La noche del aguafiestas
Durante una larga noche en La Habana, en su parte antigua, se encuentran cuatro jóvenes amigos, avanzan en la sombra y se sientan en el muro del Malecón. En este sitio de la ciudad comienza la novela y en él finaliza, a lo largo de esa noche, real y a la vez simbólica, mientras oyen el ruido del mar y se inicia el amanecer. El núcleo de la historia es sencillo: los cuatro personajes inventan un quinto personaje, al que llaman el Aguafiestas y al que dotan de la virtud de inquietarlos. Este personaje creado por todos, a su vez, y mediante la fuerza persuasiva de la conversación, los inventa a ellos mientras conversan. Conversar, contarse sus vidas, relaciones amorosas y sexuales, familiares y fraternas, es un modo de ser. La palabra los genera. Se extienden en el vacío de la noche, llenan la hoja de papel, en tanto se dilatan las del té. Comienzan a ser líneas, miles de líneas. A medida que avanza la escritura de la novela, los personajes se entrecruzan el uno al otro en el conversar. Gestos, frases, manías y fobias pasan entre ellos. En este libro admirable, los opuestos, lejos de estar bloqueados definitivamente en una individualidad (o persona) exclusiva y única, como los ángeles, no dejan, por el contrario, de condicionarse ni de comunicarse. Uno se genera mediante el otro, y la realidad de la obra es el proceso de esta generación recíproca. El ser es grácil y movible, es con los otros y los otros con él. Sin duda, el lector tiene en sus manos una de las novelas más hermosas y fascinantes de la literatura cubana de hoy.