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El año en que cambiaron las tornas

Después de los grandes avances de 1942 Volga arriba y por el interior de Egipto, la confianza alemana comenzó súbitamente a flaquear después de los reveses de Alamein y Stalingrado. El miedo de que los aliados pudieran invadir Grecia y Creta surgió en enero de 1943, unos cinco meses antes de que el grupo Afrika del ejército se rindiera definitivamente, en mayo. La isla recibió el refuerzo de tanques, medios de transporte motorizados y hombres, en un momento en el que el frente ruso los necesitaba desesperadamente. El teniente Tavana, un oficial italiano de contraespionaje que después desertó y se unió a los británicos, calcula que se enviaron aproximadamente cuarenta y cinco mil alemanes y treinta y dos mil italianos a Creta.

Los mandos alemanes ordenaron que se minaran los puentes y se construyeran búnkeres subterráneos a guisa de cuarteles generales. Se incrementaron las existencias en municiones. Se reforzó la defensa de la bahía de Suda. Las unidades recibieron cursos de lucha callejera conjunta entre la infantería, los tanques y la artillería. La guarnición de Askifu fue triplicada para defender sus puertos de acceso desde Sfakiá. Se practicaron maniobras de contrainvasión con columnas móviles para reforzar los sectores en peligro. El general Bräuer anunció: «En caso de invasión, defenderemos Creta hasta el último hombre y el último cartucho».

Los clichés de Bräuer no exaltaban a sus hombres. El mayor terror alemán era un levantamiento cretense a sus espaldas. «Saben que los cretenses los detestan —escribió un oficial británico en un informe para El Cairo— y no viven más que a la espera del momento de desenterrar sus fusiles y decírselo con balas». Y, al mismo tiempo, «los alemanes están dolidos y asombrados de que no los quieran, y se preguntan constantemente por qué». Esta observación certera resulta especialmente sorprendente cuando se lee la normativa alemana en materia de requisiciones y trabajos forzados. Pagaban setecientos dracmas por un día de trabajo, una suma que no bastaba ni para comprar dos huevos, y, sobre todo, compraban las vacas por ciento veinte dracmas, dinero justo para un par de cigarrillos. También recurrían al robo de ovejas a gran escala. No les llegaban de Alemania las provisiones básicas, de modo que vivían a costa de la población cautiva.

El general Müller, el joven y brutal comandante de la 22.ª división Bremen-Sebastopol, impuso una política de controles agresivos para intimidar a la población, pero las patrullas alemanas cada día pasaban más miedo en las montañas.

En una aldea, un cretense obligado a alojar a un teniente alemán durante una noche trajo un poco de agua para lavarse de madrugada, como se le había ordenado la noche antes. Cuando trató de abrir la puerta se produjo un estrépito al caer la jofaina y la jarra esmaltadas que había arrimado el teniente a la puerta, como medio de alarma. El teniente estaba sentado, tieso, en la cama, «cargando el subfusil y con los ojos desorbitados».

Aparte de algunas operaciones relámpago en busca de armas, que efectuaban destacamentos de cincuenta hombres, los alemanes montaron expediciones de acordonamiento e inspección de aldeas utilizando entre doscientos y quinientos soldados. Rodeaban la aldea de noche y luego entraban en ella al alba. Encerraban a la población en la iglesia o la escuela mientras ellos se dedicaban a cavar los suelos y los jardines de las casas. Muchas de estas razzias se producían a raíz de delaciones de los espías, pero con frecuencia, afortunadamente, su información no era lo bastante precisa o reciente.

En una razzia efectuada en Alones la primera semana de enero de 1943, descubrieron una batería en el jardín del sacerdote, el padre Yannis Alevizakis, un personaje adorado de la resistencia. Huyó a las montañas, siguiendo el ejemplo de los dos operadores de transmisiones británicos, pero su hijo fue detenido portando dos cartas comprometedoras. Mientras tanto, los feligreses de Alevizakis no perdieron un segundo en esconder el cargador y el resto del equipo que los alemanes no habían hallado en sus primeras pesquisas.

Unos días más tarde, los alemanes realizaron una nueva incursión en Asi Gonia, en busca de Jorge Psijundakis. En esta ocasión llevaron consigo a su informador hasta el borde del pueblo, oculto tras una gabardina.

Otra denuncia motivó una expedición alemana a la región de Apokoronas, en torno a Gurnes. Las tropas rodearon la quesería, conocida como «la colmena», que un grupo nutrido —Paddy Leigh Fermor, Arthur Reade, el sargento Alec Tarves, operador de transmisiones, y los dos guías, Yanni Tsangarakis y Jorge Psijundakis— había abandonado el día anterior.

Desde el monte que se elevaba enfrente, los británicos y cretenses espiaban a los destacamentos, de un total de doscientos hombres, que rebuscaban por la zona. Decidieron dividirse. Más adelante esa misma mañana, Leigh Fermor, Arthur Reade y Yanni Tsangarakis se subieron a un gran ciprés cargado de nieve para huir de una patrulla, y tuvieron que permanecer encaramados al árbol casi hasta la caída de la noche, debido a la frenética actividad de las tropas de montaña que los rodeaban. Ese día, el 25 de enero, pasó a la historia con el nombre de «día de la agalla del roble», en memoria de la experiencia similar por la que pasó el rey Carlos II, aunque con un frío menos intenso.

Una de las traiciones más sangrientas tuvo lugar en el suroeste de la isla en marzo. Los alemanes se enteraron de que un caique con oficiales cretenses trataba de unirse a las fuerzas griegas de Oriente Medio. Una nave de patrulla lo interceptó y hundió a cañonazos a cierta distancia de la costa.

Ante la vulnerabilidad de la moral alemana a principios de la primavera de 1943, Dunbabin, Leigh Fermor y Fielding no desaprovecharon la oportunidad de socavarla un poco más. Prepararon pasquines para explotar la nostalgia del hogar y la sensación de aislamiento de los soldados enemigos.

Un detalle particularmente ingenioso fue imprimir sobre esos volantes, redactados en alemán, pequeñas águilas que portaban esvásticas, así como mensajes en griego en los que se pedía a quienes los encontraran que los hicieran llegar inmediatamente a un soldado alemán. Con ello garantizaban su distribución, protegían a la población local y enfurecían a los oficiales, que sabían perfectamente que los estaban ridiculizando.

También montaron una campaña de pintadas. En torno a los barracones y los puestos de guardia pintaban de noche eslóganes en alemán que sugerían que entre la soldadesca reinaba el desencanto: «¡Scheiss Hitler!», «¡Heil Stalin!», acompañados por la hoz y el martillo; «¡Queremos volver a casa!» y «¡El Führer es un cerdo!».

Leigh Fermor propuso el siguiente pasquín:

¡Alemanes!

Hoy lleváis dos años en nuestra isla y vuestro dominio es la tacha más negra de vuestro deshonroso historial. Habéis demostrado vuestra incapacidad para ser considerados una raza civilizada y sois mucho peores que los turcos, que fueron enemigos nobles y hombres de honor. Habéis demostrado ser unos salvajes, y como tal seréis tratados.

Pero todavía no.

Por donde quiera que vayáis, hay ojos cretenses mirándoos. Observadores invisibles rastrean vuestras huellas. Cuando coméis, cuando bebéis, cuando despertáis y cuando dormís, os estamos vigilando.

¡No lo olvidéis!

La hoja alargada de los cuchillos cretenses no hace ruido al penetrar entre los omóplatos. Se os está acabando el tiempo. La hora de la venganza está cada día más cerca.

Muy cerca.

Black Dimitri

Arjigós («jefe») de Creta central[1]

Por su parte, los alemanes, conscientes de que no lograrían granjearse el favor de los cretenses mediante la propaganda, trataron al menos de alcanzar cierto grado de neutralidad ante la eventualidad de un desembarco británico. Sus diatribas se dirigieron menos a los británicos y se fueron concentrando en los comunistas, en quienes querían que se viera a los enemigos de los verdaderos cretenses.

Los mandos alemanes, influidos por los sucesos registrados en Rusia, quizás vieran en el ELAS el mayor peligro a largo plazo; probablemente también comprendieran que tratar de enemistar a los cretenses con los británicos era una pérdida de tiempo. Sea como fuere, esperaban crear una división en el movimiento de resistencia.

Después de la guerra se puso en boga entre los círculos izquierdistas la teoría de que los oficiales británicos en Creta habían conspirado desde el principio para destruir a los comunistas. De hecho, en numerosas ocasiones los oficiales británicos habían hecho lo posible por evitar que se produjera una brecha entre los grupos venizelistas y EAM-ELAS. En el fondo no les desagradaba el general Mandakas, el oficial cretense de mayor graduación en decantarse por la izquierda. Un oficial británico pensaba de Mandakas, que combinaba una gran cautela con una inmensa ambición, que era «un colega muy agradable»:[2] su mayor problema era que creía poder doblegar al ELAS a su voluntad.

Nick Hammond, que se lo encontró más tarde en la isla, cuando había ascendido a «ministro de guerra» en el gobierno ficticio que organizaron los comunistas, lo describe como un hombre «corpulento, fanfarrón de conversación tediosa».[3] Probablemente Mandakas era sincero cuando confesó que él no era comunista personalmente, aunque colaboraba estrechamente con el Partido. (La patraña inventada por el Partido Comunista griego, sorprendentemente eficaz en Grecia, de que EAM y ELAS eran coaliciones independientes, nunca se divulgó con demasiada fe en Creta).

Los comunistas, conscientes de que el general Mandakas, a pesar de su valía, nunca sería un líder suficientemente carismático, decidieron ganar a su causa a Manoli Banduvas, que ya tenía numerosos partidarios en las aldeas montañosas de la provincia de Iraklion y entre los campesinos menos afines a EAM-ELAS.

Exteriormente, este reclutamiento parecía una manera eficaz de potenciar la influencia comunista, pero los elementos ajenos al partido escogidos y ascendidos de esta suerte tendían a revolverse más tarde contra él, lo que tenía unas consecuencias funestas. Con todo, a la Misión militar británica le preocupó mucho esta noticia.

«A fuerza de trabajo, ideas claras y métodos poco escrupulosos, los LOLLARDS [nombre en clave informal de los comunistas] han logrado hasta ahora tener una influencia mayor en los asuntos cretenses de lo que les correspondería de acuerdo con su número de militantes. Han conseguido atrapar con su cebo a un general y al gran líder de la guerrilla en Creta —ambos peces gordos— y han logrado una gran proyección, alegando un apoyo militar al mayor nivel en un caso y un respaldo patriota de los campesinos en el otro».

Irónicamente, los británicos fueron pillados a contrapié por Banduvas, y no por los comunistas. Tratando de apelar a su vanidad, le dijeron que el alto estado mayor de Oriente Medio deseaba consultarle algunos asuntos. Esperaban apartarlo temporalmente de la influencia comunista y, en el peor de los casos, responder a su solicitud de contacto con Egipto. Pero Banduvas sospechó que había gato encerrado: el año anterior se había peleado duramente con Dunbabin en relación con la distribución de armamento y sintió sin duda que Leigh Fermor era probablemente el único oficial británico que sentía cierta simpatía por él. (Se dice que la envidia de Petrakagueorguis, su capitán rival en la región, tuvo mucho que ver en todo el embrollo).

De modo que Banduvas organizó una reunión para asegurarse de que se le repetía esa propuesta delante de testigos clave. Luego rechazó la oferta con una declaración grandilocuente de que su lugar estaba junto a sus hombres, sobre el terreno. Se volvió a los oficiales cretenses presentes y les preguntó si no opinaban lo mismo. No tuvieron más opción que mostrarse de acuerdo. Banduvas, que se encargó de que la escena se propalara rápidamente, seguramente con algunos retoques dramáticos, había logrado una victoria a los ojos de sus seguidores campesinos: los generales británicos de El Cairo estaban pendientes de todas y cada una de sus palabras, pese a lo cual él prefería quedarse en la isla con sus camaradas cretenses.

Pero la Misión militar británica no arrojó la toalla. Para sustraer a Banduvas de la influencia comunista, le concedieron el título pomposo de «Jefe de los francotiradores de la provincia de Iraklion». (Banduvas omitió la segunda parte para dar la impresión de que se trataba de toda Creta).

Este nuevo título le gustó tanto que, cuando el rey Jorge de Grecia, el personaje más odiado por los comunistas, envió un mensaje de saludo a la resistencia cretense por indicación de la SOE de El Cairo, Banduvas (la gran esperanza comunista) elaboró de inmediato una respuesta acorde con su nueva posición. «En mi calidad de jefe de los francotiradores, le pido que le haga llegar nuestro agradecimiento por telégrafo y le diga que estamos indisociablemente unidos a él, unidos espiritual y materialmente a su lado para golpear con toda nuestra fuerza al lobo satánico».

En abril, los comunistas cometieron su error político más craso de toda la ocupación. Convocaron una conferencia pancretense en Karines, a la que invitaron a representantes de todos los grupos de Creta, pero a ningún oficial británico.

Al descubrir esta exclusión, el comandante Cristos Tsifakis, el oficial cretense que había dirigido la defensa de Rézimno, se negó a participar y se fue. Ninguno de los demás grupos boicoteó la reunión, lo que a la postre fue una suerte para los británicos: de lo contrario, podrían haber maquillado la mayor gaffe política comunista en toda la guerra.

Entre las resoluciones que habían de debatirse, dos en particular habían sido mal escogidas. La primera era antibritánica sin ambages; la segunda rezaba: «Que Grecia renuncie a cualquier aspiración sobre el norte de Epiro, Tracia y algunas partes de Macedonia, ya que étnicamente no son griegas».

Para los patriotas, este reconocimiento público de la estrategia comunista internacional de hacer de Macedonia un estado independiente (algo que, prudentemente, el EAM no mencionó en la Grecia continental) equivalía a una traición imperdonable. La reunión acabó a voces y la esperanzas de los comunistas de aliarse con la EOK nacionalista —que presumiblemente querían manipular y algún día llegar a dominar— quedaron rotas irremisiblemente.

Después de la debacle comunista, la EOK nacionalista pudo celebrar su primera reunión pancretense en Prines, el 15 de junio, en una atmósfera optimista. Se nombraron representantes políticos y jefes militares para las cuatro grandes provincias: Canea, Rézimno, Iraklion y Lasiti.

La resistencia en Canea carecía de líder militar, pero contaba con una estructura administrativa. Muchos de sus miembros ya tenían cargos oficiales dependientes de las autoridades alemanas, y al mismo tiempo colaboraban en secreto con los aliados. Esto les convertía en una suerte de gobierno local en suspenso. Su figura más destacada era Nikólaos Skulas, el alcalde de Canea: al poco tiempo, pese a lo avanzado de su edad, tendría que huir a las montañas. Y, entre la generación de los jóvenes, Constantinos Mitsotakis, Manusos Manusakis y Mijailis Botonakis trabajaban con la red de inteligencia de los Quins, dirigida por Marko Spanudakis.

Por entonces no había grupos de guerrillas que operaran en la vecindad inmediata de Canea —era una medida política deliberada, para evitar las represalias— y las bandas que pronto se formarían en el sur estarían demasiado alejadas para que pudiera establecerse un enlace efectivo con ellas.

En la provincia de Rézimno, casi inmediatamente después de la caída de Creta, el alcalde Tsifakis había creado una red de resistencia que agrupaba a tendencias políticas muy diferentes —venizelistas, comunistas y monárquicos—. Pero el desliz de los comunistas en Karines había motivado su exclusión.

El regalista más importante de Creta era Emmanuel Papadoyannis, que después de la guerra sería ministro. Los aires de importancia que se daba encajaban perfectamente con su barba entrecana y su mostacho con las puntas hacia arriba.

Los oficiales británicos, a los que inspiraba afección y respeto, le dieron el nombre en clave de «Pooh Bah» («acaparador de prebendas»), debido a todos los cargos que había acumulado hasta llegar a gobernador general. Como monarquista, aunque no metaxista, era uno de los pocos cretenses aceptables para el rey y el gobierno griego en el exilio, y por lo tanto representaba un vínculo vital en semejante bastión republicano.[4]

El alcalde Tsifakis tenía más aire de estudioso que de soldado: un oficial británico observó que «carecía en absoluto de la jactancia cretense». Y, pese a cierta afición por la intriga, era un hombre honesto, con pocas ambiciones aparentes por la «jefatura».

La provincia de Rézimno contaba también con el mejor ejemplo de organización de la resistencia en toda la isla, el consejo del valle Amari. Los oficiales de enlace británicos le dieron el nombre en clave de «consejo del condado del país del loto». Aléxandros Kokonas, el adorado maestro de escuela de Yerakari, era su coordinador real.

El comandante militar de la provincia de Lasiti, coronel Nikólaos Plevres, había sido comandante de brigada en Albania y entre sus seguidores había muchos veteranos de la V división cretense. Pero Tom Dunbabin y Sandy Rendel, que posteriormente sería el oficial británico apostado en la región, sospecharon de él cuando los alemanes lo liberaron rápidamente después de una operación de cerco a la red de Neapolis. Dieciocho meses después, Plevres, un nacionalista de derechas, recibió armas de los alemanes, que se las entregaron con la esperanza de que combatiera a los comunistas.

La provincia de Iraklion había nombrado a un consejo de unificación —el Comité de Asesores Civiles—, compuesto por figuras destacadas como dignatarios eclesiásticos y profesores. Algunos dieron muestras de gran sagacidad, pero unos pocos eran absolutamente imprevisibles. El coronel Beteinakis, líder militar de toda la provincia, era un oficial cuya valentía superaba con creces su capacidad de discernimiento.

El activo más importante de Iraklion era el servicio de información, dirigido por dos estudiantes jóvenes sumamente sensatos: primero Jorge Dundulakis y luego Mikis Akumianakis, hijo del capataz de sir Arthur Evans en Cnosós, lo que explica su nombre en clave de «Miki minoico». La responsabilidad de las tareas de inteligencia de esta red se confió a la misión del ISLD, que llegó el 12 de mayo.

Ralph Stockbridge, el operador de transmisiones de Jack Smith-Hughes en la primera misión, había sido ascendido a capitán y volvió con John Stanley, un antiguo amigo de la escuela, oficialmente como su operador de transmisiones. Había convencido a Stanley —que había sido «bimbashi» (comandante) en la fuerza de defensa de Sudán— de que fuera con él en misión a Creta «como si le estuviera invitando a pasar un día en el hipódromo».[5]

El submarino Papanikolis los llevó hasta la costa septentrional de Creta, algo excepcional, ya que los desembarcos se realizaban casi exclusivamente en el lado opuesto de la isla. Stockbridge ha dicho de este submarino que era como un navío alarmantemente antiguo, que tenía que subir a la superficie para cargar las baterías. Comandado por el capitán Atanasios Spanidis, la tripulación del Papanikolis tenía la reputación de ser valiente hasta la locura, que se había ganado durante la guerra, cuando hundía buques italianos en el Adriático a quemarropa.

Fueron dejados entre Rézimno e Iraklion, pero a bastante distancia de la costa, por lo que tuvieron que ir remando hasta la playa sobre una lancha redonda de caucho que, como un bote de mimbre, daba vueltas sin cesar y avanzaba muy poco. La experiencia debió ser sumamente desagradable para las dos palomas mensajeras que El Cairo insistió en que llevaran.

A medida que se acercaban a la playa, distinguieron unas figuras sobre un bote pequeño, de modo que dieron la contraseña acordada por adelantado: «Venimos a por las abejas». Se trataba de unos cretenses que pescaban en una zona vedada, por lo que desaparecieron presa del pánico, creyendo haber sido descubiertos por los alemanes. Stockbridge y Stanley llegaron finalmente a tierra, pero su alivio duró poco, pues comprobaron de inmediato que habían caído sobre un campo minado. Acabaron por salir de ahí sin percances y un poco más lejos, costa abajo, dieron con su contacto, que no era otro que Paddy Leigh Fermor.

Primero los llevó al pequeño monasterio de Vosaki y de ahí a la que era por entonces su base, un corral de piedra para ovejas perteneciente a la familia Dramundanis, situado sobre la falda occidental de la sierra del monte Ida, desde donde se dominaba Anoya.

Varias personas se habían agrupado en el lugar de encuentro, listas para iniciar una caminata hacia la costa meridional, desde donde habían de ser evacuados a Egipto varios andartes y agentes de inteligencia. El 25 de mayo, se produjo un accidente trágico de los que tanto abundan en las guerras. Delante del corral se hallaban, sentados en círculo, Ralph Stockbridge, John Stanley, Paddy Leigh Fermor y Yannis Tsangarakis, el guía valiente y fiable que Leigh Fermor ya había propuesto para una condecoración británica.

Apareció un centinela para avisarles de que una patrulla alemana había llegado a Anoya. Aquel hecho relativamente corriente no les asustó, pero Leigh Fermor, como los demás, alargó el brazo para coger el fusil. Echó atrás el cerrojo para comprobar si todas las piezas móviles estaban bien engrasadas. La cámara estaba limpia, pero no vio un cartucho cargado que había quedado en el cargador. Después de bajar el cerrojo, un gesto con el que hizo entrar automáticamente el cartucho en la cámara, apretó el gatillo para liberar el resorte. Se produjo un disparo y Tsangarakis, que estaba acuclillado enfrente de él, fue herido en el muslo.

Al principio la herida no parecía grave. Lo vendaron cuidadosamente mientras un mensajero salía corriendo a buscar a un doctor, a pesar de la presencia de los alemanes bajo la montaña. Pero Tsangarakis murió no mucho después. Lo enterraron bajo dos encinas y camuflaron la tumba con zarzas y piedras, para que no la descubrieran los alemanes.

Leigh Fermor estaba consternado. Adoraba a Yannis Tsangarakis y las palabras de perdón que le dedicó éste antes de morir no hicieron más que agudizar su sensación de culpa. Pero todavía no había llegado lo peor.

Algunas personas mal predispuestas, al enterarse del accidente, difundieron prontamente la especie de que la muerte de Yannis Tsangarakis había sido planeada y trataron de convencer de ello a su familia. Eso provocó años de desavenencia, por una parte, y de desconsuelo y pena constantes por otra. Pasarían muchos años antes de que sus amigos comunes, especialmente Jorge Psijundakis, lograran convencerlos de que se había tratado de un accidente.

Aunque aquel episodio no podía acabar felizmente, el poso de amargura fue definitivamente borrado cuando, más de treinta años después, Paddy Leigh Fermor y su mujer, Joan, fueron invitados a apadrinar a la nieta de Yannis, un vínculo importantísimo en Creta. La llamaron Joanna, en honor a Joan Leigh Fermor.

Petrakagueorguis volvió de El Cairo el 7 de junio. Durante su estancia en la capital egipcia había sido contactado por la Organización de Servicios Estratégicos (OSS), el equivalente norteamericano de la SOE (Junta de Operaciones Especiales). Les ofrecían mejores aprovisionamientos en armas, equipo y dinero líquido. Petrakagueorguis regresó pavoneándose —un efecto que solían provocar las visitas a El Cairo—, pero la OSS no cumplió sus promesas de apoyo (es posible que la SOE le pusiera trabas entre bastidores) y tuvo que seguir, un poco desanimado, la rutina británica, considerablemente menos fascinante.

En cuanto los alemanes se enteraron de su regreso —por entonces, la noticia ya tenía dos meses— organizaron un ataque contra su banda por encima de Vorizia. Por algún motivo, los alemanes sentían una enemistad personal por Petrakagueorguis, al que odiaban más que a cualquier otro capitán cretense. Pese a su inferioridad aplastante, logró escapar con siete de sus hombres después de una lucha encarnizada que duró todo el día y en la que los atacantes perdieron a trece hombres. Como venganza, los alemanes hicieron salir de la aldea a sus habitantes y luego destruyeron Vorizia con Stuka, como un ejercicio de prácticas de bombardeo.

En la zona de Xan Fielding, al oeste de Creta, se estaba produciendo la evacuación definitiva de los soldados rezagados desde 1941. El barco sobre el que Tom Dunbabin y Jorge Psijundakis se fueron de permiso a El Cairo, en febrero, había traído a un neozelandés, el sargento Tom Moir, de la «fuerza A». Era el nombre en clave de MI9, la organización responsable de sacar a los prisioneros evadidos o a quienes los ayudaban a huir del territorio ocupado.

Moir, miembro de la «infantillería» en Galatás y fugitivo después de la batalla, había recibido formación y sido enviado de nuevo a la isla para sacar de ella el resto de las personas que permanecían en la isla. Entró en contacto con numerosos grupos antes de organizar un servicio de vuelta a Egipto con una lancha motora. Tuvieron problemas para desplazar a un australiano paralizado, que estaba oculto en una cueva y era atendido con devoción por los habitantes de Kiriakoselia. Xan Fielding estaba particularmente interesado en liberarlos de aquella carga y aquel peligro pero ante su consternación, el sargento Moir fue capturado el 6 de mayo. Aunque iba vestido con ropa de civil, Moir logró convencer a los alemanes de que nunca se había ido de la isla, gracias a lo cual eludió la ejecución y fue enviado en avión a un campo de prisioneros de guerra ordinario en Grecia.

Fielding se puso inmediatamente manos a la obra. Tuvo la suerte de encontrar a los tres soldados australianos, llenos de recursos, que habían rescatado su equipo del mar el mes de noviembre anterior, y pudo delegar gran parte de la tarea en ellos. En un lapso de tiempo notablemente breve, llevaron a las tropas a un escondite en los bosques situados por encima de Kustoiérako, un lugar que al poco recordaba a la guarida de un bandido.

Fielding utilizaba la estación de transmisión del ISLD que había en los parajes para comunicarse con El Cairo, al efecto de organizar la evacuación mediante lanchas motoras de la Royal Navy la noche del 7 de mayo. Todo estaba preparado para transportar al australiano paralizado desde la cueva de Kiriakoselia: sería desplazado a lomos de un asno, disfrazado de anciana enferma. Pero en el último momento, seguro de que no sobreviviría al viaje y no deseando poner a los demás en peligro, se negó a marchar. Murió poco después.

A principios de junio, Schubert, el jefe de contraespionaje que sustituyó a Hartmann, decidió hacer de vagabundo y delator personalmente. Fue a Kuniara, más arriba de Asi Gonia, con cuatro cretenses renegados, fingiendo ser un oficial inglés recién llegado de El Cairo.

Un niño confiado les contó todo lo que sabía de la presencia inglesa en la zona pero, en el último momento, cuando le pidieron que los acompañara a la base inglesa, tuvo alguna sospecha. Lo capturaron mientras trataba de huir y lo abatieron in situ. Los vecinos oyeron la detonación y comenzaron a aparecer en la calle. Schubert y sus cómplices, aunque iban armados, salieron corriendo a buscar refuerzos, tal era su miedo de la ira de los campesinos.

A finales de julio, Jorge Psijundakis volvió a la isla después de haber pasado algún tiempo en Oriente Medio, Lo acompañaba uno de los personajes más interesantes de aquellos años: el sargento Dudley Perkins, un neozelandés conocido por los británicos como «Kiwi» y por los cretenses, como «Vasili».

Perkins, que también formó parte de la «infantillería» en Galatás, había escapado de la cárcel junto con Moir. Fue un líder natural de la guerrilla, con una gran intuición para la táctica. Su coraje excepcional impulsó a Xan Fielding a proponerlo para la cruz Victoria, pero la condecoración le fue denegada porque ningún oficial británico había sido testigo de sus hazañas. La cautela de las autoridades británicas no desanimó a los cretenses, que lo incorporaron al acervo de sus leyendas heroicas.

Como Moir, Perkins había aprendido algo de griego durante su época de soldado sin ejército en Creta. Pese a que tenía educación universitaria, no le habían dejado asistir a un curso de formación de oficiales que imponía una disciplina ciega, pero él estaba perfectamente satisfecho de seguir siendo oficial. Las impresiones sobre su persona difieren. Sandy Rendel, que sí asistió a ese curso, lo recordaba como «un fox terrier temblando de ansia»,[6] lo que sugiere la figura de un soldado carente de sentido del humor y con exceso de celo. Pero Jorge Psijundakis, que había pasado casi un mes con él en Egipto, tratando de mejorar el griego de Kiwi, lo consideraba un compañero simpático.

Una noche, en Vafe, durante la vuelta de presentación que dio, ambos visitaron a una profesora «adicta a la resistencia». En la sala mal iluminada donde se encontraban, ella aceptó el cigarrillo que le ofrecieron y le dijo de soslayo, bromeando, en griego, a Psijundakis: «Si enciendo el cigarrillo es sólo para ver lo apuesto que es». Perkins, que no había dicho nada de sus conocimientos de griego, tuvo que ponerse otro cigarrillo en los labios para disimular sus ganas de reír.[7]

Después de esta ronda de las aldeas clave con Psijundakis, Xan Fielding envió a Perkins a la zona de Selinon, donde debía colaborar con Alec Tarves —conocido como «el hojalatero»—, el operador de transmisiones de la zona, y adiestrar a la banda de Selinon, compuesta en su mayoría por la familia de Paterakis. Fielding apreció en seguida las virtudes de Perkins y no tuvo la más mínima duda en dejarlo trabajar de manera independiente. Gracias a su ayuda, los seliniotas, que eran menos de veinte hombres, fueron pronto uno de los grupos de combate más eficaces de toda la isla.

Un mes después de la llegada de Perkins, Fielding organizó un envío de material por paracaídas. La banda de Paterakis y otra de la zona fueron armadas con pistolas Sten, ametralladoras Bren y subfusiles Thompson. Y, como la resistencia en Creta estaba pasando a una fase superior, Fielding les había pedido una suerte de uniforme: los sombreros caídos de los australianos y los pantalones de montar británicos eran la ropa que más se aproximaba a los «recogemierda» cretenses. Los pantalones eran un regalo extra procedente de la mecanización de la división de caballería de Palestina.

Otro problema desvió la atención de Xan Fielding aquel verano. El general Mandakas había comenzado a exigir armas, porque el alto estado mayor de Oriente Medio había reconocido recientemente al EAM y a su ala militar, el ELAS. El coronel Kondekas, jefe de estado mayor de Mandakas (una denominación considerablemente altisonante, habida cuenta de lo exiguo de sus seguidores), lanzó el ultimátum de que si Fielding no aceptaba a Mandakas como líder de la resistencia cretense, el EAM no lo reconocería como el representante oficial de los aliados.

Fielding descubrió también consternado que los griegos que operaban en la estación de radio del ISLD en la zona de Selinon eran todos partidarios de EAM-ELAS. Habían puesto su sede a disposición del general Mandakas, lo que le permitía pretender que estaba en contacto regular con El Cairo. Llevando más lejos la provocación, había enviado un mensaje a la capital de Egipto en el que denunciaba que la negativa de Fielding a proporcionarle armas era una interferencia escandalosa en los asuntos internos de su país, toda vez que el alto estado mayor de Oriente Medio había reconocido a EAM-ELAS. (En Egipto, Monty Woodhouse había organizado la firma del «acuerdo entre las bandas nacionales» el 5 de julio, tratando de supeditar a los comunistas a una estructura de mando y evitar que atacaran al grupo no comunista de la EDES, dirigido por el general Napoleón Zervas).

Fielding, que no sabía nada de este nuevo acuerdo, se negó a ceder al chantaje de Mandakas. Dijo que sólo le proporcionaría armamento cuando hubiera reconocido a la cadena de mando aliada —y, por lo tanto, británica— en el Mediterráneo oriental. Afortunadamente, se trataba de una de las cláusulas del acuerdo entre las bandas nacionales, de modo que a Mandakas sólo le quedó el recurso de la pataleta. Pero a Fielding le pareció sumamente irritante este nuevo acuerdo de los comunistas.

La batalla de Creta
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