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LA VIDA
DE TRES MUJERES
Para poner en contexto la vida de Jane Franklin, en este capítulo se describen las experiencias de las otras tres mujeres de su familia que acompañaron al matrimonio Franklin a la Tierra de Van Diemen: Mary Franklin, Sophy Cracroft y Eleanor Franklin. John Franklin era el tutor legal de su sobrina Mary, huérfana, que se unió a la familia en 1836, cuando tenía veintidós años. «Formamos un grupo de lo más alegre, y no hay nadie más alegre que Mary Franklin, que es la favorita de todos», escribió John. Jane, por su parte, eligió a Mary para que la acompañara en un viaje a la costa este1.
La bonita y popular Mary pronto se prometió en matrimonio. John Price, nacido en 1809, era un apuesto y arrogante aventurero inglés con monóculo. Era el tercer hijo de un excéntrico y empobrecido baronet de Cornualles y había decidido buscar fortuna en la Tierra de Van Diemen. Llegó en 1836 a los veintiséis años, compró tierras en el remoto distrito del Huon y empezó a cultivarlas. Pronto surgió una oportunidad mejor: aquel aristocrático joven fue invitado a la Casa de Gobierno y para diciembre de 1837 se había prometido con Mary. «Nos gusta a todos», escribió sir John; no tenía fortuna, pero sus credenciales eran su juventud, perseverancia y recta conducta2. Ni John ni Jane fueron lo suficientemente perspicaces como para verle un lado oscuro.
Como se ha detallado en el capítulo 8, Price vendió sus tierras del Huon a Jane Franklin y arrendó una granja al otro lado de Hobart, cruzando el Derwent, un lugar «dulcemente hermoso» con una casita de cuatro habitaciones donde «Mary y él no vivirán con mucho estilo», escribió Eleanor. La boda se celebró en junio de 1838 y John Price parecía «tan contento y enamorado como cabría desear», según Jane3. En 1839 sacó provecho de haberse casado con la sobrina del gobernador al convertirse en ayudante de magistrado de policía. Su superior lo tenía en gran estima, pero no así Jane Franklin. «Temí mucho por ellos poco después de su boda», escribió:
Discutían constantemente y Sophy me ha asegurado que Mary le confesó estar totalmente insatisfecha con su situación matrimonial. Por lo menos, el delicado estado actual de Mary [un embarazo] ha inducido en estos procedimientos desagradables una tregua que esperemos que dure. El señor Price es una mezcla de caballerosidad y mala educación. Hay en él mucho de esas odiosas bromas ordinarias sobre supremacía y obediencia conyugal que tan a menudo la enferman a una en la vida doméstica. También hace observaciones personales o emite juicios sobre los hábitos de una (por ejemplo, tiene la impertinencia de decirle a su esposa que remolonea por las mañanas más que cualquier persona de la colonia salvo una, refiriéndose a mí, cosa que yo finjo ni oír ni entender, para ahorrarme la necesidad de expresar la opinión que me merece su descortesía, que como difiere tanto de lo que me encuentro en cualquier otra persona no sé bien cómo sobrellevar. Con todo, respeta escrupulosamente ciertos protocolos de conducta (como abrirte la puerta o mostrarse servicial)4.
El primer hijo de Mary nació en octubre de 1839. «El niño ha nacido a las doce. Su padre, histérico», escribió Jane secamente. La versión de Eleanor es que Mary «dio a luz a un niño después de sufrir una terrible agonía durante veinticuatro horas». No se describen las relaciones posteriores de Mary con su esposo, pero al menos la maternidad le hizo feliz. «El señorito Fredy Price es un pequeño adorable», escribió Eleanor. «No es un niño muy guapo, pero sí muy bueno, y todos lo queremos. A Mary se le cae la baba con él». Tuvo más hijos varones en 1841 y 1842; en total tuvo ocho hijos, dos de los cuales murieron a una edad temprana. Price construyó una hermosa casa de campo y la familia vivió con cierto estilo5.
Pese a sus temores, Jane Franklin sabía apreciar las virtudes de John Price: apoyaba a sir John, era un magistrado y agricultor excelente y suministraba consejo financiero y cotilleos, pero era insufrible: «No he sido ni por asomo tan tonta como imaginaba el señor Price», tuvo que decirle Jane a Sophy. Otros lo detestaban por su crueldad y su arrogancia; su biógrafo lo describe como brutalmente autoritario, quizás un psicópata. Los presidiarios lo odiaban y en la regata de Hobart de 1841 una turba lo apresó y lo golpeó. No debió de ser un marido fácil y lo más probable es que Mary estuviese atrapada en una relación abusiva. Cuando en 1843 los Franklin se marcharon de la Tierra de Van Diemen, Mary se quedó consternada, escribió Jane, «y su emoción era casi violenta»6. No es de extrañar: ya no tenía quien la protegiera y, con escasos recursos económicos y una familia cada vez mayor, no tendría más opción que quedarse con su marido.
En 1846 John Price fue nombrado comandante en la isla Norfolk, donde su nombre se convirtió en sinónimo de crueldad e inspiró el brutal Maurice Frere de For the term of his natural life. Otro oficial lo describió como un hombre bueno al que le encantaba idear juegos para sus hijos (¿su cara pública?). Muchas de las cartas que Mary enviaba a su familia en Inglaterra pintaban la vida familiar con colores armoniosos. No obstante, un presidiario que lo llamaba «el demonio» escribió: «Los prisioneros, los guardas y sus propios hijos opinaban y hablaban de él de forma similar, y por los criados nos enteramos de que quien más lo temía era su mujer. Gobernaba su casa con la misma severidad con la que regía los barracones». En His natural life, la señora Frere tiene un idilio con un clérigo, pero no se sabe hasta qué punto esta ficción se nutrió de la realidad.
La salud de John Price era delicada y en 1853 la familia regresó a Hobart. Fue nombrado inspector general de los asentamientos penales de Victoria. Los Price vivieron en Pentridge Gaol, en Melbourne, donde Mary se hizo conocida por las muestras de bondad que dispensaba a los prisioneros enfermos. No era el caso de su marido. Ciertos artículos periodísticos criticaron con mordacidad el tiránico mandato de Price, se inició una pesquisa y, cuando el 26 de marzo de 1857 un comité de investigación estaba oyendo las pruebas —algunas de ellas, terribles—, un grupo de presidiarios se abalanzó sobre Price y lo atacó con puños, piedras y palas. Murió a causa de las heridas que le infligieron.
La viuda y sus seis hijos inspiraron una compasión generalizada y, cosa extraordinaria, ciento cuatro prisioneros de Pentridge enviaron a Mary una carta de pésame. No tenía mucho dinero, pero el gobierno de Victoria le dio una indemnización. A sus hijos les fue más o menos bien: Frederick estudió en la Universidad de Melbourne y prosperó en el servicio civil de la India; Thomas sirvió con honores en el ejército británico, pero James, siguiendo los pasos de su padre, murió de forma violenta cuando estaba a cargo de un bote tripulado por buscadores de perlas aborígenes. Las hijas se casaron. Algunos de los hijos y de los nietos, lo mismo que el clérigo de la isla Norfolk, vivieron en Melbourne cerca de Mary, que murió a los ochenta años de edad7.
Sophy Cracroft, la sobrina de John Franklin, estaba en la veintena cuando vivió en la Tierra de Van Diemen. Al principio la vida allí le resultó difícil: tuvo que cambiar la pobreza refinada de sus orígenes por la Casa de Gobierno y ocupar el segundo puesto en el ranking de popularidad que encabezaba su prima Mary. Pero Mary se casó y Sophy aprendió a apañárselas, hasta perder «aquella apariencia de afectación que sin duda alguna poseía», escribió su tío. «Sus modales han mejorado enormemente y ahora es una joven afable de verdad»8.
La inteligente y colaboradora Sophy se volvió indispensable para su tía Franklin como secretaria, dama de compañía y colega. Escribía cartas y copiaba documentos, enviaba mensajes, le contaba chismorreos, recibía a las visitas y ejercía de anfitriona cuando Jane no estaba o estaba enferma. Fue su compañera y su confidente —charlaban de la implicación de las cartas o de su reacción a los acontecimientos políticos—, pero Jane seguía siendo la dominante; Sophy, secundaria, sabía que su papel era el de pariente pobre. Un gesto de la cabeza bastaba para que se marchase de la habitación, de modo que Jane pudiera hablar a solas con algún visitante; cuando viajaban, siempre se sentaba en el sentido contrario de la marcha, y dormía en el sofá o incluso en el suelo mientras que lady Franklin gozaba de la comodidad de la cama. «He dormido por primera vez en la misma cama que Sophy porque no había un segundo colchón, ni arpillera de cuja, ni sofá», escribió Jane, dejando claro cuáles eran las alternativas habituales de Sophy9.
Sophy sentía más interés que su tía en ocupaciones femeninas tradicionales, como el bordado, el arte y la música. Sabía escuchar y era comprensiva. «Lo he dejado con la paciente y comprensiva Sophy», escribió Jane sobre un visitante; «La querida y dulce señorita Cracroft me ha tranquilizado y me ha comprendido», escribió Kezia Hayter. La esposa del obispo opinaba que era «una persona muy agradable que parece ser la mano derecha de su tía y de su tío en todos los asuntos domésticos»; así que Sophy también ayudaba a dirigir la casa10.
No gozaba de buena salud. «Ya sabes que siempre está muy enferma», escribió Eleanor; «La pobre señorita Cracroft parece estar terriblemente enferma», observó Kezia. «Ayer Sophy pilló un resfriado horrible», recoge el diario de Eleanor en 1841, y cinco días más tarde: «Sophy sigue muy enferma. Vomita cada media hora y ayer mucho más a menudo. El doctor Bedford dice que es un afección de la columna». Meses después, «Es el cumpleaños de la querida Sophy. Ojalá su salud le permitiera disfrutarlo». Pero, al igual que Jane Franklin, Sophy superó el penoso viaje por tierra a Sídney sin problemas reseñables11.
Los escritos de Sophy reflejan un carácter complejo, y su diario del viaje de vuelta a Inglaterra retrata un manojo de nervios ansioso, emocional y egocéntrico. Bien podía haber sido una mártir, pues insistía en copiar documentos para su tía hasta el punto de poner en riesgo su salud. Las entradas de su diario solían decir cosas como: «cuando estoy desocupada, me inquieto y me asaltan las preocupaciones», «me siento muy ansiosa, agitada y deprimida y, quizá como consecuencia, terriblemente indispuesta y nerviosa»; «tengo una jaqueca casi constante, fiebre, languidez, tic doloreux». Una noche Sophy acusó al señor Weston, otro pasajero, de oponerse a los obispos, y se puso totalmente histérica. «El señor Weston se quedó un poco sorprendido, porque yo me estaba calentando […]. Mi exacerbado temperamento fue motivo de gran alborozo». Más tarde Sophy señaló que si ella hubiese sido la reina se habría divertido atormentando a sus ministros. «El señor Weston dijo que “no tenía duda alguna de ello”»12.
Una fotografía de Sophy cuando tenía cuarenta y seis años muestra a una mujer atractiva. Seguro que era así como la veían los hombres; en la Tierra de Van Diemen estuvo ligada sentimentalmente (o deseó estarlo) por lo menos a siete hombres, y a Jane Franklin le parecía triste «lo mucho que le gusta coquetear» (dijo la sartén al mango). Primero, Sophy se enamoró de Henry Elliot, hijo de conde, pero en 1839 su madre ordenó al joven que volviera a casa. Sophy, una Franklin cuya familia que no tenía dinero y apenas llegaba a noble, no era una esposa adecuada para un aristócrata. Sophy y Jane se disgustaron mucho y según Henry, él también, pero tuvo que irse a casa.
En otros casos, Sophy no correspondía a la pasión de los hombres. El comandante Ainsworth, oficial del ejército, le pidió en matrimonio después de suplicarle a Jane que le consiguiera una entrevista con Sophy. «Lo logré, y el resultado fue una promesa de sentimientos amistosos por parte de Sophy y de resignación por parte de él». «La debilidad del pobre comandante Ainsworth raya en la estupidez», escribió sobre su amor hacia Sophy13.
El capitán Francis Crozier, segundo de a bordo de la expedición del Erebus y el Terror, también se enamoró de Sophy. Casi veinte años mayor que ella, era de un entorno similar al suyo y tenía poco dinero; Sophy lo describió como «un radical repelente con graves problemas de ortografía». No tenía ninguna posibilidad. Sophy afirmó que nunca se casaría con alguien de la marina: ¿acaso no se había quejado Jane de las interminables ausencias de su marido? Pero aquella determinación no evitó que Sophy flirteara llena de entusiasmo con otros oficiales de la marina, como el capitán Owen Stanley, que se enamoró desesperadamente de ella. Se le declaró, pero Sophy respondió con evasivas. Con aire sombrío, Stanley acompañó a sir John en un viaje a la península de Tasman, animado solo por el hecho de que Ainsworth y el conde Strzelecki, otro pretendiente, formaban parte del grupo y no podían ganarle la partida de mano14.
John Gell intimó lo suficiente con Sophy como para que la gente se creyera el rumor de que estaban casados. En 1842 Jane Franklin le puso a su hermana Mary al corriente de la complicada situación: a Sophy le gustaba John Gell y estaba intentando refrenar el interés que él profesaba por Eleanor. Crozier estaba embelesado por Sophy y se habría delatado de no haberse dado cuenta de la evidente preferencia de la joven por James Ross. Jane pensaba que Sophy seguía encariñada con Henry Elliot, pero se mostró agradable con Strzelecki y después flirteó con Ross, aunque este último acababa de sellar con un compromiso un intenso romance, y su prometida lo esperaba en Inglaterra. Jane se mostraba indulgente. «No creo que Sophy se tomase las molestias de mostrarse cautivadora a menos que estuviera dispuesta a casarse con el individuo en cuestión»15.
Incluso la prensa hostil menciona el carácter coqueto de Sophy: los rumores de que el doctor Milligan, protegido de Jane Franklin, iba a casarse con un miembro de la familia Franklin no podían hacer referencia más que a Sophy. Pero, como escribió la propia interesada, ella no quería casarse con los hombres que se le declaraban, y cuando se marchó de la Tierra de Van Diemen seguía soltera16. Nunca se casó, y terminaría convirtiéndose en la más abnegada compañera de Jane Franklin.
«Una criatura pequeña y cuadrada» que se parecía ridículamente a su padre y poseía su mismo temperamento dulce fue como Sophy describió a su prima Eleanor. Eleanor vivió en la Tierra de Van Diemen desde que tenía doce años hasta que tenía diecinueve, y se alojaba en la zona del aula con su institutriz, la señorita Williamson, que no parece que fuera una persona fácil. En 1839 Jane Franklin observó que Eleanor «se lleva mejor ahora con la señorita Williamson», así que habían tenido problemas, y Sophy describe a «la señora» como malhumorada y quejumbrosa: «De verdad que nunca he visto una compañera más desagradable que ella». Eleanor tenía que aguantarla, pero, guiada por la caridad cristiana, nunca se quejaba de la gente en sus cartas. Le encantaba bailar y le gustaba la botánica, coleccionar insectos, plantas y semillas que enviaba a sus parientes de Inglaterra. A diferencia de su madrastra, escribía poéticas cartas sobre la belleza de la Tierra de Van Diemen: sus hermosas flores, sus magníficos árboles, los tintes lila y amarillo con que el atardecer coloreaba el monte Wellington…17
«Eleanor está de un humor excelente, pero es que ella no puede evitar estar contenta», escribió Sophy. Era una joven alegre y buena, y parecía feliz. Adoraba a su padre y el sentimiento era mutuo: sir John la describía como cariñosa, vivaracha y afable, «un gran consuelo para mí». Quizá le recordase a la madre de Eleanor, que también era alegre, cariñosa y vivaracha, pero nadie, en los cientos de páginas que se conservan, menciona nunca a Eleanor madre. Aun así, con el fin de educarla como Dios mandaba sir John podía ser estricto. En 1837 reprendió a Eleanor (en una carta igualmente impresentable) por escribirle una carta tan sucia y emborronada que no se podía mandar; peor aún, Eleanor había terminado la nueva con un simple «Afectuosamente». Tenía que haber añadido una expresión de obediencia, como «Tu afectuosa y solícita hija». «Espero que no carezcas de sentido del deber, pero el hecho de que no lo expreses en tus cartas forma parte del mismo sistema de prisas y desconsideración que se manifiesta en tu mala escritura y tus abundantes tachones». Conque sir John tenía su lado severo; aun así, Eleanor lo quería18.
Eleanor no solía ver mucho a su madrastra, a excepción seguramente de la comida familiar diaria, y Jane rara vez la mencionaba en sus diarios o cartas. No obstante, su relación parece bastante cordial. Las cartas de Jane a Eleanor que se conservan suenan cariñosas y Eleanor, educada en el deber de querer y obedecer a sus padres, no se rebeló. Jane llevó a la joven en sus viajes por Australia Meridional, Recherche Bay y otros sitios cercanos, y a medida que Eleanor crecía a veces ejercía de acompañante y secretaria de su madrastra, para quien copiaba documentos, enviaba mensajes y atendía a la gente cuando Jane estaba enferma, aunque en menor grado que Sophy. Pero pese a la fachada de amabilidad, Jane nunca pareció profesar por Eleanor verdadero cariño, y el hijo de Eleanor escribió que, aunque Jane «dispensó [a Eleanor] grandes muestras de amabilidad de una forma distante e intermitente, por el bien de su padre, jamás desarrollaron un vínculo materno-filial»19.
Jane no permitió a Eleanor las actividades sociales de las que ella había disfrutado en su juventud. Cuando Eleanor cumplió quince años, a modo de concesión Jane le permitió que hiciera visitas solo con la señorita Williamson de carabina, y escribió: «Siempre será para mí la mayor satisfacción permitirte tanta libertad como puedas soportar», siempre y cuando la usara con modestia, contención y mansedumbre. Y así lo hizo. Al parecer ni siquiera se quejaba cuando con dieciocho años no le permitían cenar con los adultos o asistir a bailes20.
A pesar de aquellas restricciones, de sus diarios y cartas se desprende que Eleanor era feliz. Adoraba a Mary y a sus niños, y también a mascotas como un martín pescador, un canario y un ualabí. Sophy y ella, las dos mujeres jóvenes y solteras, intimaron de forma especial; Sophy escribió que eran mejores amigas. Con su séquito de pretendientes y una posición asegurada como mano derecha de su tía, Sophy no tenía ninguna necesidad de estar celosa de la pequeña Eleanor, poco atractiva y todavía en edad escolar. Eleanor era intrépida; escaló el monte Wellington y cuando en el viaje de vuelta a Inglaterra el capitán sugirió que las damas subieran al mástil, Eleanor no desaprovechó la oportunidad. Como su padre, era profundamente religiosa y tenía una relación muy íntima y personal con Dios. Su devoción no interfería con su capacidad para la diversión: disfrutaba con los chistes o intentando hacer reír a Sophy con sus propias risitas cuando la otra joven estaba intentando poner freno a un hombre atrevido21.
A diferencia de Sophy y de Jane, Eleanor no coqueteaba. Se enamoró una vez y fue para toda la vida. John Gell llegó cuando Eleanor tenía dieciséis años: «muy agradable, alegre e inteligente», le confió a su prima. Dos años más tarde, Jane se dio cuenta de que Eleanor lo saludaba «con miradas de lo más radiantes, impropias de ella», aunque la celosa de Sophy los vigilaba con ojos de lince. Jane quería que Eleanor se casara con un sobrino Simpkinson, pero «soy plenamente consciente de que Eleanor no cuenta con grandes atractivos ni logros personales más allá de los encantos de la juventud y la vivacidad de su expresión». Y quizá John Gell fuese buen marido para ella, pues «no se muestra quisquilloso en asuntos sin importancia» y habría pasado por alto los defectos de Eleanor (una referencia, seguramente, al desorden que la caracterizaba)22. La jovialidad, el buen talante y la naturaleza cariñosa de Eleanor eran tan diferentes del carácter de Jane que esta última no concedía mérito alguno a aquellas virtudes.
Eleanor Franklin y John Gell compartían ciertos intereses —sobre todo, la iglesia, aunque él le mandó un volumen de conferencias sobre historia, dando por hecho que le entusiasmaría— y la pareja se prometió a finales de 1843, cuando Eleanor tenía diecinueve años. Tuvo que separarse de él casi inmediatamente para volver a Inglaterra, y Jane pensaba que las posibilidades de que se reunieran eran remotas23. Eleanor tuvo que esperar seis años, pero terminó casándose con su John, como se describe en los siguientes capítulos.
Las novelas victorianas no siempre representaban fielmente la realidad. El matrimonio no reportaba a todas las mujeres felicidad y seguridad, cuyo indicativo más fiable era el dinero. Tampoco la belleza daba siempre la felicidad, puesto que Mary Price, la más admirada de aquellas mujeres, tuvo la vida más difícil de todas, mientras que Eleanor, probablemente la menos atractiva, disfrutó de un matrimonio feliz. Sin embargo, todas las mujeres podían tener que hacer frente a dificultades, como encontrar marido, amoldarse a él, complicaciones derivadas de los partos y la tristeza de perder a un hijo, apuros económicos, violencia doméstica, familiares problemáticos, falta de control sobre su futuro, lidiar con las restricciones que la sociedad imponía a las mujeres… Sin olvidar la salud: tres de aquellas mujeres vivieron hasta una edad avanzada, pero los problemas de salud fueron permanentes para Jane y Sophy.
Si las mujeres desobedecían las normas morales de la sociedad, podían recibir un duro castigo. En 1840 Alexander Maconochie, reformador entusiasta del sistema penal, fue nombrado comandante de la colonia penal de la isla Norfolk, donde su hija Mary Ann Maconochie, de diecinueve años, fue descubierta teniendo una aventura con un tutor presidiario. A él lo metieron en la cárcel; a ella la encerraron en su habitación y más tarde la enviaron a Sídney, donde estuvo casi recluida en casa de los Gipps hasta que pudieron mandarla a Inglaterra a ella sola, a vivir en desgracia con la repudiada hermana ilegítima de su padre. Se había destrozado la vida. (A Jane Franklin no le sorprendió: eso era lo que pasaba si se consentía a los presidiarios tanto como a los niños)24. Sin embargo, las otras mujeres retratadas en este capítulo sortearon semejantes escollos.
Comparada con las otras tres, Jane Franklin ejerció un control mucho mayor sobre su vida. El dinero fue de gran ayuda, pero también su carácter, su decisión, su elección de un marido de clase alta y trato fácil. Jane fue la que mejor supo jugar las cartas que le había repartido la vida.