Capítulo 8
La sombra del Imperio
El hombre de la armadura mandaloriana avanzó con paso rápido y decidido por el cavernoso vestíbulo lleno de sombras del palacio de Jabba el Hutt en Tatooine. Hubo un tiempo, hacía ya bastantes años, en que aquel hombre había sido un protector de primera clase llamado Jaster Mereel. Eso fue antes de que matara a un hombre y pagara el precio de su crimen.
Su antiguo nombre había desaparecido, y aquel hombre ya sólo era conocido por el nombre que había decidido adoptar para sí mismo: Boba Fett. Durante los diez últimos años, Boba Fett se había convertido en el cazador de recompensas más famoso y temido del Imperio. No era un cazador de recompensas imperial, aunque en ocasiones trabajaba para el Imperio. No formaba parte de la plantilla de cazadores de recompensas del Gremio, aunque aceptaba sus encargos y pagaba las cuotas reglamentarias con regularidad. No, Boba Fett era un cazador de recompensas independiente. Fijaba su propio horario de trabajo, elegía sus encargos y vivía según sus propias reglas.
Se detuvo a mitad de la escalera que llevaba a la sala del trono de Jabba para examinar lo que había delante de él. La enorme cámara estaba muy oscura, y parecía una gigantesca caverna llena de música retumbante. Mirara donde mirase, los ojos de Fett encontraban cuerpos que ondulaban y se retorcían entre la penumbra. Su mirada siguió los movimientos de algunas de las bailarinas humanoides de Jabba, admirando su esbelta flexibilidad. Pero el cazador de recompensas no era el tipo de hombre que pierde el tiempo entregándose a los placeres sibaríticos de la carne. Fett se había autoimpuesto una disciplina tan rígida que no le permitía buscar la gratificación carnal. La alegría de la caza era su único placer, y la única razón de su existencia. Los créditos eran una especie de compensación extra, una bonificación necesaria, un medio para alcanzar sus objetivos..., pero era la cacería la que le nutría, la que le mantenía fuerte, seguro de sí mismo y concentrado en su meta.
Mientras Fett bajaba por el tramo de escalones que conducía a la cámara de audiencias de Jabba, el mayordomo twi'lek del líder hutt, Lobb Gerido, se apresuró a ir hacia él para recibirle, haciéndole untuosas reverencias y balbuceando un saludo entrecortado en su pésimo básico. Fett le ignoró por completo.
Fett enseguida comprendió que nunca se le permitiría aproximarse a Jabba llevando su rifle DesTec EE–3, por que lo dejó en el último escalón. Seguía disponiendo de un armamento lo suficientemente peligroso como para matar a Jabba y destruir toda la cámara de audiencias, y Jabba probablemente lo sabía, pero el líder hutt también conocía la reputación de honestidad de Boba Fett. Jabba le había pagado para que viniera hasta allí y hablara con él, y el que Fett hubiera aceptado acudir a semejante reunión con la idea de cobrar una recompensa por la grotesca cabeza de Jabba hubiera supuesto una grave infracción del protocolo de los cazadores de recompensas.
Después de haber dejado su rifle desintegrador al final de la escalera, Fett fue hacia el estrado de Jabba. El líder hutt estaba reclinado en un estrado situado encima de la multitud, lo que le permitía quedar lo suficientemente arriba para disfrutar de la mejor panorámica posible de todas aquellas degeneradas festividades. A pesar de la máscara facial mandaloriana, Fett pudo percibir con toda claridad el acre olor del hutt, una extraña vaharada que estaba a medio camino entre los olores del moho rancio y de la basura.
Un gesto del líder hutt hizo que los músicos dejaran de tocar. Fett se detuvo delante de Jabba y bajó la cabeza en una inclinación casi imperceptible.
—¿Me has mandado llamar? —preguntó en básico.
—Sí —respondió Jabba en huttés con su voz de trueno—. ¿Me comprendes, cazador de recompensas?
Fett inclinó su cabeza envuelta por el casco en un silencioso asentimiento.
—Excelente —dijo Jabba—. Que se vayan todos, Lobb Gerido..., y vete tú también en cuanto la sala haya quedado vacía.
—Sí, amo —se apresuró a balbucear el twi'lek.
El mayordomo empezó a ir y venir por la gran sala, con las colas cefálicas bamboleándose de un lado a otro, para expulsar a todos los sicofantes y parásitos de la estancia. Finalmente, el mismo Gerido se esfumó con una última reverenda.
Jabba miró a su alrededor, dio una calada a la boquilla de su narguile y después, cuando estuvo seguro de que se habían quedado solos, se inclinó hacia adelante.
—Te agradezco que hayas accedido a venir a verme, cazador de recompensas —dijo—. Tus cinco mil créditos serán ingresados en tu cuenta antes de que salgas de esta sala del trono.
Fett asintió en silencio.
—Ya he hablado con el representante del Gremio en este sector y he acordado hacer una generosa donación a la Casa del Gremio —siguió diciendo Jabba—. Pero el representante me dijo que no te hallas bajo la autoridad del Gremio, a pesar de que ocasionalmente aceptas sus encargos.
—Así es —le confirmó Fett.
Estaba empezando a sentirse bastante intrigado. Si Jabba sólo quería que alguien muriese, ¿a qué venía todo aquello? ¿Adónde quería ir a parar el Gran Hinchado?
Jabba siguió dando pensativas caladas a su pipa de agua durante casi un minuto, reflexionando en silencio mientras sus bulbosos ojos de pupilas verticales se abrían y se cerraban en un lento parpadeo.
—¿Sabes por qué te he hecho venir, cazador de recompensas?
—Supongo que me has hecho venir porque quieres ofrecer una recompensa para que persiga y mate a alguien —dijo Fett—. Ésa es la razón por la que la gente se pone en contacto conmigo, ¿no?
—Cierto, pero en este caso se trata justamente de todo lo contrario —dijo Jabba. Apartó el narguile y miró fijamente a Fett, obviamente decidido a ir al grano—. Quiero pagarte para que no mates a alguien.
La placa visora macrobinocular incorporada al casco mandaloriano de Fett contaba con excelentes capacidades de visión infrarroja, y también poseía sensores de movimiento y sonido. El cazador de recompensas pudo ver con toda claridad cómo Jabba se tensaba y cambiaba de color. «Esto es muy importante para él», comprendió, sintiéndose cada vez más sorprendido. La inmensa mayoría de los hutts eran seres tan fenomenalmente egoístas que Fett nunca había oído hablar de uno que estuviera dispuesto a correr el más mínimo riesgo para salvar a otra criatura inteligente.
—Expón tu oferta —dijo.
—Alguien ha ofrecido veinte mil créditos de recompensa por un humano que me es de gran utilidad. Deseo pagar veinticinco mil créditos para que esa recompensa sea ignorada hasta nuevo aviso.
Fett respondió a la declaración de Jabba con una sola palabra.
—¿Quién?
—Han Solo. Es un buen piloto, el mejor. Consigue que nuestros cargamentos de especia lleguen dentro de los plazos fijados, y los imperiales nunca han logrado capturarle. Ha demostrado ser extremadamente valioso para el clan Desilijic. Te pagaré para que dejes de perseguir a Han Solo.
Boba Fett reflexionó en silencio.
Por primera vez en años, el cazador de recompensas se hallaba en un dilema, desgarrado entre su deber, su necesidad de obtener créditos extra y sus propios deseos personales. La oferta de Jabba resultaba tentadora en muchos aspectos. La nave de Boba Fett el Esclavo 1, acababa de sufrir serios daños durante la travesía de un campo de asteroides, y Fett tenía que llevar a cabo ciertas reparaciones francamente caras para conseguir que el sistema de armamento volviera a funcionar a plena potencia.
Por otra parte, llevaba mucho tiempo anhelando capturar a Solo, y no había dejado de pensar en ello desde que él y aquel jugador amigo suyo, Calrissian, le habían capturado, drogado y robado. Boba Fett no podía permitir que dos miserables vagabundos del espacio no pagaran con la vida el haber sido más listos que él.
Pero por otra parte, la semana pasada el noble Aruk del clan Besadii se había puesto en contacto con Boba Fett mediante una comunicación holográfica interestelar y le había dicho que ya no estaba dispuesto a pagar aquellos créditos extra por Han Solo. En vez de ello, quería ofrecer una recompensa de máxima prioridad por la captura de una corelliana llamada Bria Tharen. Aruk había incrementado la cantidad, ya que estaba dispuesto a ofrecer una recompensa de cincuenta mil créditos a cambio de que se la entregaran con vida. El líder hutt había reducido la recompensa por Han Solo a diez mil créditos, y las desintegraciones habían pasado a estar permitidas. Fett suponía que Teroenza no estaba enterado de aquel cambio.
Cincuenta mil créditos era la cuantía más elevada de todas las recompensas que componían la lista actual de Fett. El cazador de recompensas reaccionó iniciando inmediatamente la búsqueda de Bria Tharen, a la que Aruk había descrito como una líder del movimiento rebelde corelliano. El gran señor del clan Besadii también le dijo que Bria Tharen había dirigido una incursión para rescatar esclavos de Ylesia, y que se sospechaba que había mandado varias incursiones especiales para liberar a esclavos de Ylesia que estaban siendo enviados a las minas de Kessel.
Fett había recurrido a sus fuentes de información y había seguido el rastro de la mujer hasta Corellia primero y hasta uno de los sectores del Borde Exterior después, pero una vez allí Bria Tharen parecía haberse volatilizado. Existía una posible pista que la relacionaba con un yate privado que había zarpado con rumbo a Coruscant, pero por el momento sólo se trataba de un rumor sin confirmar.
Y con todo, Fett no podía soportar la idea de no capturar a Han Solo para que se enfrentara a un final tan humillante como doloroso en manos de Teroenza, el Gran Sacerdote. Fett había torturado cautivos, cuando era necesario, para obtener información. No extraía ningún placer de la tortura o de sus muertes, pero estaba dispuesto a hacerlo cuando era lo que requería el contrato.
Pero en el caso de Han Solo, haría una excepción._
—¿Y bien? —retumbó la potente voz de Jabba, sacando a Fett de sus reflexiones—. ¿Qué me respondes, cazador de recompensas?
Boba Fett pensó a toda velocidad y acabó encontrando una solución que le pareció era la mejor posible dadas las circunstancias, ya que le permitía conservar su integridad como cazador de recompensas y, al mismo tiempo, también le permitía hacer lo más práctico.
—Muy bien —dijo—. Aceptaré los veinticinco mil créditos.
«De todas maneras Aruk quiere que la persecución de Bria Tharen pase a ser mi máxima prioridad —se dijo a sí mismo—, así que estaré satisfaciendo los deseos del cliente. Y la recompensa ofrecida por Bria Tharen asciende a cincuenta mil créditos, por lo que cuando la haya entregado, le devolveré sus veinticinco mil créditos a Jabba y luego perseguiré y mataré a Solo. El honor queda satisfecho, he cumplido mis contratos y además he tenido ocasión de ver morir a Solo.»
Fett acabó llegando a la conclusión de que era un buen compromiso. De esa manera todos quedarían complacidos salvo Teroenza..., y oficialmente, Boba Fett no estaba trabajando para el Gran Sacerdote, sino para el noble Aruk. La recompensa sería pagada por Aruk, y el líder del clan Besadii había dejado muy claro que lo único que quería era que Solo muriese.
La solución era tan sencilla como provechosa. Fett se sintió muy satisfecho de sí mismo.
—Muy bien —dijo Jabba, obviamente complacido, mientras hacía una anotación en un cuaderno de datos del tamaño de su palma—. Acabo de ingresar un total de treinta mil créditos en tu cuenta.
Fett volvió a inclinar la cabeza en aquel gesto que no llegaba a ser una auténtica reverencia.
—Muy bien —dijo—. Ya encontraré la salida yo solo.
—¡No, no! —se apresuró a exclamar Jabba—. Lobb tendrá que abrir la puerta blindada para que puedas marcharte.
Presionó un botón en su cuaderno de datos y el twi'lek apareció unos segundos después, las colas cefálicas ondulando alrededor de su cabeza. Lobb saludó a su señor con repetidas reverencias.
—Adiós, Fett —dijo Jabba—. Me acordaré de ti en el futuro cuando el clan Desilijic tenga que ofrecer alguna recompensa.
Boba Fett no dijo nada y se limitó a girar sobre sus talones para seguir al mayordomo, deteniéndose un momento al comienzo de la escalera para recoger su rifle desintegrador.
Las abrasadoras arenas de Tatooine parecían brillar con el doble de intensidad que a su llegada después de la oscuridad de la sala del trono de Jabba, pero el casco mandaloriano de Boba Fett filtró automáticamente los rayos nocivos, permitiéndole ver con claridad.
Subió al Esclavo I, despegó y comprobó su vector de partida mientras sobrevolaba el terrible desierto. Fett bajó la mirada hacia aquel infinito de arena y contempló las dunas, que ondulaban con un movimiento lento e incesante que casi recordaba el de las olas del océano. Había estado muy pocas veces en Tatooine, y era incapaz de imaginarse un motivo que le hiciera volver allí. Qué lugar tan desolado. Boba Fett sabía que se suponía que había vida en los desiertos, pero allí no había nada aparte de la arena.
Pero... Un momento. ¿Qué era aquello?
Fett se inclinó sobre su pantalla visora mientras el Esclavo I pasaba por encima de un gigantesco pozo que se abría en el fondo de una depresión en la arena. Fett creyó ver algo que se movía dentro del pozo, una especie de helechos recubiertos de pinchos o quizá unos tentáculos.
«Me pregunto qué será eso —pensó mientras hacía que el Esclavo 1 ascendiera velozmente a través de la atmósfera de Tatooine—. Bueno, supongo que sí hay vida en el desierto después de todo...»
Unos momentos después el árido mundo de color marrón ya había quedado detrás del cazador de recompensas, convirtiéndose en un puntito tan lejano que ni siquiera llegaba a la categoría de recuerdo...
Una semana después de haberle alquilado el Bria a Lando, Han Solo ya estaba maldiciendo al pequeño carguero, a sí mismo, a Lando y al universo en general.
—Chewie, viejo amigo, me temo que he sido un idiota al escoger esta nave —dijo el corelliano en un momento de nada usual sinceridad—. Sólo nos está dando problemas.
—Hrrrrrnnnn —gruñó Chewie, mostrándose totalmente de acuerdo con él.
Prácticamente desde el primer momento descubrieron que el Bria necesitaría muchas horas de trabajo. La nave había volado a la perfección durante su «recorrido de prueba», pero los problemas hicieron erupción como géisers en las lunas de metano de Thermon apenas hubieron legalizado el contrato de alquiler con Lando. Cuando iniciaron su primer viaje transportando contrabando con su nueva adquisición, el Bria funcionó impecablemente durante los diez primeros minutos..., y después el estabilizador de proa sufrió un cortocircuito y la nave tuvo que ser remolcada de vuelta a Nar Shaddaa mediante un rayo tractor. Han y Chewie repararon el estabilizador, una labor en la que fueron ayudados por Vuffi Raa, el pequeño androide multitentaculado de Lando (que al parecer también se estaba encargando de pilotar el Halcón Milenario), y después volvieron a despegar.
Y esta vez fue el estabilizador de popa el que dejó de funcionar de repente.
Han y Chewie volvieron a reparar el Bria, sudando y maldiciendo durante todo el largo y complicado proceso de reparación, e hicieron un nuevo intento..., y después volvieron a intentarlo una y otra vez. A veces su pequeña Pulga Estelar SoroSuub funcionaba estupendamente, pero en otras ocasiones podían considerarse afortunados si conseguían volver renqueando al astillero de Lando para reparar las averías.
El ordenador de navegación del Bria sufrió un grave ataque de amnesia, y el sistema de hiperimpulsión decidió tomarse unas vacaciones. Cuando la nave tenía un buen día, Han era lo suficientemente buen piloto como para conseguir que fuera bastante deprisa, pero prácticamente cada vez que despegaba para hacer un viaje de prueba con ella acababa teniendo que volver a toda prisa después de que hubiera aparecido un nuevo problema.
Han se quejó a Lando, quien se limitó a responder que en el contrato firmado por Han ponía bien claro que la nave era alquilada «en su estado actual», y que él no había añadido ninguna garantía especificando que el Bria estuviera en condiciones de volar. Además, Lando también observó —y en eso tenía toda la razón— que les había alquilado la diminuta Pulga Estelar a un precio muy razonable.
Han no tenía ningún argumento que oponer a esa respuesta, pero el que Latido tuviera razón no le servía de nada cuando el Bria decidía dejar de funcionar, cosa que ocurría prácticamente en uno de cada dos viajes.
Han le habló de los problemas que estaba teniendo con la nave a Mako, quien decidió ayudar a su amigo presentándole a otro de sus muchos conocidos.
—Jefe de mecánica espacial, piloto y técnico en reparaciones Shug Ninx, te presento a Han Solo y a su socio Chewbacca. Tienen una nave que necesita que alguien le eche un vistazo.
Shug Ninx era un humanoide, pero aunque su aspecto era básicamente humano, Han enseguida se dio cuenta de que llevaba un poco de sangre alienígena en las venas. Era alto, con ojos azul pálido y una cabellera rubio castaña que se erizaba sobre su cabeza. La piel de la mitad inferior de su cara estaba salpicada de manchitas blanquecinas, y sus manos sólo tenían dos dedos más un pulgar oponible con una articulación extra. Esa peculiaridad le proporcionaba una gran destreza cuando tenía que manipular maquinaria.
La expresión recelosa de Shug Ninx también le indicó que había tenido que enfrentarse a bastantes sospechas debido a su mezcla de sangre. La mayoría de aquellos problemas probablemente habían surgido en el trato con oficiales imperiales, que consideraban a cualquier «mestizo» como un ciudadano de clase inferior.
Han le alargó la mano con una sonrisa.
—Encantado de conocerte, Shug —dijo—. ¿Crees que podrás ayudarme a conseguir que este condenado cubo de tuercas sea capaz de recorrer el espacio?
—Bueno, siempre podemos intentarlo —dijo Shug, relajándose visiblemente—. Tráelo a mi granero espacial hoy mismo, y averiguaremos qué le ocurre.
Para llegar al granero espacial de Shug, Han tuvo que pilotar el Bria en un complicado descenso por entre las enormes torres verticales de dos gigantescos complejos de edificios que estaban casi pegados el uno al otro. Cuando Han y Chewie llegaron al «granero espacial», el descomunal muelle y garaje espacial de Shug, que se encontraba en los niveles inferiores del laberinto de estructuras que formaban Nar Shaddaa, quedaron muy impresionados.
—¡Uf! —exclamó Han, contemplando las naves en distintas fases de desmontaje que se alzaban a su alrededor—. Este sitio está mejor aprovisionado que un muelle espacial imperial. Veo que tienes prácticamente todo lo que se puede llegar a necesitar.
El equipo se alineaba a lo largo de las paredes y se amontonaba en los rincones. A primera vista el lugar parecía tan caótico como desordenado, pero Han no tardaría en descubrir que Shug Ninx era capaz de localizar inmediatamente hasta la herramienta más pequeña.
—Sí —dijo Shug con orgullo, visiblemente complacido por la franca admiración de Han—. Tuve que ahorrar durante mucho tiempo para poder comprar estas instalaciones.
Shug echó un vistazo al Bria, y apenas hubo acabado meneó la cabeza con expresión apesadumbrada.
— Han, la mitad de los problemas que estás teniendo con esta nave se deben a que ha sido modificada utilizando piezas y sistemas que no han salido de las fábricas de SoroSuub. ¡Todo el mundo sabe que las SoroSuubs son alérgicas a los componentes de otras fábricas!
— ¿Puedes ayudarnos a conseguir que funcione? —preguntó Han.
Shug asintió,
—No será fácil, pero lo intentaremos.
Durante las semanas siguientes, Han y Chewie ayudaron a Shug Ninx a reparar su nueva nave. Los dos contrabandistas trabajaban cada día hasta que acababan agotados, y poco a poco fueron descubriendo los misterios de la reparación de naves espaciales gracias a las lecciones del experto mecánico que supervisaba su trabajo.
Han estaba tan cansado que apenas salía a divertirse, pero una noche un impulso repentino hizo que decidiera ir a tomar una copa en una taberna local del sector corelliano que solía frecuentar. La Luz Azul sólo servía licores y básicamente era un tugurio miserable, pero a Han le gustaba aquel diminuto y oscuro local de paredes empapeladas con carteles holográficos de ciudades corellianas y prodigios de la naturaleza. La taberna siempre estaba tan oscuro que apenas veías nada, por supuesto..., sobre todo después de que te hubieras tomado un par de copas. Aun así, Han la prefería a otros establecimientos más elegantes.
Mientras estaba sentado en la barra tomando sorbos de una jarra de cerveza alderaaniana, de repente hubo un altercado en la parte de atrás del local. Han se levantó de un salto en cuanto oyó un juramento mascullado por una voz femenina al que siguió el típico gruñido de borracho de un hombre que había bebido demasiado.
— ¡Eh, pequeña, una dama no debería decir esas cosas!
— No soy ninguna dama —dijo una mujer de voz bastante ronca que parecía estar muy enfurecida.
Han escrutó la penumbra y consiguió distinguir dos siluetas que se debatían. Oyó ruidos de lucha, y después oyó el seco chasquido de un bofetón.
— ¡Ven aquí, condenada vagabunda! —gritó el hombre.
La mujer volvió a maldecir, y un instante después Han oyó el in confundible sonido de un puño chocando con la carne. El hombre aulló y se lanzó sobre la mujer. Mientras echaba a correr hacia la parte de atrás del local, Han vio cómo los pies del hombre dejaban de estar en contacto con el suelo. La mujer acababa de lanzarlo por los aires, utilizando una llave de propulsión por encima del hombro a la que acompañó una especie de crujido. El hombre dejó escapar un estridente chillido de dolor que se interrumpió casi al instante y después chocó con el suelo y se quedó inmóvil, gimoteando y quejándose.
Cuando llegó a la parte de atrás del bar sumido en la penumbra, Han se encontró con un contrabandista y matón barato flacucho y más bien bajo, al que conocía únicamente como «Salto», gimiendo y retorciéndose a los pies de una mujer muy alta. Mientras el amigo de Salto (que había sido lo suficientemente listo para no tomar parte en la pelea) ayudaba al matón a incorporarse, Han pudo ver que su brazo, obviamente dislocado, colgaba junto a su costado en un ángulo muy extraño. La mujer permaneció inmóvil ante ellos, la mano sobre la culata del desintegrador que no había desenfundado y los ojos entrecerrados. Ni siquiera jadeaba.
Han fue hacia ella y la mujer giró sobre sus talones para encararse con el corelliano.
—¡Ocúpate de tus asuntos, amigo!
Han retrocedió un paso, sintiéndose un poco intimidado por la furia que llameaba en sus ojos ambarinos. La mujer era tan alta como él y tenía la piel tan oscura como Lando, con una enmarañada aureola de rizos negros sobresaliendo de su cabeza como la melena de un brelet. Parecía más dura que el neutronio, y saltaba a la vista que estaba furiosa.
El corelliano se apresuró a levantar las dos manos en un gesto de apaciguamiento.
—Eh, yo no soy de los que meten las narices donde no les importa. Tengo la impresión de que había un problema y que ahora ya está solucionado, ¿no?
—Puedo cuidar de mí misma —replicó secamente la mujer, pasando junto a Han para ir hacia la entrada del local.
Los tacones de sus botas chasquearon sobre el suelo repleto de arañazos y señales, y Han vio que llevaba una falda larga de color marrón, una blusa de seda del mismo color y un peto de metal negro festoneado con remaches metálicos. Un desintegrador de grueso calibre colgaba de su cintura, y el aspecto gastado de su culata indicó a Han que la mujer sabía con toda exactitud qué había que hacer con él.
Sintiéndose cada vez más intrigado, Han fue corriendo hacia la entrada de La Luz Azul y después, asegurándose de que no se interponía entre la mujer y la puerta, señaló un par de taburetes vacíos.
—Bueno... ¿y tienes que irte tan deprisa? ¿No puedo invitarte a una copa? —preguntó.
La mujer le estudió en silencio durante un momento interminable, y la ira fue desapareciendo poco a poco de su rostro mientras los gimoteos de Salto se iban alejando hacia el fondo del local a medida que el matón era ayudado a salir del bar por sus amigos.
—Quizá —dijo—. Me llamo Salla Zend —añadió, ofreciéndole una mano enguantada.
—Y yo me llamo Han Solo. —Se estrecharon las manos y después Han pasó una pierna por encima del taburete más próximo—. ¿Qué vas a beber?
Salla también se sentó.
—Un mrelf rabioso solo.
—Perfecto —dijo Han, asegurándose de que su rostro no mostraba ninguna reacción ante la mención de aquel licor tan terriblemente potente.
El corelliano no habría bebido mrelf rabioso ni para ganar una apuesta, porque había oído bastantes historias de navegantes espaciales que pillaron una borrachera de mrelf rabioso y despenaron de ella para encontrarse en un campo de trabajos forzados imperial..., o en un sitio todavía peor.
Empezaron a hablar, y Han se enteró de que Salla también se dedicaba al contrabando y que acababa de llegar a Nar Shaddaa.
—Tengo una nave, la Viajera del Borde —le explicó—, pero necesita unas cuantas reparaciones. Me gustaría hacerle unas cuantas modificaciones.
—Eh, pues ya sé adónde tienes que ir para eso —exclamó Han—. Mi nave también necesita unas cuantas reparaciones, y estamos trabajando en ella. El tipo que se ocupa de las reparaciones es un auténtico mago de la mecánica. Se llama Shug Ninx.
—Yo también tengo buena mano para la maquinaria —dijo Salla—. Me gustaría conocer a tu amigo.
—Mañana por la mañana volveré a trabajar en ella —dijo Han—. Si quieres... Bueno, ¿por qué no quedamos mañana y vamos juntos al granero espacial de Shug?
Salla le contempló en silencio durante unos momentos, y después sus labios se fueron curvando lentamente en una sonrisa llena de maliciosa diversión.
—Tengo una idea mejor —replicó—. Ven a mi casa. ¿Sabes cocinar? Han puso ojos como platos. «Vaya... ¡Eso sí que es ir directo al grano!»
Le devolvió la sonrisa, empleando su habitual mueca sardónica. Han enseguida se dio cuenta de que ni siquiera Salla era inmune a sus efectos..., o quizá fuera la bebida.
—Claro que sé cocinar —dijo—. Una de mis mejores amigas era cocinera.
Salta se echó a reír.
—Eh, Solo, desconecta tu encanto durante un rato y déjame respirar. Estoy empezando a sospechar que quieres romperme el corazón.
—Oh, no —dijo Han, extendiendo el brazo para rozarle el dorso de la mano con un dedo—. Lo único que quiero es prepararte la cena. Creo que es un plan magnífico. ¿Te gustan los filetes de traladón?
—Por supuesto, siempre que no estén demasiado hechos —replicó Salla con alegre jovialidad.
—No lo olvidaré —prometió Han.
Cuando hubieron terminado sus bebidas, salieron a la mísera calle de Nar Shaddaa. Salla deslizó el brazo alrededor del de Han.
—Me alegro de haberte encontrado. Soy capaz de quemar el agua, así que ya ni siquiera intento cocinar. La perspectiva de una cena casera me parece realmente adorable.
Han volvió a sonreírle, invirtiendo hasta el último átomo de encanto que poseía en la sonrisa.
—Pues vamos a cenar. Y luego quizá... ¿El desayuno?
Dalla rió y meneó la cabeza.
—Estás hecho un auténtico bribón, ¿verdad?
—Lo intento —respondió Han modestamente.
—Bien, cariño, pues no abuses de tu suerte —le advirtió Salla, sonriendo para hacerle saber que no se sentía ofendida—. Soy capaz de cuidar de mí misma.
Han se acordó de cómo había manejado a Salto, y tuvo que admitir que Salla era perfectamente capaz de cuidar de sí misma. El corelliano asintió, y decidió no ir demasiado deprisa... por el momento.
Durante las semanas siguientes, Han y Salla siguieron viéndose el uno al otro, y su relación se fue desarrollando y adquirió una naturaleza más íntima. Cuando ya llevaban un mes saliendo, Han por fin consiguió llegar a prepararle el desayuno, y todo el mundo empezó a considerarles como una pareja.
Tenían muchas cosas en común, y Han descubrió que le encantaba estar con Salla. La contrabandista era una mujer apasionante y llena de vida, y también era inteligente, sensual y franca. A medida que iba llegando a conocerla mejor, Han se dio cuenta de que Salla también tenía una veta de ternura oculta, aunque ésta rara vez emergía a la superficie.
Han le presentó a Shug, y los dos establecieron inmediatamente una relación muy intensa, aunque en este caso su naturaleza no era romántica. Resultó que Salla era una auténtica experta en todo lo relacionado con la tecnología, y que se sentía mucho más a gusto manejando el soplete láser que la inmensa mayoría de los contrabandistas. Les contó que había trabajado como oficial técnico a bordo de un transporte antes de que consiguiera comprar la Viajera del Borde. De vez en cuando transportaba especia, pero siempre que podía prefería transportar armas. Salla era una traficante de armas tan intrépida como eficiente.
Salla no tardó en convenirse en una presencia habitual en el granero espacial de Shug, que era frecuentado por todos los contrabandistas que querían reparar sus naves, intercambiar historias y desafiarse los unos a los otros para establecer nuevos récords espaciales. Han descubrió que, más tarde o más temprano, la mayoría de los contrabandistas humanos y un gran número de los no humanos acababan apareciendo por el granero espacial de Shug. Muchos de sus amigos del Pasillo de los Contrabandistas pasaron por allí e incluso, en una ocasión realmente notable, Wynni les hizo una visita.
Zeen y el Chico, un contrabandista y ladrón llamado Rik Duel, Esbelta Ana Azul, Roa y Mako... Todos ellos pasaron ratos magníficos en el granero espacial de Shug. Shug sólo tenía tres reglas: no se podían consumir sustancias intoxicantes, todo el mundo debía pagar al contado el uso de las herramientas y sus servicios o los de sus técnicos, y siempre había que limpiar lo que hubieras ensuciado.
Han acabó decidiendo que ya era hora de que Salla conociera a Lando, y también se cayeron bien a primera vista. Han se dio cuenta de que se sentían atraídos el uno por el otro, pero Salla dejó muy claro que había elegido a Han..., al menos por el momento.
Un día Han se había encaramado al casco del Bria para trabajar en el deflector principal cuando Chewbacca le llamó con un rugido, diciéndole que bajara porque había alguien que quería verle. Han descendió por la escalerilla para encontrarse con un joven, un muchacho muy apuesto de cabellos y ojos castaños que le estaba esperando junto a la nave. Su apariencia le recordó un poquito a él mismo durante sus últimos años de adolescencia.
El joven le ofreció la mano.
—¿Han Solo? Es un honor conocerte. Me llamo Jarik Solo. Han sintió que sus ojos intentaban escapar de las órbitas mientras le estrechaba la mano.
—¿Te llamas... Solo? —preguntó con voz enronquecida por la sorpresa.
—Sí —respondió el muchacho—. Creo que debemos de ser parientes. Yo también nací en Corellia.
Dado que en toda su vida Han sólo había llegado a conocer a dos miembros de su familia (y prefería mantenerlos lo más ocultos posible, ya que su tía Tiion era una paranoica que llevaba una existencia de reclusa y su hijo Thrackan Sal-Solo, primo de Han, era un sádico con tendencias asesinas..., y eso suponiendo que siguieran con vida, claro), no estuvo muy seguro de qué clase de réplica se esperaba de él.
—¿De veras? —murmuró finalmente—. Eso es muy interesante. ¿De qué rama de la familia procedes?
—Eh... Bueno, creo que mi tío Renn era primo segundo de tu padre —dijo el joven sin inmutarse.
Renn era un nombre muy común en Corellia. Han sonrió.
—Podría ser —dijo—. Ven aquí y hablaremos.
Llevó al muchacho al caótico despacho de Shug y sirvió un par de tazas de té estimulante. Chewie les siguió, y Han se encargó de presentar al wookie. Chewie dirigió un prolongado hrrrrnnnn a Jarik, y Han enseguida se dio cuenta de que el muchacho le caía bien.
—Bien, Jarik, ¿y por qué me buscabas? —preguntó después.
—Me gustaría aprender a pilotar —replicó el muchacho—. Y he oído decir que eres el mejor, así que... Si me aceptas como alumno, te aseguro que me esforzaré al máximo.
—Bueno... —Han miró al wookie—. Supongo que no nos vendría nada mal tener otro par de manos para trabajar en el Bria. ¿Sabes manejar una llave hidráulica?
—¡Por supuesto! —exclamó Jarik—. Las llaves hidráulicas no tienen secretos para mí.
—Ya lo veremos —dijo Han.
Al principio decidió invitar al muchacho a que se quedara por allí para no perderlo de vista. Han no creía que aquel chico hubiera nacido en Corellia. No hubiera sabido explicar exactamente por qué, pero le parecía que no tenía el aspecto que había que esperar de alguien nacido allí. El corelliano preguntó a Roa, en su calidad de veterano contrabandista, si sabía algo sobre un joven llamado Jarik.
Hizo falta un mes, pero Roa consiguió descubrir que el joven Jarik era un chico de la calle nacido y criado en las profundidades de Nar Shaddaa. Jarik había hecho cuanto pudo para hacerse con un puñado de comida y unos cuantos créditos, y había trabajado en todos los empleos que consiguió encontrar. Nadie sabía quiénes eran sus padres, y probablemente ni siquiera él los conocía. Siempre había vivido en Nar Shaddaa, y solía ser visto por el sector corelliano. Entraba dentro de lo posible que por lo menos uno de sus progenitores hubiera nacido en Corellia.
Cuando Han estuvo seguro de que el muchacho le había mentido, pensó decirle que debía irse, pero a esas alturas ya se había acostumbrado a tenerlo cerca. Jarik absorbía con ávida atención cada palabra que salía de los labios de Han, y lo seguía a todas partes siempre que Han se lo permitiera. Aquella atención, tan intensa que rozaba la adoración, resultaba muy agradable. Han intentó racionalizar su decisión diciéndose que después de todo él también había tenido que mentir en más de una ocasión para salir adelante y poder ser aceptado.
Jarik enseguida dejó claro que era capaz de aprender muy deprisa. Han le enseñó a manejar la torreta artillera de babor del Bria, y el muchacho demostró poseer excelentes reflejos y muy buena puntería. Dado que la actividad pirata en el espacio hutt había estado aumentando últimamente, Han acabó llevándose consigo al muchacho en la mayor parte de sus viajes. Después de haber discutido el asunto con Chewbacca, Han decidió no decirle al joven que sabía que no se apellidaba «Solo». Fue Chewie quien observó que resultaba obvio que el haber conseguido un apellido significaba mucho para Jarik. Los wookies daban mucha importancia a la familia, y Chewie sentía una gran simpatía por el muchacho.
Poco después de que Han y Salla iniciaran su relación, la Bria por fin estuvo en condiciones de volver a surcar el espacio. Las modificaciones llevadas a cabo por Shug habían incrementado su velocidad hasta convertirla en una pequeña nave muy respetable. Pero, tal como dijo Jarik, seguía siendo «una dama impredecible».
La Bria se comportaba a la perfección durante un viaje, pero al siguiente... El repertorio de problemas y averías con el que torturaba a Han, Chewie y Jarik apenas empezaban a recorrer las rutas espaciales parecía no tener fin. Han aprendió todo un nuevo vocabulario de maldiciones y juramentos wookies mientras él y Chewie sudaban a chorros intentando reparar su recalcitrante nave.
En una ocasión el motivador sublumínico se quemó justo cuando estaban pasando junto a los cúmulos de agujeros negros de las Fauces. La experiencia resultó de lo más interesante, desde luego. Durante un rato, Han creyó que nunca conseguirían volver a Nar Shaddaa. De no haber sido por las rápidas reparaciones llevadas a cabo por Chewie y la experiencia como piloto acumulada por Han, el carguero habría sido aspirado por un agujero negro.
Han encontró un nuevo apartamento más espacioso en un área menos miserable de la sección corelliana. Sus ausencias eran frecuentes y solía quedarse a dormir en casa de Salla, por lo que acabó permitiendo que Jarik pasara las noches con Chewbacca para que el wookie tuviera un poco de compañía.
La vida, reflexionaba Han (cuando disponía de un poco de tiempo para reflexionar, algo que no ocurría con frecuencia) era maravillosa. Llevaba más de dos meses sin tener que vérselas con ningún cazador de recompensas, y Boba Fett parecía haberse esfumado. Él y Chewie estaban ganando montones de créditos y tenían su propia nave. Han tenía amigos y a una persona que ocupaba un lugar muy especial en su vida, alguien que además era capaz de hablar el lenguaje de los contrabandistas. El corelliano nunca se había sentido más feliz y satisfecho.
En una remota área del espacio situada entre un sistema y su vecino, dos naves hutts acudieron a una cita en unas coordenadas altamente secretas. Las naves pertenecían a miembros del kajidic del clan Desilijic, aunque ninguna estaba siendo pilotada por Han Solo. Una de ellas era el Joya Estelar, el yate de Jabba, y la otra era el Perla de Dragón, propiedad de Jiliac.
Siguiendo las precisas instrucciones de sus pilotos, que las fueron aproximando la una a la otra mediante suaves presiones sobre los controles de sus toberas de maniobra, las dos naves se aproximaron lentamente hasta encontrarse lo suficientemente cerca para hacer posible la operación de atraque. Un tubo umbilical surgió de la escotilla del Joya Estelar y fue extendiéndose por el vacío hasta que entró en contacto con la escotilla del Perla de Dragón y se adhirió a ella. Los yates hutts quedaron inmóviles en el espacio, unidos el uno al otro por el tubo.
Jabba y Jiliac se hallaban a bordo del Joya Estelar. Cómodamente instalado en el lujoso salón del yate, Jiliac acunaba a su bebé en sus brazos. Cuando los instrumentos del yate indicaron que la conexión entre las dos naves había sido concluida con éxito, Jiliac colocó a la diminuta y todavía informe oruguita-hutt junto a su bolsa ventral, y permitió que la minúscula criatura se arrastrara hacia su interior. Los pequeños hutts pasaban la mayor parte del primer año de sus jóvenes vidas dentro de la bolsa de su madre. —
Mientras los dos hutts esperaban expectantes, oyeron un ruido de pasos que se aproximaban por el corredor. La puerta se abrió y Teroenza, Gran Sacerdote de Ylesia, cruzó el umbral.
La enorme criatura cornuda casi parecía un enano en comparación con las enormes masas blandas y viscosas de los hutts, pero Jiliac enseguida se dio cuenta de que Teroenza no daba la impresión de sentirse particularmente intimidado por sus moles.
—Bienvenido, Teroenza —dijo afablemente, señalando una hamaca de reposo t'landa Til que había hecho instalar especialmente para el Gran Sacerdote—. Considérate en tu casa, y ponte cómodo. Confío en que habrás podido ocultar tu ausencia de tu mundo...
—El tiempo de que dispongo es limitado —dijo Teroenza—. Esta mañana partí en un deslizador de superficie con un piloto gamorreano después de haber dicho que iba a inspeccionar los trabajos de construcción de la Colonia Ocho. A mitad del trayecto, cuando estábamos en la zona más salvaje de la jungla, dejé sin sentido al guardia y luego hice que el deslizador se estrellara contra un gigante de la jungla. Luego arrojé un detonador térmico sobre los restos, y lancé al guardia a las llamas cuando éstas ya habían prendido. Vuestra nave me estaba esperando justo en el sitio donde me habíais garantizado que estaría. Mañana podrá devolverme a esa parte de la jungla y allí me ensuciaré y me golpearé contra las ramas hasta quedar adecuadamente maltrecho, y luego saldré tambaleándome de la jungla justo a tiempo de tropezarme con uno de los grupos de búsqueda. Aruk no sospechará nada.
—Excelente —dijo Jiliac—. Pero, tal como has observado, nuestro tiempo está limitado. Así pues, vayamos directamente al grano. Aruk se ha convertido en una.., molestia. Nos gustaría librarnos de esa molestia.
Teroenza soltó un bufido.
—Cierto —admitió—. Por mucho que aumente la producción, Aruk nunca está satisfecho. Hace más de un año que no veo a mi compañera, y Aruk me ha prohibido volver a mi hogar aunque sólo sea para una corta visita. ¡Ah, y además ha reducido la recompensa ofrecida por Han Solo y la ha convertido en un contrato de «matar a primera vista, con desintegraciones admitidas»! Me prohibió incrementar la cuantía de la recompensa incluso si estaba dispuesto a pagarla con mis propios créditos. ¡Dijo que estaba obsesionado con Solo! Cuando le oí pronunciar esas palabras, supe que ya no podía seguir trabajando para él. Esperar el momento en que podré presenciar la lenta muerte de ese vagabundo espacial corelliano ha sido mi único placer durante meses. Cuando me acuerdo de cómo... —y el Gran Sacerdote siguió recitando su letanía de motivos para odiar a Han Solo.
Jabba y Jiliac se miraron el uno al otro durante el interminable discurso de Teroenza. Jiliac sabía que Jabba había llegado a alguna clase de acuerdo con Boba Fett a fin de que Solo pudiera seguir trabajando para ellos sin necesidad de temer a los cazadores de recompensas. Pero Teroenza no necesitaba disponer de esa información, y nunca llegaría a saberlo.
Teroenza por fin llegó al final de su recitado de agravios y se inclinó ante los hutts.
—Os pido disculpas, excelencias. Tal como habéis dicho, vayamos al grano.
—En primer lugar, debemos determinar el precio de tu... ayuda, Teroenza —observó Jabba.
El T’landa Til respondió pidiendo una cierta cantidad de dinero. Jabba y Jiliac volvieron a intercambiar una rápida mirada. Ninguno de los dos abrió la boca.
Pasados un par de minutos, Teroenza solicitó una segunda cantidad de dinero significativamente más reducida que la primera. Aunque alta, la cifra entraba dentro de los límites de lo razonable. Jiliac cogió un pequeño crustáceo de una bandeja colocada junto a su estrado de reposo y lo contempló en silencio durante unos segundos.
—De acuerdo —dijo por fin, y después introdujo la golosina en su boca—. No quiero que nadie sospeche que se ha cometido un asesinato —añadió luego con afable jovialidad—. Todo tiene que hacerse de una manera muy sutil...
—Sutil... —murmuró Teroenza mientras acariciaba distraídamente su cuerno, que ya estaba reluciendo como si acabaran de untarlo con aceite—. Entonces debemos descartar un ataque armado.
—Por supuesto —dijo Jiliac—. Los sistemas de seguridad del clan Besadii sólo son superados por los nuestros. Nuestras tropas tendrían que abrirse paso a cañonazos, y entonces todo Nal Hutta sabría quién estaba detrás de la operación. No, nada de ataques armados.
—¿Un accidente? —se preguntó Jabba en voz alta—. Con su barcaza fluvial, quizá... Tengo entendido que a Aruk le encanta hacer pequeñas excursiones al atardecer, y que suele dar fiestas en el río.
—Es una posibilidad —dijo Jiliac—. Pero ese tipo de accidentes siempre resultan muy difíciles de controlar. También podría destruir a Durga, y no quiero que Durga muera.
—¿Por qué, tía? Durga es muy listo. Podría acabar convirtiéndose en una amenaza para nosotros —observó Jabba.
Teroenza se encargó de responder a la pregunta del joven hutt antes de que Jiliac tuviera ocasión de hacerlo. Recostándose en su hamaca de reposo, el Gran Sacerdote cogió una cucaracha-piojo en salmuera de una bandeja y la probó.
—Porque Durga tendrá serios problemas para controlar al clan Besadii —dijo con voz pensativa entre bocado y bocado—. Muchos miembros del kajidic opinan que no está en condiciones de gobernar debido a su marca de nacimiento. Afirman que ha sido señalado por la fatalidad, y que está condenado a sufrir un destino terrible. Si eliminamos a Durga, el kajidic podría unirse de una manera mucho más sólida detrás de su nuevo líder.
Jiliac felicitó a Teroenza con una inclinación de su enorme cabeza.
—Razonas como un hutt, sacerdote —dijo.
Teroenza se sintió muy halagado.
—Gracias, excelencia.
—Ni un ataque ni un accidente... —murmuró Jabba—. ¿Qué nos queda entonces?
—Tengo un plan que tal vez dé resultado —dijo Jiliac—. Consiste en emplear una sustancia que pueda ser ingerida por Aruk, y que tiene la ventaja de resultar prácticamente indetectable en los tejidos. Y mientras va surtiendo efecto, la sustancia frena y entorpece los procesos mentales, de tal manera que la víctima empieza a tomar decisiones equivocadas. El que Aruk tome decisiones equivocadas nos beneficiaría considerablemente.
—Desde luego, tía —dijo Jabba—. Pero... ¿un veneno? Los hutts somos extremadamente resistentes a los venenos. Que un hutt, y eso incluso tratándose de uno tan viejo como Aruk, llegue a ingerir el veneno suficiente para provocar su muerte supondría hablar de una cantidad tan grande que de seguro sería detectada.
Jiliac meneó su enorme cabeza, una peculiaridad humana que había acabado adoptando.
—No sise hace de la manera en que estoy pensando hacerlo, sobrino. Cuando es introducida en el cuerpo, esta sustancia va envenenando gradualmente a la víctima porque se concentra en los tejidos cerebrales de las formas de vida superiores. A lo largo de un período de ingestión prolongado, la víctima llega a volverse adicta al veneno, hasta tal punto que el cese repentino de la administración de la sustancia causará un síndrome de retirada tan grave que acabará provocando la muerte o unas lesiones cerebrales tan extensas que Aruk ya no podrá crearnos más problemas en el futuro.
—¿Y podéis conseguir una cantidad suficiente de esa sustancia? —preguntó Teroenza, visiblemente interesado.
—Es extremadamente cara y rara —dijo Jiliac—. Pero... Sí. Puedo conseguir la cantidad suficiente.
—Pero ¿cómo conseguiremos que la ingiera? —preguntó Jabba a su vez.
—¡Yo puedo conseguir que la ingiera, excelencias! —Teroenza estaba dando saltos en su hamaca, tan excitado como un niño en el momento más apasionante de un juego—. ¡Las ranas de los árboles-nala! ¡Oh, sí, estoy seguro de que daría resultado!
—Explícate, sacerdote —ordenó Jiliac.
Teroenza pasó a explicarles la predilección del líder del clan Besadii por las ranas de los árboles-nala.
—¡Desde que volvió a Nal Hutta, hace dos semanas, ha pedido que se le envíe un acuario lleno de ranas vivas junto con cada cargamento de especia procesada que mandamos al planeta!
El fluida Til se restregó excitadamente sus manos, tan diminutas que casi parecían delicadas.
—¿Y cómo las usaríamos?
—Las ranas de los árboles-nata distan mucho de ser formas de vida superiores, y de hecho apenas si tienen cerebro. Dudo mucho que la exposición a vuestro veneno las matara.
—A juzgar por lo que sé sobre esa sustancia, supongo que no tendría ningún efecto sobre ellas —dijo Jiliac—. Continúa, te lo ruego.
—Puedo criar a las ranas en agua a la que haya añadido vuestro veneno —siguió diciendo Teroenza—. A partir del momento en que sólo sean pequeños renacuajos y desde entonces en adelante, las ranas estarían nadando a través de un agua que contendría una elevada concentración de vuestra sustancia. Los tejidos de las ranas quedarían saturados de veneno..., ¡y Aruk las engullirá ávidamente! A medida que vayan transcurriendo los meses, incrementaré la concentración de veneno en el agua, y así Aruk irá consumiendo cantidades gradualmente más grandes de veneno. Con el paso del tiempo, Aruk llega a volverse adicto a él. Entonces, cuando ya se haya vuelto totalmente dependiente de la sustancia... —Movió una manecita en un veloz gesto de arrancar algo—. ¡Se acabó el veneno! ¡Ranas limpias!
—Y Aruk morirá en una horrible agonía —dijo Jiliac—, o sufrirá lesiones cerebrales permanentes. Cualquiera de las dos cosas nos permitirá alcanzar nuestras metas.
Jabba se inclinó hacia adelante.
—Voto a favor de las ranas. El plan de Jiliac satisface todos nuestros requisitos.
—Transmitiré la orden de que se te abone el primero de los plazos del pago que hemos acordado —dijo Jiliac—. Debes decirme dónde quieres que ingrese tus créditos.
Un chispazo de astucia iluminó los saltones ojos de Teroenza.
—Más que créditos, preferiría objetos para mi colección. De esa forma podré ocultar los pagos. Cuando necesite créditos, siempre puedo vender alguna pieza y así nadie se enterará de nuestro acuerdo.
—Muy bien —dijo Jiliac—. En ese caso, deberás proporcionarnos una lista de objetos que te parezcan aceptables como pago. Si no conseguimos encontrarlos, te pagaremos con créditos. Pero antes intentaremos encontrar piezas para tu colección.
—Excelente —dijo Teroenza—. Entonces estamos de acuerdo.
—¡Un brindis! —exclamó Jabba—. ¡Por nuestra alianza, y por el fin de Aruk!
—¡Un brindis! —repitió Teroenza, alzando una copa adornada con piedras preciosas—. ¡Lo primero que haré con mi nueva riqueza será ofrecer una recompensa tan elevada por la cabeza de Han Solo que todos los cazadores de recompensas de la galaxia tratarán de capturarle!
—¡Por la muerte de Aruk! —dijo Jiliac, alzando su copa.
—¡Por la muerte de Aruk! —exclamó Jabba a su vez.
Teroenza titubeó durante una fracción de segundo, pero su vacilación se desvaneció casi enseguida.
—Por la muerte de Aruk... y la de Solo.
Los tres bebieron.
Después de que Teroenza se hubiera marchado para ser devuelto a Ylesia lo más deprisa posible a bordo del Perla de Dragón, Jabba y Jiliac empezaron a planear su estrategia. Cuando Aruk hubiera sido quitado de en medio, se irían apoderando gradualmente de la operación ylesiana. Después irían eliminando uno a uno a los miembros más importantes del clan Besadii hasta que el clan, una vez diezmado, se hundiera en la penuria y el anonimato.
Sólo pensar en ello ya les llenó de alegría.
Pero su buen humor fue repentinamente disipado por la aparición de Lobb Gerido, que entró en el salón retorciéndose las manos.
—Excelencias, excelencias... Uno de vuestros agentes de Regolito Uno acaba de enviarnos un noticiario de vídeo con noticias muy inquietantes del Centro Imperial. El piloto lo ha grabado. Si sus excelencias tienen la amabilidad de conectar su proyector holográfico...
Jiliac, muy preocupado, así lo hizo. La escena tridimensional apareció ante ellos, y los hutts enseguida reconocieron a Sarn Shild, su Moff local. Resultaba obvio que se trataba de una conferencia de prensa oficial. Detrás de Shild, se podía ver el familiar horizonte urbano del Centro Imperial, el planeta que había sido conocido como Coruscant antes de que Palpatine se convirtiera en Emperador.
—Ciudadanos de los Territorios del Borde Interior y del Borde Exterior —dijo Shild, sus pálidas facciones sombríamente tensas debajo de una cabellera oscura tan llena de pomada que parecía de cera—, nuestro excelso y sabio Emperador se ha visto obligado a aplastar otra insurrección en el espacio imperial. Unos despreciables rebeldes armados con equipo militar procedente de nuestro sector atacaron un emplazamiento imperial en Rampa Dos, matando a muchos soldados imperiales e hiriendo a muchos más.
»La represalia del Emperador ha sido inmediata, y los rebeldes han sido derrotados y capturados. Muchos civiles perecieron cuando los carniceros rebeldes volvieron sus armas contra ciudadanos inocentes. ¡El Imperio no puede permitir nuevos actos de barbarie de tal categoría!
»El Emperador ha pedido a todos sus sectores leales que le ayuden a acabar con el tráfico de armamento ilegal. Me enorgullece decir que estoy respondiendo a la llamada del Emperador en los términos más inmediatos y enérgicos posibles. Todos sabemos que una gran parte del tráfico ilegal de armamentos y drogas tiene su origen en el espacio hutt. ¡Así pues, pido a todos los ciudadanos de nuestro sector que me apoyen en mi firme decisión de acabar con el azote de los hutts! ¡Tengo intención de acabar con el contrabando, y haré que los señores del crimen hutt caigan de rodillas ante el Imperio! —Shild hizo una pausa, como si acabara de recordar que los hutts no tenían rodillas—. Eh... Figurativamente hablando, por supuesto.
El Moff del Sector carraspeó antes de seguir hablando.
—Para alcanzar esta meta, se me ha autorizado a emplear cualquier clase de fuerza necesaria incluyendo la letal. Los hutts no tardarán en descubrir que no pueden burlarse impunemente de las leyes imperiales. —Shild alzó un puño y lo movió de un lado a otro en un rápido gesto de barrido militar—. ¡La ley y el orden volverán a prevalecer en nuestros Territorios!
La grabación holográfica llegó a su fin en el momento en que las últimas palabras de Shild hacían vibrar el aire. Los dos hutts se contemplaron en silencio el uno al otro durante un momento muy largo.
—La situación parece seria, tía —dijo Jabba por fin.
—Desde luego, sobrino —admitió Jiliac, y murmuró una maldición—. Dado lo cobarde y rastrero que es Shild, me pregunto cómo ha osado enfrentarse a nosotros...
—Resulta obvio que Palpatine le inspira todavía más miedo que nosotros —dijo Jabba.
—Pues tendremos que hacerle entender que ha cometido un grave error —dijo jiliac, hablando muy despacio—. No podemos permitir que Nal Hutta sea gobernada por el Emperador y sus condenados esbirros.
—Por supuesto que no —dijo Jabba.
Jiliac reflexionó durante unos instantes.
—Sin embargo, y como compromiso momentáneo...
—¿Sí, tía?
—Quizá podamos razonar con Shild. Podríamos apaciguar a nuestro Moff con dinero, y dejar que acabe con Nar Shaddaa y los contrabandistas. Siempre podemos encontrar más contrabandistas...
Jabba deslizó la lengua por los alrededores de su boca desprovista de labios, relamiéndose como si acabara de probar una exquisitez gastronómica particularmente deliciosa.
—Me encanta tu forma de pensar, tía.
—Debemos enviar un mensaje a Shild —acabó decidiendo Jiliac—. Y también debemos enviarle regalos..., regalos muy caros, para que preste atención al mensaje. Ya sabes lo codicioso que es. Estoy seguro de que sabrá.., avenirse a razones.
—Sí, desde luego —asintió Jabba—. Pero ¿quién llevará el mensaje? Jiliac reflexionó durante unos momentos, y después las comisuras
de su enorme boca se fueron elevando en una lenta sonrisa.
—Creo que conozco a la criatura inteligente ideal para esa misión...