La mujer fuera del cuadro
Barcelona, 1888. El joven León Carbó no responde a las expectativas de su padre de iniciarse en el negocio familiar. Prefiere la pintura, la noche, los burdeles y las tabernas. Su relación con un grupo anarquista lo pone en peligro y sus padres lo envían a París, donde por fin podrá dedicarse al arte y mezclarse con la efervescente intelectualidad de la ciudad. Sitges, 1905. Una niña a punto de cumplir diez años le pide a su madre un viaje a París como regalo. Para mostrarle los peligros de la ciudad, la madre le cuenta la historia de Madeleine Bouchard, una mujer que acabó asesinada en un cuartucho de Montmartre. Madrid, 2015. A Efrén, un periodista conocido por sus potentes exclusivas, le dan vacaciones forzosas en el periódico en el que trabaja y se va a París a reencontrarse con su novia de la adolescencia, su mejor amiga, a la que no ve desde hace años. Allí retoman la investigación acerca de la bohemia de finales del siglo XIX para terminar una novela que juntos comenzaron en la época del instituto. «La mujer fuera del cuadro» es el pequeño mundo donde se entretejen estas tres historias pobladas por personajes anónimos que tratan con personalidades como Degas, Mary Cassatt, Lautrec o Verlaine y en la que conviven con hitos históricos y referencias literarias y culturales de una época brillante por sus luces y sus sombras. A finales del siglo XIX, Montmartre era la alta colina donde los caminos del París clásico y luminoso se torcían. En este microcosmos asimétrico cohabitaban artistas y prostitutas, lavanderas y obreros, borrachos y pobres, ilusionados y desengañados. Y a este mundo de molinos, infraviviendas y salones de baile, a este ambiente tan turbio como excéntrico y singular, a esta pieza del París más bohemio y extremo, suben muchos: algunos para encontrar, otros para olvidar. A finales del siglo XIX las mujeres queríamos descubrir las pasiones que nos quitaran el sueño, a riesgo de perderlo para siempre. A punto de comenzar el siglo XX, levantábamos la voz para reclamar, para ser nosotras. Ahora, bien entrado el siglo XXI, y como aquellos herederos románticos, aún estamos recorriendo el mismo camino.