Capítulo 5
El cazador de recompensas número trece
DDos meses y tres cazadores de recompensas más tarde, Han y Chewbacca habían hecho considerables progresos hacia el objetivo final de ahorrar los créditos que necesitarían para alquilar una nave. Jabba y Jiliac eran implacables en todo lo concerniente a cumplir los horarios y los planes de vuelo, pero pagaban bien si sus órdenes eran seguidas al pie de la letra.
Los yates hutts no sufrieron nuevos ataques, pero Han cada vez tenía más claro que se estaba incubando alguna clase de confrontación entre los clanes Desilijic y Besadii. Sabía que los mensajeros de Jiliac habían transmitido alguna clase de propuesta a los representantes de Aruk el Hutt, y que a su vez Aruk había respondido con una petición de que celebraran una conferencia cara a cara. Han suponía que ese tipo de conferencias eran altamente inusuales en la sociedad hutt. El corelliano mantuvo las orejas y los ojos bien abiertos, y se preguntó si le ordenarían transportar a Jabba y Jiliac cuando los líderes hutts tuvieran que asistir a la reunión.
Las jornadas laborales de Han y Chewie eran tan largas como agotadoras, pero a veces podían disfrutar de algunos días libres entre una misión y la siguiente. En sus ratos libres, los dos compañeros se dedicaban a jugar al sabacc y otros juegos de azar con los contrabandistas del sector corelliano.
Siempre dispuesto a pasarlo bien, e intrigado por la novedad, un día Han se sintió atraído por un gigantesco letrero holográfico suspendido encima de uno de los hoteles-casino más antiguos que todavía seguían funcionando como tales. El Castillo del Azar anunciaba la actuación de una maga de la escena que, a juzgar por lo que decía todo el mundo, estaba considerada como una de las mejores ilusionistas de toda la galaxia.
La maga se llamaba Xaverri. Han preguntó cuánto costaba la entrada y, una vez hubo descubierto que podían permitirse pagarla, sugirió a Chewbacca que fueran a ver su espectáculo de magia aquella noche.
Han creía tan poco en la magia como en la religión. Pero había adquirido cierta experiencia en lo referente a los juegos de manos cuando aprendió a robar carteras y hacer trucos con las cartas, y siempre lo pasaba en grande intentando averiguar los secretos de cada número de magia.
Chewbacca se mostró extrañamente reluctante ante la idea. Empezó a gimotear y meneó la cabeza, diciéndole a Han que aquella noche deberían salir a divertirse con Mako, o ir a ver a Roa, que había comprado un pequeño caza monoplaza «recuperado» por los piratas, y que estaba trabajando en él para dejarlo en condiciones de que volviera a funcionar. Han y Chewie ya le habían echado una mano en varias ocasiones para ayudarle a repararlo.
Han observó que podían ayudar a Roa cualquier noche, pero que Xaverri sólo actuaría durante una semana en el hotel-casino.
Chewie volvió a menear la cabeza. No dijo nada, pero estaba claro que no le apetecía en lo más mínimo ir. Han miró fijamente al wookie y se preguntó qué demonios le pasaba.
—¿Qué ocurre, amigo? —preguntó por fin—. ¡Estoy seguro de que será muy divertido!
Chewie se limitó a gruñir y menear la cabeza, y no respondió. Han siguió contemplándole, cada vez más perplejo, y de repente creyó entender lo que le ocurría. Los wookies seguían siendo un pueblo muy poco sofisticado. Habían incorporado y adaptado la tecnología avanzada a su forma de vida, pero no eran una especie tecnológica por naturaleza. Los wookies eran un pueblo muy inteligente que había aprendido a pilotar naves por el hiperespacio, pero nunca habían construido sus propias naves espaciales. Los wookies que salían de Kashyyyk —algo bastante raro después de que el Imperio hubiera decretado que los habitantes de Kashyyyk podían ser esclavizados y utilizados en cualquier clase de trabajos forzosos— lo hacían a bordo de naves construidas por otras especies inteligentes.
La sociedad wookie todavía conservaba ritos y costumbres que muchos ciudadanos del Imperio considerarían altamente primitivos. Chewie tenía sus propias creencias, y éstas incluían una cierta cantidad de lo que Han consideraba como superstición pura y simple. Las leyendas de los wookies estaban llenas de historias aterradoras de seres sobrenaturales que vagaban por la noche, hambrientos y sedientos, así como de hechiceros y magos maléficos que eran capaces de someter a otros a su voluntad para satisfacer sus nefandos propósitos.
Han contempló en silencio a su peludo compañero durante unos momentos.
—Oye, Chewie, tú sabes tan bien como yo que lo que llaman «magia» en el número de Xaverri no es más que un montón de trucos y paparruchadas, ¿verdad? —dijo por fin.
Chewbacca respondió con un prolongado «Hrrrrrnnnnn», pero no parecía estar demasiado convencido.
Han estiró el brazo y le revolvió los pelos de la coronilla. Dewlanna había solido acariciarle de aquella manera, que era el equivalente wookie a una palmadita en el hombro.
—Chewie, te aseguro que ese tipo de magos de los escenarios no hacen ninguna magia real —siguió diciendo—. Su magia no tiene nada que ver con la de las leyendas de los wookies. Xaverri sólo hace juegos de manos del tipo que yo puedo hacer con las fichas-carta: o se trata de eso, o se hace mediante proyecciones holográficas, espejos o algo por el estilo. No es verdadera magia, y no hay nada de sobrenatural en ella.
Chewie respondió con un suave gimoteo, pero estaba empezando a parecer un poco más tranquilo.
—Te apuesto a que si vienes a ver a Xaverri conmigo esta noche, podré averiguar cómo hace todos sus trucos —insistió Han—. ¿Qué me dices, amigo? ¿Trato hecho?
El wookie quiso saber qué estaba dispuesto a apostar Han. El corelliano reflexionó durante unos instantes antes de responder.
—Si no consigo averiguar cómo hace sus trucos, prepararé el desayuno y me encargaré de la limpieza durante un mes —prometió por fin—. Y si consigo averiguar cómo hace sus trucos, entonces me devolverás el dinero que me haya costado tu entrada. ¿Te parece bien?
Chewbacca acabó decidiendo que el trato era justo.
Los dos contrabandistas llegaron al hotel-casino lo suficientemente pronto para poder obtener dos butacas cerca del escenario. Después esperaron impacientemente hasta que se oyó una fanfarria de clarines y el telón holográfico se desvaneció para revelar el escenario y a su única ocupante.
Xaverri resultó ser una mujer tan voluptuosa como atractiva que tendría algunos años más que Han. Su larga y abundante melena negra estaba recogida en un complicado peinado, y sus ojos relucían con destellos plateados gracias a los realzadores del iris que utilizaba. La maga llevaba un vestido de seda violeta abierto en lugares estratégicos mediante hábiles tajos que ofrecían atisbos tan ocasionales como fascinantes de la piel dorada que había debajo de él.
Xaverri era una mujer de aspecto exótico e irresistible, y Han se preguntó de qué planeta procedería. Nunca había visto a una mujer semejante.
Después de haber sido presentada, Xaverri inició su espectáculo sin más preámbulos. Manteniendo el parloteo escénico reducido al mínimo imprescindible, la maga llevó a cabo trucos de creciente dificultad. Tanto Han como Chewbacca enseguida quedaron cautivados mientras presenciaban sus ilusiones. Hubo varios momentos en los que Han creyó poder adivinar cómo había ejecutado un truco, pero nunca consiguió detectar el más mínimo fallo en la rutina de Xaverri. El corelliano no tardó en comprender que había perdido su apuesta con Chewie.
Xaverri llevó a cabo todas las ilusiones tradicionales..., y después las mejoró. Partió por la mitad aun voluntario del público con un haz láser, y luego se partió por la mitad a sí misma. Se "teleportó" no sólo así misma sino también a una pequeña bandada de alas de murciélago rodianos desde una cabina de glasita herméticamente cerrada a una segunda cabina situada en el otro extremo del escenario, y todo ello mediante una sola erupción de humareda y llamas. Sus ilusiones eran tan elegantes como imaginativas, y estaban tan bien ejecutadas que casi conseguían hacerte creer que la maga realmente tenía poderes sobrenaturales.
Cuando pareció dejar en libertad a un enjambre de silbadores de Kayven para que atacaran al público, incluso Han se encogió sobre sí mismo, y luego tuvo que sujetar a Chewie para impedir que tratara de atacar a aquellas bestias ilusorias, tan real era su apariencia.
Como gran final de su actuación, Xaverri hizo desaparecer todo el muro de la sala de baile del hotel y lo sustituyó por un telón de negrura espacial salpicado de estrellas. Mientras el público expresaba su asombro con un coro de oooohs y aaaahs, el vacío espacial fue invadido repentinamente por la aterradora visión de una enana roja que se precipitaba sobre los espectadores. Chewie dejó escapar un aullido de terror y estuvo a punto de esconderse debajo de su butaca. Han estaba haciendo considerables esfuerzos físicos para conseguir que el wookie volviera a incorporarse cuando la ilusión se esfumó de repente y, sustituyéndola, apareció una gigantesca imagen de Xaverri que sonreía y hacía reverencias.
Han gritó, silbó y aplaudió hasta que le dolieron las manos. ¡Menudo espectáculo!
En cuanto los últimos aplausos se hubieron apagado, Han se apresuró a internarse por el laberinto escondido detrás del escenario. Quería conocer a la hermosa ilusionista, y deseaba decirle que poseía un talento extraordinario.
Xaverri era la primera mujer por la que se había sentido realmente atraído en mucho tiempo. De hecho, Han no se había sentido atraído por ninguna mujer desde que Bria le dejó.
Tras una larga espera entre la multitud que se había congregado delante de la puerta de acceso a los bastidores, Han vio salir de su camerino a Xaverri. Los realzadores plateados del iris habían desaparecido, y los ojos de la maga habían recuperado su color castaño oscuro natural. Xaverri había sustituido su traje de seda por un elegante conjunto de calle. Sonriendo afablemente, la maga escribió mensajes personalizados a sus fans y los firmó, y después marcó los diminutos cubos holográficos con la huella de su pulgar para que sirvieran como recuerdo de la función. Xaverri se mostró muy amable con todos sus admiradores.
Han se mantuvo deliberadamente en último término hasta que todo el mundo se hubo marchado y se encontró a solas con Xaverri y su ayudante, un rodiano de aspecto bastante hosco.
Y, finalmente, Han fue hacia la maga, luciendo la sonrisa más encantadora de todo su repertorio en los labios.
—Hola —dijo, mirándola a los ojos. Xaverri era casi tan alta como él, y sus botas de tacones altos complicadamente adornadas hacían que Han y ella tuvieran la misma altura—. Me llamo Han Solo y éste es Chewbacca, mi socio. Quería decirle que su espectáculo de magia me ha parecido el más original y emocionante de cuantos he visto en toda mi vida.
Xaverri le recorrió con la mirada desde la cabeza hasta los pies y después evaluó a Chewbacca de la misma manera, y luego sonrió..., pero con una sonrisa muy distinta, fría y llena de cinismo.
—Buenas noches, Solo. A ver si lo adivino —dijo—. ¿Está vendiendo algo?
Han meneó la cabeza. «Muy perspicaz por su parte. Pero ya hace mucho tiempo que no me dedico a las estafas. Ahora sólo soy un piloto...»
—En absoluto, señora. Sólo soy un fan que admira la magia escénica. Además, quería que Chewie tuviera ocasión de poder verla y olerla para que sepa que es tan humana como yo. Me temo que le ha dejado más que impresionado, ¿sabe? Cuando llenó el aire con esos silbadores de Kayven... Bueno, fue como algo surgido de una de las leyendas de criaturas aladas nocturnas de los wookies. Chewie no sabía si cavar un agujero en el suelo o vender cara su vida.
Xaverri alzó la mirada hacia Chewbacca y después, muy lentamente, su sonrisa llena de cinismo se fue desvaneciendo para ser sustituida por una auténtica sonrisa.
—Encantada de conocerte, Chewie. Y si te he asustado, lo lamento mucho —dijo, ofreciéndole la mano.
Chewie envolvió la mano de la maga con sus dos manazas peludas y le soltó un torrente de palabras en wookie, que Xaverri pareció entender a la perfección. El wookie le dijo que su espectáculo le había dejado asombrado y aterrorizado, pero que en cuanto la función hubo terminado descubrió que en realidad lo había pasado maravillosamente bien.
—¡Oh, muchas gracias! —exclamó Xaverri—. ¡Ésa es justamente la reacción que los magos esperamos obtener!
Han casi sintió celos al ver lo bien que parecían llevarse Xaverri y el wookie nada más conocerse, y al darse cuenta de que la maga estaba respondiendo a la abierta admiración de Chewie con una sincera gratitud.
Han, decidido a no dejar escapar el momento, dio un paso hacia adelante e invitó a la ilusionista a tomar una copa con ellos para celebrar el éxito de la función.
Xaverri le contempló en silencio durante unos momentos, y la cautela volvió a aparecer en sus ojos. Han también se dedicó a observarla, y de repente comprendió que se encontraba ante un ser humano que había sufrido alguna pérdida terrible en el pasado. Eso había hecho que Xaverri se volviera muy cautelosa y que tratara de protegerse a sí misma a toda costa. «Va a decir que no», pensó, sintiéndose terriblemente desilusionado. Pero después de unos momentos más de reflexión, Xaverri le sorprendió accediendo a acompañarlos.
Han la llevó a una pequeña taberna del sector corelliano en la que tanto la comida como la bebida eran baratas y de buena calidad, y donde actuaba una mujer con un laúd-flauta que alternaba el tocar su instrumento con delicadas canciones cantadas en voz baja y suave.
Hizo falta un poco de tiempo, pero Xaverri se fue relajando e incluso llegó a sonreír a Han de la misma manera en que sonreía a Chewie. Después de que la hubieran acompañado de vuelta al hotel, la ilusionista tomó la mano de Han entre las suyas y alzó la mirada hacia él.
—Solo..., muchas gracias. Me ha encantado conoceros, de veras. —Volvió la mirada hacia el wookie, quien la obsequió con un gimoteo lleno de satisfacción—. Ahora me doy cuenta de que lamento tener que despedirme de vosotros, y ha pasado mucho tiempo desde la última vez en que pude decirle eso a alguien.
Han le sonrió.
—Pues entonces no te despidas, Xaverri. Di «Hasta la vista», porque así será.
Xaverri respiró hondo antes de responder.
—No sé si es una buena idea, Solo.
—Yo estoy seguro de que lo es —replicó Han—. Oh, sí, ya lo creo que si…
Han volvió a la puerta de los camerinos a la noche siguiente, y a la otra. Él y Xaverri llegaron a conocerse muy bien, un pasito cauteloso detrás de otro. Xaverri no quería hablar de su pasado, y se mostraba todavía más reticente en todo lo que hacía referencia a él que Han respecto al suyo. Escuchando y haciendo preguntas lo menos directas posible, Han consiguió averiguar unas cuantas cosas sobre ella: Xaverri odiaba al Imperio y a todos los funcionarios imperiales con una ferocidad obsesiva y silenciosa que Han encontró un tanto inquietante, estaba orgullosa de sus habilidades como ilusionista y era incapaz de resistirse a los desafíos, y además... estaba muy sola.
Viajar de un planeta a otro, ofreciendo su espectáculo de magia a multitudes que la aclamaban y la vitoreaban pero teniendo que acabar siempre sola en la habitación de algún hotel, era una existencia muy dura. Han acabó teniendo la impresión de que había transcurrido mucho tiempo, quizá años, desde la última vez en que Xaverri había estado con un hombre. La ilusionista tenía muchas oportunidades, pero su reserva natural y su profunda suspicacia hacían que se resistiera a cualquier tipo de compromiso o relación.
Por primera vez en su vida, Han se encontró con que era él quien tenía que abrirse y comunicarse, y quien debía tratar de superar unas barreras que hacían que sus propias defensas emocionales, con todo y ser considerables, parecieran ridículamente insignificantes. Conseguirlo resultaba muy difícil y hubo varios momentos en los que el corelliano sintió la tentación de darse por vencido, faltando poco para que renunciara a su empresa por considerarla imposible.
Pero Xaverri le intrigaba y le fascinaba. Quería llegar a conocerla, y quería que llegara a confiar en él..., aunque sólo fuera un poco.
La tercera noche en que salieron juntos, Xaverri le dio un rápido beso delante de la puerta de su habitación antes de desaparecer por ella. Han volvió a casa sonriendo.
La noche siguiente se estaba preparando para salir cuando Chewbacca se levantó, dispuesto a acompañarle. Han alzó una mano delante del wookie en un gesto de advertencia.
—Eh, eh... Chewie, viejo amigo, esta noche no hace falta que vengas conmigo. Chewbacca dejó escapar un sonido entre despectivo y burlón. El wookie estaba totalmente seguro de que Han acabaría metiéndose en alguna clase de líos si no iba con él.
Los labios de Han se fueron curvando lentamente en una de sus irresistibles sonrisas.
—Exactamente, muchacho, y eso es justo lo que espero que ocurra. Esta noche voy a salir solo, ¿entendido? Te veré más tarde. Mucho más tarde..., o eso espero.
Sonriendo y silbando las primeras notas de la melodía que acompañaba al número de presentación de Xaverri, Han salió de su apartamento y echó a andar hacia el Castillo del Azar para esperar delante de la puerta del camerino de Xaverri.
Cuando apareció un rato después, la ilusionista llevaba un sencillo mono negro y escarlata que armonizaba admirablemente con el color de su piel y sus cabellos. Xaverri pareció contenta de verle, pero enseguida miró a su alrededor, dejando muy claro con su actitud que estaba buscando a Chewbacca.
—¿Dónde está Chewie?
Han la cogió del brazo.
—Esta noche se ha quedado en casa. Vamos a pasar una velada juntos tú y yo solos, pequeña..., si no te importa.
Xaverri le miró e intentó adoptar una expresión de amenazadora seriedad, pero de repente le sonrió maliciosamente.
—Eres un bribón, Han Solo. ¿Lo sabías?
Han le devolvió la sonrisa.
—Me alegro de que te hayas dado cuenta. Eso quiere decir que soy tu clase de hombre, ¿verdad?
Xaverri meneó la cabeza.
—Nunca se sabe...
Fueron a uno de los casinos controlados por los hutts, y gracias a la posición privilegiada de Han como piloto personal de Jabba y Jiliac, se vieron obsequiados con un tratamiento especial que incluía copas gratis, acceso a las mesas de juego reservadas a las apuestas más altas y los mejores asientos en los espectáculos.
La noche ya estaba muy avanzada cuando salieron del casino, y las verdaderas tinieblas nocturnas reinaban sobre aquella sección de Nar Shaddaa. Han acompañó a Xaverri hasta su hotel. Xaverri le preguntó cómo había conocido a Chewie, y de repente Han se encontró hablándole de sus años de oficial en la Armada Imperial.
—Y después de que me echaran de la Armada, descubrí que no podía encontrar trabajo como piloto —concluyó—. Me habían incluido en la lista negra, y no sabía de dónde saldría mi próxima comida. Pero aunque perdí los estribos y le ordené a Chewie que se fuera y que me dejara en paz de una maldita vez, no lo hizo. Chewie me dijo que una deuda de vida es la obligación más seria que puede llegar a contraer un wookie y que está por encima de todo..., incluso de los vínculos familiares. —Miró a Xaverri—. ¿Te molesta que haya sido oficial imperial? Sé que odias al Imperio.
La ilusionista meneó la cabeza.
—No, no me molesta. No serviste al Imperio el tiempo suficiente para que eso llegara a corromperte. No sé en qué dioses crees, pero deberías agradecérselo.
Han se encogió de hombros.
—Me temo que la lista de divinidades en las que creo sería realmente muy corta..., tanto que ni siquiera llegaría a una línea —dijo, tratando de evitar que la conversación empezara a seguir un curso demasiado serio—. ¿Qué me dices de ti?
Xaverri le miró, y Han vio que sus ojos estaban iluminados por una extraña luz.
—Mi religión es la venganza, Solo. He de vengarme del Imperio por lo que me hicieron..., y por lo que le hicieron a los míos.
Han alargó el brazo, tomó su mano y se la apretó.
—Háblame de ello..., si es que puedes hacerlo.
Xaverri meneó la cabeza.
—No puedo. Nunca se lo he contado a nadie. Si lo hiciera... Bueno, creo que no podría soportar hablar de ello y que me moriría. Es... Bueno, sencillamente eso es lo que creo.
—El Imperio... ¿Mató a tu familia? —preguntó Han, atreviéndose a hablar pese a que sabía que se estaba internando en un terreno muy peligroso.
Xaverri hizo una profunda inspiración de aire y asintió, los labios terriblemente tensos.
—Mi esposo, mis hijos... —dijo con voz seca y átona—. Sí. Los mataron a todos.
—Lo siento —dijo Han—. Yo nunca he conocido a mi familia, y ni siquiera estoy seguro de que tenga una familia. A veces, como en este momento, pienso que el no tener familia quizá no sea tan terrible después de todo...
Xaverri meneó la cabeza.
—¿Quién sabe? Tal vez tengas razón, Solo. Lo único que sé es que nunca dejo pasar por alto una oportunidad deshacerles daño. Mi trabajo me lleva por toda la galaxia, y puedo asegurarte que éste es el primer contrato desde hace mucho tiempo en el que no he dedicado hasta el último momento de mis ratos libres a pensar en cómo puedo hacerle daño al Imperio.
Han sonrió burlonamente.
—Eso se debe a que en Nar Shaddaa no hay imperiales.
Aquello no era del todo cierto, desde luego, pero sí que resumía muy bien la situación tal como era en la práctica. La Luna de los Contrabandistas contaba con una delegación de las Aduanas Imperiales cuyo personal se reducía a un viejo funcionario llamado Dedro Needalb que, básicamente, trabajaba para los hutts. Aun así, Needalb ostentaba el título de «Inspector de aduanas imperial». Cuando se acordaba y le apetecía, Needalb transmitía datos sobre las naves y sus cargamentos a Sarn Shild, el Moff de Sector local, pero nadie se tomaba la molestia de verificar si los datos que transmitía se correspondían con la realidad.
Básicamente, los hutts habían llegado a sus propios acuerdos particulares con Sarn Shild. Entregaban «contribuciones políticas» y «regalos personales» a Shild como muestra de «gratitud» por ser un representante imperial tan eficaz y competente. Shild, a su vez, procuraba no interferir en lo más mínimo con las actividades de los hutts.
Tanto Shild como los hutts estaban prosperando mucho gracias al acuerdo. «Son como un organismo simbiótico», pensó Han.
—Exactamente —dijo Xaverri—. Hacerle daño al viejo Dedro Needalb no tendría ningún sentido, ¿verdad? Eso supondría hacer daño a los hutts y a Nar Shaddaa, y en última instancia tal vez incluso acabaría resultando beneficioso para el Imperio..., y eso es lo último que deseo.
—Bueno, ¿y cómo te las arreglas para hacerle daño al Imperio? —quiso saber Han.
Se preguntó si Xaverri sería una asesina. Sabía que era una magnífica gimnasta y contorsionista, y que en algunos de sus trucos utilizaba armas como dagas, sables y hojas vibratorias; pero aun así le costaba imaginársela en el papel de una asesina. Xaverri era muy, muy lista. De hecho, Han tenía que admitir que probablemente fuera más lista que él. Eso quería decir que en su cruzada unipersonal contra el Imperio la ilusionista seguramente prefería utilizar su cerebro en vez de las armas.
—Xaverri le obsequió con una sonrisa enigmática.
—No quiero revelar todos mis secretos.
Han se encogió de hombros.
—Eh, el Imperio tampoco me cae demasiado bien. Los imperiales se han convenido en unos meros traficantes de esclavos, y yo odio la esclavitud. Quizá pueda echarte una mano en alguna ocasión... Sé defenderme, y puedo ser bastante útil en una pelea.
Xaverri le contempló con expresión pensativa.
—Me lo pensaré. La verdad es que llevo algún tiempo pensando en sustituir al viejo Glarret... Ya no es lo bastante rápido de reflejos para ser un buen ayudante en mi espectáculo, y además tampoco puede pilotar una nave. Ahora siempre he de pilotar yo, y eso puede llegar a ser muy duro.
—Bien, señora, pues permítame que le diga que soy un piloto de primera categoría —dijo Han con una gran sonrisa—. De hecho, soy un experto de primera categoría en un montón de materias.
Xaverri alzó los ojos hacia el cielo.
—Y además es modesto.
Ya habían llegado a la puerta de su habitación. La ilusionista se volvió hacia Han y le contempló en silencio durante un segundo interminable.
—Es muy tarde, Solo...
Han no se movió.
—Sí.
La ilusionista ejerció una suave presión sobre la cerradura con el pulgar y el índice, y la puerta se abrió sin hacer ningún ruido. Xaverri titubeó durante un segundo, y después entró en la habitación...
... dejando la puerta abierta.
Han sonrió y la siguió.
Han despertó pasadas unas horas y decidió dejar sola a Xaverri, que seguía durmiendo profundamente, para que pudiera acabar de disfrutar de su reposo. Se vistió sin hacer mido, y salió de la habitación después de haberle dejado un mensaje en el comunicador diciéndole que volvería antes de que anocheciera.
El amanecer acababa de despuntar sobre Nar Shaddaa, aunque en la Luna de los Contrabandistas el ciclo de actividad tenía muy poco que ver con la longitud antinatural (al menos para la mayoría de las especies inteligentes) de los días y las noches. Nar Shaddaa siempre estaba despierta, y siempre estaba activa. Han echó a andar hacia su casa por las calles atestadas, oyendo los gritos de los vendedores callejeros que anunciaban sus miríadas de artículos.
Empezó a silbar unas cuantas estrofas de una vieja canción corelliana mientras caminaba. Se sentía estupendamente. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos un poco de compañía femenina. Ya había transcurrido demasiado tiempo desde la última vez en que conoció a una mujer que realmente le importara, y resultaba obvio que Xaverri le encontraba tan atractivo como él la encontraba a ella. El recuerdo de sus besos aún conservaba el poder suficiente para hacer que el corelliano sintiera una punzada de emoción.
Un instante después Han se sorprendió contando las horas que faltaban para que pudiera volver a ver a Xaverri, y soltó una risita mientras meneaba la cabeza. «Contrólate, Solo. Ya no eres un chaval cegado por el primer amor, ¿verdad? Eres....
Y de repente un objeto afilado se hundió en su nalga derecha. Al principio Han pensó que había tropezado, y que su trasero había chocado con un trozo de glasita que sobresalía del edificio medio en ruinas que había detrás de él.
Pero un instante después sintió que una extraña oleada de calor cosquilleante se extendía a una velocidad vertiginosa por todo su ser. Sus pasos se volvieron repentinamente vacilantes, y la visión se le nubló para volver a aclararse casi enseguida.
¿Qué está pasando?.
Unos dedos de acero se tensaron alrededor de su brazo y tiraron de él hasta arrastrarlo al interior de un callejón. Han, horrorizado, se dio cuenta de que era incapaz de resistirse. Sus manos se negaban a obedecer las órdenes de su cerebro.
«¿Drogado? ¡Oh, no:»
Una voz átona e inhumana le habló desde detrás de su hombro derecho.
—No te muevas, Solo.
Han descubrió que seguía siendo incapaz de hacer nada que no fuera mantenerse totalmente inmóvil. Por dentro estaba hirviendo de rabia con una ira tan abrasadora y explosiva como el plasma estelar, pero su cuerpo parecía decidido a obedecer todas las órdenes de aquella voz artificialmente amplificada.
¿En manos de quién he caído? ¿Qué quiere de mí?»
Han ordenó a todos los músculos, tendones y neuronas de su organismo que se concentraran al máximo en la tarea de mover sus manos, sus brazos y sus piernas. Las gotas de sudor se acumularon sobre su frente y empezaron a metérsele en los ojos, pero ni siquiera logró mover un dedo.
La mano se apartó de su brazo y bajó hasta su muslo para soltar la tira de cuero que mantenía su desintegrador dentro de la pistolera. Han pudo sentir cómo el leve peso que había estado percibiendo en todo momento encima de su muslo disminuía de repente cuando su atacante le desarmó. Cada vez más furioso, hizo un nuevo intento de moverse..., pero sus esfuerzos fueron tan infructuosos como si estuviera tratando de introducir una nave en el hiperespacio mediante la potencia de sus músculos.
Intentó hablar. Trató de preguntar a su captor quién era, pero incluso eso estaba fuera de su alcance. Lo único que podía hacer era respirar, tragando aire y expulsándolo, abrir y cerrar los ojos y obedecer.
Si Han hubiera sido un wookie, habría estado aullando durante un buen rato.
Después de aliviar a Han del peso de su desintegrador, su captor se colocó delante de él. Han por fin pudo echarle un vistazo. «¡Un cazador de recompensas!", gritó su mente en cuanto lo vio.
El cazador de recompensas llevaba una vieja y bastante maltrecha armadura mandaloriana de color gris verdoso cuyo casco ocultaba por completo sus facciones, e iba armado hasta los dientes..., y además lucía alguna clase de trenzas hechas con cueros cabelludos blancos y negros colgando de su hombro derecho. Han se preguntó quién sería aquel tipo. Debía de formar parte de la elite de los cazadores de recompensas, y seguramente sería el típico especialista que sólo perseguía a los «casos difíciles».
El corelliano supuso que tendría que sentirse halagado, pero en el mejor de los casos aquel honor parecía bastante dudoso.
El cazador de recompensas deslizó la mano sobre el cuerpo de Han, palpándolo en busca de más armamento. Encontró la multiherramienta que Han llevaba en el bolsillo, y la confiscó. El corelliano volvió a tratar de moverse, pero no podía hacer absolutamente nada aparte de inhalar y exhalar. Su respiración, áspera y entrecortada, resonaba ruidosamente en sus oídos.
La figura envuelta por la armadura mandaloriana alzó la mirada hacia él.
—No malgastes tus energías, Solo —dijo después—. Te he inyectado una dosis de un veneno muy útil que descubrieron hace poco en Ryloth. Sale bastante caro, pero teniendo en cuenta la recompensa que pagan por ti, yo diría que el gasto estaba justificado. Durante varias horas no podrás moverte salvo para obedecer mis órdenes. La duración de los efectos varía dependiendo del sujeto, pero cuando se hayan disipado ya estaremos a bordo de mi nave y a punto de llegar a Ylesia.
Han miró fijamente al cazador de recompensas, y de repente comprendió que ya había visto anteriormente a aquella figura blindada con su armadura mandaloriana. Hacía mucho tiempo de eso, desde luego. ¿Cuándo la había visto? Han se concentró, pero el recuerdo se negó a volver a su memoria.
Una vez hubo acabado de registrarle, el cazador de recompensas se incorporó.
—Bien, date la vuelta.
Han se encontró dándose la vuelta.
—Y ahora camina. Tuerce ala derecha en cuanto llegues a la entrada del callejón.
El corelliano siguió consumiéndose en una rabia impotente mientras su cuerpo obedecía cada orden. Derecha-izquierda, derecha-izquierda. Estaba andando, y el cazador de recompensas se encontraba justo detrás de él. Han podía verlo de vez en cuando en el límite de su campo de visión.
Echaron a andar por la calle de Nar Shaddaa, y durante un momento Han albergó la esperanza de que podrían encontrarse con alguno de sus amigos, posiblemente incluso con Chewie. ¡Alguien tenía que darse cuenta de lo que le estaba ocurriendo!
Pero aunque fueron muchos los habitantes de Nar Shaddaa que vieron pasar al cazador de recompensas y a su presa, nadie les dirigió la palabra. Han tuvo que admitir que no podía culparles por ello. Fuera quien fuese, resultaba obvio que aquel cazador de recompensas pertenecía a una especie muy distinta de los que había eliminado antes. Aquel tipo era listo, hábil y extremadamente peligroso. Quienquiera que se interpusiese en su camino lo lamentaría, porque las consecuencias de esa temeridad serían terribles para él.
Derecha-izquierda, derecha-izquierda, derecha-izquierda.
El cazador de recompensas giró hacia la derecha en el cruce que llevaba al tubo de transporte más cercano. Han sabía hacia dónde se dirigían: tenían que estar yendo hacia la plataforma de descenso pública más próxima, y el cazador de recompensas debía de tener una nave esperándole allí.
Han entró obedientemente en el tubo de transporte. Hizo un nuevo intento de moverse, pensando que se habría conformado con poder mover aunque sólo fuese un dedo de la mano o del pie. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles. El sistema de transporte público consistía en pequeñas cápsulas, cada una de las cuales era capaz de acoger a cuatro o cinco individuos, que se alineaban a lo largo de un cable como cuentas ensartadas en un hilo.
El captor de Han no se sentó, pero le ordenó que se sentara. El corelliano obedeció y se quedó inmóvil en el asiento, hirviendo de ira mientras se imaginaba todas las cosas que le haría a aquel cazador de recompensas si pudiera moverse.
El cazador de recompensas no habló, y Han no podía hacerlo aunque hubiese querido. El corto viaje transcurrió en silencio.
Cuando salieron de la cápsula, Han se encontró, tal como había sospechado, en una de las pistas de descenso públicas instaladas en los tejados. La pista era enorme, y su lisa desnudez sólo estaba interrumpida por varios conductos de ventilación que proporcionaban un poco de aire y luz a los edificios que había debajo de la plataforma. Los conductos daban directamente al vacío, sin ninguna barandilla que pudiera proteger a un paseante distraído de la muerte segura que le aguardaba a centenares o millares de niveles más abajo si caía en alguno de ellos.
Un recuerdo tan repentino como vívido de la noche en que Garris Alcaudón le había perseguido a través de las plataformas de los niveles superiores de Coruscant acudió a la memoria de Han. En aquella ocasión había logrado sobrevivir por muy poco, y el corelliano tenía el terrible presentimiento de que esta vez no iba a tener tanta suerte.
Han se encontró preguntándose qué le tendría reservado el destino cuando volviera a Ylesia. Teroenza no tenía ni una sola molécula de bondad o compasión en todo su enorme cuerpo, y se aseguraría de que su prisionero conociera un final tan lento como horrible.
Durante un momento Han deseó recuperar el control de su cuerpo durante el tiempo suficiente para poder lanzarse por uno de aquellos conductos de ventilación. Pero por mucho que se esforzara para moverse, no podía hacer nada salvo obedecer órdenes.
Han y su captor avanzaron por entre las naves estacionadas, dirigiéndose hacia un destino ignorado por Han.
Derecha-izquierda, derecha-izquierda, derecha-izquierda.
El cazador de recompensas señaló hacia adelante, y su brazo entró en el campo visual de Han.
—Ve hacia esa nave de la clase Chorro de Fuego modificada.
Han ya podía verla, y enseguida se dio cuenta de que el cazador de recompensas no bromeaba al emplear la palabra «modificada». El navío de patrulla y ataque era realmente inusual, y resultaba obvio que había sido sometido a considerables alteraciones. A diferencia de otras naves, había descendido con sus motores de propulsión Sistemas F–31 del Conglomerado Kuat dirigidos hacia el permacreto. Con una forma aproximadamente ovoide, la nave «se levantaría» sobre su popa para volar en cuanto aquellos potentes motores entraran en acción. Han nunca había visto una estructura parecida, pero la nave le recordó a su propietario y enseguida pensó que el Chorro de Fuego era tan poderoso y mortífero como él.
Su interés por la nave era tan agudo que durante un momento se olvidó del apuro en el que se hallaba, y se encontró deseando poder echar un vistazo al interior..., y un instante después se preguntó cómo podía ser tan estúpido. Iba a poder ver el interior, desde luego. Han pasaría varios días a bordo de aquel modelo de la clase Chorro de Fuego modificado mientras la nave lo llevaba a una tortura segura y una muerte inevitable.
Estaban avanzando por una especie de pasillo entre dos gigantescos cargueros de fabricación durosiana. Sólo faltaban unos cuantos pasos para que llegaran a la nave del cazador de recompensas, y ahí terminaría todo. Han era demasiado realista para tratar de consolarse con fantasías en las que, una vez dentro de la nave, lograba encontrar alguna manera de vencer a aquel tipo, se hacía con el control del Chorro de Fuego y escapaba, milagrosamente salvado.
Deseó poder tragar saliva. Tenía la garganta tan reseca que le dolía. Derecha-izquierda, Derecha-izquierda, Derecha-izquierda. «Se acabó —pensó—. Esta vez sí que realmente se acabó todo...»