Por una ética del consumo
Es probable que la sinopsis mejor de este libro sea su subtítulo: «La ciudadanía del consumidor en un mundo global». Y es que el consumo no es sólo un medio de supervivencia o un fenómeno económico. Es una forma de relación entre personas, que intercambian regalos, van juntas al cine o a un concierto. Es una manera de comunicar que se ha triunfado en la vida y por eso se conduce un Mercedes, o se lleva ropa de alta costura; o de mostrar a los vecinos que se es igual a ellos, porque también se va de viaje al Caribe. Es un medio de sentirse “uno mismo” gracias a la ropa, la casa, los muebles elegidos, haciendo caso a través de ellos al consejo de Píndaro: “llegar a ser el que eres”. Y es también una forma de sentirse mal al percibir que la mayor parte de la humanidad no puede elegir nada de eso. No puede ni siquiera elegir los bienes de consumo para sobrevivir, porque ni los tiene a mano ni puede producirlos. Sociología, economía, psicología, antropología y mercadotecnia se han adentrado en el mundo del consumo desde hace años y, sin embargo, la ética apenas se ha ocupado de un fenómeno que está causando injusticia en el nivel global, insatisfacción en las supuestas sociedades satisfechas y expolio en la Naturaleza. Cuando, bien enfocado, puede convertirse en una excelente oportunidad de humanización. En esa línea camina este libro: en la de intentar orientar éticamente el consumo, proponiendo sugerencias para un consumo justo, libre, solidario y felicitante. Si es preciso pensar otra globalización, cambiar las formas de consumo es una de las primeras asignaturas pendientes. Y no una optativa, sino una troncal en la carrera de hacer un mundo a la altura del profundo valor de las personas.