Capítulo 3
Nar Shaddaa
Antes de comprar dos billetes para Nar Shaddaa, Han fue a una sección del espaciopuerto de Nar Hekka que tenía bastante mala fama y durante unas horas estuvo muy ocupado borrando su rastro y el de Chewbacca. Unas cuantas conversaciones juiciosas mantenidas en un par de sucias tabernas le proporcionaron el nombre del mejor falsificador de documentos de identificación del planeta.
El falsificador resultó ser una tsyklena nativa de Tsyk, una criatura de cuerpo redondeado y carente de vello con una piel pálida de aspecto curiosamente tenso. La tsyklena estaba admirablemente dotada para la profesión que había elegido, ya que poseía unos ojos muy grandes que le proporcionaban una visión excepcional y siete dedos tan esbeltos y delicados que parecían tentáculos. ¡Con dos pulgares oponibles por mano, era capaz de manipular dos trazadores holográficos a la vez! Han contempló con fascinación cómo producía un documento de identificación que le convertía en Garris Kyll y otro que convertía a Chewbacca en Arrikabukk. Han no tenía ni idea de si Teroenza sabía algo sobre Chewie, pero no estaba dispuesto a correr ningún riesgo.
Con las identificaciones falsas en su poder, y sus reservas de créditos considerablemente disminuidas, los dos subieron al Princesa Estelar y despegaron con rumbo a Nar Shaddaa.
El viaje transcurrió sin ninguna clase de incidentes, aunque Han ,no consiguió abandonar su estado de hipervigilancia ni un solo instante. Volver a ser un hombre acosado era justo el tipo de problema al que no quería tener que enfrentarse en una fase tan temprana de su nueva carrera como contrabandista. El viaje duró un poco más de un día estándar, a pesar de que Nar Hekka se encontraba prácticamente rozando la periferia del sistema de Y'Toub, porque tenía que ser realizado a velocidades sublumínicas. El Princesa era un navío muy viejo, y su anticuado ordenador de navegación no era capaz de calcular los saltos hiperespaciales estando tan cerca de los pozos gravitatorios producidos por la estrella y los seis planetas de Y'Toub. Como sabían todos los pilotos, los pozos gravitatorios complicaban considerablemente el proceso de cálculo de los saltos hiperespaciales.
Aquella noche, dormido en su estrecha litera a bordo del transporte, Han soñó que volvía a ser un cadete, y que estaba nuevamente en la Academia de Carida. En su sueño, se apresuraba a acabar de lustrar sus botas y luego se incorporaba a la formación en el recinto de desfilas, con su uniforme impecable, cada cabello en su sitio y las botas tan relucientes que podía verse la cara en ellas.
Han permanecía inmóvil allí, codo a codo con los otros cadetes, tal como lo había hecho en la vida real, alzando la mirada hacia el cielo nocturno para ver cómo la pequeña luna mascota de la Academia resplandecía entre las estrellas. Tenía los ojos levantados hacia ella, como había hecho una vez en la realidad, cuando de repente, en un silencio fantasmagórico, la luna estallaba y se convertía en una bola de fuego que iluminaba la negrura del cielo. Un tremendo grito de asombro y consternación surgió de las filas de cadetes. Han mantuvo los ojos clavados en la bola de fuego blanco amarillento, contemplando la expansión del anillo de gases incandescentes acompañado por los fragmentos de luna velozmente impulsados por delante de él. El cataclismo parecía una estrella en miniatura que acabara de hacer explosión.
Y mientras el cadete Han contemplaba la bola de fuego, con la repentina impredecibilidad de los sueños se encontró en otro lugar..., y enfrentándose a un tribunal militar de oficiales imperiales de alto rango. Uno de ellos, el almirante Ozzel, leía la sentencia con voz monocorde y desprovista de inflexiones mientras un joven teniente iba arrancando metódicamente hasta el último galón e insignia militar del uniforme de gala de Han, para acabar dejándolo envuelto en una guerrera medio desgarrada que colgaba de su cuerpo tan fláccidamente como un montón de harapos. Gélidamente inexpresivo, el joven teniente desenvainaba solemnemente el sable ceremonial de oficial de Han y lo partía encima de su rodilla (la hoja ya había sido debilitada previamente con un soplete láser para que pudiera ser rota sin ninguna dificultad).
Después el teniente, cuyo rostro seguía estando tan impasible como el de un androide (aunque Tedris Bjalin se había graduado un año antes que Han y los dos habían sido buenos amigos), le cruzaba el rostro de una bofetada sin inmutarse, asestándole un doloroso golpe cuidadosamente calculado para que expresara desdén e irrisión. Finalmente, como último gesto ritual de desprecio insuperable, Tedris escupía, y el glóbulo de su saliva caía sobre la boca de Han. El corelliano bajaba la mirada hacia la reluciente superficie y veía cómo la hebra de saliva de un blanco plateado se iba deslizando lentamente hacia la puntera, ensuciando el cuero resplandeciente de su bota derecha.
Cuando todo aquello ocurrió en la realidad, Han agradeció que Tedris no hubiera llegado a escupirle en la cara, cosa que hubiera tenido derecho a hacer si así lo hubiese elegido. El corelliano había soportado toda la ceremonia con el rostro inmóvil e inexpresivo, obligándose a no mostrar ninguna reacción, pero esta vez, en su sueño, había aullado una apasionada protesta —.¡NO!»—y se había lanzado sobre Tedris...
... para despertar en su litera, tembloroso y con el cuerpo cubierto de sudor.
Han se irguió y deslizó sus manos temblorosas por entre sus cabellos, diciéndose a sí mismo que sólo había sido un sueño, que la humillación ya había quedado atrás y que nunca más tendría que volver a pasar por aquello.
Nunca más...
Han suspiró. Se había esforzado tanto para poder entrar en la Academia, y había luchado tanto para poder seguir en ella... A pesar de los huecos de que adolecía su educación anterior a la Academia (y había muchos, desde luego), Han Solo había hecho cuanto estaba en sus manos para mejorar y para convenirse en el mejor cadete posible. Y lo había conseguido. El recuerdo del primer día hizo que los labios de Han se tensaran en una mueca llena de sombría desesperación. Se había graduado de la Academia con honores, y ése había sido uno de los mejores días de su vida.
Han meneó la cabeza. «Vivir en el pasado no te hará ningún bien, Solo...», se recordó a sí mismo. Todas aquellas personas —Tedris, el capitán Meis, el almirante Ozzel (¡y qué condenadamente estúpido era aquel viejo!)— y todos sus compañeros de rango habían salido de su vida para siempre. Para ellos Han Solo había muerto, y ya no existía. Nunca volvería a ver a Tedris.
Tragó saliva, y sintió un nudo de dolor en la garganta al hacerlo. Cuando entró en la Academia estaba tan lleno de sueños, de esperanzas de un futuro maravilloso y resplandeciente... Había querido dejar atrás su antigua vida de crímenes y convenirse en un hombre respetable. Han siempre había albergado el sueño secreto de que algún día llegaría a ser un oficial imperial, estimado y admirado por todos. Sabía que era inteligente, y se esforzó denodadamente para sacar buenas notas y llenar los vacíos que había en su educación. Se había permitido imaginarse que algún día vestiría el uniforme de los almirantes imperiales y que mandaría una flota o, si era transferido a un ala de cazas TIE y llegaba a mandarla, se había visto luciendo el uniforme de general.
«General Solo...» Han suspiró. Sonaba estupendamente, desde luego, pero ya iba siendo hora de que despertara y se enfrentara a la realidad. Su oportunidad de alcanzar la respetabilidad se había esfumado para siempre cuando se negó a permitir que Chewbacca fuera ejecutado a sangre fría. Aun así, Han no lamentaba su elección. Durante sus años en la Academia y en las fuerzas imperiales, había podido ver muy de cerca la crueldad y la dureza cada vez más salvaje de los oficiales imperiales y de muchos de quienes servían a sus órdenes.
Los no humanos eran su blanco favorito, pero últimamente el radio de acción de las atrocidades se había ido ampliando hasta incluir a los humanos. El Emperador parecía estar dejando de ser un dictador relativamente benigno para convenirse en un tirano implacable, decidido a aplastar los mundos que gobernaba hasta obtener una sumisión total y absoluta.
Y de todas maneras, Han dudaba de que hubiera podido aguantar mucho tiempo más en la Armada Imperial. En un momento u otro algún oficial le habría ordenado que tomara parte en una de las «demostraciones» cuidadosamente calculadas para obtener la sumisión de un mundo excesivamente independiente mediante el terror, y entonces Han le habría dicho dónde podía meterse sus órdenes. Sabía que nunca habría sido capaz de tomar parte en las masacres ordenadas por el Imperio de las que había oído hablar..., como la que había tenido lugar en Devarón, que terminó con la ejecución implacable de más de setecientos rebeldes.
Han podía matar, y lo había hecho sin vacilar un solo instante, cuando se enfrentaba a oponentes armados. Pero ¿disparar contra prisioneros desarmados? Han meneó la cabeza. No, eso nunca. Prefería llevar una existencia de civil, siendo un contrabandista o un ladrón.
Empezó a vestirse: primero los pantalones azul oscuro de estilo militar, con la roja franja de sangre corelliana a lo largo de las costuras exteriores. Cuando fue expulsado de la Armada Imperial, Han esperó verse privado de la franja de sangre, tal como habían hecho con el resto de sus insignias y galones, pero no se la quitaron. Han supuso que eso se debía a que la franja de sangre no era una recompensa imperial. Se adquiría a través del servicio militar en circunstancias muy especiales, y conmemoraba un acto de heroísmo inusual, pero era concedida por el gobierno corelliano a un corelliano.
«Oh, sí, no cabe duda de que aquellos fueron días realmente difíciles...», pensó Han mientras recordaba cómo había ganado la condecoración. Su pulgar derecho acarició la franja de sangre mientras se ponía la bota derecha. La franja de sangre había sido diseñada de tal manera que podía ser separada y vuelta a colocar en cada nuevo par de pantalones. Han había descubierto que normalmente quienes no habían nacido en Corellia no tenían ni idea del gran honor que suponía el que te la concedieran, y sabía que muchos pensaban que era un simple adorno.
Eso no le importaba en lo más mínimo, naturalmente. Han llevaba la franja porque era el único símbolo militar que le quedaba, pero nunca hablaba de cómo y dónde se había ganado aquel honor.
Había cosas en las que era mejor no pensar.
Acabó de vestirse, poniéndose una camisa color gris claro y un chaleco de un gris un poco más oscuro. Tenía que darse prisa, porque sabía que ya se estarían aproximando a Nar Shaddaa.
Con su pequeña mochila de viaje colgando del hombro, Han salió al pasillo y echó a andar hacia la sala de observación. Aquella nave transportaba tanto pasajeros como carga, por lo que disponía de pocas comodidades, pero al menos contaba con un ventanal de grandes dimensiones. Contemplar las estrellas era algo que entretenía y relajaba a la inmensa mayoría de seres inteligentes, y prácticamente todas las naves de transporte estaban equipadas con una sala de observación.
Cuando entró en la sala, Han se encontró con que Chewbacca ya estaba allí, contemplando las estrellas. Fue hasta el ventanal, se colocó al lado del wookie y se dedicó a observar su destino.
Estaban avanzando a gran velocidad hacia un planeta bastante más grande que Corellia en el que se distinguían desiertos marrones, vegetación de un verde pálido y océanos color azul pizarra. Han lo reconoció de inmediato. Ya había estado allí cinco años antes, y le dio un codazo a Chewie.
—Nal Hutta —le dijo a su compañero—. Significa algo así como «joya magnífica* en huttés, pero... Bueno, amigo, puedo asegurarte que no tiene nada de bonito. Hay montones de pantanos y ciénagas, y todo el lugar apesta igual que una alcantarilla situada en el centro de un vertedero de basura.
El recuerdo hizo que el corelliano arrugara la nariz.
Mientras los dos compañeros contemplaban el mundo natal de los hutts, el Princesa Estelar lo dejó atrás y empezó a utilizar la gravedad del planeta para ir reduciendo su velocidad. Chewie gimió una pregunta.
—No, nunca he estado en Nar Shaddaa —replicó Han—. Cuando estuve aquí hace cinco años, ni siquiera tuve ocasión de echarle un vistazo. —Ya podían ver el contorno de la gran luna, que empezaba a asomar por encima del horizonte. Chewie emitió un sonido interrogativo—. Sí, amigo. El planeta y su luna se mueven dentro de una conexión de mareas, por lo que siempre mantienen los mismos hemisferios vueltos el uno hacia el otro —le explicó Han—. Es lo que se conoce como órbita sincrónica.
Mientras el Princesa se deslizaba alrededor del enorme planeta, Han vio que al otro lado de éste el espaciase hallaba salpicado de restos que flotaban a la deriva. Cuando estuvieron un poco más cerca, los restos resultaron ser naves espaciales abandonadas de todas las formas y tamaños imaginables. El adiestramiento imperial de Han le permitió identificar a muchas de ellas, pero había algunas que no había visto jamás.
La Luna de los Contrabandistas era una luna realmente enorme, una de las más grandes que Han hubiera visto nunca. Estaba rodeada por las naves espaciales abandonadas, y éstas eran lo suficientemente numerosas para que el Princesa tuviera que alterar su curso varias veces a fin de evitarlas. Muchas de ellas eran simples masas de metal ennegrecido, o cascarones vacíos en cuyos cascos había grandes agujeros.
A Han le bastó ver el gran número de cicatrices espaciales que había en los flancos de aquellas naves para comprender que muchas de ellas llevaban allí décadas, e incluso siglos. El corelliano se preguntó por qué había tantas, pero un instante después percibió el tenue destello de la luz planetaria reflejado en un campo efímero que envolvía la luna hacia la que se dirigían..., y una fracción de segundo después un fragmento de chatarra espacial estalló en una cegadora erupción de llamas.
—Eh, Chewie... Eso explica la presencia de todos estos restos —dijo Han, señalando con un dedo—. ¿Ves esos destellos que envuelven a Nar Shaddaa? La luna está protegida por un escudo. Todas estas naves vinieron a hacerles una visita, y si no querían dejar que descendieran, lo único que tuvieron que hacer fue negarse a bajar los escudos y luego utilizaron cañones fónicos para hacerlas pedazos. Supongo que deben de tener bastantes problemas con los piratas y los incursores, ¿no?
Chewbacca emitió un zumbido ahogado que sonaba algo así como «Hrrrrnnnnn» y que quería decir «Desde luego».
El tenue resplandor causado por el escudo de la luna hacía que resultara bastante difícil distinguir los detalles del destino al que se estaban aproximando, pero aun así Han pudo ver que la superficie de Nar Shaddaa se hallaba casi totalmente recubierta de estructuras. Pináculos de comunicaciones que parecían enormes pinchos brotaban del amasijo de edificios. «Es como una versión pobre de Coruscan, pensó Han, acordándose del planeta que era una sola y gigantesca ciudad, aquel mundo tan recubierto por capa sobre capa de edificios que el paisaje natural quedaba prácticamente oculto salvo en las zonas de los polos.
Mientras contemplaba la legendaria Luna de los Contrabandistas, Han se encontró acordándose nuevamente de su sueño. En aquel sueño había alzado la mirada hacia otra luna muy distinta. Frunció el ceño. Qué extraño... Toda la parte del sueño que hacía referencia a la luna mascota había ocurrido en la realidad. Han estaba formado en el recinto con los otros cadetes y había contemplado cómo la pequeña luna era engullida por una violenta explosión en el cielo nocturno de Carida.
Quizá su subconsciente le había enviado aquel sueño para recordarle algo muy importante que había olvidado. Han se subió un poco más la mochila.
—Mako... —murmuró.
Chewbacca le lanzó una mirada interrogativa, y Han se encogió de hombros.
—Oh, sólo estaba pensando que quizá deberíamos tratar de localizar a Mako.
Chewie ladeó la cabeza y ronroneó una pregunta.
—Mako Spince... Le conocí cuando Mako era cadete de primera. Hace años que nos conocemos —le explicó Han.
Mako Spince era un viejo amigo y, según las últimas noticias que Han había tenido de él, Mako tenía ciertas conexiones con Nar Shaddaa. De hecho, se decía que incluso pasaba temporadas allí. Tratar de encontrar a Mako y averiguar si podía ayudar a su viejo amigo Han a encontrar trabajo no les haría ningún daño, desde luego.
Mako Spince tenía diez años más que Han, y sus infancias no habían podido ser más opuestas. Han fue un niño de las calles hasta que el cruel y sádico Garris Alcaudón lo sacó de ellas y lo empujó a una vida de crímenes. Mako, en cambio, era hijo de un importante senador imperial. Había crecido disfrutando de todas las ventajas..., pero carecía de la decisión de Han. Durante su estancia en la Academia Imperial, Mako sólo había estado interesado en divertirse.
Mako era cadete de primera, y se encontraba dos años por delante de Han. Sus pasados no podían ser más diferentes, pero eso no había impedido que llegaran a ser buenos amigos: pilotaron deslizadores, celebraron salvajes fiestas clandestinas y le gastaron bromas pesadas a los instructores más rígidos. Mako siempre era el instigador de sus travesuras. Han había sido el cauteloso, porque nunca olvidaba lo mucho que le había costado entrar en la Academia. El más joven de los dos cadetes se aseguraba de que nunca le pillaran, pero Mako, confiando en que las relaciones de su padre le protegerían, se había atrevido a todo y a cualquier cosa en su persecución de la broma perfecta y la escapada más audaz.
Destruir la luna mascota de la Academia había sido la más grande —y la última— de sus travesuras como cadete imperial.
Por aquel entonces Han había sabido que Mako andaba tramando algo, y que se trataba de algo serio. Maleo había intentado convencerle de que le acompañara durante su incursión en el laboratorio de física. Pero Han tenía que estudiar para un examen, por lo que se había negado a ir con él. Si hubiera sabido qué estaba planeando hacer Mako, habría tratado de convencer a su amigo de que lo olvidara.
Aquella noche, mientras Han calculaba órbitas y trabajaba en la exposición de «Economía del movimiento hiperespacial de tropas» que debía presentar, Mako entró en el laboratorio de física del profesor Cal-Meg. Robó un gramo de antimateria, después cogió una pequeña lanzadera monoplaza y un traje espacial del hangar de lanzaderas de la Academia y despegó.
Mako se posó en el pequeño planetoide que era el más cercano de los tres satélites de Carida y colocó la cápsula de antimateria en el centro del enorme Sello de la Academia que había sido esculpido con sopletes láser en el satélite hacía décadas, cuando Carida todavía era un planeta de entrenamiento para las tropas de la desaparecida República. Después despegó, y en cuanto estuvo lo suficientemente lejos para no correr peligro provocó la explosión de la antimateria desde el espacio, con la intención de hacer que el sello saliera despedido de la superficie de la pequeña luna.
Pero Mako subestimó el poder de la antimateria que había robado. Todo el satélite estalló en una exhibición cataclísmica que Han y los otros cadetes presenciaron desde la superficie del planeta.
Mako se convirtió inmediatamente en uno de los principales sospechosos. Había gastado tantas bromas pesadas y había creado tantos problemas que los altos oficiales empezaron a investigar sus movimientos casi antes de que los restos del satélite hecho añicos se hubiesen precipitado al planeta o hubieran sido alineados por la deriva espacial, formando una aproximación de anillo alrededor de Carida.
Han también era sospechoso, pero afortunadamente para él un amigo había ido a verle para que le echara una mano con la astrofísica en el mismo instante en queda antimateria había sido robada del laboratorio. Como consecuencia, Han disponía de una coartada indestructible.
Pero Mako no tenía ninguna coartada.
Durante el juicio, la acusación sostuvo que Mako era un terrorista que se había infiltrado en la Academia. Han se ofreció a declarar bajo los efectos de las drogas de la verdad para exculpar a su amigo de aquella acusación, y tuvieron que aceptar su palabra de que Mako había actuado en solitario y que sólo tenía intención de gastar otra de sus bromas de dudoso gusto. Gracias a ello, Mako acabó siendo declarado inocente de la acusación de terrorismo. Al final, se limitaron a expulsar al cadete.
El padre de Mako intervino por última vez y le dio los créditos necesarios para que pudiera abrirse paso en el mundo de los negocios. El senador no sospechaba que su hijo se gastaría aquel dinero en una nave, y en contrabando con el que llenar su bodega de carga. Después Mako había desaparecido, pero Han sabía que Mako Spince no era la clase de hombre que se conforma con esfumarse discretamente. No, Mako nunca haría eso. Allí donde hubiera emociones y créditos que ganar, allí podrías encontrar a Mako Spince.
Y Han estaba casi seguro de que en Nar Shaddaa habría alguien que sabría dónde se encontraba su amigo.
Siguió contemplando la gran luna mientras el Princesa se iba aproximando cada vez más a ella. Nar Shaddaa tenía casi una tercera parte del tamaño de Nal Hutta, por lo que sus dimensiones podían compararse perfectamente con las de un planeta pequeño. El escudo hacía que resultara difícil distinguir los detalles, pero aun así Han pudo ver el parpadeo de muchas luces.
Mientras el Princesa se aproximaba a la Luna de los Contrabandistas, una sección de la neblina luminosa que indicaba la presencia del escudo desapareció de repente, y Han supo que habían bajado el escudo para dejar pasar la nave. El transporte dejó atrás el escudo, y unos instantes después entraron en la atmósfera.
Han por fin pudo ver el origen de aquellas luces parpadeantes: eran gigantescos carteles holográficos que anunciaban artículos y servicios. Cuando estuvieron un poco más cerca, pudo leer uno de ellos: «Para todas las especies inteligentes de la galaxia: ¡Venid aquí! ¡Todo está permitido! Si dispones de los créditos necesarios, nosotros tenemos lo que quieres... o a quien quieras.»
«No cabe duda de que es un sitio con mucha clase», pensó Han sarcásticamente. Ya había visto letreros que anunciaban casas del placer con anterioridad, pero nunca uno tan descarado como aquél.
Mientras el Princesa «bajaba» hacia una gran explanada situada en la cima de una gigantesca masa de permacreto, Han comprendió que aquélla debía de ser la pista de descenso que les habían asignado. Miró a su alrededor en busca de un asiento provisto de arneses de seguridad en el que instalarse durante la toma de contacto, pero enseguida vio que los otros pasajeros no parecían compartir su preocupación y se limitaban a agarrarse a las asas distribuidas por el interior del casco. Han se encogió de hombros y miró a Chewbacca, y los dos compañeros imitaron al resto del pasaje. El corelliano descubrió que resultaba mucho más difícil soportar un descenso complicado siendo pasajero que cuando estabas sentado en el sillón de pilotaje. Cuando pilotabas la nave, estabas demasiado ocupado para pensar en los posibles peligros.
Un instante después hubo una ligera sacudida, y el Princesa se posó en la pista
Han y Chewbacca siguieron a los otros pasajeros hacia la escotilla, y se encontraron con una larga cola que esperaba para poder desembarcar. Han no pudo evitar fijarse en que el resto del pasaje tenía un aspecto bastante endurecido e inquietante. La mayoría eran machos llenos de cicatrices y curtidos por el espacio, con unas cuantas hembras de aspecto todavía más duro y temible. Había representantes de muchas especies inteligentes de la galaxia, pero no había familias, y nadie era muy viejo.
«Esa barabel encajaría perfectamente entre ellos», pensó, siendo repentinamente consciente del peso tranquilizador del desintegrador suspendido sobre su muslo.
La puerta de la escotilla se hizo a un lado y los pasajeros empezaron a desfilar por la rampa para bajar a la pista de descenso. Han aspiró una profunda bocanada de la atmósfera local y después arrugó la nariz en una mueca de repugnancia. Chewie dejó escapar un suave gemido junto a él.
—Ya sé que apesta —dijo Han, hablando por una comisura de los labios—. Ve acostumbrándote a este olor, amigo. Creo que vamos a pasar bastante tiempo en este sitio.
El suspiro de Chewbacca fue de lo más elocuente, y no necesitaba ninguna traducción.
Han no quería parecer el típico recién llegado, por lo que hizo cuanto pudo para no volver la cabeza de un lado a otro mientras bajaban por la rampa. Finalmente, pudo echar un buen vistazo a lo que le rodeaba.
A primera vista, Nar Shaddaa le recordó a Coruscant porque no había ni un metro de terreno desnudo visible. Sólo había edificios, torres, pináculos, pasarelas para peatones y pistas de descenso para lanzaderas, y todo ello se fundía en un interminable panorama de construcciones creadas por los seres inteligentes. El resultado final era que Nar Shaddaa parecía un bosque de permacreto salpicado de letreros holográficos repletos de colores chillones.
Pero mientras él y Chewie atravesaban lentamente la pista de descenso, Han no tardó en darse cuenta de que aunque se hallaban en los niveles superiores de la luna, aquel lugar era muy distinto de los niveles superiores del Centro Imperial, como era conocido oficialmente Coruscant desde hacía algún tiempo.
Los niveles superiores de Coruscant eran prodigios de esbelta y elegante arquitectura delicadamente iluminados e impecablemente limpios. Coruscant no empezaba a adquirir un aspecto sucio y mísero hasta que habías recorrido una buena distancia hacia abajo y te encontrabas a centenares de niveles de profundidad.
El nivel superior de Nar Shaddaa era prácticamente idéntico a los niveles inferiores de Coruscant. «Si esto es un nivel superior —pensó Han mientras tenía un fugaz atisbo del vertiginoso vacío de un desfiladero artificial delimitado por dos gigantescos edificios recubiertos de pintadas—, no quiero ni pensar en cómo serán los niveles inferiores de ahí abajo...»
Han había estado en los niveles más profundos de Coruscant. Sólo había estado allí una vez, y no quería tener que volver a pasar por aquella experiencia.
Mientras lanzaba miradas disimuladas al paisaje urbano de Nar Shaddaa, Han hizo una anotación mental para recordarse que NUNCA debía visitar los niveles inferiores de la Luna de los Contrabandistas.
El cielo que se extendía sobre sus cabezas tenía un color bastante extraño, como si estuvieran contemplando un cielo de color azul normal a través de un filtro marrón oscuro. Nal Hutta flotaba en el espacio, tan enorme e hinchado como las criaturas inteligentes con aspecto de orugas que lo llamaban hogar. El planeta ocupaba un mínimo de diez grados del cielo, y Han comprendió que Nar Shaddaa debía de tener dos noches. Una de ellas sería la noche larga normal, cuando un lado de la luna quedaba alejado del sol. La segunda «noche», relativamente corta, llegaría cuando el sol quedara eclipsado por la gigantesca masa de Nal Hutta. Han hizo unos cuantos cálculos aproximados y acabó decidiendo que en total el período de oscuridad causado por el eclipsamiento duraría unas dos horas.
Chewie gimió y gruñó.
—Tienes razón, amigo —dijo Han—. En Coruscan por lo menos plantaban árboles y arbustos ornamentales. Me parece que en este montón de chatarra no podrías hacer crecer nada: ni siquiera un hongo lubelliano sería capaz de sobrevivir entre tanto metal...
Fueron hacia la rampa que unía el suelo con la pista de descenso. La rampa daba vueltas y más vueltas, y no estaba muy bien iluminada. Aunque habían descendido durante el día, las gigantescas estructuras y pináculos que flanqueaban el edificio en cuyo tejado estaba instalada la pista de descenso fueron impidiendo el paso a la mayor parte de la claridad solar a medida que bajaban. La rampa no tardó en oscurecerse y llenarse de sombras. Los otros viajeros ya habían desaparecido hacía un buen rato, y Han y Chewie se habían quedado solos en el silencio lleno de ecos del recinto delimitado por la rampa, sus altos muros y su techo. Células luminosas de escasa potencia proporcionaban una débil iluminación. Han procuraba mantener la espalda vuelta hacia la pared, mientras pensaba con creciente inquietud que aquella rampa sería un lugar realmente bueno para una emboscada.
Su mano descendió hacia la culata de su desintegrador...
¡... en el mismo instante en que el haz de energía verdeazulada de un disparo aturdidor surgía de la nada!
Los reflejos de Han siempre habían sido rápidos, y semanas de vivir como un hombre acosado los habían agudizado al máximo. Antes de que el haz de energía chocara con la pared, Han ya se había apartado de su trayectoria lanzándose al suelo. Rodó sobre el permacreto, moviéndose hacia un lado y hacia abajo. Cuando se incorporó, el desintegrador ya estaba listo para hacer fuego en su mano.
Han captó un fugaz atisbo de su atacante, un robusto humanoide con montones de pelo en la cara. Probablemente fuera un bothano, y Han estaba casi seguro de que era un cazador de recompensas. El corelliano disparó pero falló, y el haz de energía de su desintegrador abrió un agujero en el muro de permacreto. Han se agazapó junto al muro de enfrente, esperando ver reaparecer al cazador de recompensas.
Chewbacca aulló. Han volvió la cabeza hacia su compañero, que estaba al otro extremo de la rampa y también se había pegado a la curvatura de la pared, y vio que el wookie no corría peligro por el momento. El corelliano agitó la mano en un apremiante signo de «¡No te muevas!». Chewbacca le fulminó con la mirada, y alzó enfáticamente su arco de energía.
«¿Qué está intentando decirme?», se preguntó Han. Chewie rugió, y a quien no entendiera la lengua de los wookies el sonido que produjo le habría parecido un simple aullido de rabia. Pero Han le entendió. Dirigió un asentimiento de cabeza a Chewie y después se lanzó rampa abajo, disparando a ciegas mientras descendía. Dos disparos se esparcieron sobre la pared entre crujidos y silbidos, y pequeños fragmentos de permacreto volaron por los aires.
El haz aturdidor volvió a pasar sobre él con un estridente chillido, y Han respiró hondo y después lanzó un grito de angustia, se dobló sobre sí mismo y dejó caer su desintegrador.
Chocó con el permacreto y se quedó inmóvil, como si estuviera inconsciente. «Espero que esto dé resultado, porque si no...»
Unos pasos rápidos y decididos se fueron aproximando a él...
... y una fracción de segundo después se oyó el tañido casi musical que producía un arco de energía al ser disparado. Luego hubo una potente explosión, a la que siguió un grito que se interrumpió casi al instante.
Han rodó sobre sí mismo y se levantó de un salto, con el tiempo justo de ver cómo su atacante caía de rodillas con la angustia grabada en cada rasgo de su peludo rostro. Era un bothano, desde luego. Sus manos se tensaban sobre un agujero humeante en su pecho.
Mientras Han le contemplaba, el bothano cayó de bruces. Se debatió, gorgojeó, se convulsionó por última vez y acabó quedando inmóvil.
Han fue hasta el cadáver del bothano y usó la puntera de su bota para darle la vuelta hasta dejarlo acostado sobre la espalda. Las peludas facciones se habían aflojado para adquirir la fláccida inmovilidad de la muerte. Han contempló la herida.
—No se parece en nada a la que dejaría un disparo de desintegrador —murmuró—. Me imagino que no puede haber muchos wookies en Nar Shaddaa, así que creo que deberíamos disfrazar la manera en que murió este tipo.
Desenfundó su desintegrador, apuntó, volvió la cabeza y lanzó una descarga a máxima potencia contra el pecho del bothano. Cuando Han volvió nuevamente la cabeza hacia el cadáver, el bothano ya apenas si tenía pecho, y todas las señales dejadas por la peculiar arma de Chewie habían quedado borradas.
Han registró al cazador de recompensas, encontrando unos cuantos créditos en sus bolsillos y una hoja de plastipapel con el encabezamiento de SE BUSCA que contenía la descripción de un humano llamado «Han Solo» más la información de que se creía que se dirigía a Nar Shaddaa. La recompensa ofrecida por la captura de Han era de siete mil quinientos créditos, pero excluía las desintegraciones y sólo se cobraría si la presa era capturada con vida.
Han acabó de leer la hoja y se la metió en el bolsillo.
—Bueno, Chewie, parece que las cosas se van a poner realmente emocionantes —dijo—. Será mejor que nos mantengamos alerta.
—Hrrrrrnnnnn....
Han se preguntó qué debían hacer con el bothano. Quizá debieran tratar de destruir el cadáver, aunque también podían limitarse a dejarlo allí para que sirviera como advertencia. ¿O debían tratar de encontrar algún sitio en el que tirarlo y donde tardara algún tiempo en ser descubierto?
Después de unos momentos de reflexión, Han acabó decidiendo dejar al bothano allí donde había caído. Si la visión de un cazador de recompensas podía servir para disuadir a otro cazador de que les persiguiera, tanto mejor. El corelliano y Chewbacca bajaron por el último tramo de la rampa andando el uno al lado del otro. Han temía que el cazador de recompensas pudiera tener un socio, pero nadie intentó detenerlos.
Unos minutos después salieron de la rampa y se encontraron en una de las calles de Nar Shaddaa. Han se subió a una acera deslizante un tanto inestable y se dejó llevar por ella mientras miraba a su alrededor.
Nar Shaddaa parecía una mezcla de laberinto y rompecabezas tridimensional diseñada por un lunático. Angostas pasarelas y rampas de pendientes vertiginosas unían un edificio a otro. Estilos arquitectónicos y diseños procedentes de docenas de mundos se confundían y se entremezclaban. Cúpulas, pináculos, arcos, gigantescos rectángulos achaparrados, parábolas... El amasijo de formas hizo quede empezara a dar vueltas la cabeza. El duracero, el permacreto, la cristalina y otros materiales de construcción que Han era totalmente incapaz de identificar se hallaban recubiertos de suciedad y pintadas. Algunas de las imágenes y nombres garabateados tenían varios pisos de altura.
Resultaba obvio que muchas de las estructuras de mayores dimensiones habían sido construidas hacía décadas, cuando Nar Shaddaa era un espaciopuerto respetable en una luna de placer que era visitada por criaturas inteligentes acomodadas de toda la galaxia que acudían allí para divertirse y pasarlo bien. Grandes edificios que habían sido magníficos hoteles habían sido destripados y se habían visto reducidos a míseros complejos multiniveles que albergaban a la basura social de una docena de mundos. Las calles y callejones estaban sometidos a un bombardeo constante de residuos tóxicos y pestilentes que caían de las alturas. La atmósfera era tan hedionda como la de las ciénagas de Nal Hurta..., o quizá incluso más asquerosa.
Los olores de los platos más típicos de múltiples mundos luchaban con la pestilencia de las alcantarillas que rezumaban fluidos, y se mezclaban con los potentes aromas de las especias intoxicantes y otras drogas. El acre hedor de los conductos de escape de las naves espadales estaba por todas partes, al igual que lo estaban las mismas naves, que se deslizaban velozmente por los cielos entre rugidos y truenos, elevándose y descendiendo en un interminable y extraño ballet.
Algunos de los hoteles y casinos seguían abiertos, y Han supuso que seguramente serían los que pertenecían a los grandes señores hutts. Criaturas inteligentes de un sinfín de mundos atestaban las calles, rehuyendo el contacto ocular y manteniéndose en un continuo estado de alerta, siempre preparadas para detectar el error o el momento de debilidad de otra criatura inteligente y extraer algún beneficio de él. Casi todo el mundo iba armado, con la excepción de los androides.
Han tenía hambre, pero todos los alimentos que se vendían en los puestos callejeros eran desconocidos para él
—Dicen que hay una sección corelliana —masculló, volviéndose hacia Chewie—, así que probablemente deberíamos ir allí.
No quería admitir que estaba perdido, por miedo a atraer ladrones o a alguien todavía peor, pero unos minutos después vio una banderola que colgaba de un toldo (la mayoría de puestos callejeros y edificios tenían toldos o marquesinas, que ayudaban a proteger a sus ocupantes de las sustancias tóxicas que caían de las alturas) en el que estaba escrito TRÁFICO DE INFORMACIÓN en seis lenguas y en básico.
Han bajó de la acera deslizante y fue hacia la cabina con Chewie pisándole los talones. La cabina resultó estar ocupada por una twi'lek muy anciana: la alienígena era tan vieja que sus colas cefálicas se habían encogido y anudado debido al paso del tiempo. La twi'lek contempló a Han con sus vivaces y penetrantes ojillos durante unos momentos y después le habló en su idioma.
—¿Qué deseas saber, piloto?
Han sacó una moneda de medio crédito de su bolsillo y la dejó sobre el borde del mostrador, manteniendo su dedo índice encima de ella de una forma lo más ostentosa posible.
—Dos cosas —dijo Han en su propia lengua, sabiendo que la alienígena tenía que hablar el básico—. Quiero saber cómo se llega a la sección corelliana, por la ruta más directa y menos peligrosa... —hizo una pausa mientras la twi'lek tecleaba informaciones en el viejo cuaderno de datos que había delante de ella, y siguió hablando en cuanto la alienígena volvió a alzar la mirada hacia él—, y... dónde puedo encontrar a un contrabandista llamado Mako Spince.
La vieja twi'lek sonrió, revelando unos dientes manchados y llenos de melladuras.
—Para primera cosa, toma esto —exclamó mientras le metía una hoja de plastipapel entre los dedos.
Han la examinó y vio que era una sección de un mapa. Un puntito rojo que se encendía y se apagaba indicaba «Usted se encuentra aquí», y la manera de llegar al sector corelliano de Nar Shaddaa estaba explicada con toda claridad.
Han asintió.
—De acuerdo. ¿Y qué hay de Mako?
La twi'lek le lanzó una mirada llena de diversión.
—Ve allí, piloto, a sector corelliano. Pregunta en bares, burdeles, casas de juego. Tú no encuentras a Mako, no. Pero entonces él te encuentra a ti, piloto.
Han no pudo evitar sonreír.
—Sí, eso es lo que haría el viejo Mako... De acuerdo, supongo que te la has ganado.
Apartó el índice de la moneda de medio crédito, y la twi'lek la hizo desaparecer tan deprisa que el escamoteo casi pareció un número de magia.
—Piloto es apuesto —dijo después la vieja alienígena, mirando fijamente a Han con sus ojillos rojoanaranjados brillando en su arrugado rostro y la mejor imitación de una sonrisa coqueta de que era capaz en los labios. Dado el mal estado de su dentadura, el efecto global era más bien horrendo—. Oodonnaa vieja, pero todavía queda mucha vida por delante a ella. ¿Piloto interesado?
La punta de una cola cefálica se elevó por encima de un hombro marchito, y se agitó invitadoramente delante del corelliano.
Han puso ojos como platos. «Por todos los esbirros de Xendor... ¿Me está proponiendo lo que creo que me está proponiendo?» La punta de la cola cefálica volvió a agitarse en un movimiento de invitación. Han retrocedió, meneando la cabeza mientras sentía un creciente calor en las mejillas.
—Eh... No, señora, gracias —dijo con un hilo de voz—. Me siento muy honrado, pero... Ah... He hecho votos de..., de abstinencia. Sí. He de respetarlos, ¿entiende?
La alienígena pareció encontrar tan divertida la visible incomodidad de Han que no se tomó a mal el haber sido rechazada, e incluso le despidió agitando la mano. Han giró sobre sus talones y se apresuró a irse. Chewbacca, que echó a andar junto a él, dejó escapar lo que no cabía duda era una risotada wookie.
—Cierra el pico, ¿de acuerdo? —replicó secamente Han—. Sigue burlándote y te aseguro que nunca más volveré a arriesgar el cuello por ti. Chewie se limitó a reírse más fuerte.
Dos horas después llegaron al sector corelliano. El mapa y las instrucciones de la vieja twi'lek habían demostrado ser tan exactas como dignas de confianza, pero los nombres y letreros indicadores de muchas calles habían desaparecido, o algún bromista les había dado la vuelta hasta dejarlos señalando la dirección contraria. Han sintió un gran alivio al entrar en el sector corelliano y encontrarse con una arquitectura que estaba claramente inspirada en la de su mundo natal. Los olores que brotaban de los locales de comidas eran tan familiares como tranquilizadores, y Han los encontró deliciosamente irresistibles.
—Vamos a comer algo —le dijo a Chewie, señalando un local que parecía estar infinitesimalmente más limpio que los demás y en el que mesas y sillas que habían sido blancas en un lejano pasado se alineaban debajo de uno de los omnipresentes toldos, esta vez de franjas rojas y verdes.
Han pidió gulash de traladón, y se llevó la agradable sorpresa de descubrir que estaba casi tan bueno como los que había comido en Corellia. Empezó a engullir el contenido de su plato con gran entusiasmo, mientras Chewbacca atacaba una gigantesca ensalada y una bandeja de costillas de traladón casi crudas.
Cuando acabó de comer, Han se recostó en su silla y se dedicó a tomar sorbos de una cerveza local mientras intentaba decidir si le gustaba su sabor.
—Estoy buscando a Mako Spince —dijo en cuanto el androide que atendía las mesas apareció para traerles la cuenta—. ¿Viene alguna vez por aquí? Es un tipo de estatura mediana y hombros anchos, con el cabello oscuro y corto y unas cuantas canas en las sienes...
La cabeza del androide giró de un lado a otro.
—No, señor —replicó después—. No he visto a la persona que me está describiendo.
—Pues dile a tu jefe que he preguntado por él, ¿de acuerdo?
Han se acabó la cerveza, y después él y Chewbacca echaron a andar por la calle en la que estaban los bares de aspecto más llamativo. Una corta noche estaba empezando a caer rápidamente sobre Nar Shaddaa a medida que Y'Toub iba quedando eclipsado detrás de la enorme masa de Nal Hutta. La verdadera noche aún tardaría muchas horas en llegar, y duraría más de cuarenta horas estándar. Las luces artificiales se fueron encendiendo, y Han se preguntó si sería capaz de llegar a acostumbrarse a unas noches tan largas. Probablemente daba igual que se acostumbrara a ellas o no, ya que en realidad toda la luna era una ciudad que nunca llegaba a quedarse totalmente dormida.
Han volvió a preguntar por Mako Spince en el Reposo del Contrabandista y, naturalmente, se encontró con que nadie había oído hablar de él. La respuesta fue exactamente la misma en La Estrella de la Suerte, los maltrechos restos de lo que en tiempos lejanos había sido un casino muy elegante, y luego se repitió en dos o tres bares más. Han ya estaba empezando a acostumbrarse a la palabra «No». El corelliano suspiró y siguió caminando.
El Escondite del Contrabandista.
El Café Corelliano.
El Orbe Dorado.
La Exhibición Exótica (¡Bailarinas REALES! ¡Espectáculos EN
DIRECTO!)
El Casino del Corneta.
El Batería Borracho.
A esas alturas los pies de Han ya estaban empezando a dolerle de tanto recorrer el permacreto y subir y bajar rampas. Dadas las peculiaridades arquitectónicas de Nar Shaddaa, si no tenías alas o no disponías de una mochila reactora la experiencia de tratar de llegar a tu destino solía resultar bastante frustrante. Podías estar en un balcón y contemplar el sitio al que querías llegar, que se encontraba a sólo diez metros de distancia, y aun así verte obligado a caminar durante quince minutos, subiendo y bajando rampas, para llegar hasta él
Algunos edificios estaban unidos por cuerdas o cables, pero Han no estaba lo suficientemente desesperado ni era lo bastante temerario para decidirse a salvar un abismo de veinte, cuarenta o cien pisos deslizándose mano sobre mano a lo largo de esas precarias conexiones.
Las pasarelas que iban de un edificio a otro solían hallarse en bastante mal estado, y después de echarles un vistazo, Han solía decidirse por la ruta más larga. Algunas de ellas quizá habrían aguantado su peso, pero Han dudaba de que fueran lo bastante sólidas para la enorme mole del wookie.
Ya estaba empezando a preguntarse si no deberían abandonar su búsqueda y buscar algún hotel barato que les ofreciera un lugar seguro en el que poder dormir durante unas cuantas horas. Pensar en ello hizo que Han cayera en la cuenta de que habían transcurrido casi doce horas desde que despertó a bordo del Princesa.
Volvió la cabeza mientras pasaban junto a la entrada de un callejón maloliente para hacerle esa sugerencia a Chewbacca cuando una mano surgió repentinamente del callejón y le agarró por la garganta. Medio segundo después, Han fue arrastrado hacia atrás hasta chocar con un cuerpo de humanoide muy duro y sintió cómo el cañón de un desintegrador presionaba su sien.
—No des ni un paso —dijo afablemente una voz masculina grave y musical, dirigiéndose a Chewbacca—, o haré que se le salgan los sesos por las orejas.
El wookie se detuvo. Chewbacca gruñó y enseñó los dientes, pero estaba claro que la amenaza hacía que no se atreviera a atacar.
Han conocía aquella voz. Jadeó, pero no consiguió tragar el aire suficiente para poder hablar. La mano de hierro apretó un poco más la presa que estaba ejerciendo sobre su garganta.
—¡Mako! —intentó gritar.
Pero lo único que consiguió decir fue «Maa...».
—¡En el nombre de Xendor, chico! No quiero oírte llamar a tu mami, ¿de acuerdo? —dijo la voz—. Y ahora ¿quién eres, y porque estás haciendo tantas preguntas sobre mí?
Han tragó saliva y tosió, pero seguía sin ser capaz de hablar. Chewbacca gruñó, y después señaló al tembloroso cautivo de Mako.
—Haaaaaaannn —dijo el wookie, logrando que su boca pronunciara el nombre humano con gran dificultad—. Haaaaannnnn....
—¿Eh? —exclamó la voz, pareciendo repentinamente perpleja—. ¿Han?
Y Han fue liberado bruscamente, y después un par de manos le dieron la vuelta. Mientras jadeaba, llevándose las manos a la garganta, su captor, que desde luego era Mako Spince, le envolvió en un abrazo tan entusiástico que volvió a dejarle, una vez más, sin respiración.
—¡Han! ¡Oh, chico, me alegro mucho de volver a verte! ¿Cómo estás, viejo bribón?
Un puño muy duro se incrustó entre los omóplatos del más joven de los dos corellianos.
Han jadeó y tosió, con lo que sólo consiguió volver a quedarse sin aliento. Mako intentó ayudarle dándole una palmada en la espalda, cosa que no mejoró en lo más mínimo la situación respiratoria de Han.
—Mako... —consiguió decir por fin—. Ha pasado mucho tiempo. Has cambiado.
—Tú también has cambiado —dijo su amigo.
Permanecieron inmóviles durante unos momentos, estudiándose el uno al otro. Mako llevaba los cabellos lo suficientemente largos para que le rozaran los hombros, y había más hebras grises que antes entre la negrura. Lucía un exuberante bigote más bien erizado, y había ganado un poco de peso, la mayor parte de él en los hombros. Una delgada cicatriz corría a lo largo de su mandíbula. Han decidió que se alegraba de que Mako estuviera de su parte, porque parecía exactamente el tipo de persona al que no le gustaría tener como enemigo. El ex imperial llevaba un mono lleno de rozaduras y arañazos hecho con cuero del navegante espacial, un material tan delgado y flexible y, a pesar de ello, tan duro que se afirmaba que era capaz de mantener la presión interna incluso en condiciones de vacío.
Los dos amigos siguieron contemplándose en silencio, evaluándose el uno al otro, y después empezaron a lanzarse preguntas al mismo tiempo. Luego se callaron, y se echaron a reír.
—¡Eh, tendremos que hacer turnos! —exclamó Mako.
—De acuerdo —dijo Han—. Tú primero...
Minutos después, los tres estaban sentados en una taberna, bebiendo, hablando y haciéndose montones de preguntas. Han le contó su historia a Mako, y descubrió que su viejo amigo no se sorprendía en lo más mínimo al enterarse de que había abandonado el servicio.
—Ya sabía que nunca serías capaz de aguantar la esclavitud, Han —dijo Mako—. Recuerdo cómo te enfurecías con sólo ver uno de esos pelotones de esclavos imperiales... Te sacaba de tus casillas, chico. Estaba seguro de que en cuanto intentaran ponerte al frente de un grupo de esclavos, eso supondría el final de tu brillante carrera militar.
Han bajó la mirada mientras se llevaba su segunda jarra de cerveza alderaaniana a los labios.
—Me conoces demasiado bien —admitió por fin—. Pero ¿qué podía hacer, Mako? ¡Nyklas iba a matar a Chewie!
Los gélidos ojos azules de Mako estaban sonriendo con un calor nada habitual en ellos.
—No podías hacer otra cosa, chico —dijo.
—Bueno, Mako, ¿y qué tal te han ido las cosas? —preguntó Han—. ¿Cómo van los negocios?
—De maravilla, Han —dijo Mako—. Las restricciones del Imperio nos están enriqueciendo a todos, y últimamente no paramos de transportar toda clase de mercancías de contrabando de un lado a otro. La especia sigue teniendo mucha demanda, desde luego, pero además ahora también nos dedicamos al contrabando de armas, componentes para armas, células energéticas y prácticamente cualquier otra cosa que se te pueda ocurrir. Ah, y también transportamos artículos de lujo, como perfumes y telas de Askajian... Puedo asegurarte que el viejo Palpatine no dormiría muy bien si supiera el grado de insatisfacción que su manera de gobernar está produciendo en algunos mundos.
—¿Eso quiere decir que puedo encontrar trabajo aquí? —se apresuró a preguntar Han—. ¿Hay trabajo para pilotos? Ya sabes que soy un buen piloto, Mako.
Mako llamó al androide-camarero con un gesto de la mano para que les trajera otra ronda de bebidas.
—Eres uno de los mejores pilotos que he conocido, chico, y haré que todo el mundo lo sepa —dijo, dándole una palmada en el hombro—. ¿Por qué crees que Badure te puso el apodo de «Relámpago»? Te diré lo que vamos a hacer: podrías trabajar para mí hasta que te fueras adaptando a este sitio. No me iría nada mal contar con un buen copiloto, y si viajas conmigo durante una temporada podré enseñarte algunas de las mejores rutas. También te iré presentando al resto de los chicos, y estoy seguro de que algunos de ellos necesitarán que les echen una mano.
Han titubeó durante unos momentos antes de hablar.
—¿Y Chewie? —preguntó por fin—. ¿Podría venir con nosotros?
Mako se encogió de hombros y tomó un gran trago de cerveza.
—¿Sabe disparar? Siempre tengo una plaza libre para un buen artillero.
—Oh, sí —dijo Han, apurando su jarra e intentando hablar con la mayor convicción posible. Chewie era un excelente tirador con su arco de energía, pero apenas hacía un mes que había empezado a adiestrarse como artillero—. Dispara muy bien.
—Entonces todo arreglado —dijo Mako—. Oye, chico, ¿ya has encontrado una zona de descenso?
En la jerga de los contrabandistas, .zona de descenso» significaba una habitación o un piso. Han meneó la cabeza y sintió que el local se bamboleaba lentamente a su alrededor.
—Esperaba que pudieras recomendarme algún sitio decente y que no sea demasiado caro —replicó.
—¡Pues claro que puedo! —exclamó Mako, cuya voz también estaba empezando a acusar los efectos de la bebida—. Pero podríais alojaros conmigo durante un par de días hasta que hayáis conseguido instalaros por vuestra cuenta.
—Bueno... —Han miró a Chewie—. Claro que sí. Nos encantaría, ¿verdad, viejo amigo?
—¡Hrrrrrnnnnnnn!
Mako insistió en pagar las bebidas, y después los tres compañeros salieron de la taberna y echaron a andar hacia el alojamiento de Mako. Los dos humanos estaban empezando a darse cuenta de que habían bebido demasiado, pero Mako les aseguró que no estaban muy lejos del sitio en el que vivía. Bajaron unos cuantos niveles, y se internaron en la zona donde los edificios estaban más sucios y tenían un aspecto cada vez más miserable.
—No os dejéis engañar por todo esto —dijo Mako, agitando una mano en un gesto que abarcó cuanto les rodeaba—. Tengo montones de espacio, y estoy muy bien instalado. Pero si vives aquí abajo, los ladrones y atracadores apenas se fijan en ti y prefieren escoger a sus víctimas entre los ricos de los niveles superiores —explicó, señalando hacia arriba con un pulgar.
Han volvió la cabeza de un lado a otro, y acabó llegando a la conclusión de que en sus tiempos de ladrón jamás se le habría pasado por la cabeza la idea de elegir aquella zona como campo de operaciones. La pobreza y la mugre parecían estar por todas partes. Los borrachos hacían eses sobre el permacreto, y las aceras deslizantes de aquellos niveles siempre estaban averiadas. Mendigos y carteristas los siguieron con la mirada, pero ninguno de ellos dio un paso hacia el trío. Han pensó que eso se debía a que Chewbacca había adoptado la expresión «No te metas conmigo o te arrancaré el brazo» más feroz de todo su amplio repertorio.
Pero de repente, lo que Han había tomado por un montón de viejos harapos mugrientos empezó a moverse. Una esquelética mano humana surgió de entre los harapos, y Han tuvo un fugaz atisbo de un rostro de nariz picuda y boca casi totalmente desdentada. El montón de harapos contenía a una mujer muy vieja cuyos ojos ardían con la luz de... ¿De qué? ¿Las drogas? ¿La locura?
¡Oh, no! ¡Otra vez no! ¿Qué demonios les pasa a las condenadas viejas de Nar Shaddaa? ¿Es que todas quieren echarle mano a los pilotos jóvenes?»
Han se apresuró a retroceder, pero la bebida había embotado sus reflejos y le impidió moverse lo suficientemente deprisa. Una segunda mano que tenía el mismo aspecto de garra que la primera surgió de entre el montón de harapos y se curvó alrededor de su muñeca.
—¿Deseáis que os diga la buena fortuna, amables señores? ¿Queréis saber qué va a depararon el futuro? —La voz era temblorosa y estridente, y Han no logró identificar el acento—. ¡La descendiente de Vima Jinete del Sol ha visto el futuro, amables señores! Por sólo un crédito, ella os contará todo lo que os espera.
—¡Suéltame! —Han intentó liberar su mano de aquella sucia garra, pero la presa de la anciana era sorprendentemente fuerte. Han rebuscó en su bolsillo, pensando que darle algo de dinero sería la única forma de librarse de ella. No quería tener que disparar contra la vieja arpía, porque a su edad una descarga aturdidora podía matarla—. ¡Toma! ¡Quédate con tu crédito y suéltame de una vez! —exclamó, dejando caer la moneda sobre su regazo.
—¡Vima no es una mendiga! —insistió la anciana con indignación—. ¡Vima siempre se gana su crédito! ¡Ella ve el futuro, sí! Vima sabe, sí...
Han se detuvo, suspiró y puso los ojos en blanco. Bueno, por lo menos no se le estaba declarando.
—Bien, pues entonces habla —dijo secamente.
—Ah, joven capitán... —medio canturreó la anciana, abriéndole el puño y clavando la mirada en la palma de Han durante unos momentos antes de elevarla hacia su rostro—. Tan joven..., y hay tantas cosas aguardándote. Un camino muy largo, primero el camino del contrabandista y luego el camino del guerrero... Alcanzarás la gloria, sí, pero antes tendrás que enfrentarte a peligros terribles. La traición, sí... La traición de aquellos en quienes confías. La traición...
Los ojos de la anciana se clavaron en Mako durante una fracción de segundo, y Han y su viejo amigo intercambiaron miradas llenas de exasperación.
—¡Así que voy a ser traicionado! —exclamó Han con creciente impaciencia—. ¿Llegaré a ser rico algún día? Eso es lo único que me importa.
—Ahhhhhhhh... —La anciana dejó escapar una estridente carcajada—. Sí, mi joven capitán... La riqueza acudirá a ti, pero sólo después de que haya dejado de importarte.
Han se echó a reír.
—¡Dudo mucho que vea llegar ese día, abuela! Te aseguro que lo único que me importa en este mundo es hacerme rico.
—Sí, es verdad. Harás casi cualquier cosa por dinero, pero el amor te impulsará a ir todavía más lejos.
—Estupendo —gruñó Han, intentando liberar su mano—. Bueno, ya estoy harto de tanta tontería —dijo secamente, y rompió la presa de la anciana con una violenta flexión de su muñeca—. Muchas gracias, aunque no sé muy bien por qué..., vieja bruja chiflada. Y no vuelvas a molestarme, ¿de acuerdo?
Han giró sobre sus talones con cierta dificultad y echó a andar, el ceño fruncido y con Chewbacca y Mako detrás de él. Pudo oír con toda claridad la risita sarcástica de Mako, y por su parte Chewie no había dejado de reír desde el comienzo del incidente. El fruncimiento de ceño de Han se volvió un poco más sombrío. ¡Aquella vieja loca se había burlado de él!
El permacreto pareció ondular debajo de sus pies, y de repente Han sólo pudo pensar en lo maravilloso que sería acostarse en el sofá de Mako, o en el suelo, y dormir durante unas horas.
Todavía podía oír las risitas de la vieja y cómo farfullaba estupideces detrás de él, hablando consigo misma.
Después Han apenas recordaría cómo había conseguido subir por la rampa que llevaba al piso de Mako, y ni siquiera fue consciente de que se dejaba caer sobre el sofá. Se quedó dormido al instante, y esta vez no soñó.
Cuando despertó a la mañana siguiente, ya se había olvidado de la vieja y de sus «profecías».
Aruk el hutt estaba acabando de calcular la cuantía total de sus beneficios, que era lo que más le gustaba hacer en el universo. El poderoso gran señor hutt, líder del clan Besadii y de su kajidic, se hallaba inclinado sobre su cuaderno de datos con sus rechonchos dedos muy ocupados mientras daba instrucciones a la máquina para que calculara un porcentaje de beneficios basado en un crecimiento anual del producto de un veinte por ciento, con una proyección de tres años hacia el futuro.
El gráfico resultante y las cifras que lo acompañaban hicieron que Aruk riera suavemente, produciendo un «Je, je, je» lleno de ecos que retumbó en la soledad de su despacho. No había ninguna otra criatura viva presente y sólo el escriba favorito de Aruk, que permanecía inmóvil en un rincón reluciendo con destellos metálicos, compartía el despacho con su amo mientras aguardaba a que el líder hutt lo sacara de su reposo artificial.
Aruk volvió a examinar el gráfico, y sus bulbosos ojos se abrieron y se cerraron. El líder del clan Besadii era bastante viejo: se estaba aproximando a su noveno siglo, y ya había alcanzado la fase de corpulencia a la que llegaban la mayoría de los hutts que pasaban de la mediana edad. Desplazarse por sus propios medios le exigía un esfuerzo tan grande que ya rara vez se tomaba la molestia de hacerlo. Últimamente, ni siquiera las advertencias de su médico personal sobre los serios problemas circulatorios que no tardaría en padecer conseguían que Aruk hiciera ejercicio. En vez de hacerle caso, Aruk confiaba cada vez más en su trineo repulsor antigravitatorio. Con él podía ir a cualquier parte. El trineo de Aruk era de la máxima calidad, el mejor modelo que se podía comprar con dinero. Después de todo, Aruk era el líder del kajidic Besadii y no había razón para que se negara ningún lujo.
Pero Aruk no era uno de esos hutts sibaríticos que se dedicaban a disfrutar de los placeres de la carne. Era un gran amante de la buena mesa, desde luego, y solía caer en la glotonería, pero no tenía palacios enteros llenos de esclavos dedicados a satisfacer sus más insignificantes —o más perversos— caprichos, tal como hacían algunos hutts.
Aruk se había enterado de que Jabba, el sobrino de jiliac, mantenía cerca de él en todo momento a varias bailarinas humanoides —humanoides, nada menos!— sujetas con correas. Aruk consideraba que ese tipo de caprichos eran tan desagradables como extravagantes. El clan Desilijic siempre había tenido una cierta debilidad por los placeres carnales. Los gustos de Jiliac eran un poco mejores que los de Jabba, pero aun así disfrutaba de los excesos hedonísticos tan entusiásticamente como su sobrino.
«Y ésa es la razón por la que acabaremos imponiéndonos —pensó Aruk—. Si es necesario, nuestro clan está dispuesto a soportar unas cuantas privaciones con tal de alcanzar los objetivos que nos hemos fijado...»
Pero Aruk también sabía que conseguirlo no resultaría nada fácil. Jiliac y Jabba eran tan astutos como implacables, y su clan era tan rico como el de Aruk. Los dos clanes más ricos y poderosos de los hutts llevaban varios años enfrentándose el uno al otro para hacerse con los negocios más lucrativos. Ninguno de los dos había vacilado ni un instante a la hora de emplear métodos como el asesinato, el secuestro y el terrorismo para poder alcanzar sus objetivos.
Aruk sabía que Jabba y Jiliac estaban dispuestos a hacer prácticamente cualquier cosa para acabar con el clan Besadii. Pero el camino que llevaba al poder absoluto estaba pavimentado con dinero, y Aruk estaba muy satisfecho con las grandes sumas de créditos que el proyecto ylesiano aportaba cada año.
«Pronto tendremos tantos créditos que podremos borrar a Jiliac y Jabba de la faz de Nal Hutta —pensó—. Sí, pronto podremos eliminarlos con tanta facilidad como aniquilaríamos a una plaga que afectara nuestras cosechas o a una pestilencia que intentara hacer enfermar a nuestra gente... El clan Besadii no tardará en gobernar Nal Hutta sin que nadie se atreva a oponérsele.»
Aruk y Zavval, su hermano, habían tenido la idea de crear colonias en Ylesia y de utilizar a los peregrinos religiosos como fuerza laboral esclavizada para convertir la especia bruta en el producto final refina do y procesado. Lo único que habían temido era un levantamiento de los esclavos, y fue Aruk quien tuvo la idea de usar el Uno, el Todo y la Exultación para controlar a los trabajadores.
La mayoría de los hutts conocían la capacidad de proyectar emociones y sensaciones agradables a las mentes de casi todas las especies humanoides que poseían los T'landa Tils. Pero sólo la inteligencia y la considerable agilidad mental de Aruk habían sido capaces de concebir la astuta idea de utilizar la Exultación como «recompensa» aturdidora a un día de durísimo y agotador trabajo en las factorías de especia.
En cuanto comprendió cómo podía utilizarse la capacidad de los T'landa Tils, para Aruk fue lo más sencillo del mundo inventar una doctrina, componer unos cuantos himnos y escribir varios cantos y letanías. Ese pequeño esfuerzo bastó para producir una «religión» que pudiera ser abrazada por seres estúpidos y llenos de credulidad pertenecientes a especies inferiores.
El ritmo de producción de las factorías era excelente, y lo había sido desde el primer día. Sólo hubo un momento, hacía cinco años, en el que la operación ylesiana no dio buenos beneficios: ése fue el año en el que aquel maldito corelliano llamado Han Solo destruyó la factoría de brillestim..., y también a Zavval, aunque la pérdida financiera había sido la más lamentada por Aruk. El anciano hutt no consideraba que el hecho de que le importara tan poco que su hermano hubiera muerto lo convirtiera en un ser excesivamente insensible o endurecido. Aruk se estaba limitando a reaccionar tal como lo haría cualquier verdadero hutt.
Aruk examinó uno de los apartados del proyecto de presupuesto de la colonia ylesiana en el que se especificaba que se entregarían siete mil quinientos créditos a la persona o personas responsables de que Han Solo fuera capturado con vida. El criterio básico era que se prescindiría de las desintegraciones, y que el corelliano sería capturado y entregado con vida.
Siete mil quinientos créditos... La recompensa había sido aumentada en dos mil quinientos créditos desde el momento de su publicación. Al parecer Solo estaba demostrando ser una presa algo difícil, y todavía podía darles bastantes problemas. Aun así, no cabía duda de que la nueva recompensa aumentada era lo suficientemente generosa como para tentar a muchos cazadores, a pesar de que Aruk las había visto mayores. Pero tratándose de un humano tan joven... Bueno, no cabía duda de que la recompensa era francamente elevada.
Aun así, ¿era realmente necesario pagar una cantidad extra por la opción de «capturar con vida»? Aruk había supervisado de manera tan fría como eficiente muchas sesiones de tortura, pero a diferencia de la mayoría de los hutts, no extraía ningún placer de atormentar a seres inteligentes para alcanzar sus objetivos. Si aquel corelliano llamado Han Solo era traído ante su presencia, Aruk no se molestaría en torturarle antes de ordenar su muerte.
Pero Teroenza... Bueno, eso ya era otra historia totalmente distinta. Los T'landa Tils eran un pueblo muy vengativo, y Aruk sabía que el Gran Sacerdote de Ylesia no descansaría hasta que pudiera supervisar personalmente la larga y terriblemente dolorosa muerte de Han Solo. Momento a momento, grito a grito y gemido a gemido, Solo moriría en la agonía más exquisita imaginable mientras Teroenza saboreaba hasta el último segundo de ella.
Pero ¿estaba dispuesto Aruk a pagar una cantidad extra meramente para que Teroenza quedara satisfecho? Aruk reflexionó durante unos momentos, y pequeñas arrugas de concentración se fueron formando encima de sus bulbosos ojos de pupilas verticales. Un instante después Aruk dejó escapar el aliento que había estado conteniendo bajo la forma de un «uf» tan corto como lleno de decisión. Muy bien: autorizaría el pago de la recompensa, y permitiría que Teroenza pudiera esperar ansiosamente la llegada de su gran momento de diversión. La expectativa haría que el Gran Sacerdote se sintiera muy feliz, y los subordinados felices siempre eran subordinados muy productivos.
De hecho, Teroenza le tenía un poco preocupado. Por mucho que el Gran Sacerdote y ese estúpido de Kibbick intentaran disfrazar la realidad, no cabía duda de que el t'landa Til estaba controlando y dirigiendo toda la operación ylesiana. Aruk frunció el ceño. Ylesia era un negocio de los hutts, y en consecuencia lo correcto era que las órdenes fuesen dadas por un hutt. Y sin embargo... Bueno, en aquellos momentos Kibbick era el único hutt de alto rango del clan Besadii que se hallaba disponible para ocupar el puesto de supervisor en Ylesia. Por desgracia Kibbick, y eso resultaba innegable, también era idiota.
«Si me hubiera atrevido a enviar a Durga... —pensó Aruk—. Durga posee la fuerza de voluntad y la inteligencia necesarias para dirigir adecuadamente nuestras operaciones en Ylesia, y él sabría recordarle a Teroenza quiénes son sus verdaderos amos.»
Durga era el único descendiente que había engendrado Aruk. Todavía era un hutt muy joven que apenas había dejado atrás la edad de la responsabilidad legal y la aparición de la verdadera consciencia de sí mismo, ya que sólo tenía cien años. Pero era muy listo, y Aruk consideraba que su hijo era diez veces más inteligente y astuto que Kibbick.
Cuando Durga nació, todos los otros hutts apremiaron a Aruk a que se dejara caer sobre el indefenso recién nacido, pidiéndole que rodara sobre él hasta aplastarlo debido a la oscura mancha de nacimiento que cubría su frente y descendía sobre un ojo y una mejilla como una salpicadura de algún líquido repugnante. Le habían dicho que esa horrible deformación haría que el recién nacido nunca pudiera ser aceptado por la sociedad hutt, y habían afirmado que Durga nunca pasaría de ser un mero retrasado mental. Los antiguos relatos aseguraban que ese tipo de marcas de nacimiento presagiaban grandes catástrofes, y los hutts más ancianos predijeron toda suerte de acontecimientos terribles en el caso de que se permitiera sobrevivir a Durga.
Pero Aruk había bajado la mirada hacia su diminuto y tembloroso hijo y había tenido el inexplicable presentimiento de que aquel niño se convertiría en un hutt digno de su raza y de que llegaría a ser un adulto inteligente, astuto y, cuando fuese necesario, implacable. Así pues, Aruk tomó en brazos al joven Durga y declaró solemnemente que era su descendiente y su heredero, y advirtió a quienes pretendían negar ese hecho de que debían guardar silencio.
Aruk se había asegurado de que Durga recibiera la mejor educación posible y de que dispusiera de cuanto un pequeño hutt podía desear. El joven respondió al interés de su padre, y los dos habían llegado a estar unidos por un vínculo muy estrecho.
Aruk volvió a contemplar los gráficos que mostraban el estado financiero de la explotación ylesiana e hizo una anotación mental para acordarse de que debía compartir sus descubrimientos con Durga aquel mismo día antes de irse a dormir. Aruk estaba educando a su hijo para que pudiera asumir el liderazgo del clan después de su muerte.
«Estas cifras son realmente muy prometedoras —pensó—. Deberíamos dedicar una parte de estos beneficios a la creación de otra colonia en Ylesia, ya que siete colonias pueden producir mucha más especia procesada que seis. Y además también podríamos incrementar nuestro contingente de misioneros reclutando a más t'landa Tils y enviándolos a todos los confines de la galaxia para que atrajeran más "peregrinos»...»
El sueño más ambicioso de Aruk era el de que algún día conseguiría expandir su organización de procesado de especia y esclavización de peregrinos a otro mundo del sistema ylesiano. Sabía que probablemente no llegaría a vivir el tiempo suficiente para ver dos mundos produciendo a plena capacidad, pero Durga sí que lo vería.
Sólo había un problema, y se llamaba Desilijic. Aruk sabía que Jiliac y Jabba observaban cada uno de sus movimientos con la misma atención con la que mantenían sometidos a una estrecha vigilancia a todos los miembros de alto rango del clan Besadii, y que estaban preparados para lanzarse sobre ellos al menor signo de debilidad. Los hutts del clan Desilijic eran implacables, y estaban celosos del clan Besadii y del éxito que había obtenido en Ylesia. Aruk sabía que Jabba y Jiliac harían cualquier cosa con tal de destruirlos a todos y adueñarse de la organización ylesiana.
Aun así, el que fuera tan envidiado era meramente un signo del extraordinario éxito obtenido por el clan Besadii. La vida de los huta estaba llena de ofensivas y represalias. Siempre había sido así y, si tuviera que ser franco, Aruk habría confesado que disfrutaba con la intriga y el peligro. Aunque hubiera estado en su mano, no habría cambiado las cosas.
Con un prolongado suspiro de satisfacción, Aruk el Hutt desconectó su cuaderno de datos, se estiró y se frotó sus bulbosos ojos. Ahhhhh... Sí, una tarde de trabajo muy provechoso había tocado a su fin. Ya iba siendo hora de cenar, y debía aprovechar la ocasión de pasar algún tiempo con su hijo. ¡Qué agradable era tener tan buenas noticias que comunicar!
Dirigiendo su trineo repulsor con roces casi imperceptibles de sus gruesos dedos, Aruk salió del despacho para ir en busca de comida y compañía.