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El secuestro del General Kreipe

Poco antes de que acabara 1943, Sandy Rendel, apostado en las montañas de Lasiti, recibió un mensaje de Tom Dunbabin en el que le comunicaba que Paddy Leigh Fermor llegaría en paracaídas a su zona junto con un equipo, que venía desde Brindisi para secuestrar a un general alemán.

Esa idea se había formulado por vez primera en junio de 1942, cuando el general Andrae, comandante de la plaza fuerte de Creta, siguiendo el ejemplo del general Ringel, había ordenado a Manusos Manusakis que lo llevara a cazar íbices en las Montañas Blancas. Manusakis había prevenido a Marko Spanudakis, el líder de la red de los Quins, y había comentado el plan con Xan Fielding. La SOE de El Cairo había aprobado el proyecto, pero incluso con la ayuda de Manusakis era prácticamente inviable. Sea como fuere, la expedición fue abortada a mitad de camino cuando llegó la noticia del ataque sorpresa contra Jellicoe y se requirió la presencia de Andrae para ejecutar a los prisioneros de Iraklion. Ahora volvía a plantearse la idea del secuestro.

Después de varios aplazamientos, se planeó que el descenso se efectuara la noche del 4 de febrero de 1944 sobre la meseta Katarós. Leigh Fermor fue el primero en saltar pero, mientras el avión daba una gran vuelta —la zona de caída era demasiado pequeña para que pudiera saltar más de uno a la vez y Leigh Fermor debía hacer la señal de que no había enemigos a la vista con una antorcha—, unas nubes negras, que ya se estaban cerrando, cubrieron de pronto el cielo. En tierra, los observadores oían al aeroplano seguir dando vueltas. Al final tuvo que alejarse hacia el sur, mar adentro.

Paddy Leigh Fermor se ocultó con Sandy Rendel en la cueva de éste, por encima de Tapáis. Las semanas siguientes se produjo una ida y vuelta enloquecida de mensajes con El Cairo. Siete descensos fueron abortados en el último momento. Inevitablemente, esta actividad y los aviones que sobrevolaban la zona atrajeron pronto la atención de los alemanes. Presumiendo que una numerosa fuerza de ataque había aterrizado en el área, los efectivos de la guarnición de Kritsa, que contaba con cincuenta hombres, fueron duplicados. Cuando dos patrullas alemanas se tropezaron entre sí en la oscuridad y trabaron combate mutuo, dejando dos muertos y varios heridos, aquello fue una especie de consuelo.

Poco después de la llegada de Leigh Fermor, hizo su aparición un escuadrón encargado de combatir a los traidores de la banda de Banduvas —compuesto entre otros por el joven cretense de pelo rubio vestido con uniforme alemán—, muy satisfecho de sí mismo. Habían atrapado a un traidor de primera fila con la misma táctica de siempre y adornado la información del documento de las autoridades alemanas que aquél les entregó de inmediato. Ante la ausencia de su capitán, que se encontraba en El Cairo, habían salido a buscar a Rendel y a Leigh Fermor, que dieron su visto bueno a la ejecución pero enviaron algunos de sus hombres para que velaran por que no se le infligieran sufrimientos innecesarios. Fue una época terrible para los traidores en Creta. En Meskla, un grupo del ELAS acorraló y mató a ocho «Schuberaios». Los alemanes decidieron desintegrar el Jagdkommando Schubert.

El 24 de marzo, mientras Sandy Rendel estaba ausente, efectuando una ronda, Paddy Leigh Fermor se llevó un susto ante la llegada de nuevos personajes embozados para protegerse del frío. Reconoció a algunos miembros de la banda de Banduvas que había conocido el año anterior. Se trataba de tres destacados comunistas, cada uno de los cuales dirigía ahora su propia banda: Yanni Bodias en Iraklion, Samaritis, «un hombre amargo, sarcástico», era jefe del ELAS en Lasiti y Mitsos Opapas, un individuo más agradable y valeroso, célebre por haber hundido un buque con una sola mano.

Habían llegado para deliberar sobre el Acuerdo nacional entre bandas, que Monty Woodhouse había hecho firmar al ELAS y al grupo no comunista EDES (véase el apéndice D) en la Grecia continental. Querían armas para sus hombres y Leigh Fermor les replicó que enviaría una recomendación a El Cairo a tal efecto. Reconoció que su demanda estaba justificada, pero en su fuero interno temía que un suministro excesivo de armamento fuera peligroso si las relaciones entre el ELAS y la EOK se deterioraban.

Finalmente, después de desechar cualquier intento de descenso en paracaídas a mediados de marzo, el resto del equipo llegó a Tsutsuro, procedente de Egipto, la noche del 4 de abril. En cuanto se hubo desembarcado su equipo de la lancha motora y fue traído hasta la playa en un bote de caucho, hicieron subir a bordo a cuatro desertores de la Luftwaffe y a un mecanógrafo del cuartel general alemán en Ierápetra llamado Antonia, quien había suministrado información vital a la resistencia.

Leigh Fermor y Rendel estaban en la playa para dar la bienvenida a los recién llegados: el capitán William Stanley Moss, un capitán de los Coldstream Guards muy apuesto, Manoli Paterakis, el formidable luchador y ex gendarme del distrito de Selinon, y Jorge Tirakis, un cretense del valle Amari que había colaborado estrechamente con la SOE desde el principio. Tanto Paterakis como Tirakis habían asistido al curso de paracaidismo impartido en Ramat David en compañía de Leigh Fermor. También estuvieron presentes en la cita Grigoris Jnarakis, que en septiembre de 1942 había rescatado al sargento Jo Bradley cuando su avión fue abatido, y Andonis Papaleónidas. Cuando todo el mundo hubo desaparecido tierra adentro, en un lugar seguro, mataron a dos cabras para darles el desayuno.

Leigh Fermor, después de exactamente diecisiete meses sobre la isla, se sentía prácticamente cretense. Le había entristecido el desastre registrado en Víanos el mes de septiembre anterior y quería organizar una incursión incruenta contra los alemanes que sirviera para unificar a las facciones rivales, una operación que fuera al mismo tiempo cretense y británica, pese a la ficción de que no se producirían represalias que contó a Egipto.

Cuando informó al grupo de sus planes, les dijo que su blanco, el general de división Müller, el comandante de la división Sebastopol responsable de tanta sangre y tantas penurias, había sido sustituido por el general de división Kreipe, un oficial que venía del frente ruso y del que se sabía poco. «A efectos de la repercusión que en último término podía tener nuestro plan —escribe Moss—, suponíamos que lo importante era capturar un general, y no de quién se tratara».[1] La SOE creía que Müller había sido transferido al Dodecaneso, cuando de hecho había reemplazado al general Bräuer al mando de la plaza fuerte de Creta. Sea como fuere, el plan consistía en realizar el secuestro en el terreno relativamente abierto del cuartel general de Arjanes, o en su residencia, la villa Ariadna de Cnosós, la base de John Pendlebury antes de la guerra.

Dos días después del aterrizaje, Leigh Fermor y su grupo se encontraron con Atanasios Burdzalis, un capitán a la antigua usanza de Asia menor quien, a pesar de su edad, era un combatiente irregular de gran resistencia física. Estudiaron la posibilidad de usar sus andartes como fuerza defensiva durante el secuestro, para hacer frente a cualquier contratiempo.

El grupo procedente de Egipto se había instalado en Kastomonitza, adonde llegó en autobús desde Iraklion Mikis Akumianakis. Aunque su ropa de ciudad posiblemente pareciera inadecuada en una aldea de montaña poblada de cretenses con botas y pantalones abombados, Akumianakis era en muchos aspectos el miembro más importante del equipo. No sólo conocía mejor que nadie los alrededores de Cnosós, pues había crecido ahí, sino que incluso había conseguido tratar con el conductor del general y pasar una noche en la villa Ariadna. Akumianakis sabía hacer gala de gran serenidad al enfrentarse a un peligro súbito. En una de sus rondas de reconocimiento, comprobó que había ofrecido a un sargento alemán un cigarrillo inglés procedente de los suministros que llegaron en la lancha motora. Cuando vio que el alemán escrutaba sorprendido el paquete, Akumianakis le pidió disculpas con aire distraído por ofrecerle cigarrillos ingleses, añadiendo que procedían del mercado negro, de modo que debía tratarse sin duda de material requisado.

El grupo principal tuvo que ocultarse en una cueva durante una semana mientras Paddy Leigh Fermor y Mikis Akumianakis realizaban excursiones de reconocimiento de la ruta que unía el cuartel general en Arjanes y la villa Ariadna en Cnosós, o «casa de Teseo», según el nombre en clave poco original que le había dado la Misión militar británica. Leigh Fermor quería apresar a Kreipe directamente en la villa Ariadna, pero Akumianakis le persuadió de que no era prudente. La casa y su terreno tenían numerosos guardias y estaban rodeados por una cerca doble de alambre de espino. Durante su ronda de inspección de la zona, vieron al general Kreipe pasar en coche a su lado y no pudieron evitar saludarlo con la mano. Eso les dio la idea de llevarse al general en su propio coche.

Después de ponerse de acuerdo sobre el lugar en que se produciría la emboscada —en la encrucijada entre la carretera de Arjanes y la de Iraklion-Kasteli—, Mikis Akumianakis fue a buscar dos uniformes alemanes para los dos ingleses designados. Leigh Fermor regresó a la cueva el 19 de abril, domingo de resurrección, con el teniente de Akumianakis, Elias Atanasakis, un estudiante, quien volvió luego a Cnosós para vigilar la villa Ariadna. En ausencia de Leigh Fermor, se habían agregado al grupo varios prisioneros rusos evadidos de un equipo de construcción de carreteras. Billy Moss, cuya madre era rusa blanca, estaba encantado ante la perspectiva de crear una fuerza compuesta por desertores del Ejército Rojo, pero los rusos fueron enviados más tarde a otro escondrijo. Se reclutó a tres nuevos cretenses, cuya contribución sería sumamente útil vistas las circunstancias —Nikos Komis, Dimitri Tzatzas y finalmente Pavlos Zografistós—, que poseía un viñedo situado idóneamente, junto al vital cruce de carreteras.

Leigh Fermor y Moss decidieron que necesitaban a Burdzalis y sus andartes para ejercer de fuerza de bloqueo en caso de que llegaran refuerzos enemigos. Le enviaron aviso con un mensajero y dos días más tarde llegaban Burdzalis y sus catorce andartes a la cita, después de un día de marcha acelerada. Pero, tres días después, cuando la operación ya se había aplazado por segunda vez, los campesinos de la localidad se fijaron en los hombres de Burdzalis, extranjeros en aquella zona, y los andartes tuvieron que regresar. En el último momento se reclutó a dos cretenses más: Andonis Zoidakis, un viejo amigo de Leigh Fermor, y Stratis Saviolakis, ambos gendarmes. Con ellos el grupo tenía once miembros. Pero, incluso pertrechados como iban de subfusiles Marlin, sólo podrían haber opuesto una breve resistencia al enemigo si llegaba un camión de soldados en el peor momento.

Pasaron tres días esperando hasta bien entrada la tarde y tuvieron que renunciar porque el general Kreipe volvió en los tres casos a la villa Ariadna antes de la puesta de sol. El cuarto día, 25 de abril, mientras esperaban la caída de la noche, empezó a llover. Eso les obligó a salir de su escondite en el antiguo cauce del río, porque los aldeanos salieron a buscar caracoles. Pero, el 26 de abril, el general aún no había hecho su aparición cuando cayó la noche, de modo que se tragaron sus pastillas de benzedrina y tomaron posiciones junto al cruce de carreteras.

Después de numerosas alarmas falsas, el automóvil del general apareció a las 21.30. Elias Atanasakis, el estudiante, había pasado varios días y noches analizando el coche y la forma de sus faros delanteros. Dio la señal y, varios centenares de metros carretera abajo, una alarma eléctrica conectada por alambre sonó en el lugar en el que Leigh Fermor y Moss esperaban vestidos con su uniforme alemán.

Salieron al medio de la calzada e hicieron señales al automóvil para que se detuviera. Se acercaron, cada uno por un lado. Leigh Fermor apuntó con su linterna al general y le pidió que le enseñara los papeles. El conductor protestó con impaciencia, a raíz de lo cual abrieron de par en par las puertas del coche. Moss golpeó al conductor en la cabeza con una porra flexible y los cretenses que tenía detrás lo llevaron a rastras a la mitad de la carretera. Por el otro lado, después de que Leigh Fermor encañonara al general Kreipe con su revólver y lo obligara a bajar del automóvil, Manoli Paterakis y otros dos lo atraparon y le pusieron un par de esposas. Mikis Akumianakis, dejándose llevar por la intensidad del momento, le gritó a la cara al máximo representante de los soldados que habían matado a su padre: «Was wollen Sie in Kreta?».[2]

Moss cogió el volante y arrojaron al general Kreipe apelotonado al suelo del asiento trasero, donde se le sentaron encima Tirakis, Paterakis y Saviolakis. La operación había durado menos de un minuto. Paddy Leigh Fermor, calándose el quepis del general, se sentó en la plaza del copiloto e hizo una seña de adiós al resto del grupo, con el que se había citado en el monte Ida. El automóvil echó a rodar en dirección a Iraklion. Al ver al automóvil acercarse a villa Ariadna, los centinelas de la puerta le presentaron armas, pero siguió rodando hasta dejarlos atrás.

Mikis Akumianakis se había puesto en el extremo opuesto del conductor, porque no quería que lo reconociera el hombre con el que había trabado amistad. Sin embargo, más adelante, cuando dos miembros de la banda se disponían a sacar al chófer del coche —el plan consistía en encontrarse en el monte Ida—, tuvo la sensación de que era posible que desobedecieran la orden perentoria de Leigh Fermor de no matarlo. El objetivo de la operación era asestar un golpe dramático, pero incruento, que no justificara represalias contra los civiles cretenses. Akumianakis se lo recordó y les ponderó también que aquel hombre los había ayudado, aunque sin saberlo. Más tarde descubriría que se habían llevado al conductor un par de kilómetros más allá y habían descubierto un lugar donde podían esconder su cuerpo. Le habían permitido que echara un vistazo a una foto de su familia a la luz de una linterna mortecina y luego le cortaron el cuello, para no hacer ruido.

Poco después de que los asombrados centinelas apostados delante de la villa Ariadna los miraran pasar de largo, llegaron a las puertas atestadas de guardias de Iraklion. Moss redujo la marcha para que los centinelas pudieran distinguir las banderolas del capó, tras lo cual Leigh Fermor, sentado delante con el quepis de Kreipe, gritaba «Generals Wagen!» por la ventana. Una vez en Iraklion, la muchedumbre vespertina que ocupaba las calles de la ciudad les obligó a avanzar a la velocidad de un peatón. Durante todo el trayecto temieron que un soldado que no estuviera de servicio echara una mirada por la ventana. Y todavía les faltaba salir por la puerta de Canea, la mejor guardada de todas. Pero, gracias a las banderolas del automóvil, al quepis del general y al respeto automático de los soldados alemanes por sus autoridades, pasaron por ella mientras Leigh Fermor respondía a los saludos.

En Yeni Gavé (hoy llamada Drosia), ya en la carretera hacia Rézimno, el coche se detuvo y el grupo se separó. Moss y dos cretenses que escoltaban al general, desatado, emprendieron la marcha hacia Anoya, en la ladera septentrional del monte Ida. Paddy Leigh Fermor siguió adelante con Jorge Tirakis, para abandonar el automóvil lo más cerca posible de la costa y dar a entender que el grupo ya había partido en submarino. En el asiento delantero, colocó una carta sellada dirigida a la comandancia alemana, en la que anunciaba que la operación se había llevado a cabo desde El Cairo, exclusivamente con oficiales británicos y miembros de las fuerzas reales de Grecia, de modo que no estaría justificada ninguna forma de represalia contra la población local. Como medida de cautela, dejaron varios artículos de prensa de factura británica en el interior del automóvil. Luego le arrancaron los banderines y se los llevaron de recuerdo.

Moss y el grupo que escoltaba al general subieron montaña arriba hasta llegar a un refugio cercano a Anoya, donde pasaron el resto de la noche. El general estaba muy preocupado porque había perdido su cruz de la Orden de Caballería, probablemente durante el forcejeo. La mañana siguiente hubieron de esconderse en una cueva cuando les avisaron de que ya habían llegado a la zona grupos de alemanes que iban en su busca. Los aviones de reconocimiento Fieseler Storch comenzaron a sobrevolar a baja altura, con una lentitud exasperante, las laderas del monte Ida, lanzando de cuando en cuando pasquines impresos apresuradamente en los que amenazaban con la destrucción de pueblos si no entregaban al general.

Paddy Leigh Fermor y Jorge Tirakis no llegaron a Anoya hasta el amanecer. El uniforme alemán de Leigh Fermor le valió intensas miradas de odio. Los hombres le daban la espalda, las mujeres escupían y cerraban bruscamente las ventanas a su paso y el canto cretense que servía de aviso de la presencia del enemigo. —«El ganado negro se ha extraviado en el trigal»— precedía su avance por las calles. Era una sensación extraña para los dos hombres. Fueron a casa del sacerdote, donde la mujer del padre Skulas, el sacerdote paracaidista, se negó enérgicamente a dejarlos entrar hasta que lograron convencerla de que esa persona vestida con el uniforme execrado era realmente amigo de su marido.

Esa noche, después de ser alimentados y cuidados de todas las maneras posibles, los dos se fueron a las montañas a unirse al resto del equipo. Una vez agrupados, siguieron caminando hasta llegar a la guarida de la banda de Mijalis Jiluris, donde un trío británico del grupo de Tom Dunbabin, bajo el mando de un subalterno de caballería, John Houseman, los esperaba ansioso.[3] El día siguiente, 28 de abril, el grupo ascendió penosamente hasta la cima nevada del monte Ida. De camino, un escolta de la banda de Petrakagueorguis vino a reemplazar a uno de los hombres de Jiluris. Por delante llevaban a exploradores reconociendo el terreno, porque habían oído que ya habían llegado al valle Amari grandes destacamentos de alemanes.

Esa noche, cuando se escondían en una cueva inmensa y laberíntica que los kleftes habían empleado cuando luchaban contra los turcos, les pareció que todo comenzaba a torcerse. Tom Dunbabin se había desplomado a causa de un acceso virulento de malaria y no lograban establecer contacto con él. El equipo de radiotransmisión de la guarida no funcionaba, de modo que no pudieron confirmar que acudirían a la cita con una lancha motora en Sakturia. Enviaron mensajeros en varias direcciones —al este, en dirección a Sandy Rendel; a la costa septentrional, donde estaba Dick Barnes, oficial al mando de la zona de Rézimno; y a Ralph Stockbridge, del ISLD, también cerca de Rézimno— con ejemplares del mensaje que había que enviar a El Cairo.

Kreipe estaba cada vez más abatido. Se imaginaba perfectamente los chistes que circularían a sus expensas en los comedores de los oficiales. (Por una ironía tremenda, su ascenso a teniente general, que llevaba esperando mucho tiempo, llegó el día después de su desaparición).

Sin datos claros sobre la situación del cordón que los alemanes habrían cerrado en torno al monte Ida, el grupo comenzó a bajar la montaña. Un error de lectura afortunado de una nota, en la que se les aconsejaba que no se movieran de donde estaban, les impulsó a atravesar las líneas alemanas de noche, en pleno chubasco. Pasaron varios días en un bosquecillo, empapados por la lluvia intermitente. El único consuelo que tenían es que se habían enterado de que, pese a las amenazas proferidas en los folletos, no se habían producido represalias. Se desplazaron en dirección de la playa cercana a Sakturia pero en Ayía Paraskeví los esperaban malas noticias. Las tropas alemanas habían tomado la zona y una fuerza considerable bloqueaba la salida por mar. Paddy Leigh Fermor se dirigió en seguida a la guarida de Dick Barnes, al norte, para buscar otra salida. Pero fue una «coincidencia odiosa», como se comprobaría el día siguiente. Los alemanes se acababan de enterar de que la noche del 20 de abril había llegado una expedición en caique portando armas y que treinta mulas cargadas habían llegado a las bandas del interior de la isla. La cólera alemana también había sido atizada por el ataque de Petrakagueorguis de Semana Santa, en el que murieron ocho de sus soldados. Horrorizado, el grupo escuchó las explosiones amortiguadas de la dinamita y observó las columnas de humo negro elevarse al cielo. Los cuatro primeros días de mayo de 1944 se destruyeron así cuatro aldeas. En realidad, estas represalias no tenían nada que ver con la operación Kreipe, como demuestra el manifiesto publicado el 5 de mayo en el diario Paratiritis, controlado por los alemanes. El secuestro de Kreipe se menciona de pasada en otro artículo, como parte del catálogo de atrocidades cometidas contra las fuerzas de ocupación.

NOTIFICACIÓN

Los pueblos de Kamares, Lojria, Margarikari y Sakturia y las zonas adyacentes de la provincia de Iraklion han sido destruidos y aniquilados. Se ha apresado a los hombres y las mujeres y los niños han sido desplazados a otras aldeas.

Estos aldeanos llevaban meses ofreciendo refugio y protección a bandas comunistas bajo el dictado de mercenarios. Al mismo tiempo, la porción pacífica de la población también es culpable por no comunicar estas prácticas traicioneras.

Los bandidos frecuentaban la región de Sakturia con el apoyo de la población y transportaban armas, suministros y terroristas y los ocultaban en ella. Kamares y Lojria dieron refugio y comida a los bandidos. En Margarikari, que también los cobijó y alimentó, el traidor y agitador Petrakagueorguis celebró la fiesta de Semana Santa sin que los habitantes hicieran nada por evitarlo.

¡Cretenses, escuchad atentamente! ¡Sabed quiénes son vuestros enemigos reales! ¡Defendeos de los asesinos de vuestros compatriotas y de los ladrones de vuestros rebaños! Las fuerzas armadas alemanas están al corriente hace tiempo de estos actos de rebeldía y siempre han avisado e informado a la población al respecto.

Pero nuestra paciencia se ha agotado. La cuchilla de la espada alemana ha caído sobre los culpables y, en el futuro, derribará a todas y cada una de las personas culpables de tener vínculos con los bandidos y con sus instigadores ingleses.[4]

Según otros testimonios, las tropas alemanas habían registrado el pueblo de Lojria el 14 de marzo y descubrieron armas, entre las que figuraba una ametralladora norteamericana. Kamares había sido «refugio y abrigo de centenares de hombres armados» y Margarikari, «hogar del archibandido Petrakagueorguis», había dado muestras de su antigermanismo al acudir en masse «al funeral de la madre del archibandido, oficiado por cinco sacerdotes, con gran pompa».

Había habido muchas más coincidencias desafortunadas de lo que imaginaban Leigh Fermor y sus compañeros. El 29 de abril, una patrulla alemana de la pequeña guarnición costera de Plakiás (a menos de veinticinco kilómetros al oeste de Sakturia) arrestó a tres pastores por apacentar sus rebaños en la franja costera, cuyo acceso estaba vedado. La banda local de andartes de Rodakino tendió una emboscada a los alemanes que escoltaban a los tres pastores, dos de los cuales fueron abatidos por sus captores. En esta acción, rápida pero sangrienta, los andartes mataron a cinco soldados y capturaron a los otros dos. Los registros alemanes afirman que ambos soldados fueron fusilados el día siguiente. Una fuente cretense alega que fueron enviados como prisioneros a Egipto a los dos días, pero parece harto improbable, vista la imposibilidad de sacar al general Kreipe de la isla.

El grupo de Kreipe tuvo que replegarse tierra adentro, alejarse de esos sucesos, de modo que condujeron al general a un redil que se encontraba por encima de Yerakari. Ahí fue donde, contemplando la salida de los primeros rayos de sol por el monte Ida, el general Kreipe recitó los dos primeros versos de la novena oda de Horacio, Ad Thaliarchum. Leigh Fermor le tomó el relevo, recitando las cinco estrofas siguientes, lo que creó un vínculo entre el capturador y su cautivo que nada tenía que ver con la guerra.

La partida se dirigió luego hacia el oeste, atravesando Creta de punta a punta, pasando de una guarida de montaña a otra. La marcha era lenta, pues el general se había caído de una mula contra una pared de piedra y se había lastimado el hombro.

El 7 de mayo lograron finalmente contactar con Barnes y Stockbridge. Enviaron mensajes a El Cairo y la mañana siguiente un mensajero trajo la noticia recibida en uno de los equipos de radiotransmisión de que una fuerza de cobertura del escuadrón naval especial, dirigida por George Jellicoe, iba a desembarcar para cubrirles en la evacuación.

El último trecho de la jornada pareció una procesión triunfal. Los andartes y los aldeanos se alineaban a cada lado de aquel sendero de cabras para ver al general. Eran literalmente centenares los que estaban al tanto de su paradero, pese a lo cual los alemanes nunca se enteraron de nada por sus espías. Surgió una complicación que los demoró once horas cuando un destacamento de soldados ocupó la playa de Limni, que había sido escogida para embarcar. Afortunadamente, Dennis Ciclítira se les acercó con su equipo de radiotransmisión y pudo organizar un cambio de lugar para el embarque, en la playa de Rodakino.

Finalmente, a las once de la noche del 14 de mayo, una lancha motora bajo el mando de Brian Coleman se abrió camino en dirección a la playa, en respuesta a una señal de reconocimiento en morse. La fuerza de cobertura del escuadrón naval especial, comandada por el teniente Bob Bury, entró en acción, dispuesta a atrincherarse en posiciones defensivas, y sus componentes quedaron muy alicaídos cuando oyeron que había pocas perspectivas de un combate de retaguardia. Y, como un gran número de andartes, incluida la banda de Petrakas, venida desde Asi Gonia, se había congregado para asistir a la partida del grupo, cualquier destacamento alemán que se hubiera aventurado por la zona habría encontrado una oposición feroz. Siguiendo la práctica habitual, antes de embarcar todos se despojaron de las armas, botas y raciones de comida sobrantes, que fueron prestamente repartidas entre la gran muchedumbre que poblaba la playa.

El grupo, incluidos Mikis Akumianakis, Elias Atanasakis y Dennis Ciclítira, subió a bordo, donde les dieron la bienvenida con bocadillos de langosta y ron de la armada. En Mersa Matruh, un comité de recepción encabezado por el comandante de brigada Barker-Benfield los esperaba con una guardia de honor para rendir pleitesía al general antes de llevarlo a un cautiverio digno. Kreipe, que al final se había resignado a su suerte, andaba casi con gallardía. Paddy Leigh Fermor, por su parte, se sentía todo menos gallardo. Los últimos días había comenzado a sufrir ataques de agarrotamiento muscular. Al llegar a El Cairo, cayó redondo, presa de un acceso de fiebre reumática que casi acaba con él y lo paralizó temporalmente. La mención por servicios meritorios que le fue inmediatamente concedida por su organización de la operación tuvo que serle enganchada a la camisa de su pijama en el hospital.

La operación Kreipe se ha criticado a menudo con el argumento de que provocó sufrimientos innecesarios para la población cretense, pero el análisis por el profesor Gottfried Schramm de los archivos de la comandancia alemana parece demostrar que es una patraña. No guardó relación con la destrucción de Kamares, Lojria, Margarikari y Sakturia, como se ha dicho. Y la oleada más dura de represalias, la destrucción de las aldeas del valle Amari, se produjo a finales de agosto. Como su finalidad era enseñar una lección a la población local, la esencia de las represalias alemanas radicaba en su rapidez: un retraso de casi cuatro meses resulta por lo tanto altamente inverosímil fuera cual fuera el catálogo de delitos enumerados por las autoridades en sus manifiestos. La operación de Amari fue esencialmente una campaña de terror disuasivo, antes de que las fuerzas alemanas se retiraran hacia el oeste de Iraklion, exponiendo el flanco en ese lugar neurálgico de la resistencia cretense.[5] El argumento de que la incapacitación del general Kreipe tuvo poca incidencia desde el punto de vista militar es, naturalmente, intachable. Pero el golpe iba dirigido no contra las fuerzas alemanas, sino contra su moral y contra su pretensión de dominar la isla. Es posible que luego los oficiales alemanes contaran muchos chistes sobre Kreipe, pero la audacia de la operación los alarmó enormemente. Ese efecto fue potenciado de manera absolutamente casual cuando, a los pocos días del secuestro, el comandante de una guarnición alemana murió en la explosión de un tren cerca de Pairas.

Poder jactarse era muy importante para los cretenses en un momento en que el Mediterráneo oriental estaba totalmente copado. «El día siguiente, todos nos sentíamos dos centímetros más altos»,[6] comentó Manusos Manusakis, que había estado en Canea. Y, aunque la moral tuvo altibajos, algo por lo demás inevitable en esas circunstancias, su broma de que «de cuatrocientos cincuenta mil cretenses que había, cuatrocientos cuarenta y nueve mil afirman haber participado en la operación Kreipe» es muy indicativa del inmenso orgullo que provocó.

Posteriormente, en un último ardid propagandístico, el equipo de Dunba emprendió una campaña consistente en insinuar que era Kreipe quien había planeado su propia fuga. Y pegaron octavillas en torno a los barracones con el siguiente mensaje: «Kreipe Befehl: Wir Folgen!»: «¡Kreipe nos lo ha ordenado, nosotros le seguimos!», una mofa del eslogan nazi de «Führer Befehl: Wir Folgen!».[7]

La batalla de Creta
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