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El armisticio italiano
La invasión de Sicilia en julio de 1943 y la consiguiente caída del régimen fascista en Italia provocó una marcada intensificación en la escala y el ritmo de la resistencia en Creta. Hasta aquel verano no se habían producido más que escaramuzas aisladas y ataques contra soldados solitarios. A partir de ese momento, las acciones que provocaban la muerte de una veintena de alemanes empezaron a menudear y, en un par de ocasiones durante el año siguiente, abatieron hasta cuarenta enemigos en expediciones en las que participaron un centenar o más de andartes.
Los preparativos del desembarco en Sicilia, conocidos con el nombre de operación Husky, habían comenzado con varios meses de antelación con una gran campaña de diversión, que pretendía convencer a los alemanes de que la invasión aliada de Europa meridional se produciría a través de Creta y Grecia.
Se lanzó una serie de razzias en Grecia, incluida la destrucción de un nuevo puente ferroviario, con el nombre en clave de «Animáis».
En Tobruk se reunió una flota simulada, pero una tormenta la destruyó, disgregando sus piezas constituyentes, hechas de lona y madera contrachapada. Quizás el elemento más célebre de esta campaña sea ese brillante juego de manos que se conoció con el nombre de operación Carne Picada.
Un submarino de la Royal Navy depositó un cadáver vestido e identificado como oficial del estado mayor británico a cierta distancia de la costa española. Los documentos que llevaba encima «revelaban» que Cerdeña y Grecia eran los objetivos reales y que el ataque contra Sicilia (donde se produjeron los primeros desembarcos el 10 de julio) no era más que una distracción. Berlín, en buena medida gracias a la obsesión de Hitler por el flanco balcánico, mordió el anzuelo.[1] Se ordenó la partida inmediata de dos grupos de combate: una flota de bombarderos y la 1.ª división Panzer.
Cuatro semanas antes de que comenzaran los desembarcos en Sicilia, se lanzó una nueva ronda de ataques por parte de escuadrones navales especiales contra los aeródromos alemanes de Creta. Tenían un propósito doble: destruir la aviación alemana de la región que pudiera emplearse contra la flota de invasión y reforzar la impresión de que Creta y Grecia eran los territorios cuya invasión se iba a tentar. En su base de adiestramiento en Palestina, Athlit Castle, los equipos del escuadrón naval especial (SBS) se habían hastiado de realizar constantes prácticas, de modo que aceptaron con agrado esta nueva operación. David Sutherland, que había comandado uno de los equipos de incursión el verano anterior, encabezaba los tres grupos dirigidos por los tenientes Lassen, Lamonby y Rowe.
A Rowe, que llegó el 27 de junio, cuatro días después de los demás, se le había asignado el objetivo más próximo, la base aérea de Timbaki, pero nuevamente se demostró que no estaba en funcionamiento. Lamonby se dirigió a Iraklion, pero el guía que le había proporcionado Dunbabin le advirtió de que el aeródromo de la localidad ya apenas se utilizaba. Un blanco mucho más útil sería el depósito de combustible que se encontraba en Peza, que Lamonby destruyó en una operación espectacular.
El tercer grupo, bajo el mando de Andy Lassen, comprobó que Kasteli Pediados estaba fuertemente protegido después del ataque del año anterior. La única solución era efectuar un ataque de distracción, para que los encargados de poner las bombas pudieran desplazarse sigilosamente de un grupo de aviones a otro, amparándose en la confusión. Lassen, un danés legendario que había obtenido la cruz del mérito militar y dos barras y después obtuvo una cruz Victoria a título póstumo, era conocido por su grito de «¡El trabajo antes que las mujeres!» cuando había que limpiar las armas y el equipo al regresar a la base de partida.
Todos ellos llegaron el 11 de julio al escondite de Sutherland, en las colinas costeras que dominan Treis Eklísies, pero lo mismo hicieron algunos cretenses que querían abandonar la isla para eludir las represalias. Una pequeña patrulla alemana descubrió la garganta en la que se habían ocultado para esperar a que cayera la noche y dirigirse a la playa. Dos de los alemanes fueron capturados sin que hubiera necesidad de efectuar ningún disparo, pero los otros dos se replegaron rápidamente cuando los cretenses abrieron fuego contra ellos. Lamonby se fue tras ellos en solitario, un gesto valiente pero temerario. La lancha motora que recogió al resto del grupo se acercó a la playa, al lugar en que había sido visto por última vez, pero no había ningún indicio de su presencia. Había subestimado a los dos soldados que trató de cazar al acecho. Su cuerpo fue descubierto mucho tiempo después.
Para coincidir con los demás ataques, Paddy Leigh Fermor entró en Iraklion con Manoli Paterakis. Un asno acarreó su carga de minas magnéticas hasta el centro de la ciudad, donde las ocultó Yannis Andrulakis. Planeaban atacar los buques del puerto pero, una vez franqueada la valla de alambre de espino, los descubrieron y tuvieron que salir corriendo antes de que sonara la alarma general.
A finales de julio, cuando se encontraba en Yerakari con Aléxandros Kokonas, Leigh Fermor recibió un mensaje de Mikis Akumianakis que le hizo volver a la carrera a Iraklion. Mussolini había sido derrocado después de la invasión de Sicilia y el comandante italiano de la división que ocupaba el este de la isla, general Angelo Carta, deseaba hablar con un oficial británico.
A través de Banduvas se le había hecho llegar con la mayor discreción la insinuación de que, en caso de que los británicos invadieran Creta, los italianos habrían de rendirse de inmediato, pero no se había vuelto a tratar el tema. En esta ocasión el teniente Franco Tavana, oficial de contraespionaje del general Carta, se ofreció a enviar un automóvil de servicio y un uniforme italiano para que Paddy Leigh Fermor pudiera llegar a su cuartel general.
Tavana, anteriormente oficial de aduanas en el lago de Como y por entonces oficial en los Alpini, ya había dado muestras de valentía y heterodoxia. El año anterior había llegado a la casa del líder comunista Milcíades Porfiroyenis, un pasajero muy especial del Kalanthe y posteriormente miembro del comité central del Partido en el continente. Porfiroyenis, al ver al jefe del contraespionaje, se temió lo peor, pero como alternativa a su detención y ejecución le dijeron que se desplazara a la zona controlada por los alemanes y no se moviera de ahí.
Las historias que hablaban de fricciones entre los aliados no eran nuevas. Se habían producido luchas entre los soldados italianos y alemanes: en una ocasión, un italiano lanzó una granada contra un grupo de alemanes, matando a uno e hiriendo a dos. Las autoridades militares italianas tuvieron que arrestarlo, pero lo liberaron unos días después, ante la cólera alemana. Los cretenses sentenciados a muerte en las provincias de Lasiti y Sitia fueron alejados de la zona debido a la insistencia alemana, siendo conducidos en ocasiones hasta el Dodecaneso. Se simuló su ejecución y se cavaron fosas que luego se volvieron a rellenar de tierra.
Había que tomar todas las preocupaciones posibles para el viaje de Leigh Fermor. El general Carta estaba muy nervioso. Schubert seguía contratando a informantes. Pero los escuadrones de Banduvas hacían lo propio. Habían descubierto recientemente a catorce traidores. Empleaban una táctica muy sencilla: un par de hombres vestidos con uniforme de gendarme, acompañados por un cretense de pelo crespo que portaba un uniforme alemán «arrestaban» al sospechoso, alegando que había sido denunciado como miembro de la resistencia. El hombre, si de verdad trabajaba para los alemanes, les mostraba en seguida una prueba de ello, normalmente un pedazo de papel firmado por las autoridades alemanas.
La caída de Mussolini provocó una gran euforia en los barracones italianos: los soldados rasgaron sus camisas negras y destrozaron el retrato del dictador.
Pero el general Carta estaba incómodo. Leigh Fermor le «dispensó zalamerías a granel»:[2] siempre encabezaba sus cartas con la fórmula «Mon général, j’ai l’honneur de communiquer a votre Excellence…». Pero Carta seguía dudando, incluso después de que el general Bräuer lo fuera a ver desde el extremo opuesto de la isla para garantizarle que los alemanes no atacarían si los italianos no hacían nada.
La cuestión crucial para los italianos era si los británicos invadirían la isla, resolviendo con ello su problema. En vísperas de los desembarcos en Sicilia y de la estrategia de distracción, los planes aliados seguían rodeados de gran confusión. Los rumores de una ofensiva en el Mediterráneo oriental contra las islas «que tanto tiempo habían sido objeto de deseo estratégico» no carecían de fundamento.[3]
El 2 de agosto, Churchill confió al general Ismay: «En caso de que las tropas italianas en Creta y Rodas resistan a los alemanes y la situación quede estancada, debemos ayudar a los italianos lo antes posible, con lo que nos granjearemos el apoyo de la población».[4] Pero, aunque se pidió a Leigh Fermor que comunicara a El Cairo cuáles habían de ser los blancos de un posible bombardeo en caso de resistencia italiana —es probable que se filtrara la noticia de que le habían formulado esta solicitud entre los círculos de la resistencia—, Creta fue pronto descartada como objetivo secundario. Los mandos de Oriente Medio se centraron exclusivamente en las islas del Dodecaneso de Rodas, Cos y Leros.
Churchill tuvo la idea peligrosa y poco práctica de abrir una ruta hasta Rusia pasando por los Dardanelos, como alternativa a los convoyes que llegaban por el Ártico. «Ha llegado el momento —le dijo al general Wilson— de pensar en la posibilidad de que los hombres de Clive, Peterborough y Rookes tomen Gibraltar».[5] Pero los alemanes ocuparon Rodas con suma rapidez y hubo que reducir considerablemente la ambición de los planes después de que en la Conferencia de Quebec se decidiera sacar a los buques disponibles del Mediterráneo oriental. Sólo se dejó una brigada, algunas naves poco preparadas y un puñado de soldados para la operación. Las tropas británicas desembarcaron en las islas de Cos y Leros el 14 de septiembre, pero tenían pocas posibilidades de resistir los fuertes contraataques alemanes, primero contra Cos y luego contra Leros.
El general Carta era un oficial bajo y orondo que llevaba un monóculo y tenía a una querida cómodamente instalada cerca de su cuartel de Neapolis. Era amigo de la familia real italiana, un «hombre de corte», no un fascista, y su modo de administrar la parte oriental de Creta había sido inusualmente humanitario. La falta de arrojo de que dio muestras durante el mes de agosto se debió ante todo a su deseo de evitar un baño de sangre inútil. Tavana, su oficial de contraespionaje, era un hombre mucho más osado y resuelto, que elevó las perspectivas de las fuerzas italianas, en alianza con los andartes cretenses, de mantener la parte oriental de la isla frente a la oposición alemana.
Como Banduvas, el único líder de la guerrilla con un número elevado de partidarios, estaba acuartelado no muy lejos hacia el suroeste, en Psari Forada, en la meseta de Vianos, Leigh Fermor fue a verlo el 12 de agosto. Lo acompañaban su operador de transmisiones, el sargento del estado mayor Harry Brooke, y Niko Suris. Suris, el brazo derecho de Dunbabin, era un alejandrino de gran inteligencia y tacto y uno de los pocos griegos del exterior en quien confiaran los cretenses.
La guarida de Banduvas en la meseta era impresionante. Se hallaba por encima de los pastizales, en un lugar alejado de cualquier indicio de vivienda y dominaba el conjunto de la provincia. Unos centinelas de porte maravillosamente trágico acompañaron a Leigh Fermor hasta su campamento, que tenía hileras de chozas hechas con ramas entretejidas. Un panadero, un sastre, un zapatero remendón y un armero los hacían autosuficientes.
Lo más sorprendente de todo era la composición de las fuerzas de Banduvas. Aparte de los pastores y los habitantes de las aldeas montañosas, había estudiantes, oficiales del ejército, dos monjes armados hasta los dientes, un sacerdote, varios policías, algunos griegos sin recursos, un inmenso cosaco llamado Piotr, evadido del campo de prisioneros rusos de Áyios Galini, un australiano y un neozelandés, ambos rezagados de la batalla que se había registrado dos años antes, un grupo de regalistas dirigidos por Atanasios Burdzalis y, por último, un puñado de comunistas reclutados principalmente por el secretario de Banduvas, Yanni Bodias. Este era un joven, apuesto e inteligente griego de Asia menor que tenía bastante encanto y se encontraba en prisión cuando comenzó la invasión de los paracaidistas por un intento de asesinato: después de abusar de un niño lo había tirado a un pozo. Cuando la influencia de Bodias sobre el jefe de los francotiradores comenzó a declinar no cabía descartar que se enemistaran.
Era inevitable que se produjeran cambios constantes en la atmósfera de un grupo tan heterogéneo. Un día, mientras Leigh Fermor y Banduvas estaban fuera del campamento, uno de los escuadrones encargados de luchar contra los traidores trajo consigo a un sospechoso llamado Lukakis. Iba atado por los tobillos y se disponían a torturarlo, pero intervino Niko Suris, con el apoyo del sargento Harry Brooke, y, cuando regresaron Banduvas y Leigh Fermor, se reunió un tribunal marcial y fue fusilado. El día siguiente, el traidor Singelakis, que había delatado a los oficiales que trataban de huir en un caique desde la costa suroccidental, fue capturado. También él confesó y fue fusilado.
La tropa heterogénea pero eficaz de Banduvas crecía día a día, a medida que se le incorporaban hombres de todas las latitudes. Leigh Fermor calculó que debía contar con unas ciento sesenta personas, y Banduvas, exagerando probablemente mucho, afirmó que podía llamar a las armas a dos mil más. El 20 de agosto, una semana después de la llegada de Leigh Fermor, se produjo el ansiado envío de armas mediante paracaídas. Todo funcionó a la perfección. El sargento Paddy Fortune, que pilotaba el avión, hizo descender su aparato, agitó las puntas de sus alas a guisa de saludo y los contenedores con sus paracaídas fueron saliendo de la nave con una cadencia asombrosa.
Llevaron todo el material al campamento en una procesión triunfal, rodeada defeux dejóle. Aparte de las armas y la munición, los contenedores tenían colchas, camisas de camuflaje, cinturones de lona y hebillas para las bayonetas. Banduvas quería que sus hombres fueran equipados de arriba a abajo para que se les aceptara como una unidad regular del ejército británico. Aunque Leigh Fermor le explicó con la mayor claridad posible que la función de aquella banda consistía en ayudar a los italianos, en caso de que decidieran resistir a los alemanes, y ceder su superávit de armas al conjunto de la resistencia cretense, el jefe de los francotiradores estaban convencido en su fuero interno de que se estaba preparando algo de mayor envergadura. La idea de una invasión británica tardó en desvanecerse después de una llamada del rey Jorge II en la que ofrecía su apoyo a las fuerzas aliadas. Este mensaje, que había precedido a los desembarcos en Sicilia, mencionaba en realidad fuerzas de ataque, más que de invasión, pero la ambigüedad formaba parte del plan global de engañar al enemigo.
Una vez equipados los hombres de Banduvas, Leigh Fermor se fue a Neapolis, donde residió en la casa del teniente Tavana, quien le comunicó todos los planes alemanes de defensa de la isla, informes confidenciales, órdenes y valoraciones de las organizaciones cretenses de resistencia.
Hitler había ordenado la elaboración de planes alternativos dos días después de la caída del poder de Mussolini. A lo largo del mes de agosto fueron aplicándose gradualmente esas medidas, que comportaban la invasión germana de Italia. Hitler sospechaba acertadamente que el nuevo gobierno del mariscal Badoglio pediría un armisticio y se preparó una operación, cuyo nombre en clave era ACHSE, destinada a desarmar a las tropas italianas cuando eso ocurriera.
La mañana del 9 de septiembre, Leigh Fermor, que tenía problemas en una pierna, descansaba en una cabreriza situada por encima de Kasteli Pediados cuando Mikis Akumianakis llegó muy excitado con la noticia del armisticio italiano anunciado el día anterior. En torno a mediodía apareció Tom Dunbabin con Niko Suris, que lo había encontrado en la playa de Tsutsuro el día antes, nada más regresar de Egipto. Dunbabin confirmó que no había ninguna esperanza de que los aliados desembarcaran en Creta. «Si la hubiera habido —le dijo bromeando a Leigh Fermor— nos habrían hecho comandantes de brigada a los dos».[6]
Muy poco después, llegó un mensajero enviado por Banduvas con una misiva escrita tan mal que hubo que hacerla pasar de mano en mano. Mientras Mikis Akumianakis estudiaba aquellos garabatos, Dunbabin le preguntó a Leigh Fermor quién era ese joven y si era de fiar. Cuando se lo dijeron no se lo podía creer. Se dieron grandes abrazos y rememoraron sus experiencias de Cnosós, que se remontaban a la época de sir Arthur Evans. Finalmente Akumianakis volvió a escrutar la nota y, ante el horror de los presentes, descifró la frase clave: «¿Cuándo van a desembarcar los británicos para ayudarnos a combatir a los alemanes?».
Banduvas había hecho oídos sordos a las instrucciones que se le habían dado de prepararse a ayudar a los italianos y esperar nuevas órdenes. Ya se había movilizado para atacar a los alemanes en la zona de Vianos, en la costa meridional. El mensajero fue enviado de vuelta con una misiva en la que se le exigía, en los términos más duros, que se detuviera de inmediato y se retirara. Leigh Fermor tuvo que dejar que Dunbabin lidiara lo mejor posible con el problema de Banduvas, mientras él y Mikis Akumianakis se iban a tratar con Tavana tras la trascendental noticia del armisticio italiano. Pero sus esperanzas de que los italianos hicieran frente a los alemanes se desvanecieron de un plumazo.
Cuando llegó esa noticia, muchos soldados italianos se apresuraron a emborracharse hasta la inconsciencia, dando ingenuamente por sentado que la guerra había acabado y que podrían volver a casa. Y los dos únicos batallones de infantería que estaban preparados para luchar y habían subido a las montañas tuvieron que bajar un par de días después, porque la población, aunque dispuesta a ayudarlos, no podía alimentar a tantos hombres.
El general Bräuer ordenó el despliegue de tropas alemanas en la provincia de Lasiti y la dispersión de las fuerzas italianas a los emplazamientos que se les había asignado. El general Müller, comandante de la división, promulgó una «Orden general a todas las tropas italianas en Creta» que en el fondo equivalía a un ultimátum.
Comenzaba así: «El comandante de la plaza fuerte de Creta me ha encargado la defensa de la provincia de Lasiti». Después daba tres opciones. Los soldados italianos podían seguir luchando bajo el mando de las fuerzas armadas alemanas, adhiriéndose así al nuevo gobierno de Mussolini, el teatro de títeres que se convirtió en la República de Saló. O bien podían ayudar a los alemanes en tareas no combativas sobre la isla después de haber sido desarmados: un eufemismo equivalente al trabajo forzado. Si rechazaban estas dos alternativas serían internados en campos de prisioneros. Acababa así: «Quienquiera que venda o destruya las armas de las fuerzas italianas, o deserte de su unidad, será considerado un francotirador y, como tal, abatido». El general Carta, resignado a la idea de que la resistencia era imposible si no se producía un desembarco británico, hizo distribuir la orden de Müller a todas las unidades italianas, adjuntándole una recomendación personal. «Lo que antecede es consecuencia natural de la situación creada por el armisticio. Estamos en una fortaleza asediada. Por lo tanto, resulta esencial ser realista y acatar las órdenes de la comandancia alemana». La consecuencia trágica de este episodio es que los italianos que se negaron a trabajar para los alemanes fueron embarcados en un buque que luego fue hundido por un submarino aliado.
Paddy Leigh Fermor planeó la evasión del general Carta a Egipto. Los detalles fueron pulidos por Mikis Akumianakis y los dos hermanos Stelios y Rusos Kunduros. Enviaron un mensaje a El Cairo para fijar una cita y que una lancha motora fuera a buscarlo a una playa cercana a Treis Eklísies. Mientras tanto, ante la desesperación de todos los oficiales británicos que se encontraban sobre la isla y haciendo caso omiso a todas las instrucciones que se le habían dado, Banduvas permitía que sus hombres atacaran a los soldados alemanes en la región de Vianos. Uno de los grupos comenzó matando el viernes diez de septiembre a dos soldados rasos que recogían patatas en Kato Simi. Los cuerpos, envueltos en sacos, fueron echados a una zanja, pero un delator cretense salió corriendo para alertar a la guarnición más próxima.
Todavía convencido de que los invasores británicos se dirigían a aquella zona de la costa, Banduvas, dando una nueva muestra de precipitación, envió mensajeros hacia el norte a ordenar la movilización general de toda la provincia de Iraklion. El impetuoso coronel Beteinakis se apresuró a apoyarla. Lo único que pudo hacer Dunbabin fue promulgar contraórdenes furibundas.
Dos días después del ataque perpetrado en Kato Simi, una fuerza de casi dos mil soldados llegó a la zona. Los hombres de Banduvas no tenían ninguna posibilidad. Mataron a menos de veinte soldados (según los cálculos alemanes) y luego se desperdigaron. Una versión de una fuente fiable dice que también apresaron a trece alemanes. Los habitantes de la zona, incluidos un archimandrita y el alcalde de Kalami, instaron a Banduvas a que liberara a los prisioneros. Teniendo en cuenta que algunos miembros de su banda le habían pedido lo mismo, Banduvas así lo concedió, pero tuvo que hacerlo a hurtadillas, pues otros pedían su ejecución. Los soldados fueron liberados la tarde del 19 de septiembre, pero la mañana siguiente se toparon con otro de los grupos de Banduvas, que los mató rápidamente.
Las autoridades militares alemanas, que ya sufrían de paranoia ante la defección de Italia y la posibilidad de que las tropas de Carta lucharan del lado de la resistencia, reaccionaron con una resolución asesina. El general Müller ordenó la destrucción inmediata de seis aldeas de la zona de Vianos y unos quinientos civiles fueron fusilados.[7]
Banduvas y su banda tuvieron que salir corriendo del avispero que habían alborotado. El avance y las represalias de los alemanes los fueron arrinconando al oeste de la isla. Banduvas volvió a pedir ayuda a los capitanes de los alrededores de la sierra del monte Ida y envió a Tom Dunbabin la exigencia perentoria de que organizara su evacuación. Éste estuvo a punto de perder la compostura.
Mientras tanto, Paddy Leigh Fermor sacaba el 16 de septiembre al general Carta y a unos pocos miembros de su estado mayor de sus cuarteles en Neapolis y los hacía cruzar las montañas de Lasiti. Despegaron aviones de reconocimiento Fieseler Storch para buscarlos, que pasaron sobrevolándolos y lanzando folletos impresos apresuradamente en los que se ofrecía una recompensa de treinta mil dracmas por la captura del general Carta. Uno de ellos cayó prácticamente a los pies del general. Se agachó, lo recogió y lo agitó ante Leigh Fermor, exclamando: «Ah, ah, mon capitaine! Trentepiéces dargent!. Un contrat de Judas!».[8]
El pequeño grupo logró eludir las patrullas alemanas y llegar a la playa cercana a Treis Eklísies el 23 de septiembre, donde encontraron a Dunbabin y los demás oficiales británicos, todos ellos arrastrados a la debacle de Vianos, así como a Banduvas quien, con una seguridad a prueba de bombas, trató de eludir su responsabilidad exigiendo que él y sus hombres fueran los primeros evacuados. Pese a todo, Leigh Fermor no pudo evitar sentir cierta lástima ante la destrucción casi total de su banda.
La lancha motora de la Royal Navy que llegó para llevarse al general Carta traía consigo a Sandy Rendel, a su operador de transmisiones y al padre Skulas, «el sacerdote paracaidista». Esa noche, en la playa, imperaba el caos. Por si fuera poco, el mar estaba agitado. El maletín de Rendel y el cargador de su equipo de radiotransmisión se cayeron por la borda mientras se cargaba la lancha.
Rendel sólo tuvo tiempo de entrever a un hombre mayor con un sombrero de fieltro —el general Carta— y a Paddy Leigh Fermor, que había subido a bordo para entregar importantes documentos alemanes que le había dado Tavana para Bob Young, el comandante de la lancha, a espaldas de Carta. Pero Young estaba preocupado por el empeoramiento del tiempo y dirigió su nave mar adentro. Leigh Fermor y Manoli Paterakis realizaron así una salida imprevista de Creta. La próxima vez no habían de regresar por mar, sino en paracaídas.
En la playa, Tom Dunbabin tuvo que hacer uso de toda su autoridad para acallar las demandas de Banduvas de que se enviara de inmediato otra barca desde Egipto. Rendel, que acababa de llegar, quedó impresionado por la retahíla de tacos en cretense de Dunbabin. Mientras tanto, un joven oficial griego —sobrino del primer ministro— tiraba una lata vacía de sardinas con inscripciones británicas.
Las tropas alemanas, que seguían buscando a Banduvas y a su banda, obligaron a éstos y a los británicos a alejarse más hacia el oeste. Una semana después, los fugitivos se encontraban en la ladera de la colina llamada Tsilívdika, junto a la playa de Rodakino, que se usaba para desembarcos clandestinos.
En una cuenca formada en medio de las colinas que contaba con toda una red de cuevas, la compañía, que para entonces ya sólo tenía cien hombres, se sentó para descansar y esperar. Cogieron algunas ovejas de los rebaños que había por la zona, las mataron y las asaron en hogueras gigantescas dentro de las cuevas.
Los centinelas de la banda de Banduvas apostados sobre las colinas del entorno vigilaban los movimientos enemigos y Sandy Rendel recordaba luego haber contemplado el mar de Libia mientras las abejas zumbaban en el tomillo que los rodeaba. Pero los oficiales británicos y sus asociados cretenses —Tom Dunbabin, Xan Fielding, Sandy Rendel, Ralph Stockbridge, John Stanley, Jorge Psijundakis, Niko Suris y varios destacamentos de las bandas de la región central— se sentían incómodos en aquella tranquilidad artificial. Los acontecimientos parecían haberlos superado. Perplejos y exasperados, se preguntaban si llegaría alguna vez una lancha motora para sacarlos de ese callejón sin salida. El mensajero de Dunbabin volvió de la estación de radiotransmisión del monte Ida para hacerles llegar el mensaje de El Cairo de que no disponían de las naves. Para evitar sorpresas en caso de que Banduvas reaccionara mal ante esa noticia —no podía olvidar que, el otoño anterior, había amenazado con apoderarse de los suministros enviados por paracaídas por la fuerza de las armas—, Tom Dunbabin aconsejó a sus oficiales que tuvieran sus revólveres a mano. Pero entonces a Banduvas ya le preocupaba otro asunto.
Uno de los andartes locales le dijo casualmente que un hombre de su región había aparecido recientemente en su zona. Banduvas preguntó por su nombre y, cuando se lo hubieron dicho, declaró que se había coaligado con los alemanes. Envió a varios hombres a apresarlo y celebró un juicio que duró la mayor parte de la noche. Los oficiales británicos se caían dormidos y de cuando en cuando despertaban para asistir a esa extraña escena. El acusado, un tal Jorge Ergazakis, confesó al fin. Poliudakis, el jefe de policía colaboracionista de Iraklion, lo había reclutado. Siguió revelando los nombres de los demás agentes que trabajaban para los alemanes, pero eso no le salvó la vida.
De madrugada —era ya el 4 de octubre— fue sacado de la cueva para ser fusilado. Echaron su cuerpo a una poza. Al cabo de un rato estallaron disparos. Los centinelas de Banduvas habían localizado una patrulla de reconocimiento de la Feldgendarmerie y los carabinieri italianos y, sin esperar a que se acercaran, comenzaron a disparar de lejos. Después de una escaramuza confusa y dispersa, la mayor parte de la fuerza enemiga fue abatida o capturada. Entre los prisioneros se encontraba un cretense que alegaba que lo había obligado a endosar un uniforme alemán.
Lo pusieron bajo el cuidado de lo que él creyó que era un soldado alemán capturado. Pero «Gussie», como lo llamaban los británicos y los cretenses, era el «alemán adiestrado» por Ralph Stockbridge, que había huido de los barracones de su unidad. Gussie murmuró al colaborador en alemán que los iban a ejecutar a los dos.
El traidor le respondió murmurando, también en alemán, que no había que perder la esperanza. Él y los otros eran la avanzadilla de una fuerza mucho mayor que había rodeado toda la zona. Prosiguió jactándose de cuánto y qué satisfactoriamente había trabajado para los alemanes. Una vez se hubo condenado definitivamente, Gussie se puso de pie y contó a los andartes lo que acababa de oír. El segundo traidor se encontraba con su destino.
El éxito de esta astucia también les dio un aviso sobre la precariedad de su situación. Pero, cuando la noche estaba al caer, el tiempo cambió. Los salvó una espesa niebla que cubrió las colinas y la costa. Esa noche, después de dividirse en pequeños grupos, la extraña asamblea congregada en el monte Tsilívdika se separó. Banduvas fue encaminado hacia el oeste, a lo largo de la costa; Dunbabin hizo que lo acompañara Niko Suris para asesorarlo.
Esperando otro bote, Banduvas y sus hombres se ocultaron cerca de Kaló Lakko, en la provincia de Sfakiá. Pero los habitantes de la zona comenzaron a inquietarse, de modo que los convencieron de que regresaran a la sierra del monte Ida. Finalmente abandonaría Creta el último día de octubre.
En el ínterin, Dunbabin había regresado al valle Amari, después de perder casi un mes. El equipo del ISLD de Ralph Stockbridge y John Stanley, tras atravesar el cerco alemán en torno a Tsilívdika, acabó realizando un circuito completo, siguiendo el movimiento de las agujas de un reloj, de la mitad occidental de la isla. Sandy Rendel subió a las montañas de Lasiti para encargarse de la estación de radiotransmisión que había en los parajes. Dunbabin le dijo que se llevara consigo a Franco Tavana, el oficial de contraespionaje del general Carta. Pero la intención de Tavana de organizar un grupo de resistencia compuesto por italianos y cretenses se vino abajo por falta de apoyo local.
Después de la catástrofe de Vianos, la estela de penalidades fue más allá de las seis aldeas destruidas. El batallón recientemente formado por Schubert y compuesto por italianos que hablaban griego y procedían del Dodecaneso comenzó a sembrar el terror en la costa meridional.[9]
Rodakino, Kalicrati y Kali-Sikiá, cercanos al monte Tsilívdika, también fueron destruidos. Se dice que en Kali-Sikiá las mujeres ancianas fueron quemadas dentro de sus casas y que en Kalicrati ejecutaron a treinta aldeanos.
Los restos de la banda de Banduvas se dispersaron cuando se marchó su líder. En ausencia de su hermano, Yanni Banduvas asumió un mando sumamente mermado. Bodias, con la ayuda de Niko Samaritis, se marchó con el grupo comunista para trabajar con el ELAS: Bodias en la provincia de Iraklion y Samaritis en Lasiti. Pese al fracaso de Tavana a la hora de recabar apoyos, Lasiti era un lugar atractivo para los comunistas, debido al gran número de armas italianas que podían conseguir en dicha ciudad.
La zona de Selinon, al suroeste de la isla, también fue testigo por entonces de combates y represalias. El 25 de septiembre, un destacamento alemán rodeó el pueblo de Kustoiérako, de donde era oriunda la familia de Paterakis. Probablemente se habían enterado del envío de armas por paracaídas que se había producido la semana anterior y que iban destinadas a Kiwi Perkins y la banda de los seliniotas.
Al no encontrar a ningún hombre, la patrulla alemana alineó a las mujeres los niños en la plaza y exigió que les dijeran dónde se ocultaban. Exasperados por el silencio de las mujeres, montaron una ametralladora para ejecutarlas. En realidad, los hombres, y en particular Costi Paterakis, habían trepado un farallón desde el que se dominaba el pueblo. Con sus fusiles apuntaban al pelotón de ejecución alemán. El disparo de Paterakis, a una distancia de unos cuatrocientos metros, abatió al encargado de la metralleta, y sus convecinos mataron a unos cuantos más. Los alemanes supervivientes huyeron.
Como el destino del pueblo no se le escapaba a nadie, las mujeres y los niños recogieron sus posesiones más preciosas y treparon a las montañas para esconderse, mientras la mayoría de los hombres se unía a las bandas seliniotas. La reacción alemana fue tan rápida como habían anticipado. Entre el 30 de septiembre y el 3 de octubre, varios destacamentos alemanes incendiaron las aldeas de Kustoiérako, Moni y Livadiá. Pero la resistencia fue feroz. En ese lapso de tiempo cayeron veinticuatro soldados alemanes.
Perkins ya había conseguido formar una guerrilla muy eficaz. Estaba muy bien armada, gracias a tres envíos de material por paracaídas, y habían sido reforzados por los hombres que acudían de los pueblos destruidos: el distrito de Selinon fue muy peligroso para los alemanes aquel otoño. Las escaramuzas que se producían después de la emboscada de las patrullas prosiguieron hasta la segunda semana de octubre. Culminaron el 18 de octubre con la batalla de Ajlada.
Ajlada es un pequeño llano entre las montañas a dos horas de marcha por encima de Kustoiérako. Los pastores de esa aldea tenían ahí sus cobertizos para hacer queso, construidos en piedra sólida y sin ventanas. El lugar se había empleado para algunos envíos por paracaídas, de modo que las patrullas alemanas lo visitaban con frecuencia.
Kiwi Perkins tuvo una idea luminosa para una emboscada. Después de escoger el terreno con sumo cuidado, él y los seliniotas esperaron en posición de ataque a que la patrulla alemana que se aproximaba cayera en su trampa. Andonis Paterakis manipulaba la ametralladora Bren, un arma con la que alcanzó la fama, y, a una señal de Kiwi, abrió fuego en el momento en que la patrulla, compuesta por diecinueve alemanes y tres italianos, llegaban a las cabañas queserías.
La primera reacción de los soldados cuando les disparan es buscar abrigo y sólo después replicar. Como las cabañas eran la única protección visible contra los disparos, se lanzaron a su interior, olvidando que carecían de ventanas. Perkins, mientras el resto de la banda apuntaba a las entradas, se fue deslizando de choza en choza, lanzando una granada en cada una. Después de sacar las anillas esperaba un rato, para que los alemanes no tuvieran tiempo de extraerlas del interior de sus cabañas, y los que trataban de escapar eran abatidos por los seliniotas. Sólo dos miembros de la banda fueron heridos: Perkins, con una bala en el omóplato, y otro componente del grupo, Manolis Tzatzimakis, de mayor gravedad.
Los soldados que se rindieron tenían tan mal aspecto como sus camaradas muertos. Los llevaron al escondite de la banda. Era imposible mandarlos a Egipto por mar: después de un combate tan largo, los seliniotas suponían que los alemanes bloquearían la zona. La mañana siguiente la banda echó a suertes la misión. Le tocó a Andonis Paterakis y a otro miembro del grupo hacerse cargo de ellos.
Llevaron a los prisioneros monte arriba, a un hoyo que había en un lugar llamado Tafkos. Andonis Paterakis se daba ánimos recordando la crueldad de los alemanes con los andartes que capturaban. Los prisioneros, atados unos a otros, comprendieron lo que les esperaba a medida que se fueron acercando al borde del precipicio. Paterakis quería fusilarlos ahí mismo y luego echar los cuerpos abajo, pero el primer alemán abatido cayó hacia atrás, arrastrando al hombre siguiente consigo, y así sucesivamente hasta que desaparecieron todos.
Aunque el hoyo tenía más de cien metros de profundidad, algunos de los alemanes sobrevivieron a la caída. Perkins, a pesar de la herida que le habían infligido el día anterior, se presentó voluntario para acabar con ellos, pero Andonis Paterakis insistió en hacerlo él. Lo hicieron descender colgado de una cuerda improvisada a base de cintas de paracaídas, pero se rompió y cayó al fondo del pozo. El destino de Paterakis consternó a los demás. Su padre se puso a lamentarse hasta que se demostró que su hijo seguía con vida, aunque se había dañado la espalda. Atrapado en esa suerte de nido de víboras humanas que él mismo había creado, oyó a uno de los alemanes susurrarle: «Y ahora, greco, moriremos juntos».[10]
Perkins convenció finalmente a los demás de que lo hicieran bajar. Llegó hasta el fondo sin percances, remató a los alemanes supervivientes y, atándose a Paterakis en torno a su propia espalda herida, hizo que lo remontaran a la superficie. Después le quitaron la bala de la espalda con un gran cuchillo cretense. Este rescate le convirtió en un héroe nacional. A partir de entonces sería conocido con el apodo de «el inolvidable Vasili». Andonis Paterakis sobrevivió a sus heridas. Fue evacuado en una lancha motora y tratado en un hospital de El Cairo. Pero Manolis Tzatzimakis tuvo que ser enviado de matute a Canea, para recibir tratamiento, donde alguien lo delató a los alemanes y fue fusilado.[11]
A lo largo del año, la jerarquía militar de Creta se formalizó. Tom Dunbabin fue ascendido a teniente coronel y encargado de dirigir la Misión militar británica. Xan Fielding, responsable del oeste de la isla, fue ascendido a comandante a la edad de 25 años. Poco después, Paddy Leigh Fermor, encargado de Creta oriental, fue también ascendido a comandante: tenía 28 años. Todo ello formaba parte del ambicioso plan de Keble, que creó casi ochenta misiones de la SOE en los Balcanes antes de noviembre de 1943.
Los oficiales originales de la SOE desperdigados por los Balcanes fueron así reestructurados y promovidos, lo que constituyó su único consuelo. Esta inflación de grados tenía la finalidad principal de darles un mayor peso específico en sus tratos con los grupos guerrilleros locales y, en parte, de hacer crecer la pirámide de escalafones desde abajo, gracias a lo cual Keble podía alzarse sobre los hombros ajenos recién encumbrados.
La multiplicación acelerada de las misiones militares británicas no corrió pareja con un aumento similar en el número de equipos de codificación y descodificación. Únicamente la sección cretense logró dar abasto, porque Jack Smith-Hughes y sus oficiales se hicieron cargo de la labor de descifrado cuando aumentó el volumen de los mensajes. Para la sección griega, en cambio, la situación se volvió desastrosa. Los oficiales sobre el terreno estaban furiosos. Les resultaba casi imposible condensar las respuestas y sospechaban que cualquier intento de comunicar la información así obtenida era una pérdida de tiempo. Los encargados de esta labor, principalmente sudafricanos, célebres por su encanto —y no era sólo una fantasía de hombres que llevaran demasiado tiempo trabajando sobre el terreno; los oficiales del estado mayor de El Cairo admitieron que uno de los criterios de selección era el aspecto externo—, soportaron el grueso de unos mensajes a menudo de agravio y con frecuencia obscenos.
Nadie que hubiera visto actuar a Keble podía confiar en un cuartel general remoto dirigido por ese hombre. Quien se interponía en su camino o rechazaba sus métodos era sujeto a una campaña de intimidación o, en uno o dos casos, como el de Arthur Reade, de desprestigio. Al final Bolo Keble dio con el hombre equivocado. Enfurecido por que Churchill hubiera nombrado a Fitzroy Maclean para dirigir la Misión militar británica ante Tito sin notificárselo a él, puso en marcha una campaña de mentiras sobre su persona, acusándolo de indigno de confianza, borracho y homosexual. Cuando la noticia de este intento de ensuciar la fama de Maclean llegó hasta el general Wilson, la extraordinaria carrera de Keble en la SOE concluyó abruptamente.
La otra contribución a la crisis anual consuetudinaria fue la tensión política que se fue generando en el interior del Foreign Office sobre la Grecia continental. Estalló entre una oficialidad notablemente desinformada y falta de imaginación, cuando el comandante de brigada Myers, líder de la Misión militar británica en Grecia, llevó consigo a una delegación de andartes a El Cairo. El EAM-ELAS y los representantes no comunistas hicieron hincapié en términos muy duros en que el rey Jorge II no debía plantearse volver a Grecia sin que antes se hubiera celebrado un plebiscito sobre el futuro de la monarquía. El Foreign Office y el gobierno griego en el exilio se enfurecieron porque alguien permitiera una revelación tan embarazosa.
Myers fue utilizado como el chivo expiatorio de esta contradicción entre teorías fosilizadas y la realidad política de Grecia. La historia que circulaba en la Grecia continental de que los británicos habían enviado en paracaídas botas para el pie izquierdo destinadas a los grupos izquierdistas del ELAS y del pie derecho a los simpatizantes de la EDES, únicamente para causar problemas, refleja fielmente el estado de ánimo, aunque sea apócrifa. La política británica sobre Grecia fue menos una conspiración maquiavélica que una serie de meteduras de pata debidas a la ignorancia, la arrogancia, la falta de claridad en el pensamiento, la carencia de imaginación y la falta de voluntad de escuchar.
El jefe de la SOE en El Cairo, lord Glenconner, también padeció los efectos de la honestidad desplazada de Myers y la deshonestidad flagrante de Keble cuando el general «Jumbo» Wilson decidió que la SOE en El Cairo estaba «podrida hasta la médula».[12] Keble fue devuelto a «tareas rutinarias» y, después de un breve interregno bajo el mando del general de división W. A. M. Stawell, el comandante de brigada Karl Barker-Benfield lo sustituyó.
El nuevo director militar, un hombre decente y cándido, de modales amables, representaba el polo opuesto de su predecesor. Los comunistas de Grecia descubrieron su modo de ser con la agudeza de un halcón cuando realizó una ronda de inspección el año siguiente, y supieron tratarlo en su beneficio propio. En Creta le tendieron menos trampas políticas, de modo que los oficiales de su sección lo contemplaban con ojos más divertidos que exasperados.
Barker-Benfield, que, según la descripción de Monty Woodhouse, tenía «una cabeza redonda y brillante, casi calva, y un acento extrañamente teutónico»,[13] hizo decir caprichosamente a Jack Smith-Hughes que su verdadero nombre era Barcke von Bohnenfield. Esa sugerencia se convirtió después en un popular chiste, inspirado en la idea de que el coronel alemán Barge (pronunciado «Barcke»), que se hizo con el mando de la Festungsdivision 133 en Canea, era en realidad el hermano gemelo desaparecido del comandante de brigada Karl Barker-Benfield, el comandante de la fuerza 133.
En Creta, los oficiales británicos estaban decididos a preservar un modus vivendi con el EAM-ELAS que impidiera el estallido de la guerra civil. La noche del 7 de noviembre, Xan Fielding organizó la mayor reunión entre representantes del EAM y la EOK desde que estallaran las rencillas entre ambos grupos en Karines, en la primavera anterior. Se celebró en las colinas que hay detrás de Canea, junto a Cériso, donde Venizelos había establecido su cuartel general revolucionario durante la rebelión de 1905. Fielding llegó escoltado por su guía y valioso asesor, Pavlo Vernadakis. El alcalde de Canea, Nikólaos Skulas, dirigía la delegación de la EOK, y el general Mandakas y Milcíades Porfiroyenis eran los representantes del EAM-ELAS.
Fielding, que era quien había fijado el orden del día de la reunión, afirma que se fue a dormir de puro cansancio después de atravesar a pie las montañas, pero siempre le ha quitado importancia a su papel en el pacto de no agresión que se alcanzó en aquella ocasión. Skulas, que había interpretado una escena dramática antes de la reunión, cuando preguntó: «¿Qué dirá la historia de que firme un acuerdo con los comunistas?»,[14] le dijo al coronel de la gendarmería que firmara en su nombre, junto a Constantinos Mitsotakis. Una vez firmado, el acuerdo fue respetado casi siempre, a diferencia de lo que ocurrió en el continente. Y muchos cretenses creen que este primer paso contribuyó a preservar a la isla de las peores consecuencias de la guerra civil.
Después de pasar catorce meses en campaña, Xan Fielding regresó a El Cairo. Durante el tiempo que permaneció en Egipto, llegó a la conclusión de que no se produciría jamás una invasión aliada de Creta. Dado que era bilingüe, pues había sido criado en Francia, sería más útil donde estaba.
El sustituto de Fielding, Dennis Ciclítira, capitán de los South Staffords, llegó justo antes de Navidad. Ciclítira, una persona sumamente competente, había sido el oficial de estado mayor de Jack Smith-Hughes en el servicio cretense desde octubre de 1942, pero hasta entonces su experiencia más próxima al trabajo sobre el terreno había sido la de oficial encargado de guiar y dirigir el paso de frontera clandestino desde Derna. Cansado de las mofas de que solían ser blanco los oficiales acuartelados en El Cairo por parte de sus homólogos en campaña, Ciclítira se presentó voluntario para asumir el puesto de Xan Fielding cuando éste salió de Creta para tomarse un respiro. Al poco tiempo de esta sustitución, su nombramiento se volvió permanente en virtud de la transferencia de Fielding.
Aunque su familia era de origen griego, Ciclítira no le dio nunca importancia, principalmente porque los cretenses desconfiaban instintivamente de los griegos del exterior. Pero Ciclítira no simpatizó con ellos y su forma de hablar, considerablemente mordaz, no le ayudó a disimular ese hecho.
La parte occidental de Creta cuyo mando asumió tenía dos equipos de radio: uno en la zona de Selinon, manipulado por Kiwi Perkins, y otro en Asi Gonia, que iba a ser su base durante los primeros meses. La relación de Ciclítira con Perkins no fue fácil. No podía comprender que los cretenses consideraran un héroe al neozelandés, sobre todo debido al hecho de que había rescatado a Andonis Paterakis del pozo donde había caído, y le costaba aceptar que pudieran ver en un sargento a su líder natural.
Eso produjo un enfrentamiento de personalidades. Ciclítira creía que Perkins causaba «más problemas de lo que valía» en la zona suroccidental y dio las órdenes oportunas para que volviera a El Cairo.[15] Perkins, decidido a luchar hasta el final junto a los seliniotas, se negó a abandonar la isla. La disputa se resolvió trágicamente a finales de febrero de 1944. Perkins, que se dirigía a Asi Gonia a visitar a Ciclítira, encontró la muerte en una emboscada alemana.