LA DONCELLA
RICHARD LAYMON
—No sé, no sé… —dije.
—¿Qué no hay que saber? —preguntó Cody. Iba conduciendo su jeep Cherokee y había puesto tracción en las cuatro ruedas.
Llevábamos una media hora dando tumbos por un camino sin asfaltar a través de un bosque, la única luz que había era la de los faros y yo no sabía cuánto nos faltaba para llegar a nuestro destino, un lugar llamado supuestamente lago Perdido.
—¿Y si tenemos una avería? —pregunté.
—No tendremos ninguna avería —dijo Cody.
—Por el ruido que hace el coche, parece que fuera a hacerse pedazos en cualquier momento.
—No seas tan miedica —repuso Rudy, que iba sentado en el asiento delantero.
Rudy era el mejor amigo de Cody. Eran dos tíos increíbles. En cierto modo para mí era un honor que me hubieran invitado a ir con ellos. Pero también estaba nervioso. Tal vez me habían invitado porque soy el nuevo del instituto y sólo querían ser amables y conocerme mejor. Aunque también era posible que quisieran joderme.
No me refiero a joder en el sentido de que quisieran follarme. Ni Cody ni Rudy se comportaban de forma sospechosa y los dos tenían novia.
La novia de Rudy no era nada del otro mundo. Se llamaba Alice y se parecía a una persona a la que le hubieran cogido de la cabeza y los pies y la hubieran estirado hasta dejarla demasiado larga y delgada.
La novia de Cody era Lois Garnett. Lois era perfecta en todos los aspectos. Excepto en uno: ella sabía que era perfecta. Es decir, era tonta.
De todos modos, a mí Lois me ponía cachondo. No era de extrañar. Uno no tenía más que mirarla y ya se ponía a cien. Pero la semana anterior había cometido el error de que me pillara. Se le había caído el lápiz en clase de química y al inclinarse para recogerlo, pude verle el escote de la blusa hasta el fondo. Aunque llevaba sujetador, la vista era alucinante. Lo malo fue que alzó la vista y vio dónde tenía puesta mi mirada.
—¿Qué estás mirando, gilipollas? —me dijo en voz baja.
—Tetas —respondí. A veces puedo ser listillo.
Menos mal que las miradas no matan. Los novios, en cambio, sí pueden hacerlo, razón por la cual me preocupaba un poco meterme en un bosque a altas horas de la noche con Cody y Rudy, pese a que nadie había hecho alusión al incidente. Hasta el momento.
Quizá Lois no se lo había contado a Cody y yo no tenía de qué preocuparme. Aunque también era posible que…
Decidí que valía la pena arriesgarse. Al fin y al cabo, ¿qué era lo peor que podía pasar? No iban a intentar matarme sólo porque hubiera mirado el escote de Lois.
Lo que sí habían dicho que querían hacer era conseguirme una cita con una tía.
Estaba comiendo en el parque aquella misma tarde cuando Cody y Rudy se acercaron y se pusieron a hablar conmigo.
—¿Tienes algún plan para esta noche? —preguntó Cody.
—¿A qué te refieres?
—Se refiere —dijo Rudy— a que conocemos a una tía que piensa que estás muy bueno. Quiere verte, ¿sabes lo que quiero decir? Esta noche.
—¿Esta noche? ¿A mí?
—A medianoche —dijo Cody.
—¿Seguro que no os equivocáis de tío?
—Seguro.
—¿Elmo Baine?
—Pero ¿qué te has creído? ¿Que somos imbéciles? —repuso Rudy con irritación—. Sabemos cómo te llamas. Todo el mundo sabe cómo te llamas.
—Eres tú a quien quiere —dijo Cody—. ¿Qué te parece?
—Pues no sé…
—¿Qué no hay que saber?
—Pues… ¿quién es ella?
—¿Y a ti qué te importa? —preguntó Rudy—. Quiere verte, tío. ¿Cuántas tías hay que quieran verte?
—Pues… no sé, es que me gustaría saber quién es antes de tomar una decisión.
—Nos ha pedido que no te lo digamos —me explicó Cody.
—Quiere que sea una sorpresa —agregó Rudy.
—Sí, claro, pero es que… ¿Cómo sé yo que no es…? Ya sabéis…
—¿Un cardo? —sugirió Rudy.
—Sí, eso.
Cody y Rudy se miraron e hicieron un gesto de negación con la cabeza. Luego Cody dijo:
—Está buenísima, te lo aseguro. Puede que ésta sea la mejor oferta que te hagan jamás. Yo de ti no la desaprovecharía.
—Entonces ¿no podéis decirme quién es?
—Pues no.
—¿La conozco?
—Ella te conoce a ti —indicó Rudy—. Y quiere conocerte mucho mejor.
—No lo desaproveches —insistió Cody.
—Bueno… —dije—. De acuerdo.
A continuación acordamos dónde y cuándo irían a buscarme con el coche.
No pregunté si iba a venir alguien más con nosotros, pero pensé que cabía la posibilidad de que aparecieran con Alice y Lois. Conforme fue pasando el día, me fui convenciendo de que Lois iba a venir con nosotros, hasta el punto de que al final me olvidé de la chica misteriosa.
Me arreglé y salí de casa con tiempo de sobra para la cita. Sin embargo, cuando apareció el coche, dentro no iban más que Cody y Rudy. Supongo que debió de notárseme la decepción.
—¿Pasa algo? —preguntó Cody.
—No, nada. Es que estoy un poco nervioso.
Rudy me sonrió por encima del hombro.
—Qué bien hueles.
—Me he puesto un poco de Old Spice.
—Va a cubrirte de lametones.
—Ya vale —le dijo Cody.
—Entonces ¿adonde vamos? —pregunté—. Ya sé que no podéis decirme quién es ella, pero tengo curiosidad por saber exactamente adonde me lleváis.
—¿Podemos decírselo? —preguntó Rudy.
—Supongo que sí. ¿Has estado alguna vez en lago Perdido, Elmo?
—¿Lago Perdido? Es la primera vez que oigo hablar de ese sitio.
—Pues ahora ya has oído hablar de él —me dijo Rudy.
—¿Es allí donde vive? —pregunté.
—Es donde quiere verte —respondió Cody.
—Digamos que es una chica a la que le gusta la naturaleza —explicó Rudy.
—Además es un sitio estupendo para hacer lo que a uno le dé la gana —dijo Cody—. Es un pequeño lago perdido en el bosque; es el sitio perfecto para estar tranquilo.
El camino sin asfaltar estaba en muy malas condiciones y parecía no acabar nunca. El jeep daba sacudidas y traqueteaba, y contra sus flancos crujían ramas o algo parecido. De la oscuridad será mejor que no hablemos.
Cuando se trata de estar a oscuras, no hay nada como un bosque. Quizá se deba a que los árboles tapan la luz de la luna. Es como conducir por un túnel. Los faros iluminan sólo lo que tienes delante y por la ventana de atrás se ve el brillo rojo que despiden las luces traseras. Todo lo demás es negro.
Estuve bien durante un rato, pero luego empecé a inquietarme cada vez más. Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, peor me sentía. Me habían dicho que el coche no iba a averiarse, y Rudy me había llamado miedica por preguntar. Sin embargo, al cabo de un rato dije:
—¿Estáis seguros de que no nos hemos perdido?
—Yo nunca me pierdo —dijo Cody.
—¿Qué tal andamos de gasolina?
—Bien.
—Qué cagado…
Gilipollas, pensé. Pero no lo dije. No dije nada. Estábamos en el quinto pino y nadie sabía que estaba con aquellos tíos. Si les hacía enfadar, la situación podía ponerse difícil.
Desde luego yo era consciente de que las cosas podían tomar un cariz desagradable. Aquel asunto podía ser sólo una trampa. Yo esperaba que no lo fuera, pero uno nunca sabe.
El problema es que si no asumes riesgos no puedes hacer amigos de ninguna manera. Además, tanto si valía la pena asumir un riesgo tan grande por la amistad con Cody y Rudy como si no (yo empezaba a tener serias dudas al respecto), la verdad era que relacionarme con ellos significaba relacionarme con Lois.
Ya podía imaginármelo. Quedaríamos en salir las tres parejas. Cody con Lois, Rudy con Alice y Elmo con la chica misteriosa, e iríamos apretados en el jeep. Iríamos juntos al cine, o al campo de merienda, organizaríamos fiestas en la piscina, quizá haríamos excursiones… Y tontearíamos. Mi pareja propiamente dicha sería la chica misteriosa, pero Lois estaría siempre donde yo pudiera verla, escucharla y quizá algo más. Quizá cambiaríamos de pareja en alguna ocasión. Quizá organizaríamos orgías incluso… Era difícil saber qué ocurriría si me aceptaban.
Supongo que yo estaba dispuesto a hacer prácticamente cualquier cosa por enterarme. Incluso ir en coche con aquellos tíos a un lugar perdido, donde quizá pensaban dejarme abandonado o darme una paliza o algo peor.
Tenía miedo. Cuanto más nos adentrábamos en el bosque, menos me fiaba de Cody y Rudy. Pero desde el momento en que Rudy dijo que yo era un cagado, mantuve la boca cerrada. Me quedé sentadito en el asiento trasero, preocupado y venga a decirme para mis adentros que no tenían motivos suficientes para darme una paliza. Lo único que había hecho era mirarle el escote a Lois.
—Ya hemos llegado —dijo Cody.
Era el final del camino.
Delante de nosotros, iluminado por los blancos haces de luz de los faros, había un claro lo bastante grande para que pudiera aparcar media docena de coches. En el suelo había unos troncos que te indicaban dónde tenías que detenerte. Al otro lado del aparcamiento vi un cubo de basura, un par de mesas para merendar y un hogar de ladrillo para barbacoas.
El nuestro era el único coche que había. Y nosotros las únicas personas.
—Creo que no ha venido —comenté.
—Vete a saber… —me dijo Cody.
—No hay ningún otro coche.
—¿Quién ha dicho que ha venido en coche? —replicó Rudy.
Cody se acercó a un tronco, se paró y apagó el motor.
Yo no veía ningún lago. Estuve a punto de hacer el chiste de que se había perdido, pero en aquel momento no estaba precisamente para bromas.
Cody apagó la luz y quedamos sumidos en la oscuridad, aunque sólo por un segundo. Las dos puertas delanteras se abrieron, haciendo que la luz del techo se encendiera.
—Vamos —dijo Cody.
Ambos bajaron. Yo también.
Cuando cerraron las puertas, la luz del jeep se apagó. Pero estábamos en un claro y el cielo se extendía sobre nosotros. La luna estaba casi llena y había estrellas.
Las sombras eran negras, pero todo lo demás estaba iluminado, casi como si le hubieran esparcido por encima polvo blancuzco.
La luna brillaba muchísimo.
—Por aquí —dijo Cody.
Cruzamos el merendero. Me temblaban las piernas.
Después de las mesas el terreno descendía hasta llegar a una zona de color claro que me recordó el aspecto que tiene la nieve de noche. La única diferencia era que aquel lugar estaba más oscuro que la nieve. ¿Qué era? ¿Una playa? No podía ser otra cosa.
Cuando acababa la curva de la playa, el lago era negro. El camino plateado que la luna dibujaba sobre el agua era muy bonito. La plata llegaba a ambas orillas del lago; se extendía sobre uno de los lados de un islote arbolado y recorría toda la distancia hasta llegar a la playa.
Cody había dicho que aquel lugar era «el sitio perfecto para estar tranquilo», y no se equivocaba. Dejando aparte la luna y las estrellas, no había ninguna luz. Ni en las barcas que flotaban en el agua, ni en los muelles a lo largo de la orilla, ni en las cabañas que se veían en el oscuro bosque que rodeaba el lago. Por el aspecto que ofrecía todo aquello, era posible que fuéramos las únicas tres personas que había en varios kilómetros a la redonda.
Yo hubiera preferido no estar tan nervioso. Aquel lugar podría haber sido estupendo si no me encontrara con un par de tíos que posiblemente se disponían a darme una paliza. Podría ser un lugar perfecto para estar a solas con una chica.
—Me parece que no está aquí —dije.
—No estés tan seguro —dijo Rudy.
—Puede que haya decidido no venir. No sería de extrañar, porque mañana hay que ir al instituto.
—No podía ser en otra ocasión —me explicó Cody—. Los fines de semana viene demasiada gente. Fíjate, tenemos todo el lugar para nosotros.
—Pero ¿dónde está la chica?
—Joder… —dijo Rudy—, ¿por qué no dejas de quejarte de una vez?
—Sí, déjalo ya. Relájate y disfruta.
En ese momento llegamos a la arena. Después de dar unos pasos Rudy y Cody se detuvieron y se quitaron zapatos y calcetines. Yo los imité. Aunque hacía una temperatura agradable, la arena me parecía fría con los pies descalzos.
A continuación se quitaron las camisas. No me pareció mal que lo hicieran: eran tíos, hacía buena temperatura y soplaba una brisa suave. Pero me puso nervioso, y tuve una sensación extraña. Cody y Rudy tenían un físico magnífico, e incluso a la luz de la luna saltaba a la vista que estaban morenos.
Me desabroché los botones de la camisa.
Ellos dejaron las camisas en la arena junto a los zapatos y calcetines. Yo me la dejé puesta, pero ellos no me dijeron nada. Cuando echamos a andar en dirección al agua, estuve tentado de quitármela. Quería ser como ellos y la brisa era muy agradable. Pero me resultaba imposible hacerlo.
Nos detuvimos en la orilla.
—Esto es un alucine —dijo Cody. Levantó los brazos y se estiró—. Fijaos qué brisa…
Rudy también se estiró, flexionó los músculos y soltó un gemido.
—Jo… —exclamó—. Cómo me gustaría que estuvieran aquí las chicas.
—Podemos volver el viernes y traerlas. Tú también puedes venir, Elmo. Tráete a tu nueva chica y montaremos una fiesta por todo lo alto.
—¿En serio?
—Claro.
—Jo. Eso estaría… demasiado.
Aquello era precisamente lo que deseaba oír. Mis temores habían sido una estupidez. Esos tíos eran los mejores colegas que uno podía tener. Unas cuantas noches más y estaría allí mismo, en la playa, con Lois. De pronto me sentí de maravilla.
—Quizá deberíamos dejarlo todo hasta entonces —dije—. Mi… eh… pareja no está aquí. No me importa esperar hasta el viernes para conocerla.
—A mí tampoco me importa —dijo Cody.
—Ni a mí —dijo Rudy.
—Muy bien.
Sonriendo, Cody ladeó la cabeza y dijo:
—Pero a ella sí le importará. Quiere verte esta noche.
—Qué suerte tienes, cabrón —dijo Rudy, dándome un golpecito en el brazo.
—Pero si no está aquí —repuse frotándome el brazo.
Cody hizo un gesto de asentimiento con la cabeza.
—Tienes razón. No está aquí. Está allí —dijo señalando el lago.
—¿Qué? —exclamé.
—En la isla.
—¿En la…? —No soy un experto calculando distancias, pero la isla parecía encontrarse a unos doscientos metros. Pero ¿qué está haciendo allí?
—Esperarte, Valentino. —Rudy volvió a darme un golpecito en el brazo.
—Para ya.
—Perdona. —Y me dio otro golpe.
—Ya basta —le dijo Cody. Luego, volviéndose hacia mí, dijo—: Allí es donde quiere verte.
—¿Allí?
—Es un sitio perfecto. No tendréis que preocuparos de que nadie vaya a interrumpiros.
—¿Está en la isla? —Me resultaba difícil creerlo.
—Eso es.
—¿Cómo ha ido hasta allí?
—Nadando.
—Digamos que a la chica le gusta la naturaleza —dijo Rudy. Ya había hecho antes aquel comentario.
—¿Y cómo voy a ir hasta allí?
—De la misma manera que ella —dijo Cody.
—¿Nadando?
—Sabes nadar, ¿no?
—Sí. Más o menos.
—¿Más o menos?
—No soy precisamente el mejor nadador del mundo.
—¿Puedes llegar hasta allí?
—No lo sé.
—Mierda —exclamó Rudy—. Ya decía yo que era un cagado.
Que te jodan, pensé. Tenía ganas de partirle la cara, pero todo lo que hice fue quedarme inmóvil.
—Imagínate si se nos ahoga —dijo Cody.
—No se ahogará. ¿Cómo va a hundirse con lo gordo que es, joder?
Una parte de mí quería romperle las narices y la otra quería llorar.
—Puedo ir nadando hasta esa isla si quiero —barboté—. Pero igual no me apetece, eso es todo. Seguro que ni siquiera hay una chica allí.
—¿Qué quieres decir?
—Que no es más que una trampa —dije—. No hay ninguna chica, lo sabéis perfectamente. Es sólo una trampa para hacerme nadar hasta la isla. Luego cogeréis el coche y me dejaréis colgado o algo así.
Cody me miró fijamente.
—No es de extrañar que no tengas ningún amigo.
Rudy le dio un codazo y dijo:
—Éste Elmo se piensa que somos un par de cabrones.
—Yo no he dicho eso.
—Ya —replicó Cody—. Intentamos hacerte un favor y piensas que queremos joderte. Vaya mierda. Vámonos.
—¿Qué? —exclamé.
—Que nos vamos.
Los dos dieron media vuelta y echaron a andar por la playa en dirección a sus cosas.
—¿Cómo que nos vamos? —pregunté.
Cody volvió la cabeza y me miró.
—Eso es lo que quieres, ¿no? Venga, te llevamos a casa.
—Con tu mamaíta —añadió Rudy.
No me moví.
—¡Esperad! —exclamé—. Esperad un momento, ¿vale? Sólo un momento. Vamos a hablar del asunto, ¿vale?
—Nada de eso —dijo Cody—. Eres un chiflado.
—¡No lo soy!
Se agacharon y recogieron sus camisas.
—Mirad, lo siento. Lo haré. ¿Vale? Os creo. Voy a ir nadando hasta la isla.
Cody y Rudy se miraron. Cody hizo un gesto de negación con la cabeza.
—¡Por favor! —exclamé—. Dadme otra oportunidad.
—Crees que somos un par de mentirosos.
—No, no lo creo. En serio. No sabía qué pensar, eso es todo. Me resulta extraño. Es… es la primera vez que una chica manda alguien a buscarme. Ya voy, ¿vale? Voy a hacerlo.
—De acuerdo —dijo Cody. Pero no parecía muy convencido.
Dejaron las camisas en la arena. Mientras volvían hacia mí, no dejaron de menear la cabeza y mirarse el uno al otro.
—No queremos pasarnos aquí toda la noche —dijo Cody. Consultó su reloj de pulsera y añadió—: Bien, te daremos una hora.
—¿Y luego os iréis sin mí?
—¿He dicho yo eso? No vamos a irnos sin ti.
—¿Ves cómo piensa que somos unos cabrones? —dijo Rudy.
—Eso no es cierto.
—Si no regresas —dijo Cody—, gritaremos o tocaremos la bocina o algo así. Recuerda que dispones de una hora para estar con ella.
—No nos hagas esperar —me advirtió Rudy—. Si quieres follar con ella hasta el amanecer, hazlo cuando no seamos tus chóferes.
¿Follar con ella hasta el amanecer?
—Muy bien —dije. Me volví hacia el agua y respiré hondo—. Bueno, allá voy. ¿Algo más que deba tener en cuenta?
—¿Tienes pensado meterte con el pantalón puesto? —preguntó Cody.
—Pues sí…
—Yo no lo haría.
—Puede arrastrarte al fondo —indicó Rudy.
—Más vale que los dejes aquí.
Aquello no me gustó.
—No sé… —dije.
Cody hizo un gesto de negación con la cabeza.
—No te lo robaremos.
—No sé a quién podría ocurrírsele tocarlo.
—El problema es que los vaqueros absorben un montón de agua. Pesan más que un ladrillo.
—No conseguirás llegar hasta la isla con ellos —dijo Rudy.
—Te hundirás con ellos.
—O con ella.
—¿Qué?
—No le hagas caso. No dice más que idioteces.
—La doncella… —dijo Rudy—. Te cogerá si no nadas lo suficientemente rápido. Tienes que quitarte los vaqueros.
—Sólo intenta asustarte.
—¿La doncella? ¿Quieres decir que hay una doncella que va a atraparme, ahogarme o algo así?
—Tonterías —exclamó Cody. Miró a Rudy con cara de enfado y le dijo—: ¿Por qué tenías que mencionarla? Eres un idiota.
—Jo, tío. Es que no quiere quitarse los vaqueros. Si nada con ellos, no tendrá ninguna posibilidad. Le pillará, ya verás.
—No existe ninguna jodida doncella ni nada que se le parezca.
—Sí que existe.
—¿De qué estáis hablando? —pregunté bruscamente.
Cody se volvió hacia mí haciendo un gesto de negación con la cabeza.
—De la doncella del lago Perdido. Es una leyenda que no se cree nadie.
—El año pasado atrapó a Willy Glitten —dijo Rudy.
—Willy tuvo un corte de digestión, eso fue todo.
—Eso crees tú.
—Se comió una pizza de chorizo antes de meterse en el agua. Eso fue lo que le mató, no un estúpido fantasma.
—La doncella no es un fantasma. Esto demuestra que no sabes nada. Los fantasmas no pueden agarrarte y…
—Tampoco puede hacerlo una chica que murió hace cuarenta años.
—Sí puede.
—Pero ¡¿de qué estáis hablando?! —barboté.
Me miraron.
—¿Quieres contárselo tú? —preguntó Cody.
—No, cuéntaselo tú.
—Eres tú quien ha sacado el tema —dijo Cody.
—Para que luego me digas que sólo cuento mentiras. Cuéntalo tú a tu manera. Yo no pienso decir nada más sobre ella.
—¿Quiere contármelo alguien, por favor?
—De acuerdo —dijo Cody—. Se trata de lo siguiente. Existe una historia sobre la doncella del lago Perdido. En parte es verdad y en parte es mentira.
Rudy soltó un bufido.
—La parte de verdad dice que una chica se ahogó en el lago una noche hace cuarenta años.
—La noche de la fiesta de fin de curso —precisó Rudy. Había roto su promesa de que iba a mantener la boca callada, pero Cody no se lo hizo notar.
—Eso es —dijo—. Era la noche de la fiesta. Cuando acabó el baile, su pareja la trajo aquí. Querían tontear un poco, ¿sabes? Así pues, aparcaron el coche ahí detrás y se pusieron a ello. La cosa empezó bien. Demasiado bien para ella.
—Era virgen —indicó Rudy—. Por eso la llaman doncella.
—Sí. Bueno, el caso es que el asunto estaba yendo demasiado lejos, al menos para ella. De manera que para calmar un poco la situación, ella propuso bañarse en el lago. El tío se pensó que se refería a bañarse desnudos, de modo que no vaciló.
—No había nadie en los alrededores —dijo Rudy.
—Eso al menos pensaba ella —repuso Cody—. Así que se bajan del coche y empiezan a desnudarse. El tío se quita todo. Ella, en cambio, insiste en dejarse puesta la ropa interior.
—La braga y el sujetador —explicó Rudy.
—Dejan la ropa dentro del coche, bajan corriendo a la playa y se meten en el lago. Nadan un poco, juegan y se salpican. Luego se cogen el uno al otro y, ya puedes imaginarte: la cosa empieza a calentarse de nuevo.
—¿Estaban todavía en el agua? —quise saber.
—Sí, donde no cubre.
Me pregunté cómo se habría enterado de todo aquello.
—Ella no tarda en dejarle que le desabroche el sujetador. Era la primera vez que él llegaba tan lejos.
—Por fin conseguía tocarle las tetitas —dijo Rudy.
—El tío cree que está en el séptimo cielo. Piensa que por fin va a poder cepillársela, de manera que intenta bajarle las bragas.
—Iba a tirársela aquí mismo, en el lago —me explicó Rudy.
—Sí, pero ella le dice que pare. Sin embargo él no le hace caso e intenta bajarle las bragas. Ella empieza a forcejear. Él está en cueros y probablemente la tiene más tiesa que un poste, así que ella sabe qué va a ocurrir si consigue bajarle las bragas. Y ella no está dispuesta a permitírselo. Le pega, le araña y le da patadas hasta que por fin consigue soltarse y encaminarse a la orilla. Entonces, cuando ella está saliendo del lago, él empieza a gritar: «¡Eh, tíos! ¡Daos prisa que se va!». Y de pronto aparecen cinco tíos corriendo por la playa.
—Son los colegas del tío —me explicó Rudy.
—Son una pandilla de colgados que ni siquiera han ido a la fiesta. Estaban ahí porque el otro, la pareja de la doncella, les había cobrado cinco dólares a cada uno y había organizado todo el asunto. Habían ido al lago antes y, tras esconder el coche en el bosque, habían esperado bebiendo cerveza. Para cuando ese tío apareció con la doncella ya estaban como cubas…
—Y lo bastante salidos como para follarse una escoba —añadió Rudy.
—La doncella no pudo hacer nada —dijo Cody—. La cogieron cuando intentaba huir y la sujetaron mientras su pareja del baile de fin de curso se la follaba. Que él fuera el primero era parte del trato.
—No quería ser el segundo y pringarse —me explicó Rudy.
—Luego lo hicieron los demás por turnos.
—Dos o tres veces cada uno —dijo Rudy—. Y alguno también se la metió por detrás.
—Pero eso es… horrible —murmuré. Era algo cruel y espantoso, lo cual me hizo sentir culpable, ya que me había empalmado un poco al oír la historia.
—Cuando acabaron, ella estaba hecha polvo —me explicó Cody—. Y eso que no le habían pegado. En todo momento hubo cuatro o cinco sujetándola, de modo que no tuvieron que pegarle ni nada por el estilo. Pensaban que en cuanto se lavara y vistiera tendría buen aspecto. El plan consistía en que su pareja la llevara a casa como si nada hubiera sucedido. Pensaban que no se atrevería a contárselo a nadie. En aquella época, si te violaban varios al mismo tiempo te consideraban la guarra del pueblo. Ella saldría perdiendo si intentaba causarles problemas.
»Así pues, le dicen que se lave en el lago, y entonces ella se adentra en el agua tambaleándose y empieza a alejarse. Para cuando quieren darse cuenta, ya está nadando hacia la isla. No saben si intenta escapar o quiere ahogarse. Sea lo que sea, no pueden permitírselo, de modo que se ponen a perseguirla.
—Todos menos uno —dijo Rudy.
—Uno de ellos no sabía nadar —explicó Cody—. De modo que se quedó en la orilla. Al final la doncella no consiguió llegar a la isla.
—Aunque por poco —dijo Rudy.
—Le faltaban unos cincuenta metros cuando desapareció bajo el agua.
—Joder… —murmuré.
—Luego desaparecieron ellos —prosiguió Cody—. Unos nadaban más rápido que otros y se habían distanciado bastante. El tío que se había quedado en la orilla pudo verlos gracias a la luz de la luna. De uno en uno fueron soltando una especie de chillido y luego, tras chapotear durante unos segundos, desaparecieron bajo el agua. El último en desaparecer fue la pareja de la chica. Cuando vio que sus colegas se ahogaban a su alrededor, dio media vuelta y trató de ganar la orilla. Sólo llegó hasta la mitad. Luego gritó: «¡No! ¡No! ¡Suéltame! ¡Por favor! ¡Lo siento! ¡Por favor!». Y desapareció bajo el agua.
—Jo… —musité.
—El tío que lo había visto todo subió a un coche y se fue al pueblo a toda velocidad. Estaba tan borracho e impresionado que tuvo un accidente al salir de la carretera. Como pensaba que iba morir, decidió confesarse mientras lo llevaban al hospital. Lo contó todo.
—Al cabo de dos horas un equipo de búsqueda acudió al lago. ¿Sabes qué encontraron?
Negué con la cabeza.
—A los tíos. Al novio y sus cuatro colegas. Estaban tendidos aquí mismo, en la playa, en fila. Todos desnudos, boca arriba y con los ojos abiertos.
—¿Muertos? —pregunté.
—Más muertos que mi abuela —dijo Rudy.
—Ahogados —precisó Cody.
—Joder… —dije—. ¿Y se supone que fue la doncella quien lo hizo? ¿Realmente fue ella quien ahogó a todos esos tíos?
—Yo no diría que siguiesen siendo exactamente tíos… —dijo Cody.
Rudy sonrió y entrechocó los dientes un par de veces.
—¿Les arrancó la…? —No tuve fuerzas para decirlo.
—Nadie sabe con seguridad quién lo hizo —dijo Cody—. Fue alguien o algo. A mí me parece que fue ella, ¿no crees?
—Supongo que sí.
—En cualquier caso, no consiguieron encontrar a la doncella.
—Ni las pollas perdidas —añadió Rudy.
—La gente dice que se ahogó cuando se dirigía a la isla y que fue su fantasma quien se vengó de esos tíos.
—No fue su fantasma… —dijo Rudy—. Los fantasmas no pueden hacer nada de nada. Fue ella. Es una especie de muerto viviente, ¿sabes a lo que me refiero? Un zombi.
—Tonterías —dijo Cody.
—Se dedica a bucear en el lago, a la espera de que un tío trate de cruzarlo a nado. Entonces va por él. Eso fue lo que le ocurrió a Willy Glitten y a todos los demás. Los coge por el cipote con los dientes…
Cody le dio un codazo.
—Eso no es cierto.
—¡Que sí! Les coge la polla y los arrastra.
De pronto me eché a reír. No pude evitarlo. Me había quedado absorto escuchando la historia y me la había creído en su mayor parte, hasta que Rudy había dicho que la doncella era una especie de zombi hambrienta de pollas. Puede que a veces sea un poco ingenuo, pero no soy tonto del todo.
—¿Te parece divertido? —preguntó Rudy.
Dejé de reír.
—No te parecería tan divertido si supieras cuántos tíos se han ahogado tratando de llegar a nado a la isla.
—Si se ahogaron —dije—, estoy seguro de que no fue por culpa de la doncella.
—Eso mismo digo yo —dijo Cody—. Ya te lo he dicho antes, sólo es verdad una parte de la historia. A ver, estoy dispuesto a creerme que la chica fue violada y luego se ahogó. Pero el resto se lo ha inventado la gente. No creo que sea verdad que los tíos fueran ahogándose uno a uno cuando la perseguían. Y aún menos que les arrancara la polla. Eso es una tontería, algo que se ha inventado alguien con una peculiar forma de entender la justicia poética.
—Puedes creerte lo que quieras —dijo Rudy—. Mi abuelo estaba en el grupo que encontró a los ahogados. Se lo contó todo a mi padre y él me lo contó a mí.
—Ya…
—Y no me lo contó sólo para asustarme.
—Claro que te lo contó para asustarte. Porque sabe que eres la clase de tío que podría hacer una barbaridad como ésa.
—Nunca he violado a nadie.
—Porque tienes miedo de que te arranquen el cipote.
—Lo que está claro es que ahí no voy a bañarme —dijo Rudy. Señaló el lago—. Tú puedes creerte lo que te dé la gana, pero la doncella está ahí, esperando.
Cody me miró y meneó la cabeza.
—Sí, supongo que está ahí. Quiero decir, yo creo que se ahogó aquella noche, pero de eso hace cuarenta años. Probablemente ya no quede mucho de su cuerpo. Y ella no tiene nada que ver con las personas que se han ahogado últimamente. De vez en cuando hay gente que se ahoga. Es algo que ocurre. Sufren calambres. —Se encogió de hombros—. De todos modos lo entenderé perfectamente si decides no ir nadando hasta la isla.
—No sé… —Miré la isla fijamente. Desde donde estaba hasta la extensión de tierra arbolada había una gran masa de agua negra—. Si decís que se ha ahogado tanta gente…
—No tanta. El año pasado sólo se ahogó un tío y acababa de zamparse una pizza de chorizo.
—Lo atrapó la doncella —masculló Rudy.
—¿Encontraron su cadáver? —pregunté.
—No —respondió Cody.
—Así que no se sabe si… si se la arrancaron.
—Yo te aseguro que sí —dijo Rudy.
Miré a Cody a los ojos. Pero no les daba la luz, de modo que no pude vérselos.
—Tú no te crees lo de la doncella, ¿verdad?
—Pero ¿qué dices? Sólo capullos como Rudy se creen esa clase de idioteces.
—Gracias, tío —le dijo Rudy.
Respiré hondo y suspiré. Miré una vez más hacia la isla y vi toda la negrura que me separaba de ella.
—Será mejor que lo deje para otra ocasión —dije.
Cody dio a Rudy un codazo.
—¿Ves lo que has conseguido? ¿Por qué no has mantenido la boca cerrada?
—¡Pero si has sido tú quien le ha contado la historia!
—¡Pero tú empezaste a hablar de ella!
—¡Tenía derecho a saberla! ¡No puedes decirle a un tío que nade hasta la isla sin avisarle! ¡Y además iba a ir con los vaqueros puestos! La única opción que uno tiene es nadar más rápido que ella, y eso es imposible si llevas vaqueros.
—De acuerdo —dijo Cody—. De todos modos no importa. No va a ir.
—No deberíamos haberle animado, para empezar —puntualizó Rudy—. La idea era una estupidez. La chica está más buena que el pan, pero no vale la pena morir por ella.
—Bueno —dijo Cody—, eso era lo que quería averiguar, ¿no? —Se volvió hacia mí—. Esta es la razón principal por la que quería que os vierais en la isla. Era una prueba, en teoría. Ella me dijo que si no eres lo bastante hombre para nadar, no eres lo bastante hombre para merecerla. Lo que no imaginaba era que este capullo iba a soltarte el rollo de la doncella.
—No es por eso —dije—. No pensaréis que me creo esa historia, ¿verdad? El problema es que no nado muy bien.
—No te preocupes —dijo Cody—. No tienes que dar explicaciones.
—Entonces ¿nos vamos? —preguntó Rudy.
—Pues creo que sí. —Cody se volvió hacia la isla, se puso las manos alrededor de la boca y gritó—: ¡Ashley!
—¡Mierda! —exclamó Rudy—. ¡Pero si has dicho su nombre!
—Ahí va…
¿Ashley? Yo conocía sólo a una Ashley.
—¿Ashley Brooks? —pregunté.
Cody asintió y se encogió de hombros.
—Era una sorpresa, en teoría. Se suponía que no tenías que enterarte si no nadabas hasta la isla.
El corazón me palpitaba apresuradamente.
Que conste que no me creía ni una palabra de lo que decían. Era imposible que Ashley Brooks quisiera enrollarse conmigo y estuviera esperándome en la isla. Ella era probablemente la única chica del instituto tan fascinante como Lois. Tenía un pelo rubio precioso, unos ojos como el cielo de una mañana de verano, una cara de ensueño y un cuerpo… un cuerpo que mareaba. Bueno, será mejor que dejemos el tema.
Pero tenía un carácter muy diferente del de Lois. Transmitía una especie de inocencia y dulzura que la convertía en un ser de otro mundo. Era demasiado perfecta para ser real.
Ni siquiera me creía que Ashley supiera que yo existía. Era demasiado inalcanzable para que yo me forjara ilusiones con ella.
—Es imposible que sea Ashley Brooks —dije.
—Ella ya se imaginaba que te impresionaría —me dijo Cody—. Ésa es una de las razones por las que quería que fuera un secreto. Quería ver la sorpresa dibujada en tu rostro.
—Anda ya…
Volviéndose de nuevo hacia la isla, Cody gritó:
—¡Ashley! ¡Será mejor que vengas! ¡Elmo no está interesado!
—Yo no he dicho eso —balbuceé.
—¡Ashley!
Aguardamos.
Al cabo de medio minuto apareció un resplandor blanco entre los árboles y los arbustos que había cerca de un extremo de la isla. Parecía estar moviéndose. Era muy brillante. Probablemente procedía de uno de esos faroles de propano que la gente utiliza para ir de acampada.
—Va a llevarse una buena decepción —musitó Cody.
Pasaron unos segundos más. Luego salió a la rocosa orilla sosteniendo el farol a distancia, probablemente para evitar quemarse.
—Para que luego digas que somos unos mentirosos —dijo Rudy.
—Dios mío… —musité. Estaba muy lejos y sólo alcanzaba a distinguir algún que otro detalle vagamente, como el brillo dorado de su pelo, y su figura. Su figura me llamó la atención. En un primer momento pensé que llevaba puesta una prenda muy ajustada, unos leotardos o unas mallas. Pero si era esto lo que llevaba, entonces debía de ser del mismo color que su cara. Y debía de tener unas manchas oscuras a la altura de los pezones y una flecha dorada apuntando hacia…
—Joder… —exclamó Rudy—. Está en cueros.
—No… —dijo Cody—. No creo…
—¡Que sí!
Ella levantó el farol. Luego su voz atravesó el lago.
—¡Elmooo! ¿No vienes?
—¡Sí! —grité.
—Estoy esperando —dijo. Luego dio media vuelta y echó a andar hacia los árboles.
—Está desnuda… —dijo Cody—. Jo, tío, no me lo puedo creer.
—Pues yo sí —dije. Para cuando me hube quitado los vaqueros, ella ya había desaparecido de la vista. Me dejé los calzoncillos puestos. El elástico cedió un poco, por lo que tuve que subírmelos cuando eché a andar hacia el agua. Volví la cabeza hacia Cody y Rudy y dije—: Hasta luego.
—Vale… —dijo Cody en voz baja. Parecía un tanto abstraído. Quizá también quería ir a la isla.
—Nada rápido —dijo Rudy—. No dejes que te atrape la doncella.
—Descuida —dije.
Cuando entré en el agua, aún podía ver la tenue luz del farol de Ashley, así que sabía que estaba entre los árboles, fuera de la vista pero desnuda y esperándome.
La noche estaba clara gracias a la luz de la luna. Una brisa tibia me rozaba la piel. El agua que envolvía mis tobillos estaba aún más caliente que la brisa. Subía por mi pierna con un suave chapoteo. Al quedarme flojos los calzoncillos, tenía la impresión de estar prácticamente desnudo.
Temblaba como si estuviera helado, pero no tenía frío. Temblaba de la emoción.
Esto no puede ser verdad, pensaba. Esta clase de cosas no les ocurren a tíos como yo. Es demasiado alucinante. ¡Sin embargo está ocurriendo!
La había visto con mis propios ojos.
Mientras la tibia agua me envolvía los muslos y yo imaginaba cómo sería estar con Ashley, noté que se me ponía dura y se me salía por la bragueta de los calzoncillos.
Nadie puede verme, me dije. Está demasiado oscuro y estoy de espaldas a Cody y Rudy.
Di un par de pasos más y el agua del lago me rodeó. Estaba templada, suave y resbaladiza. Me estremecí de placer.
—¡Más vale que espabiles! —gritó Rudy—. La doncella va hacia ti.
Le miré por encima del hombro y fruncí el ceño, enfadado porque con su grito me había fastidiado el ambiente. Él y Cody seguían en la orilla.
—Deja ya de intentar asustarme —dije—. Sólo quieres que me raje.
—Está demasiado bien para ti, gilipollas.
—Ya, ya… Pues parece que ella no piensa lo mismo.
El agua ya me llegaba a los hombros, de modo que tomé impulso con los pies y empecé a nadar. Como ya he dicho, no soy el mejor nadador del mundo, pero no se me da tan mal. La braza no es tan rápida como el crol, pero te permite llegar a tu destino. Y no te deja agotado. Además puedes controlar el rumbo si mantienes la cabeza levantada.
Me gusta el nombre: braza. Pero lo que más me gusta es la sensación que produce deslizarse suavemente por el agua de ese modo. El tibio líquido te acaricia todo el cuerpo. Eso si no llevas puesto algo, como unos calzoncillos largos. Los tenía bajados sobre la cadera, pegados a mi piel. Me tenían sujeto. Ni siquiera me dejaban extender las piernas lo suficiente para anadear con los pies.
Se me ocurrió quitármelos, pero no me atreví. De todos modos no me tenían sujeto del todo. Todavía la llevaba fuera de la bragueta, pero me encantaba notar la caricia del agua. Todo resultaba más excitante a causa de la doncella y el riesgo que suponía ofrecerle el cebo que a ella le gustaba y de incitarla con él…
Que conste que no me creía todas esas tonterías sobre los tíos a los que había ahogado y luego les había arrancado la polla. Era lo que decía Cody: una tontería. Sin embargo la idea me ponía cachondo.
¿Sabes qué? No creía en ella, pero podía imaginármela. Pensaba que estaba como suspendida en la oscuridad por debajo de mí, con la cabeza a la altura de mi cintura. Estaba desnuda y era preciosa. De hecho se parecía un poco a Ashley o a Lois. Estaba allí abajo, flotando boca arriba, no nadando sino avanzando de alguna manera a la misma velocidad que yo.
La oscuridad no importaba. Podíamos vernos el uno al otro. Su piel era tan clara que parecía brillar. Estaba sonriéndome.
Lentamente empezó a subir. Yo podía ver cómo se acercaba, deslizándose por el agua. Cody y Rudy no se habían enterado de nada. Iba a chupármela.
Seguí dando brazadas, imaginando que la doncella se acercaba y se pegaba a mí. Cody y Rudy me habían contado la historia con intención de asustarme. Y lo habían conseguido. Pero la imaginación es algo maravilloso. Con ella puedes darle la vuelta a todo. Mediante un poco de prestidigitación mental, había convertido a la zombi arrancapollas en una seductora ninfa acuática.
Aun así me dije que debía dejar de pensar en ella. Entre la excitante historia del baile de fin de curso, la imagen de Ashley desnuda y las tibias caricias del agua, estaba tan cachondo que lo único que me faltaba era imaginarme a la doncella debajo de mí, desnuda y dispuesta a mamármela.
Tenía que pensar en otra cosa… ¿Qué iba a decirle a Ashley?
Al pensar esto me alarmé, pero luego me di cuenta de que no sería necesario decir gran cosa. Al menos al principio. Si vas nadando hasta una isla para acudir a una cita con una chica desnuda, lo último que haces es charlar.
Levanté la cabeza un poco más y vi el resplandor del farol. Todavía estaba entre los árboles, a poca distancia de la orilla.
Había avanzado bastante. Ya había pasado de la mitad. Estaba entrando en el territorio de la doncella.
Anda ya, pensé. A ver si puedes pillármela, encanto.
—¡Más vale que dejes de perder el tiempo y muevas el culo! —gritó Rudy.
Anda ya…
—¡Va a pillarte! ¡Lo digo en serio!
—¡Nada más rápido! —gritó Cody.
¿Cody? Pero si él no cree en la doncella. ¿Por qué está diciéndome que nade más rápido?
—¡Acelera! —gritó Cody—. ¡Venga!
Sólo quieren asustarme, me dije. Y lo consiguieron.
De pronto el agua dejó de parecerme una suave caricia sobre mi piel. Me daba escalofríos. Estaba completamente solo en la superficie de un lago negro donde se había ahogado gente, donde acechaban cadáveres corruptos y donde la doncella tal vez no estuviera realmente muerta después de cuarenta años sino convertida en una cazadora putrefacta de dientes afilados sin otra obsesión que venganza y hambre de pene…
El mío se encogió como si quisiera esconderse. Y eso que yo sabía que no había ninguna doncella detrás de mí.
Empecé a nadar a toda velocidad. Pero no en estilo braza. Ahora no paraba de salpicar. Daba patadas como un loco y movía los brazos batiendo el agua como si fueran aspas de molino. Oía gritos detrás de mí, pero no lograba entender las palabras a causa del ruido que hacía con mi desquiciado chapoteo. Llevaba la cabeza levantada y parpadeaba para quitarme el agua que me entraba en los ojos.
No me faltaba mucho.
¡Ya llego!, pensé. ¡Voy a conseguirlo!
Entonces me tocó. Creo que grité. Traté de zafarme de sus manos, pero ella las deslizó por mis brazos, arañándome el pecho y el estómago. No me hicieron daño, pero me estremecí y empecé a retorcerme. Dejé de nadar y bajé las brazos para apartarla. Pero no fui lo bastante rápido. Rasgándome la piel, la doncella había clavado sus uñas en el elástico de mis calzoncillos. Noté un fuerte tirón y mi cabeza se sumergió en el agua. Dejé de intentar atraparla y levanté los brazos como si buscara los peldaños de una escalera que me condujera a la superficie y al aire. Sentía una intensa presión en los pulmones.
La doncella me arrastraba hacia abajo, tirándome de los calzoncillos. Ahora los tenía en las rodillas. Luego bajaron hasta los tobillos y finalmente desaparecieron.
Quedé libre por un momento. Moví las piernas para subir a la superficie y conseguí llegar. Respirando con dificultad, aspiré con fuerza el aire de la noche. Para mantenerme a flote tenía que utilizar las dos manos. Di media vuelta y vi a Cody y Rudy en la playa bajo la luz de la luna.
—¡Socorro! —grité—. ¡Socorro! ¡Es la doncella!
—¡Ya te lo decía yo! —dijo Rudy.
—Mala suerte —exclamó Cody.
—¡Ayudadme! ¡Por favor!
Lo que hicieron, o al menos eso me pareció, fue levantar cada uno una mano y mover el dedo corazón como cuando se manda a uno a la mierda.
En aquel momento unas manos me cogieron por los tobillos. Tuve deseo de gritar, pero lo que hice fue respirar hondo. Acto seguido sentí un tirón y me sumergí.
¡Ya está!, pensé. ¡Me ha pillado! ¡Dios mío…!
Me agarré los genitales. En cualquier momento sus dientes…
Entonces vi unas burbujas que subían a la superficie. Oí el gorgoteo y luego noté una especie de cosquilleo cuando algunas rozaron mi piel.
Por un momento pensé que las burbujas podían ser del gas que salía del cadáver putrefacto de la doncella. El problema era que ya llevaba cuarenta años muerta. El proceso de putrefacción debía de haber concluido mucho tiempo atrás.
Entonces pensé: tanques de oxígeno, equipo de submarinismo…
Dejé de dar patadas. Me agaché, estiré los brazos entre mis piernas, adelanté bruscamente las manos y cogí una parte del equipo de buceo, creo que la boquilla. A continuación tiré de ella con todas mis fuerzas.
Debió de tragar agua cuando di el tirón, porque el resto resultó muy sencillo. Apenas opuso resistencia.
Por lo que pude ver, no llevaba nada excepto las gafas, el tanque y el cinturón de plomo. Y no era un cadáver: tenía la piel suave y fresca, y unas tetas maravillosas con unos pezones grandes y apetecibles. Le hice mucho daño, allí mismo, en el lago…
Luego la llevé a la orilla, pero a un lado de la isla, para que Cody y Rudy no pudieran vernos, y la arrastré hasta el claro donde había dejado el farol, que se encontraba a unos metros de distancia.
A la luz del farol pude ver quién era, aunque ya lo había adivinado, por supuesto.
Después de hacer el numerito de Ashley para incitarme a cruzar el lago, Lois debía de haberse puesto el equipo de buceo y metido a hurtadillas en el lago para hacer el numerito de la doncella.
Estaba estupenda a la luz del farol. Tenía la piel brillante y pálida, y los pechos le sobresalían entre las correas. Había perdido las gafas. Le desnudé por entero.
Estaba tumbada boca arriba, con los brazos y las piernas extendidas, tosiendo. Tenía dificultades para respirar y sufría espasmos.
Disfruté del espectáculo durante un rato. Luego me acerqué a ella y puse manos a la obra. Aquello fue lo mejor.
Durante un rato no hizo mucho ruido debido a las dificultades que tenía para respirar. Pero no tardé mucho en conseguir que empezara a gritar.
Sabía que al oír sus gritos Cody y Rudy acudirían, de manera que me puse a fustigarla con el cinturón de plomo. La cabeza se le fracturó con facilidad, y acabé con ella.
Luego corrí a la punta de la isla. Cody y Rudy ya se habían metido en el lago y estaban nadando rápidamente. Pensaba cogerlos por sorpresa y machacarles la cabeza, pero ¿sabes qué? No tuve que molestarme. Cuando llegaron a medio camino, soltaron un chillido y desaparecieron bajo el agua primero uno y después otro.
No podía creérmelo. Y sigo sin creérmelo, pero lo cierto es que no volvieron a aparecer. Supongo que los atrapó la doncella.
¿Por qué los atraparía a ellos y no a mí?
Quizá la doncella sintió lástima de mí por la manera en que mis supuestos amigos me habían mortificado. Al fin y al cabo, tanto ella como yo habíamos sido traicionados por tíos en los que confiábamos. Vete tú a saber; quizá sufrieron un calambre y la doncella no tuvo nada que ver con el tema. En cualquier caso, mi pequeña excursión al lago Perdido al final resultó mejor de lo que hubiera imaginado.
Lois estuvo estupenda. No me extraña que a la gente le guste tanto el sexo. Cuando acabó la arrojé al lago junto con su equipo. Luego encontré la canoa en la que debía de haber ido a la isla y volví a la playa. La mayor parte del camino de regreso a casa lo hice en el jeep de Cody.
Luego lo limpié para borrar las huellas dactilares y le pegué fuego. Llegué a casa sin ningún problema, con tiempo de sobra para el amanecer.
Richard Laymon ha escrito más de veinticinco novelas y sesenta relatos de terror. Ha sido nominado para el premio Bram Stoker por tres de sus libros: Flesh, Funland y A Good, Secret Place. Entre sus novelas más recientes cabe destacar The Stake, Savage y Quake. Dick nació en Chicago y vive en Los Ángeles.