y más segura a través de las Fauces. Han pensó que eso debía de querer decir que lo estaba haciendo bien. Intentó respirar hondo mientras pasaban a toda velocidad junto a un torbellino de polvo y gases azulados, pero era como si llevara una banda de duracero ceñida alrededor del pecho.
Cuando Roa habló en voz baja y suave en el silencio de la cabina, Han casi saltó de su asiento.
—Ya hemos dejado atrás el punto central del recorrido. Buen trabajo, muchacho... Y ahora pon mucha atención, porque estamos llegando a la parte más complicada.
Han asintió, y notó cómo una grasienta gota de sudor se deslizaba sobre su ceja y seguía bajando lentamente por su cara. Después inclinó al Viajero hasta dejarlo vertical mientras pasaban a toda velocidad junto al torbellino de polvo cósmico que en tiempos lejanos había sido una estrella.
Casi una hora después, cuando Han ya se sentía como si no hubiera podido respirar hondo ni una sola vez durante todo el viaje, salieron de las Fauces y entraron en el Pozo.
Un asteroide pasó junto a ellos. Han redujo la velocidad mientras trataba de mirar en todas direcciones a la vez, deseando tener ojos en la nuca como los moloskianos.
—¡Desviación máxima a babor! —dijo secamente Roa.
Han apenas tuvo tiempo de ver el asteroide del tamaño de una montaña que venía hacia ellos. Su sudorosa mano encontró el control necesario para poner en práctica la orden de Roa..., ¡y resbaló sobre él!
Una oleada de pánico invadió el pecho de Han mientras tensaba sus resbaladizos dedos sobre los controles, produciendo una compensación excesiva y haciendo que la nave estuviera a punto de interceptar la trayectoria de otro asteroide.
Chewbacca aulló, y Roa soltó una maldición. Han consiguió esquivar la segunda roca por lo que le parecieron centímetros.
—Lo siento —masculló—. Mis dedos resbalaron sobre el control.
Sin decir palabra, Roa metió la mano en un compartimiento de almacenamiento y sacó algo de él.
—Toma —dijo después—. Un regalo por haber conseguido atravesar las Fauces. Me ocuparé de los controles mientras te los pones.
Han cogió el par de guantes de pilotaje provistos de almohadillas antideslizantes y se los puso, tirando de ellos hasta dejarlos bien ceñidos a la piel.
—Gracias, Roa —dijo mientras flexionaba los dedos.
—No hay de qué —replicó el veterano contrabandista—. Yo siempre los llevo, y te sugeriría que me imitaras.
Han asintió.
—Lo haré.
Varias horas después, cuando Han hubo terminado su primera travesía por la ruta de Kessel y los tres contrabandistas se estaban relajando en la relativa seguridad del hiperespacio, Roa se recostó en el sillón del copiloto.
—Bien, Han, he de decir que nunca había visto a nadie pilotar tan bien una nave durante su primer viaje por la ruta de Kessel. Tienes auténtico talento, hijo. Sí, creo que has nacido para esto....
Han le sonrió.
—Y tú eres un maestro magnífico, Roa.
Chewbacca, empleando un tono bastante sarcástico, comentó que Roa quizá hubiera debido darle una cuantas clases más antes de permitir que Han se enfrentara a la ruta de Kessel, y que su compañero de aventuras se lo había hecho pasar tan mal que aún no entendía cómo no se le había caído el pelaje del susto.
Han se volvió en el asiento y miró a su peludo amigo.
—Sigue haciendo ese tipo de comentarios sarcásticos y le daré nuestra dirección a Wynni la próxima vez que la vea.
Chewie le fulminó con la mirada, pero se calló.
—¿Y qué vas a hacer ahora, Han? —preguntó Roa—. No todos los contrabandistas pueden presumir de haber recorrido la ruta de Kessel, y tú no sólo acabas de hacerlo sino que has establecido una marca excelente. ¿Cuál va a ser tu próximo paso?
Han ya había estado pensando en ello.
—Quiero que Chewie y yo tengamos nuestra propia nave —replicó—. Tendré que empezar alquilando un transporte, naturalmente, pero puede que algún día esté en condiciones de comprar una nave. Claro que para eso necesitaré un montón de créditos, Roa, así que cuando vuelva a Nar Shaddaa lo primero que haré será ir al único sitio en el que puedes ganar montones de créditos.
Roa enarcó las cejas.
—Los hutts...
Han echó un vistazo a los estabilizadores.
—Sí, los hutts.
Roa meneó la cabeza y frunció el ceño.
—Trabajar para los hutts tiene sus peligros, Han. Los hutts son unos jefes muy difíciles de complacer: si no están contentos con tu manera de trabajar, puedes acabar nadando en el vacío sin un traje. Han asintió.
—Lo sé —dijo melancólicamente—. Ya he trabajado para ellos anteriormente. Pero si quieres ganar mucho dinero, tienes que estar dispuesto a correr ciertos riesgos...
Dos semanas y otro cazador de recompensas más tarde, Han y Chewbacca subieron por la escalinata del edificio más grande de la sección hutt de Nar Shaddaa. La Joya, que en un lejano pasado había sido un hotel de lujo, se había convertido en el cuartel general del kajidic Besadii.
Cuando era un hotel, la gerencia alardeaba de que La Joya podía proporcionar un lujoso alojamiento a más de la mitad de las razas inteligentes conocidas de la galaxia. Seres acuáticos, respiradores de metano y criaturas que sólo podían estar cómodas en un ambiente de baja gravedad... La Joya había alojado a todas esas especies, y a muchas más.
Mientras iban hacia la entrada del viejo edificio, Han pudo ver que había sido considerablemente remodelado para satisfacer las necesidades de sus nuevos propietarios. El gigantesco vestíbulo estaba festoneado de rampas deslizantes que conducían a los niveles superiores. Las alfombras y moquetas habían sido arrancadas, y los suelos de piedra habían sido frotados y encerados hasta proporcionarles un brillo cegador para facilitar el avance a los hutts que quisieran reptar sobre ellos.
Han se aseguró por cuarta vez de que el cubo con el mensaje de Tagta se encontraba a buen recaudo dentro de su bolsillo y miró a Chewbacca.
—No tienes por qué entrar, amigo. Creo que podré enfrentarme a la entrevista yo solo.
La respuesta de Chewie consistió en un decidido meneo de cabeza. Han se encogió de hombros.
—De acuerdo, pero deja que sea yo quien hable.
Todos los hutts importantes de Nar Shaddaa tenían mayordomos, y en el caso de Jiliac el puesto resultó estar ocupado por una humana, una pelirroja de aspecto bastante impresionante que se estaba aproximando a la mediana edad. Llevaba un sencillo traje verde de corte muy discreto, y Han quedó impresionado por su dignidad y su presencia cuando la mujer se presentó.
—Me llamo Dielo, y soy la asistente personal del noble Jiliac —dijo—. Creo que me había dicho que tenía una carta de recomendación, ¿verdad?
Han asintió, teniendo la sensación de que iba espantosamente mal vestido a pesar de que se había puesto sus mejores pantalones, camisa y chaqueta. Se sentía un tanto a la defensiva, pero ya había aprendido hacía mucho tiempo que nunca debía mostrar nerviosismo o incomodidad. Como consecuencia, Han siguió sonriendo despreocupadamente y no permitió que su fachada de alegre fanfarronería se agrietara en lo más mínimo.
—Sí, tengo una carta de recomendación.
—¿Puedo verla?
—Desde luego, siempre que no salga huyendo con ella.
Han sacó el pequeño holocubo de su bolsillo y se lo entregó. Dielo examinó la mancha verdosa que cubría uno de sus lados, echó un rápido vistazo al mensaje y asintió.
—Muy bien —dijo, devolviéndole el holocubo—. Tengan la bondad de esperar aquí. Enseguida les vendré a buscar.
Cuarenta y cinco minutos después, Dielo reapareció y acompañó a Han hasta la cámara de audiencias del noble Jiliac.
Han estaba un poco nervioso, y se preguntó si Jiliac le reconocería como uno de los mensajeros que, cinco años antes, le habían entregado un mensaje en su palacio de Nal Hutta. El mensaje procedía de Zavval, el máximo rival de Jiliac. El señor del crimen ylesiano había desafiado a Jiliac y le había amenazado con terribles consecuencias. Cuando oyó el mensaje, Jiliac se puso tan furioso que destruyó una gran parte de su sala de audiencias.
Han esperaba que el hutt no le reconocería. Después de todo, nunca le había dicho su nombre. Además, Han ya no tenía diecinueve años y su aspecto había cambiado bastante. Su rostro era más delgado y adulto, y los años pasados en la Academia le habían hecho ganar peso y músculos. Aparte de todo eso, tampoco había que olvidar que para un hutt seguramente todos los humanos resultaban muy parecidos.
Aun así, Han tenía la boca seca cuando cruzó el umbral de la cámara de audiencias de Jiliac.
Han se sorprendió al ver dos hutts en la sala. Uno de ellos era casi el doble de grande que el otro, y Han sabía que eso significaba que era mucho más viejo. Los hutts no paraban de crecer durante toda su vida, algunos de ellos llegaban a alcanzar proporciones realmente impresionantes. El hutt promedio pasaba por varios períodos de rápido crecimiento después de alcanzar la edad adulta, y Han había oído decir que algunos de ellos podían llegar a doblar su tamaño en pocos os.
Han contempló a los hutts, y acabó decidiendo que Jiliac era el más grande de los dos.
La sala era enorme y muy lujosa. Estaba claro que aquella cámara de audiencias había sido la gran sala de baile del hotel. Las paredes estaban recubiertas de espejos, y Han pudo ver su imagen reflejada a ambos lados de la sala.
Han se detuvo delante de los dos hutts y se inclinó en una gran reverencia. Dielo le señaló con una mano y empezó a hablar en un huttés bastante aceptable.
—Noble Jiliac, éste es el piloto corelliano recomendado por vuestro primo, el noble Tagta. Se llama Han Solo, y el wookie se llama Chewbacca.
Han volvió a inclinarse ante los hutts.
—Noble Jiliac... dijo, hablando en básico—. Es un gran privilegio conoceros, excelencia. El noble Tagta, vuestro primo, me dijo que siempre necesitáis buenos pilotos.
—Piloto Solo... —Los bulbosos ojos del hutt giraron entre las capas de grasa que los envolvían y se clavaron en Han, contemplándole con una tenue curiosidad—. ¿Habla y entiende el huttés?
—Lo entiendo, excelencia —se apresuró a decir Han—. Pero no lo hablo lo suficientemente bien como para poder hacer justicia a la inmensa belleza de esa lengua, y por lo tanto no resultaría correcto que intentara hablarlo.
Por suerte los hutts eran muy sensibles a los halagos, y aquel hutt no era una excepción a la regla
—Ah, un humano que entiende la belleza de nuestra lengua... —dijo Jiliac, volviéndose hacia el otro hutt—. No cabe duda de que nos hallamos ante un representante de su especie dotado de una rara sensibilidad.
—Lo cual no quiere decir gran cosa, teniendo en cuenta que hablamos de la especie humana —replicó el otro hutt con una risita de trueno—. Me pregunto si el capitán Solo será tan hábil con los controles de una nave como parece serlo con las palabras...
Han volvió la mirada hacia el más joven y menos corpulento de los dos hutts, y vio que una aguda inteligencia relucía en sus ojos de angostas pupilas. Jabba tenía más o menos la altura de Flan, y sólo medía unos cuatro o cinco metros de longitud. Jiliac se dio cuenta de que Han estaba observando a su compañero.
—Le presento a mi sobrino Jabba, capitán Solo. Su colaboración ha acabado volviéndose indispensable para mí en todo lo concerniente a los asuntos del kajidic.
Han se inclinó ante el hutt más joven.
—Os saludo, excelencia.
—Saludos, capitán Solo —replicó Jabba con una afable ondulación de una de sus manecitas—. Su reputación le ha precedido.
Jiliac extendió una mano.
—Bueno, basta de charla... ¿El holocubo, capitán?
—Por supuesto, excelencia —dijo Han, sacando el holocubo de su bolsillo y entregándoselo a Jiliac.
El gran señor hutt examinó el holocubo durante unos minutos y después deslizó un diminuto sensor por encima de la mancha verdosa. Finalmente satisfecho, alzó la mirada hacia Han.
—Sus recomendaciones son excelentes, capitán. Siempre tenemos trabajo para un piloto experto.
Han asintió.
—Me encantaría trabajar para vos y para vuestro sobrino, excelencia.
—Muy bien, capitán. En ese caso, queda contratado. Pero ¿y su compañero? —preguntó Jiliac, señalando a Chewbacca.
—Formamos un equipo, excelencia. Chewie es mi copiloto. —¿De veras? —exclamó Jabba—. Pues yo diría que tiene más aspecto de guardaespaldas que de copiloto. —
Han se dio cuenta de que Chewie se envaraba junto a él y percibió, más que oyó, el suave gruñido de ira que amenazaba con emanar de su peludo pecho.
—Chewie es un buen piloto —insistió.
—Quienes queremos hacer negocios honradamente tenemos que enfrentarnos a muchos peligros —observó Jiliac—. ¿Alguno de ustedes ha recibido adiestramiento en el uso de los sistemas de armamento?
—Cuando volamos yo soy el artillero, excelencia —dijo Han—. Admito que Chewie es buen tirador, pero mi puntería es todavía mejor e la suya.
—¡Ah! —Jabba parecía encantado—. Por fin conozco a un humano que no me hace perder el tiempo con ese ridículo concepto suyo de la modestia».
—Me alegro de que aprobéis mi falta de modestia —replicó Han en un tono bastante seco.
—Kessel... —murmuró Jiliac con voz pensativa—. Nuestras fuentes de información dicen que ha estado en Kessel.
Han asintió.
—Sí, excelencia. Y además hice mi primera travesía de la ruta de Kessel en un tiempo récord.
—¡Excelente! —retumbó Jabba, que poseía una voz casi tan grave y potente como la de su mucho más enorme tío. El joven hutt se rió, y el ensordecedor "jo, jo, jo" que brotó de sus labios hizo vibrar la sala—. Entonces supongo que estará dispuesto a viajar por la ruta de Kessel mientras transporta cargamentos para nosotros, ¿no?
—Depende de cuál sea la naturaleza del cargamento, excelencia —replicó Han.
—En estos momentos no podemos determinar en qué consistirán exactamente esos cargamentos —dijo Jiliac—. Obviamente, saldrá de Kessel transportando un cargamento de especia, probablemente brillestim, dado que Kessel es el lugar del que se extrae la especia. Pero en cuanto a lo que transportará dentro de su bodega de carga cuando se pose en Kessel... Bueno, eso puede variar considerablemente. Comida, artículos de lujo, una remesa de esclavos, o...
—Nada de esclavos —le interrumpió secamente Han. Tenía que dejar claro desde el principio que no estaba dispuesto a transportar esclavos. Si los hutts decidían considerar que eso era motivo suficiente para despedirle, entonces seguiría buscando trabajo—. Transportaré lo que quieran para ustedes, excelencia, pero no esclavos.
Los dos hutts miraron fijamente a Han, obviamente asombrados por su temeridad. Jabba fue el primero en romper el silencio.
—¿Y por qué no quiere transportar esclavos, capitán Solo?
—Tengo razones personales para ello, excelencia —dijo Han—. He podido ver la esclavitud desde muy cerca..., y no me gustó nada.
—¡Jo, jo! —Jabba soltó una nueva risotada—. Nuestro valeroso capitán tiene escrúpulos..., ¡y quizá incluso se trate de escrúpulos morales!
Han se negó a morder el anzuelo y se limitó a esperar en silencio.
Jiliac indicó a Han que siguiera donde estaba con un gesto de la mano, y después él y el hutt más joven se deslizaron y se retorcieron hasta quedar casi pegados el uno al otro. Mientras veía cómo se movían, Han se sintió incapaz de decidir si le recordaban más a una serpiente o a una oruga. Los hutts se desplazaban en un movimiento ondulatorio, utilizando las contracciones musculares para propulsarse.
Los dos hutts juntaron las cabezas y conferenciaron. Pasados un par de minutos, se separaron y se volvieron nuevamente hacia Han y Chewie.
—Muy bien, capitán Solo —dijo Jiliac con su voz de trueno—. No tendrá que transportar esclavos.
—Gracias, excelencia —dijo Han, sintiendo cómo una oleada de alivio se extendía por todo su ser.
—El tráfico de esclavos sólo supone una parte más bien insignificante de nuestras operaciones comerciales —dijo Jabba, con una sombra de desprecio en la voz—. Hemos permitido que esa actividad fuera acaparada en su mayor parte por el kajidic Besadii que opera desde Ylesia.
—¿Ha oído hablar de Ylesia, capitán Solo? —preguntó Jiliac. Han se tensó, pero logró ocultar su reacción.
—Sí, excelencia —replicó—. He oído hablar de ese planeta.
—En estos momentos nos dedicamos principalmente al ryll —dijo Jabba—. Acabamos de encontrar una nueva fuente de intercambios comerciales muy prometedora en Ryloth, el mundo natal de los rwi'leks. ¿Ha estado allí?
—Sí, excelencia. He estado en Ryloth, y conozco las rutas espaciales de esa zona.
—Ah, perfecto —dijo Jabba, y estudió atentamente a Han con sus enormes ojos, que rara vez parpadeaban—. Dígame, capitán... ¿Ha pilotado alguna vez un yate espacial?
Han tuvo que reprimir una sonrisa irónica. La razón por la que todos aquellos cazadores de recompensas le estaban haciendo la vida imposible era precisamente que, no contento con haberse llevado las obras de arte más selectas del tesoro de Teroenza, Han además les había robado su yate espacial personal a Zavval y Teroenza.
—Sí, excelencia —dijo—. Lo he hecho.
Jabba contempló a Han con expresión pensativa.
—No lo olvidaré.
Jiliac movió una de sus manecitas en un gesto de despedida. —Nos mantendremos en contacto, capitán. De momento, puede marcharse.
Han se inclinó ante los hutts y mientras lo hacía, dio un disimulado codazo a su amigo wookie. Chewbacca dejó escapar un suave gruñido, pero también inclinó su torso hacia adelante.
Han salió de la cámara de audiencias, sintiendo cómo los hilillos de sudor resbalaban por entre sus omóplatos. Después, despacio y con mucha cautela, dejó escapar un suspiro de alivio.
«Bueno, espero no tener que arrepentirme de esto...»
Durante los tres meses siguientes, Han trabajó para Roa de vez en cuando, pero también llevó a cabo muchas misiones para los hutts. El corelliano se ganó la reputación de ser capaz de obtener velocidades muy elevadas incluso de naves más bien lentas, y dejó claro que siempre estaba dispuesto a hacer lo que fuera necesario para llevar los cargamentos de contrabando al destino asignado.
Han recorrió la ruta de Kessel tantas veces que acabó perdiendo la cuenta.
A veces los hutts no necesitaban sus servicios durante días o incluso semanas, y entonces Han transportaba cargamentos para Mako, Roa u otros patronos. Pero Jiliac y Jabba le proporcionaban trabajo con gran regularidad, y la mayor parte de sus ingresos procedían de los hutts.
Tanto Jiliac como Jabba poseían yates espaciales particulares. Han descubrió que los dos hutts eran dueños de extensas propiedades en otros mundos aparte de Nal Hutta: de hecho, Jiliac era el gobernante no oficial de Dilbana, y Jabba era el gran señor del crimen de un mundo muy remoto y casi desconocido llamado Tatooine.
Un día Han y Chewie fueron informados de que deberían pilotar el yate personal de Jabba, el Joya Estelar, hasta Tatooine. Han hubiese preferido transportar especia, francamente. Jabba era más bien temperamental y estaba acostumbrado a salirse con la suya, y eso lo convertía en un pasajero tan irascible como exigente. Han se alegró de que el hutt hubiera decidido llevarse consigo a varios sirvientes personales para que le atendieran, ya que eso significaba que por su parte él sólo tendría que pilotar la nave.
El séquito de Jabba estaba mandado por un criado twi'lek llamado Lobb Gerido. Jabba trataba a Gerido espantosamente mal: siempre le estaba dando órdenes, y no paraba de gritarle e insultarlo. Han se alegró de no tener que aguantar aquel tipo de malos tratos. El séquito de Jabba también incluía a varias bailarinas humanoides, un nalargonista apodado «Zum-Bang» y al jefe de cocineros de la residencia de Jiliac en Nar Shaddaa, un ishi tib llamado Totoplat.
El propósito del viaje era transportar al palacio que Jabba tenía en Tatooine una «mascota» que el joven hutt había adquirido recientemente. La criatura era una auténtica pesadilla erizada de garras terribles con una gigantesca boca en forma de ventosa que poseía un apetito insaciable. Han descubrió que aquel ser procedía de Oskan, y que era conocido como «devorador de sangre». La única vez en que vio cómo su guardián alimentaba a la bestia, Han sintió que se le revolvía el estómago. Toda la bodega de carga apestaba debido a la presencia de la criatura. El devorador de sangre no se distinguía por sus buenos modales a la hora de comer, y sus efluvios eran lo suficientemente pestilentes para provocar náuseas a una oruga de los cadáveres corelliana.
El yate, un crucero ubrikkiano, era bastante grande. También era rápido, y su unidad motriz estaba formada por un par de motores iónicos N2 ubrikkianos, con tres motores fónicos Kuat T-c40 más pequeños que se encargaban de proporcionar la potencia auxiliar. La nave contaba con excelentes blindajes y un buen armamento formado por seis turbólasers. Su zona de carga podía acoger a seis cazas Z–95 Cazadores de Cabezas, así como a dos pequeñas lanzaderas de descenso.
En aquel viaje, como ocurría con frecuencia, el Joya Estelar sólo llevaría a bordo dos Cazadores de Cabezas, con dos pilotos para manejarlos. Los pequeños cazas eran tan sólidos como temibles, pero no tenían hiperimpulsión, y Jabba solía utilizarlos como retaguardia mientras entraba en el hiperespacio. Jabba siempre exigía mucho a los cazas y a sus pilotos, y no los trataba con excesivos miramientos.
Tatooine era un mundo remoto perdido en los confines de la galaxia, y Han tuvo que llevar a cabo varios saltos hiperespaciales para llegar a su destino. El penúltimo salto llevó el yate espacial a una ruta casi totalmente carente de tráfico, pero que ofrecía el curso más directo a Tatooine.
Y fue allí donde se encontraron con los piratas que habían estado esperándoles: cuatro navíos drells en forma de lágrima, esbeltos y relucientes, pequeños pero mortíferos, surgieron de la negrura del espacio. Han ya se había enfrentado a aquellas naves cuando trabajaba como piloto para los ylesianos, y sus alarmas mentales empezaron a sonar apenas las vio. «¡¿¡Piratas!?! ¡Podrían serlo! Más vale ser precavido que tener que lamentar no haberlo sido después...»
—¡Escudos a máxima potencia, Chewie! —ordenó secamente, haciendo que el yate iniciara una serie de maniobras evasivas mientras su copiloto ajustaba los deflectores al máximo de intensidad. Han conectó la unidad de comunicaciones—. ¡Atención, atención! ¡Preparados para abrir fuego, artilleros! ¡Puede que tengamos algo de jaleo! —Cambió la frecuencia—. ¡Pilotos de los Cazadores de Cabezas, a sus naves! ¡Esto no es un simulacro!
Las palabras apenas acababan de salir de sus labios cuando la nave más cercana escupió una ráfaga cuádruple de fuego láser contra ellos. «¡Tenía razón!», se felicitó mentalmente Han. Gracias a su cautela, la ráfaga de la nave drell falló el blanco por una gran distancia.
Las naves sólo tenían una tercera parte de las dimensiones del gigantesco yate espacial de Jabba, pero sus cañones cuádruples empezaron a escupir ráfagas letales de fuego láser mientras se lanzaban sobre el yate a una velocidad vertiginosa. Los navíos piratas eran tan pequeños que resultaría muy difícil darles. Han hizo que el Joya Estelar describiera un brusco viraje.
—¡Fuego a discreción, artilleros! —aulló.
Los artilleros que manejaban los seis cañones turboláser de gran calibre del yate apenas habían tenido tiempo de empezar a disparar contra sus atacantes cuando Han ya estaba cambiando la frecuencia de la unidad de comunicaciones.
—Atención, pasajeros y tripulación: ¡estamos siendo atacados! Prepárense para maniobras evasivas y activen sus arneses de seguridad.
Chewie estaba desempeñando su trabajo con gran eficacia junto a él, permitiendo que Han pudiera concentrarse en el pilotaje mientras equilibraba y repartía la energía entre los distintos escudos, monitorizaba la situación general de la nave y decidía cuánta energía podían desviar a los sistemas de armamento. Los cañones turboláser del yate hutt, discretamente instalados debajo de la superestructura de la nave, obtenían su energía directamente del núcleo alimentador del yate, lo que les proporcionaba una capacidad destructiva muy superior a la que esperaría encontrar cualquier oponente.
Han esquivó a una nave drell que venía hacia ellos y vio cómo los cañones turboláser lanzaban una ráfaga devastadora contra el objetivo enemigo, pero el pirata logró esquivarla en el último instante. «¡Esas malditas naves son tan diminutas como rápidas!»
Su unidad de comunicaciones cobró vida con un chisporroteo de estática.
—Aquí Cazadores de Cabezas: estamos preparados para el despegue.
Chewie abrió las compuertas de la bodega de carga y desactivó uno de los escudos de la sección central del yate para que los dos cazas pudieran lanzarse al espacio.
Han activó el comunicador.
—¡Despeguen cuando yo dé la orden, pilotos! Tres... Dos... Uno... ¡YA!
Jabba estaba aullando por el comunicador, exigiendo una explicación. Han podía oír los gimoteos y las maldiciones del twi'lek y las bailarinas. Totoplat, el cocinero, se quejaba una y otra vez de que la cena de Jabba se había echado a perder.
Han masculló una maldición y malgastó medio segundo de su precioso tiempo cerrando el canal de comunicaciones de la sección de pasajeros. Cuando volvió a alzar la mirada, palideció.
—¡Vector de aproximación central, Chewie! —gritó, sabiendo que aquella vez no podría reaccionar lo suficientemente deprisa.
El Joya Estelar tembló violentamente, y un segundo estremecimiento recorrió el yate casi de inmediato. Han comprendió que la primera nave había virado y estaba disparando contra su popa. Un instante después vio que sus deflectores traseros estaban a punto de derrumbarse, y soltó un juramento.
—¡Voy a virar, Chewie! —anunció—. ¡Intenta compensar ese escudo! ¡Voy a virar a babor! —gritó por el comunicador—. ¡Quitadme ese condenado pirata de detrás, chicos!
El wookie rugió mientras manipulaba frenéticamente los escudos. Han alteró bruscamente la trayectoria para desviarse hacia babor, y un instante después sintió las tenues vibraciones que recorrieron todo el casco del Joya Estelar cuando los artilleros volvieron a abrir fuego.
¡Otro fallo!
Han maldijo y activó el comunicador.
—¡Escuchadme, muchachos! ¡Quiero que el puesto uno de babor introduzca coordenadas de seguimiento y que abra fuego en cuanto yo dé la orden!
Echó un vistazo a sus sensores y localizó la situación de la primera nave drell. Han vio cómo llegaba al final de su viraje, invertía el curso y se preparaba pan hacer otra pasada de ataque. El corelliano inspeccionó sus parrillas de coordenadas X-Y, hizo unos rápidos cálculos y masculló una serie de coordenadas.
—¡Coordenadas recibidas y anotadas, capitán! —anunció el jefe de artilleros de babor.
—¡Puesto dos, introduzca las coordenadas de seguimiento y dispare su ráfaga cinco segundos después de que lo haya hecho el puesto uno! ¿Me han entendido? —preguntó Han mientras canturreaba otra ristra de coordenadas.
—¡Recibido, capitán!
—Puesto tres, introduzca las coordenadas de seguimiento y dispare su arma cinco segundos después de que lo haya hecho el puesto uno. Han volvió a recitar las coordenadas prescritas.
—¡Sí, capitán! ¡Preparados!
—Muy bien... Puesto uno..., ¡preparado para disparar!
Han estaba intentando emplear una táctica militar conocida con el nombre de fuego de barrera limitado que tenía como objetivo obligar a una nave a esquivar una andanada de tal manera que la maniobra evasiva la colocara en la trayectoria de otra salva de disparos. El truco era bastante complicado, pero si conseguían sincronizar correctamente las andanadas...
Han fue contando mentalmente los segundos mientras alteraba ligeramente el curso para que su popa quedara dirigida hacia las naves drells, deseando ofrecerles un blanco lo más tentador posible. «Tres..., dos.... ¡uno!»
—Puesto uno de babor..., ¡fuego!
El haz letal surcó el espacio, pero tal como se había imaginado Han, el ágil navío drell logró esquivar la andanada
«Cuatro..., tres..., dos..., uno...» Han siguió contando en silencio, sin apartar los ojos de la pantalla visora de babor.
—¡Sí! —gritó en el mismo instante en que la nave drell que había iniciado la maniobra evasiva se tropezaba con el haz láser disparado por el puesto dos de babor.
Una flor de incandescente fuego blanco desplegó sus pétalos de llamas sobre la negrura
—¡Le habéis dado!
Un estallido de vítores brotó de la unidad comunicadora.
Los Cazadores de Cabezas estaban convergiendo sobre otra de las naves drells. Las ráfagas entrecortadas que brotaban de sus cañones láser brillaban con destellos rojizos sobre la negrura tachonada de estrellas.
Pero Han no podía perder el tiempo contemplando a los esbeltos cazas de morro achatado y su batalla. El corelliano hizo que el Joya Estelar avanzara a toda velocidad hacia las dos naves drells restantes, y empezó a hablar por el comunicador.
—Artilleros de estribor, preparados para lanzar ráfagas continuadas en cuanto yo dé la orden. Las coordenadas son...
Han echó un vistazo a su tablero de control y recitó una serie de números.
Después volvió la mirada hacia las pantallas para ver cómo las dos naves drells viraban para iniciar otra pasada de ataque y venían hacia el yate tan deprisa como podían impulsarlas sus motores.
—Artilleros de estribor, fuego a máxima potencia... ¡Ahora!
Los tres potentes cañones turboláser lanzaron sus haces de energía mortífera sobre el vacío del espacio. «Esos capitanes van a pensar que me he vuelto loco», se dijo Han mientras iba contando las andanadas que brotaban de sus baterías de estribor y calculaba mentalmente su devastador ritmo destructivo. Lo que estaba planeando hacer requería la máxima precisión posible.
Cuando las naves drells entraron en el radio de acción de las baterías, Han tiró de los controles. La gran nave se desvió bruscamente hacia babor y quedó en posición vertical.
En cuanto vieron que Han no había enloquecido después de todo, los piratas drells se apresuraron a iniciar una rápida maniobra evasiva, tratando de esquivar las ráfagas de energía surgidas de los cañones turboláser..., ¡que de repente habían pasado a quedar dirigidos hacia ellos!
Un pirata logró esquivar el ataque, pero el otro quedó atrapado en el centro de la terrible andanada. El haz de energía del puesto dos de estribor le dio de lleno.
Esta vez el Joya Estelar se encontraba lo suficientemente cerca de la explosión como para que perdiera un campo deflector de estribor cuando éste fue repetidamente golpeado por las oleadas de restos. Han vio que los indicadores de sus instrumentos enloquecían mientras el yate hutt atravesaba la zona de destrucción para acabar emergiendo al otro lado de ella.
Echó un vistazo a la pantalla de babor. La nave drell alcanzada giraba lentamente en el espacio, con un enorme agujero en el costado. Sólo uno de los Cazadores de Cabezas era visible. La cuarta nave drell, la que había logrado escapar a la andanada, estaba huyendo a toda velocidad.
Durante unos momentos Han jugueteó con la posibilidad de iniciar una acción persecutoria, pero sabía que el pirata ya les llevaba demasiada ventaja. El corelliano viró en redondo y dirigió el yate hacia el punto en el que les estaba esperando la Cazadora de Cabezas superviviente.
Cuando se acordó de que debía volver a conectar la unidad de comunicaciones, la amenazas e imprecaciones de Jabba ya se habían extinguido. Han carraspeó antes de hablar.
—Estamos bien, excelencia. Espero que las sacudidas no le hayan molestado demasiado ahí atrás.
—¡Mi preciada carga se ha puesto muy nerviosa! —gruñó Jabba—. Tal vez tenga que sacrificar a una de mis bailarinas para calmar su apetito. ¡Los devoradores de sangre son criaturas muy delicadas y sensibles, Solo!
—Eh... Sí, señor. Lo lamento muchísimo, señor, pero tuve que combatir. De lo contrario nos habrían hecho pedazos, excelencia. Esos piratas buscaban algo más que un poco de botín. Sabían que íbamos a pasar por esa ruta, y estaban esperando justo en el lugar más adecuado para interceptar a una nave que se dispusiera a iniciar la última etapa del viaje a Tatooine.
—¿De veras? —Los tonos petulantes de la voz de Jabba se endurecieron de repente. El señor del crimen se olvidó de su mascota y concentró toda su atención en los negocios—. ¿Qué cree que intentaban hacer, capitán?
—Creo que querían dejarnos varados en el espacio o destruirnos, excelencia —dijo Han, abriendo las compuertas de la bodega de carga para que el maltrecho caza superviviente pudiera entrar en ella—. Creo que venían a por usted, señor.
—Otro intento de asesinato...
Jabba se había puesto repentinamente pensativo, y Han sabía que su tortuosa mente estaba funcionando a la velocidad de la luz.
—Eso creo, señor.
—Interesante —gruñó Jabba—. ¿Puedo preguntarle dónde aprendió esas maniobras tan..., tan poco ortodoxas, capitán?
—En la Academia Imperial, excelencia.
—Comprendo. Debo admitir que han resultado de lo más útiles. Ha frustrado este cobarde intento de asesinarme, capitán Solo, y será recompensado por ello. Recuérdemelo cuando hayamos vuelto a Nar Shaddaa.
—Puede estar seguro de que se lo recordaré, excelencia —prometió Han.
—Han Solo sabe algo —le dijo Jabba el Hutt a su tío Jiliac dos semanas después mientras compartían un almuerzo ligero en la pequeña sala anexa a la cámara de audiencias de Jiliac en Nar Shaddaa.
Jiliac metió una mano en su elegante combinación de acuario/depósito para platos exóticos y narguile —el último regalo que le había hecho Zavval antes de morir—, y extrajo de ella un diminuto ser que se retorcía y temblaba. Después sostuvo a la frenética criatura delante de su rostro y la contempló con expresión pensativa.
—¿De veras? —murmuró después de unos instantes de silenciosa cavilación—. ¿Qué es lo que sabe?
Jabba hizo ondular su torso hasta que estuvo un poco más cerca del acuario/depósito y, después de que el señor de su clan le diera permiso con un gesto de la mano libre, introdujo un brazo en el artilugio para seleccionar un aperitivo. Hilillos de viscosa saliva verdosa se acumularon en las comisuras de sus labios mientras se imaginaba hasta qué punto resultaría deliciosamente gomosa y caliente la delicada textura del pequeño anfibio que se disponía a hacer bajar por su garganta. Aun así, eso no impidió que concentrara toda su atención en la pregunta de Jiliac. Jabba era un hutt eminentemente práctico.
—Bueno, pues la verdad es que no lo sé —dijo por fin—. Sospecho que la única manera de averiguarlo es preguntándoselo.
—¿Y qué es lo que debemos preguntarle? —quiso saber Jiliac mientras Jabba introducía la exquisitez gastronómica en su enorme boca y tragaba ruidosamente antes de responder, produciendo una especie de glunk ahogado. —Hemos de averiguar cómo supo que debía reaccionar tan deprisa en cuanto vio a esas naves drells. El cuaderno de bitácora muestra que inició las maniobras evasivas y la activación del seguimiento de los sistemas de puntería antes de que los piratas abrieran fuego contra nosotros. ¿Cómo sabía Solo que la presencia de esas naves drells significaba que íbamos a tener problemas?
—Nosotros también hemos utilizado a los piratas drells en el pasado —le recordó Jiliac—. La pregunta que debemos hacernos es si este ataque ha surgido de nuestro propio clan o si procedía del exterior. —El anciano hutt juntó sus manecitas sobre la enorme curva de los pliegues de su estómago—. No te dejes engañar por las apariencias, sobrino. Algunos miembros del clan Desilijic sólo piensan en arrebatarme el liderazgo del kajidic...
—Cierto —admitió Jabba—. Pero no creo que ese ataque procediera del kajidic. Mis informadores me han asegurado que todo el clan quedó enormemente complacido con los beneficios obtenidos durante el último trimestre.
—¿Quién crees que estaba detrás del ataque entonces? —preguntó Jiliac.
—El clan Besadii —replicó secamente Jabba.
Jiliac masculló una maldición.
—Naturalmente... Son los únicos que cuentan con los fondos suficientes para contratar a los piratas drells. ¡Malditos sean! —La gigantesca cola del gran señor hutt onduló de un lado a otro sobre las relucientes losas del suelo—. Sobrino, Aruk está empezando a creerse demasiado importante. El comercio ylesiano está enriqueciendo de tal manera al clan Besadii que pronto dejarán de ser una mera amenaza económica para convenirse en un peligro personal. Debemos actuar..., y pronto. La amenaza que todo esto supone para el clan Desilijic tiene que ser aplastada.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo, tío —asintió Jabba después de haber engullido otro de los diminutos convulsionadores de Serendina—. Pero ¿qué deberíamos hacer?
—Antes de poder planear nuestra represalia necesitamos disponer j de más información —decidió Jiliac, y activó la unidad comunicadora—. !Dielo!
La respuesta no se hizo esperar ni un instante.
—Estoy aquí, vuestra magnificencia. ¿Qué deseáis?
—Haz venir a Solo —respondió Jiliac—. Deseamos hablar con él.
—Inmediatamente, noble Jiliac —dijo Dielo.
Han Solo tardó varias horas en hacer acto de presencia, y cuando el corelliano entró en la cámara de audiencias tanto Jabba como Jiliac ya estaban bastante hartos de esperar. Como siempre, Solo iba acompañado por su gigantesco y peludo socio.
Los dos hutts le contemplaron en silencio durante unos momentos que se fueron prolongando de manera interminable. Han Solo cambió el peso del cuerpo de un pie a otro y Jabba se dio cuenta de que estaba nervioso, aunque para tratarse de un humano, no cabía duda de que sabía ocultar muy bien su preocupación.
—Saludos, Solo —dijo Jiliac por fin, empleando su voz de trueno más impresionante e intimidadora.
El capitán corelliano se inclinó ante los hutts.
—Saludos, excelencia. ¿Qué puedo hacer por vos?
—Queremos la verdad —dijo Jabba, sin esperar a que Jiliac iniciara el interrogatorio empleando sus rodeos habituales. A Jabba le gustaba ser lo más directo posible, y le encantaba ver sufrir a otros seres inteligentes—. Para empezar, podría contarnos la verdad.
Jabba tenía una vista muy aguda, y los hutts podían percibir una parte del espectro infrarrojo bastante más grande que la que podían captar los ojos humanos. El líder hutt vio cómo la sangre iba abandonando el rostro de Han Solo a medida que el corelliano palidecía, aunque su expresión no se alteró en lo más mínimo. El wookie se removió nerviosamente y dejó escapar un suave gemido.
—Eh... Vuestra impresionancia, yo... —Solo se humedeció los labios—. Me temo que no os entiendo. ¿La verdad sobre qué? Jabba decidió ser lo más claro posible.
—He inspeccionado el cuaderno de bitácora del Joya Estelar, capitán. ¿Cómo supo que los piratas drells estaban esperando en esas coordenadas para atacarnos?
Solo titubeó durante unos momentos y después respiró hondo antes de empezar a hablar.
—Ya había tenido que escapar de las emboscadas tendidas por los piratas que utilizan esos cruceros construidos en Drell anteriormente —dijo—. Además, sabía que sus excelencias tienen enemigos que son lo suficientemente ricos para poder contratar asesinos.
Jiliac no apartaba los ojos del rostro del joven corelliano.
—¿Y cuándo se había encontrado con ese tipo de emboscadas anteriormente, capitán? —preguntó, hablando despacio y en un tono lleno de suavidad.
—Hace cinco años, excelencia.
Jabba se inclinó hacia adelante.
—¿Y para quién estaba trabajando cuando cayó en ese tipo de emboscada, Solo?
El contrabandista corelliano volvió a titubear, pero se recuperó enseguida.
—Trabajaba para Zavval, señor. Pilotaba naves en Ylesia. Los ojos de Jiliac se desorbitaron.
—Sí... Algo empieza a agitarse dentro de mi memoria. Fue usted quien me trajo mi combinación de depósito y acuario, ¿verdad? Me acuerdo del sullustano, pero todos los humanos se parecen tanto...
—Sí, señor, fui yo —dijo Han.
Jabba se dio cuenta de que le costaba un poco admitir la verdad.
—¿Y por qué no nos había contado todo esto antes? —preguntó Jiliac, y su voz se volvió repentinamente tan helada como un glaciar—. ¿Qué nos está ocultando, capitán?
—¡Nada! —protestó Solo, meneando la cabeza—. ¡Les aseguro que acabo de contarles toda la verdad, excelencias! Quería trabajar para ustedes, pero pensé que no les gustaría demasiado enterarse de que había trabajado para el clan Besadii..., aunque sólo fuera como piloto de cargueros que transportaban especia. Por eso me lo callé, y no por ninguna otra razón. —Sus ojos castaños relucían, y agitó los brazos como para dar más énfasis a sus palabras—. La verdad es que... Bueno; en realidad siempre trabajé para Teroenza y apenas llegué a conocer a Zavval. No sé qué pueden haber llegado a pensar de mí, excelencias, pero lamento muchísimo todo esto.
Jiliac contempló al corelliano desde lo alto de su estrado.
—Debo decirle que estaba en lo cierto, Solo. Si hubiera sabido todo esto, nunca le habría contratado.
Silencio. Como única respuesta, Solo se limitó a encogerse de hombros.
Jiliac reflexionó en silencio durante unos momentos antes de volver a hablar.
—¿Sigue trabajando para ellos?
—No, excelencia —dijo Solo—. Estoy dispuesto a repetirlo bajo los efectos de la droga de la verdad, aunque también podéis ingerir un poco de brillestim y someterme a un sondeo telepático. Me fui de Ylesia hace cinco años, y no quiero volver a poner los pies en ese planeta.
Jabba se volvió hacia su tío.
—Tío, tengo la impresión de que Solo probablemente esté diciendo la verdad. Si todavía estuviera trabajando para el clan Besadii, no creo que hubiera luchado tan valerosamente para salvar el Joya Estelar y a mi persona, ¿verdad? No, en ese caso nuestro valiente capitán se habría limitado a permitir que mi yate fuera abordado..., y luego habría permitido que me mataran. —El más pequeño de los dos hutts contempló solemnemente al corelliano—. En consecuencia, y a menos que el clan Besadii sea mucho más sutil e inteligente de lo que creo que es, nuestro capitán está diciendo la verdad.
El corelliano asintió.
—¡Y así es, excelencia! De hecho, no quiero tener absolutamente nada que ver con Ylesia ni con quienes la gobiernan. Ya sabéis qué opino de los esclavistas y de quienes se dedican al tráfico de esclavos..., y el clan Besadii es el mayor exportador de esclavos de toda la galaxia.
—Cierto, capitán Solo —dijo Jabba—. El que mi tío le haya identifica do como uno de los mensajeros enviados por Zavval ha servido para refrescarme la memoria. Muy poco después de que Zavval emitiera esas amenazas, nos informaron de que se había producido un levantamiento en Ylesia, La factoría de brillestim fue destruida, Zavval murió durante un ataque armado varios esclavos fueron rescatados. También robaron dos naves.
Jabba clavó la mirada en el rostro de Solo para no perderse su reacción, pero el encogimiento de hombros del corelliano no le reveló nada.
—Se nos dijo que un humano llamado «Vykk Draygo» había sido el único responsable del conflicto producido en Ylesia, capitán —intervino Jiliac—. También se nos dijo que Vykk Draygo había muerto a manos de unos cazadores de recompensas poco después. ¿Qué sabe usted de todo esto?
Solo se removió nerviosamente, y Jabba se dio cuenta de que es
taba intentando tomar una decisión. El corelliano acabó asintiendo.
—Sé muchas cosas —admitió—. Yo soy «Vykk Draygo». Jabba y Jiliac intercambiaron una larga mirada.
—¿Mató a Zavval? —preguntó Jabba, empleando su tono más aterrador.
—No, en realidad no... —Solo se humedeció los labios—. Yo sólo... Fue un accidente, más o menos. Eh... ¡No tuve la culpa de que muriera!
Los dos hutts volvieron a intercambiar una larga mirada, y después se echaron a reír con estrepitosas carcajadas.
—Jo, jo, JO! —retumbó Jabba—. Ah, Solo, Solo... ¡Los humanos son realmente muy extraños, pero nunca había conocido a uno tan peculiar como usted!
El corelliano parecía muy sorprendido.
—¿No están furiosos porque causé la muerte de un hutt?
—Zavval me amenazó —le recordó Jiliac al corelliano—. Él y su clan causaron muchos problemas al clan Desilijic, y nos costaron algunas vidas. Los hutts prefieren acabar con sus enemigos despojándolos de su riqueza, capitán, pero también somos capaces de llegar a recurrir al asesinato como método para resolver un problema.
Jabba observó en silencio a Solo mientras el corelliano se relajaba visiblemente.
—Oh —murmuró después—. Bueno, los humanos también usamos ese método en algunas ocasiones.
—¿De veras? —Esta vez le tocó el turno de sorprenderse a Jiliac—. Entonces tal vez todavía haya algo de esperanza para su especie, capitán Solo.
El corelliano sonrió sardónicamente. Jabba fue capaz de reconocer la expresión porque estaba muy acostumbrado a tener humanos a su alrededor.
—Aun así, no nos gustaría que se llegara a saber que un humano mató a un hutt sin que nadie se lo hiciera pagar, capitándijo, moviendo un dedito de un lado a otro en un inequívoco gesto de advertencia—. Si alguna vez llega a divulgar la verdad a cualquier otra criatura inteligente... Bien, entonces tendremos que asegurarnos de que queda reducido al silencio de manera definitiva y permanente. ¿Lo ha entendido?
Solo se apresuró a asentir, obviamente impresionado por la amenaza de Jabba.
—Excelente —dijo Jiliac, decidido a olvidarse del pasado y volviendo a lo que realmente le importaba—. Usted ha trabajado para el clan Besadii, capitán Solo. ¿Qué puede decirnos sobre ellos?
—Bueno, estuve allí hace unos cinco años —replicó cautelosamente Solo—. Pero vivir en Ylesia es el tipo de experiencia que resulta muy difícil de olvidar.
—¿De quién recibía sus órdenes cuando estaba allí, Solo? —preguntó Jabba.
—De Teroenza —replicó el humano—. Es el Gran Sacerdote, y la verdad es que controla toda la operación.
—¿Teroenza está al mando? Bien, pues entonces háblenos de él —exigió Jabba.
—Es un t'landa Til —dijo el corelliano—. Supongo que ya saben de qué clase de criaturas estoy hablando, ¿no?
Los dos hutts asintieron.
—Bien, pues Teroenza mantiene informado a su supervisor hutt, de la misma manera en que lo hacía con Zavval cuando estuve allí —siguió diciendo Solo—. Pero él es quien toma todas las decisiones, y además supervisa el funcionamiento cotidiano de las colonias ylesianas. Teroenza es bastante listo, y también es un administrador muy eficiente. Me imagino que estaban obteniendo unos beneficios realmente considerables..., aunque después de que yo destruyera la factoría de brillestim tuvieron que pasar por un año bastante malo.
Pensar en la destrucción de tanta especia y de una propiedad tan valiosa hizo que los hutts no pudieran reprimir una mueca de contrariedad. Solo volvió a encogerse de hombros.
—Sí, yo también lamenté esa pérdida —dijo al ver su reacción—. Pero necesitaba una distracción,
—¿Cómo murió exactamente Zavval?
—El techo se derrumbó sobre él —dijo Solo—. Nos sorprendieron —: cuando estábamos robando las obras de arte de la sala del tesoro de Teroenza, y...
Jabba entrecerró los ojos.
—¿La sala del tesoro? ¿De qué tesoro está hablando, capitán?
—Bueno, nosotros la llamábamos así —le explicó Solo—. Teroenza es un coleccionista fanático de objetos raros: obras de arte, antigüedades, armas, instrumentos musicales, muebles, joyas... Sea lo que sea lo que se le pase por la cabeza, puede estar seguro de que Teroenza tiene algún ejemplar en su colección. Construyó una gran sala para guardar su colección en las profundidades del Edificio Administrativo de Ylesia. El Gran Sacerdote vive únicamente para su colección, ¿comprenden? Se podría decir que en Ylesia básicamente sólo hay selva y más selva, así que Teroenza no tiene gran cosa que hacer allí.
—Comprendo...—dijo Jiliac con voz pensativa mientras lanzaba una mirada de soslayo a Jabba, quien enseguida comprendió que la astuta mente de su tío ya había empezado a tramar un plan basado en la información que les acababa de proporcionar Solo.
Jiliac siguió interrogando a Solo sobre las factorías de especia de Ylesia, cómo estaba organizada la explotación, cuántos guardias había allí y muchos otros temas. Jabba les escuchó con gran interés. Su tío era líder del kajidic desde hacía muchos años, y había acumulado una gran experiencia en las intrigas y los ardides. El joven hutt se preguntó qué estaría tramando.
Finalmente, Jiliac acabó dejando marchar al corelliano, y Solo y el wookie giraron sobre sus talones y salieron de la cámara de audiencias.
—Bien, tío... ¿Qué opinas? —preguntó Jabba.
Jiliac sacó sin apresurarse el narguile del fondo de la combinación de depósito y acuario y empezó a dar caladas a la pipa de agua. Jabba percibió el olor dulzón de las hierbas marcanianas, una droga euforizante de efectos muy suaves. Después transcurrieron varios minutos antes de que el líder del kajidic hablara por fin.
—Jabba, sobrino mío, me parece que toda esta enemistad entre los clanes Besadii y Desilijic debe cesar de una vez. Tarde o temprano uno de esos intentos de acabar con nosotros tendrá éxito, y eso sería una tragedia.
—Estoy totalmente de acuerdo contigo —dijo Jabba, sintiendo un ? molesto cosquilleo en la piel al imaginarse qué horribles heridas abriría en ella la hoja vibratoria de un asesino..., aunque quizá se limitaran a arrojarlo al vacío espacial sin un traje. El joven hutt no pudo reprimir un estremecimiento—. Pero ¿qué podemos hacer?
—Creo que deberíamos solicitar una reunión de los clanes y pedir que se celebrara en terreno neutral —dijo Jiliac, hablando muy despacio y entre calada y calada a su narguile—. Ah, sí..., y también creo que deberíamos informar al clan Besadii de que estamos dispuestos a firmar un pacto de paz que acabe con la violencia por ambas partes.
—¿Y piensas que ellos aceptarán esa oferta?
Jabba no veía ninguna razón por la que debieran hacerlo.
—Aruk no es idiota, sobrino. Como mínimo podemos estar seguros de que fingirá aceptarla.
Jabba sabía que el plan de su tío no podía reducirse a un simple pacto.
—¿Y qué hay detrás de esta petición? —preguntó, hablando muy despacio y con voz pensativa.
Jabba sabía que era listo, pero a veces Jiliac podía ser diabólicamente astuto.
—Cuando acuda a esa reunión pediré que los dos clanes revelen la cuantía de sus beneficios actuales —dijo Jiliac—, y también pediré que se proceda a nivelar los ingresos.
—¡El clan Besadii jamás aceptará esa petición!
—Ya lo sé. Pero es una razón válida para solicitar que los beneficios se hagan públicos de una vez, y el clan Besadii tendrá que admitir su validez.
—¿Y crees que compartirán su información con nosotros?
—Creo que lo harán, sobrino. Aruk aceptará encantado esa ocasión l de exhibir sus magníficos beneficios ante el clan Desilijic.
Jabba asintió.
—Oh, sí, desde luego... Tienes razón, tío.
—Creo que aprovechará esa oportunidad de sacar a relucir el tema del liderazgo en Ylesia porque eso le permitirá confirmar sus cifras, y de esa manera Aruk podrá alardear de sus beneficios.
—¿Quién es el supervisor actual?
—La operación ylesiana está siendo supervisada por Kibbick.
—¡Pero si Kibbick es un imbécil! —observó Jabba, que había conocido al joven hutt en una conferencia de los kajidics.
—Cieno —dijo Jiliac—. Por lo tanto, me imagino que el verdadero líder de Ylesia también tendrá que estar presente en la reunión para poder emitir su informe.
Las palabras de Jiliac hicieron que los bulbosos globos oculares de Jabba parecieran volverse todavía más enormes de lo que ya eran normalmente. Después soltó una risita y entrecerró los ojos.
—Empiezo a entender adónde quieres ir a parar, tío...
Jiliac siguió dando impasibles caladas a su narguile, y las comisuras de su enorme boca carente de labios se fueron elevando lentamente.
Teroenza estaba disfrutando de un rato de descanso en su sillón-hamaca cuando el cazador de recompensas más famoso de todo el Imperio pidió verle. Ganar Tos entró a toda prisa en el santuario privado del 'landa Ti], retorciéndose nerviosamente sus manos de piel verdosa y llena de verrugas.
—¡Excelencia! ¡Boba Fett está aquí, y afirma que le habéis pagado para mantener una entrevista personal con él! ¿Es cierto eso, mi señor?
—Oh, ssssssí... —dijo el Gran Sacerdote de Ylesia.
El aliento emergió de la boca de Teroenza bajo la forma de un prolongado siseo mientras trataba de salir de su hamaca para alzarse sobre sus cuatro enormes pies. Un nervioso palpitar de expectación empezó a latir como un redoble de tambor en sus dos corazones y sus tres estómagos.
La criatura que entró en la sala llevaba una vieja armadura de combate mandaloriana de color verdoso. Dos cueros cabelludos de wookie trenzados, uno negro y uno blanco, colgaban de su hombro derecho. Su rostro quedaba totalmente oculto por su casco. Teroenza creyó distinguir el brillo de sus ojos detrás de la ranura ocular.
—¡Saludos, noble Fett! —dijo Teroenza con su mejor voz de trueno, preguntándose si. debía ofrecerle la mano. Tenía el presentimiento de que si lo hacía Fett la ignoraría, por lo que acabó decidiendo no hacerlo—. ¡Le agradezco que haya venido tan pronto! Confío en que no habrá tenido ningún problema con nuestras traicioneras corrientes y tempestades ylesianas durante su viaje a través de nuestra atmósfera.
—No perdamos el tiempo —dijo Fett. La placa vocal del casco convertía su voz en un sonido mecánicamente inhumano—. Me habló de unos dardos de muñeca mandalorianos que forman parte de su colección y me dijo que me los entregaría en concepto de honorarios por haber venido hasta aquí para una entrevista personal, ¿verdad? Quiero verlos. Ahora.
—Oh, desde luego, desde luego... —se apresuró a decir Teroenza.
No hubiera sabido explicar por qué, pero de repente se había sentido invadido por la horrible convicción de que si Fett decidiera matarle por la razón que fuese, no se podría hacer nada para evitarlo. A pesar de la enorme masa de Teroenza, quien seguramente pesaba cinco veces lo que el humano, el Gran Sacerdote se sentía desnudo y vulnerable ante el famoso cazador de recompensas.
Teroenza se apresuró a preceder a Fett por la puerta de sus aposentos privados que llevaba a la sala del tesoro.
—Están aquí mismo —dijo, teniendo que hacer un considerable esfuerzo de voluntad para no hablar demasiado deprisa y, de hecho, para no empezar a balbucear.
Fett caminaba junto a él, desplazándose de una manera tan silenciosa y letal como un dardo envenenado.
El Gran Sacerdote ylesiano abrió una vitrina de cristal y extrajo de ella los brazaletes. Cada brazalete contenía un mecanismo de resorte que dispararía una miríada de diminutos dardos mortíferos cuando quien lo llevara puesto moviera los dedos de cierta manera.
—Los dos brazaletes hacen juego —dijo Teroenza—. Me han asegurado que se hallan en un estado impecable y que todos los mecanismos funcionan.
—Lo averiguaré por mí mismo —dijo Fett, y su voz sonó tan átona y carente de emociones como de costumbre.
El cazador de recompensas se puso los brazaletes, giró sobre sí mismo en un movimiento tan veloz como lleno de fluidez y disparó las dos ráfagas de dardos contra un grueso tapiz que adornaba la pared. Teroenza dejó escapar un graznido de protesta, pero no se atrevió a decir nada más.
Fett no se volvió hacia el Gran Sacerdote hasta que hubo acabado de recoger los dardos incrustados en el tapiz.
—Muy bien, sacerdote. Ha pagado mi tiempo. ¿Qué desea?
Teroenza intentó recuperar el control de sí mismo. Después de todo, Fett iba a convenirse en su empleado..., en cierta manera. El t'landa Til trató de adoptar una postura lo más digna e impresionante posible, a pesar de la repentina aceleración de sus pulsos.
—Hay un contrabandista llamado Han Solo que... Bien, tal vez haya visto los carteles de SE BUSCA a su nombre.
Fett asintió con una seca inclinación de la cabeza.
—Parece ser que Han Solo viaja acompañado por un wookie, y se me ha informado de que los han visto en Nar Shaddaa. Dicen que nueve o diez cazadores de recompensas han tratado de capturarle, pero ese humano ha sido demasiado rápido para ellos.
Fett volvió a asentir. Teroenza descubrió que su silencio empezaba a resultarle un poco inquietante, pero siguió hablando.
—Quiero a Solo. Lo quiero vivo, y relativamente intacto. Nada de desintegraciones.
—Eso hará que todo resulte más difícil —dijo Fett—. Mi tiempo es valioso, y no estoy dispuesto a tomarme tantas molestias únicamente por siete mil quinientos créditos.
Teroenza ya se había temido aquella reacción, y en su fuero interno tembló al pensar en lo que diría Aruk cuando se enterase. Aruk solía presumir de su .frugalidad., aunque Teroenza consideraba que en realidad no era más que un viejo avaro miserable. Pero... Han Solo tenía que ser suyo. Quizá debería tratar de aumentar el total de la recompensa por su cuenta, aunque no quería tener que vender una parte de su colección para obtener los créditos necesarios.
—Ylesia aumentará la recompensa ofrecida por Han Solo hasta veinte mil créditos —dijo con firmeza.
Teroenza había decidido que convencería a Kibbick y Aruk para que aprobaran el aumento. No sabía cómo les convencería, pero ya se las arreglaría de una manera u otra. Después de todo, era responsabilidad de Aruk en tanto que líder del clan Besadii, ¿no?
Fett permaneció inmóvil y finalmente, justo cuando Teroenza ya empezaba a pensar que rechazaría su oferta, volvió a inclinar la cabeza. —De acuerdo.
El Gran Sacerdote tuvo que resistir el impulso de balbucear un tembloroso agradecimiento, sabiendo que con eso sólo conseguiría ponerse en ridículo ante el cazador de recompensas.
—¿Cuándo cree que podrá traérmelo? —preguntó con nerviosa impaciencia.
—La recompensa no es lo bastante grande como para que posponga mis otros compromisos —dijo Fett—. Tendrá a Solo en cuanto pueda ocuparme de él, sacerdote.
Teroenza intentó ocultar su desilusión.
—Pero...
—Suba la recompensa a cien mil créditos y colocaré a Solo en el primer lugar de mi lista —le interrumpió Fett.
«¡Cien mil créditos!» Teroenza sintió que le daba vueltas la cabeza. ¡Pero si toda su colección no valía mucho más que eso! Aruk ordenaría que lo ahogaran en los océanos de Ylesia si prometía semejante recompensa. El t'landa Til meneó la cabeza.
—No —dijo por fin—. Me conformo con que incluya a Han Solo en su lista. Esperaremos.
—Y tendrá a Solo —prometió Fett
Después giró sobre sus talones y se fue. Teroenza le siguió con la mirada y forzó al máximo sus excelentes oídos, pero no oyó absolutamente nada. Fett atravesó el umbral y desapareció sin producir ni el más mínimo sonido. El Gran Sacerdote sabía que no volvería a verle hasta el día en que el cazador de recompensas trajera a Han Solo de regreso a Ylesia para que se enfrentara a su terrible destino.
«Espera y verás, Solo —pensó—. Eres humano muerto. Lo único que ocurre es que todavía no lo sabes...»