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«La invasión de tropas anfibias»
La noche del 21 de mayo
«En la cantera, toda nuestra atención —escribió uno de los oficiales del estado mayor de Freyberg— en este contraataque se centró en un acontecimiento inminente y más cercano. La invasión marina había comenzado».[1]
La idée fixe de Freyberg se había apoderado de él hasta tal punto que leyó mal un mensaje crucial de Ultra, enviado la tarde del 21 de mayo, y creyó que una flota enemiga se dirigía directamente a Canea. Este mensaje, como las demás interceptaciones, sólo podía leerlo él, de modo que no tuvo ocasión de tratarlo con nadie más. Sea como fuere, es probable que no estuviera con ánimo de escuchar a nadie. Freyberg no quiso aceptar de ninguna manera las garantías del capitán Morse de la Royal Navy, el oficial naval al mando de la bahía de Suda, de que la flota mediterránea estaba en condiciones de hacer frente a cualquier amenaza que viniera por mar.
La única descripción que figuraba en los mensajes de Ultra sobre esta amenaza («Cuarto. Llegada del contingente anfibio, compuesto de baterías antiaéreas y más tropas y suministros.») no sugería una operación de conquista lanzada desde la playa con el apoyo de carros de combate. Y, aparte de la confusión, comentada en el capítulo 8, sobre el número de tropas que habían de participar en ella, no se había mencionado en ningún mensaje de Ultra una invasión marítima: la única referencia específica hablaba de «transporte por mar». En último lugar, ninguna fuente de los servicios de inteligencia indicaba que los alemanes o los italianos poseyeran buques de asalto o lanchas de desembarco. Wavell, como ya se ha dicho, informó al Ministerio de Guerra el 1 de mayo de lo siguiente: «Nuestra información señala insuficiente tráfico de buques desde el mar Egeo para operaciones por mar a gran escala». Dejando de lado el problema de que la costa que rodea Canea no se presta al desembarco, cuesta imaginar que el enemigo se arriesgara a desembarcar por el lado opuesto, cuando podía bajar a tierra refuerzos y víveres detrás de sus propias líneas.
La primera noche de batalla, Freyberg se había animado considerablemente cuando Geoffrey Cox descubrió entre una pila de documentos tomados de los enemigos muertos, la orden operativa del 3.er regimiento de paracaidistas. En ella se exponían sus objetivos y se añadía que el grupo de buques ligeros atracaría al oeste de Máleme. Pero debió olvidar este extremo cuando, el 21 de mayo, el mensaje siguiente, OL 15/389, llegó a Creta: Aunque despachado a las 9.00 horas, Freyberg no lo recibió hasta bastante más tarde, «debido a una interrupción temporal de las comunicaciones», comunicada a El Cairo en el mensaje OL 389. Según la versión oficial neozelandesa (Davin, pp. 195-196), llegó esa tarde, durante la conferencia que celebró Freyberg con Puttick, Inglis y Vasey.
Entrega en mano al general Freyberg *Inmediata*
Como continuación del ataque de Colorado [Creta], se informa de fuente segura que entre las operaciones previstas para el 21 de mayo está el aterrizaje de dos batallones de montaña y el ataque a Canea. Desembarco por grupos de pequeños buques en función de la situación en el mar.
Al parecer, Freyberg confundió las dos oraciones. Es de suponer que no se le ocurriría que «ataque a Canea» pudiera referirse a un ataque previsto desde el suroeste por los paracaidistas en el valle Prisión o una razzia aérea. Debido a su fijación con un asalto anfibio, se diría que escogió las palabras «Canea» y «desembarco» y olvidó que entre ambas había un punto. La idea de que «grupos de pequeños buques» tenían la intención de desembarcar una fuerza nutrida, con carros de combate, sobre una costa hostil o asaltar el puerto de Canea fue un craso error. Fue sin duda el elemento principal del calamitoso discurrir de los acontecimientos que lastraron el contraataque contra Máleme previsto para esa misma noche. Poco después de recibir ese mensaje de Ultra, Freyberg dictó la orden siguiente:
Información segura. Probabilidad de un ataque por mar a primera hora de la mañana en la zona de Canea. La división es responsable de la costa desde el oeste hasta el río Kladiso. Enviar inmediatamente el batallón galés a reforzar las defensas entre Kladiso y Jalepa.[2]
Freyberg no sólo mantuvo el regimiento galés, su batallón más nutrido y mejor equipado, en Canea, en funciones de vigilancia del frente marítimo, sino que únicamente permitió que el 20.° batallón de la 4.ª brigada de Inglis se uniera al contraataque contra Máleme, y sólo después de que hubiera sido sustituido por un batallón australiano procedente de Gueorguiúpolis. La fuerza de contraataque era demasiado reducida y llegó demasiado tarde cuando, de hecho, Freyberg podría haber asignado cinco batallones con tiempo suficiente para aplastar al enemigo en Máleme.
Ni siquiera después de la guerra, Freyberg comprendió que la flotilla alemana se dirigía a Máleme, y no a Canea. «No podía abandonar la posición de cobertura junto a Canea —escribió acerca del envío tardío del 20.° batallón—, porque, en caso de que los alemanes hubieran desembarcado según lo habían planeado, habríamos perdido todos nuestros víveres y municiones; además, la conquista enemiga habría cortado el paso al conjunto de las fuerzas neozelandesas, que se habrían quedado recluidas en la bahía de Suda. Fui yo quien dio la orden; ni Puttick ni Inglis fueron responsables del retraso».[3]
En lugar de una flota de invasión, el primer grupo de buques ligeros (Schiffsstaffeln) consistió en una colección de diecinueve caiques y dos pequeños y destartalados buques de vapor escoltados por un destructor italiano, el Lupo. Sólo transportaba el III batallón del 100.° regimiento de montaña (Reichenhall), con suministros pesados, especialmente munición, y baterías antiaéreas. Un segundo grupo de embarcaciones ligeras escoltado por otro destructor ligero, el Sagittario, se había preparado también para transportar el II batallón del 85.° regimiento de montaña a Iraklion.
Ambas flotillas se habían dispuesto como apoyo a la invasión aérea, ya que se daba por sentado que los defensores inutilizarían los aeródromos. El general Ringel, para dejar clara la escasa prioridad atribuida a esta expedición, afirmó que, para la navegación, los caiques sólo disponían de «un mapa a escala 1/500 000 y una brújula de bolsillo».[4] Los soldados dijeron después que sus caiques les habían parecido «trampas mortales» aún antes de zarpar. Pero quizás se tratara de una intuición, pues durante la travesía la mayoría cantó «Marchando contra Inglaterra» con gran jovialidad, tocó la concertina e hizo señas entusiastas cuando los aviones alemanes que se dirigían a atacar la isla reducían su altura y se aproximaban al mar para saludarlos.
Después de cargar las bodegas en El Pireo, esta armada imposible se había dirigido a la isla de Milos, la mayor de las islas Cícladas suroccidentales, que se encuentra a mitad de camino de Creta. El plan consistía en atravesar el último tramo del Egeo mientras hubiera luz solar, el 21 de mayo, bajo la protección del VIII cuerpo del aire, que estaba pronto a atacar los buques de la Royal Navy que pudieran hacer acto de presencia, y llegar a la costa de Creta a la caída del sol; los caiques bogarían con sus velas y motores.
Era necesario un buque de escolta italiano, ya que la flota de superficie alemana no podía atravesar el estrecho de Gibraltar. Mussolini había declarado que el Mediterráneo era el Mare Nostrum, un punto de vista sobre el que Hitler se vio obligado a transigir; pero, cuando la operación Mercurio estuvo a punto, el almirantazgo italiano en Roma se negó a ceder a la exigencia alemana de que sus buques de línea pudieran navegar por ese mar. Recordaban demasiado bien la batalla del cabo Matapán.
Los problemas del almirante Cunningham eran completamente distintos. La flota mediterránea británica disfrutaba de la hegemonía sobre la superficie del mar pero, sin portaaviones —el Formidable de Su Majestad había perdido la mayoría de sus cazabombarderos Fulmar—, sus buques estaban expuestos a los bombardeos desde las bases del territorio griego y de sus islas. La única solución era deslizarse por el Egeo de noche con «fuerzas ligeras», principalmente grupos mixtos de destructores y cruceros, y apartarlos al alba, recluyéndolos en aguas menos peligrosas, más allá del estrecho de Kasos, al este de Creta, y el de Anticitera, al oeste.
Cunningham, decidido a cumplir a la perfección el papel de defensa marítima de la Royal Navy, despachó en primer lugar tres fuerzas con la misión específica de despejar el Egeo la noche del 16 de mayo. Una nueva fuerza, los buques de guerra Queen Elizabeth y Barham, junto con cinco destructores, quedó apostada al oeste de Creta, en previsión de la posibilidad de que apareciera la flota italiana. Los días siguientes se creó un retén, y los buques que regresaban a Alejandría para repostar eran sustituidos por otros.
En cuanto llegó a Alejandría la noticia de la invasión aerotransportada, el 20 de mayo, Cunningham ordenó a sus fuerzas que se prepararan a volver a despejar el Egeo esa misma noche. Su grupo principal, ahora situado a bordo del buque de guerra Warspite, permaneció al oeste de Creta. Al este de la isla, los destructores Jervis, Nizam e Ilex se dirigieron a bombardear el aeródromo de Skarpanto, que el VIII cuerpo del aire usaba como base para los Dornier 17 y para unos cincuenta Stuka.
La mañana del 21 de mayo, los grupos de buques que buscaban aguas seguras después de su ronda nocturna en el Egeo fueron duramente atacados. El contraalmirante Glennie, con los cruceros Dido, Orion y Ajax y cuatro destructores, hizo frente durante cuatro horas a los bombardeos alemanes. Fueron sumamente afortunados de lograr escapar sin grandes pérdidas. La fuerza del almirante King, al este, perdió el destructor Juno, que fue alcanzado simultáneamente por tres bombas. El buque se escoró y se partió por la mitad. La proa se enderezó verticalmente y luego se hundió, todo ello en menos de dos minutos. Un oficial subalterno padeció quemaduras terribles cuando nadaba a través de una mancha de petróleo candente, tratando de rescatar a un marino. El destructor Nubian recogió a la mayor parte de los supervivientes.
Al oscurecer, tres de las fuerzas operativas de Cunningham regresaron al Egeo. Los mensajes del servicio de inteligencia revelaban que se había detectado el convoy y su ruta entre Milos y Máleme. De acuerdo con las normas consistentes en proteger las «fuentes estrictamente reservadas», el almirante Cunningham había enviado un solo avión Maryland para que avistara la flotilla, como hizo cumplidamente por la tarde. Los dos escuadrones de cruceros contaron con la inestimable ayuda de una versión menor del sistema de interceptación de mensajes Ultra, pues cada buque insignia tenía un «oficial Y» (de inteligencia) a bordo. El contraalmirante Glennie afirmó luego que su mejor medio de seguirle el rastro al otro escuadrón británico era a través de los disparos de los que se informaba en las comunicaciones radiotelefónicas alemanas.
La fuerza D de Glennie, empleando el radar, rodeó al primer grupo de buques ligeros a unos veinticuatro kilómetros al norte de Canea. A bordo del Dido de Su Majestad, disponía de otros dos cruceros, el Orion y el Ajax, y de cuatro destructores, Janus, Kimberley, Hasty y Hereward. A las 11.30, el Janus comunicó una señal de alerta al buque insignia. El capitán H. W. McCall, del Dido, dio la orden: «¡Enciendan los reflectores!». Los haces pusieron al descubierto al destructor ligero italiano Lupo, recién pintado y que enarbolaba pabellón italiano. El Lupo no cejó en sus embestidas y pasó con gran valentía por en medio de los cruceros, disparándoles torpedos. Los cruceros viraron inmediatamente a estribor, «para seguir el rastro, cercar y embestir» al Lupo. El Dido logró dos dianas y, finalmente, el Ajax lo hizo explotar con una andanada a bocajarro.
Para las tropas de montaña que se encontraban a bordo de los caiques, el sonido de los grandes motores marinos, los reflectores apuntando al Lupo y la subsiguiente escaramuza devastadora fue una experiencia aterradora. Algunos soldados tuvieron la presencia de espíritu de arriar las velas para que su perfil fuera menos visible. (Seguían en el mar durante esas horas nocturnas que tanto peligro entrañaban porque de día no había habido suficiente viento). Los hombres se ocultaron irracionalmente por debajo del nivel de las regalas, como si las planchas de madera pudieran protegerlos de los cañones de los buques de guerra. Con todo, eran los haces de luz blanca y cegadora los que más miedo les inspiraban.
Los reflectores de veinte pulgadas de los cruceros detectaron en seguida los caiques. Los soldados alemanes se alzaron y comenzaron a blandir pañuelos y toallas blancas en señal de rendición. El capitán del Dido dio la orden de abrir fuego. Según un testigo (el encargado de las señales), el capitán de fragata protestó, indicando que abrir fuego contra caiques desarmados equivaldría a un asesinato, pero el capitán lo apartó para dar personalmente la orden por el tubo acústico: «¡Cañones, fuego!».[5] Quizás recordara el bombardeo alemán de un buque hospital, en ayuda del cual había zarpado el Dido durante la evacuación de Grecia. Todas las armas ligeras del buque —Oerlikon, cañones antiaéreos y ametralladoras pesadas Hotchkiss— abrieron fuego.
Con la ayuda del radar, los destructores persiguieron y abatieron a todos los caiques que trataron de huir a los haces de sus proyectores. Los destructores viraban y se contorsionaban en busca de su presa cual galgos entre conejos aturdidos e inermes, en una confusión que estuvo a punto de provocar colisiones. Los oficiales artilleros enronquecieron de tanto dar órdenes de fuego. Las ametralladoras y los cañones antiaéreos disparaban sin cesar a todas las dianas que se les presentaban, ya fueran caiques, botes salvavidas, balsas de caucho o, incluso, según fuentes alemanas, grupos de hombres con chalecos salvavidas que nadaban o se aferraban a los mástiles. El informe de Cunningham indica que el combate duró dos horas y media. No menciona las cargas de profundidad que, según los rumores que circularon entre los británicos y aunque no respondieran a una acusación alemana, se emplearon para matar a los soldados que habían caído al agua, gracias a sus ondas expansivas. Pese a la intensidad del fuego, sólo murieron 327 hombres: el resto fue recogido por buques alemanes e hidroaviones Arado la mañana siguiente, mucho después de que los buques de Glennie abandonaran el lugar.
Tan sólo un caique llegó a Creta sin sufrir ningún percance. Al comienzo del viaje, la tripulación griega lo había abandonado, de modo que los soldados se hicieron con el timón. Este caique quedó separado de los demás y llegó al cabo Aspaza, al oeste de Máleme, con la dotación completa, que constaba de 3 oficiales y 110 soldados. Los demás hombres del convoy que lograron alcanzar la costa cretense desembarcaron en una balandra sobre la costa hostil de Akrotiri, donde una patrulla de combate de los húsares de Northumberland los redujo rápidamente.
En el cuartel general de la Creforce, la tensión que precedió a la batalla había sido intensa. Justo antes de las 11.30, llegó un mensajero enviado por el capitán Micky Sandford, el oficial de inteligencia australiano que había descifrado el mensaje de Ultra, se lo había mostrado a Freyberg y lo había destruido. Esa noche, el grupo del servicio secreto de Sandford, apostado encima de la cantera, escuchaba los mensajes radiofónicos marinos. La Royal Navy había localizado el convoy y estaba a punto de trabar combate con él. Las baterías de defensa costera también estaban preparadas para abrir fuego. Las más pesadas eran dos pares de cañones de 6 pulgadas manipuladas por el cuerpo de voluntarios de caballería de los Rangers de Sherwood, la batería B, en Jelevis, a la entrada de la bahía de Suda, y la batería Y, situada en la cima de la colina de San Juan, por detrás de Canea. Su contribución no fue necesaria.
«Súbitamente —escribió Geoffrey Cox—, sobre el horizonte, hacia el norte, se percibió el resplandor y el atronar de los cañones, seguido por el brillo rojo y apagado de los buques en llamas».[6] Freyberg y los oficiales de su estado mayor observaban excitados. David Hunt recuerda que Freyberg «saltaba como loco» comprobando la destrucción de los caiques, con un entusiasmo propio de escolares, y que luego se dirigió a él por su nombre de pila, por primera vez en su vida.
Cox sorprendió casualmente al coronel Stewart «realizar algún comentario a Freyberg que yo no oí. Pero sí oí su respuesta. Su tono revelaba el agradecimiento profundo de un hombre que se ha liberado de una tarea tan ardua que se le ha convertido en una pesadilla. Afirmaba, creo yo, que en su opinión la isla ahora estaba razonablemente a salvo».
Freyberg y la mayoría de su estado mayor se fueron a la cama. «Por una vez —añade Cox—, me encaramé a mi saco de dormir con una sensación de agradecimiento profundo, casi de decepción por la rapidez con que se había producido todo».[7] Antes de acostarse, Freyberg no preguntó siquiera cómo habían ido los preparativos del contraataque contra Máleme. Manifiestamente, creía que la batalla podía darse por concluida y vencida.
El comportamiento del general Freyberg durante esa noche contradice la teoría revisionista de que, aunque sabía que Máleme constituía la clave de la batalla, las normas de confidencialidad que pesaban sobre el sistema Ultra le impedían actuar. Freyberg fue un gran hombre, muy apreciado, pero carente de imaginación. Una vez adoptada la idea errónea de una «invasión de tropas anfibias», no pudo sacársela de encima.
Su equivocación básica se translucía todavía en las órdenes de defensa que dictó la mañana siguiente, pese a que por entonces la situación ya se había aclarado. A los oficiales y soldados de los Rangers de Sherwood que manipulaban los cañones de 6 pulgadas sobre la colina de San Juan les pareció una «tortura contemplar el espeso racimo de alemanes que gozaron comparativamente de paz en el aeródromo de Máleme» los dos días siguientes.[8] El jefe de esa batería pidió permiso para girar sus cañones y atacar la base aérea, pero le fue denegado, con el argumento de que la artillería costera estaba destinada estrictamente a la defensa contra la invasión por mar. Sólo a primera hora del 24 de mayo, dos días después de la destrucción del convoy, fueron autorizados a lanzar sus obuses contra las concentraciones de enemigos que se encontraban al oeste. Para entonces, Máleme ya estaba muy por detrás de las líneas enemigas y los alemanes habían llegado a cinco kilómetros de Canea.