21


Represalias, evasión y resistencia

En el breve lapso de silencio que siguió al final de la batalla, muchos cretenses se irritaron por la incompetencia británica y por su negativa a entregarles armas. Este estado de ánimo no duró mucho. El odio al invasor y, por lo tanto, la afinidad con los aliados, fue pronto atizado de nuevo por las represalias alemanas.

El resentimiento germano era intenso, especialmente entre los soldados rasos, como tan a menudo ocurre. La Wehrmacht acababa de sufrir sus mayores pérdidas desde el estallido de la guerra. El orgullo dolido fue avivado por la rabia de que tantos de sus mejores soldados hubieran sido asesinados antes incluso de llegar a tocar el suelo. En cierto sentido, pensaban que los británicos los deberían haber dejado aterrizar. Pero eso no fue nada en comparación con su enojo ante la resistencia de los civiles cretenses armados, a los que miraban con desprecio y repugnancia.

Al integrarse en su regimiento, cada paracaidista recibía un ejemplar de los «Diez mandamientos de la división de paracaidistas», del general Student.[1] El noveno decía lo siguiente: «Contra el enemigo regular hay que luchar con caballerosidad, pero a las guerrillas no debe dárseles cuartel». Esta sentencia refleja una actitud muy germánica en relación con las normas de la guerra: sólo debe permitirse combatir a los guerreros profesionales. Y, en Creta, los paracaidistas se habían topado con una resistencia popular sin precedentes en la historia de la Wehrmacht.

Las bajas excesivamente elevadas de la división de paracaidistas pronto empezaron a justificarse con historias enloquecidas en las que brujas cretenses con cuchillos de cocina rebanaban el cuello de los paracaidistas atrapados en los árboles, y bandas ambulantes de civiles torturaban a los soldados alemanes heridos que yacían inermes sobre el campo de batalla. En cuanto estos relatos llegaron a Berlín, Goering ordenó a Student que abriera de inmediato una encuesta judicial y desencadenara represalias. Siguiendo una tradición típicamente nazi, las represalias se produjeron antes de que los doce jueces militares tuvieran tiempo de comunicar sus conclusiones.

Las primeras declaraciones juradas se tomaron el 26 de mayo y el proceso judicial duró tres meses. El juez Scholz, en un informe preliminar datado el 4 de junio, escribe que: «Muchos paracaidistas fueron objeto de un trato inhumano o mutilados» y que «Los civiles griegos participaron en la lucha como francotiradores».[2] Más tarde, después de un análisis más atento, el juez Rüdel sólo pudo dar cuenta de unos veintiséis casos de mutilación en toda la isla, y casi todos ellos se habían producido con absoluta seguridad después de la muerte. Pero el general Student ya había dictado, el 31 de mayo, la orden siguiente:

Está probado que la población civil, incluidos mujeres y niños, ha participado en la lucha, cometido sabotajes, mutilado y matado a soldados heridos. Por lo tanto, ha llegado el momento de combatir todos estos casos, emprender represalias y expediciones punitivas, que deben realizarse con un terror ejemplarizante.

Deben tomarse las medidas más duras. Ordeno lo siguiente: fusilamiento en todos los casos en que haya pruebas de crueldad y deseo que lo lleven a cabo las mismas unidades que padecieron esas atrocidades. Se adoptarán las siguientes represalias:

Fusilamiento.

Multas.

Destrucción total de las aldeas por el fuego.

Exterminación de la población masculina del territorio de que se trate.

Será necesaria mi sanción para ejecutar las medidas 3 y 4. Pero todas las medidas deberán adoptarse con rapidez y haciendo caso omiso de cualquier formalidad. En vista de las circunstancias, las tropas tienen derecho a que así sea y no es necesario que los tribunales militares juzguen a bestias y asesinos.[3]

Cuando se dictó esta orden, varios oficiales protestaron contra la ejecución indiscriminada de civiles. El comandante conde von Uxküll, jefe del estado mayor de la división de paracaidistas, no tuvo miedo al denunciar este plan y se dice que, cuando se le anunció, salió hecho una furia del salón de conferencias, seguido por otros oficiales.[4] El coronel Bruno Bräuer, que más tarde se convertiría en el comandante general de la guarnición de Creta, se reía de las historias de tortura, tachándolas de invenciones.

Como era inevitable, unos pocos oficiales sí estaban dispuestos a dirigir los pelotones de ejecución. En Kondomari, donde se fusiló a unos sesenta civiles, el pelotón fue dirigido por el teniente Horst Trebes, que había participado en la operación de captura de la colina 107, liderada por el doctor Neumann. Trebes, antiguo miembro de las juventudes hitlerianas, estaba sediento de sangre: era el único oficial de su batallón que había sobrevivido ileso. (A Trebes le llegó la muerte tres años después, en Normandía, cuando estaba al mando de un batallón de paracaidistas). Pero Franz-Peter Weixler, el periodista que había sobrevivido al accidente de su planeador, fue enviado ante un consejo de guerra y encarcelado por ayudar a un cretense a escapar y por tomar fotografías de las ejecuciones.

Un doctor militar alemán enviado a investigar las acusaciones de mutilación en Kasteli Kisamu, donde el destacamento del teniente Mürbe había sido prácticamente aniquilado, informó de que las tropas alemanas habían ejecutado a doscientos hombres civiles debido a los rumores sobre mutilaciones. (Según el juez Rüdel, en esa aldea se habían producido al principio seis a ocho casos, el número más elevado de toda la isla). Las aldeas de Kakopetro, Floria y Prases también sufrieron represalias. La comandancia alemana posterior, menos severa, dirigida por el general Bräuer, tiene constancia de la ejecución de un total de 698 supuestos francotiradores y ciento ochenta hombres que entraban bajo la rúbrica del general Student «Exterminación de la población masculina del territorio de que se trate».

El 3 de junio, Kándanos pagó el precio de resistir al avance de los destacamentos de infantería motorizada que se dirigían a la costa meridional. «Este es el emplazamiento de Kándanos —rezaba el cartel plantado en aquel lugar devastado—. Fue destruido como represalia por la muerte de veinticinco soldados alemanes». Y, el 1 de agosto, una expedición punitiva al sur de Canea —la «Acción especial n.° 1»— destruyó más aldeas, incluidas Alikianós, Furnes y Skenés. Se fusiló a 145 hombres y dos mujeres más, la mayoría de Furnes. Pero la mayoría de las ejecuciones concluyó antes del 10 de junio, cuando el Departamento de Estado de Washington comunicó a la Embajada británica la intención de Berlín de someter a juicio a los prisioneros británicos y cretenses por las atrocidades cometidas contra los paracaidistas alemanes. El mensaje decía que «parece necesario tomar algunas medidas punitivas, al menos contra los cretenses, en nombre de las tropas paracaidistas».[5]

Agatángelos Xirujakis, obispo de Kidonía y Apokoronas, trató de persuadir al general Waldemar Andrae, que sustituyó a Student al mando de la isla, de que su política no serviría más que para potenciar el baño de sangre en ambos bandos. Andrae «estaba de acuerdo», dice el informe elaborado por su sucesor, el general Bräuer, «pero antes quería hacer una demostración de fuerza, para que su gesto no se interpretara como un indicio de debilidad.[6] Esta demostración de fuerza se llamó “Iniciativa de la Liga de Naciones”».

Sin embargo, esta operación de nombre tan poco oportuno, más que una exhibición de poderío, tomó la forma de una nueva expedición punitiva. El 1 de septiembre, «un regimiento reforzado [presumiblemente de unos dos mil hombres] de tropas alemanas rodeó la llanura de Órnalos, en las Montañas Blancas, aproximándose por varios frentes simultáneos. Encontraron una resistencia esporádica, pero no una guerrilla verdaderamente organizada. Las bajas que registraron los alemanes se limitaron a un muerto y dos heridos. La población tuvo que plegarse a las pesquisas de los tribunales expedicionarios, que decretaron la culpabilidad de ciento diez hombres, incluidos 39 civiles y seis miembros del personal militar británico; todos se exponían a la pena de ejecución sumaria por conato de resistencia.[7] Los mandos alemanes consideraron que la expedición había sido un éxito total, porque había dado a la población la impresión de que, incluso en las zonas más remotas, resultaba imposible escapar a la disciplina de los conquistadores».

El general Ringel, comandante de las tropas de montaña, estaba en las Montañas Blancas por otros motivos. En su patria era un cazador aficionado de gamuzas en los Alpes, y esperaba hacerse con uno de los raros íbices cretenses. Manusos Manusakis, un joven oficial cretense de la reserva que había ido a la llanura de Askifu a comprar lentejas debido a la escasez de alimentos en Canea, se vio obligado a ejercer de guía de Ringel, aunque logró evitar encontrar ningún íbice.

La máquina de propaganda alemana pronto cambió de dirección. La edición inglesa de la revista Signal mostraba fotografías de paracaidistas rodeados de niños cretenses, con comentarios como: «Pese a la dureza de la batalla, no hay resentimiento en Creta».

Pero para los cretenses, el odio del enemigo era tan intenso que en ocasiones llegó a extremos irracionales. Incluso después de la guerra, los tractores y una apisonadora de vapor utilizados en la llanura de Órnalos para construir un aeródromo fueron destruidos por la sencilla razón de que eran alemanes.

La Creta ocupada estaba dividida en la zona alemana y una zona italiana secundaria. Las fuerzas italianas, que en su mayor parte estaban compuestas por la división Siena, comandada por el general Angelo Carta, estaban acuarteladas en las dos provincias orientales de Sitia y Lasiti. El general Carta tenía su cuartel general en Neapolis y dirigía su zona, una parte reconocidamente más pacífica de la isla, con una actitud desenfada que los alemanes censuraban. Los hombres buscados, como el líder comunista Milcíades Porfiroyenis, del que se había apiadado Harold Caccia, iban a esconderse a la zona italiana.

Las tres provincias ocupadas por los alemanes, Canea, Rézimno e Iraklion, las controlaban las guarniciones de las principales ciudades y una red de pequeños puestos de avanzada bajo el mando de un sargento o subteniente. A lo largo de la costa meridional, que se convirtió en una zona vedada en cuanto la asistencia británica comenzó de verdad, se creó una línea de puestos de guardia enlazados en un intento vano de evitar los desembarcos clandestinos.

Como cabía esperar, las aldeas de montaña, con su tradición guerrera y su espíritu de resistencia, suponían la amenaza más grave para los alemanes. Las tropas se mostraban más reacias a aventurarse en las zonas montañosas. A menudo, al acercarse a lugares donde había probables puntos de emboscada, rociaban de disparos de subfusil los matorrales, como precaución. Las grandes ciudades, que tenían poderosas guarniciones, fueron más fáciles de intimidar.

Pero la relativa falta de éxito de los alemanes al reclutar informantes les hizo más difícil infiltrarse en las incipientes redes de resistencia, ya fueran nacionalistas o comunistas, que en el resto de la Europa ocupada.

El comandante alemán de la Festung, la plaza fuerte de Creta, tenía su cuartel general en Canea. Su residencia era la casa familiar de Venizelos en Jalepa, construida a principios del siglo XX por un arquitecto alemán. El primer comandante de la Festung fue el general Andrae. Lo sucedió el más culto Bräuer, en el otoño de 1942, quien fue sustituido a su vez por el más odiado de todos, el general Müller, en la primavera de 1944.

Además, un comandante de división había instalado su cuartel general al sur de Iraklion, en Arjanes, en su residencia de la villa Ariadna. Müller se había granjeado fama de despiadado en la defensa de sus posiciones, antes de ser ascendido a comandante de la Festung. Su reemplazante, el general Kreipe, secuestrado en una operación anglo-cretense en abril de 1944, fue el último. El conjunto total de las fuerzas del Eje varió considerablemente en función de la suerte de la campaña de África del Norte, la situación del frente oriental, o la amenaza de invasión: osciló entre setenta y cinco mil en 1943 a tan sólo un poco más de diez mil soldados en el momento de la rendición, en 1945.

La situación en Creta se deterioró rápidamente durante la ocupación. La amenaza de hambruna iba y venía pero, afortunadamente, no llegó a extenderse en ningún momento, como ocurrió en el continente, donde murieron millares de personas. Por ejemplo, en Asi Gonia —una zona donde el robo de ovejas era endémico e incluso el sacerdote no preguntaba nunca por la procedencia de la carne que comía—, sólo el maestro de escuela, de principios férreos, murió de hambre. Pero los materiales básicos eran muy difíciles de encontrar. El cuero desapareció virtualmente, de modo que las suelas de los zapatos se hacían a base del caucho de neumáticos usados de automóvil. Un experto en cortarlos podía sacar hasta doce pares de cada rueda.

La vida era especialmente difícil en las ciudades grandes, sobre todo para quienes carecían de parientes en el campo. Los que tenían acceso a los productos agrícolas podían hacer algo mejor que comerciar con ellos en el mercado negro. A medida que se prolongaba la ocupación, se fue demostrando que los oficiales y suboficiales alemanes eran sumamente fáciles de corromper. Una familia de Iraklion logró la liberación de un pariente dando comida a la querida cretense de un oficial alemán. Tener relaciones con mujeres locales constituía un delito militar y, como se habían creado burdeles oficiales para la guarnición, las sanciones podían ser severas. Un sargento alemán en Canea que dejó embarazada a la mujer de la limpieza la obligó a casarse con un vagabundo borracho del puerto para eludir el castigo.

El comercio con el continente no se detuvo por completo, pese a la confiscación de los caiques, para impedir que los prisioneros de guerra evadidos y los soldados rezagados se fueran de la isla. Pero los barcos eludían el bloqueo alemán para llevar aceite de oliva y un surtido de británicos, neozelandeses y australianos al continente, siempre y cuando pudieran pagar, y volvían a la isla con cigarrillos y miembros de la división cretense. La familia de Myles Hildyard no supo que éste seguía con vida —lo habían señalado como desaparecido— hasta que su banco de Newark llamó por teléfono para preguntar por un cheque personal que había firmado, por 50 libras esterlinas, para pagar su pasaje.

De algunos de los caiques confiscados se dijo que se habían empleado con fines inconfesables. Aproximadamente doscientos judíos cretenses, principalmente de Creta e Iraklion, fueron llevados mar adentro de noche. «Un día estaban ahí —recuerda una anciana de Canea, hablando de sus vecinos—, y la mañana siguiente habían desaparecido». La suerte que corrieron los judíos cretenses todavía no se ha elucidado. Unos pocos judíos de Iraklion estaban entre los que fueron fusilados en represalia por una razzia británica en junio de 1942. Muchos más fueron retenidos en la prisión de Ayía antes de ser enviados por barco al continente y, por consiguiente, a la muerte en los campos de concentración del norte de Europa, pero la SOE de El Cairo oyó que la mayoría de los judíos iba a bordo de un buque que fue hundido por un submarino aliado. Eso podría explicar por qué muchos cretenses creen que la mayor parte fue embarcada sobre caiques que luego naufragaron, como en las noyades durante la Revolución francesa.

El 26 de julio, casi dos meses después de la conquista de Creta, el submarino Thrasher de Su Majestad desembarcó al comandante Francis Pool, de la reserva de la armada real, en la costa meridional, junto al monasterio de Preveli. «El patrón Pool», invariablemente calificado de «personaje pintoresco», conocía a la perfección las aguas cretenses. Antes de la guerra había dirigido la estación de hidroaviones de la Imperial Airways en la isla de Spinalonga, un antiguo lazareto.

En la época turca, los mensajes se transmitían rápidamente por trompeta a lo largo de la cadena de fuertes construidos entre Canea y Sfakiá. Pues bien, dio la sensación de que la noticia de la llegada de Pool se difundió aún más rápidamente por toda la isla. El optimismo cretense volvió a aflorar. Los británicos habían prometido volver con armas para ellos, se decían unos a otros. Pero la misión del patrón Pool era de mucho menor calado.

Había venido, en un principio sólo debía realizar un viaje, para organizar la evacuación de los soldados rezagados y los prisioneros huidos que gravitaban en torno a Preveli. Era una tarea ardua, que los cretenses apreciaron sin duda. Su generosidad compulsiva —dar albergue y comida a quienes habían venido a luchar en su bando— se había convertido en una carga insoportable aquel año en que la hambruna los acechaba.

Los cretenses raramente se lamentaban, pese a que una pequeña minoría de los soldados británicos y del imperio británico representaban tanto una molestia como un peligro para aquellos que se exponían a ser ejecutados por haberles dado cobijo. En algunas aldeas remotas se oían a veces canciones entonadas con acentos ebrios, como «Tipperary» o «Waltzing Matilda», y se entreveían figuras vestidas de caqui bamboleándose mientras intentaban ahogar sus penas. Un año después de la invasión, todavía había tantos rezagados ocultos en la isla que, cuando Tom Dunbabin se hizo con el mando de la misión de la SOE y admitió cautelosamente a algunos campesinos que era inglés, recibió la lacónica respuesta de que: «Ah, sí, hay muchos de ésos».[8]

El patrón Pool fue conducido a presencia del abad de Preveli, el padre Agatángelos Languvardos, un anciano intrépido y encantador de dimensiones colosales, que se mostró de acuerdo en que se utilizara el monasterio de la localidad como patio de maniobras para los escapados. Pool, decidido a permanecer para seguir agrupando soldados, se puso en marcha hacia el interior de la isla, con la idea de entrar en contacto con nuevos grupos. La noticia optimista de que se había creado un servicio de transbordadores con Egipto llegó incluso al mal vigilado campo de prisioneros de Galatás y animó a más cautivos a escapar.

El «tío» Niko Vandulakis, digno y discreto, dio refugio en Vafe a tantos evadidos que se dirigían hacia el sur o el este, que lo conocían con el nombre de «cónsul británico». Una de las encrucijadas más importantes de la red terrestre de rutas de evasión era el gran pueblo de Asi Gonia, situado en el extremo oriental de las Montañas Blancas, donde se estrecha la isla. Como otras aldeas que comenzaron ayudando a los soldados rezagados, más adelante sería uno de los centros de resistencia de Creta que mayores muestras de valor dio; bajo la dirección de su capitán, Petro Petrakas. Éste, que era amigo y guarda personal de Venizelos, recibió el nombre en clave de «Beowulf», por sus ojos azules propios de un nórdico y su pelo y patillas rubios.

En las montañas que dominan Asi Gonia, el teniente coronel Papadakis, un oficial reservista que había sido expulsado del ejército griego por invalidez en 1922, también acogía a prisioneros de guerra evadidos en su casa. Uno de ellos, un subalterno poco común del cuerpo de servicios del ejército real llamado Jack Smith-Hughes, fue el primer oficial enviado a Creta por la SOE para ayudar a organizar la resistencia.

El secreto a voces de que había submarinos frente a Preveli no se pudo mantener a salvo de los oídos de los «griegos malvados» y de los alemanes. De hecho, más adelante los oficiales británicos motejarían esta rápida difusión de información supuestamente secreta de «radiotransmisión cretense». Los alemanes enviaron espías en uniforme, que se hacían pasar por soldados británicos evadidos para descubrir las rutas de huida y las aldeas implicadas. Pero engañaron a muy pocos cretenses. Cuando los aldeanos los desenmascaraban, los «zurraban como a burros»,[9] al tiempo que declaraban su lealtad al gran Reich alemán, y los llevaban a rastras hasta la guarnición más próxima, donde el oficial superior, sin duda con una sonrisa postiza, se veía obligado a agradecérselo.

Por el peligro que corría, el viejo abad de Preveli se vio obligado a ocultarse antes de su eventual evacuación a El Cairo. La desaparición del abad permitió a sus monjes, también colaboradores de la resistencia, echarle toda la culpa a él cuando los alemanes rodearon el monasterio una mañana. No descubrieron a ningún evadido pero, convencidos de que la culpa era colectiva, saquearon la granja del monasterio, llevándose todos los animales y las vituallas. Para asegurarse de que no se producían nuevas visitas de submarinos en esa franja costera, instalaron un puesto de vigilancia en los alrededores.

El patrón Pool, después de recoger a ciento treinta hombres más, zarpó el 22 de agosto a bordo del Torbay de Su Majestad, batiendo el récord del número de personas hacinadas en un submarino. El Torbay se hizo famoso por la excentricidad de su controvertido capitán, el comandante «Mierda» Miers, cruz Victoria. Uno de los pasajeros de Miers, el comandante Raj Sandover, jefe del batallón australiano de Rézimno, se sentía ligeramente avergonzado por su uniforme harapiento cuando fue invitado a unirse al capitán del submarino en la torrecilla para efectuar la entrada en el puerto de Alejandría. «El proyectil habitual, número uno», ordenó Miers, mientras la tripulación se disponía a saludar.[10] En el caso del Torbay, los saludos a los buques de la Francia de Vichy anclados en el puerto consistió en una hilera de calzones agujereados. La primera misión británica a la que se confió la tarea de organizar y colaborar con el movimiento local de resistencia llegó a Creta el 9 de octubre. Estaba compuesta por dos hombres: Jack Smith-Hughes, de la SOE, y Ralph Stockbridge, del Departamento de Enlace Interinstitucional (ISLD, Inter Services Liaison Department), el nombre en clave del MI6. Stockbridge, que a la sazón era suboficial de transmisiones, llegado hacía poco, directamente, de Cambridge, apenas conocía los equipos de radiotransmisión. Había pasado al ISLD desde la policía de seguridad en campaña, para la cual había trabajado en Iraklion desde diciembre de 1940 hasta la evacuación.

De todos los oficiales británicos que trabajaron en Creta, Jack Smith-Hughes —un abogado de inteligencia deslumbrante y un fuerte sentido del ridículo— fue el inglés más prototípico. Alto, con las mejillas sonrosadas, joven y bastante corpulento, resultaba conspicuo e incongruente vestido de cretense.

Smith-Hughes y Stockbridge llegaron desde Egipto en el submarino Thunderbolt de Su Majestad. Smith-Hughes no le dijo a su compañero que, en realidad, aquel submarino era el antiguo Thetis, que se hundió con toda su tripulación y más tarde fue reflotado. (El cambio de nombre no lo protegió, pues el Thunderbolt se hundió para siempre más entrada la guerra). Después de desembarcar en el suroeste, junto a Tsutsuro, donde fueron agasajados por el pueblo al completo, fueron a la casa del coronel Papadakis, en Vurvuré. Papadakis era el único oficial cretense con el que se había topado Smith-Hughes durante su evasión del campo de prisioneros, y las órdenes que le habían dado en El Cairo —todo un modelo de imprecisión— consistían en «tantear el país para ver quiénes eran las personas influyentes».[11]

Difícilmente podía haber topado con un candidato más inapropiado que aquel coronel jubilado. Papadakis, un gran egotista, no perdió un segundo en autoproclamarse jefe del «Comité superior para la liberación de Creta», ante el desconcierto y la posterior congoja de los oficiales británicos. Pero, aunque personalmente intratable, aquel hombre había reunido a un puñado de personas notables, que más tarde iban a contribuir decisivamente a la resistencia, especialmente en la esfera de los servicios de inteligencia. Quizás su mayor virtud fuera reclutar a Jorge Halkiadakis, el jefe de la policía de Rézimno. Una ventaja de este reencuentro fue el nombramiento de Jorge Psijundakis (el guía de Smith-Hughes durante su escapatoria anterior a Preveli) como mensajero permanente.

Psijundakis —un bufón en la auténtica acepción del término, pues su ingenio se basaba en una honestidad desconcertante— fue uno de los personajes más destacados de la resistencia cretense. Aunque no era más que un pastor con una educación de lo más rudimentaria, entre sus proezas juveniles figuraban poemas precoces como la «Oda a una mancha de tinta sobre la falda de la maestra de escuela». Su talento natural logró fama internacional con The Cretan Runner, un relato insuperado sobre los años de la ocupación y la resistencia. En 1988 fue homenajeado por la Academia griega por su traducción de la Odisea al dialecto cretense.

Aunque el margen de ayuda de Smith-Hughes y Stockbridge a la resistencia cretense era muy escaso en una fase tan temprana, algunos habitantes ya habían iniciado las hostilidades contra los alemanes. La operación de peinado de las Montañas Blancas durante la primera semana de septiembre había provocado pequeñas escaramuzas en las que murieron cuatro soldados. Los alemanes ofrecieron una amnistía el 9 de septiembre y, aunque tuvo una acogida relativamente fría, consideraron la iniciativa un éxito. Pero en la segunda semana de noviembre murieron unos siete soldados en una nueva «operación de limpieza».

El 23 de noviembre, Monty Woodhouse llegó a Creta sobre el último caique de Mike Cumberledge, el Escampador, y desembarcó en Treis Eklísies —«Tres Iglesias»— para sustituir a Jack Smith-Hughes, que volvía a El Cairo para dirigir la oficina cretense de la SOE. Woodhouse llegó con cuatro de sus estudiantes favoritos de la escuela de formación de la SOE en Haifa, uno de los cuales resultó ser un traidor y fue ejecutado por Tom Dunbabin, el oficial superior británico.

Woodhouse, que esperaba que el desembarco fuera clandestino, se encontró con un comité de recepción de unas dimensiones colosales. Aparte de Jack Smith-Hughes, estaban los tres capitanes de las principales guerrillas de la Creta central: Manolis Banduvas, su frére ennemi Petrakagueorguis y Satanás, junto a grupos de soldados británicos y del cuerpo del ejército australiano y neozelandés, que pedían a voces ser evacuados. Varios se habían echado novias cretenses y se las querían llevar a Egipto.

Jack Smith-Hughes se fue de Creta una semana antes de Navidad, con tres abades, incluido el de Preveli, con sus noventa kilos, quien, antes de morir, tomó juramento al gobierno griego en el exilio. Woodhouse, que entonces era un capitán de 24 años, quedó como único encargado de la resistencia. Tuvo problemas de trato con Banduvas, al que Smith-Hughes había dado el nombre en clave de «Bo-Peep» por la gran cantidad de ovejas que poseía.[12]

Banduvas era una persona complicada. Analfabeto, patriota hasta la médula, astuto y al tiempo testarudo —Smith-Hughes dijo de él que tenía la «mirada inquieta y furtiva de los campesinos ricos»—,[13] era un cabecilla cruel demasiado consciente del notable predicamento del que gozaba en las aldeas de Creta central, y le desagradaba la idea de recibir órdenes de un jovencito inglés, vinieran de donde vinieran. Posteriormente exigió en vano un equipo de radiotransmisión propio, para comunicarse con El Cairo y controlar los lanzamientos de armas desde el aire. La propaganda alemana hizo circular el rumor de que Woodhouse había tratado de persuadir a Banduvas de que convirtiera a Creta en parte del imperio británico, una patraña que los comunistas difundieron más tarde, dándola por demostrada.[14]

Petrakagueorguis, por su parte, recibió el nombre en clave de «Selfridge», porque su empresa de molienda de aceitunas era el ejemplo cretense más próximo al gran comercio. Petrakagueorguis fue uno de los capitanes de guerrilla más probritánicos, pero no pudo ocultar su decepción al comprobar que, del botín capturado en la Cirenaica, todo lo que le ofrecía la SOE de El Cairo era un puñado de fusiles italianos.

Woodhouse recibió refuerzos unas siete semanas después de su llegada. El submarino Torbay arribó a la playa de Tsutsuro la noche del 11 de enero y desembarcó a dos oficiales absolutamente contrapuestos. Xan Fielding era esbelto, enérgico y poco proclive a soportar a los estúpidos. Sus mordaces mensajes sobre la incompetencia de la SOE de El Cairo se hicieron célebres. Sandy Rendel, un miembro tardío de la Misión militar británica, calificó sus informes de «sabrosos, impertinentes y sedientos de sangre».[15] Los cretenses apreciaron en seguida su poderoso sentido del humor y respetaron tanto su coraje como su discernimiento.

Su compañero, cuya selección para la ejecución de operaciones especiales nunca se ha explicado satisfactoriamente, era el bravo pero torpe capitán Guy Turrall. Si no fue el modelo del infortunado capitán Apthorpe de Evelyn Waugh, debería haberlo sido. Siendo como era un veterano africano de las campañas de Abisinia, al parecer preguntó un día en la playa sin asomo de ironía: «¿Son amistosos los nativos?» Turrall se negó a cambiar su uniforme por la ropa local, e incluso se trajo consigo el pijama y una jofaina esmaltada que encandiló a los cretenses. Sólo le faltó la caja de los truenos.

La impresión de excentricidad que producían los británicos a los cretenses se intensificaba cada día que pasaban en su compañía. Guy Turrall era aficionado a la geología y la botánica. Su colección de especímenes de flores silvestres —a los ojos cretenses, no había diferencia entre dos plantas— no les interesaba. Pero un joven cretense que tuvo que llevar el petate de Turrall descubrió que estaba cargado de especímenes de rocas. Cuya cantidad procedió a reducir drásticamente.

Fielding y Turrall siguieron las huellas de Jack Smith-Hughes para llegar hasta el coronel Papadakis, que se encontraba en las montañas que dominan Asi Gonia. Xan Fielding comprendió en seguida que no sacarían gran cosa del autoproclamado líder de toda la resistencia cretense: nadie que estuviera fuera del círculo inmediato de Papadakis lo reconocía como jefe. Oficialas competentes y entregados a su oficio, como el comandante Tsifakis, que había creado una red de inteligencia en torno a Rézimno, se negaban a tomarlo en serio. Pasar una tarde con Papadakis era un suplicio. Su incapacidad de hablar griego daba aún un carácter más lúgubre a la conversación. Trataba de conversar en francés. «Vea, mon colonel, vous ne mavezpas mis dans le tableau», era una de sus frases favoritas.

Fielding pronto se trasladó más cerca de Canea y la bahía de Suda. Se instaló en Vafe con el «cónsul británico», Niko Vandulakis, y comenzó a enviar mensajes secretos sobre los movimientos aéreos y marítimos a El Cairo, con la ayuda de un pequeño grupo de jóvenes excepcionalmente hábiles y valerosos, conocidos con el nombre de «los Quins» y dirigidos por Marko Spanudakis.

Británicos y cretenses pensaban en el futuro y en la necesidad de tener una organización, política y militar, que coordinara sus actividades. El 1 de abril, Fielding se coló en el centro de Canea y llegó hasta el ayuntamiento. Entró en el despacho del alcalde, tropezando antes con unos oficiales alemanes que salían de él. El alcalde, Nikólaos Skulas, un personaje mayor y patriarcal, al principio quedó desconcertado y luego estalló en una carcajada salvaje. Durante esa reunión charlaron sobre lo que habría de convertirse en la EOK, el movimiento de resistencia nacionalista cretense.

Mientras tanto, Turrall iba a buscar al líder comunista general Mandakas. Fue dando tumbos por la isla con su uniforme británico, con una fila completa de medallas colgada del pecho, y preguntando a los aldeanos si sabía dónde estaba. Un agente secreto tan improbable como aquél tuvo suerte de que no lo capturaran y entregaran a los alemanes, creyendo que se trataba de uno de sus espías. Turrall no llegó a contactar a Mandakas, de modo que, lamentablemente, no sabemos cuál habría sido su reacción ante la pregunta clásica del capitán británico de si quería ser «mis dans le tableau». Cuando pidieron a Monty Woodhouse en abril que regresara, Guy Turrall se fue con él.

El sustituto de Woodhouse, Tom Dunbabin —«O Tom», como lo llamaban los cretenses— llegó el 15 de abril de 1942. Apenas tuvo tiempo, recordaría más tarde, «de cruzar apresuradamente unas cuantas palabras con Monty, que se fue en el mismo buque que me trajo a mí, y me quedé solo en mi nuevo reino».[16]

Dunbabin, de origen tasmanio y miembro del AU Souls College, Oxford, era un eminente arqueólogo, autor de The Western Greeks. Había sido un rival amistoso de John Pendlebury, como trasunto de la eterna rivalidad Oxford-Cambridge. A ratos perdidos, durante los tres años que pasó en la isla, reemprendía la búsqueda de nuevos yacimientos minoicos, pero descubrió pocos. «Después de lo de Pendlebury, dejó de apetecerme seguir rebuscando», escribió.[17]

Dunbabin tenía un rostro de rasgos muy marcados, en el que sobresalía un mostacho desordenado que se enrollaba en torno al dedo cuando estaba distraído. Atractivamente paradójico en más de un sentido, Dunbabin era un hombre tímido, que al propio tiempo poseía un carácter muy decidido. Era corpulento y podía mostrarse feroz cuando hacía falta, pero al mismo tiempo tenía una voz cuyo timbre podía volverse muy agudo en los momentos más impensados. Los oficiales de menor rango enviados más tarde sentían cierto temor respetuoso por sus hazañas, entre las que figuraba el haber pasado todo un día subido a un árbol desde el que se dominaba el aeródromo de Timbaki. Alguien lo pintó como «inmensamente valiente e inmensamente modesto».[18]

Con todo, al coraje físico unía un gran sentido ético, una combinación excepcional. Paddy Leigh Fermor escribió: «Una de las cualidades más valiosas de Tom, como en el Borodino Kutuzov de Guerra y paz, era no poner jamás ninguna traba a todo cuanto pudiera ser útil y excluir siempre lo que pudiera ser perjudicial; era como una especie de policía del tráfico de los acontecimientos».[19]

Dunbabin se instaló por encima del valle Amari y se preparó su escondite principal en la ladera occidental del monte Ida. El valle Amari, y en particular la aldea de Yerakari, pronto fueron conocidos entre los oficiales británicos como «la tierra del loto», debido a su abundancia de comida, bebida y hospitalidad. «Los campesinos eran tan hospitalarios —escribió Dunbabin después de la guerra— que te tiraban de la camisa cuando te veían pasar por la callejuela, para invitarte a tomar un vaso de vino en su casa con ellos».[20] En ellas disfrutaban de los emparrados de viña y los cerezales, los quesos de Ida y Kedros, y observaban «los últimos rayos desvanecerse sobre la cumbre pelada del Ida, que se erguía enfrente nuestro».

Yerakari se encontraba en la «ruta de alto espionaje» que atraviesa las cordilleras occidental y central —las Montañas Blancas, la sierra de Kedros y la cordillera del monte Ida—, punteada de pueblos organizados como puestos de guardia, para colaborar en el transporte de equipos de radiotransmisión, la distribución de armas y la ocultación de fugitivos. La aldea se convirtió también en el centro de coordinación del movimiento de resistencia del valle Amari. Los alemanes la sellaron en 1944 y fusilaron a muchos de los que habían tirado de la manga a Dunbabin.

La resistencia cretense, que arrancó con actos aislados de venganza y escaramuzas pequeñas (veinte alemanes murieron entre diciembre de 1941 y enero de 1942), fue ganando en cohesión. Los cretenses daban la bienvenida a los oficiales británicos, seguros como estaban de que otro ejército aliado iba a volver para ayudarlos a expulsar al ocupante alemán. «Todo dependía de su magnífica lealtad —escribió Ralph Stockbridge—. Sin su ayuda como guías, informantes, suministradores de alimentos, etc., ni uno solo de los nuestros habría sobrevivido veinticuatro horas».[21]

La batalla de Creta
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
Agradecimientos.xhtml
Primera.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Segunda.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Tercera.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
ApendiceA.xhtml
ApendiceB.xhtml
ApendiceC.xhtml
ApendiceD.xhtml
Bibliografia.xhtml
Principales_Siglas.xhtml
Mapas.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Ilustraciones.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml
capitulo1.xhtml
capitulo2.xhtml
capitulo3.xhtml
capitulo4.xhtml
capitulo5.xhtml
capitulo6.xhtml
capitulo7.xhtml
capitulo8.xhtml
capitulo9.xhtml
capitulo10.xhtml
capitulo11.xhtml
capitulo12.xhtml
capitulo13.xhtml
capitulo14.xhtml
capitulo15.xhtml
capitulo16.xhtml
capitulo17.xhtml
capitulo18.xhtml
capitulo19.xhtml
capitulo20.xhtml
capitulo21.xhtml
capitulo22.xhtml
capitulo23.xhtml
capitulo24.xhtml
capitulo25.xhtml
capitulo26.xhtml
capitulo27.xhtml
capitulo28.xhtml