15. Lenin y el Gran Despertar

LARS T. LIH

Explicación del título

Empezaré por explicar el título: «Lenin y el Gran Despertar». Escogí este título en primer lugar porque «despertar» es una metáfora clave en ¿Qué hacer? Una idea central de la perspectiva expresada en ese libro es que las masas están despertando espontáneamente al mensaje socialista. Desafortunadamente se ha pasado por alto, incluso rechazado, esa imagen central debido a las malinterpretaciones de algunas de las polémicas frases de Lenin. Más adelante presentaré algunos de los elocuentes pasajes en los que Lenin evoca el gran despertar de los trabajadores.

También he elegido este título por sus connotaciones evangélicas: el «gran despertar» es el nombre que comúnmente se da a un episodio importante del renacimiento evangelista en Estados Unidos durante el siglo XVIII. Creo que si comparamos a Lenin con un predicador evangelista tendremos una buena comprensión de lo que él tenía entre manos. Me gustaría exponer el contraste entre mi visión de Lenin y la visión estándar describiendo a dos misioneros que intentan difundir la palabra de Dios entre los paganos. Ambos están convencidos de que no hay salvación fuera de esta palabra. Ambos están convencidos de que los paganos no recibirán la palabra a no ser que les sea predicada. Ambos están convencidos de que para realizar esta tarea es necesaria una interpretación correcta de la sagrada escritura, y rápidamente denuncian a los herejes. En estos aspectos estoy de acuerdo con la visión estándar de Lenin.

Pero esta visión estándar continúa describiendo a Lenin como un misionero que enfatiza la irremediable maldad del hombre. Muchos son los llamados pero pocos responden. Lenin considera que incluso entre aquellos que responden con entusiasmo habrá muchas recaídas, tales son los poderosos encantos del mundo, la carne y el demonio. Quizá, inconscientemente, se ve repelido por las maneras «incultas» de los nativos, y por ello insiste en controlarlos estrechamente por agentes profesionales de la Iglesia. A pesar de la tristeza de su versión de la buena nueva, es un predicador y organizador infatigable; uno sospecha que para acallar sus dudas interiores.

Este es el Lenin estándar; elitista y pesimista para unos, realista e intuitivo para otros. Yo pienso que Lenin es un entusiasta mucho mayor de lo que admiten tanto admiradores como críticos. Lo describo como un misionero de una clase muy diferente: un evangelista que enarbola la Biblia mientras aporrea la mesa. Esta clase de misionero tiene una creencia tan fuerte en el poder de la palabra, que espera conversiones masivas. Es plenamente consciente del poder de las tentaciones mundanas y de los encantos desplegados por hombres malvados, que desprecian a los elegidos de Dios calificándolos de dogmáticos entusiastas; pero está convencido de que no tienen oportunidad real de triunfar cuando se enfrentan cara a cara con la palabra en verdad predicada. Busca inspirar no solamente a la multitud sino a un grupo de compañeros evangelistas que recorrerán caminos y carreteras, buscando inspirar a otros de la misma manera en que ellos han sido inspirados. Este misionero evangelista no oculta su creencia de que Dios ha empezado a moverse en este mundo y de que él y sus compañeros evangelistas son el instrumento que ha elegido. Su infatigable energía se alimenta de una confiada creencia en la llegada del Gran Despertar.

Este contraste entre dos misioneros conduce a mi argumento central: Vladimir Lenin era un misionero socialista intentando propagar la buena nueva de que el proletariado había sido elegido para una heroica misión histórica, la de tomar el poder político para introducir el socialismo. La carrera de Lenin no puede entenderse al margen de su convicción de que él y sus compañeros socialdemócratas eran necesitados y serían escuchados; de que un liderazgo inspirado no sólo era necesario sino también suficiente para un crecimiento relativamente rápido de la conciencia socialista entre los trabajadores, e incluso más allá. Sus triunfos y fracasos, sus logros y crímenes, todos se derivan de esta impresionante e incluso estrafalaria confianza.

Predicando la palabra socialista: la narrativa subyacente

La perspectiva de Lenin estaba estructurada por una narrativa subyacente a la que atribuyo varias etiquetas. Una de ellas es la del «líder inspirado e inspirador». Esta etiqueta señala el carácter central de su narrativa: una persona que escucha el mensaje que emana de la fuente sagrada para entregarse y propagarlo más allá. Por ejemplo, el propio Lenin se ve inspirado por el mensaje de Marx de la misión histórica mundial del proletariado. En consecuencia se dedica a inspirar la «conciencia obrera», otro carácter clave en las narrativas de los revolucionarios rusos. Lenin espera que la conciencia obrera se propague por el mundo, a la masa normal de trabajadores. La corriente de la inspiración no se detiene en las fronteras de los trabajadores industriales, porque esta clase es la llamada para ejercer el liderazgo de todos los explotados y oprimidos.

Otra etiqueta para la misma narrativa es «expandir el círculo de la conciencia». Esta frase apunta exactamente al mismo proceso anterior, excepto que el papel de los dirigentes individuales, agitadores, propagandistas y activistas no es tan visible. Lo que hay que resaltar es la manera en que para Lenin la propagación de la «conciencia», del despertar socialista, es comparable a un entusiasta renacimiento religioso: es la aceptación de una elevada vocación, una nueva forma de vida. Quizá pueda resaltar esto escuchando algunas de las palabras y metáforas clave que plagan los escritos de Lenin y de su cohorte de socialdemócratas rusos. En primer lugar, por supuesto, está el «despertar» [probuzhdenie]; también «luz versus oscuridad»; «educación» (la palabra rusa vospitane es más elevada que su equivalente inglés); «liderazgo» y «hegemonía», ambas incluyendo centralmente la idea de ser capaz de inspirar al pueblo; «difusor» [rasprostranitel]; «inspirador» [vdokhnovitel]; «misión»; «el sendero y la tarea», la «llamada»; «profesión de fe» [ispoved]; y el «estandarte» [znamia] sobre el cual se borda la propia profesión de fe (esto último es un símbolo increíblemente importante para Lenin). Todos estos símbolos se entrelazan entre sí formando un sistema. El significado de líder, por ejemplo, no puede entenderse fuera de los demás.

También se puede resaltar la intensidad semirreligiosa del proceso de liderazgo citando las palabras de Grigori Zinoviev, el fiel escudero de Lenin, sobre las controversias en el partido alrededor de ¿Qué hacer?, que se recogen en una historia del partido publicada a principios de los años veinte: «[Los críticos economicistas de Lenin] dirían, “así que, en tu opinión, ¿la clase obrera es un Mesías?”. A eso ya respondimos y lo volvemos hacer. Mesías y mesianismo no forman parte de nuestro lenguaje y no nos gustan esas palabras; pero aceptamos el concepto que contienen. Sí, la clase obrera es en cierto sentido un Mesías y su papel es mesiánico, porque es la clase que liberará al mundo entero […]. Nosotros evitamos los términos semimísticos como Mesías y mesianismo y preferimos los términos científicos, el proletariado hegemónico»[395]. Como resalta esta cita, la terminología «científica» como «hegemonía» y similares era un fino recubrimiento para un intenso proceso de conversión a una llamada vocacional, de inspirar a la clase elegida con el significado de su misión.

En ¿Qué hacer?, Lenin se dirige a los activistas socialdemócratas rusos y les dice: vosotros también tenéis una tarea heroica, vosotros también sois necesitados y seréis escuchados. Las masas están despertando de manera espontánea, y por ello, a pesar de todos los obstáculos que ponga la Rusia zarista en vuestro camino, seréis capaces de inspirarles, seréis capaces de llevar a cabo grandes cosas.

Ya es la hora de dejar que sea el propio Lenin el que hable. Hay cuatro o cinco citas estándar del ¿Qué hacer?; «conciencia desde afuera», «espontaneidad desviante» y similares, estoy seguro que nos son muy familiares, pero las citas que vienen a continuación deberían ser las más famosas.

Lenin dice a sus críticos: «[me opongo a este] menosprecio de la iniciativa y de la energía de activistas concienciados, ya que por el contrario el marxismo da un gigantesco aliciente a la iniciativa y energía de los socialdemócratas [esto es, a los activistas del partido y/o a su líder], poniendo a su disposición (si me puedo expresar así) las poderosas fuerzas de los millones y millones de trabajadores que “espontáneamente” [stikhiino] se levantan en lucha»[396].

Utiliza el ejemplo de los primeros dirigentes revolucionarios rusos para contar la historia, la misma que repite una y otra vez, del líder inspirado e inspirador. «Un círculo de verdaderos líderes como Alekseev y Myshkin, Khalturin y Zheliabov [del Partido de la Voluntad Popular] son capaces de asumir tareas políticas en el sentido más genuino y práctico de la palabra, y son capaces precisamente porque su apasionada profesión de fe [ispoved] se encuentra con la respuesta del despertar espontáneo [stikhiino] de las masas, y la energía en ebullición de los líderes es absorbida y apoyada por la energía de la clase revolucionaria»[397].

En otro lugar, Lenin nos dice lo que aprendió de su gran maestro Georgii Plejanov: «Plejanov tenía mil veces razón cuando no solamente identificaba a la clase revolucionaria, no sólo probada la inevitabilidad e indefectibilidad de su despertar espontáneo [stikhiinyi], sino que también presentaba a los “círculos obreros” una gran y noble tarea política»[398]. En esta declaración vemos la inextricable combinación de la llamada de las alturas de los líderes socialistas, su «gran y noble tarea» y la expectación de un despertar de las masas.

Gracias a este despertar, los líderes inspirados pueden realizar milagros, o por lo menos, como Lenin dice a sus críticos que pensaban que era un doctrinario divorciado de la realidad: «alardeáis de vuestra viabilidad y no veis (un hecho conocido por cualquier praktik rusa) los milagros que pueden realizar para la causa revolucionaria no solamente un círculo, sino los individuos aislados»[399]. Conviene recordar esta cita la próxima vez que oigamos hablar del «pragmatismo» y «realismo» de Lenin.

La historia sagrada de Lenin

Ahora debemos preguntarnos: ¿de dónde sacó Lenin su inspiración? Evidentemente de Marx, pero más concreta y efectivamente del Marx encarnado en la socialdemocracia europea y en el Partido Socialdemócrata alemán en especial. Hay cierto grado de resistencia tanto en la derecha como en la izquierda hacia este hecho, ya que ambas prefieren establecer un marcado contraste entre la socialdemocracia y Lenin. Para la derecha la socialdemocracia se describe como un partido democrático de masas, que es lo contrario de un partido de vanguardia; para la izquierda, el marxismo de la Segunda Internacional era revisionista, y estaba lastrado por la perniciosa influencia de Friedrich Engels que, entre otras cosas, no era suficientemente dialéctico.

Para Lenin, la historia del SPD en concreto era una historia sagrada. Voy a precisar lo que quiero decir con «historia sagrada» por medio de la relación entre el Nuevo y el Viejo Testamento vista desde la tradición cristiana. El Nuevo Testamento nos cuenta una serie de acontecimientos como secundum prophetas, de acuerdo con los profetas, que confirman y encarnan lo que realmente decía el Viejo Testamento. De manera similar, la historia del SPD se convirtió en una historia sagrada para Lenin por medio de una combinación del Viejo Testamento, el Manifiesto comunista, y el Nuevo Testamento, el Programa de Erfurt de Karl Kautsky. En él se presenta el nacimiento del SPD a partir de la energía de líderes como Lasalle y Bebel, su milagroso crecimiento en condiciones extremadamente poco propicias, su triunfo sobre las leyes antisocialistas de Bismarck, y su sólida base entre la clase obrera alemana, como una abrumadora confirmación de la corrección básica del Manifiesto de Marx.

Y esta historia sagrada es la que inspiró al joven revolucionario ruso que era Lenin a principios de la década de 1890. Para él, la profecía básica se encontraba en el Manifiesto y la historia del SPD confirmaba la fusión de socialismo y trabajo. De acuerdo con esta fórmula el socialismo y el movimiento de los trabajadores comenzaron por separado para unirse después. Por separado ambos eran débiles, juntos invencibles. Esta fórmula, la fusión de socialismo y trabajo, es central en todo lo que Lenin escribe en la década de 1890, hasta llegar a ¿Qué hacer?

Se podría decir mucho sobre las consecuencias de esta fórmula, pero me limitaré a mostrar cómo se convierte en parte de la historia sagrada de Lenin. En 1899 escribe: «La socialdemocracia no puede reducirse simplemente a proveer de servicios al movimiento obrero: es “la unificación del socialismo con el movimiento obrero” (por utilizar la expresión de K. Kautsky que reproduce las ideas básicas del Manifiesto comunista); su tarea es traer [BHeCT?] los ideales socialistas definitivos a este stikhiinoe movimiento obrero […] fundir este stikhiinoe movimiento en un todo inquebrantable con la actividad del partido revolucionario»[400]. Por la misma época escribe: «La contribución central», la contribución central, démonos cuenta, «de Marx y Engels fue dirigir el socialismo hacia una fusión con el movimiento obrero; crearon una teoría revolucionaria que explicaba la necesidad de esta fusión y daba a los socialistas la tarea de organizar la lucha de clases del proletariado»[401].

En Alemania, el socialismo había seguido las directrices de Marx y Engels, única y exclusivamente (como Lenin señalaba en 1894 en su primera publicación) porque «se encontraron una sucesión de divulgadores enérgicos y con talento de esa doctrina en el ambiente obrero»[402]. Especialmente inspirador fue el ejemplo de Lassalle, que es el ejemplo paradigmático de Lenin en ¿Qué hacer? de lo que él entiende por «combatir la espontaneidad»:

¿Cuál fue el servicio histórico que prestó Lassalle al movimiento obrero alemán? Este: alejó [sovlek, la traducción habitual utiliza equivocadamente «desvió»] al movimiento del sendero del sindicalismo y cooperativismo del Partido Progresista, del sendero por el que se estaba moviendo de modo stikhiinyi (con la benévola participación de [demócratas liberales como] Schulze-Delitzsch y similares) […]. Esta tarea exigía una lucha desesperada contra la stikhiinost, y solamente como consecuencia de esta lucha, desarrollada durante muchos años, se lograron resultados como este: la población obrera de Berlín pasó de ser un apoyo básico del Partido Progresista a uno de las mejores fortalezas de la socialdemocracia[403].

La frase «desesperada lucha contra la stikhiinost» no debería confundirnos. Lassalle obtuvo resultados milagrosos simplemente predicando la palabra socialista —eso y solamente eso— y no hubiera obtenido éxito en su misión sin el stikhiinyi despertar de los trabajadores alemanes.

El propósito de Lenin es que los socialdemócratas rusos debían inspirarse en el ejemplo de Lassalle, arremangarse y ponerse manos a la obra para realizar milagros similares en Rusia. En su primera obra, publicada en 1894, Lenin saca explícitamente de su historia sagrada la moral apropiada, con una afirmación que en algunos aspectos resume su perspectiva global: «La socialdemocracia, como dice con completa justicia Kautsky, es la unificación del movimiento obrero con el socialismo. Y, dada la progresiva marcha del capitalismo, que aparece tanto entre nosotros como en otros lugares», lo que equivale a decir, que crea una clase obrera capaz de introducir el socialismo, «nuestros socialistas deben ponerse al trabajo con toda su energía», es decir, deben duplicar el milagro del SPD[404].

La cruzada de Lenin contra el socialdemócrata «Sabio Mundano»

Al igual que para cualquier evangelista entusiasta, el peor enemigo de Lenin es el «Sr. Sabio Mundano», el personaje de John Bunyan, especialmente cuando aparece en medio de sus fieles. La etiqueta común para el polémico blanco de Lenin en ¿Qué hacer? es «economicismo», pero esta etiqueta pone un acento engañoso en un tema relativamente subsidiario. Lo que realmente enfurecía a Lenin y a sus amigos de ese personaje era la sabiduría mundana con la que rechazaba que el sermón socialdemócrata pudiera tener demasiado efecto. Esta cita procede de un revisionista alemán, Edouard David, pero fue utilizada por un socialdemócrata ruso, Sergei Prokopovich, en su propio razonamiento: «No obtuvimos la simpatía de las masas de la manera que describe Kautsky, revolucionando las mentes […]. Eso sólo nos atraería a unos cuantos estudiantes. No podemos obtener la simpatía de las masas despertando esperanzas sobre el futuro o mediante ideas que no son fáciles de comprender. La revolución de las masas no empieza en la mente sino en el estómago»[405].

El Sr. Sabio Mundano dice: no os molestéis en predicar a las masas, no se las puede convertir con simples palabras, no pueden ser inspiradas con el sentido de misión. Lenin dice: dadme esa socialdemocracia de los viejos tiempos; era suficientemente buena para Marx, suficientemente buena para Plejanov y Kautsky, y también lo es para mí. Nosotros los socialdemócratas rusos podemos y conseguiremos revolucionar las mentes.

Recordemos la admiración de Lenin por Lassalle para después leer el ataque de Prokopovich contra Lassalle como un demagogo que se autoengaña, ¡un ataque de un socialdemócrata! Prokopovich golpea en el centro de la historia sagrada de Lenin cuando escribe a propósito de Lassalle: «Las masas no son conscientes en absoluto de “grandes ideas históricas” que supuestamente deben llevar adelante, y ¿son realmente las masas capaces de luchar de modo consciente por implementar semejantes ideas?»[406].

Podría dar una lista de estos ataques a la posibilidad real de una fusión del socialismo con el movimiento obrero, pero acabaré con uno con el que Lenin se encontró a finales de 1901, en el mismo momento en que estaba escribiendo ¿Qué hacer? Esta afirmación en concreto determinó todo el marco polémico de la obra de Lenin. «Iskra [el periódico político de Lenin en aquel momento] no tiene suficientemente en cuenta ese medio material y esos elementos materiales del movimiento, cuya interacción crea un tipo específico de movimiento obrero y determina su camino. Todos los esfuerzos de las ideologías, aunque estén inspirados por la mejor de las teorías y de los programas, no pueden apartar [sovlech] al movimiento de este camino»[407].

En otras palabras, los líderes del tipo inspirador son inútiles, fútiles: pueden extasiarse todo lo que quieran sobre la gran causa, pueden intentar inspirar a los trabajadores cuanto deseen, pero el resultado será esencialmente nulo. En respuesta, Lenin estructuró por completo su libro alrededor de la contraafirmación de que se puede desviar la espontaneidad, de que predicar la palabra socialista tendrá un efecto. Los líderes son necesitados y serán escuchados.

Actualmente tendemos a considerar a la socialdemocracia, tanto la de ahora como la de entonces, como esencialmente falta de heroísmo, prosaica. Pero nada más que leemos a Lenin podemos observar que para él la palabra «socialdemocracia» tenía un cierto aura, estaba inscrita en el estandarte con el que marchaba a la batalla. Para demostrarlo, ofreceré una descripción de la socialdemocracia realizada por un contemporáneo de Lenin, que probablemente no sabía quién era Lenin. En 1908, un socialista estadounidense llamado Robert Hunter escribió un libro sobre la socialdemocracia europea llamado Socialism and Work. Las palabras con las que comenzaba nos pueden parecer melodramáticas y recargadas, pero sirven perfectamente de pista sobre la mentalidad de Lenin:

Prácticamente desconocido fuera del mundo del trabajo, crece y prospera un movimiento tan amplio como el universo. Su vitalidad es increíble, y sus ideales humanitarios llegan a los que trabajan como la bebida a una garganta seca. Su credo y programa piden una adhesión apasionada, sus conversos le sirven con una devoción diaria que no conoce límites ni sacrificios, y frente a la persecución, la falsedad e incluso el martirio, permanecen leales y fieles […]. Desde Rusia, a través de Europa y América hasta Japón, desde Canadá hasta Argentina, cruza las fronteras, saltándose las barreras del lenguaje, la nacionalidad y la religión; se extiende de fábrica en fábrica, de molino en molino y de mina en mina, tocando, como una religión de la vida, a millones de habitantes del submundo.

Sus conversos trabajan en cada ciudad, pueblo y aldea de las naciones industriales, propagando la nueva buena entre los pobres y humildes que escuchan sus palabras con intensidad religiosa. Trabajadores cansados absorben la literatura que estos misioneros dejan a su paso para caer dormidos sobre sus páginas abiertas; y los jóvenes, inspirados por sus nobles ideales y elevados pensamientos, cuando dejan la fábrica van anticipando la gozosa lectura de la noche[408].

Robert Hunter y Vladimir Lenin pensaban que la masa de trabajadores podía ser inspirada por «nobles ideales y elevados pensamientos», mientras que Edouard David y Sergei Prokopovich pensaban que no era posible. Para Lenin, este era el centro de la cuestión.

¿Qué hacer? no es un documento innovador

De todo lo que he dicho se desprende que ¿Qué hacer? no es ni un documento innovador, ni el documento fundador del bolchevismo, ni un ejemplo del secreto revisionismo de Lenin, ni la invención del partido de vanguardia. No estoy seguro de cómo y por qué surgió esta idea, pero puedo documentar que esta idea no la compartía Lenin o la gente que mejor le conocía. El propio Lenin más tarde dijo que ¿Qué hacer? era un compendio de la perspectiva de Iskra, nada más y nada menos: la expresión de la perspectiva de la cohorte completa de activistas socialdemócratas rusos que fueron inspirados por el sorprendente ejemplo de un poderoso partido de los trabajadores alemán.

Nadezha Krupskaya, Grigorii Zinoviev y Lev Kamenev fueron las personas que trabajaron más cerca de Lenin en los años anteriores a la guerra, y también fueron los primeros historiadores del partido. En sus relatos sobre la primera década de la carrera de Lenin le concedieron una gran importancia a su primera publicación, en 1894, como la expresión de su perspectiva básica, que lo acompañó hasta el final de sus días. Consideraron ¿Qué hacer? como históricamente importante, como un libro que muestra el fiero temperamento revolucionario de Lenin, pero ciertamente no como un documento innovador o clave de su perspectiva.

Nikolai Bujarin, el prominente teórico, escribió un par de fascinantes artículos sobre Lenin como teórico. Se daba cuenta de que para sus lectores en 1920 había algo paradójico sobre la misma idea de Lenin como teórico. En estos artículos, Bujarin no menciona ¿Qué hacer? De hecho, no menciona el tema de la organización del partido como un tema sobre el que Lenin hubiera realizado alguna especial contribución teórica.

Finalmente, puedo añadir que en los debates del partido durante los primeros años del régimen bolchevique, cuando evidentemente Lenin era citado en todas partes como la autoridad final, encontramos que ¿Qué hacer? está visiblemente ausente. De hecho, fue esta ausencia, como si se tratase de un perro teórico ladrador poco mordedor, lo que en primer lugar me condujo a sospechar que había algún error en la imagen de ¿Qué hacer? con la que yo había crecido.

¿Dónde se originó esta idea sobre la importancia primordial de esta obra? No estoy completamente seguro, pero un punto de referencia importante fue la publicación a finales de los años cuarenta de la obra de Bertram Wolfe, Three Who Made a Revolution. En este libro el acto de escribir ¿Qué hacer? se convierte en el acontecimiento donde Lenin se encuentra a sí mismo, donde realmente se convierte en Lenin. Por el contrario, en los serios estudios en lengua inglesa escritos antes de la guerra, que son muy pocos, encontramos un relato que se aproxima más al de Krupskaya y Zinoviev.

La perspectiva fundamental expresada en ¿Qué hacer?

He sostenido que ¿Qué hacer? no es la gran innovación que normalmente se asume que es. Es una expresión entre muchas otras de la perspectiva que Lenin había estado proponiendo durante la década de 1890, una perspectiva que había sacado en sus aspectos básicos de la socialdemocracia internacional, y una perspectiva que compartía también con una cohorte completa de activistas socialdemócratas rusos. Lenin sobresale en todo caso por la intensidad de su devoción hacia esta perspectiva. Pero una razón por la que es importante ver esta relativa falta de originalidad es precisamente para explicar la importancia fundamental que tiene para Lenin la perspectiva que establece en ¿Qué hacer?

Llamémosla la perspectiva de Iskra, el periódico que Lenin y sus amigos fundaron antes de la redacción de ¿Qué hacer? He sostenido que la esencia de la perspectiva de Iskra es creer en el Gran Despertar de los trabajadores, la creencia de que si los activistas socialdemócratas predicaban la palabra socialista con energía y entusiasmo, el despertar espontáneo de las masas respondería. Los activistas son necesitados y serán escuchados. Ahora afirmo que esta misma creencia se encuentra detrás de todas las principales posiciones en la carrera política de Lenin, de todas las decisiones que constituyen su perfil como líder político. Entre estas está su bosquejo de la Revolución de 1905, su insistencia, después de que la guerra hubiera comenzado, en que una revolución socialista estaba en proceso; su consigna de «convertir la guerra imperialista en guerra civil»; su idea, en 1917, de que la democracia soviética era la forma adecuada para la dictadura del proletariado; su razonamiento para firmar el Tratado de Brest-Litovsk, y sus posteriores esperanzas en la revolución mundial.

No puedo entrar en detalles para respaldar estas afirmaciones, pero añadiré una reveladora afirmación de Lenin durante la Primera Guerra Mundial en uno de sus escritos sobre la cuestión nacional. Inspirado por Kevin Anderson, recientemente regresé a los escritos de Lenin sobre este tema, que fueron importantes para él solamente mientras duró la guerra. Lo primero que noté fue que Lenin dejaba clara la continuidad de su posición sobre la cuestión nacional, esto es, su insistencia en que los revolucionarios socialistas tenían que garantizar el derecho a la autodeterminación hasta el extremo de llegar a la secesión, con la perspectiva de Iskra. En un artículo, defendió que aunque los levantamientos nacionales prematuros probablemente fracasaran, los procesos revolucionarios largos y elaborados también eran positivos porque se trataba de procesos de aprendizaje. ¿Cuál era la lección fundamental aprendida? «Las masas adquirirán experiencia, aprenderán, reunirán fuerzas, y verán a sus verdaderos líderes [nastoiashchie vozhdi], el proletariado socialista»[409].

Las masas reconocerán a sus verdaderos líderes, esta es la narrativa básica, el axioma básico detrás de la carrera política de Lenin. En primer lugar, son los propios trabajadores quienes reconocen a sus verdaderos líderes, es decir, los inspirados e inspiradores activistas del partido. A su vez, los propios trabajadores se convierten en la clase dirigente. Una clase inspirada e inspiradora para todos los oprimidos. El transcurso de los acontecimientos, el propio proceso de la revolución, enseña mucho y deprisa a las masas, y la lección fundamental que les revela es la identidad de sus auténticos dirigentes.

¿Es relevante todavía Lenin?

Esta interpretación de Lenin ¿le hace relevante o irrelevante para aquellos de nosotros que estamos interesados en la lucha política en la actualidad? Eso es algo que cada uno tiene que decidir, mi trabajo como historiador es simplemente identificar los puntos principales de la perspectiva de Lenin. Solamente diré que, por lo que a mí me concierne, hay dos puntos que uno debe mantener para poder sostener una posición que pueda calificarse de «leninista», incluso en un sentido figurativo. En primer lugar, él o ella deben creer en algún grupo identificable (utilizando las palabras de Zinoviev), algo parecido a una clase Mesías: un grupo de gente al que la historia ha dirigido la llamada de las alturas, encomendándole la misión histórica mundial de reordenar fundamentalmente la sociedad. En segundo lugar, él o ella tienen que tener una confianza evangélica en que predicando la palabra despertará la respuesta de ese grupo. Estas dos posiciones son fundamentales en Lenin, si no podemos aceptarlas tendremos que tener cuidado para no tirar la fruta buena junto a la mala.

Epílogo

Acabaré con una cita más, esta vez de Krupskaya en el panegírico del funeral de Lenin. Me quedé conmocionado la primera vez que la leí, habida cuenta de que la mayoría de los comentaristas académicos de Lenin no solamente estarían en desacuerdo con ella, sino que ni siquiera comprenderían a qué se refiere: «El trabajo entre los obreros de Piter [San Petesburgo], las conversaciones con estos trabajadores, la escucha atenta de sus palabras, dio a Vladimir Ilich una comprensión de la gran idea de Marx, la idea de que la clase obrera es la unidad avanzada de todos los trabajadores y que las masas trabajadoras, todos los oprimidos, la seguirán. Esta es la fuerza y la medida de su victoria. La clase obrera solamente puede resultar victoriosa como dirigente inspiradora [vozhd] de todos los trabajadores»[410]. Esto es lo que Vladimir Ilich entendió mientras trabajaba entre los obreros de Piter. Y esta idea, este pensamiento, iluminó toda su actividad posterior y cada pasó que dio.

Apéndice. «Desde afuera» y «Desviar la espontaneidad»

La visión estándar de ¿Qué hacer? es que en ella Lenin expresaba su pesimismo relativo y falta de confianza en la capacidad de los trabajadores para adquirir la conciencia socialista. Esta visión descansa esencialmente en dos famosas frases del libro en las que Lenin sostiene que los trabajadores deben adquirir la «conciencia desde afuera», y también que es necesario «desviar la espontaneidad». Es necesario un análisis histórico y textual detallado para mostrar que estas frases no significan lo que parecen. «Desde afuera» [izvne] es sincera, franca inequívoca: Lenin utilizó esta palabra para evocar el discurso de fusión («la socialdemocracia es la fusión del socialismo y del movimiento obrero»), la fórmula constitutiva de la socialdemocracia europea. Para ver por qué Lenin insistió tanto en «desviar la espontaneidad» tenemos que entrar en detalles del polémico contexto inmediato de la obra. Brevemente, Lenin elaboró esta frase a partir de afirmaciones hechas por sus enemigos: la principal de ellas era la que hablaba de la incapacidad de las «ideologías» para «desviar» al movimiento obrero del sendero determinado por el medio material. Cuando Lenin dice «debemos desviar la espontaneidad», está esencialmente afirmando que los dirigentes pueden marcar la diferencia. ¿Y por qué? Porque los trabajadores están despertando espontáneamente. Esta línea de razonamiento se hace explícita en el siguiente pasaje de ¿Qué hacer?:

Ciertamente, en las estancadas aguas de «una lucha económica contra los patronos y el gobierno» se ha formado, desafortunadamente, una cierta capa mohosa: entre nosotros aparece gente que cae de rodillas y reza a la espontaneidad [stikhiinost], contemplando con beatitud (como señala Plejanov) la zaga del proletariado ruso. Pero nosotros seremos capaces de liberarnos de esta mohosa capa. Y es precisamente ahora cuando los revolucionarios rusos, guiados por una teoría genuinamente revolucionaria, y apoyándose en una clase que es genuinamente revolucionaria y está atravesando un despertar espontáneo [stikhiinyi], pueden por fin, ¡por fin!, alzarse en toda su talla y revelar toda su fuerza heroica[411].