Camino solitario
El hombre alto, joven, de pelo rubio, estaba parado a la sombra de un portal, a menos de cincuenta metros del Palace, el famoso local de Baserman. En torno suyo, la bulliciosa población de Hays City se entregaba a sus actividades nocturnas, entre las cuales figuraban Ja limpieza general, las comidas fuertes y en general, todas aquellas que permitían pasar el tiempo lo más agradablemente posible. Los ojos azul cielo del hombre en espera, oscuros ahora en las sombras de la noche, estaban vueltos y fijos en las puertas batientes del saloon, el más grande y ruidoso de Hays City y afamado centro de diversiones en todo el Estado de Kansas y aún más allá, olvidándose de todo lo demás. Vio a hombres que entraban solos y en grupos; les vio luego salir tambaleándose unos contra otros en busca de sostén. Y una vez vio a uno que trasponía la puerta como sobre las puntas de los pies. Dicho hombre, con los forros de sus bolsillos vueltos hacia afuera, blandió su puño contra el que estaba a su lado golpeándole también, le acertó de lleno, derribándolo, y luego dio media vuelta y se alejó calle abajo mientras el caído se levantaba maldiciendo y, tras un corto vacilar, regresaba al interior. —Es buena cosa que el sheriff haga que todo el mundo entregue sus armas al entrar en la ciudad —monologó en voz baja el muchacho rubio. Y sí que era buena, pensando que en aquellos locales la situación era igual casi siempre. Todo el juego se hacía con trampas. Y si algún expoliado empuñaba su arma, había muchas probabilidades de que hubiera algún muerto para aumentar el censo de la Boot Hill.