14. Lenin el Justo, o el marxismo sin reciclar
JEAN-JACQUES LECERCLE
¿Qué interés puede encontrar un filósofo del lenguaje en leer a Lenin en la actualidad? ¿Hay algún motivo para revivir una oeuvre que una vez fue un absoluto best seller mundial (durante mucho tiempo Lenin fue con diferencia el autor más traducido), y que ahora es casi imposible de encontrar, excepto en los polvorientos estantes de las bibliotecas públicas? A ambas preguntas pretendo darlas una respuesta claramente afirmativa, por una razón que va indicada en el título: Lenin es la verdadera encarnación del marxismo sin reciclar, o más bien de una forma de marxismo que es radicalmente irrecuperable.
Desde luego hay un aspecto personal en esta declaración. Cuando un académico de edad madura proclama su adhesión a Lenin, está mirando con nostalgia los vertiginosos días de su juventud. En mi caso, habiendo decidido a los 16 años que era comunista y sin haber considerado adecuado, a pesar de las vicisitudes de la historia, cambiar mi posición sobre ese punto, considero a Lenin como uno de los grandes dioses en el panteón de mi juventud. Habida cuenta de que soy ateo, y sé que los dioses son meras figuras hipostáticas de las cualidades o virtudes humanas, tengo que afirmar que mi continua admiración por Lenin se debe al hecho de que es la encarnación de las virtudes de la dureza, la firmeza y la sutileza, virtudes que me llevan a llamarle «Lenin el Justo», en cuanto que son las virtudes que mantienen el marxismo sin reciclar, en una era en la que todo, desde las botellas a los militantes marxistas, se recicla inacabablemente.
El que los militantes marxistas se reciclen a sí mismos es algo tan trivial como frecuente. Tuve el dudoso privilegio de militar durante varios años en la misma rama del Partido Comunista Francés en la que también se encontraba alguien que llegó a ser vicepresidente de Medef, la patronal francesa, un hombre activamente entregado a desmantelar el sistema de cobertura del desempleo y de pensiones en Francia. No es un caso único, la lista podría ser interminable, ya lo era en los tiempos de Lenin. Lo que quizá sea mucho más inquietante es el reciclado de teóricos marxistas. Así, por lo menos en Francia, se reedita a Valentin Voloshinov con el nombre de Mikhail Bakhtin, y el propio Bakhtin queda dividido entre su juventud fenomenológica y la mística de su edad madura (Todorov es el principal agente de esta transformación). En Gran Bretaña, Roger Scruton admira y utiliza a Gramsci, igual que hacen Alain de Benoist y sus acólitos en Francia. El propio Marx se ha convertido en carne para currículos académicos, interminablemente humanizado y escatologizado, si se me permite la expresión. Esto no es ninguna novedad, en la primera página de El Estado y la revolución, Lenin ya deplora la canonización de Marx.
Pero, exceptuando por supuesto los anuncios de TV y las camisetas de los adolescentes, hay un teórico marxista que ha escapado por completo a semejante reciclado, y ese teórico es Lenin. Con él, la ideología dominante duda entre la condena, es la causa primera del Gulag (lo que para mí es una buena noticia: el enemigo de mi enemigo es mi amigo), y una clase de respeto otorgado de mala gana (después de todo, él dio al capitalismo mundial el susto más grande que nadie le ha dado nunca). Hoy en día, entre académicos e intelectuales Lenin no es reciclable porque se le tiene una profunda falta de respeto: a duras penas se le puede considerar un filósofo (todavía podemos recordar el escalofrío causado por el discurso de Althusser); es un dogmático (recordad la estrechez de sus lecturas antes de escribir El Estado y la revolución, ni Aristóteles ni Hobbes o Locke, ni siquiera Spinoza, solamente los clásicos del marxismo), lo que le convierte en un mero divulgador; es un totalitario (en él no se encuentra el elegante culto al fracaso de la razón ética; no solamente se hizo con el poder sino que lo mantuvo, llegando a destruir en el proceso el aparato del Estado burgués), y por último, es un oportunista listo que nunca dudó en contradecirse cuando era oportuno.
Yo quiero tomar estos insultos como celebraciones indirectas de las tres virtudes que encarna Lenin. No quiero condenar a Lenin con pálidas alabanzas; quiero elogiarle con una sólida condena.
Las muchas virtudes de Lenin, o el marxismo sin reciclar
No soy la persona más indicada para decir qué es lo que todavía sigue vivo en el marxismo, lo que no debería reciclarse. Trabajo en un campo, la filosofía del lenguaje, donde el marxismo en el mejor de los casos es marginal y en el peor está ausente. Unas cuantas notas crípticas de los padres fundadores, una desastrosa intervención pretendidamente obra de Stalin (ahora se sabe que su panfleto sobre marxismo y lingüística fue realmente escrito por un académico soviético de nombre Alexandrov), y unos cuantos fragmentos apuntalando esas ruinas (los principales son el libro de Voloshinov y las semánticas de Michel Pêcheux, y soy un apasionado del ensayo sobre el origen del lenguaje del marxista vietnamita Tran Duc Thao). El propio Lenin no es mucho mejor que los demás. Su contribución a la filosofía del lenguaje está más o menos limitada a la famosa anotación marginal a la Lógica de Hegel en sus «Cuadernos filosóficos»: «¿Historia del pensamiento = historia del lenguaje?», enmarcada por un cuadrado dentro de un círculo.
Sin embargo, se puede decir que Lenin también es importante en este campo. En primer lugar, como sostendré en breve, nos deja entrever lo que podría ser una filosofía marxista del lenguaje. En segundo lugar, sus mismas virtudes nos dejan percibir lo que perdemos en una coyuntura cultural en la que el marxismo está, si no completamente ausente, por lo menos marginado. Ha llegado el momento de celebrar las virtudes de Lenin con más detalle.
La primera es la virtud de la dureza. Lenin era un incesante y resuelto polemista. En él hay una cierta méchanceté, que mantiene todavía vivos sus textos ocasionales. Nunca dudó en ofender cuando debía hacerlo, no por un malhumor innato sino porque se encuentra, según sus propias palabras, librando una batalla. Nunca rechaza un compromiso, pero nunca hace concesiones; nunca duda en defender la consigna correcta, incluso cuando resulta impopular. En resumen, siempre golpea donde duele, porque tiene claro quién es y donde está el enemigo principal. En la actual coyuntura de reciclado, que deja un marxismo diluido o pusilánime en el que los marxistas son propensos a convertir su debilidad en una fuerza ilusoria, perdemos el marxismo a la ofensiva (como se sabe, un principio leninista, ¡siempre estar a la ofensiva!), el marxismo capaz y dispuesto a desenmascarar la ideología dominante y su infinita hipocresía. (¿Hay que mencionar el concepto de democracia, en su versión burguesa, o la ideología de los derechos humanos, de la cual los marxistas reciclados son sus más entusiastas defensores?). En esto se muestra la dureza de Lenin, que incesantemente aboga por la dictadura del proletariado, al mismo tiempo que tampoco se muestra delicado con la moralidad pequeño burguesa.
La segunda de sus virtudes es la firmeza. Tiene completamente clara la fuerza estratégica del marxismo. Sabe que el marxismo es la única teoría que ofrece una crítica global del capitalismo, con una jerarquía de objetivos. En otras palabras, Lenin, siendo un dogmático, nunca olvida que su posición descansa sobre una teoría firmemente establecida. Este es otro de los conocidos principios leninistas: sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria.
Las cualidades de dureza y firmeza explican su solidez. En cuestiones de teoría marxista, Lenin es un dogmático totalitario, una fortaleza, por así decirlo. Pero no es solamente eso, tiene una tercera cualidad, la de la sutileza. Lo que perdemos en la actual confusión del marxismo es el instrumento de decisión que proporciona la teoría marxista, la capacidad para percibir los elementos cruciales de la coyuntura histórica, la capacidad para identificar a los aliados potenciales y al enemigo principal. Como todos sabemos, ahí es donde se encuentra el genio específico de Lenin, su principal contribución a la teoría marxista, formulada en la teoría del eslabón más débil y en la famosa consigna sobre la necesidad de un análisis concreto de la situación concreta.
Las virtudes de Lenin mantienen una estructura o una jerarquía; es duro, lo que le permite ser críticamente eficaz y tener éxito, porque es tanto firme como sutil. Su contribución al marxismo es la dialéctica de la estrategia y la táctica, de la teoría general del programa estratégico y del análisis detallado de la coyuntura concreta.
Soy consciente de que todo esto es trivialmente cierto. Solamente estoy repasando las convicciones de mi juventud, puntos que hace treinta años eran tan claramente obvios que apenas hacía falta manifestarlos. Pero hoy en día, en una coyuntura cultural donde el marxismo está en retirada, sí es necesario manifestarlos. Y aquí es donde lo que tengo que decir es menos obvio y probablemente resulte polémico: la ofensiva ideológica del capitalismo y la consecuente retirada del marxismo se debe, por lo menos en parte, al hecho de que el marxismo nunca se ha ocupado de la cuestión del lenguaje, nunca ha producido una teoría sobre él y por ello se ha encontrado desarmado en un periodo en el que la lucha en el frente ideológico era de la mayor importancia. Creo que aunque Lenin obviamente no tenga una teoría del lenguaje hecha y derecha que ofrecer, gracias a sus tres virtudes, nos da un indicio de la filosofía marxista del lenguaje que necesitamos. Por lo menos podemos esperar que siendo duro o méchant, nos dará los instrumentos para una crítica exhaustiva de lo que en la actualidad pasa por ser una filosofía del lenguaje.
En el campo de la filosofía del lenguaje, la personificación en Lenin del marxismo sin reciclar tiene una encarnación en la teoría de las consignas. Su origen es bien conocido, en julio de 1917, en el momento en que el gobierno provisional le había declarado fuera de la ley y estaba escondido en los bucólicos alrededores del lago Razliv, Lenin, en ese momento de extrema crisis política, dedicó parte de su energía a un corto ensayo sobre la naturaleza y elección de consignas[390]. Evidentemente, el ensayo no es un una teoría general, pero sí un análisis concreto de la coyuntura política desde el punto de vista de establecer las consignas adecuadas, las que son justas[391]. Haré hincapié en el punto más importante del documento, con la vista puesta en la construcción de una filosofía marxista del lenguaje.
Naturalmente, la tesis principal es que las consignas ejercen un poder o una fuerza performativa. No hay nada nuevo o excitante en esto; después de todo para eso están las consignas que, etimológicamente, son un grito de guerra. La contribución específica de Lenin está en la caracterización de esa fuerza, que no tiene nada que ver con la más bien vaga noción de «fuerza» que se evoca en expresiones como «fuerza ilocutiva» (un concepto importante de la teoría del acto de habla). El ensayo deja claro que la consigna correcta ejerce la fuerza de tres maneras. En primer lugar, la consigna correcta identifica el momento dentro de la coyuntura. En este caso el 4 de julio de 1917; la fase primera y potencialmente pacífica de la revolución ha acabado y la consigna que la daba nombre, «todo el poder para los sóviets», deja por ello de ser correcta. En segundo lugar, como resultado de esto, la consigna correcta da nombre a la tarea asociada con el momento de la coyuntura: la tarea ahora es prepararse para la «lucha decisiva», el derrocamiento violento de un gobierno que se ha vuelto contrarrevolucionario. La consigna correcta permite nombrar el elemento decisivo. En tercer lugar, la consigna correcta como tal ejerce fuerza en la medida que condensa y personifica el análisis concreto de la situación concreta. El implícito principio leninista que actúa aquí sería «sin consignas correctas no hay éxito revolucionario».
Esta centralidad de una fuerza concreta tiene consecuencias para lo que podría ser una filosofía marxista del lenguaje. Sobre esta, el ensayo solamente evoca au détour d’une phrase. Aquí están los puntos principales. El primero es un concepto de significado vinculado a la coyuntura en la que se produce el enunciado: significado es el resultado de un rapport de forces [relación de fuerzas], no de un juego cooperativo del lenguaje sino de una lucha política (sin reglas fijas, o más bien con reglas en estado de constante variación, que deben ser reconsideradas con cada cambio de coyuntura). En segundo lugar, una consecuencia de esto es que el enunciado no es una descripción de un estado de las cosas en la coyuntura, sino que es una intervención sobre ella; refleja, pero también modifica el rapport de forces que le da su significado. Comprendemos la importancia de las consignas; son ellas, y no las descripciones o constataciones, los ladrillos de los que están hechos los enunciados. El tercer punto es que la consigna correcta es la justa, la que encaja en la coyuntura dentro de la que actúa. Hay un carácter circular y reflexivo entre la consigna que da nombre al momento relevante dentro de la coyuntura y la coyuntura que permite que ésta tenga sentido. Esta coyunturalidad del significado queda capturada en el concepto de justeza: la consigna correcta no es la verdadera sino la justa. Cuarto, sin embargo, Lenin utiliza la palabra verdad en el sentido de que el pueblo «debe conocer la verdad», es decir, debe saber quiénes son los que detentan verdaderamente el poder del Estado en la coyuntura, los representantes de qué clase o subclase. Pero semejante verdad depende totalmente de la justeza de la consigna, es un efecto, quizá también un afecto de ella: utilizando el lenguaje de la teoría del acto de habla, la justeza ilocutiva origina una verdad perlocutiva. La combinación de verdad y justeza es lo que garantiza la eficacia de la percepción que se tiene de la situación. Por último, lo que se sugiere aquí es un concepto político del discurso, del discurso como intervención. El ensayo insiste en las ilusiones de la moralidad pequeño-burguesa, en la ofuscación del carácter político de «la sustancia de la situación» debido a cuestiones morales. La cuestión no es ser amable con mencheviques y socialrevolucionarios, dejar que entiendan lo equivocado de su camino y mejoren su comportamiento; la cuestión es decir a las masas que ellos han traicionado a la revolución. La oposición entre política y moralidad es la oposición entre lo concreto y lo abstracto. De aquí viene otro de esos principios leninistas: en el periodo revolucionario, el pecado más penoso y peligroso contra la revolución es la sustitución de lo concreto por lo abstracto.
Mi apresurada lectura de este texto, del que intentaré derivar una filosofía del lenguaje (distinta a la que sustenta la mayor parte, si no todos, los programas de investigación de la corriente principal de la lingüística), no se produce en un espacio vacío. Viene precedida por dos meticulosas lecturas, una bien notoria y la otra menos conocida.
El pasaje de Mille Plateaux donde Deleuze y Guattari hacen una lectura de Lenin sobre las consignas es ampliamente conocido[392]. En él se hace especial referencia a la fecha del 4 de julio, cuando la revolución alcanza un punto de inflexión (con anterioridad era posible un acceso pacífico al poder, y la consigna «todo el poder para los sóviets» era la justa; después solamente el derrocamiento violento del gobierno provisional podía salvar a la revolución, y la consigna principal tuvo que ser modificada convenientemente). Deleuze y Guattari aclamaron la «transformación incorpórea», un efecto del lenguaje, pero de un lenguaje dotado de un singular poder performativo que alcanza esa transformación. Y su análisis va más allá: el poder de la consigna no es solamente performativo, es constitutivo de la clase a la que llama a la existencia. La genialidad de la Primera Internacional había sido extraer una clase de las masas, con la consigna «trabajadores del mundo, ¡uníos!». Igualmente la consigna de Lenin establece una vanguardia, un partido, fuera de la masa del proletariado. La consigna va por delante del cuerpo político que ella misma organiza. Deleuze y Guattari insisten en que semejantes consideraciones no atañen solamente al lenguaje de la política, sino a la manera de funcionar del lenguaje en general, en la que el lenguaje siempre llega a través de la política. El nexo lingüístico o régimen de signos o máquina semiótica que describen es una mezcla impura de enunciados (en este caso consignas), presuposiciones implícitas (los actos producidos por el efecto de las consignas), y transformaciones incorpóreas (afectadas por el poder performativo o identificador de la consigna): estas son las variables internas del ensamblaje del enunciado, del cual la consigna es una parte fundamental.
El contexto de esta disquisición sobre Lenin es la crítica de las principales corrientes lingüísticas y de sus postulados, que se realiza en la cuarta meseta de Mille Plateau, y más específicamente la refutación del primer postulado, según el cual el lenguaje trata de la información y comunicación. La crítica produce un racimo de conceptos (fuerza, máquina, ensamblaje, minoría, estilo y tartamudeo) que proporcionan, en mi opinión, un primer intento de una filosofía marxista del lenguaje, aunque por supuesto Deleuze y Guattari nunca afirmarían que el suyo fuera ni una filosofía del lenguaje ni un intento marxista. Pero podemos tomar la referencia a Lenin como un síntoma, especialmente si la situamos en el contexto de otro pequeño texto de Deleuze, su prefacio a la primera colección de ensayos de Guattari, Psychanalyse et transversalité, donde Deleuze aborda la cuestión de lo que llama la «ruptura leninista»[393]. Esta ruptura la define de la siguiente manera: Lenin (con sus consignas correctas) transformó la disolución militar, política y económica de la sociedad rusa en una victoria de las masas. El único problema era que esta posibilidad de victoria, este giro que equivalía a una revolución, fue alcanzado con el coste de convertir al agente de la revolución, el partido, en un aparato del Estado en rivalidad con, y por ello moldeado sobre, el Estado burgués. El resultado fue no solamente el estalinismo, sino la derrota final del socialismo «real» (que Deleuze no pudo anticipar en su momento, pero que vuelve comprensible). Intenta proporcionar una solución a este problema, que siempre ha afectado al movimiento comunista (todavía lo hace), en términos de la distinción, adelantada por Guattari, entre groupe assujetti (el grupo sometido, que hará cualquier cosa para asegurar su propia supervivencia) y el groupe sujet (el grupo sujeto que siempre está pidiendo su propia defunción).
Tengo serias dudas sobre la relevancia política de la solución de Deleuze; se aproxima demasiado a la desviación de izquierdas contra la que Lenin arremetió panfleto tras panfleto y artículo tras artículo, en los primeros días del poder soviético. Pero estoy profundamente de acuerdo con la conexión entre política y lenguaje, y con el papel adscrito al lenguaje en el cambio social revolucionario.
En el número 9/10 de una publicación de corta vida, Cahiers marxistes-léninistes, se encuentra también otra intensa lectura del ensayo de Lenin. Tiene el atrevido título de «Vive le léninisme»[394]. Los textos están sin firmar, pero de manera general se atribuyen a Althusser. (Obviamente son notas de lectura; el que hayan sido anotadas por el propio maestro o realizadas en una serie en conferencias públicas y píamente anotadas por algún miembro de la audiencia, tiene de poca importancia. Aquí, «Althusser» es el nombre de un ensamblaje colectivo de enunciación). La revista la publicaba una rama de la Unión de Estudiantes Comunistas de la École Normale Supérieure, que poco después daría origen al grupo maoísta UJC (ml). Por ello el texto pertenece al periodo anterior a la ruptura entre Althusser (que no estaba dispuesto a abandonar el Partido Comunista Francés) y sus discípulos maoístas. Refleja el Zeitgeist [espíritu de los tiempos], en que el objeto del análisis es lo que el texto llama las diversas «ciencias» leninistas.
Althusser identifica el centro de la ciencia leninista con el concepto de coyuntura: el único objeto del pensamiento de Lenin es la descripción correcta de la coyuntura, de sus factores de clase determinantes, de sus rapports de force, y del momento exacto en el que el analista se encuentra a sí mismo. El concepto es otro nombre para la dialéctica de los principios científicos generales y del análisis concreto, que es la contribución específica de Lenin al marxismo. De aquí la estructura de las «tres ciencias» del leninismo. Hay una ciencia dominante, la ciencia del análisis concreto, que se desarrolla en cinco etapas: (1) La descripción de los elementos de la coyuntura, determinados por el análisis de clase. (2) La determinación de los límites de la coyuntura, que precisan su violenta transformación. (3) El reconocimiento de la imposibilidad de ciertas combinaciones de los elementos; ciertas alianzas son contra nature, lo que a contrario establece las combinaciones o las alianzas posibles. (4) La determinación de las variaciones de la coyuntura, que proporcionan las líneas directivas para la acción política. (5) El tomar en cuenta las restricciones de la perspectiva estratégica del proletariado. La coyuntura entonces es una restricción doble (tiene sus límites, es el objeto de una perspectiva estratégica). Esta ciencia dominante se complementa con dos ciencias secundarias o subordinadas que determinan su adaptación a la práctica política: la ciencia de las consignas (no consignas individuales, sino por el contrario un conjunto articulado que nombra justamente el momento de la coyuntura), y la ciencia del liderazgo, o cómo hacer que las masas comprendan la justeza de las consignas. Así, la ciencia leninista es una jerarquía articulada de campos o disciplinas que permiten al revolucionario victorioso negociar los tres niveles de la actividad y del programa del partido: el nivel general de la teoría (y de los principios en los que se basa el programa comunista: la teoría de los modos de producción, las leyes tendenciales del capitalismo, la etapa actual del desarrollo social); el nivel del análisis concreto de la formación social; y el nivel del análisis estratégico y táctico que determina las tareas que deben realizarse en la acción política diaria. La contribución de Lenin es haber cambiado el centro de la estructura desde el nivel general de la teoría (la teoría de Marx o de los mencheviques del eslabón más fuerte) a la relación dialéctica entre el segundo y el tercer nivel, el nivel del análisis de las formaciones sociales concretas y de la determinación de las tareas políticas que requiere el momento en la coyuntura. En otras palabras, sustituye la teoría de Marx del eslabón más fuerte por la teoría del eslabón más débil y de la complejidad de la estructura real de la formación social, lo que significa que el camino hacia la revolución no es la avenida Nevski; nunca es una línea recta.
El lenguaje científico de la lectura que hace Althusser de Lenin ha quedado desfasado, y llamar científico, incluso científico político a Lenin, no ayuda mucho. Además, si comparamos esta lectura con Deleuze y Guattari, no podemos menos que reconocer que el papel del lenguaje en la acción política y en el cambio revolucionario se ve degradado a la ciencia secundaria de las consignas; primero viene la ciencia del análisis concreto, después la ciencia secundaria de adaptación del análisis a la práctica política; primero viene la teoría de la coyuntura y los rapports de force entre las clases, después viene su traducción en un conjunto de consignas que son justas. La producción de una clase o de un grupo por la consigna que anticipa ha desaparecido, y el lenguaje pertenece al reino de la representación, en vez de al de la performatividad e intervención. A pesar de todo, creo que la teoría de los tres niveles de teoría y práctica articuladas todavía ofrece un marco para otra filosofía del lenguaje.
Lenin y la filosofía del lenguaje
Tomemos de manera metafórica los tres niveles del programa comunista como los niveles de un programa de investigación (que dudo en llamar científico) sobre los funcionamientos del lenguaje. El programa empieza con el nivel general de la teoría, de los principios. La solidez de Lenin (recuérdese la combinación de dureza crítica y firmeza en su adhesión a los principios teóricos) nos lleva a definir a este nivel lo que podría ser una filosofía materialista del lenguaje. Después de todo, esa es la tarea de un filósofo marxista, una tarea realizada con energía por el propio Lenin: intervenir en la lucha filosófica desde el lado materialista. Y aquí es donde inmediatamente nos encontramos con un problema. El programa de investigación de Chomsky, el programa dominante en la lingüística y que tiene la mayor pretensión científica, pertenece a una forma de materialismo que la tradición marxista califica de «vulgar»; el materialismo que reduce el lenguaje a cambios físicos en las neuronas del cerebro. Este reduccionismo se condensa en el concepto de Chomsky de «mente-cerebro». Y es, por supuesto, no una teoría científica establecida con su consecuente práctica científica, sino un gesto filosófico, un gesto de expectación que confía en que un día las reglas de la gramática se establecerán en términos de conexiones neuronales. En la actualidad, y en el futuro próximo, la mente-cerebro todavía es, en lo que se refiere al lenguaje, una caja negra, y la pretensión científica una forma de terrorismo filosófico.
Pero la teoría de Lenin sobre las consignas nos permite concebir otra forma de materialidad del lenguaje, de manera que el materialismo lingüístico no necesite ser un vulgar reduccionismo. Esta materialidad es la materialidad de las fuerzas y las rapports de force. No se trata del concepto vago de fuerza que se encuentra detrás del concepto pragmático anglosajón de performatividad, en el que la «fuerza» del enunciado queda sin ser descrita, siendo meramente un pretexto para la clasificación, (¿qué tipo de acto de lenguaje es este?), y el cálculo de su significado implícito (ella no puede querer decir esto, así que ¿qué quiere decir realmente?), sino que es un concepto de fuerza ejercida colectivamente en el transcurso de la acción política, en la creación de rapports de force. Lo que la solidez de Lenin, su firme confianza en el materialismo histórico nos enseña, es que el lenguaje es material no solamente porque puede ejercer fuerza física o corporal (podemos llamar a esto el principio de Castafiore), sino porque también es material, con la misma materialidad que las instituciones. Hay una cadena causal que podríamos llamar la cadena de interpelación althusseriana, que va desde la institución hasta el ritual, del ritual a la práctica y de la práctica al acto de habla: cada elemento de la cadena está dotado de su propia materialidad y de la materialidad de la cadena completa.
Entendemos por qué, en contra de Chomsky y de las corrientes principales de la lingüística, Deleuze y Guattari mantienen que el tipo elemental de enunciado no es la frase declarativa, que encarna una proposición, sino la consigna. No es siquiera el imperativo, otro tipo de frase, sino el mot d’ordre, un enunciado y no una frase, emitida en un contexto siempre y como siempre político. El enunciado entonces no es una representación del estado de las cosas, sino una intervención sobre ellas: esta intuición era central en el invento de Austin de la performatividad, pero se pierde sin esperanzas dentro del individualismo metodológico típicamente anglosajón (la acción colectiva no es otra cosa que la composición de decisiones individuales) y del intencionalismo (el significado del enunciado es lo que el emisor quiere que signifique, siempre que sea reconocido como tal por el oyente). Las consignas, por el contrario, son siempre colectivas, y su significado se deriva no del genio político de su autor (no tienen autor, ni siquiera Lenin), sino de su capacidad para intervenir en la coyuntura que analizan, además de nombrarla para llamarla a ser. Si este análisis del lenguaje es correcto, entendemos por qué Deleuze y Guattari sostienen que los marcadores gramaticales de Chomsky son marcadores del poder. Y entendemos otra razón por la que el análisis pragmático del lenguaje debe ser finalmente rechazado (aunque no hasta el mismo grado que el programa de investigación de Chomsky). El análisis pragmático está basado en un concepto pacifista del lenguaje, del lenguaje como medio de intercambio de información y como medio de comunicación, de acuerdo con el principio cooperativo que gobierna la discusión científica. Pero no es así. La teoría de las consignas de Lenin nos permite entender que el «intercambio» lingüístico no es un intercambio en absoluto, que no trata de la acción comunicativa de Habermas ni del principio de cooperación de Grice, sino de lucha, de la exigencia de posiciones discursivas y la adscripción de lugares. Y entendemos por qué Harold Pinter es un dramaturgo materialista. En otras palabras, mientras que las teorías pragmáticas anglosajonas están siempre basadas en la ética (resulta reseñable que el léxico de Grice de principios y máximas esté tomado de la segunda crítica de Kant), las teorías materialistas del lenguaje están basadas en la política: Lenin el Justo es el antídoto natural tanto al reduccionismo de Chomsky como al idealismo pragmático de la teoría del acto de habla.
El segundo nivel en el programa comunista es el del análisis concreto de las formaciones sociales. En el campo del lenguaje esto significa el análisis de las lenguas naturales como lenguas nacionales. Y aquí nos volvemos a encontrar a Chomsky: su filosofía del lenguaje está equivocada pero es consistente. Su creencia de que la lingüística trata de leyes de la naturaleza, que describen el funcionamiento de la mente-cerebro, lo lleva hasta la gramática universal (el cableado universal del cerebro humano, que es inmune a las diferencias culturales e históricas). Esto, por supuesto, ofrece ciertas ventajas para una posición política progresista en el campo del lenguaje: socava el tradicional racismo lingüístico o la xenofobia sobre la superioridad de algunas lenguas frente a otras. Pero tiene consecuencias desastrosas: se desembaraza del concepto mismo de lengua nacional. No hay solución de continuidad entre el alemán, el holandés y el inglés, solamente unas cuantas llaves más o unas cuantas menos activadas en la mente-cerebro. Esta absoluta ahistoricidad resulta difícil de digerir para un marxista y lleva a su extremo lógico el principio saussuriano de la sincronicidad, que por lo menos proporciona un lugar, aunque sea marginal, para el fenómeno histórico bajo el nombre de diacronía. En esto, la sutileza y solidez de Lenin (no tengo tiempo de repasar las complejidades de su posición sobre el tema de las nacionalidades) nos ayuda a darnos cuenta de la importancia del concepto de lenguaje natural-nacional como el objeto de estudio adecuado para la lingüística. Si el lenguaje se estructura como un rapport de force, el sitio natural de semejante rapport de force es este o aquel lenguaje natural o su choque: los conceptos de canibalismo lingüístico (como los avanzados por Louis-Jean Calvet), o de minorización (como proponen Deleuze y Gauttari) y la idea global, defendida por Bourdieu, de una lingüística externa, son de gran importancia. Quizá la filosofía marxista del lenguaje por llegar ya ha encontrado dos de sus conceptos fundadores: el concepto de Deleuze de agenciamiento («agencement» en francés, como «agencement collectif d’énonciation») y el concepto althusseriano de interpelación. Esos conceptos nos permiten entender el concepto lingüístico de sujeto (sujeto emisor versus sujeto gramatical, sujet de l’énonciation y sujet de l’énouncé) no como nociones centrales sin analizar, sino como el final de una cadena de efectos.
El tercer nivel del programa comunista es el nivel del análisis de la estrategia y la táctica, el nivel que documenta directamente la acción política. Aquí es donde la sutileza de Lenin viene a primer plano. Si, como pretende Althusser, Lenin funciona como el revés de Marx privilegiando el segundo y el tercer nivel del programa comunista (el análisis de la formación social concreta y el análisis político en términos de estrategia y táctica) sobre el primero (los principios generales), se deduce que no hay un análisis del momento de la coyuntura que sea suficientemente estable, predecible y venga derivado de los principios generales para ser considerado verdadero. Lo que tenemos es una serie de proposiciones políticas, encarnadas en consignas, que son justas; en otras palabras, una interpretación. Lenin el justo, este es el segundo significado del título, es un maestro de la interpretación, de la interpretación justa, adaptada al momento concreto, un momento que es totalmente caduco. La esencia del análisis concreto de la situación concreta es que la consigna que era justa ayer, hoy es equivocada. Habida cuenta de que parece que la principal tarea política del momento es la producción de una interpretación, esto no significa que haya tantas interpretaciones como intérpretes. No estamos en el campo de la estética, y cada momento pide su evaluación justa; debe ser aprehendida, batallada, encarnada en una consigna, de manera que sea el objeto de una intervención efectiva, produciendo en las masas efectos sobre la verdad. En la cuestión de la interpretación, lo justo precede lógica y cronológicamente a la verdad.
Hay dos consecuencias importantes de esto para la construcción de una filosofía marxista del lenguaje. La primera es que en contra de Deleuze y Guattari, que son hostiles a la interpretación como parte de su hostilidad general hacia el psicoanálisis, el significado de un enunciado se da con su interpretación (en la lucha por alcanzarla, en el rapport de force que se establece). La segunda es que necesitamos un concepto de coyuntura lingüística, una combinación del estado de la enciclopedia, del estado del lenguaje y de las posibilidades de interpelación y contrainterpelación (Deleuze hubiera dicho contrarrealización), que existen en él. Una interpretación es una intervención en la coyuntura lingüística: está limitada por ella y la transforma, de manera que el significado final del enunciado es una función de la interpretación que encarna como consigna, y su intervención en la coyuntura que transforma.
Conclusión
Esto es lo que creo que Lenin nos permite hacer en el campo de la filosofía del lenguaje: criticar el aparato seudocientífico de la corriente principal de la lingüística en sus dos aspectos, el materialismo vulgar del reduccionismo del programa de Chomsky y el idealismo pragmático anglosajón. No hay necesidad de repetir a Lenin para llegar a eso: soy muy consciente de que las repeticiones históricas normalmente acaban en farsa. Pero hay una absoluta necesidad de hacer que los conceptos de Lenin, sus estrategias y tácticas repercutan en un campo que ha mostrado tanta falta de receptividad hacia ellas.