Monte Bravo
Lynn Fraser terminó de amontonar la leña y sacó una de las largas cerillas de su bolsa de cuero impermeable, la rascó y prendió fuego al matojo reseco que tenía en la mano izquierda, metiéndolo debajo de las ramas. Aguardó hasta ver que prendían las llamitas y luego se incorporó, yendo a tomar la sartén y la bolsa de alimentos. Sentándose sobre una gruesa piedra, dejó la sartén en tierra, abrió la bolsa y extrajo una larga loncha de carne de venado curada, sacó su cuchillo de caza, cortó un razonable trozo y volvió el resto a la bolsa, dejándola a un lado, sacó el bote lleno de grasa y con la cuchara echó una cantidad en la sartén, guardó el cuchillo, tomó la sartén, la puso al fuego y esperó a que la grasa se derritiese. Cuando ya chisporroteaba, tomó la loncha de carne y la fue a echar en la sartén. Aquel movimiento, sin duda, le salvó la vida, porque el tirador que desde cinco minutos antes lo observaba emboscado entre los árboles a unos treinta metros más arriba y frente a él apretó el gatillo entonces. Lynn oyó el disparo y prácticamente al mismo tiempo sintió el choque de la bala de plomo contra su cráneo. Fue un estallido violento y de una intensa luminosidad, seguido automáticamente por la oscuridad absoluta…