Secreto en un cadáver
La noche, inmensa, cálida, silenciosa, excitaba los sentidos. Arriba, el cielo, cuajado de estrellas, sin una sola nube; abajo, la masa negra y ondulante de las aguas. Ambos iban acercándose en la distancia y, finalmente, se unían en el confuso y oscuro horizonte. Eran millas y millas de monotonía y soledad, dejadas atrás lentamente por el «Cincinatti», cuya proa partía sin piedad la uniforme masa líquida, haciéndola resbalar por sus costados, convertida en espuma.El murmullo sordo e ininterrumpido de su avance subía por la banda de estribor hasta donde el hombre se encontraba, apoyados los codos sobre el borde de la primera cubierta. Durante unos instantes pareció escuchar el rumor. Luego debió convencerse de que no se trataba de nada nuevo y sacudió la cabeza.—La monotonía me excita —pensó—. Esta travesía ha terminado por ponerme nervioso.