Capítulo 2
La ruta de los contrabandistas
Han Solo entró en la diminuta sala de control de la nave durosiana con una taza de té estimulante en las manos. Echó un vistazo a la pantalla, que mostraba las reconfortantes pautas de trazos estelares del hiperespacio, y después parpadeó y contempló con ojos soñolientos al enorme wookie instalado en el asiento del copiloto.
—He dormido más de 10 que debía —dijo en tono acusador—. No me llamaste.
Chewbacca emitió un breve comentario.
—Sí, bueno... Probablemente sea verdad que necesitaba descansar —admitió Han—. Pero tú eres el que acabó herido, ¿no? ¿Qué tal va el brazo?
El wookie le aseguró que la herida estaba cicatrizando muy bien. El corelliano le echó un vistazo y asintió, y después se dejó caer en el asiento del piloto.
—Excelente. Si quieres que te sea sincero, amigo, fue una suene que ayer aparecieras en el momento en que lo hiciste... Esa barabel no se andaba con rodeos. Las cosas podrían haber llegado a ponerse bastante feas.
Chewie, siempre sincero, observó que las cosas habían llegado a ponerse bastante feas. Han se encogió de hombros.
—Tienes razón. Y eso me recuerda algo...
Se levantó, fue hasta la caja de herramientas que formaba parte del equipo estándar de todas las naves y volvió al asiento con un diminuto soplete láser y una microlima. Sacó el desintegrador de su pistolera, desprendió la mira del extremo del cañón aserrándola con mucho cuidado y después empezó a alisar las diminutas rugosidades del metal.
Chewbacca se preguntó en voz alta qué estaba haciendo Han.
—Me aseguro de que mi arma nunca volverá a quedarse atascada dentro de mi pistolera —le explicó el corelliano—. Cuando no pude desenfundar el desintegrador en esa taberna, pasé un par de segundos francamente horribles. Soy un buen tirador, así que perder la mira no afectará a mi puntería.
Chewie contempló en silencio a Han mientras éste trabajaba. El humano volvió a hablar pasados unos segundos.
—Sí, eso de no poder desenfundar fue un auténtico caso de mala suene... Si nos hubiéramos visto metidos en un tiroteo, creo que ninguno de los dos habría conseguido salir de allí con vida. Claro que supongo que podría haber sido peor, desde luego... Corrimos bastante más peligro en ese acto religioso ylesiano. Si los agentes de seguridad de Veratil hubieran logrado alcanzarnos... Créeme, amigo: esos danda Tils se toman muy en serio todo lo referente a la seguridad. Si nos hubieran capturado, ahora estaríamos chapoteando en un lago de estiércol de humbaba.
Chewie emitió un sonido interrogativo.
—Sí, supongo que te debo una explicación —dijo Han con un suspiro—. Verás, hace cosa de cinco años necesitaba adquirir experiencia en el pilotaje de naves de gran tonelaje porque albergaba la esperanza de poder entrar en la Academia Imperial. ¿Qué hice? Pues acepté el empleo de piloto que ofrecían los T'landa Tils de Ylesia. ¿Habías oído hablar de ese mundo?
Chewie dejó escapar un suave gemido gutural.
—Exacto, chico: la colonia de peregrinos... Pero en realidad no es exactamente una colonia, amigo. Ylesia no es más que una superestafa, una trampa de primera categoría. Los hutts controlan todo el lugar. Los peregrinos van allí con la esperanza de que así podrán alcanzar la unión con el Todo cósmico, o algo por el estilo, pero en cuanto llegan los esclavizan y los obligan a trabajar en las factorías de especia. La mayoría de esos pobres idiotas no aguantan mucho tiempo, claro... Cuando estuve en Ylesia los t'landa Tils tenían tres colonias, pero he oído decir que han continuado expandiéndose y que ahora ya tienen cinco o seis.
Chewbacca meneó la cabeza, visiblemente apenado.
Han torció el gesto mientras miraba a lo largo del cañón del desintegrador.
—Alguien tendría que ir allí y acabar con esos condenados sacerdotes, Chewie. He sido ladrón, estafador, contrabandista, jugador y unas cuantas cosas más de las que no me siento particularmente orgulloso, pero la esclavitud... Bueno, no la aguanto. Y tampoco aguanto a los que trafican con esclavos. Son la hez del universo, créeme. Si alguien me ofreciera aunque sólo fuese un crédito por ello, les llenaría la piel de agujeros...
Chewbacca, naturalmente, se apresuró a apoyar con vehemencia las opiniones de Han. El corelliano permitió que sus labios se curvaran en una sonrisa torcida mientras deslizaba el pulgar a lo largo del extremo del cañón, que había quedado impecablemente alisado. Una vez satisfecho, volvió a guardar el arma dentro de su pistolera.
—Bueno, bueno... Me parece que me había olvidado de con quién estaba hablando, ¿no? Pero de todas maneras, se trata de una historia muy larga. El resultado final fue que decidí largarme de allí, así que le robé un montón de objetos valiosos al Gran Sacerdote. Teroenza tenía una gran colección de obras de arte, armas adornadas con joyas y ese tipo de cosas... El único problema fue que Teroenza y Zavval, el hutt para el que trabajaba, aparecieron en un momento realmente muy inoportuno. Todo el mundo empezó a disparar, y Zavval murió.
Chewbacca emitió un nuevo sonido interrogativo.
Han suspiró.
—No, no le maté. Pero... Bien, supongo que se podría decir que yo tuve la culpa de que dejara de figurar en la nómina de los vivos.
Chewie comentó que, a juzgar por lo que sabía de los hutts, cuantos menos hubiera con vida mejor.
—Sí, ya lo he pensado en más de una ocasión —dijo Han—. Pero puede que acabemos trabajando para un hutt, así que será mejor que te guardes esas opiniones para ti. —Después tomó un sorbo de su té estimulante y contempló durante unos segundos el veloz discurrir de las pautas estelares, absorto en sus recuerdos—. Bueno, el caso es que logré huir. Pero preferiría que Veratil no me hubiera visto ayer. Tengo un mal presentimiento, Chewie... Los T'landa Tils pueden llegar a ser bastante desagradables cuando se lo proponen.
Chewie formuló una pregunta. Han bajó la mirada y carraspeó para aclararse la garganta.
—¿Qué por qué volví a meterme entre la multitud y le di una oportunidad de verme a Veratil? Bueno, amigo... Verás, había una chica que...
El wookie gruñó una frase bastante corta. Traducida al básico, habría sido algo así como »Oh, menuda sorpresa».
—Bueno, esa chica era... especial —dijo Han, sintiéndose más bien a la defensiva—. Se llamaba Bria Tharen y ayer, cuando estaba entre esa multitud, creí... —Se encogió de hombros, y sus ojos se ensombrecieron—. Creí haberla visto. Hubiera podido jurar que era ella, inmóvil entre los peregrinos. Hace cinco años fuimos... amigos. De hecho, llegamos a ser muy, muy amigos...
Chewbacca asintió. Sólo llevaba un mes con Han Solo, pero el wookie ya sabía que, de manera casi invariable, las hembras humanas encontraban bastante atractivo al corelliano.
Han volvió a encogerse de hombros.
—Pero mis ojos me engañaron. Cuando por fin conseguí alcanzarla, resultó que no era Bria. Era realmente horri... —Han carraspeó y se interrumpió, sintiéndose un poco avergonzado de sí mismo—. Bien, el caso es que..., que me llevé una gran desilusión. Tenía la esperanza de que por fin había vuelto a encontrarla, ¿entiendes? —Tomó otro sorbo del té, que ya estaba empezando a enfriarse—. Anoche soñé con Bria —murmuró, casi como si hablara consigo mismo—. Yo llevaba mi uniforme, y ella me sonreía...
Chewbacca emitió un sonido curiosamente suave y lleno de simpatía, y Han alzó la mirada hacia el wookie.
—Pero... Eh, Bria es parte del pasado. He de mirar hacia adelante. ¿Qué me dices de ti, amigo? ¿Tienes novia?
El wookie titubeó, y Han sonrió maliciosamente.
—¿Hay alguien especial..., o alguien que te gustaría que llegara a ser especial?
Chewie empezó a juguetear con el botón del control de estabilización.
—Eh, cuidado... No se te ocurra pulsarlo —dijo Han—. De acuerdo, no tienes por qué contármelo. Pero... Oye, yo te he contado lo mío. Si vamos a ser socios, ¿no te parece que eso significa que deberíamos confiar el uno en el otro?
Su peludo compañero reflexionó durante unos momentos, como si estuviera dando vueltas a lo que acababa de oír. Finalmente asintió y empezó a hablar, despacio al principio y después con creciente seguridad. Al parecer había una joven wookie llamada Mallatobuck a la que Chewie encontraba muy atractiva. Mallatobuck había visitado varias veces la «comunidad» arbórea de Kashyyyk en la que vivía Chewie para atender a los miembros más ancianos de ella, y le había ayudado a cuidar de su padre, Attichitcuk, un wookie ya muy mayor y más bien irascible.
—Así que Mallatobuck te gusta —dijo Han—. ¿Y tú le gustas?
Chewbacca no estaba seguro. Nunca habían podido pasar mucho tiempo juntos a solas. Pero recordaba el cálido brillo que había visto en los ojos azules de Mallatobuck, y...
—¿Y cuánto tiempo ha transcurrido desde que la viste por última vez? —insistió Han.
Chewie reflexionó durante unos momentos y acabó gruñendo una réplica.
—¡Cincuenta años! —chilló Han.
Sabía que los wookies vivían mucho más tiempo que los humanos, pero aun así...
—Oye, amigo... —empezó a decir después de haber tomado otro sorbo de su té—. En fin, siento tener que decírtelo, pero... El caso es que a estas alturas Mallatobuck podría estar casada y tener seis wookitos. Creo que pedirle a una chica que te espere durante tanto tiempo es un poquito excesivo, ¿no?
Chewbacca admitió que tal vez debería volver a Kashyyyk y tratar de restablecer el contacto con Mallatobuck lo más pronto posible.
—¡Te diré lo que vamos a hacer! —exclamó Han—. En cuanto tengamos nuestra propia nave, comprada y pagada, Kashyyyk será nuestra primera parada. ¿Estás de acuerdo, Chewie?
El enorme wookie respondió con un entusiástico rugido de asentimiento.
Han le miró, y de repente se encontró pensando que tener a alguien con quien hablar durante los viajes era realmente muy agradable. En cuanto habías saltado al hiperespacio, el viaje espacial podía llegar a volverse francamente muy aburrido.
—Vi que cuando subiste a bordo traías contigo un paquete —dijo, cambiando de tema—. ¿Qué has comprado?
Chewbacca fue a buscar su adquisición, volvió a instalarse en el asiento del copiloto y abrió el paquete. Dentro había un montón de segmentos de metal y madera de distintas longitudes, una especie de empuñadura y un resorte que, a juzgar por su aspecto, debía de ser muy potente.
Han, bastante perplejo, contempló el amasijo de piezas.
—¿Qué es? —preguntó.
El wookie gruñó una lacónica réplica.
—Va a ser un arco de energía —repitió Han—. Bueno, pues te deseo buena suerte a la hora de montarlo... Ese resorte es tan grueso que ningún ser humano podría utilizar esta clase de arma.
Chewie se mostró de acuerdo con su opinión, y después cogió la caja de herramientas y empezó a montar su nuevo arco de energía.
—¿Eres buen tirador? —preguntó Han.
Chewbacca, muy modestamente, confesó que todos los integrantes de su comunidad consideraban que era un excelente tirador.
—Estupendo —dijo Han—. Nos dirigimos hacia Nar Shaddaa, así que tal vez tengamos que cubrirnos la espalda el uno al otro. Nar Shaddaa es una luna que orbita el planeta de los hutts, Nal Hutta. ¿Has oído hablar de Nal Hutta?
Chewie nunca había oído hablar de aquel planeta.
—Bueno, pues nunca he estado allí, pero a juzgar por lo que he oído decir, puede llegar a ser un sitio un poquito salvaje. Ni el Imperio se atreve a buscarle las cosquillas a Nar Shaddaa. Si tienes problemas con la ley, o si quieres hacer el tipo de negocios que las autoridades no ven con buenos ojos..., entonces vas a Nar Shaddaa. Es ese tipo de sitio, ¿entiendes?
Han empezó a inspeccionar los controles, asegurándose de que todo estaba en orden. Ya no tardaría mucho en salir del hiperespacio, y su punto de emergencia los dejaría bastante cerca de Nar Hekka. Chewbacca le contempló en silencio durante unos momentos con sus brillantes ojos azules, y después murmuró una pregunta.
Han alzó la mirada hacia él.
—Sí, intenté encontrar a Bria —admitió pasados unos instantes—. Al principio estaba furioso con ella porque me había abandonado, pero... Bien, el caso es que Bria también lo estaba pasando muy mal. Hace un par de años aproveché un permiso de la Academia para ir a ver a su padre, Renn Tharen. Me dijo que hacía un año que no tenía noticias de ella, y que no tenía ni idea de donde estaba. —Han suspiró—. Su padre me caía bien. El resto de su familia era insufrible, pero Renn me gustaba. Me ayudó cuando pasé por unos momentos muy difíciles. En cuanto me licencié de la Academia, le envié casi todo el sueldo de mis primeros seis meses de servicio porque quería devolverle una parte del dinero que me había prestado. Era un hombre...
La alarma hiperespacial de la nave empezó a sonar.
—Vamos a salir del hiperespacio —dijo Han, y sus manos iniciaron un veloz revoloteo sobre los controles—. Próxima parada, Nar Hekka. Tenemos que localizar a un gran señor de los hutts llamado Tagta, amigo.
Después de haber posado la nave durosiana en el espaciopuerto especificado por el alienígena, Han y Chewbacca recogieron sus escasas pertenencias personales y dejaron la nave en la pista, sin hacerse la más mínima ilusión de que siguiera allí cuando regresaran. Luego subieron a un deslizador del sistema de tubos públicos que los llevaría hasta la ciudad en la que Tagta el Hutt había instalado su corte.
Han había estado en Nal Hutta y descubrió que era un mundo muy desagradable, un planeta húmedo, maloliente y viscoso cuyo aspecto general resultaba bastante parecido al de los mismos hutts. En consecuencia el corelliano se había preparado para soportar más de lo mismo en Nar Hekka, pero se llevó una agradable sorpresa. El planeta era un mundo bastante frío que orbitaba una estrella roja de escasa magnitud en los confines del sistema de Y'Toub, pero los créditos de los hutts y las colonias creadas por varias especies galácticas lo habían transformado en un auténtico prodigio tecnológico. Protegidos por enormes cúpulas-invernadero, los habitantes de Nar Hekka podían contemplar un cielo azul teñido por una tenue sombra de violeta. Aunque el planeta apenas poseía vida vegetal indígena, los colonizadores habían trasplantado vegetación procedente de muchos mundos y la habían cultivado con grandes atenciones. Había numerosos parques, jardines botánicos y bosquecillos. Miraran donde mirasen, Han y Chewie siempre se encontraban con arriates de plantas en plena floración que exhibían orgullosamente sus brotes y sus enormes y hermosas flores de distintos matices.
Una vez en la ciudad, Han y el corpulento wookie se dedicaron a pasear y disfrutaron de todo lo que había que ver en ella. Corrientes de convección artificiales producían suaves brisas que les acariciaban la cara. Han dijo que estar al aire libre en un día agradablemente templado suponía un cambio muy agradable después de haber pasado tanto tiempo encerrados en una diminuta nave espacial, y Chewbacca emitió un ronco gruñido gutural para indicar que estaba totalmente de acuerdo con él.
Pero el tiempo libre pareció agotarse demasiado deprisa, y no tardaron en encontrarse avanzando hacia un imponente edificio de piedra blanca que, según les habían dicho, albergaba el hogar y centro de negocios de Tagta el Hutt. Tagta trabajaba para Jiliac, pero aun así seguía siendo un gran señor hutt muy rico e importante por derecho propio.
Subieron por la rampa (las estructuras diseñadas por los hutts no utilizaban las escaleras, por razones obvias) y después se detuvieron delante de la gigantesca entrada, que era lo bastante grande para poder permitir el paso incluso de un descomunal hutt instalado encima de un trineo antigravitatorio. Una diminuta sullustana ejercía las funciones de ama de llaves y mayordomo. Sus gruesas mejillas temblaron levemente cuando Han se presentó y solicitó una audiencia con el noble Tagta.
La sullustana se fue, con el obvio propósito de averiguar si debía franquearles la entrada, y volvió unos minutos después.
—El noble Tagta les recibirá —dijo—. Me ha pedido que les pregunte si han comido. En estos momentos se encuentra disfrutando de su colación del mediodía.
Han tenía hambre, y sospechaba que Chewie también estaba hambriento, pero la idea de comer en compañía de un hutt no resultaba nada agradable. El olor corporal de los hutts era lo bastante potente para revolverle el estómago a un humano mínimamente sensible.
—Acabamos de comer —mintió Han—. Pero le agradecemos enormemente al noble Tagta el que haya tenido la amabilidad de invitarnos.
Unos minutos más tarde los dos contrabandistas, escoltados por tres guardias gamorreanos que llevaban librea, entraron en el comedor privado del hutt. Los imponentes techos abovedados de la gran estancia quedaban a tanta distancia del suelo que a Han le recordaron algunas catedrales que había visto. Un enorme ventanal que iba desde el suelo hasta el techo dejaba entrar la rojiza claridad solar, haciendo que las paredes blancas parecieran tenuemente rosadas. Su anfitrión estaba reclinado (la anatomía de los hutts no les permitía sentarse, después de todo) delante de una mesa, saboreando distintos «platos».
Han echó un rápido vistazo a las temblorosas y convulsas viandas que componían la colación del mediodía y se apresuró a desviar la mirada, pero no permitió que su repugnancia fuera visible mientras él y Chewbacca iban hacia el gran señor hutt.
Han había aprendido el huttés durante su estancia en Ylesia, y lo entendía bastante bien. Aun así, no podía hablarlo, dado que los matices más sutiles del significado de aquel lenguaje dependían de las vibraciones subarmónicas y la garganta humana no había sido construida para producir aquella clase de sonidos. Han se preguntó si él y el gran señor hutt necesitarían un androide traductor para poder conversar. Miró a su alrededor, pero no vio ninguno.
Tagta estaba recostado sobre un trineo antigravitatorio, pero Han tuvo la impresión de que el hutt podía desplazarse por sus propios medios si así lo deseaba. Sabía que algunos hutts llegaban a ser tan corpulentos que ya no podían moverse por sí solos, pero Tagta no parecía ni tan viejo ni tan gordo.
Aun así, y mientras contemplaba cómo el hutt seleccionaba delicadamente otra de las temblorosas criaturas prisioneras en un acuario de cristal lleno de un fluido viscoso y se la metía en la boca, Han pensó que Tagta probablemente conseguiría llegar a la fase «plenamente corpulenta» de la vida hutt. Hilillos de saliva verdosa se fueron acumulando en las comisuras de la boca de Tagta mientras hacía rodar la golosina viva de un lado a otro de su boca antes de acabar engulléndola.
Han se obligó a no desviar la mirada.
Finalmente, el hambre de Tagta pareció ir quedando saciada después de varios minutos más de glotonería. Tagta alzó la mirada hacia sus visitantes y empezó a hablar en huttés.
—¿Alguno de vosotros comprende la forma de comunicación hablada de los únicos seres realmente civilizados?
Sabiendo que Tagta se refería al huttés, Han se apresuró a asentir. —Sí, noble Tagta —dijo, hablando en básico—. La entiendo, pero no puedo hablarla correctamente.
El hutt agitó una manecita regordeta, y sus bulbosos ojos se abrieron y se cerraron varias veces en una obvia reacción de sorpresa.
—Entonces eso dice mucho en su favor, capitán Solo. Entiendo esa lengua primitiva a la que ustedes llaman básico, por lo que no necesitaremos la presencia de un intérprete para conversar. —Señaló al wookie—. ¿Y su compañero?
—Mi amigo y primer oficial no habla el lenguaje de vuestro nobilísimo pueblo, noble Tagta —replicó Han.
Tener que introducir unos cuantos halagos en cada frase no le hacía ninguna gracia, pero Han estaba decidido a hacer cuanto estuviese en sus manos para congraciarse con aquel hutt. Cuando tratabas con hutts, normalmente ésa era la mejor política..., y Han no había olvidado que quería que aquel hutt le hiciera un favor.
—Muy bien, capitán Solo —dijo Tagta—. ¿Ha traído mi nave, tal como se le contrató para que hiciera?
—Sí, excelencia, la he traído —replicó Han—. Está atracada en el muelle número treinta y ocho del Complejo del Puerto Estelar Q–7.
Nar Hekka podía presumir de tener un espaciopuerto realmente enorme, dado que era la encrucijada principal de todo el tráfico comercial que entraba y salía de los sistemas de los hutts.
—Excelente, capitán —dijo Tagta—. Se ha portado muy bien. —Movió una manecita en un gesto de despedida—. Tiene nuestro permiso para irse.
Han no se movió ni un milímetro.
—Eh... Noble Tagta, todavía se me debe la mitad de la paga acordada. Tagta se echó hacia atrás, levemente sorprendido.
—¿Cómo? ¿Ha venido aquí esperando recibir dinero de mí?
Han respiró hondo. Una parte de su ser sólo quería batirse en retirada y salir de allí a toda prisa, convencida de que ninguna suma de dinero podía llegar a ser lo bastante grande como para justificar el riesgo de hacer enfurecer a un líder de los hutts. Pero permaneció inmóvil, y se obligó a mantener una fachada de calma. Tenía el presentimiento de que estaba siendo sometido a alguna clase de prueba.
—Sí, excelencia. Se me prometió que recibiría la segunda mitad de la suma acordada en concepto de pago cuando consiguiera entregar la nave en Nar Hekka, después de haber logrado esquivar a cualquier navío imperial que pudiera sentir interés por la nave..., o por su cargamento. Se me dijo que su excelencia me entregaría la otra mitad de mi paga en cuanto me recibiera.
Tagta dejó escapar un resoplido de indignación.
—¿Cómo osas sugerir que puedo ser capaz de aceptar un acuerdo tan ridículo? ¡Márchate inmediatamente, humano!
Han estaba empezando a enfadarse. Cruzó los brazos delante del pecho, plantó firmemente los pies en el suelo y meneó la cabeza.
—Ni soñarlo, excelencia. Sé muy bien qué fue lo que se me prometió. Págueme lo que me debe.
—¿Te atreves a exigir que te pague?
—Cuando hay créditos de por medio, puedo atreverme a hacer muchas cosas —replicó Han imperturbablemente.
—¡Hrrrrmmmmmpfff! —Tagta se había convertido en la viva imagen del desdén—. Ésta es tu última oportunidad, corelliano —advirtió—. ¡Vete ahora mismo o llamaré a mis guardias!
—¿Cree que Chewie y yo no podemos ocuparnos de un puñado de guardias? —replicó Han en el tono más despectivo de que fue capaz—. ¡Bueno, pues en ese caso me parece que se equivoca!
Tagta fulminó al corelliano con la mirada, pero no llamó a los guardias.
—Oiga, excelencia: ¿quiere que le diga a todos los pilotos con los que me tropiece que Tagta el Hutt se niega a pagar sus deudas? —añadió Han, curvando los labios en una sonrisa sarcástica—. Cuando haya acabado de hacer correr la voz, le costará mucho encontrar a alguien que esté dispuesto a trabajar para usted.
El gran señor hutt emitió una especie de rugido gutural que pareció surgir de las profundidades más recónditas de su pecho, un ‘¡Hrrrrrmmmmmmmppppppffffffl’ tan terrible que Han sintió que se le secaba la boca en cuanto lo oyó. ¿Habría ido demasiado lejos?
Los segundos se fueron sucediendo unos a otros con una terrible — lentitud dentro de la cabeza de Han mientras esperaba, obligándose a permanecer inmóvil y en silencio.
Y de repente Tagta dejó escapar una risita, un sonido atronador pero inconfundible.
—¡Ah, sí, el capitán Solo es una criatura inteligente realmente valerosa! ¡Admiro el coraje! —Empezó a rebuscar entre el amasijo de objetos esparcidos por entre las viandas que se retorcían y temblaban, y le arrojó una pequeña bolsa a Han—. ¡Tome, capitán! Creo que la cantidad es correcta.
«¡Viejo bribón! —pensó Han, sin poder evitar sentir un poco de admiración por el hutt—. ¡Ha tenido preparado el dinero todo este tiempo! Me estaba poniendo a prueba, desde luego...»
La comprensión trajo consigo una oleada de confianza en sí mismo, y Han se inclinó ante el hutt.
—Os ruego que aceptéis nuestro agradecimiento, noble Tagta. Y deseo pediros un favor, excelencia...
—¿Un favor? —exclamó el hutt con su voz de trueno mientras sus bulbosos ojos se abrían y se cerraban a toda velocidad—. ¡Ya veo que el capitán Solo es realmente osado! ¿En qué consiste ese favor?
—Eh... Excelencia, tengo entendido que conocéis al noble Jiliac.
Los gigantescos ojos de pupilas verticales volvieron a parpadear.
—Así es —dijo Tagta—. Hago negocios con Jiliac y pertenecemos al mismo clan ¿Y bien?
—Pues que he oído comentar que si eres buen piloto quizá podrías encontrar trabajo en Nar Shaddaa, y que el noble Jiliac posee o controla una gran parte de la Luna de los Contrabandistas. Soy un buen piloto, excelencia, de veras. Si os fuera posible... Bueno, os agradecería muchísimo que hablarais con el noble Jiliac, porque a mí y a Chewie nos encantaría trabajar para él.
—Ahhhhh... —El vozarrón del hutt hizo vibrar su enorme pecho—. Comprendo. ¿Y qué le diré al gran señor de mi clan? ¿Debo decirle que el capitán Solo es un humano tan descarado como lleno de codicia?
Han sonrió, sintiéndose repentinamente capaz de cualquier osadía. Estaba empezando a darse cuenta de que, aunque un tanto retorcido, no cabía duda de que los hutts poseían un cieno sentido del humor
—Si creéis que eso puede ayudar a que nos contrate, noble Tagta...
—Jo-Jo! —el líder hutt dejó escapar una retumbante carcajada—. Bien, capitán Solo, permítame que le diga que no existen muchos humanos que sean lo suficientemente inteligentes para considerar que esas cualidades son auténticas virtudes. Pero entre mi pueblo... Oh, sí: nosotros las consideramos como los atributos más preciados.
—Como usted diga, señor —murmuró Han, no muy seguro de qué debía replicar.
—¡Escriba! —tronó el líder hutt en huttés.
Un androide bípedo surgió de detrás de los cortinajes que ocultaban todo un extremo de la cavernosa estancia.
—¿Sí, vuestra impresionancia?
Tagta agitó una manecita delante del androide y le dio una orden en huttés hablando tan deprisa que Han apenas pudo entenderla, aunque le pareció que se trataba de algo sobre «sellos» y «mensajes».
El androide volvió a aparecer unos momentos después con un pequeño holocubo del tamaño de la palma. Después de habérselo entregado al hutt, el androide retrocedió respetuosamente. Tagta sostuvo el pequeño holocubo en su manecita, leyó rápidamente el mensaje que contenía y dejó escapar un gruñido de satisfacción. Después, y de manera totalmente deliberada, el hutt lamió una de las caras del cubo, dejando una mancha verdosa en ella.
Tagta siguió sosteniendo el cubo durante unos instantes más, y luego activó la cara y una película transparente descendió por ella para tapar la mancha verdosa.
—Tome, capitán Solo —dijo el hutt, alargándole el holocubo a Han—. De esta manera el noble Jiliac sabrá que viene enviado por mí, y la verdad es que necesita buenos pilotos. Sírvale bien y será recompensado. Los hutts somos famosos por nuestra generosidad y por la compasiva munificencia con la que tratamos a las formas de vida inferiores que nos sirven fielmente.
Han aceptó el holocubo de manera más bien recelosa, pero la cara que había lamido Tagta ya no estaba mojada. Examinó la mancha verdosa, y enseguida comprendió que Jiliac podría llevar a cabo un análisis de sensores y verificar que el holocubo realmente procedía de su pariente. «Un truco muy astuto, aunque sea bastante repugnante», pensó.
Se inclinó ante el hutt y le dio un disimulado codazo a Chewbacca, quien también se inclinó.
—¡Gracias, excelencia!
Y después, manteniendo el holocubo firmemente sujeto entre sus dos, Han se apresuró a interponer la máxima distancia posible entre su persona y el gran señor hutt. Mientras descendían por la rampa que llevaba a la mansión del hutt, Han insistió en que debían repartirse los créditos ganados con el viaje.
—Es una precaución por si uno de nosotros se encuentra con algún ladrón —explicó para acallar las protestas de Chewbacca—. De esa manera, podemos estar seguros de que seguiremos disponiendo de dinero.
Una vez en la calle, Han sugirió que fueran a comer algo antes de volver al espaciopuerto para subir a la primera nave que pusiera rumbo a Nar Shaddaa. Han se detuvo delante del puesto callejero de un vendedor de flores, un humanoide muy flaco de orejas peludas y largos bigotes, y le preguntó si había algún buen restaurante por aquella zona. El alienígena le dijo que podían ir al Comedor del Navegante, que se encontraba a escasos bloques de distancia.
Ya estaban a medio camino del local, andando sin prisas y charlando despreocupadamente, cuando de repente Han se interrumpió a mitad de una frase y giró sobre sus talones, muy alarmado..., y sin ni siquiera estar seguro del porqué. Un instante después creyó distinguir por el rabillo del ojo a un humanoide de piel bastante pálida que tenía dos largas colas carnosas en vez de cabellos. El twi'lek estaba saliendo de un portal justo detrás de él, y empuñaba un desintegrador. Mientras Han se daba la vuelta, el twi'lek empezó a gritar.
—¡Quedaros quietos si no queréis que os mate! —aulló, hablando el básico de manera bastante inteligible aunque con un marcado acento.
Han supo de manera instintiva que si obedecía la orden de detenerse, acabaría muerto más tarde o más temprano. No titubeó ni una fracción de segundo. Lanzando un alarido ensordecedor, el corelliano saltó hacia un lado, chocó con el suelo, rodó sobre sí mismo y se incorporó, una rodilla en tierra y el desintegrador en la mano.
El arma del twi'lek escupió un chorro de energía verde azulada. Han lo esquivó.
«¡Un haz aturdidor!»
Han apuntó y disparó, y el haz rojizo se esparció sobre la parte central del torso de su atacante. El twi'lek cayó al suelo, muerto o incapacitado. El corelliano se aseguró de que el alienígena tardaría un buen rato en levantarse, y después se volvió para ver qué había sido de Chewbacca. El wookie estaba apoyado en un deslizador aparcado, y parecía un poco confuso. Han enseguida vio que el rayo aturdidor le había rozado. Fue corriendo hasta él, con el corazón latiendo a toda velocidad debido a la descarga de adrenalina.
—¿Te encuentras bien, amigo?
Con un gruñido ahogado, Chewbacca aseguró a su socio que pronto se recuperaría. Han alzó la mirada hacia el peludo rostro del wookie y vio que sus ojos no estaban nublados, y que las pupilas no se hallaban dilatadas. Sólo entonces se permitió un largo suspiro de alivio. Hasta aquel momento no se había dado cuenta de que se estaba acostumbrando a la presencia del coloso peludo. Si le hubiera ocurrido algo a Chewie...
Han fue hasta el twi'lek y se arrodilló junto a él. Un vistazo a la enorme herida de desintegrador que había convertido el pecho del twi'lek en una masa de restos ennegrecidos bastó para asegurarle que la criatura estaba muerta. Han experimentó una fugaz punzada de remordimientos: ya había matado con anterioridad, pero no le gustaba tener que hacerlo.
Apretando los dientes, se obligó a registrar el cadáver del alienígena. Encontró una hoja vibratoria sujeta a la parte interior de una manga, y otra en la pantorrilla. En la parte interior de la otra muñeca el twi'lek llevaba un «vaciador de muñeca», un artilugio capaz de proyectar un diluvio de pequeñas y mortíferas hojas volantes sobre las partes vitales de un contrincante.
Debajo del cinturón y tapado por su chaqueta había un inductor de sueño, un arma de corto alcance pero de gran efectividad. El twi'lek hubiera podido limitarse a pegar el inductor de sueño a la espalda de Han, y luego sólo habría tenido que apretar el gatillo para enviar al corelliano al país de los sueños.
Han contempló el arma, sintiendo la boca repentinamente reseca n cazador de recompensas. Estupendo... ¿Por qué no me sorprende? Esto debe de ser obra de Teroenza. Ha descubierto que estoy vivo quiere echarme el guante...,
Han sabía que de no ser por sus instintos y la rapidez de sus reflejos, en aquel momento estaría inconsciente y se hallaría de camino a Ylesia para enfrentarse a una terrible venganza.
Oyó que Chewbacca emitía un sonido lleno de preocupación, y alzó la mirada para encontrarse con que el enfrentamiento había atraído a una pequeña multitud.
Dejando abandonado al twi'lek allí donde había caído, Han se incorporó, con el desintegrador todavía empuñado ostentosamente en su mano derecha. La multitud retrocedió, murmurando y hablando en voz baja. El corelliano empezó a avanzar de lado, moviéndose con la gracia de un bailarín y sin dar la espalda a la multitud ni un solo instante, hasta que él y Chewbacca quedaron el uno al lado del otro. Han sabía que alguien tenía que haber avisado al departamento de seguridad planetaria, pero también sabía que dado que el twi'lek era un cazador de recompensas, quedaba relativamente fuera del alcance de la ley planetaria. Se suponía que un cazador de recompensas era capaz de cuidar de sí mismo. Si su teórica presa se resistía... Bueno, mala suerte.
Moviéndose muy lentamente y paso a paso, Han y el wookie fueron retrocediendo ante la multitud hasta que llegaron al callejón más cercano. Después, reaccionando como una sola entidad con una sola mente, saltaron hacia un lado y echaron a correr.
Nadie les siguió.
Teroenza, Gran Sacerdote y dueño y señor no oficial del tórrido mundo de Ylesia, un planeta que producía drogas y esclavos en cantidades impresionantes, estaba descansando en el asiento-hamaca de sus suntuosos aposentos mientras Ganar Tos, su mayordomo zisiano, masajeaba sus enormes hombros.
Los t'landa Tils eran criaturas gigantescas que casi alcanzaban la altura de un humano cuando se sostenían sobre sus cuatro patas, las cuales eran tan gruesas como troncos de árbol. Con sus cuerpos en forma de tonel, sus brazos minúsculos y sus descomunales cabezas, que recordaban un tanto a las de sus primos lejanos, los hutts —salvo por el enorme cuerno que sobresalía del centro de sus caras—, los dan-da Tils se consideraban a sí mismos como las criaturas inteligentes más irresistiblemente hermosas de la galaxia.
Teroenza alzó uno de sus diminutos antebrazos, tan pequeños que producían una curiosa impresión de delicadeza, y utilizó sus dedos para esparcir un aceite tonificante sobre su rugosa y dura piel. El Gran Sacerdote fue untando suavemente los alrededores de sus bulbosos ojos. El sol de Ylesia solía estar oculto por las nubes, pero su resplandor era lo suficientemente potente como para secar su piel a menos que cuidara de ella. Los frecuentes baños de barro ayudaban, al igual que aquella cara sustancia emoliente. Teroenza empezó a esparcir aceite sobre su cuerno mientras recordaba la última vez que había estado en Nal Hutta, su mundo natal. Había atraído a una compañera, una hembra llamada Tilenna, y los dos habían pasado horas juntos, frotándose el uno al otro con aceites.
El Gran Sacerdote suspiró. Los deberes y obligaciones que había contraído con su mundo natal y con el clan de los hutts al que servía su familia exigían muchos sacrificios. Uno de ellos derivaba del hecho de que en Ylesia sólo se necesitaran sacerdotes Tlanda Tils para proporcionar la Exultación, por lo que no había ni una sola hembra de la especie en todo el planeta. No había compañeras, ni siquiera potenciales...
—Más fuerte, Ganar Tos —murmuró Teroenza en su lengua—. Últimamente he estado trabajando demasiado. Demasiado trabajo, demasiadas tensiones... He de aprender a relajarme y a tomarme las cosas con más calma.
Teroenza lanzó una mirada anhelante a la enorme puerta de sus aposentos detrás de la que estaba guardada su colección de tesoros. El Gran Sacerdote era un ávido coleccionista de lo raro, lo inusual y lo hermoso. Compraba y «adquiría» rarezas y objetos de arte procedentes de todos los rincones de la galaxia. Su colección era su único placer en aquel asfixiante y remoto planeta habitado básicamente por esclavos y criaturas inferiores.
El Gran Sacerdote había necesitado casi cuatro años para restaurar su colección después de que Vykk Draygo, aquella asquerosa y rastrera imitación de ser inteligente, hubiera saqueado la sala de los tesoros
Y se hubiera llevado muchas de las piezas más raras y valiosas. Hacía muy pocos días que se había enterado de que «Vykk Draygo» aún 'vía. Una rápida inspección de los registros de la Autoridad Portuaria deroniana le había revelado que el verdadero nombre de aquel canalla corelliano era Han Solo.
El recuerdo de la terrible noche en la que su colección había sido violada hizo que las manecitas de Teroenza se tensaran involuntariamente hasta convenirse en puños, y el irresistible anhelo de empalar a una víctima con su cuerno hizo que el Gran Sacerdote inclinara la cabeza. Los dedos de Ganar Tos se hundieron en masas de músculos repentinamente tensos, haciendo que el t'landa Til torciera el gesto y mascullara una maldición en su lengua natal. Han Solo había disparado desintegradores dentro de la sala del tesoro, causando daños irreparables a algunas de las piezas más soberbias de la colección de Teroenza. La fuente de jade blanco había sido reparada por el mejor escultor de la galaxia, pero aun así nunca volvería a ser la misma.
Teroenza se vio bruscamente apartado de sus recuerdos cuando la puerta de la entrada de sus aposentos se abrió y el ondulante cuerpo de Kibbick el Hutt cruzó el umbral. El joven hutt distaba mucho de ser
lo suficientemente viejo o corpulento para necesitar un trineo antigravitatorio: Kibbick podía desplazarse sin ningún problema por sus propios medios, impulsándose hacia adelante en una serie de rápidos deslizamientos mediante las contracciones de la robusta parte inferior de su cuerpo y los músculos de su cola.
Teroenza sabía que hubiera debido levantarse de su sillón-hamaca y saludar con deferencia a su amo, aunque éste prácticamente sólo lo fuera de nombre, pero no lo hizo. Kibbick era un hutt joven que apenas si había cumplido la edad en la que los huta empezaban a ser considerados responsables de sí mismos, y el tener que pasar sus días en Ylesia suponía una pesada carga para él. Era sobrino de Zavval, el antiguo supervisor hutt de Teroenza que había muerto durante el robo del tesoro. El noble Aruk, hermano directo de Zavval y poderoso líder del clan hutt, era su tío.
De todas maneras, el Gran Sacerdote alzó una mano e inclinó la cabeza en un cortés saludo. No quería enemistarse con Kibbick, desde luego.
—Saludos, excelencia. ¿Qué tal os encontráis hoy?
El joven hutt siguió deslizándose hacia adelante hasta que se detuvo enfrente del Gran Sacerdote. Kibbick todavía era lo bastante joven para que su cuerpo fuera de un tono marrón claro uniforme, y su piel carecía de la pigmentación verdosa que los hutts de mayor edad solían adquirir sobre la columna vertebral y en la parte inferior de la cola debido a la inmovilidad. Dado que no estaba gordo, o por lo menos no para ser un hutt, los ojos de Kibbick no se hallaban escondidos entre pliegues de piel coriácea, sino que sobresalían ligeramente de su rostro, lo cual les daba un aspecto entre inquisitivo y desorbitado. Pero Teroenza tenía buenas razones para saber que la afable mirada llena de curiosidad de aquellos ojos enormes podía ser muy engañosa.
—Esas ranas de los árboles-nala que me prometiste... —empezó a decir Kibbick en huttés. Al carecer del enorme pecho de los hutts más ancianos, las palabras hicieron vibrar el aire pero no alcanzaron ninguna cualidad particularmente resonante—. ¡El envío no ha llegado, Teroenza! Y yo que ya estaba soñando con el plato de ranas arbóreas del que pensaba disfrutar durante la cena de esta noche... —Kibbick dejó escapar un suspiro teatral—. ¡Hay tan pocos placeres que anhelar en este horrible mundo! ¿Podrías ocuparte de ello, Teroenza?
El Gran Sacerdote se apresuró a agitar sus diminutas manos en un gesto tranquilizador.
—Por supuesto, excelencia. Tendréis vuestras ranas arbóreas, no temáis. No son un manjar que me guste especialmente, pero sé que a Zavval le encantaban. Hoy mismo enviaré un grupo de guardias para que capturen a unas cuantas.
Kibbick se relajó visiblemente.
—Eso está mucho mejor, Teroenza —dijo—. Oh, por cierto... Necesitaré una nueva esclava para el baño. La que tenía se lesionó la espalda cuando estaba levantando mi cola para untarla de aceite, y le he ordenado que volviera a las factorías. Sus gimoteos estaban empezando a ponerme los nervios de punta..., y tengo unos nervios muy delicados, como ya sabes.
—Lo sé, lo sé —dijo Teroenza en el tono más afable de que fue capaz mientras, por dentro, hacía rechinar sus placas mordedoras. «He de recordar que aunque siempre esté quejándose y molestando, por lo menos Kibbick me permite gozar de una completa autonomía. Si he de tener a un hutt supervisándome, entonces Kibbick es la elección ideal...’. Me ocuparé de ello inmediatamente.
Teroenza sabía que era perfectamente capaz de dirigir todas las operaciones del tráfico de esclavos y la fabricación de especia ylesiana por sí solo y sin que ningún hutt tomara parte en ellas. Durante el año siguiente a la «lamentablemente prematura» muerte de Zavval a manos de Han Solo, aquello le había quedado muy claro. Pero la organización criminal del clan Besadii, el kajidic, estaba dirigida por un hutt muy viejo y poderoso llamado Aruk que se aferraba a las tradiciones. Si se quería que una empresa del clan Besadii prosperase, tenía que estar dirigida y supervisada por un hutt que hubiera nacido dentro del clan.
Como consecuencia de ello, Teroenza había tenido que cargar con
— Kibbick. El Gran Sacerdote reprimió un suspiro, sabiendo que revelar su impaciencia habría sido un acto altamente imprudente.
—¿Alguna cosa más, excelencia? —preguntó, obligándose a adoptar un comportamiento tan obsequioso que casi rozaba el servilismo.
Kibbick se sumió en hondas reflexiones durante unos instantes.
—Ah, sí, ahora que me acuerdo... Esta mañana he hablado con el tío Aruk, y me ha dicho que estuvo comprobando las cuentas de la semana pasada. Quería saber a qué viene esa recompensa de cinco mil créditos que has ofrecido por aquel humano llamado Han Solo.
Teroenza alzó sus delicadas manecitas y se las restregó.
—¡Informad al noble Aruk de que hace tan sólo unos días descubrí que Vykk Draygo, el asesino de Zavval, al que habíamos creído muerto durante los cinco últimos años, ha vuelto a aparecer! Su verdadero nombre es Han Solo, y fue expulsado de la Armada Imperial hace sólo dos meses. —Los protuberantes ojos de Teroenza se humedecieron repentinamente y parecieron arder con un brillo de nerviosa expectación—. Ofrecer una generosa recompensa y especificar que sólo será entregada si no hay desintegraciones, asegurará que ese monstruo asesino de hutts sea devuelto a Ylesia para que pueda pagar sus crímenes.
—Comprendo —dijo Kibbick—. Le explicaré todo eso a Aruk, pero no creo que esté de acuerdo con esa idea de pagar los créditos extra necesarios para una recompensa que excluya las desintegraciones. Da-das las circunstancias, realmente no es necesario... Una simple prueba de que se trata realmente del cuerpo de Solo, como por ejemplo un poco de material genético, bastaría y sobraría, ¿no?
Teroenza abandonó su sillón-hamaca con un movimiento tan torpe como espasmódico y empezó a ir y venir por sus suntuosos y enormes aposentos, hendiendo el aire con feroces latigazos de su cola.
—¡No entendéis la naturaleza del crimen cometido por Solo, excelencia! Ah, si por lo menos hubierais estado aquí y hubierais visto lo que Solo le hizo a vuestro tío... ¡La agonía de su muerte fue horrible! ¡Oh, sus gemidos! ¡Oh, sus espasmos de dolor! Y todo por culpa de ese insignificante y asqueroso humano...
El Gran Sacerdote hizo una profunda inspiración de aire y se dio cuenta de que estaba temblando de ira.
—Hay que dar un ejemplo..., ¡y tiene que ser un ejemplo que vaya a ser recordado hasta el fin de los tiempos por cualquier representante de una especie inferior que ose pensar en hacer daño a un hutt! ¡Han Solo debe morir, y ha de morir en la agonía más horrible y pidiendo compasión a gritos!
Teroenza se detuvo en el centro de su sala, jadeando de furia y con las manecitas convenidas en dos tensos puños.
—¡Preguntadle a Ganar Tos! —exclamó con repentino apasionamiento, sabiendo que se estaba poniendo en ridículo delante de Kibbick al dar aquel espectáculo, pero sintiéndose incapaz de contenerse—. ¡Pedidle que os hable de la audacia de Solo, de su arrogancia! Merece morir, ¿no?
El tono del Gran Sacerdote estaba llevando a cabo una veloz escalada hacia la histeria. El anciano mayordomo zisiano se inclinó humildemente, pero sus ojos también relucían en sus cuencas legañosas.
—Decís la verdad, mi amo y señor —murmuró—. Ese humano sólo merece la muerte, y su muerte ha de ser lo más prolongada y dolorosa posible. Han Solo ha hecho daño a muchos seres inteligentes, incluido yo mismo. ¡Me robó a mi compañera, a mi novia, a mi hermosa Bria! ¡Aguardo con impaciencia el día en que un cazador de recompensas lo traerá a rastras ante vuestra presencia, vivo y aguardando el peso de vuestro placer! ¡Bailaré de alegría mientras Han Solo grita!
Kibbick se había erguido, y estaba contemplando en silencio y con una cierta consternación la vehemente exhibición del Gran Sacerdote y su mayordomo.
—Ya... Comprendo... —dijo por fin—. Haré cuanto pueda para convencer al tío Aruk.
Teroenza asintió, y por una vez su gratitud no era fingida.
—Convencedle, os lo ruego —dijo en un susurro enronquecido por la emoción—. Llevo casi una década esforzándome por servir lo mejor posible al clan Besadii y a su kajidic. Vos conocéis demasiado bien las privaciones que supone vivir en este mundo, excelencia. Pido muy poco, pero Han Solo... ¡Han Solo ha de ser mío! Mis manos acabarán con su vida, y su agonía durará mucho, mucho tiempo.
Kibbick inclinó su enorme cabeza.
—Se lo explicaré a Aruk —prometió—. Han Solo será tuyo, Gran Sacerdote...