Capítulo 1
Viernes Santo, 2 de abril de 1858
Academia para Señoritas de la Señorita Scrimshaw
St. Johns Wood, Londres
Mary subió las escaleras que llevaban al ático de dos en dos. No era fácil, especialmente si ibas vestida con un miriñaque y calzabas botas con botones, pero necesitaba descargar de algún modo el nerviosismo que la embargaba. Desde que había solicitado una reunión con las jefas de estudios a primera hora de aquella tarde, no había sido capaz de concentrarse en nada. El primer intento de llamar a la puerta no le salió bien, le temblaba la mano, los nudillos apenas rozaron la pesada puerta de roble. Lo compensó en exceso con un par de porrazos y se apartó de la puerta, temerosa. Parecía como si quisiera echar la puerta abajo.
—Entre —sonó la orden.
Tragó saliva, se secó las palmas en la falda y dio la vuelta al reluciente pomo de latón. La puerta se abrió silenciosamente, revelando una escena inofensiva: dos damas de mediana edad tomando el té de la tarde. Aunque las damas tuvieran un aspecto convencional, Mary no había tardado mucho en descubrir que, entre ambas, controlaban todo lo relacionado con la Academia.
—B... buenas tardes, señorita Treleaven. —Logró murmurar—. Señora Frame.
—Entra, Mary. Siéntate, por favor. —Anne hizo un gesto para que se acercará.
—G... gracias. —Se dejó caer en el asiento más cercano, una resbaladiza silla de piel de caballo que a punto estuvo de dejarla caer al suelo en cuanto se sentó en ella. Normalmente, no tartamudeaba. Nunca lo había hecho. Era el peor momento para empezar a hacerlo.
Anne sirvió una tercera taza de té y se la alcanzó. Era un día muy caluroso, especialmente en el ático. Mary parpadeó cuando el humo de la taza llegó a sus fosas nasales, acentuando todavía más su nerviosismo. Sostenía una taza de Lapsang Souchong, un té que Anne generalmente reservaba para las ocasiones especiales.
—¿Te apetece un trozo de pastel? —Anne le indicó el pastel de semillas que había en la bandeja a su lado.
La sola idea hizo que se le cerrara el estómago.
—No, gracias, no. —Cuanto más trataba de calmarse, más temblaba la taza sobre el platito.
—Querías hablar con nosotras. —Anne se levantó y empezó a pasear de un lado a otro frente al hogar apagado. Mary dirigió su mirada a Felicity Frame, que permanecía sentada. Las dos mujeres parecían opuestas en todos los sentidos: Anne era delgada, poco atractiva y muy seria, mientras que Felicity era alta y sinuosa, toda una belleza, y, además, poseía una risa contagiosa.
Mary se humedeció los labios.
—Sí. —Siguieron en silencio, de modo que supuso que no le quedaba más remedio que empezar—. Les estoy muy agradecida por haberme rescatado de la prisión y por la educación que me han proporcionado. Se lo debo todo, literalmente. Pero he estado pensando sobre mi futuro y... me gustaría... es decir, no creo que... —Mary se interrumpió. Su discurso, cuidadosamente ensayado, se estaba evaporando ante los semblantes serios, llenos de curiosidad, de las damas.
Tomó un sorbo de té. Estaba ardiendo. ¿Por qué servirían un té tan especial aquella tarde? Un fuerte sentimiento de culpa la obligó a hablar rápido y sin tapujos.
—Lo que quiero decir es que llevo un tiempo cuestionándome mi posición como profesora ayudante. Aunque me gusta mucho vivir aquí, en la Academia, sé que no se me da muy bien el trabajo. No es culpa de las chicas, es que carezco de la paciencia para ser profesora.
Continuó hablando sin levantar la vista.
—Me temo que cada vez es peor. Hace dos años estudié mecanografía y taquigrafía, pero no me siento atraída por la vida repetitiva de una oficinista. El año pasado empecé mis estudios preliminares en medicina con la idea de convertirme en enfermera. Pero las Matronas no confiaban en mí y me invitaron a dejarlo. —Tragó saliva. Aún podía sentir en la boca el mal sabor que le había dejado aquella humillación—. Últimamente me he estado preguntando si no sería posible, siempre y cuando sea razonable, esperar algo más de mi trabajo.
—¿Qué quieres decir con «algo más”»? —El semblante de Anne denotaba una cierta curiosidad. Mary lo estaba pasando mal.
—Puede que les parezca una tontería, lo sé... Me refiero a sentir en el trabajo un interés activo y un cierto orgullo... incluso llegar a divertirme con él. ¿Satisfacción, quizás? —Eso. Ya está, ya lo había dicho. Aunque le hiciera parecer desagradecida, ya lo había dicho.
Se produjo una breve pausa, pero los rostros de las damas no mostraron ni un atisbo de sorpresa o decepción. Anne fue la primera en hablar.
—¿Cuánto tiempo hace que enseñas a las niñas, Mary?
—Desde hace un año. Empecé con dieciséis años.
—Y has vivido en la escuela desde que tenías doce, ¿no es así?
—Desde el día que me rescataron del Old Bailey. —Mary se sonrojó—. Creo que al menos tenía doce años... como ya saben, no poseo certificado de nacimiento alguno. Pero estoy segura de que nací en 1841.
—Así que has pasado con nosotras casi un tercio de tu vida.
—Sí. Sé que debo parecerles terriblemente desagradecida. —Mary asintió.
Anne esbozó una fugaz sonrisa que desapareció inmediatamente.
—Dejemos la cuestión de la gratitud a un lado por el momento. Ya tienes diecisiete años. Te sientes... un tanto ahogada por la rutina de la escuela.
—Sí. —Mary volvió a asentir.
—¿Deseas volver a la vida que llevabas antes de ser encarcelada? ¿Asaltando casas y haciendo de carterista?
—¡No! —Mary se dio cuenta de que casi había gritado. Moderó el tono de voz—. Desde luego que no. Pero deseo algo más de independencia... otro tipo de trabajo.
—Ah. —De nuevo aquel atisbo de satisfacción en el semblante de Anne—. ¿En qué tipo de trabajo habías pensado?
—Eso es lo que no sé. Confiaba en que pudieran aconsejarme. —Mary negó con la cabeza, entristecida.
—¿Estás segura de que quieres trabajar? Muchas chicas intentan casarse para escapar de la pobreza —dijo Felicity por primera vez.
—No, no deseo casarme —contestó Mary reforzando su decisión con un firme gesto de la cabeza.
—Otras mujeres buscan amantes que las mantengan.
A Mary casi se le cayó la taza de té del asombro.
—¿Señora Frame? Con toda seguridad no me estará recomendando que...
—No estoy recomendando nada. — Felicity sonrió brevemente—. Pero me gustaría dejar de lado la moralidad convencional y hablar de posibilidades prácticas. No eres hermosa, pero eres inteligente y un tanto... resultona. Exótica, incluso. Ser amante es una posibilidad.
—¡Odio que me miren! La gente siempre me pregunta si soy extranjera solo porque no tengo el cabello rubio y los ojos redondos y azules.
—Es lo que intentaba decirte: un rostro poco usual en ocasiones es mejor que la simple belleza.
Qué comentario más paternalista. Pero, ¿qué estaba sugiriendo la señora Frame al hablar de su «exótica» apariencia? ¿Sospechaba...? Mary trató de averiguar a qué se refería.
—Además, una amante es tan dependiente como una esposa. —En cuanto lo hubo dicho recordó cómo, hace tiempo, había oído un rumor sobre la historia personal de la señora Frame... pero ya era demasiado tarde para echarse atrás. Si hubiera sido eso lo que ella quería.
—Has recibido una buena instrucción en la filosofía de la escuela, Mary. —Felicity arqueó una ceja—. No alentamos a las chicas a que construyan sus vidas a partir de los caprichos de los hombres.
Anne volvió a hablar:
—Muy bien. Esa es nuestra filosofía. Ahora, háblanos de tu vida anterior, de tu familia. —Ante la sorpresa de Mary, Anne esbozó una sonrisa—. Conocemos los detalles, pero me gustaría escucharlo de tus labios una vez más.
Así que se trataba de una cuestión de perspectiva...
—Nací al este de Londres, en Poplar —empezó. Hablaba lentamente, escogiendo las palabras con esmero. ¿Podía confiarles a Anne y Felicity toda la verdad sobre su pasado? ¿Sobre su familia? ¿Cómo reaccionarían? Creían saberlo todo sobre ella...
—¿Va todo bien? —le preguntó Felicity.
—Por supuesto. —Mary pestañeó. No se había dado cuenta que se había quedado callada. Respiró hondo y se obligó a continuar—: Mi padre era marinero mercante y mi madre una costurera irlandesa. Aunque mi padre solía hacerse con frecuencia a la mar, recuerdo a mis padres felices cuando estaban juntos. Su única pena era que mis dos hermanos pequeños habían muerto en la infancia. —Hizo una pausa y tragó saliva—. Cuando yo tenía siete u ocho años, el barco de mi padre naufragó y toda la tripulación fue dada por muerta. La pena y la tristeza hicieron que mi madre enfermara. En aquel momento estaba embarazada, pero lo perdió.
»Cuando se recuperó, Madre intentó trabajar realizando encargos en casa. Pero con aquello casi no ganaba nada. Entonces lo intentó limpiando casas, pero con eso solo ganaba dos peniques al día. No era suficiente para poder mantenernos a las dos. —Su voz sonó entonces sin vida, extraña—. A Madre le traía sin cuidado su vida, pero tenía que cuidar de mí. Pronto no le quedó otro remedio: se hizo prostituta. Ya entrada la noche, cuando creía que me había quedado dormida, traía hombres a las habitaciones. Así aprendí a robar. A veces se quedaban dormidos y yo les robaba las monedas de los bolsillos. —Respiró hondo de nuevo y miró desafiante a las dos mujeres—. Nunca les robé mucho; nunca cogía billetes, solo monedas. Debía creer que... —sacudió la cabeza—... no sé qué creía.
»Supongo que es una historia habitual. Madre enfermó pronto. No teníamos suficiente dinero para las medicinas del apotecario y los vecinos no se acercaban a nosotras. Lo único que sé es que no teníamos suficiente para vivir ni siquiera con lo poco que lograba robar. —Hizo una pausa—. No recuerdo mucho de lo que ocurrió después de la muerte de Madre. Pocos meses después, había aprendido a robar bastante bien y alguien también me enseñó a reventar cerrojos. Me vestía de chico; era más fácil y más seguro.
»Durante un tiempo me fue bien robando casas. Pero entonces empecé a arriesgarme más y no me sorprendió mucho cuando me apresaron. El único misterio es que no me atraparan antes. Y ya conocen el resto: me sentenciaron a la horca. —Mary les lanzó a Anne y a Felicity una mirada agradecida—. Ustedes me salvaron.
Se produjo una pausa de un minuto. Cuando Anne volvió a hablar, su voz sonaba inusualmente amable.
—Gracias, Mary. Dice mucho de ti que seas capaz de explicar la historia de tus primeros años de vida con tanta claridad y sin amargura. —Sonrió a medias—. Como ya sabes, aquí en la Academia ponemos gran énfasis en la fortaleza del carácter.
—¿Y bien, querida? —Anne se dirigió a Felicity, alto y claro— ¿Cómo debemos valorar las perspectivas laborales de Mary? Es evidente que es inteligente y ambiciosa.
—Es leal y capaz de una gran discreción. —Añadió Felicity con aprobación—. También es valiente, tenaz y tiene decisión. Y pone un gran empeño en hacer lo que cree que es correcto.
Mary estaba emocionada ante unos elogios tan afectuosos como inesperados.
—Sin embargo, tiene mal carácter. —Destacó Anne con frialdad—. Le molesta que la corrijamos y hace lo que sea para evitar equivocarse. Es tímida ante los extraños, especialmente con los hombres. Es comprensible teniendo en cuenta lo que tuvo que soportar durante su infancia, pero, aun así, no deja de ser un problema.
El orgullo que sentía se transformó en un sonrojo provocado por la vergüenza. Todas sus apreciaciones eran demasiado correctas.
—Mary, pareces acalorada. —Observó Anne—. ¿Deseas continuar con esta conversación?
—Sí —susurró Mary tragando saliva.
—Muy bien. Entendemos tu filosofía y conocemos tu carácter. —Anne miró a Felicity, quien asintió ligeramente—. Resulta, Mary que hemos pensado en un trabajo que creemos se adaptará perfectamente a tus habilidades.
Mary alzó la mirada, ansiosa.
—Pero, antes de continuar —dijo Anne en tono solemne—, debes darnos tu palabra de honor de que jamás revelarás ningún detalle de esta conversación, ni siquiera darás una pista de la misma, a ningún ser vivo. ¿Me entiendes?
Mary tragó saliva y asintió:
—Sí.
—Júralo.
—Les doy mi palabra de honor que jamás revelaré nada de lo que están a punto de decirme. A nadie.
El rostro de Anne se relajó y asintió con satisfacción. Apartándose ligeramente del hogar, deslizó los dedos por detrás de la pulida repisa de la chimenea de roble. Apenas se oyó un ligero clic. Entonces, en la pared situada a la izquierda de Mary, uno de los paneles del gastado papel se deslizó hacia un lado para mostrar una oscura y estrecha apertura en la misma.
Mary se quedó boquiabierta, deslizando la mirada con fascinación nuevamente al rostro de Anne, quien exhibía una pequeña y triunfante sonrisa.
—Entremos en el cuartel general de la Agencia.
Temblando por la emoción, Mary se puso en pie y acompañó a las dos mujeres por la estrecha apertura y a través del pequeño túnel. Aunque este estaba a oscuras, los ladrillos estaban secos y limpios de telarañas, lo que evidenciaba que se utilizaba con regularidad. Emergieron a una gran y sencilla sala en la que había una mesa redonda rodeada de cuatro sillas de respaldo recto. Anne y Felicity depositaron en ella las lámparas de aceite que portaban. La luz amarilla parpadeaba en los ladrillos y en el tosco suelo de madera, otorgando a la habitación un extraño aire de comodidad.
Cada una de las mujeres tomó asiento alrededor de la mesa y Anne sonrió cariñosamente a Mary.
—Siempre tuve la esperanza de que algún día acudirías a nosotras, querida, como así ha sido. Pero esta noche ya he hablado mucho, por lo que podrías tener la impresión de que soy yo la que está al mando. Y no es así. La Agencia es un colectivo, a pesar de que solo dos de nosotras estamos presentes esta tarde. Señora Frame, ¿le importaría explicarle a Mary qué hacemos aquí?
Felicity se aclaró la garganta; hasta aquel instante había estado inusualmente callada.
—Como ya sabes, el propósito de la Academia para Señoritas de la Señorita Scrimshaw es proporcionar a las jóvenes los medios necesarios para conseguir algún tipo de independencia. El matrimonio es una jugada poco segura y los principales puestos de trabajo abiertos a las mujeres dependen del buen carácter de quien ofrece el trabajo. Esa es la razón por la que la mayoría de las institutrices y asistentes domésticas sufren abusos tan vergonzosos.
—Exactamente. —Anne asintió con ímpetu—. Aunque las oportunidades profesionales para las mujeres son escasas, nuestro propósito es educar a las mujeres para que hagan algo más que educar a los niños y servir comidas. Pero todo eso ya lo sabes y, además, tú también has estado ayudando a preparar a las jóvenes en ese camino. —Hizo una pausa y miró a Felicity—. Discúlpame, Flick. Por favor, continúa.
Mary se mordió los labios para no sonreír al oír el cariñoso apodo. Jamás había oído antes hablar de manera tan informal a la seria señorita Treleaven.
Felicity dirigió sus maravillosos ojos a Mary con una mirada casi hipnótica.
—La Agencia es el complemento de la Academia. Es aquí donde damos la vuelta al estereotipo de la inocente doncella a nuestro favor. Como creen que somos inocentes, alocadas y débiles, estamos en mejor posición que cualquier hombre en una posición similar de observar y aprender de manera más efectiva. Nuestros clientes nos contratan para recopilar información, a menudo sobre temas altamente confidenciales. Colocamos a nuestras agentes en situaciones muy delicadas. Sin embargo, mientras un hombre puede despertar sospechas, las mujeres, ya sea como institutrices o como sirvientas, por ejemplo, son, a menudo, ignoradas.
»También hemos percibido que las mujeres que están bien educadas tienden a ser más perceptivas y menos arrogantes en sus observaciones. —Se permitió una leve sonrisa—. Digamos que a menudo son más propensas a no cometer errores, no porque sean más inteligentes o más afortunadas, sino porque no llegan a conclusiones precipitadas y no suelen dar nada por hecho. Y, en contra del estereotipo habitual, suelen ser más lógicas. —Miró a Mary con intensidad—. ¿Tienes alguna pregunta hasta ahora?
Mary asintió, con los dedos apretando con fuerza los lados de la silla.
—¿Cuántos miembros tiene la Agencia? ¿Saben sus clientes que sus agentes son mujeres? ¿Cuándo se fundó la Agencia? ¿Quién la fundó? ¿Está involucrada la señorita Scrimshaw?
Las dos mujeres se rieron ante su entusiasmo y de nuevo fue Felicity quien contestó:
—La Agencia fue fundada hace unos diez años y Anne y yo estuvimos entre los primeros miembros. Hoy en día somos sus directoras oficiales y sus administradoras diarias, aunque las grandes decisiones se toman en conjunto. Sin embargo, por razones de seguridad, casi nunca te encontrarás con los otros agentes cara a cara.
»No hablamos de los miembros con nuestros clientes. Nuestra reputación es lo que les atrae, pero les revelamos muy poco más allá de la información que buscan. Creemos que esa es una de nuestras mejores bazas. También somos muy selectivos a la hora de seleccionar a nuestros clientes. Declinamos trabajar para organizaciones criminales o para aquellos cuyas actividades consideramos poco deseables o dudosas. Y no, la señorita Scrimshaw no está involucrada en la Agencia... aunque creemos que daría su aprobación a nuestras acciones.
Mary las miraba con los ojos muy abiertos:
—¿Y ustedes creen que yo encajo en este tipo de trabajo?
La voz de Felicity sonó rica y profunda:
—Hemos estado discutiendo durante un tiempo la posibilidad de acercarnos a ti o no. Ambas estábamos convencidas que tenías el potencial para convertirte en agente, pero también sabíamos que el trabajo podría recordarte demasiado a tu pasado. No deseábamos que sufrieras y no queríamos que aceptaras trabajar en esto solo para complacernos. —Sonrió radiante—. Sin embargo, has sido tú quien ha acudido a nosotras.
—No nos felicitemos precipitadamente —anunció Anne con su brusquedad habitual—. Mary, todavía debes escuchar el encargo que vamos a proponerte y decidir si deseas o no aceptarlo. Y, antes de eso, debemos hablar de tus habilidades.
—¿Habilidades?
—Estamos interesados en tus dotes de observación, Mary. Cierra los ojos e imagínate la habitación en la que te hemos recibido. ¿Puedes indicarme cuántas lámparas había?
A Mary no le resultó difícil visualizar una imagen detallada de la sala y de sus ocupantes.
—Tres —dijo, confiada.
—¿Cuáles son las dimensiones de esa sala?
—Unos doce por dieciocho; el techo tiene unos diez pies de alto, sin relieves.
—¿Y la mesa que había a tu izquierda?
—Redonda, hecha de madera de nogal, de unos tres pies y dieciocho pulgadas de diámetro. Tiene tres patas. No había nada encima.
—¿Qué joyas llevo hoy?
Mary hizo una pausa para pensar la respuesta. De nuevo apareció una imagen mental de Anne:
—Un broche oval de oro y ámbar. Con un borde de filigrana.
—¿Y qué hora estimas que es ahora mismo?
—He llegado a las cuatro y media. Ahora deben de ser poco más de las cinco en punto.
—Gracias, Mary. —Anne asintió, como si tachara algo de una lista—. Lo has hecho bien, inusitadamente bien. Creo que también sabes algo sobre el arte del pugilismo.
—¿Boxeo? —Mary sonrió ante la delicada palabra escogida por Anne—. Carezco de técnica y lucho sucio. Pero, al haber crecido cerca de los muelles, aprendí a defenderme. Creo que toda mujer joven debería saber cómo hacerlo; por eso empecé a enseñar algunas maniobras elementales a las chicas mayores.
Anne asintió vigorosamente de nuevo.
—La primera fase del entrenamiento consiste en las dotes de observación, la autodefensa y otras tantas técnicas muy útiles. Normalmente, se prolonga varios meses. Sin embargo, dados tus antecedentes, puede que sean una innecesaria repetición. La señora Frame y yo hemos acordado que puedes, si eso es lo que quieres, reducir el periodo inicial de entrenamiento a un mes. Incluirá mucho trabajo intensivo y puede que prefieras hacer el habitual periodo de entrenamiento, que te permitirá tener más tiempo libre y un mayor margen de error. Lo dejamos por entero a tu elección.
Mary se quedó callada, mareada de pronto ante el proyecto. En el intervalo de una hora, aquellas mujeres habían transformado por completo toda su vida, como le había sucedido cinco años atrás. Las miró, pero fue incapaz de leer sus expresiones. Felicity aparentaba una cómoda despreocupación. Las gafas doradas de Anne ocultaban la expresión de sus ojos grises. Y Mary creyó entenderlo: sus expectativas no importaban. Era su decisión.
—Me gustaría empezar lo antes posible —dijo alto y claro—. Escojo el entrenamiento intensivo de un mes.
—Si empezamos mañana por la mañana —dijo Felicity de pronto—, estarás preparada para empezar a realizar prácticas de campo en mayo. ¡Excelente!
Mary dio un respingo en la silla.
—¿Y eso por qué?
—La señora Frame se está adelantando a los acontecimientos... —El rostro de Anne revelaba una mueca de divertida resignación.
Felicity se mordió el labio:
—Lo lamento; creía que habíamos hablado de ello. Si Mary sabe para qué se está entrenando, se centrará más en su preparación.
Mary sintió un cosquilleo en la espalda y un escalofrío en la nuca.
Otra pausa. Entonces Anne empezó a hablar, con una voz seca y fría:
—Durante el Motín de la India del año pasado, fueron robadas unas joyas preciosas y unas esculturas de una serie de templos hindúes y de casas particulares. En al menos dos de esos casos, esas piezas únicas han llegado a manos de coleccionistas británicos privados. Se nos ha pedido que investiguemos a un comerciante que parece ser que maneja un número significante de artefactos robados. Se sospecha que los vende a anticuarios de extraña reputación en Londres y París.
Mary frunció el ceño, apartando sus pensamientos del simple entusiasmo y dirigiéndolos al caso en cuestión.
—¿La tarea escapa al trabajo policial?
—Sí y no —contestó Felicity—. Los delitos no se perpetraron en suelo inglés y todavía no existe ninguna prueba que vincule a nuestro sospechoso con ellos. Scotland Yard no puede actuar como tal. Por tanto, Yard nos ha encargado hallar la conexión y recopilar las pruebas. Es una libertad que se nos otorga a nosotros, como agencia independiente.
—El nombre de nuestro sospechoso es Henry Thorold. Tiene conexiones con la Compañía de las Indias Orientales, la Compañía Comercial del Extremo Oriente y diversos intereses americanos. Aunque posee almacenes en Bristol, Liverpool y Calais, sus operaciones se centran principalmente en su almacén en Londres, en la orilla sur del Támesis.
»Hace unos ocho o diez años, Thorold fue sospechoso por cometer delitos financieros, evasión de impuestos francos, y, más recientemente, por fraude contra los intereses de sus asegurados, aunque no pudo demostrarse nada. Creemos que nuestra agente será más efectiva. Parece un trabajo sencillo que probablemente ocupará tan solo unos cuantos meses. Como ya sabes, el comercio internacional es siempre precario y sujeto a condiciones climáticas extremas; los barcos pueden retrasarse mucho y nuestra prioridad es recoger una cantidad de evidencias significativa y concluyente.
Mary asentía, tratando de aparentar calma y paciencia.
—Ya veo. Pero ustedes... ¿ustedes mencionaron que yo podría tener un papel en este caso?
—No un papel importante, desde luego. —Sonrió Felicity—. Ya tenemos a una agente en el caso encargada de la investigación. Pero hay un segundo puesto que creíamos que podría servir como campo de entrenamiento para una nueva agente. —Felicity miró a Anne—. Tal vez, señorita Treleaven, podría usted describir en qué consiste dicho puesto.
—Por supuesto. La señora Thorold es una mujer inválida que cree que su hija, Angélica, necesita una dama de compañía. Preferiría una mujer joven, no una carabina, más bien una amiga contratada, de la misma edad que su hija. Por lo que tengo entendido, la hija es una chica mimada y acostumbrada a hacer todo lo que desea. —Anne hizo una pausa. Un destello de humor iluminó sus ojos—. Espero que su experiencia en el aula le sea útil en ese aspecto.
¡Y solo faltaba un mes!
—Pero, ¿no ocupará otra persona ese puesto durante este mes? —protestó Mary.
—No lo creo. Debo reunirme con la señora Thorold la semana que viene, como Directora de la Academia. Las negociaciones llevarán su tiempo y la señora Thorold parece ser de las que generalmente les cuesta actuar con rapidez.
Mmm. Parecía que Anne y Felicity llevaban tiempo pensando en ella, durante todo ese tiempo...
—¿Y si no hubiera escogido el entrenamiento intensivo de un mes...?
—Si a finales de mes consideramos que no estás capacitada, otra agente ocupará tu lugar y se te asignará un caso igual de útil cuando hayas completado tu entrenamiento —contestó Anne con decisión—. No pienses que el caso depende de ti; eso sería sobreestimar en gran medida la importancia de tu papel.
Mary asintió, sonrojándose.
—Sin embargo —dijo Felicity con un tono un poco más amable—, puedes entrenarte pensando en este caso en particular. Será una buena oportunidad para practicar un comportamiento insignificante y débil.
Mary digirió aquellas palabras. La Academia enseñaba a sus alumnas a pensar racionalmente, a tomar decisiones con confianza y a defender sus opiniones. Presumiblemente, la dama de compañía de una señorita típica no necesitaría aquellas habilidades.
—¿Podría saber algo más sobre el caso?
Anne la miró detenidamente.
—No creo que le perjudique en absoluto. Recibirás información más detallada antes de que se te asigne el caso, si se te asigna. Pero, brevemente, el agente apostado en la casa de los Thorold estará atento a las noticias sobre un cargamento que llega por barco procedente de la costa de Madagascar. Hay un secretario en la casa, un joven que hace menos de un año que reside con la familia. Se llama Gray. Existe la posibilidad de que Thorold y Gray hablen de negocios ilegales en la casa.
—Parece sencillo —dijo Mary con un asentimiento—. ¿Hay algo más que yo, quiero decir, que el agente pueda hacer?
—Mencionaste que eras impaciente —sonrió Anne ante su decepción—. No, Mary, esta va a ser tu primera experiencia en campo. La hemos seleccionado precisamente porque se trata de un lugar más seguro para que puedas aprender el oficio.
—Entiendo —murmuró Mary—. Aprendo rápido.
—Estoy segura de que tienes más preguntas, pero antes que continuemos... —Anne se acercó a Mary, apoyándose en la mesa, con los ojos alerta—. Mary, en este momento, todavía eres libre para elegir tu camino. Puedes dejarnos ahora e intentar olvidar que esta conversación tuvo lugar alguna vez. O puedes elegir unirte a la Agencia. Pero, si escoges unirte, debemos tener la seguridad de que estás totalmente comprometida con la Agencia y con sus principios.
Felicity cruzó sus esbeltas y largas manos.
—La Agencia es una organización oculta y exigimos absoluta discreción por parte de cada uno de sus miembros. Ser un agente secreto implica muchos riesgos conocidos, además de la posibilidad constante de amenazas desconocidas. Piénsatelo bien antes de decidir. —Se irguió en la silla, cada vez más majestuosa—. Al convertirte en un agente secreto, Mary, te conviertes en parte de una nueva familia. Cuando estés trabajando en un caso, nosotras seremos las únicas que sabremos dónde estás y cuál es tu propósito.
»Te ayudaremos y te apoyaremos en la medida de lo posible y te pediremos que actúes en contra de lo que te dictamine tu conciencia. Pero habrá momentos en los que te sientas muy sola. Tómate tu tiempo, Mary, y considéralo con atención. No pensaremos mal de ti si decides volver a la escuela.
Mary respiró hondo y se irguió en la silla. Ya había tomado una decisión. La voz no denotaba nerviosismo alguno cuando les contestó con calma:
—Estoy preparada para elegir. Acepto vuestros términos y llevaré a cabo todos los casos lo mejor que pueda.
Hubo un momento de silencio. Y otro. Y un tercero. Y, a continuación, el sonido de las sillas al arrastrarse por el suelo de madera cuando Anne y Felicity se levantaron y tomaron las manos de Mary entre las suyas.
Anne estaba radiante y, con una nota de orgullo en su voz, le dijo:
—Mary, bienvenida a la Agencia.