Capítulo 15

Valentina

 

 

 

Valentina se despidió de Hugo con un beso en la comisura de los labios, de una forma un tanto triste. A pesar de no ser un beso tan apasionado como los que le había dado antes, desprendía un sutil aroma de ternura. Podía estar enfadada con él, pero sabía que había una explicación y, sobre todo, seguía atrayéndola.

Se separaron en la esquina de la calle Mallorca con la Rambla de Catalunya. Hubiera querido invitarlo a tomar algo, pero Victoria la estaba esperando en casa y, después de lo sucedido, era mejor no meter el dedo en la llaga con la presencia de su amiga.

 

 

Horas antes, la repentina cita había llevado a Valentina a llamar a su mejor amiga y, tras un par de disculpas por ambas partes, Victoria había regresado a la tienda como siempre. Y, como acostumbraba a pasar, se había puesto a fisgonear sobre la segunda cita de Hugo y Valentina.

—Así que te ha llamado para invitarte a salir de nuevo, ¿eh?

—Bueno, lo he llamado yo.

—¿Tú? ¿Te has vuelto loca? —exclamó Victoria—. Se va a creer que estás desesperada.

—Pero no lo he llamado para volver a salir.

—Da igual, lo has vuelto a llamar. ¿En qué pensabas?

—Es que como había discutido contigo y Laura no respondía, no he podido llamar a nadie más para buscar consuelo.

—Es decir, que ahora es tu hombro sobre el que llorar. —Victoria aplaudió sarcásticamente—. Bravo, ahora se creerá que estás coladita por él.

—Pero es que lo estoy.

—Ya, pero aún no se lo puedes decir. Debes vigilar tus movimientos.

—Victoria —dijo Valentina, sorprendida—, que esto no es una partida de ajedrez.

—Pero sí es una guerra. Una guerra de sexos.

—¡Por Dios, Victoria! Estamos tonteando, no hay ninguna guerra ni nada por el estilo.

—Bueno, dejémoslo, que si no vamos a volver a enfadarnos. —Hizo una pausa—. Vale, lo has llamado, ¿y después?

—Pues tras decirle que habíamos discutido, me ha invitado a salir otra vez. Sin más. —Valentina se encogió de hombros.

—¿Y ya está? —preguntó Victoria, sorprendida por la falta de información.

—Bueno, me ha dicho que me arreglara.

Una sonrisa fue apareciendo poco a poco en la cara de Victoria, que había comprendido lo que quería Hugo.

—Quiere redimirse de la primera cita.

—¿Redimirse, por qué? Si todo fue muy bien —exclamó Valentina.

—Pues él no es de la misma opinión. Porque ya verás cómo te llevará a un sitio elegante, incluso él irá elegante.

—Él no es de ese tipo de chicos —dijo finalmente Valentina.

Pero a pesar de sus continuas negativas, resultó que Victoria tenía razón y Hugo la llevó a un restaurante bastante caro del Passeig de Gràcia. Y Victoria no sólo acertó en ese detalle, sino también en la ropa que llevaría Hugo. La verdad era que no parecía el mismo que la había llevado a ver una película de superhéroes.

Había sido igual de amable que siempre, aunque parecía que se controlaba. En ningún momento mencionó los cómics y el trabajo que les quedaba por hacer, y lo más sorprendente fue que cada vez que Valentina quería hablar del tema él conseguía irse por las ramas al preguntarle por cosas de su vida. Algo que la hizo sentir un tanto incómoda.

Y la incomodidad no terminó ahí, porque después de la cena cogieron un taxi que los llevó a un club donde Hugo había reservado una mesa en un rinconcito muy íntimo. El problema y el motivo por el cual Valentina evitaba esos lugares era la música, cuyo elevado volumen apenas permitía entenderse, así que la conversación insulsa que tuvieron durante la cena derivó en una serie de gestos y sonrisas de un extremo a otro de la mesa.

En esa situación, cualquier otro chico hubiera intentado aprovecharse y seguramente ella lo habría dejado, pero Hugo parecía no comprender para qué servían los reservados, o bien parecía haberlo olvidado. Además, a pesar de ser todo idea suya, estaba claro que estaba igual o más incómodo que ella, ya que de vez en cuando hacía gestos para indicar que el ruido le molestaba.

Parecía que siguiera unas directrices, como si alguien le hubiera dicho qué hacer o qué decir. Así que, a medida que pasaban las horas, Valentina recordó que Hugo le había comentado que su compañero de piso era un fanfarrón que siempre le daba lecciones baratas sobre las relaciones amorosas. ¿No sería que ahora le estaba haciendo caso? Y si así era, ¿por qué lo hacía?

Mientras se lo preguntaba, lanzándole miradas de reojo, Valentina no pudo evitar empezar a ponerse nerviosa. No le importaba que Hugo no fuera «como los otros chicos». Al contrario, era precisamente lo que le había gustado de él, ya que consideraba que ella tampoco era «como las otras chicas». Así que aquel cambio en su manera de ser la estaba exasperando un poco... Bueno, bastante. Si quería ser como los demás, que lo fuera, pero que no se comportara como un... un... ¡aburrido! ¡Eso! Hugo se estaba comportando como un aburrido. «Cuando sé de sobra que no lo es», pensó en un intento por calmarse.

Decidida a resolver aquella incómoda situación, Valentina se levantó.

—Voy un momento al baño y ahora vuelvo —le dijo a Hugo, mientras él asentía nervioso.

Mientras se dirigía a los servicios, Valentina pensó cómo podía hacerlo. Probablemente Hugo había hecho caso a algún tío demasiado listo, uno de esos a los que ella había intentado evitar a lo largo de toda su vida; alguien que le estaría dando unos «magníficos» consejos a su amigo Hugo.

En realidad, no tenía ganas de ir al baño, pero el paseo le sirvió para airearse y desconectar de la tensa situación en la que se había visto involucrada desde que él la había ido a buscar. Se lavó las manos con agua fría para quitarse un poco el calor que sentía a causa de los nervios y por el miedo a estropear lo que fuera que tuviera con Hugo.

Se secó las manos y, decidida a que se marcharan de allí y a preguntarle por qué llevaba toda la noche comportándose de aquella manera, salió del baño y se encaminó de nuevo hacia el reservado.

Pero, para su sorpresa, cuando llegó descubrió que el sitio había perdido el nombre de reservado, porque Hugo ya no estaba solo. A su lado había una despampanante mujer de sinuosas curvas, embutida en un minúsculo vestido que dejaba poco o nada a la imaginación. Tenía un brazo sobre los hombros de él, mientras le hablaba al oído.

A pesar de que hubiera podido espantar enseguida a aquel moscón, que en muchos aspectos le recordaba a Victoria, se quedó perpleja y sin saber qué hacer cuando descubrió que Hugo se dejaba querer. Sonreía a cada palabra que la chica le decía y hablaba con ella de forma distendida.

—Hola, ¿me he perdido algo? —preguntó Valentina para hacerse notar.

—¡Valentina...! —exclamó Hugo al verla.

La joven no se inmutó. Se limitó a sonreírle con malicia, como si supiera perfectamente lo que estaba haciendo o lo que pretendía hacer.

«Es peor que Victoria, mucho peor que ella», pensó Valentina, sintiendo cómo poco a poco le hervía la sangre bajo la piel.

—Cuando te canses de ser un imbécil, estaré fuera —soltó de repente, antes de salir escopetada del local y de agradecer el aire fresco de la calle.

Estaba enfadada con Hugo, pero no sabía por qué. No sabía si era porque parecía estar ligando con otra mujer durante una cita con ella o porque con aquella joven se comportaba más relajadamente que con ella.

Furiosa, le dio una patada a un montoncito de hojas secas que tenía delante y las hizo volar a un metro del suelo.

—Valentina... —dijo Hugo detrás de ella. Al darse la vuelta vio que estaba muy pálido y con unas gotas de sudor en la frente. Parecía mareado.

—Siento que...

—Pues no parecía que lo sintieras demasiado cuando esa... —Valentina pensó la palabra adecuada y, para no ser demasiado grosera, dijo—: ... lagarta te susurraba al oído.

—Pero...

—Ni pero, ni nada —lo interrumpió ella—. Llevas toda la noche irreconocible. Apenas has abierto la boca y cuando yo quería hablar desviabas la conversación hacia temas típicos y tópicos. ¿Se puede saber qué te pasa?

—Me he agobiado —dijo él bajando la cabeza—. El ruido, el calor y el alcohol me han mareado.

—Pues habrá sido justo después de venirme a buscar, porque llevas toda la noche muy raro.

—Me sentía incómodo con el tipo de restaurante y la discoteca o lo que fuera eso...

—Si te sientes incómodo en esos sitios, ¿por qué me has invitado?

Hugo no respondió. Siguió cabizbajo, como si quisiera ocultar algo.

Valentina fue a hablar, pero vio que él se tambaleaba y se apoyaba en una farola cercana.

—¿Estás bien? —preguntó preocupada, pero sin dejar de estar enfadada.

—Más o menos —contestó Hugo, encogiéndose de hombros—. Te pido un taxi y yo bajaré a pie...

—Sí, el aire fresco te conviene —le espetó molesta, pero sin poder evitar preocuparse por él, ya que algo le decía que había algo más detrás de su extraño comportamiento—. Bajaremos juntos —dijo, a la vez que lo cogía por la cintura por miedo a que se desmayara.

—De verdad, no importa. Puedo solo.

—No digas tonterías —le espetó.

—Gracias —contestó Hugo lánguidamente—. Lo siento. Sé que no queda muy bien que una chica sostenga a su...

Valentina esperó a que completara la frase, pero él se calló. Fue ella la que añadió:

—Es más corriente al revés, pero no importa. Vamos —añadió con cierta frialdad.

Caminaron en silencio, excepto alguna palabra que intercambiaban cuando Valentina le preguntaba cómo se encontraba. Y así llegaron a la calle Mallorca. La noche era agradable y parecía que él se moría de ganas por decirle algo, pero siguió controlándose absurdamente.

«¿Qué chico se muestra como es al cien por cien en la primera cita y en la segunda se convierte en un desconocido?», se preguntó Valentina. Si Victoria hubiera estado allí, le habría dicho que un imbécil. Pero Hugo no era un imbécil, o, como mínimo, no se lo había parecido en todos los días que habían pasado juntos.

 

 

Tras despedirse de él, Valentina se fue a su casa. Hubiera querido que Hugo se sincerara con ella y puede que algo más, pero la presencia de Victoria en su casa no lo permitía.

El centenar de metros que la separaban de su portal los recorrió lo más lentamente posible. No tenía ganas de explicarle todo aquello a Victoria y menos sabiendo que ésta no pararía de decirle que se equivocaba y que su supuesto príncipe azul era igual que todos los demás, de un color gris apagado. Y que si no hubiera sido por su repentina aparición en la discoteca, la buscona se habría liado con él allí mismo.

Al pensar eso, Valentina optó por callarse por completo esa parte de lo sucedido. No quería que Victoria se encarnizara con Hugo, pues sospechaba que, tras sus actos, estaban las estúpidas ideas de sus amigos, aún más estúpidos.

—¿Tenía razón? —preguntó Victoria, justo en el momento en que Valentina cruzaba el umbral de su puerta.

—En parte —respondió ella sin ganas.

—¿Cómo que en parte?

—Ha hecho lo que tú habías dicho que haría —explicó Valentina sin rodeos. No tenía ganas de estar horas debatiendo con Victoria—, pero como si no lo quisiera hacer.

Por la cara de su amiga, Valentina vio que no la había comprendido.

—Yo he estado incómoda. No me ha gustado ese tipo de cita, pero era evidente que él estaba más incómodo que yo.

—Eso eran los nervios.

—No eran los nervios. Se controlaba, y en el club lo ha pasado fatal.

—Parece como si te hubieras aburrido —dijo Victoria.

—Es que me he aburrido. Hugo es divertido y entretenido, pero hoy era como si se prohibiera hablar de temas que, supuestamente, no me gustan.

—No te acabo de entender.

—Yo tampoco. No sé, ha sido raro. Era él, pero no actuaba como él. Y cuando intentaba comportarse de otra forma, parecía que lo hiciera obligado.

Victoria no estaba entendiendo nada, pero no quiso profundizar en el asunto porque era evidente que Valentina tampoco sabía muy bien lo que había pasado. Así que decidió cambiar de tema.

—¿Qué le ha parecido tu modelito? —preguntó.

—Se ha quedado embobado.

—¿Lo ves? Te he dicho que funcionaría.

—Pero si Hugo se emboba cada vez que me ve. El vestido no tiene nada que ver.

«Sobre todo porque ya sabe lo que hay debajo», añadió para sus adentros.

—¿Cómo?

La indignación de Victoria era comprensible, ya que, después de cerrar El estante, habían pasado un buen rato escogiendo lo que se iba a poner. Y del mismo modo que en la ocasión anterior, Laura estaba presente mediante móvil. Habían jugado al mismo juego de constantes críticas por parte de Victoria para explicarle a Laura cómo le sentaba un vestido u otro, pero esa vez Valentina había sido derrotada.

—Te ha dicho que te arregles —le había recordado Laura.

—Ya, pero no quiero hacer el ridículo.

—No lo vas a hacer —dijo Victoria—. Hazme caso y ponte provocativa.

—¿Y si me pongo vaqueros?

—Que no, pesada, ponte ese vestido —dijo señalando un montón de ropa que había encima de la cama.

Valentina cogió uno que sabía que no era el que decía Victoria, pero por probar no perdía nada.

—No, ése no, que no me chupo el dedo. El azul.

El azul era demasiado extremado, por encima de la rodilla, muy ajustado y dejando muy poco a la imaginación. Y a pesar de ello, Hugo se había impresionado del mismo modo que siempre.

—Está visto que el muchacho no tiene gusto —dijo Victoria, tras aceptar que Hugo no se había impresionado más de lo habitual al ver a Valentina aquella noche.

—Sí lo tiene —protestó ella—. ¡No veas dónde me ha llevado!

—Es verdad —dijo Victoria, recordando que no sabía dónde habían cenado—. ¿Adónde habéis ido?

—Primero me ha llevado a cenar a La Llàntia.

—¡No me jodas!

—No, no te jodo.

—Pero le habrá costado una fortuna.

—Supongo —contestó Valentina encogiéndose de hombros—, pero ha sido él quien me ha querido llevar.

—¿Y qué tal se come? —preguntó Victoria, hambrienta.

—Pues bastante bien, pero la verdad es que exageran un poco en el precio. La comida estaba riquísima, pero los platos eran minúsculos. Y no es que yo coma mucho. Prefiero no saber qué le han cobrado por ellos. —Hizo una pausa—. El italiano estaba mejor.

Ambas rieron. Victoria no estaba de acuerdo en un italiano para una primera cita, pero sí compartía el gusto por el tipo de comida.

—Además, teníamos una mesa preciosa. Veíamos todo el Passeig de Gràcia hasta la plaza de Catalunya mientras cenábamos.

—¡Ooohhh! —exclamó Victoria, medio en serio, medio en broma—. ¿Y luego?

—Bueno... Luego les ha hecho pedir un taxi a los del restaurante y al salir teníamos esperándonos uno de esos clásicos. No me preguntes cómo lo ha conseguido. Con él hemos ido al Àcid.

—Cómo se los ha gastado esta noche.

—Allí tenía un reservado para los dos. «Aunque por un momento he creído que acabaríamos siendo tres», añadió para sus adentros.

—¿Un reservado? Éste se ha dejado el sueldo de un año.

Valentina sonrió. Ella pensaba lo mismo.

—Pero hasta que no hemos salido no ha vuelto a ser el mismo.

—¿Se ha desmayado de nuevo? —preguntó Victoria.

—No —respondió Valentina—, pero casi. Lo ha pasado fatal allí dentro.

—¿Le has hecho subir la temperatura?

«¡Ojalá! Así se hubiera olvidado de comportarse como un tipo cualquiera y habría sido el mismo de siempre... No como cuando le reía las gracias a aquel moscón. ¿Por qué se habrá comportado así con ella y conmigo no?», pensó. Pero al ver que Victoria la observaba esperando una respuesta, dejó su monólogo interior para otro momento.

—No —respondió rápidamente—. Además, parecía aburrido y abstraído, y miraba el reloj constantemente, como si no viera la hora de irse de allí.

—Eso es lo de menos —dijo Victoria—. Él se ha esforzado para que tú lo pasaras bien.

—Ya —dijo Valentina con voz disgustada—, pero no lo ha logrado. Me lo pasé mejor el otro día...

—¿Qué? —la interrumpió Victoria.

—Pues que me gustó más la primera cita. Era algo normal y divertido. Lo de hoy ha estado bien, pero ha sido como cualquier cita con cualquier otro chico.

—A ver —dijo Victoria, intentando poner en orden sus ideas—, ¿me estás diciendo que vais a cenar a La Llàntia, después pasáis la noche en un reservado del Àcid y te gustó más ir a un italiano y al cine? Tú estás loca.

—No, pero entonces él fue sincero. Esta vez ha sido como ir con cualquier otro.

—Te ha llevado a dos de los sitios más caros y selectos de Barcelona. ¿Qué más quieres?

—Que sea como es en realidad.

—Tal vez sea así.

—No Victoria, no. Hugo es un adolescente crecidito, un niño grande o como quieras llamarlo.

—Como ya te dije, un imberbe mental.

—Pero a mí me da igual. Me gusta tal como es. No tiene que demostrarme nada para que yo lo quiera.

Victoria miró a su amiga. Estaba claro que estaba enamorada, pero lo que no comprendía Valentina era que un hombre como Hugo le arruinaría la vida. No maduraría nunca. Siempre estaría pensando en cómics y videojuegos, y dejaría las cosas importantes para más tarde. Ella se merecía algo mejor.

Valentina suspiró. Era como si hubiera expulsado algún virus de su interior. Parecía que hubiera recuperado el ánimo, aunque sólo fuera un poquito.

—Ya sé lo que voy a hacer —dijo firmemente—. Mañana por la mañana lo llamaré y le diré que quiero verle.

—¿Vas a romper con él?

—No —contestó defraudándola—. Le diré lo que tenía que haberle dicho hoy cuando estábamos en la puerta del restaurante.

—¿El qué? —preguntó Victoria, asustada.

—Que me gusta tal como es. Que se deje de tonterías y que lo de hoy sólo ha sido un fallo.

—¿Un fallo? Pero si se ha lucido.

—Para ti tal vez sí, pero para mí hoy la ha cagado de forma antológica. Y sé que lo ha hecho porque ha seguido los consejos de su amigo.

—Es decir, ¿que tiene un amigo que se las gasta así? —preguntó Victoria, pensando en otra cosa—. Cuando ya estés saliendo con tu príncipe azul de doce años de edad mental, le dices que me presente a su amigo.

Valentina no la había escuchado, determinada como estaba a aclarar las cosas con Hugo y a que volviera la sinceridad absoluta con que se habían conocido.

—Mira, da igual —prosiguió Valentina—. Lo voy a llamar ahora.

—¿Ahora? —repitió Victoria sorprendida.

—Sí. ¿Dónde tengo el maldito móvil? —dijo ella, empezando a buscar su teléfono.

—Valentina, relájate y espera hasta mañana. —Pero su amiga no le hacía caso—. Valentina, ¿me oyes? —Seguía sin escucharla—. ¡Valentina!

—¿Qué? —respondió con desgana, dejando de buscar su teléfono.

—Digo que te relajes y que esperes hasta mañana. No vas a perder a ese chico. Duerme y mañana podrás hablar con él más tranquila.

Lo que Victoria pretendía era que, con esas horas de descanso, Valentina se relajara y a la mañana siguiente se le hubieran pasado las ganas de hablar con Hugo.

—¿Seguro? —preguntó ésta, indecisa.

—Seguro. Hazme caso. Duerme y mañana ya será otro día.

—¿En serio?

—Sí, ya verás cómo consultarlo con la almohada te irá bien.

—Vale —respondió Valentina.

No es que Victoria fuera mala amiga y no quisiera que Valentina fuera feliz con el chico que le gustaba. Simplemente creía que se merecía algo más que un niño grande.