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DESAVENENCIAS
FAMILIARES
Jane Franklin pagó un alto precio por su implicación en la Búsqueda: sus relaciones familiares. Esto no resulta sorprendente, porque Jane estaba tan obsesionada con la Búsqueda que apenas tenía tiempo para nada más, y el estrés abrumador que le generaba la preocupación por sir John no hacía más que empeorar las cosas. Los demás miembros de la familia estaban igual de angustiados, pero les parecía una locura que Jane organizase sus propias expediciones, sobre todo después de que las cuatro primeras no encontraran nada. Ofuscada, Jane se tomaba como una traición cualquier atisbo de desacuerdo. Tal vez las relaciones no hubieran sido tan malas si la familia hubiese estado unida desde el principio, pero, aparte de su padre, de su esposo, de su hermana Mary, de Sophy Cracroft y posiblemente de su hermana Fanny, nadie en la familia quería a Jane Franklin y ni siquiera le tenían demasiado aprecio. Nunca había mostrado mucho interés por los hermanos de su marido y sus vidas provinciales y tranquilas, y los hijos de Mary, los jóvenes Simpkinson, estaban resentidos con ella. No resulta sorprendente que hubiera problemas si a lo anterior le sumamos las disputas por las herencias, una casa abarrotada y peleas a cuenta del dinero. Este es el terreno en el que se aprecian los mayores contrastes entre los archivos Franklin —que pintan a Jane y a Sophy como las heroínas de su existosa cruzada para encontrar a sir John, luchando valerosas contra horribles parientes egoístas y avariciosos— y otros documentos, que cuentan una historia muy distinta.
La relación más difícil de Jane era la que mantenía con su hijastra Eleanor. John Franklin daba por sentado que las dos personas a las que él más amaba tenían que quererse la una a la otra. «No creo que Eleanor esté dispuesta a dejar a su madre en mi ausencia o que a mamá le agrade apartarse de su lado», escribió cariñosamente sir John antes de partir en 1845. Aunque las dos mujeres querían ser su prioridad y sentían el peso del deber —y quizá, también, un afecto moderado la una por la otra—, no había amor entre ellas1.
En su ausencia, Sir John dejó a sus dos mujeres al cuidado la una de la otra; el plan era que, cuando regresara victorioso un par de años más tarde, Eleanor se casaría con John Gell. Después de la partida de sir John, las dos mujeres pasaron los siguientes tres años juntas, viajando —Madeira, las Indias Occidentales, los Estados Unidos e Italia a un ritmo vertiginoso que a Eleanor le resultó agotador— o viviendo tranquilamente en Londres. Eleanor no tuvo la animada vida social de la juventud de Jane, pero parecía contenta, aunque no vivía más que por las cartas de su querido John, su prometido. Las cartas que se intercambiaron Jane y ella suenan amistosas, incluso cariñosas, pero Eleanor fue aprendiendo a no dejarse pisotear. Una vez, cuando Jane y ella estaban montando a caballo, sus sombras se proyectaron sobre una cumbre que se alzaba frente a ellas. «Yo era, sin lugar a dudas, el centro del cuadro, pero Eleanor lo discutió. Se puso muy obstinada y se creyó que la terca era yo», escribió Jane. Una de las jóvenes Simpkinson sentía pena por Eleanor, que estaba muy sola «sin más compañía que la de la tía Franklin y sin nadie más con quien poder hablar o que te comprenda […], pero ya sabes, querida Eleanor, que estás siguiendo el camino del deber y no el del placer»2.
Aquella frágil relación se resquebrajó en 1849, cuando ambas estaban profundamente preocupadas por sir John. A finales de 1848 John Gell regresó de la Tierra de Van Diemen convertido en clérigo. Eleanor y él querían casarse, pero Jane se opuso: si se casaban, sería como reconocer que John Franklin no iba a regresar inmediatamente (su plan de enviar un barco en busca de su marido habían suscitado tensiones). Eleanor, que opinaba que era mejor dejar la búsqueda en manos de los expertos del Almirantazgo, intentó refrenar a Jane, que se puso furiosa. John Gell aseguró que, en su intento por recaudar fondos, lady Franklin había intentado abrir el testamento de su marido, pero que él (Gell) la había disuadido de aquel arrebato tan poco ortodoxo. Jane se tomó aquello como una negativa a apoyarla y se puso tan histérica que Eleanor temió que estuviera «ligeramente trastornada». No es de extrañar que la boda, celebrada en junio de 1849, fuese complicada: Jane no ocultó su hostilidad. Muchos de sus amigos y familiares se pusieron de parte de Eleanor: «te encuentras en una posición de lo más dolorosa», «se han puesto a prueba tu fe y tu paciencia, querida Eleanor». Todos le rogaban que fuese buena y paciente con su madrastra, aunque, como escribió compasiva Marianne Simpkinson, Eleanor había sufrido una gran provocación y era la tía Franklin quien tenía la culpa3.
La actitud de Eleanor puede apreciarse en una carta que envió a su padre, escrita en mayo de 1849. Apenas menciona a su madrastra, pero ruega a su padre que, cuando regrese, «se instale en el tranquilo hogar de su hijo y su hija»4. Es evidente que no iba a hacer tal cosa, porque viviría con su esposa, pero la sugerencia demuestra que también Eleanor vivía bajo presión; «ligeramente trastornada», tal vez pensara Jane.
Los últimos meses habían supuesto un desafío desconcertante, escribió la recién casada después de la boda, «pero ahora siento que todo está en paz». En absoluto: Eleanor se sentía ofendida, Jane se sentía traicionada y ya tenía a Sophy Cracroft a su lado. Sophy estaba decidida a convertirse en la compañera indispensable de lady Franklin. No solo se mostraba sumisa con Jane —nada de pelearse por proyectar la sombra más grande—, sino que quería destruir a sus oponentes. Su principal contendiente era Eleanor y, aunque pudiera parecer que estaba fuera de combate y que vivía feliz con su esposo en su parroquia londinense, Sophy no pensaba correr ningún riesgo. Ya en 1845 estaba celosa de Eleanor, que, según ella, no hacía nada a derechas. En enero de 1849 Sophy la acusó de no solidarizarse lo suficiente con su madrastra, y la siguiente información que se conserva demuestra que Eleanor se metió en problemas por no haber escrito a Jane hasta cinco días después de la boda5.
Los problemas económicos solo empeoraron las cosas. El señor Porden había legado a su hija (la primera esposa de John Franklin) una suma considerable. A su muerte, su esposo pasó a tener usufructo vitalicio; cuando él falleciera, el dinero pasaría a manos de la hija de ambos, Eleanor. John Franklin obtenía sus ingresos principales del dinero de los Porden. Cuando sir John no estaba, Jane, su segunda esposa, tenía poder notarial, pero ¿incluía ese poder el control de aquel dinero? Jane aseguraba que sí, pero John Gell adujo que Eleanor tenía un derecho moral sobre aquellos fondos (su sueldo de coadjutor o ayudante del párroco no era demasiado elevado). A instancias de Gell, Jane les concedió una asignación de 200 libras de las 600 libras anuales de los Porden6. Ellos querían más, al considerar que el dinero de Eleanor Porden debía servir para mantener a su hija y a su nieta, en vez de malgastarse en expediciones infructuosas, pero Jane necesitaba hasta el último penique para la Búsqueda.
En el verano de 1849, las cartas de Sophy a su madre contenían una diatriba tras otra en contra de Eleanor: no prestaba la suficiente atención a su madrastra; no escribía o, cuando escribía, sus cartas eran insolentes; se despedía con un simple «su afectuosa Eleanor», sin ningún tipo de calidez; su vestimenta era demasiado alegre para la esposa de un clérigo…7 Es de suponer que Jane opinaba lo mismo.
Mientras tanto, Eleanor y John se habían acomodado en la felicidad de la vida conyugal. No se conserva ninguna de las cartas que Eleanor escribió a su marido, pero las que él enviaba a su querida Eleanor destilan abnegación8. A su primer hijo, nacido en 1850, le sucedieron otros de forma regular hasta sumar un total de siete en diez años. Eleanor ayudaba a su esposo en la parroquia, pero también la mantenían ocupada sus hijos y sus respectivas enfermedades; uno de los bebés estuvo a punto de morir y su hijo mayor, John Franklin, padeció alguna enfermedad grave. Estaba tan preocupada como Jane por la seguridad de sir John, tan alentada por la esperanza y tan abatida por el desaliento, y compartía con su red de amigos hasta la noticia o el rumor más insignificantes, pero reservaba todas sus preocupaciones para la intimidad.
Debido a las exigencias económicas de los Gell y a su desacuerdo con las expediciones de Jane, y debido a que al honesto John Gell le horrorizaba el comportamiento de lady Franklin, su relación con ella nunca fue buena, y en determinadas ocasiones llegó a ser desastrosa. Ambos bandos estaban convencidos de tener razón y cada vez se enrocaban más en sus posturas. Eleanor creía que Sophy empeoraba las cosas: «Creo que [mamá] podría volver a ser influenciada para bien si no estuviera Sophy, que mantiene viva su determinación en lugar de fomentar sentimientos mejores». Sophy era lo que un familiar bautizó como «toda una odiadora». Continuó con su aluvión de críticas: Eleanor era despreciativa e irrespetuosa; se negaba a mandar al bebé de visita; cuando accedía, el bebé lloraba. Y así, con todo el mundo sin excepción. «Eleanor aborrece por completo a mi tía», escribió Sophy a la esposa del obispo de Tasmania. También informaba a las visitas: «Ha venido Louisa. Le he contado todo lo de los Gell». Fanny y su esposo acicateaban a Jane: cuando se enteraron de lo horribles que eran los Gell, «Fanny dio patadas en el suelo presa de la indignación» y su esposo «me suplicó que no me acobardase, sino que llevase la guerra hasta sus últimas consecuencias»9. Aquello no ayudó mucho. Los escritos de Sophy sobre los Gell rezuman veneno; de los de Jane se ha eliminado toda mención de ellos, así que no se puede saber, pero es evidente que consintió el veneno de Sophy. Las cartas de Eleanor, por su parte, no traslucen más que tristeza.
La mayor parte de los familiares de Franklin estaba de parte de Eleanor, aunque le rogaban que intentara reconciliarse con Jane; por complicado que fuese, era su deber al ser la más joven de las dos («no podemos disfrutar de alegría pura en este mundo»). Había otras cartas más reconfortantes. Mary Price aseguró que no se creía todo lo que oía y que no podía juzgar, «pero, por lo que te conozco, no puedo culparte». Se negó a responder a las cartas de Sophy, pasmosamente desagradables. La tía Wright, hermana de John Franklin, se preguntaba si en sus viajes de verano a las Tierras Altas Jane y Sophy planeaban toparse con la reina Victoria como por accidente. No es más que una broma, añadió10.
Eleanor hizo un esfuerzo —Sophy escribió que los Gell afirmaban haber hecho todo lo posible por reconciliarse—, pero Jane y Sophy no le pusieron las cosas fáciles. Poco después de la boda, la disputa por el dinero se enardeció hasta tal punto que John Gell le recordó a Jane que debía responder ante un tribunal superior, y Jane se disgustó tanto que Frank Simpkinson prohibió la entrada a los Gell. John escribió una disculpa, pero se negó a admitir haberse equivocado y, según Sophy, afirmó que el cariño no se podía forzar. Se reconciliaron brevemente cuando los Gell invitaron a cenar a Jane y a Sophy —esta última les había hecho entrar en razón con el asunto del Ártico, según escribió Jane—, pero pronto estallaron nuevos problemas a causa del testamento de sir John11. Desesperada por conseguir dinero para la Búsqueda, Jane hizo que lo abrieran en presencia de su abogado, pero no de los Gell, que se enfadaron. A Jane le enfureció descubrir que Eleanor era la legataria universal y que para ella solo había una suma de dinero. Sintió entonces que los Gell la tenían en su poder. John Gell tomó medidas para evitar que Jane se hiciese con el testamento, explicando que no estaba a salvo en sus manos. Aquello provocó otra explosión, pero se calmó, y cenaron juntos el día de Navidad de 1851. Después las cosas volvieron a empeorar: «¿Se ha puesto lady Franklin en contacto? ¿O está decidida a no tener nada que ver contigo?», le preguntó a Eleanor Marianne Simpkinson. Los Gell presionaron para conseguir más dinero del de la madre de Eleanor y dieron orden al banco de que no permitieran a lady Franklin retirar cheques. Sin embargo, no podían heredar hasta que se demostrase la muerte de John Franklin y Eleanor no quería asumir la muerte de su adorado padre12. Jane continuó gastando todo el dinero que pudo en la Búsqueda, que no estaba obteniendo ningún resultado.
El asunto alcanzó su punto más álgido en octubre de 1853, en una espantosa pelea pública en The Times. Comenzó cuando dos cartas anónimas pusieron el foco en el vínculo «más cercano y más querido» de sir John Franklin: su meritorio yerno —excelente coadjutor— tenía que tener parroquia propia. Los Gell no conocían a los autores (ni siquiera Sophy los acusó de orquestar las cartas).
En respuesta surgió una carta firmada por «Alguien del público». La autora era Sophy, casi con total seguridad: escrita con su estilo ligeramente histérico, la carta hacía gala de los conocimientos, las motivaciones y la malicia que la caracterizaban. «No puede parecerme justo el llamamiento que se nos ha hecho en nombre del señor Gell», comenzaba la carta. «El heroísmo de lady Franklin, a cuyos sacrificios y esfuerzos infatigables sus corresponsales parece indiferentes o ciegos» merecía el respeto de todo el mundo, pero Gell, continuaba la carta, se había opuesto a la Búsqueda. Había amenazado a lady Franklin con procesos legales para forzarla a mostrar y validar el testamento de Franklin, reconocer su muerte y acabar con la Búsqueda. Gell alardeaba de su falta de recursos, pero para financiar la Búsqueda lady Franklin había reducido sus propios ingresos a menos de la mitad de los ingresos que los Gell tenían por insuficientes.
Aquella carta, que «por el estilo mucho me temo que sea fruto de la pluma de Sophy», no podía quedar sin respuesta, escribió Eleanor a una tía suya. Uno de los Beaufort le preguntó por qué lady Franklin se resistía a darle dinero al señor Gell: ¿tendría «celos por rivalizar con otra persona por la solidaridad de la gente? Me temo que esta sea la verdad». John Gell respondió a la carta de The Times y firmó con su propio nombre. Mencionó a seis exploradores del Ártico como testigos de su apoyo a la Búsqueda, pero estos trabajaban para el Almirantazgo. Lady Franklin nunca le había dejado participar en sus planes y él no se encontraban en situación de poder ofrecerle un donativo cuantioso. No era cierto que él, Gell, la hubiera amenazado con procesos legales, pero sí había mostrado un «profundo descontento» cuando lady Franklin abrió el testamento de sir John. «Sentí que lo estaba tratando como si estuviese muerto antes de que le hubiese llegado la hora y, además, en contra de los deseos expresos de su hija». La comparación de los ingresos era igualmente falsa, aseguró Gell, pero sabía y le alegraba saber que su «falta de recursos»
no se le había antojado vergonzosa a sir John Franklin cuando le pedí en matrimonio la mano de su única hija. Mi esposa y mis hijos son su hija y sus nietos, y confío en que la esposa de sir John comprenda algún día que también son suyos, cuando haya remitido la fiebre de la excitación y vea que nuestras recomendaciones y nuestros consejos podrían haberle resultado más valiosos que las alocadas maquinaciones de oportunistas menesterosas —y, en ocasiones, carentes de principios— que han sacado provecho de sus pasiones y de sus sentimientos13.
Ese «Alguien del público» no pudo quedarse callada. La carta de Gell era falsa. Había intentado conseguir dinero de lady Franklin y amenazaba con denunciarla ante la Cancillería. Los capitanes de lady Franklin eran todos de lo más recto. Jane Franklin envió a The Times una declaración de su abogado, pero no se la publicaron14.
Aquellas cartas inflamaron la pelea. Ambos bandos insistieron a familiares y amigos para que tomaran partido, y avergonzaron sumamente a la mayoría de ellos. Jane Franklin y Sophy Cracroft declararon ostentar la autoridad moral y acusaron a John Gell de difamar a lady Franklin al afirmar que había abierto el testamento; estaba equivocado y debía disculparse. Ninguna de las dos admitiría nunca que Gell tenía razón (sí que había abierto el testamento), que los ataques anónimos eran injustos o que Sophy tenía algo que ver con ellos. Otros discrepaban; uno de ellos dijo a Eleanor que «llegará la hora en que [Jane Franklin] se arrepienta de todo el mal que ha inflingido, si es que no ha perdido del todo la conciencia. El querido señor Gell y usted han hecho todo lo posible por alentar los buenos sentimientos». La mayoría de los familiares —y otras personas, como John Richardson— estaban de parte de los Gell, sobre todo en lo concerniente a los «maliciosos» ataques anónimos y a la «desagradable agitación» que suscitaban15.
El Almirantazgo anunció que en marzo de 1854 los miembros de la expedición de Franklin serían borrados de la lista del servicio activo, es decir, que se los daría oficialmente por muertos. Aquella noticia fue un duro golpe para Jane Franklin: si su esposo estaba muerto, ¿quién la ayudaría a seguir buscándolo? «Temo por la cabeza de la pobre Jane», escribió una de sus cuñadas. Eleanor pidió a la gente que hiciera luto por sir John, pero Jane, según escribió Eleanor, «cambió el riguroso luto que vestía desde hacía años por vivos tonos de verde y rosa». No firmaron una tregua hasta 1854, después de recibir las desastrosas noticias de Rae de que todos los miembros de la expedición habían muerto. Eleanor invitó a su madrastra a visitarlos: «Si no puede usted perdonarnos con la sinceridad con la que la hemos perdonado nosotros, nos sentiremos terriblemente decepcionados». Jane respondió que solo John Gell podía retirar la barrera que los separaba. «Me ha causado un profundo dolor», así que los visitaría si se retractaba públicamente. «No hay duda de que sería para mí el mayor consuelo si, mientras mi corazón se desangra por el desvanecimiento de mis sinceras esperanzas, pudiese llenar el vacío del abnegado esposo que he perdido con los hijos que me ha legado […]. Por supuesto que no pretendo con ello imponer ningún tipo de condición […]». Aquella carta pone en evidencia sus maravillosas dotes de manipulación, pero John Gell no pensaba retractarse en público de algo que tenía por cierto. Los Gell se presentaron en casa de Jane, pero no se los recibió: una disculpa en privado no era suficiente. Sin embargo, Jane terminó aceptando una retractación privada por escrito (que más tarde Gell retiraría) y se reanudaron las visitas16.
Siguió habiendo disputas por el testamento, que ya había sido validado. ¿Qué quería decir legataria universal? Eleanor afirmaba que lo incluía todo, salvo el dinero de Jane. Lady Franklin, por su parte, aseguró que solo hacía referencia al dinero, pero no a los retratos, diarios y manuscritos de sir John. Ambas estaban recopilando material para escribir una biografía de Franklin, así que las dos querían ser las guardianas de la llama. Jane se encontró en una situación precaria. Un abogado le dijo que ella «debería tener todo tipo de pruebas, pues ellos no tenían que hacer otra cosa más que quedarse callados», pero Jane los derrotó, por supuesto, valiéndose de armas como su posición de persona de mayor edad, el sentimentalismo, una oferta económica y familiares aleccionados para presionar a Eleanor, que cedió a condición de que Jane legara todo a los Gell (cosa que no hizo). Firmaron un acuerdo en 1855, una paz precaria, pero que aguantó más o menos17.
Mientras tanto, había unos problemas terribles en Bedford Place, la casa del viejo señor Griffin (el padre de Jane) y de la familia Simpkinson, compuesta por Mary, Frank y tres de sus cinco hijos: Frank hijo (oficial naval a media paga), Marianne y Emma, todos en la veintena. El hijo mayor, John, que era clérigo, vivía en otro sitio, y Louisa estaba a punto de casarse. Los Simpkinson consideraban Bedford Place su hogar, pero lo mismo le pasaba a Jane Franklin. Y la casa no era grande.
A los jóvenes Simpkinson no les caía bien su tía. «A pesar del fervor, la habilidad y la ingenuidad de la tía Franklin, el sentido común terminará imponiéndose», escribió John sobre algún asunto. A las hijas les molestaba el control que la tía Franklin ejercía sobre su madre: «Mamá ha estado siempre tan sometida a su hermana, con tanto miedo a ofenderla»; «Siento pavor al pensar en que la tía Franklin pueda pasar este invierno con nosotros, pero me temo que así será, porque mamá dice que haría lo que fuese, es decir, que no le importa si para cumplir todos los deseos de la tía Franklin —y cito textualmente— tengo que dormir en el suelo». Hablaban de su tía con escepticismo: «¡Lady Franklin tiene que estar encantada con todo este ruido y desfile!»; «Sophy y ella se están poniendo completamente en evidencia»18.
Las visitas de la tía Franklin habían resultado soportables cuando era Eleanor quien la acompañaba, pero los Simpkinson consideraban a Sophy Cracroft una usurpadora. Cuando Jane y Sophy volvieron a Londres en 1849, las hijas Simpkinson no las querían en Bedford Place, donde Sophy era una molestia (sin duda, la obsesión de las dos mujeres con la Búsqueda debía de ser agotadora). Jane y Sophy se trasladaron a una pensión, pero pronto volvieron a instalarse en la casa19. En 1850 Mary cayó gravemente enferma. Su esposo también enfermó y murió al año siguiente. Frank hijo, el nieto favorito del señor Griffin, asumió el mando, y la tía Franklin no era santo de su devoción: le dijo que no había sitio en la casa para ella, le cobró la comida y se opuso a que recibiera tantas visitas. Cuando Jane volvió de una visita, «Ni un solo miembro de la familia ha hecho el más mínimo caso a mi saludo». Poco después de que mandase abrir el testamento de Franklin, Frank se lo contó a los Gell, cuya reacción le espantó. Regresó a casa y se puso a insultar a su tía, llamándola deshonrosa, y cuando Jane le pidió a Sophy que ejerciese de testigo, Frank dijo que Sophy era una completa extraña y que no guardaba ninguna relación con él. Sophy y Marianne se enzarzaron en una violenta pelea, Jane se negó a cenar con los demás y los Gell intentaron poner fin a la disputa, que terminó calmándose durante un tiempo20.
En mayo de 1852 murió el señor Griffin a la avanzada edad de noventa y cuatro años. La lectura del testamento fue dramática. En un codicilo añadido el año anterior, desheredaba a Jane a favor de Frank: «Frank se queda con todo», le contó Sophy a Mary Price. Jane se quedó desolada. Afirmó que se había casado sin un acuerdo como era debido y que confiaba en la promesa de su padre. El señor Griffin le había asegurado que le dejaría su dinero en herencia, pero la familia lo había convencido de que ella, Jane, se estaba arruinando con expediciones infructuosas y de que malgastaría de la misma forma cualquier otro dinero que consiguiese. Como los Simpkinson estaban al mando, Jane y Sophy se trasladaron a una pensión. En 1853 encontraron una escritura que le proporcionó a Jane algún dinero de las propiedades de su padre. Más adelante, se reconciliaría con los Simpkinson21.
Mary murió en 1854 a los sesenta y un años y, con ella, la última de los tres principales apoyos de Jane: su padre, su esposo y su hermana menor. Por suerte, Sophy estaba demostrando ser buena sustituta.
Hubo más desavenencias. Las hermanas de John Franklin estaban dolidas por que no se les hubiera permitido jugar ningún papel en el duelo por su hermano, pero como estaban en la campiña profunda no importaban. La relación de Jane con su hermana Fanny tuvo sus más y sus menos. Emma Simpkinson recogió que Ashurst Majendie, el marido de Fanny, estaba en buenos términos «de nuevo» con Jane, y que Jane «se había reconciliado con su hermana con la condición de que no volviesen a hablar jamás de asuntos familiares», «pero me temo que sobre los asuntos familiares se a va a discutir tanto como siempre», escribió Marianne al enterarse de aquello. En cierta ocasión Jane, Sophy y Fanny se fueron a ver una panorámica y, para el enorme enfado de Sophy, esta oyó cómo llamaban a Fanny por su nombre; Fanny, llamando la atención «como siempre». En 1855 hubo una terrible pelea con John Simpkinson a cuenta de un testamento, seguramente el de Mary. Jane y Sophy escribieron sobre él con tanta mordacidad como habían escrito sobre los Gell, y Ashurst Majendie, con su estilo provocador, dijo que John (que era clérigo) necesitaba que lo exorcizaran. Sin embargo, las aguas se habían calmado para finales de la década de 185022.
Hasta 1849 y después de 1859, las relaciones familiares de Jane Franklin fueron armoniosas. Esta concordia solo se rompió en la década de 1850, la época de la Búsqueda. Es evidente que la angustia por el paradero de la expedición fue una de las principales causas —Jane estaba en un estado emocional alterado, al igual que muchas otras personas—, pero, teniendo en cuenta que se peleó con casi todo el mundo y que repelió los esfuerzos de aquellos que intentaban reconciliarse, quizá no ansiara la paz de verdad. Se benefició de esa falta de armonía para proseguir con la Búsqueda, su objetivo primordial aquellos años.
Jane Franklin se aburría con la rutina y disfrutaba con la indignación, que era casi una necesidad para ella. Eso es algo que, sin duda, sacaba de aquellas peleas. ¿Le proporcionaban la energía que necesitaba para promover la Búsqueda? Otro beneficio era que Jane y Sophy podían venderse como víctimas de sus maliciosos, taimados y codiciosos familiares para que los simpatizantes se compadecieran de ellas y abriesen más las carteras. No se esforzaron por mantener aquellas peleas en secreto, sino que incluso les dieron difusión.
Quizás el principal beneficio era que, al pelearse con sus parientes —que también eran parientes de sir John—, Jane Franklin tenía una excusa para mantenerlos a raya y apartarlos de todo lo que tuviera que ver con la Búsqueda, cuyas heroínas eran Sophy y ella. No se menciona que nadie más guardara luto por sir John, mucho menos por los otros ciento veintiocho hombres desaparecidos. Todo giraba en torno a Jane y a su satélite, Sophy. Su contrincante principal habría sido Eleanor, la hija de sir John, y fue precisamente con ella con quien Jane mantuvo la disputa más prolongada.
Por lo tanto, las peleas familiares ayudaron a Jane a proseguir la Búsqueda según sus propias normas. Seguro que no provocaba las peleas con aquel objetivo en mente y seguro que todo ocurría de manera fortuita, pero lo cierto es que terminaba sacando provecho de ellas. Los Gell, los Simpkinson y los Franklin, que carecían de las experiencias de la Tierra de Van Diemen que habían endurecido y fortalecido a Jane —así como de sus habilidades políticas—, no tenían ninguna posibilidad de salir victoriosos de un enfrentamiento con ella.