Capítulo 14
La batalla de Nar Shaddaa
Lo primero que vio el almirante Winstel Greelanx cuando el Destino Imperial emergió del microsalto hiperespacial fue una diminuta nave de exploración que viraba a toda velocidad y se alejaba frenéticamente de él. El almirante sonrió sarcásticamente. «Bueno, me imagino que hoy veré muchas maniobras como ésta...»
El pensamiento le deprimió. Conseguir ser derrotado por aquel hatajo de delincuentes iba a resultar realmente muy difícil. ¿Cómo se las iba a arreglar para hacerlo?
—El escuadrón ha emergido del hiperespacio, señor —anunció su segundo de a bordo, el comandante Jelon.
La rutina asumió el control de la mente del almirante, y Greelanx se encontró empezando a dar órdenes de manera automática. —Ordene al escuadrón que inicie el despliegue.
Greelanx sabía qué estaba ocurriendo, y no se molestó en volverse hacia las pantallas. Los siete navíos de combate de primera línea adoptaron la formación de cuña prescrita por el plan del almirante, con el Destino como punta de la cuña. Después venían dos cruceros pesados, el Paralizador y el Liquidador, seguidos por el Protector de la Paz y el Orgullo del Senado. Los últimos dos cruceros pesados, el Irresistible y el Inexorable, formaban la retaguardia. Los destructores lanzaron sus cazas TIE, que se apresuraron a desplegarse para envolver a la cuña.
Los dos navíos de reconocimiento de la clase Galeón, el Vigilancia y el Avanzada, se colocaron delante del escuadrón y lanzaron sus cazas TIE de reconocimiento. Los dieciséis navíos de escaramuza, corbetas de la clase Guardián del servicio aduanero, ya habían adoptado su formación toroidal y estaban preparados para bloquear todas los vectores de huida de la Luna de los Contrabandistas.
El despliegue se produjo de manera tan rápida como fluida, y no se cometió ni un solo error. Greelanx había obligado a sus comandantes a aprenderse de memoria hasta el último apartado de su plan de batalla.
—El escuadrón ha sido desplegado siguiendo sus órdenes, almirante —anunció Jelon unos minutos después.
—Muy bien. Ordene al escuadrón que avance tal como se había planeado.
—Sí, almirante.
El escuadrón empezó a avanzar a las velocidades especificadas, con los piquetes dirigiéndose hacia Nar Shaddaa a velocidad de flanqueo, la hilera de navíos de escaramuza avanzando a velocidad de crucero y los navíos de combate de primera línea avanzando a velocidad de flanqueo.
Greelanx volvió la mirada hacia el ventanal del puente y después echó un vistazo a los sensores de largo alcance, y enseguida vio que Nar Shaddaa estaba rodeada por centenares, y quizá incluso millares, de fragmentos de basura espacial. El almirante pensó que sus navíos de primera línea nunca podrían atravesar aquel mar de obstáculos, especialmente si los contrabandistas llegaban a ofrecer alguna clase de resistencia. Cuando estuvieran cerca de la luna, tendría que ordenar que alteraran su vector de aproximación directa para describir una curva que los alejara de aquellos restos.
Greelanx permaneció inmóvil con las manos entrelazadas a la espalda mientras contemplaba los parpadeos del diminuto puntito visible en el repetidor táctico que indicaba la situación de la minúscula nave que acababa de iniciar una frenética huida. El pequeño navío de exploración ya se encontraba muy cerca de los restos flotantes cuando otras dos naves no muy grandes, que Greelanx supuso serían cargueros, se unieron a su aterrorizada fuga.
El almirante suspiró. Su plan de batalla preveía que toda la confrontación terminara en menos de quince minutos. Greelanx pensó que sería mejor que empezara a pensar cómo se las iba a arreglar para ser derrotado...
Durante el primer minuto, Roa tuvo que hacer un tremendo esfuerzo de voluntad para no sucumbir al pánico y saltar al hiperespacio. La visión del escuadrón imperial emergiendo del hiperespacio le había dejado francamente aterrorizado. El veterano contrabandista ya sabía que el escuadrón imperial estaría formado por docenas de naves, algunas de las cuales serían tan enormes que a su lado cualquiera de las que había pilotado a lo largo de su vida parecería un insecto insignificante, pero ese conocimiento era de naturaleza meramente intelectual y no le había preparado para la terrible experiencia de estar a punto de chocar con ellas.
Casi sin enterarse de que lo hacía, Roa se encontró virando y dirigiéndose hacia Nar Shaddaa a máxima velocidad. Se obligó a hacer varias inspiraciones de aire lo más profundas posible, y trató de controlar su miedo. La rutina aprendida en los ejercicios de entrenamiento fue volviendo a su mente mientras la Lwyll surcaba el espacio a toda velocidad. «Informar... He de informar del contacto. Estás pilotando una nave de exploración, ¿recuerdas?»
Conectó su comunicador y sintonizó la frecuencia especial codificada que habían preparado.
—Centro de Defensa, aquí la Lwyll —dijo—. Adelante, Centro de Defensa...
La voz de Mako resonó dentro de su casco.
—Te recibimos, Lwyll. ¿Los has localizado?
—Afirmativo, Centro de Defensa. —Roa echó un vistazo a sus sensores y a su pantalla táctica trasera—. Los imperiales se han desplegado, y están avanzando.
—Estupendo, Roa. Recuerda que eso es justo lo que queremos que hagan, así que sigue animándoles a seguir adelante. Si puedes hacerlo sin que sospechen, deberías reducir un poco la velocidad. Voy a enviar al Interludio Elegante y al Viajero Estelar para que te ayuden a atraer por lo menos a uno de esos piquetes al sitio en el que queremos que estén.
—Recibido, Centro de Defensa.
Roa redujo levemente la velocidad, asegurándose de que lo hacía de manera gradual. La rapidez con la que se estaban aproximando los navíos de la clase Galeón le había dejado asombrado. «¡Qué naves tan veloces!» Roa se alegró de que Mako hubiera enviado a las dos naves de que disponía para que le echaran una mano. Las dos eran muy rápidas, y tanto Danith Jalay como Renna Strego eran capitanes con mucha experiencia.
Roa respiró hondo. El miedo seguía allí, agazapado en algún lugar de su ser, pero ya no suponía ninguna amenaza para sus procesos mentales.
Roa se acomodó en su asiento y se concentró en lo que tenía que hacer.
En el puente del Perla de Dragón, Mako Spince observaba los sensores y las pantallas tácticas con tanta atención que apenas sise atrevía a parpadear. El Perla era demasiado grande para poder ocultarse entre los restos y cascos que flotaban a la deriva de la manera en que sí podían hacerlo algunas de las naves más pequeñas, pero ya había ordenado a Azul que colocara el navío de tal manera que las naves de la clase Galeón no podrían detectar su presencia hasta que los imperiales estuvieran donde querían que estuvieran.
Mako vio que una nave de la clase Galeón, la Avanzada, había alterado su curso para dirigirse hacia el otro lado de Nar Shaddaa, donde la Vigilancia seguía avanzando hacia la emboscada. Era una decisión bastante lógica, ya que Greelanx no podía saber dónde decidirían librar batalla los contrabandistas. En cuanto éstos lanzaran su ataque, la Avanzada probablemente se limitaría a mantener su posición sin tomar parte en el combate, y permanecería allí para informar de la presencia de cualquier nave de los contrabandistas que intentara escapar del ataque imperial y, posiblemente, se encargaría de impedir que huyera.
La otra nave de la clase Galeón, aquella cuya firma de emisión la identificaba como la Vigilancia, seguía avanzando hacia la posición de Mako.
«Ya casi te tenemos, preciosa —pensó Mako, limpiándose el sudor de las palmas en los pantalones—. Un poquito más...»
Falan Iniro había nacido en Corellia, y sus amigos solían decirle que era demasiado impulsivo y temerario. Iniro replicaba a sus críticas observando que normalmente su rapidez a la hora de actuar era una virtud, ya que solía proporcionarle los negocios más lucrativos, los cargamentos más apetecibles y las mejores manos de sabacc.
Y en aquel momento, mientras esperaba a bordo del ¡Ahí va eso, su carguero ligero de la clase YT–1210 modificado, Iniro estaba empezando a ponerse bastante nervioso. «Oh, maldita sea —pensó—. ¿Qué demonios estará pasando?»
Tener que esconderse en la sombra del casco medio destrozado de un carguero, adherido a su flanco mediante una garra magnética, resultaba francamente frustrante. Iniro volvió a inspeccionar sus instrumentos, y esta vez algo atrajo su atención. Algo realmente grande se estaba aproximando a ellos..., y ya estaba muy, muy cerca.
«Tiene que ser una nave imperial», pensó Iniro. Por un momento deseó haber instalado sensores nuevos del tipo moderno, cuya capacidad identificatoria era mucho mayor.
—Eh, Gadaf, tengo alguna clase de contacto en los sensores —dijo, volviendo la cabeza hacia su artillero, un rodiano llamado Gadaf—. Prepárate para abrir fuego.
—De acuerdo, capitán —replicó el rodiano—. Estoy preparado para disparar.
Algunos contrabandistas habían comentado que el ¡Ahí va eso/ disponía de tan poco armamento que nunca podría enfrentarse a un navío imperial, pero Falan hilito estaba convencido de que sus habilidades de pilotaje —que eran considerables— compensarían más que sobradamente el hecho de que sólo contara con un láser instalado en una torreta superior.
—Ojalá... —empezó a decir el rodiano en un tono levemente preocupado.
—¿Ojalá qué? —le interrumpió Iniro.
—Ojalá hubiéramos tenido tiempo de calibrar las miras del láser, jefe. Insiste en disparar demasiado hacia la derecha, y siempre he de estar compensando la desviación.
miro no estaba de humor para quejas.
—No es una desviación que cueste mucho de compensar, Gadaf. Estoy harto de dar en el blanco con ese láser.
—Ya lo sé, jefe —dijo el rodiano—. Y creo que yo tampoco lo hago demasiado mal, ¿eh?
—No, no...
Miro, cada vez más irritado, se removió nerviosamente en su asiento. «¿Cuándo vamos a recibir nuestras malditas órdenes?»
Todo su cuerpo se envaró de repente cuando oyó una voz brotando de sus auriculares. Era la voz de Mako Spince y quedaba bastante deformada por la distancia y los restos espaciales que se interponían entre el emisor y el receptor, pero aun así seguía siendo reconocible.
—Elemento del Primer Ataque, aquí Centro de Defensa. Preparaos para...
miro dejó escapar un grito de alegría, y un instante después cayó en la cuenta de que no había entendido la última palabra. Pero seguramente tenía que ser «atacar», ¿no? De hecho, miro estaba prácticamente seguro de que la última palabra del mensaje había sido «atacar».
Durante un momento pensó en activar su comunicador para pedir al Centro de Defensa que le repitiera el mensaje, pero al final no lo hizo. ¡Todo el mundo se reiría de él, y se quedaría rezagado mientras los demás atacaban!
—¡Vamos allá! —aulló, y desactivó su agarradera magnética.
miro salió de detrás de la masa de chatarra espacial y vio que había otras dos naves con él. ¿Sólo dos? En el nombre de los Esbirros de Xendor, ¿dónde estaban las demás?
miro no tuvo tiempo para seguir preguntándose dónde podían haberse metido, porque fue atacado casi al instante. Alguna variedad de caza TIE acababa de abrir fuego contra él.
Una andanada chocó con su escudo delantero. miro compensó los sistemas, y sintió cómo la nave vibraba cuando Gadaf disparó contra el TIE. El disparo, excesivamente desviado hacia la izquierda, se perdió en el vacío.
«¡El muy idiota ha calculado mal la compensación!., pensó miro mientras usaba toda la energía motriz de que podía disponer para hacer que el ¡Ahí va eso! describiera un vertiginoso viraje.
—¡Acaba con él, Gadaf! —gritó.
Un haz rojizo surgió del cañón láser y pasó rozando al TIE, que también estaba virando.
miro soltó un juramento e inició la persecución, algo que no resultaba nada fácil entre aquel montón de restos espaciales. El corelliano tenía que poner la nave en posición vertical prácticamente a cada momento, y se veía obligado a recurrir a maniobras todavía más drásticas para no chocar con algún pecio.
—¡Vector de... tiro... inminente! —gritó—. ¡Prepárate, Gadaf!
Tal como le había prometido a su artillero, un instante después el caza TIE y el ¡Ahí va eso! quedaron alineados en una trayectoria totalmente despejada sin que nada se interpusiera entre ellos. Otro haz rojizo hendió el vacío, ¡y esta vez empaló al caza TIE de reconocimiento justo por el centro del fuselaje!
La explosión desplegó su fogonazo amarillo durante una fracción de segundo, y después empezó a expandirse para formar una flor blanca que creció y creció...
... hasta que el TIE desapareció, y allí donde había estado sólo quedaron chispas de restos llameantes y cenizas que flotaban en el vacío.
Pero antes de que miro pudiera celebrar su victoria, algo que acababa de aparecer en la pantalla táctica atrajo su atención. ¡Aquel «algo» era francamente grande y se estaba aproximando, y dentro de un segundo lo tendría justo encima!
El capitán miro se retorció frenéticamente en su asiento de pilotaje, manipulando sus controles casi a puñetazos en un desesperado intento de huir mientras trataba de ver qué se le venía encima. Un instante después pudo entreverlo por el rabillo del ojo. «Esbirros de Xendor, es realmente enor...»
Falan miro nunca pudo llegar a completar el pensamiento. Las baterías de cañones turboláser de gran calibre del crucero ligero de la clase Galeón envolvieron al pequeño carguero en una oleada de fuego verdoso, desintegrando por completo al ¡Ahí va eso! en menos tiempo del que necesita un ser humano para abrir y cerrar los ojos.
Diez segundos después, incluso la nubecilla de polvo espacial se había disipado.
Escasos segundos después de haber seguido al ¡Ahí va eso! de Falan miro fuera de su escondite, Niev Jaub ya sabía que había cometido un terrible error. El diminuto sullustano estaba pilotando el Bnef Nlle, su pequeño carguero ligero (modificado, por supuesto), y cuando vio que el ¡Ahí va eso! salía a toda velocidad de entre los restos espaciales, supuso que no había logrado recibir la orden de Mako y siguió a la otra nave. Apenas estuvo «en campo abierto», Jaub se dio cuenta de que sólo había otra nave con ellos. La conclusión obvia era que se habían adelantado y que el ataque todavía no había empezado.
Durante un momento pensó en volver atrás para esconderse de nuevo, pero ya era demasiado tarde. La andanada de energía verdosa disparada por el caza TIE más próximo casi le chamuscó los bigotes. Jaub hizo que su pequeño carguero (cuyo aspecto general recordaba a uno de los reptiles provistos de caparazón de su mundo natal) se desviara bruscamente hacia la derecha en una maniobra evasiva.
A diferencia de la inmensa mayoría de los defensores de Nar Shaddaa, Jaub era un comerciante honrado que, casualmente, hacía negocios en la Luna de los Contrabandistas, donde entregaba cargamentos de manjares exóticos a los antiguamente elegantes hoteles-casino. Nar Shaddaa contaba con un enclave sullustano bastante grande, y el pequeño alienígena tenía parientes y amigos viviendo allí. Como consecuencia de todo ello, cuando Mako lanzó su petición de auxilio, Jaub pensó que debía responder a ella. ¡Después de todo, no podía quedarse cruzado de brazos y permitir que su familia y sus amistades murieran sin tratar de hacer algo para evitarlo!
«¿Y ahora qué? —se preguntó mientras disparaba contra un caza TIE—. ¡No puedo competir con estos pilotos! ¡En toda mi vida de comerciante ni siquiera he disparado mi armamento salvo en las prácticas de tiro!»
Pero ya no podía volverse atrás. El crucero ligero de la clase Galeón acababa de unirse al combate, y los ya enormes ojos de Jaub se volvieron todavía más gigantescos cuando vio cómo el ¡Ahí va eso! desaparecía entre una explosión verdosa de fuego turboláser.
Jaub, horrorizado, contempló cómo la nave corelliana quedaba convertida en vapor.
Si hubiera creído que podía dejar atrás a cualquiera de aquellas naves, Jaub tal vez habría intentado huir. Pero sabía que nunca lo conseguiría. El diminuto sullustano pensó que lo único que podía hacer era seguir con vida y, tal vez, darle a algún blanco si la suerte se ponía de su parte. ¡Malta ya no podía tardar en ordenar el inicio del ataque general!
Jaub volvió a alterar su curso mientras un TIE, aparentemente surgido de la nada, pasaba rugiendo junto a él. La maniobra evasiva hizo que entrara en el radio de alcance de los cañones turboláser del navío de la clase Galeón. El piloto sullustano dejó escapar un graznido del más puro terror cuando una casi imperceptible chispita verde rozó el casco de su navío.
«Estoy bien —pensó—. No me ha dado, no me ha dado, no me ha... Oh, dioses... Sí que me ha dado...»
Los niveles de sus indicadores de energía estaban bajando a toda velocidad. La andanada casi no le había rozado, pero debía de haber volatilizado sus escudos posteriores y le había dejado sin motores. El Bnef Nlle seguía avanzando a toda velocidad impulsado por las garras de la inercia, pero sus motores ya no funcionaban.
Jaub comprobó sus toberas de maniobra y vio que todavía estaban en condiciones de funcionar. No podía frenar ni acelerar, pero sí podía virar.
Miró a su alrededor y vio que dos cazas TIE se estaban lanzando sobre su popa. Dentro de unos segundos lograrían alcanzarle y lo convertirían en una nube de átomos.
El navío de la clase Galeón no parecía tener ningún deseo de desperdiciar el poderío de sus cañones turboláser de gran calibre con un minúsculo carguero averiado. La gigantesca nave imperial continuaba surcando majestuosamente el vacío, siguiendo un curso paralelo al de Jaub y avanzando un poco por detrás de él.
«Segundos... Sólo me quedan segundos. Haz que sirvan de algo», pensó Jaub. No se consideraba particularmente valiente, pero los sullustanos eran famosos por ser una especie muy práctica.
Jaub hizo que su nave iniciara una veloz serie de toneles, usando sus toberas de maniobra a máxima potencia de manera totalmente deliberada para que la Bnef Nlle girase incontrolablemente sobre su eje. Las estrellas y los restos espaciales giraron en su ventanal, haciendo que el estómago de Jaub amenazara con rebelarse.
—¡Bnef nlle a todo el mundo! —gritó mientras se lanzaba contra el flanco del navío de la clase Galeón.
“Bnef nlle” significaba «buena suerte» en sullustano.
Al principio Jaub pensó que no iba a conseguirlo, que el navío de la clase Galeón iba demasiado deprisa..., pero entonces dispuso de un último segundo para comprender que lo había logrado, y que iba a estrellarse contra uno de los escudos de babor de la gigantesca nave.
Una inmensa oleada de alegría se extendió por todo su ser, y un instante después ya sólo hubo fuego por todas partes...
—¡Condenados estúpidos! ¿Por qué no han esperado a recibir mi orden? —gritó Mako mientras clavaba los ojos en las lecturas de su pantalla táctica y se preguntaba por qué aquellas naves no habían podido tener un poco más de paciencia.
Quizá no le habían entendido. Mako les había dicho que se prepararan para esquivar al enemigo, y apenas acababa de hablar cuando aquellos tres cargueros impetuosos habían salido a toda velocidad de sus escondites. Mako se había quedado paralizado delante de la pantalla, soltando un torrente de maldiciones en muchas lenguas distintas mientras veía cómo dos de sus naves eran hechas pedazos.
Por lo menos el segundo piloto, fuera quien fuese, había conseguido que su muerte sirviera para algo, e incluso el idiota que había causado todo aquel lío había conseguido eliminar a un TIE de reconocimiento.
La tercera nave venía a toda velocidad hacia ellos, con un TIE pisándole los talones en una feroz persecución.
—¡Estupendo! —aulló Mako—. ¡Muy bien, llévales justo al sitio en el que nos estamos escondiendo! ¡Si sobrevives a esta batalla, te aseguro que te estrangularé con mis propias manos!
—Si no hacemos algo acabarán con él en cuestión de segundos, Mako —dijo Azul en un tono lleno de tensión.
—Debería dejar que ese imbécil pagara su error —gruñó Mako. Pero un último vistazo a sus pantallas tácticas le convenció de que el navío de la clase Galeón ya se había internado en el mar de restos lo suficiente para le resultara imposible virar lo bastante deprisa y huir antes de que abrieran fuego contra él. «De hecho, está muy cerca...», pensó.
—Muy bien —le dijo a Azul y a la dotación artillera—. ¡Vamos a salvarle el pellejo a ese inútil!
Mako conectó su comunicador.
—¡Iniciad el ataque! —ordenó—. ¡Chicos y chicas del Elemento del Primer Ataque, adelante! Acabad con esos cazas TIE y yo me ocuparé de ese navío de la clase Galeón. ¡Estad preparados para echarme una mano! ¡Vamos a acabar con ese monstruo!
Azul estaba sacando el Perla de Dragón de su escondite y el carguero que huía a toda velocidad los vio y alteró su curso para ir hacia ellos, como un niño que se apresura a esconderse debajo de las faldas de su madre. Azul dio una seca orden a sus artilleros, y las seis potentes baterías turboláser del yate hutt emitieron torrentes de destrucción verde para empalar al caza TIE.
El TIE desapareció en una espectacular explosión.
—Qué desperdicio de energía... —gruñó Mako—. Esos malditos trastos ni siquiera tienen escudos.
El Perla estaba avanzando hacia el navío de la clase Galeón, que acababa de darse cuenta de que tenía un nuevo enemigo.
—¡Lanza esos Cazadores de Cabezas, Azul! —gritó Mako.
—¡Los lancé hace dos minutos! —replicó Azul, igualmente a gritos—. ¡Deja de decirme cómo he de hacer mi trabajo!
El Vigilancia alteró su curso para dirigirse hacia el yate, y los dos navíos iniciaron su batalla espacial.
El navío de la clase Galeón, naturalmente, contaba con una considerable ventaja inicial. Su blindaje era mucho más grueso que el del yate, y además disponía de mejores escudos y de un armamento más potente. También era más rápido, aunque no por mucho.
Sin embargo, la tripulación de Mako contaba con dos factores que podían anular esa ventaja e invertirla a su favor. Azul estaba acostumbrada a maniobrar por entre los restos espaciales de Nar Shaddaa, en tanto que el piloto del navío de la clase Galeón no lo estaba. El yate hutt también era más pequeño, lo cual quería decir que podía moverse con más agilidad.
Azul explotó al máximo esos dos factores, avanzando a toda velocidad para disparar primero y forzando hasta el último remache del gran yate espacial hutt para esquivar las andanadas de represalia a continuación.
Después de haberse visto lanzado a la cubierta cuando la gravedad artificial dejó de funcionar durante una fracción de segundo a causa de un impacto, Mako aprendió la lección y se puso el arnés de seguridad. Estando sentado veía las manchas de color que se reflejaban en el ventanal a cada nueva andanada láser y los destellos de fuego láser que bailoteaban sobre sus escudos cuando éstos repelían un haz de energía, pero no podía ver al Vigilancia desde su centro de mando.
Mako había estado temiendo que el Vigilancia fuera uno de los nuevos modelos imperiales mejorados que habían sido equipados con rayos tractores, pero al parecer carecía de ellos.
El yate hutt tembló una y otra vez bajo las repetidas andanadas de fuego turboláser.
—Estamos perdiendo los escudos de estribor —anunció Azul—. Otro impacto en esa zona, y...
¡WHAM!
El Perla se bamboleó con espantosa violencia, como un animal herido súbitamente derribado por las garras de un depredador. Azul masculló una maldición.
—¡Fuego a discreción! —gritó—. ¡Atizadles bien fuerte con todo lo que tenemos!
El yate de Jiliac se estremeció cuando las baterías turboláser lanzaron dos andanadas casi seguidas.
Mako ardía en deseos de levantarse y ver con sus propios ojos qué estaba ocurriendo, pero la nave había empezado a temblar con tal violencia que el hacerlo habría resultado muy peligroso. Su situación ya era bastante apurada para que la complicara todavía más rompiéndose un brazo..., o el cuello.
¡WHAM-WHAM!
—Condenación... —dijo Azul—. Hemos perdido tres monturas turboláser.
¡WHAM!
—Corrección: hemos perdido cuatro monturas turboláser.
—¿Qué demonios está pasando, Azul? —aulló Mako, tratando de hacerse oír por encima de la siguiente andanada—. ¿Les estamos haciendo algún daño?
—Sí, les estamos haciendo daño —gruñó Azul—. ¡Disparad, chicos! ¡Vamos, otra vez!
Incapaz de seguir soportando el suspense por más tiempo, Mako se quitó el arnés de seguridad y cruzó tambaleándose la cubierta sacudida por las vibraciones para averiguar qué estaba ocurriendo.
—Sus escudos de babor se están debilitando —le explicó Azul—, y nuestros escudos de estribor han desaparecido.
La contrabandista maniobró el yate hutt de tal manera que los escudos de popa, que se hallaban relativamente intactos, quedaran dirigidos hacia el Vigilancia.
—Los motores casi no responden —dijo Mako, percibiendo el gran esfuerzo que tenía que hacer la nave para obedecer las órdenes de los controles.
—Cuéntamelo a mí —replicó secamente Azul.
El Perla disparó, y volvió a disparar, y entonces...
Mako dejó escapar un alarido de alegría cuando vio, en vez de la salpicadura de fuego turboláser extendiéndose sobre un escudo, cómo una enorme mancha negra aparecía sobre el flanco blindado del navío de la clase Galeón.
—¡Sus escudos de babor han dejado de funcionar!
—Igual que nuestros escudos de estribor —gruñó Azul.
—¡Pero ahora ya son nuestros, pequeña! ¡Inicia las maniobras evasivas!
Mako volvió corriendo a su centro de comunicaciones.
—¡Escuchadme, chicos! ¡Demasiado Tarde, Menestra! Aquí Centro de Defensa. ¡Venga, responded de una vez!
Mako estaba intentando establecer contacto con dos de los navíos mercenarios que sabía habían sido asignados a aquellas coordenadas. El Demasiado Tarde era una patrullera imperial capturada y modificada, y el Menestra era una corbeta ligera imperial capturada. Las dos habían pasado a lucir la insignia de la «garra llameante» que las identificaba como naves piratas.
—Aquí Menestra: te recibimos, Mako —dijo una voz.
—Aquí Demasiado Tarde, igualmente.
—¡Tengo buenas noticias, muchachos! ¡Acabamos de cargarnos los escudos de babor del Vigilancia!
—Ya hemos puesto rumbo hacia allí para terminar el trabajo —dijo la voz del capitán del Menestra—. Hemos visto que os han dado una buena paliza, Mako. Será mejor que salgáis de ahí antes de que aparezcan más imperiales.
—Será un placer —dijo Azul.
El Perla de Dragón empezó a alejarse del escenario de la batalla con laboriosa lentitud. Mako echó un vistazo a sus sensores de diagnóstico y soltó un juramento. «Nos hemos quedado sin escudos de estribor, los motores sublumínicos apenas funcionan, hemos sufrido daños en el casco y además estamos perdiendo un poco de atmósfera. Jiliac se va a poner hecho una furia...»
Las dos naves pirata ya habían llegado, y tanto ellas como los cargueros estaban convergiendo sobre la mole herida del Vigilancia igual que carroñeros atraídos por una presa que hubiera empezado a tambalearse. Mako vio cómo el navío de la clase Galeón sufría un impacto tras otro, hasta que llegó un momento en que el blindaje fue incapaz de soportar más andanadas y un enorme agujero apareció en las planchas de babor. Los contrabandistas concentraron sus andanadas sobre los motores primero y sobre el puente después, y en cuestión de minutos el navío de la clase Galeón quedó flotando a la deriva en el espacio. Los módulos salvavidas empezaron a brotar del casco del Vigilancia, lo cual indicaba que una parte de la tripulación estaba abandonando la nave.
Mako sonrió.
—¡Os habéis portado estupendamente, muchachos! Bien, mi nave no podrá seguir tomando parte en el combate, por lo menos hasta que hayamos reparado algunos daños, así que pondré rumbo al Punto de la Ilusión antes de lo previsto. No os mováis de las coordenadas asignadas, chicos. ¡Esos navíos de escaramuza deberían llegar en cualquier momento!
El almirante Greelanx estaba mirando fijamente al comandante Je-Ion, visiblemente perplejo ante el informe de su subordinado.
—¿Me está diciendo que el Vigilancia ha quedado fuera de combate y que el capitán Eldon ha muerto?
—Sí, almirante. Lamento tener que decírselo, señor, pero...
—¿Y sus cazas TIE?
—Todos han sido destruidos, señor.
Greelanx era un militar demasiado disciplinado para permitirse maldecir en voz alta, pero lo hizo mentalmente.
—Ordene a las naves de escaramuza que avancen a velocidad máxima, y que dos escuadrones de cazas TIE las acompañen. Cuando se encuentren con el enemigo, que entablen combate inmediatamente.
—.Sí, señor!
Durante un momento Greelanx incluso pensó hacer entrar en combate al otro navío de la clase Galeón, el Avanzada, pero acabó decidiendo reservarlo. Su escuadrón podía necesitar al Avanzada más tarde para terminar las operaciones de limpieza, y Greelanx no quería arriesgar el único navío de reconocimiento que le quedaba.
«Vamos a darles una buena lección a esos malditos criminales», pensó Greelanx con súbita irritación, olvidando por completo, al menos de momento, que se suponía que aquella batalla debía terminar con la derrota de las fuerzas imperiales...
El capitán Soontir Fel clavó los ojos en la diminuta silueta holográfica del almirante Greelanx, que parecía estar encaramada al tablero de comunicaciones del Orgullo del Senado, y sintió como si un puño invisible acabara de hundirse en su estómago.
—¿Eldon ha muerto?
Greelanx asintió con una breve inclinación de la cabeza. —Desgraciadamente, sí.
—Comprendo, señor... ¿Me da permiso para hablar, almirante? —Adelante —dijo Greelanx de bastante mala gana.
—Quizá deberíamos tomarnos un poco más... en serio a esos contrabandistas, señor. Creíamos que se limitarían a hacer unos cuantos disparos al azar, pero al parecer son capaces de organizar un ataque coordinado.
—He tomado nota de su comentario, Fol. Aquí Greelanx, corto y cierro.
La diminuta silueta holográfica se desvaneció con un chasquido casi inaudible.
Soontir Fel permaneció inmóvil durante unos momentos con la cabeza inclinada. El capitán Darv Eldon había sido uno de sus compañeros de clase en la Academia, y los dos habían sido buenos amigos durante casi diez años. Su muerte era tan dolorosa como una herida de hoja vibratoria.
Fel tragó saliva y después irguió los hombros. Ya tendría tiempo para llorar la pérdida de su amigo más tarde. En aquel momento, su deber era aniquilar al mayor número de contrabandistas posible...
Al principio tener que disparar contra los cazas TIE en vez de pilotarlos hizo que Han Solo se sintiera bastante raro. Apenas Mako hubo dado la orden de entrar en acción al Elemento del Primer Ataque, Han, con Chewie y Jarik en las torretas artilleras alares del Bria, entabló combate con varios TIE. De momento había logrado destruir a dos y estaba recorriendo la zona de restos, buscando más enemigos por los alrededores.
El Bria tenía un escudo posterior algo debilitado, lo cual suponía un considerable riesgo para sus motores en el caso de que recibieran otro impacto de lleno en esa zona, pero básicamente seguía intacto, gracias en gran parte a la capacidad de pilotaje de Han.
Han era uno de los pocos contrabandistas que volaban sin pareja. Mako quería que estuviese lo más libre posible para que pudiera supervisar las acciones de la flota y acudir al sitio en el que fuera necesario sin verse estorbado por la presencia de un compañero. Han enseguida comprendió que la decisión de Mako era todo un homenaje a sus cualidades de piloto, y se sintió muy complacido.
Volvió la cabeza hacia la torreta artillera izquierda del Bria y vio a Jarik instalado en el asiento móvil y con los auriculares puestos. Hasta el momento el chico no se había portado demasiado bien. Jarik estaba muy nervioso y reaccionaba demasiado deprisa, y se las había arreglado para no acertar a ninguno de los objetivos que apuntaba. Han ya había empezado a pensar que quizá no hubiera debido animarle a ir con ellos en aquella misión.
Chewbacca se había portado considerablemente mejor, ya que había dejado fuera de control a un caza TIE. Unos segundos después su incontrolable dar tumbos por el vacío se había interrumpido de repente cuando el caza chocó con un resto espacial de gran tamaño y estalló. En cuanto a Han, había conseguido eliminar a otro TIE con sus cañones láser gemelos instalados en la proa.
La voz de Mako surgió de repente de sus auriculares.
—¡Atención, chicos! ¡Los navíos de escaramuza acaban de llegar y están disparando contra todo lo que ven! ¡Que todo el mundo esté alerta!
Han acababa de decidir que intentaría localizar a alguno de los navíos de escaramuza cuando de repente un caza TIE se lanzó sobre ellos con todos sus cañones láser escupiendo fuego.
—¡Chewie, Jarik! —aulló el corelliano—. ¡Cuidado!
Han esquivó las andanadas en una reacción automática, y lanzó una salva de réplica con sus cañones de proa...
... y falló el blanco por una considerable distancia. Han soltó un juramento.
Otro TIE venía hacia ellos en lo que era un obvio intento de atraparles en un fuego cruzado. Flan lanzó una andanada láser contra aquel nuevo enemigo al mismo tiempo que iniciaba una veloz maniobra evasiva, y vio que el T1E se bamboleaba. ¡Le había dado!
El primer TIE inició una segunda pasada, y esta vez Chewbacca reaccionó al instante, disparando, disparando...
Y un instante después un aullido wookie lleno de rabia y frustración resonó en los auriculares de Han. Lo primero que pensó el corelliano fue que Chewie acababa de ser alcanzado y notó que se le formaba un nudo en la garganta, pero cuando volvió la cabeza hacia la derecha vio a Chewie dando saltos sobre su asiento móvil, rugiendo, maldiciendo y agitando sus largos brazos peludos, obviamente furioso..., pero ileso.
«¿Qué demonios le ocurre?», se preguntó Han, y un instante después volvió a mirar a su amigo y comprendió qué estaba pasando.
El sistema de control artillero del Bria, con sus cables suspendidos en el vacío, colgaba de las manos-patas de Chewie. En su entusiasmo por acabar con el TIE, Chewbacca no se había acordado de que debía controlar su enorme fuerza de wookie..., ¡y había arrancado limpiamente el sistema de control de la montura artillera!
Esta vez le tocó el turno a Han de empezar a maldecir. —¡Chewie, condenado idiota peludo! ¡Mira lo que has hecho!
Chewbacca respondió con un gruñido que hizo vibrar los auriculares de Han y que le dejó muy claro que era perfectamente consciente de lo que había hecho. Han nunca le había oído usar aquel tipo de lenguaje a su peludo amigo anteriormente.
¡Whump! La andanada disparada por un caza TIE acababa de esparcirse sobre el escudo central del Bria.
«¡Eh, Solo! ¡Concéntrate en pilotar esta nave o acabarás consiguiendo que te maten!» Han meneó la cabeza, y comprendió que a partir de aquel momento tendría que actuar como si su costado derecho acabara de sufrir una grave lesión, y que debería defenderlo lo mejor que pudiera.
—¡Jarik! —gritó por su micrófono—. ¡Escúchame con atención, chico! ¡Chewie acaba de arrancar el maldito control artillero de la torreta derecha! ¡Ahora esos cazas TIE son todos tuyos!
Jarik respondió con un tembloroso hilo de voz.
—¿Que yo he de...?
—¡Sí, tú! ¡Y ahora abre bien los ojos, porque ya volvemos a tenerlo encima!
Jarik estaba encogido en su asiento móvil de la torreta artillera, paralizado por el terror. «¡Mi peor pesadilla acaba de convenirse en realidad! —pensó—. ¡Voy a conseguir que nos maten a todos!»
Se obligó a erguirse y volvió la cabeza de un lado a otro, intentando localizar al TIE. La parrilla de puntería flotaba en el aire delante de él. ¿Conseguiría llegar a centrarla en algo? No lo sabía. Hasta el momento había fracasado miserablemente.
«¿Dónde está? ¿Dónde se ha metido...?»
Y de repente lo vio: allí estaba, surgiendo de la nada en una veloz curva iniciada desde arriba que le permitiría girar sobre sí mismo y, una vez en esa posición, disparar sus cañones contra la proa del Bria.
«No podré hacerlo... ¿Y qué pasará si no soy capaz de hacerlo?», aulló la mente de Jarik. Pero sus manos ya se estaban moviendo, y un instante después su cuerpo las estaba imitando y empezaba a girar en su asiento. La parrilla de puntería estaba allí y el TIE estaba allí, y de repente..., de repente las dos imágenes se fundieron y se convirtieron en una sola.
Y sin que su voluntad interviniera para nada en ello, el pulgar de Jarik presionó el gatillo activador del mecanismo de disparo.
Un haz rojizo brotó del láser, acertando de lleno al TIE en el centro de su pequeña silueta.
Y el TIE estalló, volatilizándose en una explosión magníficamente silenciosa.
Jarik sintió que se quedaba paralizado y contempló el espacio sin poder creer en lo que acababa de ver. «¿Yo... he hecho eso?» La voz de Han resonó en sus oídos.
—¡Un disparo magnífico, chico! —gritó el corelliano—. ¡Vamos a repetirlo ahora mismo!
«¿He...? ¿He sido yo quien ha hecho eso? ¡Sí, he sido yo! ¡Lo he hecho! ¡Puedo hacerlo!»
Jarik «Solo» sonrió y sintió cómo una irresistible oleada de satisfacción y orgullo se iba extendiendo por todo su ser.
—¡De acuerdo, Han!
Jarik comprobó el nivel de carga de su arma y después, mientras el Bria iniciaba un nuevo viraje, empezó a escrutar el espacio en busca de más objetivos...
Salla Zend comprobó su posición a bordo de la Viajera del Borde y después lanzó un rápido vistazo al ventanal para asegurarse de que su pareja de vuelo se encontraba en la posición correcta. La Viajera del Borde era tan rápida como el Halcón Milenario, por lo que Mako había decidido emparejarla con Lando y el extraño y diminuto androide que el joven jugador había elegido como piloto.
Salla tenía que admitir que Vuffi Raa estaba demostrando ser muy eficiente. Nunca había oído hablar de un androide capaz de pilotar una nave, pero suponía que Vuffi Raa tenía que ser un tipo de androide muy especial procedente de alguna parte de la galaxia totalmente distinta a cuantas conocía. Resultaba obvio que no era el típico androide astromecánico con el que te encontrabas. cada día. Desde el momento en que iniciaron el despliegue táctico, Vuffi Raa no sólo había logrado mantener la formación de una manera impecable, ¡sino que en algunos momentos incluso la había superado claramente en las maniobras!
—¿Has detectado a alguna de esas naves de escaramuza en tus sensores, Vuffi? —preguntó, acercando los labios a su micrófono.
—Hasta el momento no he detectado a ninguna, dama Salla —respondió el pequeño androide—. Y le recuerdo que me llamo Vuffi Raa, y que le agradecería que me llamara por mi nombre.
—No hay problema, Vuffi Raa —replicó Salla—. ¿Y qué significa ese nombre?
—En el lenguaje de quienes me programaron, es un número.
—Ah. —Salta estaba llevando a cabo una inspección visual mientras atravesaban la masa de restos. Por el momento los navíos de escaramuza no eran visibles por parte alguna, pero sus sensores mostraban un grupo de naves bastante grande que avanzaba a través de la «nube» de restos que envolvía a Nar Shaddaa. El avistamiento visual ya sólo era cuestión de tiempo—. No apartes las manos de tus cañones, Lando. Veo babosas imperiales por todas partes.
—De acuerdo, Salla —dijo Lando.
—Rik, Shug: vamos a tener compañía en cualquier instante. ¿Estáis preparados para entraren acción?
—Estoy listo, Salla —replicó Shug.
—Estamos preparados, hermosa dama —dijo Rik Duel, empleando un tono que se imaginaba era encantadoramente irresistible. Salla torció el gesto y puso los ojos en blanco.
—Un poco de seriedad, Rik. No me parece que éste sea el momento más adecuado para hacerse el simpático.
—¡Eh, Salla, no te lo tomes así! No puedo evitar tener ojos, ¿verdad? —exclamó Rik, fingiendo sentirse muy ofendido—. Ese idiota de Solo no sabe apreciarte en lo que vales. Tú te mereces algo mejor que un vagabundo corelliano. Eres una mujer realmente maravillosa, y Solo...
—Basta de charla, Rik —le interrumpió secamente Salla, harta de su incesante parloteo—. Y procura controlar tus hormonas, ¿de acuerdo? Tu numerito del seductor irresistible está empezando a quedarse un poco anticuado.
—Pero Salla... —protestó Rik, pareciendo muy, muy dolido—. Me enamoré de ti nada más...
—¡Dama Salla! —intervino Vuffi Raa—. ¡Tenemos un contacto inminente!
Salla examinó las imágenes de sus sensores y leyó los códigos de identificación. ¡Un crucero ligero de la clase Guardián del servicio de aduanas imperial, el Guardia de Lianna! Salla alteró su trayectoria de vuelo para dirigir su proa hacia el recién llegado, y un instante después quedó impresionada al ver la rapidez con que sus instrucciones eran obedecidas por Vuf fi Raa.
Unos segundos después el Guardia de Lianna se lanzaba sobre ellos disparando andanadas con todos sus cañones láser. Salla sufrió un impacto menor, pero los escudos desviaron el haz de energía. La nave imperial era muy veloz y maniobraba con tanta facilidad como las fragatas: de hecho, se estaban enfrentando a un navío del servicio aduanero, lo cual quería decir que el Guardia de Lianna había sido diseñado para detener y capturar a los contrabandistas.
Shug disparó su batería cuádruple, pero el piloto imperial evadió limpiamente la andanada láser. «!Ese tipo es realmente bueno! —pensó Salla—. Pero acabaremos con él. La superioridad numérica está de nuestra parte.»
Salla había estado tan absorta en su batalla con el Guardia de Lianna que no se dio cuenta de que sus sensores estaban mostrando tres contactos más, y que todos ellos se estaban aproximando a una velocidad increíble.
—¡Dama Salta! —chilló Vuffi Raa—. ¡Cazas TIE!
Salla sufrió un impacto en la proa, pero sus escudos aguantaron. Shug no paraba de disparar, y lo mismo hacía Lando. Un TIE fue alcanzado y estalló casi al instante. Salla no pudo ver quién se había anotado el tanto.
«¡Acción evasiva!» Salla puso la Viajera del Borde en posición vertical, pero aun así sufrió un nuevo impacto. Los escudos absorbieron la mayor parte del haz de energía, pero el carguero se bamboleó.
—¡Acabad con esos cazas TIE! —aulló.
—¡Lo estoy intentando! —replicaron al unísono las voces de Lando y Shug.
Salla masculló una maldición. «¿Dónde demonios está el Guardia de Lianna?» La situación se estaba volviendo tan confusa que Salla había perdido de vista al navío de la clase Guardián.
¡BAM!
La Viajera del Borde volvió a estremecerse. Salla intentó recuperar el control de su nave, y logró esquivar por los pelos un gigantesco resto espacial. Acababan de darles en el flanco, y los escudos de aquella zona habían quedado seriamente debilitados. A juzgar por la potencia de la andanada, tenía que haber procedido de la patrullera y no de un TIE.
—¡Blaaaaaaanco! —gritó la voz de Lando por sus auriculares, y Salla vio desaparecer otro TIE.
Dos contra dos. ¡Mucho mejor!
Bien, ¿y dónde estaba el Guardia de Lianna? ¿En la cola de Lando? ¡No! ¡Se estaba aproximando justo por detrás de Salla!
—¡Acción evasiva, Salla! —se apresuró a gritar Lando.
—¡Ni lo sueñes! —replicó Salla—. ¡Esto es justo lo que he estado esperando! Rik, maldito sea tu condenado pellejo de inútil... ¡Acaba con esa patrullera!
El capitán Lodrel, del navío imperial Guardia de Lianna, frunció los labios en una sombría sonrisa mientras su nave avanzaba a toda velocidad hacia la popa del carguero con forma de mynock. «¡Ya te tengo!», pensó con sarcástica satisfacción mientras abría la boca para dar la orden de destruir al indefenso navío.
Pero antes de que pudiera hablar, Lodrel vio que había algo francamente extraño en la parte posterior de la nave CorelliEspacio. ¡Dos pequeñas escotillas acababan de abrirse para revelar los orificios gemelos de dos conductos artilleros camuflados en la popa de la nave!
En vez de gritar «¡Fuego!», Lodrel aulló «¡Acción evasiva!». Pero dos misiles de alta potencia explosiva ya venían hacia él.
«¡Eh, eso no es justo!», pensó Lodrel con sorprendida indignación. Y ése fue su último pensamiento...
—¡Yahooooo! —gritó Salla cuando vio cómo la patrullera quedaba atomizada en la imagen de sus sensores posteriores—. ¡Le hemos dado! ¡Buen tiro, Rik!
—¿Significa eso que me darás un beso cuando volvamos a la base? —preguntó Rik por sus auriculares.
—Ni lo sueñes —replicó Salla alegremente—. ¡Pero te invitaré a una copa!
—Permítame felicitarla, dama Salla —dijo Vuffi Raa con su tono habitual, que siempre oscilaba entre lo quisquilloso y lo excesivamente refinado.
—¡Lo has hecho estupendamente, Salla! —gritó Lando—. Con tantas emociones, me había olvidado por completo de los lanzadores de misiles. ¡Eres el mejor, Shug!
—Sí, Shug. Todos te debemos una —dijo Salla.
—Ha sido muy divertido —afirmó Shug, soltando una risita—. ¿Queréis volver a hacerlo?
—¡Claro! —exclamaron a coro Salla y Lando.
Mako Spince dejó escapar un suspiro de alivio cuando el maltrecho yate hutt Perla de Dragón logró llegar al Punto de la Ilusión y a la relativa protección ofrecida por las naves de mayores dimensiones de la flota mercenaria de Drea Renthal. El veterano contrabandista echó un vistazo a sus sensores mientras escuchaba los informes que iban transmitiendo sus naves.
Los contrabandistas estaban haciendo un buen papel ante los navíos de escaramuza imperiales. Pero también estaban sufriendo bajas, perdiendo naves que no podían permitirse perder. Mako frunció el ceño mientras iba escuchando un informe tras otro. «Hoy estoy perdiendo muchos amigos —pensó con tristeza—. Demasiadas naves magníficas y demasiadas personas buenas se han ido para siempre...»
Solicitó una comprobación de efectivos. Casi un veinticinco por ciento de los efectivos de su flota de contrabandistas habían dejado de existir. Aun suponiendo que ganaran aquella batalla, las operaciones de contrabando con base en Nar Shaddaa se verían gravemente afectadas durante mucho, mucho tiempo.
Pero los imperiales probablemente ya habían perdido la mitad de sus cazas TIE, y casi el cincuenta por ciento de sus navíos de escaramuza.
«La gran pregunta es si Greelanx acabará decidiendo utilizar sus navíos de primera línea», pensó Mako. Los colosos seguían aproximándose, pero todavía se hallaban fuera del radio de alcance de la flota de contrabandistas.
Lanzó una nerviosa ojeada a sus sensores y vio que dos navíos de escaramuza estaban convergiendo sobre la nave de un contrabandista. «¡Oh, no!»
Una voz llena de pánico brotó de los auriculares de Mako.
—¡Central de Defensa! ¿Podéis enviarme algo de ayuda? He sufrido graves daños, y...
La voz se convirtió en un alarido agónico, y luego se interrumpió de repente. Mako vio cómo el puntito que había indicado su situación desaparecía de la imagen sensora y murmuró una maldición, sin poder hacer nada para evitar aquella nueva pérdida.
—Comandante Jelon, ordene a todos los efectivos de cazas TIE disponibles que se desplieguen y entablen combate —dijo el almirante Greelanx.
—Sí, señor.
Los gigantescos navíos imperiales ya sólo estaban a quinientos kilómetros del caparazón de restos que envolvía a Nar Shaddaa. Greelanx tomó un sorbo de té estimulante y echó otro vistazo a sus sensores. Un instante después pudo ver cómo los doce cazas TIE que les quedaban se dirigían hacia la batalla.
—Ordene a la cuña de navíos de primera línea que ejecute una pasada orbital de aproximación externa, comandante. Vamos a evitar esos restos.
—Sí, señor.
—Y ordene a la cuña que acelere hasta alcanzar la máxima velocidad posible. Vamos a iniciar nuestro ataque.
—¡Sí, señor!
Greelanx volvió a examinar las lecturas tácticas de su escuadrón. La tenacidad de los contrabandistas le había dejado muy impresionado. Greelanx esperaba que a esas alturas ya los habría visto huir hacía un buen rato, pero los contrabandistas seguían luchando..., y además estaban causando daños bastante significativos a las naves de escaramuza del almirante.
Aun así, perder no iba a resultar fácil. Los contrabandistas estaban luchando con gran bravura, desde luego, pero aquellos pequeños cargueros nunca podrían enfrentarse a los navíos de primera línea imperiales. Greelanx suspiró. Entraba dentro de lo posible que tuviera que ordenar a alguna de sus naves que hiciera algo que garantizase el que acabara siendo destruida.
El almirante tomó otro sorbo de té mientras sentía como si un puño invisible se estuviera cerrando lentamente alrededor de su garganta. Había enviado tropas a la muerte en muchas ocasiones, pero nunca de manera deliberada. Greelanx no estaba seguro de que fuera capaz de hacerlo...
Pero ¿qué otra elección le quedaba?
“¡Por fin se han decidido!” —se dijo Mako mientras contemplaba sus sensores—. ¡Están acelerando para alcanzar la velocidad de ataque!» El veterano contrabandista tecleó el código de una frecuencia especial privada.
—Han, aquí Mako. ¿Me recibes?
—Sí, Mako —replicó la voz de su amigo, algo deformada pero todavía comprensible—. Te recibo. ¿Qué está ocurriendo?
—Greelanx acaba de transmitir la orden de ataque a sus naves de primera línea. ¿Querrías hacerme un favor, amigo?
—Claro.
—Quiero que tú y Chewie ocupéis la posición de retaguardia durante la retirada. Quedaos atrás y vigilad a ese rebaño de vagabundos espaciales, ¿de acuerdo? Procura que no hagan ninguna locura, Han. No dejes que vayan demasiado despacio, pero asegúrate de que tampoco huyen demasiado deprisa. Queremos que esos imperiales puedan pisarles los talones durante todo el trayecto.
—Seremos tus pastores, Mako —dijo Han—. ¿Qué tal vamos?
—En conjunto, no demasiado mal Pero hemos perdido a unos cuantos amigos.
—Lo sé. Ya he visto los restos —murmuró Han en un tono repentinamente ensombrecido.
—Aquí Mako, corto y cierro.
Mako tecleó el código de otra frecuencia especial.
—¿Capitana Renthal?
—Aquí Renthal.
—Voy a dar la orden de retirada. Esté preparada.
—Estamos preparados. Avisaré al Menestra de que debe estar listo para entrar en acción.
—¿Qué hay del Demasiado Tarde?
—Lo hemos perdido.
—Oh...
—Aquí Renthal, corto y cierro.
Mako tecleó el código de su frecuencia general.
—Chicos y chicas, aquí la Central de Defensa. Lo habéis hecho muy bien, mis vagabundos del espacio, pero la fiesta ha terminado y ya va siendo hora de irse a dormir. Que todas las naves inicien la retirada siguiendo el vector asignado. Recordad las rutinas de los ejercicios de entrenamiento, ¿de acuerdo? Repito: debéis retiraros siguiendo el vector asignado, y debéis iniciar la retirada ahora mismo. Aquí Central de Defensa, corto y cierro.
Xaverri estaba en una sección acordonada del granero espacial de Shug Ninx, los ojos clavados en la pantalla táctica que le mostraba las imágenes transmitidas por el Perla de Dragón. Vio cómo los contrabandistas viraban de repente y huían de las gigantescas naves de primera línea imperiales y los navíos de escaramuza supervivientes. Sus amigos estaban huyendo en lo que parecía una ciega desbandada, pero en realidad su fuga era una retirada bajo el fuego enemigo meticulosamente ensayada y puesta en práctica. Mako y Han habían repetido los entrenamientos una y otra vez para que todos los contrabandistas supieran a qué distancia de la flota imperial debían mantenerse, y les habían hecho entender que debían permanecer dentro del radio de acción de su armamento. Eso significaba que los «rezagados» tenían que llevar a cabo maniobras evasivas para no acabar hechos pedazos si la suerte decidía ponerse del lado de los artilleros imperiales.
La ilusionista se lamió los labios con nerviosa expectación mientras pensaba que aquélla era su gran ocasión. Nunca volvería a tener una oportunidad de acabar con tantos imperiales al mismo tiempo.
«Eso es —pensó, viendo cómo la culta se iba acercando más y más a las coordenadas del Punto de la Ilusión—. Vamos, venid. Perseguidlos. Sí, perseguidlos hasta que os hayáis metido en la trampa...»
Con el cuerpo tan tenso como un togoriano en plena cacería, Xaverri siguió manteniendo la mirada clavada en la pantalla táctica hasta que le ardieron los ojos y se vio obligada a parpadear.
¡Y cuando pudo volver a ver con claridad, allí estaban! ¡Toda la cuña de navíos de primera línea acababa de llegar a las coordenadas del Punto de la Ilusión!
Xaverri sonrió, curvando los labios en una mueca de depredadora en la que no había nada de agradable. Después activó el comunicador en una frecuencia especial.
—Mako, aquí Xaverri.
—Aquí Mako, Xaverri. Te recibo.
—Activando la ilusión..., ahora —dijo Xaverri.
Cortó la conexión y después, moviendo la mano con deliberada lentitud, presionó el gran botón rojo de su consola, aquel encima del
que había escrito ¡NO TOCAR A MENOS QUE SEAS XAVERRI!
—Y ahora, morid —murmuró.
El Destino Imperial dejó atrás la cúspide de Nar Shaddaa y, tal como se había ordenado, describió un gran viraje para esquivar los restos espaciales que flotaban alrededor de la Luna de los Contrabandistas. Mientras viraban, el almirante Greelanx por fin pudo contemplar Nal Hutta, descomunal incluso vista desde 123.000 kilómetros de distancia. Su navío insignia dirigía la carga contra las naves de los contrabandistas y sus navíos de primera línea avanzaban en una formación impecable, con los cazas TIE y los navíos de escaramuza supervivientes flanqueando la cuña.
Greelanx, inmóvil en el centro de su puente de mando, vio cómo se lanzaban sobre su presa y contempló los trazos rojos y verdes de los cañones láser y las baterías turboláser imperiales que llovían sobre la abigarrada aglomeración de cargueros. El almirante se preguntó cómo iba a lograr que aquella operación tan sencilla terminara con una derrota y una retirada mínimamente realistas.
Greelanx tenía que admitir que los contrabandistas habían opuesto una feroz resistencia, pero resultaba obvio que la visión de sus navíos de primera línea los había aterrorizado. Los contrabandistas estaban tan asustados que cualquier deseo de seguir luchando que pudieran haber albergado se había esfumado por completo.
Todas sus naves estaban huyendo como vrelts corellianos perseguidos por una jauría de canoides.
—¡Almirante Greelanx! —exclamó de repente el operador de sensores—. Estoy captando algo, señor, pero no sé... ¡Tengo varios contactos aproximándose, almirante!
Greelanx echó un rápido vistazo a los sensores y después se volvió hacia el ventanal..., y faltó poco para que se le salieran los ojos de las órbitas.
Viniendo directamente hacia ellos desde Nal Hutta había centenares de natos contrabandistas de todos los tamaños imaginables..., ¡entre los que había varias corbetas corellianas! »Mercenarios —pensó Greelanx—. ¡Los contrabandistas no disponen de ningún contingente tan grande!»
—¿De dónde han salido? —preguntó Jelon, volviéndose hacia el operador de sensores—. ¿Por qué no los ha detectado antes?
—¡Tienen que haber despegado de Nal Hutta ahora mismo, señor! ¡Había concentrado toda mi atención en vigilar a la flota de los contrabandistas tal como se me había ordenado que hiciera, comandante!
Greelanx frunció el ceño. Sus instintos, aguzados por décadas de servicio en la Armada Imperial, le hicieron preguntarse si podían estar ante alguna clase de truco.
—!Sondeo de sensores completo! —ordenó secamente.
—¡Sí, señor!
Unos instantes después el operador de sensores mostró los resultados de su examen. Greelanx los estudió. »Los hutts deben de haber mantenido en reserva a estos mercenarios y ahora los han lanzado al espacio en un acto de desesperación», decidió.
Greelanx carraspeó para aclararse la garganta.
—Comandante Jelon, ordene a la cuña y a nuestros cazas que lleven a cabo un viraje de ciento ochenta grados en el eje Y, y que se preparen para enfrentarse a los recién llegados. ¡Cuando hayan completado la maniobra, podrán abrir fuego a discreción!
Mako Spince dejó escapar un alarido de triunfo cuando vio aparecer a la flota fantasma en el mismo instante en que las naves imperiales empezaban a virar.
—¡Sí! ¡Han mordido el anzuelo! —Activó su comunicador—. ¡Capitana Renthal!
—Ya los veo —replicó Renthal—. Hasta ahora no creía que hiera a dar resultado, pero he de admitir que... ¡Voy a atacar a máxima velocidad!
—¡Acabe con ellos!
Tal como le había pedido Mako, Han Solo se había mantenido detrás de los otros contrabandistas mientras las naves serpenteaban a toda velocidad por entre los restos durante la retirada. En cuanto hubieron dejado atrás la cúspide de Nar Shaddaa, Han les ordenó que virasen y que salieran del campo de restos. De esa manera Greelanx podría ver con toda claridad a los contrabandistas durante toda su huida, y continuaría persiguiéndolos hasta meterse en la trampa.
Cuando Han salió por fin del caparazón de restos, se encontró detrás de la flota imperial. Podía ver sus naves desplegadas por delante de él, y durante un momento incluso jugueteó con la posibilidad de adelantadas a máxima velocidad para poder tomar parte en el ataque que lanzarían en cuanto hubieran llegado a las coordenadas del PI.
Sus sensores le mostraron que había un par de naves delante de él, y cuando comprobó sus identificaciones Han se sorprendió al descubrir que aquella pareja de rezagados eran Salla y Lando, a bordo de la Viajera del Borde y el Halcón respectivamente.
El corelliano se preguntó si uno de ellos habría recibido un impacto realmente serio y necesitaba ayuda.
—Central de Defensa, aquí Han —dijo, activando su comunicador—. Adelante, Mako.
Han ya había salido del campo de restos espaciales, por lo que cuando Mako respondió el corelliano pudo oír su voz con mucha más claridad que antes.
—Aquí Mako, Han. Los imperiales ya casi han llegado al punto de intercepción.
—Tengo a Salla y a Lando en mis sensores, Mako, y todos estamos detrás de la flota imperial.
—De acuerdo —dijo Mako—. Les pedí que se lo tomaran con calma porque pensé que quizá necesitaríais un poco de ayuda si os tropezabais con algún navío de escaramuza que se hubiera quedado rezagado.
—¿Eso quiere decir que están bien?
—Que yo sepa sí.
—¿Puedes sintonizar mi frecuencia con la suya?
—Claro.
Mako quería que las frecuencias se mantuvieran lo más despejadas posible, por lo que había canalizado todo el flujo de comunicaciones a través de sus monitores salvo en el caso de las parejas como la que formaban Lando y Salla. Unos momentos después Han oyó la voz de Lando.
—¡Han, viejo amigo!
—Estoy justo detrás de ti, Lando, y me he estado preguntando cómo podría rebasar a los imperiales para volver a disfrutar de un poco de diversión.
—Salla y yo nos estábamos haciendo justo esa misma pregunta. No quiero perderme la ocasión de añadir unos cuantos navíos de escaramuza imperiales más a mi lista de triunfos. Salla y yo hemos acabado con unos cuantos —dijo Lando orgullosamente.
—Con tres cruceros ligeros de la clase Guardián, para ser exactos —intervino Salla.
—¡Eh, os felicito!
—¿Desea que altere la trayectoria de vuelo para que podamos volver a tomar parte en la batalla con el capitán Solo, amo? —preguntó Vuffi Raa con su inconfundible precisión quisquillosa de androide.
—Pues sí, Vuffi Raa. ¿Por qué no haces eso? Oh, y... No me llames amo.
—Sí, amo.
Han ya se encontraba lo suficientemente cerca de sus amigos para poder verlos en la lejanía mientras éstos frenaban y viraban para reunirse con él. Han soltó una risita.
—¿De qué sistema perdido en los confines de la galaxia has sacado a ese androide, Lando?
—Es una historia muy larga.
Unos momentos después las tres naves estaban volando en formación. Han se alegraba enormemente de que sus amigos estuvieran bien. Volar juntos, unidos contra los imperiales, era una sensación realmente maravillosa.
El corelliano volvió a activar su comunicador.
—Bien, chicos, ¿cómo vamos a rebasar a la flota imperial para llegar al PI?
De repente Chewie, que había abandonado su torreta artillera inutilizada para actuar como copiloto y artillero de los cañones de proa del Bria, dejó escapar un apremiante gruñido y señaló los sensores.
Han volvió la mirada hacia ellos y vio que la cuña de navíos de primera línea reducía la velocidad y empezaba a ejecutar un lento y majestuoso viraje, sin que la maniobra les obligara a abandonar su impecable formación en ningún momento.
—¡Bien por Xaverri! —gritó, y activó su comunicador—. ¡Lando, Salla! ¡Echad un vistazo a vuestros sensores delanteros!
Las naves imperiales ya habían salido del radio de alcance visual. Han se encontró deseando que hubiera alguna manera de alcanzarlas para poder causar más daños entre sus filas.
—¡Están viendo la flota fantasma! —exclamó Lando—. ¿Por qué no podemos verla nosotros?
—Porque estamos detrás de ella —dijo Han—. Es algo relacionado con el ángulo de los rayos de luz. Resulta bastante complicado, pero sé de qué estoy hablando. ¡Los imperiales están viendo una flota descomunal que viene directamente hacia ellos!
La flota imperial seguía ejecutando su viraje. «No quiero quedarme atrapado aquí... —pensó Han—. ¡Quiero tomar parte en la acción, demonios!»
Y de repente, ver la dirección hacia la que estaba virando la flota le dio una idea. El corelliano activó su comunicador.
—¡Lando, Salla! Nos encontramos lo suficientemente cerca de la cuña para poder efectuar un microsalto hiperespacial de dos segundos que nos lleve justo al centro de la ilusión. ¡Si alteramos ligeramente nuestro vector de aproximación justo antes del salto, volveremos al espacio real dentro de un sendero de aproximación que nos permitirá acompañar a esos fantasmas..., con todos nuestros cañones escupiendo fuego! ¡Vamos a proporcionarle unos cuantos dientes de verdad a la flota de Xaverri!
—¡Han! —protestó Salla—. ¡Por si no te habías dado cuenta, estamos justo en el centro de un pozo gravitatorio!
—Pero estamos lo suficientemente cerca del punto en el que los dos cuerpos se equilibran el uno al otro —insistió Han—. ¡Podemos hacerlo, chicos! ¡Venga, seguidme!
El corelliano alteró ligeramente la dirección de su vector de vuelo, y le complació ver que el Halcón Milenario y la Viajera del Borde le seguían.
—¡Bien, todos listos! —dijo con la voz enronquecida por la tensión—. ¡Y ahora, a por el microsalto!
—¡Eh, Han, esa ilusión sólo seguirá surtiendo efecto durante un par de minutos como mucho! —protestó Lando—. ¡Nunca podremos introducir una trayectoria en los ordenadores de navegación disponiendo de tan poco tiempo!
—Ya he estado pensando en ese problema y tengo la solución —dijo Han—. Ordénale a ese androide tan exótico que llevas a bordo que calcule nuestro microsalto de tal manera que coloque a nuestras tres naves justo delante de esa flota. Luego podrá introducir las cifras en nuestros ordenadores de navegación mediante el comunicador. Supongo que podrás hacerlo, ¿verdad, Vuffi Raa?
—Soy un androide de clase dos, y por supuesto que estoy más que capacitado para llevar a cabo cálculos de una naturaleza tan elemental —replicó Vuffi Raa, pareciendo un poco ofendido al ver que alguien dudaba de sus capacidades—. Pero debo observar que su sugerencia presenta un riesgo considerable, capitán Solo.
El tono que había empleado el pequeño androide hizo que Han tuviera una vívida imagen mental de sus tentáculos retorciéndose frenéticamente ante la mera idea de dar aquel salto.
—¡Vamos, Lando! ¡Ordénale que lo haga!
Han pudo oír el suspiro de Lando por el comunicador.
—De acuerdo, corelliano chiflado. ¡Oh, Vuffi Raa, maravilloso genio mecánico, haz lo que dice Han!
Vuffi Raa sólo tardó unos momentos en volver a hablar.
—Curso trazado —anunció, casi en un susurro.
—¡A toda máquina! —chilló Han, haciendo que sus acciones acompañaran a sus palabras.
Las estrellas se estriaron a su alrededor durante una fracción de segundo, ¡y un instante después se encontró yendo directamente hacia la flota imperial!
Volvió la cabeza primero a un lado y luego a otro, y vio que Lando y Salla seguían manteniendo la formación. La ilusión de Xaverri se desplegaba por detrás de ellos y a ambos lados. Han por fin podía verla, y aunque había estado preparándose para algo realmente grande, quedó muy impresionado.
—¡Magnífico! —gritó—. ¡Gracias, Vuffi Raa!
Cuando la flota fantasma estuvo un poco más cerca de la cuña imperial, los gigantescos navíos de primera línea abrieron fuego. Han enseguida comprendió que formar parte de una ilusión encerraba una inmensa ventaja. Con tantas naves contra las que disparar, había muchas probabilidades de que ningún artillero centrara sus miras en los tres únicos navíos reales.
Aun así, decidió estar preparado para iniciar las maniobras evasivas con la mayor rapidez posible.
—¿Estás preparado, Jarik? —preguntó.
—¡Listo, Han!
—¿Estás preparado para utilizar esos dos cañones láser gemelos, Chewie?
—¡Hrrrrrrnnnnnn!
Han escogió como objetivo el destructor situado más a la izquierda, que también era el que estaba más cerca de ellos.
—Voy a ir a por ese destructor de ahí delante —dijo por el comunicador mientras echaba un vistazo a la identificación de la nave—. Es el... Protector de la Paz.
—Seguiremos a tu lado —dijo Lando—. Así podremos cubrirnos el uno al otro.
—¡Estupendo! —Han nunca se lo había pasado tan bien—. Esto es muy divertido, ¿verdad, chicos?
—¿Qué planeas hacer, Han? —preguntó Salla en un tono más bien preocupado.
—Oh, se me ha ocurrido que podría pasar junto al puente del Protector de la Paz y saludar al capitán agitando la mano —dijo Han alegremente. Sólo será una pequeña visita amistosa para...
—¡Han! —protestó Salla—. ¡Preferiría que todos saliéramos con vida de esto!
—Corelliano chiflado... —masculló Lando.
—Eh, eh... ¿A qué viene tanta preocupación? —exclamó Han—. ¡Cuidaré de vosotros, chicos!
El capitán Reldo Dovlis, al mando del destructor imperial Protector de la Paz, meneó la cabeza.
—¡Alto el fuego! —ordenó, visiblemente disgustado—. No es real. No puede serlo. Nuestros disparos no han destruido ni una sola nave, y ninguno de sus disparos nos ha causado el más mínimo daño. Lo único que estamos consiguiendo con todo esto es malgastar nuestros disparos y nuestro tiempo.
Su operador de sensores alzó la mirada hacia él.
—Los sensores continúan indicando que lo que estamos viendo es real, señor.
—Pues entonces los sensores están mintiendo —gruñó Dovlis. Estudió la pantalla táctica y vio que varias naves se aproximaban a gran velocidad a la popa del Protector de la Paz—. Navíos aproximándose por el vector posterior —anunció—. Viren para que nuestras baterías turboláser delanteras puedan abrir fuego contra ellos. Activen lo sistemas de armamento, y prepárense para disparar en cuanto lo ordene.
La gigantesca nave empezó a virar lentamente. Dovlis no apartaba los ojos de la pantalla que le iba mostrando la aproximación de aquellas naves, y sintió un gran alivio cuando vio que tendría tiempo de disparar varias andanadas contra ellas. A juzgar por sus dimensiones, eso debería bastar para...
Y entonces su piloto dejó escapar un chillido ahogado, y el Protector de la Paz se estremeció violentamente. Trazos rojizos de fuego láser chisporrotearon y ardieron sobre el escudo delantero del Protector de la Paz.
Una fracción de segundo después una nave pasó a toda velocidad por delante de ellos, deslizándose tan cerca del ventanal del puente que incluso Dovlis gritó y se encogió instintivamente. La nave, un pequeño y más bien maltrecho carguero SoroSuub, ejecutó un rizo interior impecable y se preparó para iniciar una segunda pasada.
«¡No todas son fantasmas!», comprendió Dovlis.
—¡Inviertan el viraje! —aulló—. ¡Disparen contra esa nave!
El Protector de la Paz empezó a virar en sentido contrario. Dovlis enseguida pudo volver a ver a la flota de los contrabandistas, y dejó escapar un jadeo de sorpresa al darse cuenta de lo cerca que estaba.
Un diluvio de andanadas láser surgió de otros dos cargueros y se abatió sobre el Protector de la Paz.
—¡Centren las miras en esas naves! —ordenó el capitán—. ¡Fuego a discreción!
La tripulación de Mako Spince había conseguido efectuar algunas reparaciones en el Perla de Dragón, y el yate hutt volvía a disponer de una protección de escudos parcial a estribor. Las filtraciones del casco también habían sido selladas. La propulsión sublumínica seguía sin funcionar al cien por cien, pero Mako estaba dispuesto a correr el riesgo de volver a tomar parte en la batalla. La capitana Renthal le había asignado un ala-Y para que les acompañara, y la veloz y potente navecilla volaba junto a ellos, preparada para impedir que los imperiales atacaran su debilitado flanco de estribor.
Mako echó un vistazo a los sensores y a las pantallas tácticas y vio que ya estaban cerca de su objetivo, el crucero pesado imperial Liquidador. La nave todavía tenía la popa dirigida hacia los piratas y los contrabandistas que iban hacia ella, lo cual significaba que todavía era vulnerable al ataque.
—Ya podemos abrir fuego, Mako —dijo Azul.
—¡Estupendo! —exclamó Mako, dirigiendo una inclinación de cabeza a la hermosa contrabandista—. Voy a dejar que el ala-Y se encargue de hacer la primera pasada, y luego tendremos ocasión de divertirnos. Ordena a la dotación arcillen que centre los disparos sobre su deflector posterior izquierdo, justo encima de su sala de motores. Queremos darle en el mismo sitio que el ala-Y.
—De acuerdo —murmuró Azul, y transmitió la orden.
Mako agradecía poder disponer de aquel ala-Y para que le cubriera el flanco de estribor. El pequeño caza, tan veloz como moderno, no sólo estaba equipado con cañones láser, sino que también disponía de torpedos protónicos..., y éstos no tardarían en demostrar su gran utilidad.
El veterano contrabandista activó su comunicador en la frecuencia del artillero pirata del ala-Y.
—Aquí Mako. ¿Estáis preparados?
—¡Estamos preparados!
—¡Pues adelante!
Mako observó la maniobra del ala-Y en sus sensores. La pequeña nave avanzó y lanzó cuatro torpedos protónicos contra el objetivo designado antes de virar y empezar a alejarse.
—Bien, Mako, los escudos han cedido o están a punto de hacerlo —dijo el artillero mientras el ala-Y trazaba un círculo para volver a reunirse con el yate—. ¡Ahora os toca a vosotros!
—¡Será un placer!
Mako se volvió hacia Azul e inclinó la cabeza. La contrabandista incrementó la velocidad al máximo (que seguía sin ser gran cosa) y avanzó hacia el Liquidador mientras abría fuego con todas sus baterías turboláser.
Nada más ver los efectos de la primera andanada, Mako comprendió que los escudos del crucero habían dejado de funcionar. Los artilleros del Perla machacaron repetidamente a su objetivo con las dos baterías turboláser que les quedaban antes de que el lento y poco maniobrable navío imperial pudiera virar para utilizar sus poderosas baterías delanteras.
Unos instantes después todo el flanco derecho de la nave imperial y la sala de motores que había debajo de él quedaron convertidos en una masa de restos humeantes. El Liquidador empezó a girar lentamente en el vacío, indefenso y perdiendo atmósfera.
La capitana Trea Renthal se inclinó hacia adelante en su sillón de mando. «¡Por fin voy a tener ocasión de entrar en acción!», pensó con creciente excitación. Dirigir a sus naves en sus complicadas trayectorias a través de la batalla había sido un auténtico desafío, pero aun así no se parecía en nada a aquello. Por fin mandaba su propia nave, y no tardaría en cobrarse alguna presa.
Su objetivo era otro de los cruceros pesados, el Paralizador. Aquellas naves, que ya se habían quedado muy anticuadas, eran lentas y poco maniobrables y no disponían de unos escudos lo suficientemente potentes. Comparado con el crucero, el Puño de Retaba era una esbelta máquina de destrucción poderosamente armada. Además de sus dos baterías turboláser gemelas situadas en una torreta superior y otra inferior, la corbeta corelliana disponía de cuatro torretas láser gemelas situadas en los flancos para defenderse de dos cazas y de un par de lanzadores de torpedos protónicos de alto calibre instalados en la parte delantera, debajo del puente.
Tal como había predicho Han, su suministro de torpedos protónicos era limitado. Renthal sólo disponía de cuatro. Los torpedos protónicos resultaban extremadamente difíciles de conseguir.
Pero mientras se aproximaba al crucero imperial, Renthal estaba decidida a sacar el máximo provecho posible de cada uno de esos cuatro torpedos.
—Preparados para lanzar torpedos uno y dos —dijo, volviéndose hacia su dotación artillero cuando estaban a punto de entrar en el radio de acción del armamento—. Centrad las miras en la popa. ¡Me encantaría provocar una sobrecarga de reactores!
—¡Sí, capitana!
Renthal sonrió. Le encantaba que la llamaran »capitana». —¡Fuego! —gritó mientras el Puño de Renthal iniciaba un rápido viraje.
Su nave sufrió dos leves sacudidas, y los torpedos protónicos surgieron de los conductos de lanzamiento entre una oleada de llamas azules.
El primer torpedo volatilizó los escudos del crucero. El segundo atravesó el casco y causó serios daños.
—¡Que todas las baterías turboláser abran fuego! —ordenó Renthal, iniciando el viraje para efectuar una segunda pasada de ataque.
El Paralizador se estaba bamboleando bajo el efecto de los impactos. Los haces turboláser se internaron todavía más en sus entrañas, buscando su corazón: el reactor que alimentaba a sus motores.
Renthal nunca supo qué fue lo que la advirtió. Quizá fuera el instinto, desarrollado por veinte años de combates. Pero de repente la mercenaria hizo que su nave virase bruscamente y empezó a acelerar a toda velocidad.
Y un instante después el Liquidador estalló detrás de ella, quedando tan completamente volatilizado como cualquiera de los frágiles cazas TIE.
Renthal sonrió beatíficamente. «Vaya, vaya... ¡Esto sí que ha sido realmente divertido!.
Mako prorrumpió en vítores mientras veía cómo cinco de los alas-Y de Renthal descargaban un diluvio de fuego láser sobre la popa del destructor Protector de la Paz, centrando sus disparos sobre la altamente vulnerable zona motriz y rociándola con salvas de torpedos protónicos.
Los destructores eran unos blancos mucho más difíciles de aniquilar que los lentos y poco maniobrables cruceros pesados, pero Mako estaba empezando a pensar que quizá tuvieran una posibilidad de acabar con aquél.
Al parecer Han, Salla y Lando habían puesto en práctica con gran éxito alguna de sus típicas ideas de chalados para mantener ocupado al Protector de la Paz hasta que los alas-Y pudieran intervenir. Mako podía ver sus señales de contacto siguiendo a los alas-Y, y supuso que estarían esperando a que alguno de aquellos torpedos protónicos se ocupara de los escudos para no desperdiciar sus disparos contra el gigantesco navío.
El veterano contrabandista se encontró haciendo algunos cálculos mentales mientras los alas-Y seguían lanzando oleada tras oleada de destrucción sobre el destructor imperial. «Dos salvas de dos torpedos cada una, procedentes de cinco alas-Y... ¡Eso equivale a veinte impactos de torpedo!»
La cifra parecía enormemente elevada, pero Mako había servido a bordo de un destructor imperial cuando se estaba entrenando y sabía hasta qué punto eran sólidas aquellas viejas naves.
«Allá va la primera salva.... Eso hace un total de diez torpedos..., y diez impactos...»
Mako hizo unos cuantos cálculos aproximados más, y acabó decidiendo que a esas alturas los escudos de popa del Protector de la Paz ya debían de estar pasándolo realmente mal.
Mientras los alas-Y viraban para iniciar su segunda pasada, una serie de agujeros ennegrecidos empezó a aparecer en el costado de estribor del navío imperial, justo allí donde se encontraban sus gigantescos motores.
Los escudos habían dejado de existir, y otros contrabandistas estaban atacando entusiásticamente toda la popa del destructor. Mako se dio cuenta de que el capitán imperial estaba intentando virar para poder abrir fuego contra ellos, pero su nave ya tenía visibles dificultades para obedecer las órdenes de pilotaje.
Y entonces un potente fogonazo iluminó todo el costado de estribor, y la emisión lumínica de los motores del Protector de la Paz se desvaneció de repente.
Mako dejó escapar un suave silbido. «Me parece que van a tener serios problemas...»
—¡El reactor de estribor estaba empezando a sobrecargarse, señor! Los sistemas de seguridad lo han desconectado! —informó el segundo de a bordo de Reldo Dovlis—. ¡Nos hemos quedado sin energía de propulsión, señor!
Dovlis miró a su alrededor, sintiéndose invadido por una creciente desesperación. Las naves de los contrabandistas eran demasiado pequeñas para poder causarle daños realmente serios en cuestión de segundos, pero si disponían del tiempo suficiente podían ir cortando su nave en pedacitos, empezando por toda la sección de estribor trasera desprotegida y avanzando poco a poco a lo largo del casco con rumbo al puente, destruyendo un escudo detrás de otro, agujereando su nave con sus pequeños haces láser...
—Tenemos que volver a poner en marcha esos motores o acabarán con nosotros —dijo, sabiendo muy bien hasta qué punto eran ciertas sus palabras—. Desconecten los sistemas de seguridad. ¡Necesitamos energía!
—Pero capitán...
El rostro del joven oficial se había vuelto de un color gris ceniza a causa del miedo. Dovlis no le culpaba. Los reactores no eran algo con lo que se pudiera jugar. Pero ¿qué otra alternativa le quedaba? Los otros navíos imperiales estaban demasiado ocupados para ayudarle, y no creía que una petición de ayuda a Greelanx pudiera ser atendida lo bastante deprisa.
Dovlis acabó decidiendo correr el riesgo de volver a conectar la propulsión, basándose en la suposición de que los sistemas protectores de seguridad de los reactores habrían sido diseñados para que entraran en acción mucho antes de que hubiera un auténtico peligro de explosión.
—Le he dado una orden, oficial —dijo mientras fulminaba a su subordinado con una mirada que se había vuelto repentinamente acerada e impasible.
—¡Sí, señor!
«Si consiguiéramos mantener conectados los motores durante el tiempo suficiente para que pudiéramos acercarnos un poco más a las otras naves...», pensó Dovlis. Si quedaba a la deriva, el Protector de la Paz tendería a ser atraído por la gravedad de Nar Shaddaa.
Dovlis oyó cómo los motores de su nave se activaban y trataban de funcionar, y se sintió desgarrado por una aguda punzada de dolor al pensar en lo que les estaba haciendo. Pero todas sus vidas estaban en juego.
El Protector de la Paz vibró y se bamboleó, y después empezó a avanzar lentamente...
... y una fracción de segundo después todo el casco del destructor fue recorrido por un espasmo de agonía cuando su motor de estribor estalló. Pero el motor de babor seguía funcionando, ¡y la repentina desigualdad de los vectores de propulsión hizo que el destructor empezara a girar vertiginosamente!
—¡Apaguen los motores! —gritó Dovlis, pero descubrió que su segundo de a bordo ya se había adelantado a la orden.
El Protector de la Paz siguió girando en silencio, dando una vuelta tras otra.
La gravedad artificial todavía funcionaba gracias a las células de energía de emergencia, pero éstas no eran lo suficientemente potentes para proporcionar energía a las Loberas de maniobra del destructor. La tripulación del Protector de la Paz ya no podía hacer absolutamente nada para detener aquella rotación. Volver a conectar el motor de babor sólo serviría para que los giros se volvieran todavía más veloces y violentos.
Reldo Dovlis, totalmente aterrorizado, contempló cómo las estrellas desfilaban por delante del ventanal del puente para ser seguidas por la superficie de Nar Shaddaa, levemente borrosa debido a la distorsión producida por el escudo planetario de la luna, y cómo ésta era sustituida por las estrellas, que desaparecieron casi enseguida para dejar paso nuevamente a la luna...
«¡Haz algo! —aulló su mente—. ¡Estamos siendo atraídos por la gravedad de la luna! ¡Dentro de un minuto chocaremos con el escudo de energía de Nar Shaddaa!»
¡Y la explosión que se produciría a continuación sería realmente digna de verse!
Estrellas... Luna... Estrellas... Luna...
Todo giraba en una vertiginosa confusión, moviéndose en un torbellino implacable que no podía ser detenido...
Estrellas... Luna... Estrellas... Luna... Estrellas... Luna, ya muy cerca... Dovlis intentó aferrarse a su dignidad. Después de todo, era un oficial imperial.
—¿A alguien se le ocurre algo que podamos hacer? —preguntó, manteniendo su voz firme y tranquila.
La dotación de su puente le contempló en silencio. En este caso, la ley de la gravedad era tan cruel e inexorable como cualquiera de las impuestas por el Emperador.
Estrellas... Luna... Estrellas... Luna, ya tan terriblemente cerca... Y un instante después ya sólo había luna, tirando de ellos con brazos invisibles para atraerlos hacia su escudo.
Y un instante después ya no había nada en absoluto...
Uno de los contrabandistas que habían llegado corriendo para poder disparar sus armas sobre la mole agonizante del Protector de la Paz era Roa, que se estaba sintiendo bastante osado. El veterano contrabandista llevaba algún tiempo preguntándose si no estaría empezando a hacerse viejo y temía haber perdido los reflejos, pero aquel día había librado dos combates individuales con cazas TIE y había salido victorioso de ambos.
«¡Eh, todavía tengo lo que hay que tener!», pensó mientras hacía que la Lwyll se lanzara en pos del destructor atrapado en su vertiginosa rotación. Meramente porque le parecía emocionante, Roa hizo que la Lwyll se deslizara por debajo del navío imperial que se precipitaba hacia la luna y salió del viraje con una brusca maniobra, sintiendo cómo las fuerzas gravitatorias tensaban sus garras invisibles a su alrededor, tan potente era la tracción...
... y entonces el Protector de la Paz chocó con el escudo de Nar Shaddaa.
La explosión que destruyó la gigantesca nave volatilizó una sección del escudo planetario, y una masa de restos llameantes fue absorbida a través de ella para caer sobre los estratos superiores de la atmósfera.
Y Roa se vio absorbido junto con ellos.
La onda expansiva le dejó aturdido, y Roa tuvo que hacer un gran esfuerzo para despejarse. No le resultó fácil. Oleadas de negrura fluían sobre él como un mar oscurecido por la noche.
Pero Roa era un luchador nato. Siguió esforzándose y se negó a darse por vencido, firmemente decidido a abrir los ojos, parpadear y erguir la cabeza.
Unos segundos después fue capaz de volver a ver con claridad, y comprendió dónde se encontraba y qué estaba haciendo. Estaba cayendo como una piedra, descendiendo a toda velocidad en una incontrolable caída hacia la sucia atmósfera de Nar Shaddaa.
Roa parpadeó. Había algo en sus ojos. ¿Sangre? Parecía la respuesta más probable.
Meneó la cabeza y sintió una aguda punzada de dolor. Tratar de moverse trajo consigo una auténtica agonía. Su panel de instrumentos había quedado reducido a un estado lamentable, pero algunas partes aún estaban iluminadas y seguían funcionando. Su traje de suelo había perdido la capacidad de mantener a raya al vacío, pero Roa ya no se encontraba rodeado de vacío.
Obligándose a moverse y a enfrentarse con su situación, Roa empuñó los controles y empezó a pilotar la pequeña nave de exploración en su vertiginoso descenso a través de la atmósfera, utilizando hasta el último átomo de habilidad que poseía para conseguir que la toma de contacto con la superficie de Nar Shaddaa se llevara a cabo con la máxima suavidad posible.
Aunque de hecho, Roa se conformaba con un aterrizaje forzoso..., o con cualquier clase de aterrizaje.
La Lwyll hizo un valiente esfuerzo para responder a sus órdenes. Roa consiguió levantar su morro, y logró colocar algo de aire debajo de sus alas. La caída libre se fue volviendo un poco menos vertiginosa.
Roa empezó a comprobar sus toberas de frenado y maniobra, y descubrió que no respondían demasiado bien. Seguía cayendo, pero por lo menos se trataba de una caída relativamente controlada.
Podía ver una plataforma de descenso debajo de él. Usando sus toberas de maniobra, Roa consiguió dirigir a la Lwyll hacia ella y se fue acercando lentamente hasta que estuvo seguro de que acabaría posándose sobre la pista, en vez de precipitarse dando tumbos por el abismo que se abría entre los edificios.
El permacreto subía hacia él, acercándose muy deprisa... ¡Demasiado deprisa!
Roa se enfrentó a la gravedad de la misma manera en que se habría enfrentado a un oponente humano en un combate de lucha libre, utilizando hasta el último gramo de habilidad que poseía.
Roa tensó el cuerpo mientras el permacreto subía a toda velocidad hacia él...
Después nunca recordaría el momento del impacto.
¿Cuánto tiempo tardó en parpadear yen volver lentamente al estado consciente? ¿Segundos? ¿Minutos? ¿Horas?
Roa no lo sabía, y le daba igual lo que hubiera tardado en conseguirlo. El cuerpo le dolía en un centenar de sitios distintos, pero un miedo más visceral que cualquiera de los que hubiera conocido jamás logró despejarle por completo.
Olor a quemado... La Lwyll estaba ardiendo. La nave estallaría de un momento a otro, y entonces todos sus esfuerzos para llegar a la pista de descenso razonablemente entero no habrían servido de nada...
Ignorando las cuchilladas de las astillas de glasita que seguían empalando su cuerpo, Roa estiró el brazo y pulsó el control que abriría su cabina. Después, manoteando y debatiéndose torpemente, se quitó las tiras del arnés de seguridad. Consiguió incorporarse hasta salir del asiento, y luego cayó y acabó medio doblado sobre el borde de la cabina. Roa agitó las piernas, intentando reunir las fuerzas necesarias para conseguir que rebasaran el borde.
Y de repente unas manos le agarraron y tiraron de él, levantándolo por los aires. Varias voces balbucearon en sus oídos, tenues y casi inaudibles debido al casco.
Le estaban apartando de la nave.
Oyó ruido de pasos sobre el permacreto. Alguien corría. Roa estaba siendo sacudido y bamboleado de un lado a otro casi tan violentamente como cuando se había visto atrapado por la onda expansiva de la explosión.
Logró levantar la cabeza unos centímetros y volvió la mirada hacia la Lwyll justo a tiempo para ver cómo su amada navecita volaba en mil pedazos.
«Pero estoy vivo —pensó confusamente—. Estoy vivo, y sigo teniendo a la verdadera Lwyll...»
Y con ese último pensamiento, Roa se hundió en la negrura.
A pesar de que acababa de ver cómo sus deseos se convertían en realidad, el almirante Winstel Greelanx no se sentía muy feliz. Volvió la mirada hacia sus pantallas y sus sensores, vio los daños que había sufrido su escuadrón..., y sintió que una furia ciega y abrasadora se adueñaba de él.
Aquellos condenados contrabandistas... ¿Cómo se atrevían a hacerle aquello?
Un destructor atomizado. Un crucero de la clase Galeón del que sólo podrían recuperarse algunos sistemas y componentes. Un crucero pesado que no podía moverse, otro que había pasado a formar parte del cascarón de restos y polvo espacial que flotaba alrededor de Nar Shaddaa...
Greelanx tuvo que reprimir el impulso de reagrupar a sus tropas y seguir luchando. Todavía contaba con una fuerza formidable, especialmente contra aquellos contrabandistas. Había bastantes probabilidades, quizá más del cincuenta por ciento, de que pudiera obtener la victoria y ejecutar sus órdenes.
Pero Greelanx no podía hacer eso. Había estado buscando una forma de justificar la retirada, y los contrabandistas acababan de ponerla en sus manos.
El almirante se volvió hacia el comandante Jelon.
—Comunique a nuestras naves que deben retroceder de manera ordenada en una retirada general —dijo—. Cuando se hayan alejado lo suficiente del enemigo, ordéneles que se dirijan hacia nuestras coordenadas hiperespaciales de reunión.
Jelon miró fijamente a su superior sin tratar de disimular su sorpresa.
—¿Retirada, señor?
—Sí, retirada... —replicó Greelanx con voz enronquecida—. No podemos llevar a cabo la directiva concerniente al sistema de Y'Toub. En estos casos la sabiduría táctica establecida prescribe una retirada ordenada mientras todavía conservamos un cierto grado de control sobre la situación.
En circunstancias normales Greelanx habría preferido saltar por una escotilla sin traje espacial antes que justificar las órdenes impartidas aun subordinado, pero el almirante ya estaba componiendo mentalmente su informe oficial, y quería escuchar qué tal sonaban aquellas frases.
Greelanx Jelon se puso firmes y saludó marcialmente.
—!Sí, señor!
—¿Retirada? —pensó el capitán Soontir Fel, perplejo y sin entender nada—. ¿Retirada? ¡Todavía podemos vencer!»
No resultaría fácil, pero era factible. Fel estaba seguro de ello. Se sentía sencillamente incapaz de creer que Greelanx pudiera darse por vencido sin emplear todos los recursos disponibles.
—Deben retirarse de manera ordenada —repitió el comandante Jelon—. Ésas son las órdenes del almirante.
Mandar una nave hacía que Fel superase en rango a Jelon, y eso le dio el valor necesario para hablar de una manera mucho más franca de lo que jamás se habría atrevido a hacerlo ante el almirante.
—Pero sigue habiendo muchos cazas TIE ahí fuera —dijo—. ¡No podemos abandonarlos!
—El almirante espera que el escuadrón lleve a cabo el salto al hiperespacio en las coordenadas de reunión dentro del plazo que ha especificado —replicó Jelon en un tono cada vez más seco.
Fel apretó los labios.
—Aquí Fel, corto y cierro —se limitó a decir, y la imagen holográfica de Jelon se esfumó.
Soontir Fel se volvió hacia su segundo de a bordo.
—Envíe una transmisión de emergencia a todos los cazas TIE ordenándoles que se dirijan hacia el Orgullo, comandante Toniv. Me llevaré a todos los que pueda, y seguiremos recogiéndolos hasta que nuestros hangares de atraque y muelles de lanzaderas estén llenos. Al mismo tiempo, abandonaremos el combate y nos retiraremos.
—¿A qué velocidad, señor?
—A un cuarto, comandante.
—¿A un cuarto, señor?
—Ya me ha oído.
—¡Sí, señor!
Fel había ordenado que la retirada se llevase a cabo a una velocidad tan ridículamente baja para que el mayor número posible de cazas TIE tuviera ocasión de reunirse con su navío. Técnicamente hablando, estaba obedeciendo las órdenes —Greelanx no había llegado a especificar ninguna velocidad—, pero estaba desobedeciendo su espíritu.
Aunque si hubiera tenido que ser franco, Fel habría confesado que en ese momento las órdenes le importaban un comino. ¡No iba a abandonar a aquellos pilotos!
Cinco minutos después los hangares de atraque de su nave estaban ocupados por los doce cazas TIE que podían acoger, y sus muelles de lanzaderas contenían tres cazas más. Los sensores no indicaban que hubiera más cazas TIE esperando ser recogidos del espacio, por lo que Fel ordenó al Orgullo que acelerase a toda máquina para alcanzar al resto del escuadrón.
Un minuto después la diminuta imagen holográfica del almirante Greelanx se materializó sobre su tablero de comunicaciones.
—¡Capitán Fel!
Fel no tuvo que hacer ningún gran esfuerzo de voluntad para mantenerse impasible ante su superior. Seguía estando demasiado furioso para poder sentir miedo.
—¿Sí, almirante?
—¡Ha desobedecido deliberadamente mi orden!
—He recuperado a nuestros cazas, almirante, así como a sus pilotos. Pensé que eso era... importante.
La diminuta imagen de Greelanx le fulminó con la mirada.
—Esta decisión podría acabar costándole el mando de su nave, capitán —dijo por fin—. Presentaré un informe completo.
Fel tragó saliva, pero no bajó la vista.
—Y yo también presentaré un informe completo, naturalmente —replicó—. Tal como prescriben los reglamentos, tengo intención de exponer todos los aspectos de la batalla... tal como pude verlos desde mi nave.
Greelanx contempló en silencio a Fel durante un momento interminable. Los dos militares se sostuvieron la mirada sin vacilar. Y el almirante acabó asintiendo.
—Como desee, capitán.
La diminuta imagen holográfica se desvaneció. Soontir Fel se dejó caer sobre un asiento, y reprimió el impulso de sostenerse la cabeza con las manos mientras se preguntaba si las vidas de aquellos pilotos valían una carrera.
Era muy posible que estuviera a punto de averiguarlo.
Soontir Fel suspiró. A veces la vida podía llegar a volverse realmente muy complicada. Pero entonces se dio cuenta de algo que le animó considerablemente.
«Por lo menos no he tenido que ejecutar la directiva Base Delta Cero..., y eso ya es algo.»