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El tren se acercaba a la pequeña estación de la 125 th Street, en lo alto de Park Avenue, en su recorrido directo hacia la Gran Central de Nueva York, cuando ocurrió el hecho. En uno de los coche-cama viajaba una mujer. Una muchacha. Una damita de dieciocho años. Acababa de cumplir su mayoría de edad; aquella era la primera vez que se podía permitir el lujo de viajar completamente sola, sin la ayuda de la «carabina», dispuesta por papá.<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
Un nombre alusivo, a pesar de encontrarse en un país extranjero.En pleno boulevard Maillot, muy cerca de la plaza de Verdun.Entró, mirando alrededor.Dos rubias en la barra, francesas desde luego, alguna que otra muchacha en las mesas, con minifalda o pantalones acampanados, según los casos, solas o acompañadas, y un par de tipos en la barra, bebiendo.Eso era todo, por el momento, y cualquiera de ellos, tanto hombre como mujer, establecería contacto con él, precisamente en aquel bar.Después, ni el mismo diablo lo sabía.<
Aparte de Joe Mogar, José María Moreno García empleó otros seudónimos como Alexis Dormunt, J. Mendoza, Alfred Allyson, Clay Duncan, Jesse McGraham, Joe Mogar, Joe Morgan, Pete Salazar, Joseph M. West, y como la mayoría de escritores de novela popular, tocó casi todos los géneros, desarrollando el grueso de su carrera profesional para Bruguera, pero también en menor medida para Toray, Petronio. Manhattan y otras editorailes<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
Su voz se quebró en un espasmo, y su rostro, que hacía apenas unos segundos era bello, hermoso, se volvió terroso, macilento, desencajado.Trataba de moverse y no podía. Sus agarrotados músculos no se movían, no obedecían a su mandato.Tampoco sus desorbitados ojos, casi fuera de sus cuencas, reflejando el horror, el pánico, la angustia que la poseía.Quería apartarlos del féretro negro, con fondo de zinc, pero no podía. Deseaba desviarlos del cadáver de Marvin Dors que yacía en su interior, putrefacto, hediendo, haciendo casi irrespirable el ambiente mientras que cientos, miles de moscas, rebullían sobre él, en un no menos horrible festín.El entrechocar de los dientes de Nora fue como una señal, como un clarín de guerra que las incitara a la batalla, que las levantó, zumbando.Una nube de asquerosos moscardones, de patas peludas, de grandes cabezas y no menos grandes alas. Nube que dio una vuelta, dos, sobre la habitación, mientras que las otras, inmóviles sobre el cadáver de Marvin, parecían observar el atroz vuelo de sus compañeras.Una vuelta más, y de un modo repentino, Nora notó la primera sobre su pelo, otra más en el rostro, en la nariz, cubriendo sus hombros. ¡Querían su sangre, su carne joven, viva…!<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
Aparte de Joe Mogar, José María Moreno García empleó otros seudónimos como Alexis Dormunt, J. Mendoza, Alfred Allyson, Clay Duncan, Jesse McGraham, Joe Mogar, Joe Morgan, Pete Salazar, Joseph M. West, y como la mayoría de escritores de novela popular, tocó casi todos los géneros, desarrollando el grueso de su carrera profesional para Bruguera, pero también en menor medida para Toray, Petronio. Manhattan y otras editorailes<
—ESTÁN ocurriendo cosas fuera de lugar en Shoshone —dijo, apenas sentarse en el sillón que yo le indiqué con un gesto. Me sorprendió su visita. No era la clase de persona a la que yo estaba acostumbrado a recibir en mi despacho de la calle Fremont, Las Vegas. La muchacha era de color; posiblemente oriunda del Sur de los Estados Unidos o de América del Sur; del Perú acaso. Me encontraba sentado en mi despacho, tras la mesa, leyendo una revista cuando entró sin anunciarse, sin llamar, y apenas fijé mis ojos en ella me levanté por deferencia. —Míster Dugan, ¿verdad?<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
El rostro que tenía delante era una visión de pesadilla. Trató de gritar pero no pudo. Inmóvil, muda de horror, completamente aterrorizada, incapaz de moverse, sujeta al lecho por una fuerza muy superior a la suya, vio cómo el muñeco saltaba sobre el lecho, cómo se acercaba a uno de sus pechos desnudos y luego cómo saltaba sobre ella.Notó muy cerca de su garganta los suaves pies de trapo y entonces soltó un ligero y bronco gemido mientras que el muñeco daba un par de pasos más y levantaba uno de sus brazos.El derecho.Frente a los ojos llenos de horror de Sandra brilló el agudo y fino estilete y ahora sí pudo gritar.Con un grito alucinante, que se quebró de pronto para transformarse en un ronco estertor, en un gorgoteo que también cesó con una convulsión cuando el muñeco, representando la figura de un negro, con saña diabólica, levantó una y otra vez el brazo y el agudo y fino estilete entró y entró en el cuello de cisne de la muchacha.Más tarde, como si se hubiera cansado de su brutal juego, el muñeco dejó de ensañarse con el cadáver, limpió el estilete con la sábana, dio media vuelta, saltó de la cama al suelo, rodó por el pavimento dando unas cuantas vueltas y avanzó hacia la abierta ventana.Trepó sobre el alféizar, saltó al exterior, sobre la escalerilla de emergencia, empezó también a saltar, de escalón en escalón, hacia la calle que ciento o ciento cincuenta yardas más abajo aparecía casi desierta.<
Eso fue lo primero que dijo Harry Stivens cuando la vio aparecer por aquella puerta. Pero antes la había mirado. Era simplemente una Venus, con mayúscula, en edición de bolsillo, con minúscula. Estaba parada frente a él, con un «deshabillé» de nylon completamente transparente, debajo del cual no había nada.Pequeñita, ya que su estatura era algo inferior a la normal, pero llena de curvas maravillosas y de suaves redondeces. Tanto es así, que Stivens se atragantó.¡Y qué piernas, diablos!<
Joe Mogar es el seudónimo del escritor español José María Moreno García.<
—Le traigo un caso; pero este caso no es como los demás. Le miré pensativamente, pensando, diciéndome a mí mismo que todo el mundo traía o creía traer casos a mi oficina, distintos a todos los demás. —Siga, por favor —fue lo que se me ocurrió decir en aquel momento. El tipo en cuestión era de estatura normal, pero fuerte. De edad indefinida pero joven, si se me entiende, claro, si se sabe lo que quiero decir con esta ligera explicación. Hacía exactamente tres minutos y medio que había entrado, sin llamar, limitándose a empujar la puerta y colarse de rondón en mi despacho, y mucho menos se anduvo con rodeos cuando dijo… exactamente lo que he dicho ya.<
La investigación emprendida por el duro y sagaz detective privado Lex Forrester, le lleva a infiltrarse como trabajador en las oficinas de un importante magnate de las finanzas Jim G. Campbell. Su tarea consiste en descubrir la verdad sobre el extraño incidente sufrido por el empleado a quien sustituye, atropellado por un coche que le produjo la muerte. ¿Accidente o asesinato? El fallecido, tan sospechosamente atropellado, trabajaba en la sección de revisión de la correspondencia, y se dedicaba a inspeccionar la gran cantidad de cartas que diariamente circulaban por la oficina. Por su tarea no era bien visto por sus compañeros. Por sus manos pasaban gran cantidad de información, a veces indiscreta, y que mal usada se podía utilizar en beneficio propio o para chantajear a todo aquel que tuviera algo que ocultar. El detective se tiene que enfrentar así a una verdadera telaraña de intrigas, celos y ambiciones entre la mayoría de los componentes de la gran empresa, que emponzoña sus relaciones y que les conducirá incluso al más cruel de los asesinatos.<
Me acerco al espejo.Nada aún… Sí. ¡Ahora!Mis pupilas se empequeñecen, se rasgan mis ojos que brillan… me duelen las manos, los dedos…¡Me los miro!Mis dedos se alargan… se crispan… mis uñas se endurecen, se alargan… siento que la carne me arde, que la piel se me desgarra, atravesada por los pelos duros y largos como cerdas… y que mi rostro se convierte en algo horrible.Los dientes, colmillos de fiera babeante, mientras que mis labios se alargan hacia los extremos de la boca, volviéndose negros, más negros…Brazos peludos, zarpas…¡Es la llamada!Miro a mi alrededor, lanzo un aullido… en tanto que a mi olfato llega el olor de la carne fresca… de cualquier aterrorizado pasajero de a bordo, doy un salto, aullando… babeando espuma por mis fauces sedientas, y cruzo la puerta hacia el exterior…En el cielo, coronado de estrellas, la luna llena baña el mar y el islote, con su claridad de plata.<
El detective Travis McGee vive en el Busted Flush, un yate que ganó en una partida de póquer y que tiene amarrado en Lauderdale, Florida. No quiere ni oír hablar de tarjetas de crédito, planes de jubilación, partidos políticos, hipotecas ni televisión. Solo trabaja cuando no tiene dinero y lo que pide a cambio de su ayuda es sencillo: recuperará lo que te han quitado siempre y cuando pueda quedarse con la mitad.Aunque McGee no va mal de dinero, es incapaz de negarle su ayuda a Cathy, una dulce chica que ha sido maltratada por su exnovio, el taimado Junior Allen. Lo que Travis no imagina es a cuántas mujeres ha hecho trizas antes. Su última víctima, Lois Atkinson, casi no puede levantarse de la cama cuando Travis la encuentra. Dar caza a Junior Allen no será una tarea fácil. Ni limpia.Considerado unánimemente como uno de los escritores norteamericanos de novela negra más importantes del pasado siglo, John D. MacDonald alcanzó el éxito con la serie de novelas protagonizadas por Travis McGee, un caballero andante moderno, que se convertiría en su creación más atemporal. Adiós en azul es la primera de esas novelas.► «Un narrador magistral, un escritor de suspense extraordinario (...) Hablamos del mejor». Mary Higgins Clark► «El escritor más entretenido y fascinante de nuestra época». Stephen King► «Una influencia ineludible en los escritores que tienen como tarea escribir una serie sobre un personaje. Envidio la generación de lectores que descubrió a Travis McGee y me cuento entre los muchos lectores que disfrutan de sus aventuras de nuevo». Sue Grafton► «Para los arqueólogos de dentro de mil años, las obras de John D. MacDonald serán un tesoro a la altura de la tumba de Tutankamón». Kurt Vonnegut<
Un potentado norteamericanoes asesinado. Su fortuna pasa a su hija, que muere poco después como resultadode un accidente. Todo es misterioso. La herencia va a manos de su exesposa,vinculada con un extraño productor de cine. Entra en escena el famoso detective privadoTravis McGee, a quien se le ofrece la mitad de la herencia si logra develar elenigma. La acción se traslada a Florida, a California, a Beverly Hills, yfinalmente al Estado de Iowa, donde se está filmando una espectacular película.El desenlace es sensacional. La lucha culmina con una caída libre hacia elvacío. El éxito sorprendente. Más de dos años en lalista de best sellers de The New York Times.<
Travis McGee, moderno caballero andante, no es capaz de abandonar a un viejo amigo en desgracia… especialmente si ese viejo amigo es una muchacha joven, bonita y con aspecto de no haber dormido desde hace tres días.Su nombre es Carrie Milligan, y aparece una madrugada en el barco que sirve de vivienda a McGee, con una caja de apariencia común en la que guarda la extraordinaria suma de 104.200 dólares. Carrie desea que McGee ponga ese dinero a buen recaudo; a cambio del favor, le ofrece diez mil dólares. Si ella no regresa en un mes, el dinero debe pasar a su hermana. Dos semanas después, Carrie aparece atropellada por un camión, en una ruta desierta.¿Fue accidental su muerte? ¿De dónde provenía el dinero? En su característico estilo MacDonald lleva al lector, a través de un argumento impecable, hacia un impecable final.<
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