10. El momento filosófico en la política determinada por la guerra: Lenin 1914-1916

ETIENNE BALIBAR

Este texto apareció por primera vez como «Le moment philosophique déterminé par la guerre dans la politique: Lénine 1914-1916», en Les philosophes et la guerre de 14, editado e introducido por Phillippe Soulez (Saint-Denis, Presses Universitaires de Vincennes, 1998). De ahí la referencia a la comparación con otros filósofos enfrentados a la guerra.

He elegido este complicado y restrictivo título para señalar lo que hay de singular en el lugar de Lenin dentro de esta comparación de filósofos enfrentados a la guerra. Evidentemente, al no ser él mismo un profesional de la filosofía, no estaba en posición de descubrir o asignarse una misión en este campo; ni siquiera la de «preparar la revolución». Y, sin embargo, no se le debería situar en la categoría de los aficionados. Su relación con la guerra y la filosofía muestra la esencia misma de la política a la que se entregó. Esta reflexión me resultó especialmente significativa: en el sentido fuerte del término, solamente hay un momento filosófico en Lenin, y es precisamente la guerra la que lo determina, tanto por las cuestiones que estaban en juego como por sus consecuencias inmediatas. Esto podría ser importante para la filosofía si es cierto que su objeto no puede aislarse del de la política. En cualquier caso, es importante para entender la posición de Lenin en la historia, incluyendo la historia del movimiento social que se denominó «leninismo». De hecho, podemos asumir en seguida que esta etiqueta encubre más una contradicción que una continuidad sin problemas.

De algún modo, todo el mundo conoce la diferencia entre el Lenin anterior a 1914 y el de los años de 1917-1918. Mucha gente la ha señalado, describiendo de diferentes maneras sus consecuencias[275]. Y, sin embargo, todavía permanece difícil de interpretar, ya que los puntos de referencia no han permanecido fijos a cada lado de la gran división que produjo la guerra y la revolución. Para los contemporáneos estos dos acontecimientos, entre los que el propio Lenin proclamaba la necesaria existencia de un lazo, iban inmediatamente juntos. El «nuevo Lenin», el hombre que apareció como el inspirador de la Tercera Internacional, elogiado por Georges Sorel en la reedición de sus Reflexiones sobre la violencia, o incluso el hombre que inspiró (en el campo contrario) la filosofía de la «decisión» de Carl Schmitt o Keynes, era el Lenin de Octubre, visto sobre el telón de fondo de los desastres de la guerra en los que se había derrumbado el mundo entero, y desde los cuales emergió como un desafío y un profeta. Esta es la figura sobre la que se organizaría el «leninismo».

Pero ¿podemos hacer un análisis más detallado? Para nuestro cometido actual, el periodo de más relevancia es desde agosto de 1914 a los primeros meses de 1917, desde los textos de «El colapso de la Segunda Internacional» a las «Tesis de Abril»[276]. Fue en este periodo cuando entra en juego la filosofía, aunque sólo fuera para desaparecer inmediatamente después. Podríamos decir que todo sucedió como si, en el contexto de la guerra y de la urgencia de la situación, Lenin se lanzara a recorrer las fases de un «fin de la filosofía», que se producía fuera del propio campo de la filosofía pero que tenía que surgir inicialmente para sí mismo en un trabajo específico que buscara entender su esencia y práctica en su propio desarrollo.

Hay que señalar que con anterioridad a 1914-1915, Lenin ya había escrito libros y artículos sobre filosofía, sin contar la utilización en sus escritos de conceptos filosóficos marxistas. Los dos más importantes eran su ensayo de 1894, ¿Quiénes son los amigos del pueblo?[277], que desarrollaba una epistemología del materialismo dialéctico basado en la crítica dual del «objetivismo» y del «subjetivismo», y Materialismo y empirocriticismo[278], escrito en 1908 directamente en contra de la filosofía de Bogdanov, un trabajo completamente respetable por su manejo de técnicas conceptuales y que descansa en una amplia investigación sobre diversos filósofos (Berkeley, Diderot, Kant y Mach, y otros). De cualquier forma, sostengo que en estos trabajos Lenin no era un filósofo en el sentido estricto del término. Lo que produjo, a su manera, fueron argumentos ideológicos dentro de un debate filosófico preexistente, donde ocupaba una de las posiciones posibles en el campo de las variantes de la «filosofía marxista» que formaban el cemento de la socialdemocracia. Por el contrario, en los «Cuadernos filosóficos» de 1914-1915 (simples notas de lectura, esquemas para una definición de la dialéctica redactados para uso privado, al mismo tiempo que otras notas preparatorias de sus estudios sobre el imperialismo) vemos planteada paradójica pero inequívocamente la cuestión de los «fundamentos» de la metafísica occidental, o el significado de sus categorías constituyentes, confrontadas en sí mismas. Pero este ejercicio de lectura crítica (Aristóteles, Hegel) no conduce a un discurso filosófico ni pretende hacerlo. Por el contrario, después de 1915 Lenin no volvió a escribir ninguna obra sobre filosofía[279].

Realmente, esta breve experiencia transforma por completo la propia relación de Lenin con el discurso filosófico. En este sentido, el momento filosófico determinado por la coyuntura de la guerra no tuvo continuación, incluso aunque estuviera lejos de no tener consecuencias. Esto es algo que la ideología «leninista» en sus diferentes variantes no ha entendido en absoluto. Para construir la figura de una «filosofía de Lenin», esta ideología ha tenido que recurrir mayoritariamente a sus trabajos anteriores a la guerra, en especial a Materialismo y empirocriticismo. Cuando se ha referido a los «Cuadernos filosóficos», elevándolos del estatus de anotaciones privadas al de fragmentos de un trabajo acabado, o escritos aforísticos, tenía que ofrecer una visión parcial y sesgada, negando en la práctica su carácter esencialmente inestable[280]. Lo mismo sucede, quizá incluso más, con la tendencia «dialéctica» o «hegeliana» (Deborin, Lukács, Lefebvre) que buscaba en los Cuadernos con el riesgo de convertirlos en fetiche, los instrumentos para una alternativa al dogma oficial, en contra del «mecanicismo» de Materialismo y empirocriticismo[281].

Nuestra atención debería centrarse, en primer lugar, en la propia existencia de este «momento» único. Una cronología precisa pone de relieve su extraño carácter.

1. Agosto de 1914. Estalla la guerra europea y en los distintos países beligerantes, en el plazo de semanas o días, se establece una union sacrée que rompe la unidad del socialismo europeo y derrota todos sus planes para oponerse a la guerra «imperialista», por no hablar de «utilizar […] la crisis económica y política creada por las guerras […] para precipitar la caída de la dominación capitalista», según acordaban las resoluciones de los congresos de Stutgart (1907) y Basilea (1912). Lenin, junto a un puñado de disidentes para quienes se trataba de una traición desastrosa, en ese momento se encuentra totalmente aislado en Suiza. La guerra lo excluye de sí misma y de la política.

2. ¿Qué hace Lenin en esta situación? A finales de 1914 acude a algunos encuentros de refugiados opuestos al «socialpatriotismo», finaliza un artículo sobre Marx para una enciclopedia y, antes que nada, se sumerge en una lectura de los metafísicos. También es el momento en que por primera vez propone que el partido abandone el término «socialista» y regrese al de «comunista».

3. Entre 1915-1916, por el contrario, lo vemos implicado tanto en actividades teóricas como políticas. Las conferencias de Zimmerwald (septiembre de 1915) y Kienthal (abril de 1916) estuvieron preparadas por una serie de textos sobre el «colapso de la Segunda Internacional» y la formulación de la consigna de «transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria», lo que provoca polémicas no sólo con los «socialchovinistas» sino también con las corrientes pacifistas. Este es el momento en que redacta El imperialismo, fase superior del capitalismo, y el periodo de debate sobre los «derechos de las naciones a la autodeterminación»[282].

4. A finales de 1916 y principios de 1917 elabora una serie de textos entre los que destacan el extraordinario estudio «Una caricatura del marxismo y el economicismo imperialista», publicado póstumamente en 1924, y «El programa militar de la Revolución proletaria», que matizaban la orientación de su análisis del imperialismo[283]. Estos textos iban dirigidos contra el radicalismo «izquierdista», que consideraba que la Guerra Mundial anunciaba una desaparición definitiva del problema nacional en favor del antagonismo de clase. Criticando esta idea, y mostrando la necesidad de distinguir desde el punto de vista tanto de las causas como de los efectos entre el nacionalismo democrático de los pueblos oprimidos (tanto de dentro como de fuera de Europa) y el de las grandes potencias en lucha por el «reparto del mundo», Lenin proponía la idea de que la revolución es «impura» y que combina tanto movimientos de clase como demandas políticas nacionalistas. Este análisis se acompañaba con la denuncia del «pacifismo burgués» á la Wilson. La «paz imperialista», que asomaba por el horizonte en negociaciones secretas y que se impondría con la derrota del las potencias centrales, se denunciaba por adelantado como «una continuación de la guerra imperialista por otros medios»[284].

Esta cronología nos permite observar un punto de inflexión fundamental en su pensamiento político, aunque producido de manera tardía. El evolucionismo económico basado en la extrapolación de «tendencias» históricas que había dominado el pensamiento socialista durante el periodo de la Segunda Internacional, y que pronto se volvería a hacer presente en la Tercera, ya fuera de una forma progresiva o catastrofista (transformación gradual o colapso del capitalismo), seguía inspirando los textos de Lenin de 1915-1916, incluyendo el folleto El imperialismo, fase superior del capitalismo, aunque estuviera cada vez menos en consonancia con sus nuevas «tácticas». Con los análisis de finales de 1916 y principios de 1917, que precedieron al momento revolucionario, este evolucionismo se vio profundamente rectificado. No solamente se concebía el desarrollo histórico como «desigual», sino que la complejidad del campo político aparecía definitivamente irreducible a una lógica de «tendencias». Siguiendo a Althusser, podemos llamar a esto el descubrimiento en el campo teórico y estratégico de la sobredeterminación intrínseca de los antagonismos de clase.

La comparación con el pensamiento de Rosa Luxemburg resulta particularmente significativa. En 1914 ambos se vieron enfrentados al «colapso» del socialismo institucionalizado, y compartieron la visión de que la guerra constituía una «prueba vital» que disipaba la apariencia de una evolución pacífica del capitalismo y las ilusiones del parlamentarismo, colocando al socialismo contra la pared y efectuando una «autocrítica» práctica de su tendencia reformista. Para Luxemburg, la situación había regresado a la descrita por Marx en el Manifiesto comunista: una crisis final sin más tema que la revolución, producto de una simplificación radical de las condiciones de la lucha de clases[285]. Lenin, sin embargo, se fue apartando cada vez más de esta visión literalmente apocalíptica, para situar la perspectiva revolucionaria dentro de los elementos de la duración y complejidad de las coyunturas. Ciertamente nunca desapareció el carácter a priori de una filosofía de la historia, que se concretaba especialmente en el mantenimiento de la perspectiva de una revolución comunista mundial. Pero bajo el precio de una tensión extrema, coexistía y buscaba conectarse con un «empirismo» estratégico, con un «análisis de las situaciones concretas» que asumía la incorporación dentro del concepto de proceso revolucionario, de la pluralidad de formas de la lucha política del proletariado, «pacíficas» y «violentas», y la transición de una forma a la otra (de aquí la cuestión de la duración específica y de las sucesivas contradicciones de la transición revolucionaria).

Resulta imposible no relacionar inmediatamente este desarrollo intelectual con el «momento filosófico» de 1914-1915, habida cuenta de que los términos dialécticos que surgen aquí son exactamente los mismos en los que insistía en los Cuadernos. Ciertamente no se trata de «deducir» o «reflejar» uno de estos aspectos a partir del otro. Debemos empezar simplemente describiendo la combinación de esfuerzos con los que Lenin buscaba simultáneamente entrar en la materia de la filosofía y de la guerra en aras de una nueva política.

Resulta igualmente imposible no hacer hincapié en la coincidencia entre este desarrollo y el cambio de estilo que de hecho diferencia al Lenin posterior a la guerra. Sin ser un dogmático, el Lenin anterior a ella estaba sin embargo marcado por una doctrina estable y una posición filosófica, incluso después de las «lecciones de 1905», que por encima de todo aparecía como la confirmación de la posición radical que había tomado en los debates dentro del partido socialdemócrata. En este aspecto había una continuidad fundamental entre El desarrollo del capitalismo en Rusia y las «Tesis sobre la cuestión nacional» de 1913, o incluso el análisis de «El colapso de la Segunda Internacional», que señalaban al proletariado como la fuerza homogénea y potencialmente hegemónica que tenía que asegurar las dos tareas de la «revolución burguesa» en la retrasada Rusia y las de la revolución socialista[286]. Después de 1915 y todavía más en el curso de las tres revoluciones sucesivas (las de febrero y octubre de 1917 y la que significó la NPE) en las que tomó parte, por no decir a las que fue arrojado, vemos por el contrario cómo Lenin no dejó de cambiar no solamente sus «tácticas», sino sus definiciones y análisis del papel del proletariado y del partido, incluyendo su propia composición y, consecuentemente, en un análisis final, la propia identidad del «sujeto revolucionario». Este último ha seguido siendo un problema constante, que aparece como el resultado de una compleja construcción política en vez de constituir una presuposición socioeconómica establecida (incluyendo su forma de toma de conciencia, el «paso» de la clase en sí, a la clase para sí). De hecho, en mi opinión, podemos ver esta interrogación permanente, que eventualmente conduce, de modo dramático, a «la desaparición del proletariado» en el sentido clásico, que comienza a madurar en el pensamiento de Lenin ya durante el curso de la guerra, bajo el efecto de los interrogantes que ésta planteaba, pero también bajo el efecto de la inmediata reconsideración filosófica que produjo[287]. En términos filosóficos, podríamos decir que la relación entre teoría y práctica dejaba de ser tan simple como una aplicación, para volverse una constitución no predeterminada.

Aquí se hace necesario un breve recordatorio de los contenidos de los «Cuadernos filosóficos», todavía más acuciante porque saca a relucir una interesante cuestión de historiografía (o como decimos actualmente de manera más correcta, de «recepción»). Los que hayan leído la edición oficial (Collected Works XXXVIII) sabrán lo que se encuentra en ellos: un resumen de la Lógica y anotaciones sobre Historia de la filosofía de Hegel limitadas a los griegos (Lenin sostiene que el resto del libro no tenía nada de importancia, excepto «la idea de la historia universal» que se había incorporado a la ciencia marxista); un resumen de la obra de Lassalle sobre Heráclito (las premisas hegelianas que Lenin criticaba ampliamente); un breve resumen de la Metafísica de Aristóteles («el clericalismo mató lo que estaba vivo en Aristóteles y perpetuó lo que estaba muerto»); un resumen de la obra de Feuerbach sobre Leibniz y, al final, un esquema de cinco páginas titulado «Sobre la cuestión de la dialéctica»[288]. La esencia de estas páginas gira alrededor del tema de la contradicción y la relación histórica (o cíclica) que conecta las formulaciones «lógicas» de Hegel (sobre la unidad de los contrarios, la esencia y la apariencia, la necesidad y el cambio, lo absoluto y lo relativo, lo universal y lo singular) con los debates acaecidos en el seno de la filosofía griega (por encima de todo la oposición entre Aristóteles y Heráclito, prestando también especial atención a la filosofía de Epicuro como la presentaba Hegel).

Esta edición, sin embargo, muestra una asombrosa laguna: no contiene las notas contemporáneas de Lenin sobre Vom Kriege, de Clausewitz, ausentes por lo demás del conjunto de la edición, a pesar de que en sus escritos del periodo posterior las referencias y alusiones a Hegel y a Clausewitz van casi siempre juntas. ¿Cuál es la razón de esta omisión, de este tratamiento desigual por parte de los editores? Puede tratarse de un caso de censura ideológica, también hubo otros en el establecimiento del «corpus» leninista, pero ciertamente revela una incomprensión total, tanto del significado de las reflexiones de Lenin sobre las «bases de la dialéctica», redactadas en la estela de su lectura selectiva de los filósofos «fundamentales», como del uso posterior que hizo Lenin de esta lectura[289].

¿Qué es lo que buscaba Lenin en su lectura de Hegel? Aunque la crítica que realizaba en aquél momento del «ultraimperialismo» de Kautsky y del pacifismo al que conducía se relaciona con la refutación del cosmopolitismo kantiano (Kant era el objetivo número uno de los ataques de Lenin en los Cuadernos), el Hegel que le interesaba no era el de «Weltgeschichte ist Weltgericht». El lugar que el propio Hegel era capaz de asignar a la guerra en la historia, en relación a su filosofía del Estado, no era el punto decisivo. Por ello en concreto no se encuentra ni una referencia al Hegel al que apelaba el historicismo alemán (el que buscaban refutar los críticos franceses del «pangermanismo filosófico» precursor de las teorías totalitarias)[290]. Como Raymond Aron mostraba claramente en su libro sobre Clausewitz, la combinación de las formulaciones de Hegel y Clausewitz que intentó Lenin no se dirigía hacia una teoría de la «guerra total» en la que la lucha de clases sería una forma particular[291]. Esta combinación es, de hecho, la esencia de la materia (Lenin retrospectivamente la proyecta en la historia, manteniendo en varias ocasiones la evidente equivocación de que Clausewitz había sido discípulo de Hegel)[292]. Pero esto lo hacía en el contexto de una doble rectificación: de la especulación hegeliana (Vernunft, razón) por el pragmatismo de Clausewitz, y de éste último (como una aplicación del Verstand, entendimiento analítico) por la dialéctica hegeliana.

Lo que Lenin corrigió en Clausewitz fue la idea de una táctica o estrategia militar como instrumento de una «política» de Estado invariable en esencia, o que permanecía autónoma en su apreciación de la coyuntura. La guerra (o las guerras, con sus características cambiando con las épocas) es una forma que contiene la esencia de la política y por ello se convierte en la verdadera forma de su realización, de acuerdo con la dialéctica de la «génesis inmanente de las diferencias» y la «objetividad de la apariencia». Continuando la política «por otros medios», como decía la conocida fórmula, la guerra no hace otra cosa que expresarla, transformando también su curso, sus condiciones y sus actores.

Simétricamente, Lenin corrige en Hegel la idea de una contradicción dialéctica que permite la localización de «lo absoluto en lo relativo» independientemente de la coyuntura, y de la forma «contingente» que la propia movilización de masas asume; por ello, la traducción práctica de la dialéctica histórica no supone simplemente leer a Hegel a través de Marx sino también a través de Clausewitz[293]. Esto se podría resumir de la siguiente manera: dentro de la propia guerra no solamente hay una primacía de la política sobre la guerra (lo que significa que la lucha de clases no deja de producir sus efectos, incluso si lo hace por «otros medios» y «en otras formas»), no solamente la complejidad de la lucha de clases siempre excede la «simplificación» impuesta por el momento militar, sino que también excede a una representación simplificada de la propia lucha de clases como un simple «duelo». Concebir la coyuntura (para intervenir en ella) es rechazar esta doble simplificación del proceso histórico: la impuesta por la guerra (o más bien la simplificación que la guerra parece realizar) debido al «derrumbamiento» temporal de las políticas de clase, y la de los marxistas «ortodoxos», idealmente opuestos a ella (incluyendo a aquellos que, como Rosa Luxemburg, no traicionaron a su bando) que proponían simplemente sustituir la guerra nacional por la lucha de clases.

Podemos observar esta dialéctica en los textos de 1914-1915. La primera «aplicación» que Lenin hizo de la fórmula de Clausewitz fue vincular la escisión que había abierto la guerra en el socialismo europeo (entre internacionalistas y «chauvinistas» o defensores de la union sacrée), con las tendencias previas existentes en la política socialista, esto es, considerándola como una continuación del conflicto entre las alas reformistas y revolucionarias del marxismo (independientes de individuos concretos)[294]. Esta «explicación» era de hecho una racionalización retrospectiva, como si la union sacrée hubiera sido previsible, y en ese sentido seguía siendo evolucionista. Iba acompañada por la idea de que esta «traición» señalaba la presencia de un «cuerpo extraño», esclavo de la burguesía, dentro del movimiento obrero y por la teoría de las «migajas», con la que la explotación imperialista corrompía a la aristocracia del trabajo. Implícitamente presuponía, por consiguiente, la existencia de una masa proletaria «pura» intrínsecamente hostil a la guerra, aunque el giro realizado por los dirigentes políticos y sindicales, junto a las limitaciones de la movilización, la hubieran atomizado temporalmente, reduciéndola a la impotencia.

La elaboración sistemática de la consigna de Lenin de «transformar la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria» produjo la aparición de un argumento sensiblemente diferente. Lejos de ser la segunda mejor opción[295], más bien se puede considerar como la aplicación rigurosa de la idea básica de que la guerra no era una catástrofe sino un proceso, con contradicciones específicas que había que analizar[296]. La comparación con Marx y Engels resulta instructiva. Lenin no estaba interesado (como lo habían estado sus predecesores) en el detalle de las operaciones militares, sino por el contrario en el hecho de que las masas estaban envueltas en la guerra. De la idea de la «guerra total» o de la «guerra popular», retuvo solamente que la guerra es un hecho de la sociedad y no puede reducirse a una confrontación de Estados. Esto le permitió mantener que la guerra desde el principio tenía un doble carácter: era una confrontación entre los poderes imperialistas, pero también la «utilización» por parte de los beligerantes de las fuerzas del adversario para domesticar a «su propio proletariado». Sin embargo, en un último análisis, estas fuerzas están formadas por masas proletarias o proletarizadas. La duración de la guerra era un factor decisivo, añadiendo no sólo un mayor sufrimiento sino la transformación de las condiciones tanto objetivas como subjetivas del conflicto. Si el conflicto despertaba odios nacionales, como cualquier otra guerra, se estaba produciendo en un periodo de capitalismo «maduro». Por ello la guerra tenía un resultado doble: implicaba a las masas en la guerra, no sólo como un «objeto» manipulable, sino como un poder que a largo plazo sería imposible de controlar. Las restricciones militares y el fracaso de las estrategias de aniquilación rápida provocarían como reacción una formidable aspiración democrática de las masas, que haría imposible una simple y llana restauración de la «disciplina» social burguesa. Al mismo tiempo, sin embargo, la tendencia del imperialismo a transformarse a sí mismo en «capitalismo de Estado» mediante la centralización y militarización de la producción, cruzaría un umbral decisivo. Deberíamos señalar que Lenin introduce aquí dos aspectos que constituirían la unidad de los contrarios de la dictadura del proletariado, tal como la redefinió en el periodo 1917-1923[297]. También deberíamos señalar que este análisis de la «productividad» histórica de la guerra, en términos de fuerzas y conflictos sociales, es en última instancia lo que justificaba su convicción de que era posible en la práctica hacer la guerra a la guerra, llegar a un entendimiento de ella (y por lo que concernía a su destino personal, «entrar» en ella como un factor de alteración de su lógica puramente militar), en tanto que la ideología pacifista (o la versión pacifista del internacionalismo) había dado pruebas de su impotencia.

Si regresamos a la angustiosa pregunta de cómo podía la guerra «producir» el socialismo, habida cuenta de que el socialismo había sido incapaz de impedir la guerra, encontramos que la respuesta está abierta. La socialización de la economía y la latente revuelta de las masas en el frente y en la retaguardia solamente determinan una situación revolucionaria, que puede desarrollarse o no en la dirección de una ruptura de hecho. Lo que llega a ser fundamental es el hecho de que la guerra tiene una historia. Para saber qué tipo de «conciencia de clase» puede surgir de la guerra lo que se necesita es un análisis diferenciado de las divisiones internas del proletariado y de la manera en que se desarrollan. Los efectos ambivalentes del «sentimiento nacional» en Europa también tienen que tomarse en consideración. La posición de principios (democrática) a favor del «derecho de las naciones a la autodeterminación» así como el llamamiento para desmantelar, por lo menos provisionalmente, los imperios multinacionales que descansan en los privilegios de casta de una nación dominante, aparece como un momento político inevitable de la transformación de la situación revolucionaria en una guerra civil anticapitalista[298].

Para determinar si en Lenin se encuentra algo distinto a una negación del nacionalismo como fenómeno de masas no es suficiente con señalar simplemente su brutal reducción crítica del «patriotismo» (presentado como la máscara ideológica de los intereses imperialistas) y su negativa a entrar en la casuística de «agresores» y «agredidos». Debemos seguir la progresiva transformación del propio concepto de imperialismo, especialmente en las discusiones que mantuvo con los defensores de las posiciones pacifistas y de los proyectos de desarme que surgieron en el transcurso de la guerra. Parece claro que la mayor objeción de Lenin a estos proyectos se encontraba en su parcialidad eurocéntrica, algo que resultaba especialmente relevante en las consignas de Wilson. Para Lenin, en aquel momento, unos Estados Unidos de Europa eran «o bien imposibles o bien reaccionarios»; representaban la idea de la transformación de la guerra imperialista en una «paz imperialista», o una nueva división del mundo bajo la apariencia («metafísica» como dice Lenin) de una antítesis absoluta entre la paz y la guerra[299]. El hecho real era que la guerra europea no era exclusivamente europea, sino que venía determinada por una estructura global total que diferenciaba irreversiblemente los nacionalismos. Incluso en la propia Europa era posible desde este punto de vista identificar situaciones de tipo colonial (como mostraba el levantamiento en Irlanda de 1916).

También resulta cierto que fue solamente tras su regreso a Rusia (después de la Revolución de Febrero) cuando Lenin realmente intenta realizar un «análisis de clase» del nacionalismo de las masas, especialmente del nacionalismo campesino en Rusia, es decir, de la relación de dependencia que existía entre las masas y el Estado nacional en una situación de emergencia. Y aun así, no lo hizo desde una perspectiva «psicológica», sin duda por la falta de conceptos que le permitieran romper el enfrentamiento simétrico entre las ideologías de la «raza» o del «carácter nacional» y las de la «conciencia de clase», sino exclusivamente en una forma llena de dudas, en términos de la composición social de los bloques del campesinado o de la pequeña burguesía como bloque. Esta es la razón por la que la cuestión no acabó de recibir finalmente ninguna solución teórica, sino solamente sucesivas soluciones tácticas, empezando por las que aplicó Lenin en 1917 contra los defensores del «extremismo revolucionario» y del «golpe de Estado» proletario[300].

En resumen, la guerra aparece como profundamente transformadora del concepto mismo de situación revolucionaria. Ya no era un postulado vinculado a la idea de una cierta «madurez» del capitalismo (de la cual la guerra era un síntoma), sino por el contrario el resultado del análisis de los efectos de la propia guerra en una estructura global diferenciada, en la cual los países «avanzados» y «atrasados» coexistían y se interpenetraban (lo que sucedía especialmente en Rusia). Por ello, al mismo tiempo, Lenin mantuvo constantemente la tesis de una revolución mundial, y concebía la utilización de una «paz por separado», decretada unilateralmente por el país en el que las contradicciones hubieran alcanzado el punto de ruptura, como un medio de actuación sobre el equilibrio de las fuerzas en su conjunto. Sin embargo, esto no le llevó a aceptar la idea del «socialismo en un solo país». Aún más, en estas condiciones dejó de identificar la revolución con el «establecimiento del socialismo». La revolución, en la medida que procedía del hecho de la guerra, era en cierto sentido algo menos que el socialismo (la expresión de la revuelta democrática de las masas, un movimiento nacional, o incluso la continuación del capitalismo de Estado), y en otro algo más que el socialismo (inmediatamente vinculada con el proyecto comunista, incluso bajo la forma de «comunismo de guerra»). En resumen, era una ruptura sobredeterminada históricamente y el punto de partida de una nueva dialéctica, de acuerdo con las lecciones sacadas de la lectura «práctica» de Hegel y Clausewitz.

Tenemos que admitir no obstante que este giro intelectual era solamente una tendencia que no carecía de sus movimientos contrarios. Para convencerse de ello solamente es necesario, por ejemplo, volver a leer desde esta perspectiva El Estado y la revolución[301]. Este trabajo era un intento de recolocar la singularidad de la Revolución rusa dentro de una lógica universal, de la cual sin embargo era sintomática solamente en su carácter incompleto, no ya por las circunstancias y su urgencia («resulta más agradable recorrer la experiencia de la revolución que escribir sobre ella»), sino también, quizá, como el resultado de la imposibilidad del propio proyecto. A partir de 1914, el Lenin «filósofo» avanzó más allá del Lenin revolucionario, pero el Lenin teórico de la revolución seguía estando detrás de su propia práctica.