Capítulo 7
Estafa y trampas

Una vez que Han hubo llevado a Jabba de vuelta a Nar Shaddaa después de la gran conferencia de los hutts (Jiliac había decidido permanecer en Nal Hutta durante todo el tiempo que tendría que pasar confinado a causa de su embarazo), lo primero que hizo fue ir en busca de Lando Calrissian.

Durante su viaje a Nal Hutta, Chewbacca se había encargado de seguir dando lecciones de pilotaje al joven jugador profesional, y Han quedó muy satisfecho de los progresos de su nuevo amigo.

—Lo estás haciendo muy bien, muchacho —dijo mientras Lando, con la boca tensada por la concentración, ejecutaba un descenso impecable. La nave se posó en el muelle asignado al Halcón Milenario prácticamente sin una sola sacudida—. Una semana más y ya estarás preparado para volar en solitario.

Lando alzó la mirada hacia Han. Sus oscuros ojos se habían vuelto repentinamente muy serios.

—Creo que ya estoy preparado, Han. De hecho, he de estarlo... Me marcho mañana. He oído decir que hay algunos mundos de placer y planetas-casino bastante interesantes en el sistema de Oseón, y voy a ir allí para echarles un vistazo. O quizá vaya al Sector Corporativo.

—¡Pero esas zonas se encuentran fuera del espacio imperial, Lando! —exclamó Han—. ¡Todavía no estás preparado para pilotar esta nave durante un recorrido tan largo, y menos si vas a pilotarla en solitario!

—¿Quieres venir conmigo? —preguntó Lando.

Han se lo pensó, y durante un momento sintió la tentación de aceptar la oferta de su nuevo amigo. Pero le había dado su palabra a Xaverri y... El corelliano acabó meneando la cabeza.

—No puedo, Lando. Voy a trabajar para Xaverri durante su próxima gira. Se lo prometí, y ahora ella cuenta conmigo.

—Por no mencionar el hecho de que Xaverri es mucho más guapa que yo —añadió Lando en un tono bastante seco.

Han sonrió.

—Bueno... Eso es otro factor a tomar en consideración, desde luego —replicó burlonamente, y después se puso serio—. Espera un par de días más, Lando. Créeme, amigo: todavía no estás preparado para hacer un viaje tan largo, especialmente sin un copiloto.

En su fuero interno Han estaba pensando que iba a perder el Halcón, y se preguntó qué sería de él si nunca volvía a verlo.

—Chewbacca me ha estado dando lecciones y he hecho muchos progresos —insistió el jugador profesional—. Durante el último par de vuelos que hemos llevado a cabo, Chewbacca apenas si ha tenido que tocar los controles.

—Pero... —empezó a decir Han.

—Nada de peros— le interrumpió Lando—. Mientras siga en Nar Shaddaa estaré viviendo a crédito, Han..., al igual que tú. Boba Fett no es dalos que perdonan y olvidan. Pienso desaparecer durante un mínimo de seis meses. ¿Cuándo se irá Xaverri?

—La semana que viene —dijo Han—. Ha tenido que prolongar sus actuaciones en Nar Shaddaa una semana más debido a la gran demanda popular.

—¿Le has dicho a Jabba que te vas?

—Sí, ya se lo he dicho. No, se lo tomó demasiado bien. Chewie emitió un seco comentario.

—Eh, Jabba nació .con unas reservas naturales de mal genio increíblemente grandes y no ha dejado de aumentarlas desde entonces —dijo Han, poniéndose a la defensiva—. Es uno de los hutts más difíciles de complacer que he conocido..., y he conocido a unos cuantos que nunca encontraban nada bien.

—¿Le explicaste por qué tienes que irte?

—Sí, se lo dije. Eso fue lo único que lo calmó. Me parece que incluso Jabba podría llegar a ponerse un poquito nervioso si supiera que Boba Fett andaba detrás de él.

—Pues si yo estuviera en tu lugar, me iría de aquí lo antes posible —dijo Lando—. Y hasta que estés lejos de Nar Shaddaa, será mejor que vayas con mucho cuidado.

Nada de lo que dijo Han consiguió alterar la decisión tomada por Lando. A la mañana siguiente el corelliano fue a la plataforma de despegue con el corazón lleno de pesadumbre y vio partir al Halcón. El carguero se bamboleó ligeramente mientras subía hacia el cielo, y Han meneó la cabeza.

—¡Utiliza los estabilizadores! —gritó.

«Todavía no está preparado para hacer ese tipo de viaje —pensó con abatimiento—.Probablemente nunca volveré a ver el Halcón.., ni a Lando.»

Bria Tharen estaba sentada detrás de su escritorio en la mayor base militar imperial de Corellia y mantenía los ojos clavados en la pantalla de su cuaderno de datos mientras ponía al día las listas de solicitud de provisiones para las tropas estacionadas en el sistema corelliano. Su cabellera dorado rojiza, que había crecido hasta convertirse en una larga melena rizada durante los últimos cinco años, estaba peinada hacia atrás y recogida en un pulcro peinado de ejecutiva, y llevaba la chaqueta y falda negra con botas negras del austero uniforme del personal de apoyo civil. Toda aquella negrura resaltaba la blancura de su piel y la exquisita estructura ósea de su rostro.

Sus ojos azul verdosos se entrecerraron mientras estudiaba las pantallas de datos. No cabía duda de que el Imperio estaba acumulando grandes efectivos en aquel sector. ¿Significaba eso que los comandantes imperiales esperaban tener que enfrentarse a alguna clase de rebelión en el sistema corelliano?

Bria se encontró preguntándose durante cuánto tiempo podría resistir su grupo si el Imperio decidía lanzar un ataque realmente fuerte contra ellos. ¿Dos días? ¿Una semana?

Bria sabía que al final todos acabarían muriendo. Su pequeño grupo de rebeldes había ido creciendo a cada mes que pasaba a medida que los habitantes de su mundo empezaban a hartarse de ser aplastados por la implacable bota de Palpatine. Pero aun así, todavía no podían enfrentarse a las fuerzas imperiales.

Al principio habían sido muy pocos, pero durante los últimos tres años habían logrado hacer grandes progresos. Su movimiento había empezado con una veintena escasa de disidentes y descontentos que celebraban reuniones clandestinas en sótanos, y había ido creciendo de una manera sorprendentemente rápida hasta el momento actual, en el que ya tenían células en la mayoría de las ciudades importantes del planeta. Bria no tenía ni idea de cuántos rebeldes había en Corellia, pero tenían que ser varios millares.

La razón por la que no tenía ni idea de cuántos rebeldes había en Corellia era que no necesitaba saberlo. Aunque ocupaba un lugar bastante elevado en la jerarquía rebelde, Bria no formaba parte del personal de reclutamiento. La información sobre los grupos rebeldes existentes en su planeta estaba sometida a grandes restricciones y apenas si circulaba. Sólo un par de comandantes conocían la imagen global. Los miembros individuales eran informados única y exclusivamente de aquello que necesitaban saber. Cuanto menos supieran, menos se les podría obligar a revelar bajo los efectos de la tortura.

Bria acababa de ser asignada al departamento de inteligencia. El espiar no era algo que le gustase particularmente, pero se le daba muy bien. Aun así, Bria hubiese preferido poder seguir haciendo su antiguo trabajo, que consistía en establecer contacto con grupos rebeldes de otros mundos. Bria siempre había tenido muy claro que los rebeldes sólo podrían llegar a convenirse en una auténtica fuerza de oposición al Imperio si se unían entre sí.

Pero hasta el momento apenas habían empezado a establecer los primeros contactos con otros grupos. Las comunicaciones estaban fuertemente vigiladas y los viajes se hallaban sometidos a severas restricciones, por lo que resultaba muy difícil mantener conexiones entre grupos de distintos planetas. Su grupo de rebeldes apenas acababa de establecer un nuevo código cuando éste ya había sido descifrado por los imperiales.

El mes pasado una célula rebelde que estaba celebrando una reunión en el Continente Este había sufrido una incursión relámpago. Todos sus integrantes desaparecieron para siempre, esfumándose de una manera tan completa e irrevocable como si un dragón krayt hubiera abierto su boca y se los hubiese tragado. Bria pensó que prefería ser devorada por un monstruo antes que ser capturada por las fuerzas de seguridad del Emperador.

Su amiga Lanah figuraba entre los desaparecidos. Bria sabía que nunca volvería a verla.

Bria temía que todo su mundo natal acabara conviniéndose en un estado policial. Corellia siempre había sido un mundo independiente, un planeta libre y orgulloso que se gobernaba a sí mismo. Hasta el momento el Emperador aún no había nombrado a un gobernador imperial para que usurpase todo el poder en Corellia, pero eso no significaba que no fuera a hacerlo cualquier día. El Imperio nunca dejaba subsistir el orgullo o la independencia en los mundos de los que se adueñaba.

Una de las razones por las que Palpatine aún no había asumido de una manera abierta el poder en Corellia era que el mundo de Bria contaba con una población humana muy grande. El Imperio no intentaba ocultar el hecho de que consideraba que todas las especies no humanas eran razas inferiores incapaces de gobernarse a sí mismas.

Dos especies alienígenas, los selonianos y los dralls, compartían los mundos del sistema corelliano con sus habitantes humanos. Si Corellia hubiera estado habitada únicamente por esos seres inteligentes no humanos, se habría convertido en un blanco mucho más atractivo para la represión..., hasta el extremo de que el planeta posiblemente habría sido considerado como una buena fuente de esclavos. Bastaba con ver lo que había ocurrido en Kashyyyk. Los orgullosos wookies capturados, cargados de grilletes y esposas y sacados por la fuerza de su mundo natal...

Los dedos de Bria se tensaron sobre el borde de su escritorio. Odiaba al Imperio, pero todavía odiaba más a la esclavitud. Haber sido una esclava en Ylesia (aunque por aquel entonces se considerase una «peregrina»), había hecho que Bria decidiera hacer cuanto estuviese en sus manos para destruir a un Imperio que consentía la esclavitud y que usaba a las criaturas inteligentes y se apropiaba de ellas.

Cuando esa labor hubiera terminado, dedicaría lo que le quedara de vida a liberar a todos los esclavos de la galaxia.

Las comisuras de su hermosa boca se fueron curvando hacia abajo cuando empezó a pensar en la incursión que había dirigido seis meses antes. Bria y sus amigos rebeldes fueron a Ylesia y consiguieron rescatar a noventa y siete esclavos, la mayoría de ellos corellianos, para devolverlos a sus mundos natales y sus familias.

Y antes de que hubiera transcurrido un mes, cincuenta y tres de esos noventa y siete esclavos liberados ya habían huido para subir a naves que los llevarían de vuelta a Ylesia.

En cierta forma, Bria no podía culparles. Vivir sin la Exultación resultaba muy difícil. Bria había necesitado años para superar el anhelo de volver a sentir aquella maravillosa euforia que podían proyectar los sacerdotes t'landa Tils.

»Pero cuarenta y cuatro de los esclavos que liberamos siguen estando libres —se recordó con salvaje apasionamiento—. Y ayer mismo Rion me contó que una de las mujeres le había enviado un mensaje de agradecimiento en el que le decía que gracias a nosotros había podido volver a ver a su esposo y a sus hijos...»

Rion se había convertido en la principal conexión de Bria con el mando rebelde desde que ocupó su nueva posición en los cuarteles generales imperiales. Bria transmitía cada brizna de información que conseguía acumular a Rion, y Rion recopilaba los datos que Bria había podido deducir o copiar y luego los transmitía a los líderes del grupo rebelde clandestino de Corellia.

Bria esperaba que pronto tendría algo más que listas burocráticas de suministros. que enviar a su grupo. Desde que había empezado a desempeñar aquel trabajo el mes pasado, había procurado lucir unos peinados y maquillajes lo más favorecedores posible con la esperanza de que su hermosura atraería la atención de algún oficial imperial de alto rango.

Y sus esfuerzos se estaban viendo recompensados. Ayer mismo el almirante Trefaren se había detenido delante de su escritorio para preguntarle si querría acompañarle a una recepción en la que el gobierno corelliano agasajaría a los oficiales imperiales más importantes. Se suponía que varios Moffs de Sector asistirían a ella. El almirante le había asegurado que la recepción iba a ser una auténtica gran gala.

Bria había bajado púdicamente los párpados, se había ruborizado de la manera más atractiva de que fue capaz y había exhalado un vacilante «Sí» de muchachita tímida. El almirante le había dirigido una sonrisa radiante, lo cual hizo que las profundas arrugas verticales que descendían por sus cetrinas mejillas adquirieran un aspecto de desfiladeros más pronunciado que nunca, y luego le había dicho que pasaría a recogerla en su deslizador con chofer. Después había extendido el brazo y había rozado uno de los rizos de Bria con la mano, dejando que se enroscan alrededor de su dedo.

—Y póngase algo que realce su belleza, querida mía —había añadido—. Quiero que los otros oficiales sientan celos del maravilloso tesoro que acabo de descubrir. ...

Bria no había tenido que fingir el balbuceo que hizo temblar su respuesta —lo cual había dejado todavía más encantado al almirante!—, porque estaba demasiado furiosa pan poder hablar con claridad. «¡Viejo baboso!., pensó con repugnancia, firmemente decidida a acordarse de que debía adherir su delicadamente diminuto cuchillo vibratorio a su muslo..‘, sólo por si acaso.

Pero normalmente los hombres de la edad del almirante se conformaban con hablar y rara vez pasaban a la acción. Lo que deseaban por encima de todo, tal como había admitido con gran franqueza el almirante, era que otros hombres los admirasen..., y que admirasen a cualquier joven hermosa ala que hubieran logrado atraer mediante su poder y su: riqueza.

«El almirante Trefaren podría acabar conviniéndose en la clave que nos permita averiguar algo más acerca de esas nuevas armas y naves imperiales sobre las que corren tantos rumores», pensó Bria.

Así pues, cuando llegó la noche de la recepción, Bria se puso un vestido tan hermoso como elegante (había crecido como hija de un hombre muy rico, y sabía sacar el máximo partido posible de su indumentaria), se peinó, maquilló su cara con exquisito buen gusto y pasó la noche dirigiendo sonrisas radiantes al almirante Trefaren. Bailó con él, le lanzó mirada llenas de admiración y mantuvo los oídos bien abiertos para que no se le escapara ni la más pequeña migaja de información.

Y, sólo por si necesitaba un poco de ayuda a la hora de rechazar sus insinuaciones, Bria ya disponía de una gotita de una sustancia que planeaba ocultar debajo de una uña impecablemente manicurada. Después le bastaría con deslizar la punta de la uña sobre la superficie del líquido que eligiera, hacia el final de la velada, para que de repente el viejo vrelt se sintiera tan agradablemente cansado, soñoliento y bebido que Bria podría manejarlo sin ninguna dificultad.

También podía usar el cuchillo vibratorio, y sabía utilizarlo muy bien, pero no tenía intención de emplearlo. Las hojas vibratorias eran para los aficionados. Bria era una experta en el complicado arte de no necesitarlas.

Durante un momento echó de menos su uniforme de combate y el peso de su desintegrador colgando encima del muslo. La perspectiva de pasar toda la velada jugando al tabaga acosado y el vrelt perseguidor con el almirante Trefaren y sus colegas imperiales le resultaba tan poco atractiva que habría preferido estar dirigiendo otra incursión armada contra los hutts ylesianos o los traficantes de esclavos imperiales (que eran todavía peores que los hutts).

Bria había entregado su desintegrador a Rion cuando aceptó aquella misión. Siempre cabía la probabilidad de que el almirante Trefaren ordenara registrar su apartamento, lo cual sería meramente una formalidad más incluida en la comprobación general que sus esbirros llevarían a cabo para asegurarse de que Bria era una compañía «segura», una simple joven hermosa con la que podía dejarse ver en público sin que ello supusiera ningún peligro para el almirante. Bria siempre llevaba el cuchillo vibratorio encima, por lo que no le preocupaba que pudiera ser descubierto por los investigadores.

Y por lo menos tenía la seguridad de que sus identificaciones eran lo suficientemente buenas como para superar la mayoría de los exámenes y comprobaciones. Seis años antes había aprendido todos los secretos del arte de crear nuevas identidades de labios de un experto. Han Solo le había enseñado muchas más cosas aparte de cómo disparar un desintegrador dando en el blanco.

Los labios de Bria se curvaron en una suave sonrisa mientras se permitía un momento de nostalgia por aquellos días. Ella y Han habían huido juntos, viviendo en continuo peligro, sin que nunca supieran qué podía traerles el próximo instante.

Bria por fin había comprendido que aquellos fueron los días más felices de su vida. El mero hecho de poder estar con Han y poder amarle había justificado con creces cada momento de tensión, cada punzada de miedo, cada loca persecución, cada huida llena de terror y cada haz desintegrador que había tenido que esquivar.

Y todavía le amaba.

Ver a Han en Devarón hacía un año había hecho que todo volviera a su mente de una manera increíblemente vívida. Después de años de rechazo y negativa, Bria había tenido que admitir la verdad ante sí misma. Han Solo era el hombre al que amaba y al que siempre amaría.

Pero no podían estar juntos, y Bria había tenido que aceptar esa cruel realidad. Han era un estafador, un bribón, un fuera de la ley que llevaba una existencia de lobo solitario. Bria sabía que Han había estado profundamente enamorado de ella —incluso le había pedido que se casara con él—, pero no era la clase de hombre que podía abandonarlo todo por un ideal filosófico.

Durante los meses que pasaron juntos, Bria había podido darse cuenta de que algún día Han tal vez llegaría a ser capaz de abrazar una causa y de encontrar una meta. Pero tendría que ser una causa elegida voluntariamente y en el momento adecuado. Bria sabía que no podía esperar que Han adoptara su causa.

Se preguntó qué estaría haciendo Han en aquellos momentos. ¿Era feliz? ¿Estaría con alguien? ¿Tendría amigos? Cuando le vio en Devarón, Han llevaba las prendas típicamente viejas y algo sucias de los navegantes del espacio, no un uniforme imperial.

Pero Bria sabía que Han se había graduado con honores en la Academia Imperial. ¿Qué podía haber puesto fin a su carrera militar?

Por una parte, Bria lamentaba que el sueño que Han había perseguido con tanta tozudez hubiera acabado esfumándose de una manera tan obviamente catastrófica, pero por otra se había alegrado al descubrir que Han ya no era un oficial imperial. El pensamiento de que algún día pudieran tener que enfrentarse en una batalla o, lo que hubiera sido todavía peor, de que le ordenaran disparar contra una nave imperial y causar su muerte, todo ello sin saberlo, había sido una continua tortura para ella. Después de haberle visto, al menos ya no tenía que preocuparse por esa posibilidad.

«Me pregunto si volveré a verle alguna vez... —pensó—. Puede que... Puede que cuando todo esto haya acabado, cuando el Imperio ya no exista..,»

Bria se administró una enérgica sacudida mental y se dijo que debía volver a concentrarse en el trabajo. El Imperio estaba firmemente atrincherado. Arrancar sus profundas raíces del suelo de la galaxia sería una labor que requeriría muchos años y el sacrificio de incontables vidas. Bria no podía permitirse el lujo de pensar en lo que pudiera llegar a ocurrir en aquel distante y borroso futuro. Tenía que concentrarse en el aquí y el ahora.

Volvió a conectar su cuaderno de datos con un gesto lleno de decisión, y empezó a trabajar.

Y mientras Bria Tharen se estaba preguntando qué habría sido de su vida, Han Solo no estaba pensando en ella. Aun así, se estaba sintiendo más herido por una mujer de lo que se había sentido en ningún instante desde que Bria Tharen le abandonó.

Estaba sentado en el borde de la cama de una habitación de hotel en Velga, una luna de recreo a la que acudían los ricos para disfrutar de sus atracciones y sus mesas de juegos de azar, con el ceño fruncido mientras leía el mensaje que Xaverri le había dejado en su cuaderno de datos. El mensaje decía lo siguiente:

Querido Solo:

No soporto las despedidas, así que prefiero evitar que tengamos que pasar por esa desagradable experiencia. La gira ha terminado, y ahora voy a tomarme unas cortas vacaciones antes de seguir recorriendo la galaxia. Estuve pensando pedirte que vinieras conmigo, pero creo que es mejor que lo nuestro termine ahora.

Los últimos seis meses han sido maravillosos, y siempre figurarán entre los mejores de mi vida. Durante ese tiempo he llegado a sentir un gran aprecio por ti, querido. De hecho, he llegado a quererte demasiado... Supongo que a estas alturas ya me conoces lo suficientemente bien para saber que no puedo permitirme el lujo de querer a nadie. Eso sería peligroso para los dos. El que otra persona te importe demasiado te ablanda y te vuelve vulnerable. Y dada mi profesión, no puedo permitírmelo.

He pagado el hotel hasta mañana tanto para ti romo para Chewbacca. Habéis sido dos de los mejores ayudantes y compañeros que he tenido jamás. Dile que siento no poder despedirme de él. También he ingresado una bonificación para los dos en la delegación local del Banco Imperial el código de cuenta es el 651374, y está sintonizado con tus pautas retinianas.

No tengo palabras para decirte lo mucho que te echaré de menos. Si alguna vez necesitas ponerte en contacto conmigo, puedes hacerlo a través de la agencia de espectáculos Galaxia de Estrellas. Quizá algún día podamos volver a empezar desde el principio, cuando yo haya recuperado mi perspectiva y sea capaz de ver las cosas de otra manera...

Cuídate, Han, y cuida de tu amigo wookie. Ese tipo de devoción es muy rara.

Te quiere, Xaverri

«¡Oh, maldición! —pensó Han, no muy seguro de si lo que sentía era ira o una pena muy profunda, y suponiendo que en realidad era una mezcla de ambas cosas—. ¿Por qué siempre tiene que ocurrirme lo mismo?»

Durante un momento recordó la angustia que se había adueñado de él cuando Bria le dejó con sólo una nota de despedida, y luego se obligó a expulsar aquel recuerdo de su mente. «Ya hace mucho tiempo de eso. Ya no soy un crío...»

Un instante después comprendió que tendría que conseguir dos billetes comerciales de vuelta a Nar Shaddaa. Pero sus ahorros apenas acusarían ese gasto, especialmente teniendo en cuenta la bonificación que les había dejado Xaverri. La ilusionista pagaba muy bien, aunque siempre exigía el máximo.

Durante los últimos seis meses, Han y Xaverri habían mantenido una relación bastante más parecida a la existente entre un par de socios que a la habitual entre un patrono y su empleado. Cada vez que conseguían estafar a un pomposo oficial imperial excesivamente pagado de sí mismo o a algún estúpido burócrata del Imperio, Xaverri repartía el dinero a panes iguales con Han y Chewie.

Los recuerdos hicieron que los labios de Han se curvaran en una tenue sonrisa. Oh, sí, no cabía duda de que habían sido unos meses muy emocionantes... Después de toda la experiencia que había adquirido estafando a civiles mientras formaba parte de la «familia» de Garris Alcaudón, Han siempre había creído que le quedaba muy poco por aprender sobre el arte de estafar a la gente. Pero un mes con Xaverri le había convencido de que comparado con ella, Garris Alcaudón no era más que un torpe aficionado a la mentira.

Los planes de Xaverri iban de lo elegantemente sencillo a lo diabólicamente complicado. Casi nunca repetía la misma estafa. Lo que hacía era adaptar cada operación al objetivo, y solía utilizar sus habilidades como ilusionista para engañar a los fatuos imperiales entre los que seleccionaba a sus presas.

Eso era lo que había hecho cuando despojaron al subsecretario del Moff del sector de D'Aelgoth de casi todo el dinero que había ahorrado a lo largo de su vida..., y además consiguieron que se convirtiera en sospechoso de haber traicionado al Imperio. La sonrisa de Han se fue volviendo más ancha. Aquel tipo era un estúpido capaz de hacer cualquier cosa por unos cuantos créditos, y tarde o temprano habría traicionado al Imperio de todas maneras.

No todas sus estafas se habían visto coronadas por el éxito, desde luego. Dos de ellas habían fracasado y una les estalló en las narices, lo cual les obligó a huir de las autoridades planetarias hasta que Chewbacca consiguió localizarles y fue a recogerles.

Han nunca olvidaría aquella fuga: las carreras, el continuo esquivar disparos, la desesperada huida campo a través durante la que fueron perseguidos por los androides rastreadores y la versión local de los canoides-sabuesos... Xaverri y él tuvieron que pasar toda una noche sumergidos hasta el cuello en unos pantanos, para evitar que sus perseguidores captaran su olor.

Y además lo había pasado muy bien trabajando como ayudante escénico de Xaverri. Ayudar a crear las ilusiones y averiguar cómo se hacía realmente todo había resultado tan divertido como el inclinarse noche tras noche ante los espectadores que les aplaudían y vitoreaban. Incluso Chewbacca había acabado aprendiendo a apreciar la atención del público, y Xaverri concibió varios trucos nuevos que le permitieron exhibir su enorme fuerza de wookie.

Lo que Han encontró más difícil de todo fue acostumbrarse al ceñido traje lleno de lentejuelas que tenía que llevar en el escenario. Las primeras veces que salió al escenario llevándolo puesto se sintió horriblemente ridículo. Pero acabó acostumbrándose al traje, e incluso consiguió apreciar los silbidos y gritos can los que algunas espectadoras acogían su entrada en escena.

Xaverri solía tomarle el pelo acerca de eso, y nunca le permitía olvidar aquella ocasión en la que una chica subió al escenario y le besó en la boca, haciendo que Han se ruborizan. Han había respondido a esas burlas metiéndose con sus vestidos, que solían ser muy atrevidos.

Han suspiró. «Si hubiera sabido que planeaba hacer esto, podría haber hablado con ella...» Ya la estaba echando de menos. Echaba de menos su presencia, su sonrisa, su afecto. Su calor, sus besos...

Xaverri era una mujer muy especial, y Han acababa de darse cuenta de que se había enamorado de ella. Se preguntó si los acontecimientos habrían seguido un curso distinto en el caso de que se lo hubiese dicho, y acabó decidiendo que no. Tal como le explicaba en su carta, Xaverri no quería tener nada que ver con el amor. No quería amar ni ser amada, porque había descubierto que el amor te volvía excesivamente vulnerable.

—El amor hace que ames la vida —le había dicho en una ocasión—. Y en cuanto amas la vida, entonces sí que te has metido en un buen lío. ¿Sabes por qué, Solo? Pues porque harás cualquier cosa para que no se te escape de entre las manos, y eso te impedirá pensar con claridad.

—¿Qué es lo que no quieres que se te escape de entre las manos..., el amor o la vida? —le había preguntado Han.

—Los dos —había replicado Xaverri—. El amor es lo más peligroso que hay en el universo.

Xaverri estaba dispuesta a correr más riesgos que cualquier otra persona que Han hubiera conocido hasta aquel entonces, salvo en el amor. Si no fuese porque actuaba de una manera tan fríamente deliberada, Han la habría considerado temeraria. Pero no lo era. El peligro no significaba nada para ella porque no le preocupaba morir. Han la había visto mirar a la muerte a la cara sin inmutarse.

En una ocasión la había felicitado por su valor, y Xaverri había meneado la cabeza.

—No, Solo —dijo——. No soy valiente. Tú sí que eres valiente. Tú tienes coraje, pero yo... Bueno, sencillamente no me importa morir. No es lo mismo, ¿entiendes?

Han volvió a suspirar y se levantó de la cama. Xaverri se había ido. A esas alturas su nave, El Fantasma, ya debía de estar muy lejos de Velga.

«Bien, la función ha terminado —pensó mientras alargaba la mano hacia su ropa—. Es hora de volver al mundo real...»

Por lo menos él y Chewie ya tenían dinero más que suficiente para alquilar una nave. Por primera vez desde hacía mucho tiempo, Han se preguntó qué tal estarían yendo las cosas en Nar Shaddaa.

Cuando volvieron a la Luna de los Contrabandistas, Han se sorprendió al darse cuenta de que se sentía como si hubiera vuelto a casa. Lo primero que hicieron fue ir a ver a Mako, y lo encontraron sentado a una mesa y bebiendo con Roa en una de las tabernas. Han entró en el local, sonrió y les saludó con la mano.

—¡Mako! ¡Roa! —exclamó.

Los dos hombres se volvieron al oír su saludo y sonrieron de oreja a oreja.

—¡Han! ¡Chewbacca!

—¡Eh, Roa! Eh, Mako —dijo Han—. ¿Qué tal van los negocios?

—No van mal —dijo Mako—. Jabba te echa de menos, chico. —Oh, sí, seguro —replicó Han, soltando una risita—. ¿Y Jiliac? ¿Ya ha tenido a su bebé hutt?

—Pues no lo sé —dijo Roa—. Pero hace mucho tiempo que no se la ve por aquí, así que quizá aún no haya dado a luz. ¿Qué tal te va todo, chico? ¡Has estado fuera durante tanto tiempo que creíamos que Boba Fett había conseguido atraparte!

Han le devolvió la sonrisa.

—Todavía no lo ha conseguido —dijo—. ¿Fett ha estado por aquí? Mako miró a su alrededor con expresión pensativa.

—Bueno, dicen que hace unos meses te estuvo buscando por Nar Shaddaa. Pero nadie le ha visto últimamente.

—Estupendo. Mantenedme informado, ¿de acuerdo? —dijo Han—. Bien... ¿Alguien ha visto a Lando? —Intentó adoptar un tono de voz lo más despreocupado posible—. ¿Todavía conserva ese viejo montón de chatarra, el Halcón Milenario?

—Oh, sí, todavía lo tiene —dijo Roa—. Y ahora te voy contar algo que te costará creer, Han. Parece ser que Calrissian hizo el negocio de su vida en el sistema de Ose6n. Consiguió hacerse con un cargamento de cristales vitales y luego lo vendió por un montón de dinero. ¿A que no adivinas en qué anda metido ahora?

Han aventuró una hipótesis bastante atrevida, y tanto Roa como Mako se echaron a reír.

Chewie rugió un comentario.

—¡Ha comprado un depósito de naves espaciales usadas! —dijo Mako—. Se lo compró, junto con todo el contenido, a un durosiano que decidió volver a Duros para ocuparse de la granja familiar.

—Bueno, pues yo estoy buscando una nave —dijo Han—. Me parece que le haré una visita a Lando para ver qué modelos tiene disponibles.

—Antes sería mejor que fueras a ver a Jabba —le aconsejó Mako—. Ese hutt ha hecho correr la voz de que debías ir a verle inmediatamente en cuanto volvieras.

Han asintió.

—De acuerdo, de acuerdo... Iré a ver a Jabba. ¿Dónde está el depósito de Lando?

Sus amigos le dieron las coordenadas.

Han salió de la taberna después de haberse despedido de ellos agitando jovialmente la mano. Acababa de darse cuenta de que le gustaba estar de vuelta. El interludio con Xaverri había sido tan agradable como lucrativo, pero el contrabando era su verdadera vocación, y Han ardía en deseos de volver a él.

Jabba se mostró tan complacido de ver a Han que llegó a bajar de su estrado y fue ondulando hacia el corelliano.

—¡Han, muchacho! ¡Has vuelto!

Han asintió, y decidió olvidarse de la reverencia habitual. Resultaba obvio que Jabba le había echado de menos.

—Hola, excelen..., eh..., Jabba. ¿Qué tal van los negocios?

Jabba dejó escapar un suspiro francamente melodramático.

—Los negocios irían muchísimo mejor si el clan Besadii comprendiera de una maldita vez que sus bolsillos no han sido elegidos por el destino para acaparar todos los créditos de la galaxia. Han, Han... Debo admitir que te he echado de menos. Perdimos una nave en las Fauces, y el clan Desilijic había pagado mucho dinero por ella. Te necesitamos, Han.

—Bueno, Jabba, pues esta vez habrá que pagarme mejor a cambio de mis servicios —dijo Han en un tono lleno de decisión—. Chewie y yo vamos a conseguir una nave propia. Eso nos beneficiará a ambos: vosotros no tendréis que arriesgar vuestras naves, y yo no tendré que aceptar un sueldo reducido meramente porque no estoy pilotando mi propia nave.

—Estupendo, estupendo —dijo Jabba—. Me parece realmente estupendo, Han.

—Pero antes he de decirte una cosa, Jabba: siguen ofreciendo una recompensa por mi cabeza, y me parece que Teroenza ha conseguido convencer al clan Besadii para que ofrezcan una suma de dinero realmente considerable La mayoría de los cazadores de recompensas no son lo bastante buenos para crearme problemas, y puedo ocuparme de ellos. Pero si llego a tener la más mínima sospecha de que Boba Fett vuelve a andar detrás de mí, no me quedaré por aquí para que me capture. Me iré, Jabba, y operaré desde el Pasillo de los Contrabandistas. Fett es todo un profesional, pero ni siquiera él está lo suficientemente loco para seguirme hasta el Pasillo.

—¡Han, muchacho! —Jabba parecía sinceramente apenado—. ¡Te necesitamos! ¡El clan Desilijic te necesita! ¡Eres uno de los mejores!

Han sonrió, saboreando al máximo la deliciosa sensación de sentirse al mismo nivel que el líder hutt.

—Eh, Jabba: soy el mejor —dijo—. Y voy a demostrarlo, ¿de acuerdo? Chewie rugió. Jabba señaló al wookie con una de sus diminutas manos.

—¿Qué ha dicho?

—Ha dicho que somos los mejores, y tiene razón —contestó Han—. Pronto todo el mundo lo sabrá.

La siguiente parada de Han, tal como había prometido, tuvo lugar en el depósito de naves espaciales usadas de Lando. Él y Chewie fueron directamente al despacho, donde se encontraron con un pequeño androide repleto de brazos tentaculares y un único ojo color rubí.

—¿Dónde está Lando? —preguntó Han.

—Mi amo no se encuentra aquí en estos momentos, señor —replicó el pequeño androide—. ¿Puedo serles de alguna utilidad? Soy Vuffi Raa, su ayudante.

Han miró a Chewbacca, y el wookie alzó sus ojos azules hacia el techo en una clara muestra de fastidio.

—Quiero hablar con Lando —insistió Han—. ¿Dónde está?

—En el astillero —replicó Vuffi Raa—. Pero... ¡Señor! ¡Espere! ¡Nadie puede entrar en el astillero si no cuenta con una autorización previa del amo Calrissian! ¡Señor! ¡Vuelva aquí! ¡Señor!

Han no le hizo caso, pero Chewbacca se detuvo. Cuando el pequeño androide fue hacia él agitando frenéticamente sus brazos, el wookie dejó escapar un gruñido que no tardó en convenirse en un rugido realmente ensordecedor. Vuffi Raa se detuvo tan bruscamente que faltó poco para que se cayera y después se apresuró a huir, gritando «¡Amo! ¡Amo!» con voz quejumbrosa.

Han encontró a Latido trabajando en el Halcón. El corelliano no supo decidir a cuál de los dos se alegraba más de ver, y le complació observar que el Halcón estaba intacto.

Por una vez, el jugador parecía haber olvidado su habitual obsesión por la elegancia. Han se sorprendió al ver que llevaba un grasiento mono de mecánico, y que las manos que empuñaban una llave hidráulica estaban llenas de suciedad.

—¡Landa! —gritó.

Su amigo giró sobre sus talones, y sus apuestas facciones se iluminaron.

—¡Han, viejo pirata! ¿Cuánto hace que has vuelto?

—Acabo de llegar —replicó Han, estrechando la mano de Lando. Después se abrazaron, se dieron palmadas en la espalda el uno al otro y acabaron separándose, sonriendo con satisfacción.

—Eh, Han, me alegro mucho de volver a verte...

—¡Lo mismo digo, Landa!

Antes de que anocheciera, Han y Chewie ya le habían alquilado una nave a Lando. Los dos compañeros acabaron eligiendo un pequeño carguero SoroSuub de la clase Pulga Estelar que había sido sometido a considerables modificaciones. La nave, que tendría unas dos terceras partes del tamaño del Halcón Milenario, poseía una proa redondeada, un par de alas cortas y bastante gruesas y un rechoncho fuselaje curvado que se iba estrechando hasta terminar en una esbelta sección de cola. En general el carguero recordaba a una gran gota de aspecto francamente poco aerodinámico y, como le diría más tarde un contrabandista quarreniano a Han, se parecía mucho a «unos bichos que criamos como aperitivo». Al final de cada ala había una torreta artillera provista de dos cañones láser fijos, y el piloto también controlaba una batería de cañones láser instalada en la proa.

Han le puso por nombre Doa.

—El noble Aruk desea veros, excelencia —dijo Ganar Tos, el mayordomo de Teroenza—. Os está esperando en vuestro despacho.

El Gran Sacerdote se envaró nada más oírle. «¡Me parece que no podré aguantar que vuelva a criticar todo lo que hago!», pensó mientras se levantaba de mala gana de la hamaca de descanso en la que había estado tumbado.

El noble Aruk y Durga, su descendiente, habían llegado hacía dos días para llevar a cabo una inspección especial de la operación ylesiana. Teroenza se había sentido muy orgulloso de poder mostrarles los grandes progresos que habían hecho, las nuevas factorías, el elevado nivel de productividad de los peregrinos y el incesante aumento de los suministros de especia que enviaban al espacio. Incluso había podido enseñarles el terreno recién limpiado de maleza en el que se construiría el nuevo asentamiento, la Colonia Ocho.

Pero cuantas más cosas le enseñaban al gran líder hutt, más se quejaba y protestaba Aruk. El Gran Sacerdote estaba empezando a sentirse invadido por la desesperación.

Mientras avanzaba pesadamente por el pasillo del Edificio Administrativo de la Colonia Uno, la mente de Teroenza estaba muy ocupada tratando de concebir las réplicas más adecuadas para la miríada de acusaciones que Aruk podía lanzar contra él. La producción seguía aumentando. Los trabajadores eran muy eficientes. Estaban explorando la posibilidad de exportar nuevos productos, como por ejemplo las ranas de los árboles-nala...

Aruk había acabado aficionándose a ellas durante su visita. Kibbick había insistido en que su tío debía probarlas, y el viejo hutt así lo había hecho. Durga también las probó, y declaró que no le habían impresionado en lo más mínimo, pero Aruk quedó encantado con el sabor de aquellos feísimos anfibios, y ordenó a Teroenza que se asegurara de que recibiese un cargamento de ranas arbóreas vivas con cada nave que hiciera la ruta entre Ylesia y Nal Hutta.

Teroenza entró en su despacho, tratando de ocultar el nerviosismo que se había adueñado de él.

—Ya estoy aquí, excelencia —le dijo a Aruk.

El líder hutt —que estaba acompañado únicamente por Durga, su descendiente— alzó la mirada hacia Teroenza.

—Tenemos que hablar, Gran Sacerdote —dijo en un tono bastante seco.

«Oh, no... —pensó Teroenza—. Esto va a ser todavía peor de lo que me temía.»

—¿Sí, excelencia?

—Voy a cancelar sus vacaciones, Gran Sacerdote —dijo Aruk—. Quiero que se quede aquí y que ponga al día a Kibbick acerca de toda la operación ylesiana lo más deprisa posible. Su nivel de ignorancia es realmente vergonzoso, ¡y la culpa es suya, Gran Sacerdote! Ha olvidado quiénes son los verdaderos dueños y señores de Ylesia, Teroenza. Se ha vuelto arrogante, y cree estar al mando de todo. Eso no puede ser permitido. Debe aprender cuál es su lugar, Gran Sacerdote. Cuando haya aprendido a servir y a aceptar el papel de subordinado que le ha correspondido interpretar en este mundo, será recompensado. Sólo entonces podrá volver a Nal Hutta.

Teroenza guardó silencio durante toda la reprimenda de Aruk. Cuando el gran líder hutt hubo acabado de hablar, Teroenza descubrió que lo único que deseaba en aquel momento era salir de su despacho y no tener nada más que ver con toda la ridícula operación ylesiana. Kibbick era un idiota y por muchas lecciones que intentara darle su supervisor, el joven hutt siempre seguiría siendo un idiota.

Y hacía casi un año que no veía a Tilenna, su compañera. ¿Y si Tilenna había decidido aparearse con algún otro macho, harta de que Teroenza llevara tanto tiempo lejos de ella? ¿Cómo podía esperar que siguiera siéndole fiel bajo aquellas circunstancias?

Un terrible resentimiento empezó a hervir en la mente del t'landa Til, pero logró ocultar su reacción con un gran esfuerzo de voluntad.

—Se hará como digáis, excelencia —murmuró—. Me esforzaré al máximo, os lo aseguro...

—Más vale —gruñó Aruk, empleando su tono más grave y amenazador—. Puedes irte, Gran Sacerdote.

La hoguera de rabia que se había encendido dentro de Teroenza siguió hirviendo y burbujeando mientras volvía a sus aposentos, pero cuando llegó a ellos ya volvía a estar calmado. De hecho, el Gran Sacerdote se sentía extraña y gélidamente tranquilo. Teroenza se acomodó en su hamaca de reposo y despidió a su mayordomo.

Si sus pensamientos hubieran podido ser expresados con una sola palabra, ésta habría sido «Basta».

Después de unos cuantos minutos de reflexión, el Gran Sacerdote alargó la mano hacia su comunicador. El código que se había aprendido de memoria hacía ya varios meses acudió velozmente a sus dedos y fue introducido en el teclado. Después, Teroenza tecleó el siguiente mensaje: «Estoy dispuesto a hablar con vosotros. ¿Qué podéis ofrecerme?».

Finalmente, un delicado dedito descendió triunfalmente sobre la tecla de ENVIAR y la activó con una salvaje presión.

Teroenza se recostó en su hamaca de reposo y, por primera vez en seis meses, se sintió en paz con el universo.