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Lloro

Moscú, a 9 de febrero de 1919

Me maldigo y me repudio. ¿Por qué soy débil, por qué me he dejado vencer? ¿Tan frágil es mi voluntad? ¡Ay de la melancolía que llorando se consuela!, me reprende mi amigo Machado. Pero yo no le hago caso. Yo soy como la Teresa de mi Rosalía, de mis ojos caen amargas las lágrimas aun en esos instantes de reposo en que no puedo sentirlas… Ni siquiera soy capaz de pensar, ya no tengo ideas propias, todas las pido prestadas. Solo me alimento de dolor y de mis poetas. Solo veo aflicción y mis manos vacías. No tienen nada, no tengo nada. No existe el alivio. No soy nadie. No soy nada.

Lloro y sé que, aunque Alexandra quiera exculparme de mi pecado, soy endeble y pusilánime. «Eres fatua», me devuelve la Bestia el insulto. Y yo no le respondo, solo agacho la cabeza y lloro.

Lloro sobre mi dolor, me quema la frente, tengo nieve y fuego en las mejillas. Quiero volver al Tiergarten y también quiero olvidarlo. Quiero volver al Bitsevski y quiero quedarme aquí, en mi cama estrecha y solitaria, escondida bajo mi miedo. No voy a seguir luchando, me falta el aire.

Por eso lloro. Lloro para respirar, porque solo así puedo encontrarme. Porque solo así sale algo vivo de mi cuerpo. Porque solo así soy amargura y agonía. Porque quiero serlo solo así. Y me advierte Antonio: debo ser agradecida y no aquella que bebe y, saciada la sed, desprecia la vida. Y me recuerda Rosalía que he de imitar a Esperanza, fuerte y valiente, para que no me haga daño el rocío de la mañana.

Pero yo lloro. Leo a mis poetas y después lloro. Me visitan Alexandra e Inessa, me toman de la mano, me ofrecen su cariño, me dicen «sé fuerte», me dicen «no importa ser débil», me dicen «tienes derecho a caer», me dicen «tienes la obligación de levantarte», me dicen «vuelve pronto», me dicen que me quede, me dicen que no me vaya, me dicen que me necesitan, me dicen que la Bestia aguarda, me dicen que yo soy su bestiaria, me dicen que vuelva, me dicen que no llore, me dicen que llore.

Lo sé. Todo lo sé. Me lo dicen Antonio, Rosalía, Alexandra e Inessa. Pero yo lloro. Quiero dejar de hacerlo y no sé cómo, siempre lloro. No puedo detener este río. Me escondo bajo mi miedo y mi impotencia. Soy estéril. Soy demasiado débil. Y fatua, lo dice la Bestia y ahora lo sé. Quise cargar a Urano sobre mis hombros, me pensé Atlas y nunca lo fui, jamás llegaré a serlo. Porque soy débil, y me maldigo, y me repudio.

Y sigo llorando.

Mariela
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