Argos el ciego
El narrador, asediado por el invierno en un hotel de Roma, evoca, para curarse de sus accesos de angustia, antiguas aventuras en el corazón del Sur, en tiempos de su juventud. Un soberbio diario-novela que puede leerse como balada de las damas de antaño o como de un viaje que vanamente se obstina a promover en leyenda su pobre «vita nuova».Argos el ciego, de 1984, es uno de lo grandes libros de la memoria de este fin de siglo. Instalado en un hotel de Roma, el narrador, que se llama también Gesualdo, evoca un verano feliz, de 30 años atrás, en Módica, al sur de Sicilia. Tiene «los nervios deshechos», ha cumplido ya los 60 años, «razonable edad para morir, no tanto para escribir», y quiere hacer un «libro feliz» sobre el tiempo de la dicha. Con los cien ojos de la memoria, este Argos contemporáneo, ciego ya por la decrepitud, deja fluir los recuerdos, la evocación de la edad, su edad, del amor. El incendio de la vida asoma sus llamaradas en el teatro de ceniza del hotel romano. Entonces, Módica, el pueblo rememorado, «era un teatro», anota Argos-Bufalino, «un escenario de piedras rosa, una fiesta de prodigios. Y cómo olía a jazmín al hacerse de noche». Vuelven a la memoria las soñadas muchachas en flor; la transitan también los galanes quemados por el deseo. Pues este libro habla de la felicidad, de la gloria de los cuerpos llameantes.