11. Del imperialismo a la globalización

GEORGES LABICA

Este capítulo fue publicado originalmente como introducción a Vladimir Ilich Oulianov Lenin, L’impérialisme, stade suprême du capitalisme, París, Le Temps des Cerises, 2001.

El ensayo de Lenin El imperialismo, fase superior del capitalismo (un esbozo popular), publicado en 1917, fue escrito en Zúrich la primavera del año anterior, según nos dice el autor[302]. Respondía a una situación de emergencia. Era necesario comprender la naturaleza de la guerra mundial y explicar sus características para poder establecer la actitud que los socialistas debían tomar sobre ella. La guerra correspondía a un nuevo estado que había alcanzado el capitalismo, el imperialismo, y sus condiciones objetivas representaban el «preludio de la revolución socialista». Esta fue la tesis que Lenin adelantó. Era tanto económica, afirmando que el imperialismo era producto del desarrollo del capitalismo y no una «política» a la que se pudiera combatir, como política, denunciando el socialchovinismo que apoyaba a la burguesía no sólo como una traición al socialismo, sino por su incapacidad para entender que la guerra podía proporcionar una oportunidad de victoria para el proletariado. El análisis de Lenin rechazaba cualquier tipo de neutralidad. Por el contrario, diagnosticaba una «división del socialismo», oponiendo a las corrientes reformistas simbolizadas por la eminente figura de Karl Kautsky, el sucesor de Engels y dirigente de los socialdemócratas alemanes, y la corriente revolucionaria cuya intransigencia venía representada, al margen de ciertos puntos de vista erróneos, por Rosa Luxemburg. La teoría del imperialismo formaba el punto de articulación de una lucha de muchos flancos, tanto ideológicos como estratégicos, que culminaría en la Revolución de Octubre. Esto significa que combinaba la totalidad de las diversas intervenciones de Lenin respecto al carácter específico de las guerras, la cuestión nacional y el derecho de las naciones a la autodeterminación, las condiciones para la revolución socialista y la «democracia plena»[303], los «dos campos» que dividen al mundo y al internacionalismo[304]. «No hace falta decir que no puede haber ninguna valoración histórica concreta de la actual guerra, a no ser que esté basada en un detallado análisis de la naturaleza del imperialismo, tanto en sus aspectos políticos como económicos»[305]. Geörgy Lukács fue el primero en sostener, en 1924, que «la superioridad de Lenin, y esto es un alcance teórico sin igual, reside en su articulación concreta de la teoría económica del imperialismo con todos y cada uno de los problemas políticos de la época actual, haciendo de la economía de la nueva etapa una guía para toda acción concreta en la decisiva coyuntura resultante»[306].

El modesto subtítulo del trabajo de Lenin, «Un esbozo popular», no nos debe llevar a subestimar el enorme trabajo de preparación que le precedió. Este trabajo forma parte de los «Cuadernos sobre el imperialismo», que ocupan 900 páginas del volumen 39 de sus Obras completas y que cubren solamente el periodo 1915-1916. Estos Cuadernos, numerados desde «alfa» a «ómicron», complementados por otros más sobre temas concretos (por ejemplo «Marxismo e imperialismo», «Material sobre Persia» y «Notas variadas»), contienen extractos comentados de cerca de 150 libros, así como 240 artículos que aparecieron en 49 periódicos diferentes, en alemán, francés, inglés y ruso, junto con amplias listas bibliográficas obtenidas principalmente de los archivos de la biblioteca de Zúrich, la ciudad donde vivía en aquel momento[307]. En diversas ocasiones Lenin trabajó allí sobre el ensayo de El imperialismo, fase superior del capitalismo[308], así como en los artículos «El imperialismo y el derecho de las naciones a la autodeterminación»[309] y «El imperialismo y el giro al socialismo»[310]. Lenin resume informaciones referidas a los consorcios (eléctricos, petroleros, del carbón, cinematográficos), las luchas por la hegemonía entre las grandes potencias, los bancos, los diferentes imperialismos, el sistema colonial. Presta especial atención a dos trabajos que constituyen sus fuentes fundamentales. El primero era Imperialism, de J. A. Hobson, publicado por primera vez en Londres en 1902, al que el Cuaderno kappa dedica su resumen más amplio (pp. 405-436). Lenin prestó especial atención a los casos de parasitismo, como por ejemplo Inglaterra recurriendo a las tropas hindúes para que hicieran la guerra en su beneficio (p. 418). Señaló que el Estado dominante se lanzaba a corromper a las clases inferiores para mantenerlas apaciguadas, y que las «razas blancas» habían quedado liberadas del trabajo y estaban «viviendo como una aristocracia mediante la explotación de las “razas inferiores”» (p. 420), señalando que China «podía despertarse» (p. 428). Indicaba que el capital había tenido éxito en conseguir la colaboración internacional mucho más rápidamente que los obreros (p. 428), que el imperialismo utilizaba su superioridad económica para impedir el desarrollo de los países dominados (p. 430) y que las desigualdades entre países eran un activo del imperialismo (p. 430). El segundo trabajo, al que se encontraba más próximo y que fue su fuente principal, era la obra del marxista Rudolf Hilferding, El capital financiero, publicada en 1910 y de la que apareció una edición rusa en 1912. Aunque Lenin aprueba lecciones tan importantes como que «la respuesta del proletariado a la política económica del capital financiero, al imperialismo, solamente puede ser el socialismo y no el libre comercio» (p. 337), no duda en hacer hincapié en los «defectos» que su propio libro tenía que rectificar: un error teórico sobre el dinero, el fracaso prácticamente total para reconocer la división del mundo entre las grandes potencias, y no saber interpretar la correlación entre imperialismo y oportunismo[311]. En relación con su preocupación central sobre el imperialismo, Lenin también regresó a ciertos escritos de Marx y Engels relacionados con Europa, Rusia, la cuestión nacional, el internacionalismo, la Comuna de París e Irlanda[312]. Entre los textos marxistas a los que prestó detallada atención, Lenin reservó un lugar especial para Kautsky, preparando el proyecto para el panfleto que más tarde le dedicaría[313]. El trabajo de Hobson, señalaba, «es especialmente útil porque ayuda a desvelar la falsedad básica de Kautsky en esta materia» (p. 116). Kautsky había cometido un error doble. Por un lado, pensó que era posible oponer al pillaje del monopolio de la banca y de la opresión colonialista, un «capitalismo “saludable” y “pacífico”», en otras palabras, un «reformismo pequeño burgués a favor de un capitalismo limpio, pulcro, moderado y refinado» (ibid.), con ello dejaba de ver al imperialismo como una fase económica. Por otro lado, con sus tesis sobre el ultraimperialismo, Kautsky mantenía la ilusión de un futuro pacífico gracias a la unión de los poderes capitalistas.

Aquí nos limitaremos a señalar el carácter ejemplar del método de trabajo de Lenin. En modo alguno es diferente del que empleó anteriormente preparando El Estado y la revolución. En mi introducción al «Cuaderno azul», señalaba:

Actividad práctica: lucha contra la guerra en las conferencias de Zimmerwald y Kienthal. Actividad teórica: tesis sobre el derecho de las naciones a la autodeterminación, sobre el socialismo y la guerra, el colapso de la Segunda Internacional y el imperialismo como la fase superior del capitalismo. Actividad pública y privada: este propagandista y activista era un ratón de biblioteca, llenando cuaderno tras cuaderno con sus apuntes […]. Análisis concreto de la situación concreta; mientras la práctica política de Lenin forjaba los instrumentos científicos para una transformación del mundo en el sentido más estricto, en la que todavía estamos comprometidos, en otros sitios el ruido de otras armas, que desvelaban la violencia inherente a las relaciones capitalistas de producción, se apoderó del propio movimiento obrero y dejó a sus mejores elementos sumidos en la ceguera[314].

Esta ya era la lección de El capital.

Es necesaria una precisión final para evitar un malentendido que se ha convertido en clásico. El término «superior» del titulo del trabajo de Lenin no debe entenderse como «último» o «final» en ningún sentido ontológico, es decir, el estado después del cual no puede haber ningún desarrollo posterior. Simplemente significa «contemporáneo» o «presente». El propio autor lo dejó claro en un cierto número de ocasiones. Al plantearse el título, inicialmente optó por El imperialismo, la fase superior (moderna) del capitalismo[315]. En otras partes escribió «moderna (reciente, la fase reciente)» (p. 230). De hecho conservó el subtítulo que Hilferding ponía para El capital financiero: «La fase reciente del desarrollo del capitalismo» (p. 333)[316]. Más adelante veremos que en este sentido la globalización actual puede igualmente considerarse perteneciente a la fase imperialista o que representa una nueva expresión de ella. Lenin, en un espíritu similar, evocaba el «nuevo imperialismo» cuando copiaba la frase de Hobson: «El nuevo imperialismo difiere del antiguo en primer lugar sustituyendo la ambición de un único imperio cada vez mayor por la teoría y práctica de imperios en competencia, cada uno motivado por los mismos deseos de grandeza política y ganancia comercial; en segundo lugar, por el dominio de los intereses financieros o inversores sobre los intereses mercantiles»[317]. Lenin llega a ofrecer una cronología de este imperialismo, esta vez siguiendo el libro de E. Ulbricht, Puissance mondiale et État national (Historie politique 1500-1815): el viejo imperialismo había muerto con Napoleón en Santa Helena, el nuevo imperialismo se correspondía con la fundación de un nuevo imperio mundial por parte de Gran Bretaña, que lleva a otras naciones a seguir el mismo camino y con ello a la competencia económica con otros pueblos[318].

¿Cuáles eran para Lenin las características más llamativas de este imperialismo? La presentación más explícita de ellas se recoge en «El imperialismo y el giro al socialismo», que puede servir de referencia para la lectura de los otros textos. Estos son los puntos esenciales.

1. El imperialismo es una etapa histórica concreta del capitalismo, la etapa del capitalismo monopolista, que se expresa en cinco fases principales:

a) carteles, asociaciones de empresarios, consorcios empresariales, todos ellos producto de la concentración de la producción;

b) los grandes bancos;

c) el apropiamiento de las fuentes de materias primas por los consorcios y la oligarquía financiera. Nota: capital financiero = capital monopolista industrial + capital bancario;

d) la división económica del mundo entre los consorcios internacionales. Nota: la exportación de bienes característica del capital no monopolista ha sido seguida de la exportación de capital;

e) se ha completado la división territorial del mundo (las colonias).

Deberíamos añadir que, históricamente, el imperialismo se estableció totalmente entre 1898 y 1914 (siendo los puntos de referencia la Guerra hipano-estadounidense de 1898, la Guerra anglo-boer de 1899–1902, la Guerra ruso-japonesa de 1904-1905 y la crisis económica europea de 1900).

2. El imperialismo es un capitalismo parásito o en descomposición. Nota: estos términos difieren de los del primer enunciado en que aparecen para expresar un juicio de valor, pero también son económicos, aunque se empiecen a sacar las implicaciones políticas del análisis. Por ello:

a) La burguesía imperialista, a pesar del acelerado desarrollo de ciertas ramas de la industria, está en descomposición porque ha pasado de ser republicana y democrática (bajo la libre competencia) a ser reaccionaria;

b) la formación de un amplio estrato de rentiers que viven de «recortar cupones»;

c) la exportación de capital, que es el parasitismo elevado al cuadrado;

d) la reacción política es propia de la naturaleza del imperialismo; es un principio de venalidad y corrupción y produce «toda clase de Panamás»;

e) la explotación de las naciones oprimidas: el mundo «civilizado» vive de forma parasitaria del cuerpo de los no civilizados. Nota: esto también es cierto para un estrato privilegiado del proletariado europeo.

3. El imperialismo es el capitalismo agonizante, que marca la transición hacia el socialismo, debido a que la socialización del trabajo se encuentra mucho más avanzada que en la etapa anterior.

Resumiendo de nuevo algunas de estas características, el imperialismo es un producto necesario del desarrollo del capitalismo:

Capitalismo = libre competencia = democracia

Imperialismo = monopolio = reacción

Podemos ver aquí la íntima conexión de los dos niveles, el económico (el estatus de las fuerzas productivas) y el político (la naturaleza de las relaciones sociales), que llegado el momento deja claro que hay una contradicción entre imperialismo y democracia. El propio Lenin saca una conclusión de ello: separar la política exterior de la política interior es anticientífico, habida cuenta de que en ambos casos el imperialismo sella el triunfo de la reacción.

«El imperialismo es una superestructura del capitalismo»; este planteamiento lo utilizó en su «Informe sobre el programa del partido» (19 de marzo de 1919)[319]. La esencia de su argumentación partía del juicio de Marx cuando declaraba que la manufactura era una superestructura de la pequeña producción a escala masiva, (El capital, vol. I), y Lenin adelanta tres proposiciones:

1. No hay imperialismo sin un capitalismo previo;

2. con el colapso del imperialismo «los cimientos quedan al descubierto»;

3. por ello es necesario tener en cuenta una «inmensa capa inferior de capitalismo anterior».

Lenin se propuso demostrar esto para el caso ruso en su libro El desarrollo del capitalismo en Rusia, cuando analizó el entrelazamiento de diferentes formas de producción como una de las características de la estructura económica del país. El término «superestructura» venía a especificar la naturaleza del imperialismo, que evidentemente, y como escribía Henri Lefebvre, «siendo al mismo tiempo una forma de capitalismo (elemento económico), una forma de actividad de clase de la burguesía (elemento social) y una forma de Estado (elemento político), formaba un conjunto inseparablemente combinado»[320].

No nos ocuparemos aquí de los diversos debates que se produjeron en aquel momento alrededor de las características del imperialismo y su definición. Incluso entre «el ala izquierda» del marxismo las diferencias eran significativas: con Bujarin, con quien Lenin se mostraba en desacuerdo incluso después de haber escrito el prefacio para su panfleto[321]; con Rosa Luxenburg, con la que difería de manera indirecta en su La acumulación de capital[322]; o con Anton Pannekoek, quien «planteaba mal el problema del reformismo»[323].

En vez de ello analizaremos el tema de la vigencia actual de las tesis de Lenin, sin caer en la arrogancia de posponer una respuesta que el lector ya habrá anticipado: la globalización contemporánea no es otra cosa que el «nuevo imperialismo» de Lenin, que ahora alcanza una etapa superior de desarrollo. Con el permiso de los farsantes posmodernos, siempre dispuestos a menospreciar como prehistórico cualquier lenguaje que no refleje su propia sumisión al orden dominante, hay ciertos términos cuya capacidad para captar la realidad no han perdido nada de su eficacia. El imperialismo, fase superior del capitalismo es uno de ellos y continúa gobernando una constelación de conceptos en la que capitalismo, explotación, propiedad, clases y lucha de clases, democracia social y transición revolucionaria todavía mantienen su pleno significado; no hacen falta analogías y similitudes que traduzcan la misma esencia. Además de los que ya hemos señalado, podemos ofrecer algunos nuevos. Los animados debates que se producen en la actualidad relativos a la definición y periodización de la globalización recuerdan las discusiones que acompañaron al reconocimiento del imperialismo a principios del siglo XX: su relación con el capitalismo, sus características determinantes, el papel recíproco de la economía y la política, las formas de competencia, su apariencia en la década de los sesenta (antes o después); o tan tempranamente que algunos autores rechazan cualquier originalidad para un fenómeno que consideraban coextensivo al capitalismo. Es cierto que el mercado mundial coincide con el advenimiento de las relaciones capitalistas de producción; Marx y Engels hicieron hincapié en este hecho en el Manifiesto[324]. En El capital, Marx volvió sobre ese punto: «La producción capitalista crea el mercado mundial», y su formación es una de las características específicas del capitalismo[325]. Así mismo, sobre el predominio del capital financiero, Marx ya había señalado que «con el capital que produce intereses, la relación capitalista alcanza su punto decisivo», es decir, D-D’, lo que Marx llama el «fetiche automático», «la autovalorización del valor, el dinero produciendo dinero». «De este modo la propiedad del dinero para crear valor, para rendir interés, se vuelve tan completa como la propiedad de un peral para producir peras»[326]. En todos los casos —¿hace falta recordarlo?— «es el beneficio basado en el capital productivo el que está en la raíz de los beneficios del capital financiero»[327].

Todo ello no debería llevar a menospreciar las características de este nuevo imperialismo que es la globalización, cualesquiera que sean los matices que se consideren a la hora de definir su periodización. Sin duda se han mantenido las características señaladas por sus primeros teóricos, Hobson, Hilferding, Lenin, pero se han visto aceleradas por la conjunción de tres fenómenos recientes: la supremacía del capital financiero especulativo, las revoluciones tecnológicas, especialmente en el campo de la información y de las comunicaciones, y el colapso de los así llamados países socialistas. A comienzos del siglo XX ya se habían producido flujos de capital, pero actualmente han llegado al punto de desencadenar una integración total que permite a los monopolios considerar el mundo como un campo global al servicio de sus intereses, amparados por las instituciones internacionales que, bajo su control, cumplen la función de un gobierno a escala planetaria (el FMI, el Banco Mundial, la Organización Mundial del Comercio, etc.). El fin de cualquier competencia entre «bloques» antagonistas, al margen de los regímenes y formas que tengan, también deja el campo abierto a una única superpotencia, Estados Unidos de América, cuya hegemonía se ejercita en todos los terrenos: económico, militar, estratégico, político, legal, científico, tecnológico, lingüístico y cultural. Provista de una omnipotencia nunca alcanzada por ninguna otra nación, Estados Unidos ocupa ahora el lugar que una vez ocupó Gran Bretaña. Ya en 1915, mientras señalaba el papel de Gran Bretaña, Lenin vislumbraba la transición del poder cuando decía que Estados Unidos era «el país dirigente del capitalismo moderno […] y en muchos aspectos el modelo e ideal de la civilización burguesa»[328]. No hay división del mundo que no sea objeto de una redivisión[329], con la diferencia de que la «tríada» imperialista de la actualidad (Estados Unidos, Europa y Japón) no se encuentra en relaciones de igualdad; los dos últimos actores están en una posición subordinada respecto al primero, completamente avasallados y jugando solamente un papel secundario[330]. La globalización es por ello idéntica a la americanización, o la americanización estadounidense, como debería decirse con propiedad[331].

En esta lista de analogías complementarias no deberíamos olvidar los aspectos políticos e ideológicos. Bastará una breve reseña: las cosas han quedado muy claras con las consecuencias de la caída del muro de Berlín, cuando el liberalismo entonaba una victoria que tenía los días contados.

En el plano político hay que considerar tres elementos:

1. La «reacción», que lejos de suponer una retirada de las prerrogativas del Estado, subrepticiamente lo coloca al servicio de las necesidades de las multinacionales, bien con el objetivo de privatizar, aumentar la flexibilidad, recortar personal, o bien para financiar mediante la constante reducción de impuestos y proceder al abandono de la soberanía que exige la concentración económica (competitividad) y la concentración política (Unión Europea). La destrucción de los servicios públicos, el desmantelamiento del derecho al trabajo, la supresión de la autonomía cultural (la «excepción francesa» en el cine) y la comida basura son parte del precio a pagar.

2. La asimilación por la socialdemocracia, y más recientemente por los partidos comunistas, de la gestión del capitalismo, de modo que lejos de preservar las «ganancias sociales» se dedican a la búsqueda del «consenso» cívico de una manera encubierta. Kautsky no daría crédito a sus ojos.

3. La derrota seguida de la descomposición del movimiento revolucionario (obrero, socialista) bajo el doble impacto de la globalización y del colapso del «campo socialista», que no permite pensar en una ruptura en dirección a una ofensiva socialista, como en 1915-1916, sino que más bien parece certificar la muerte de una esperanza.

En cuanto al plano ideológico, el acento se pone en la «democracia» pura y simple, ofertada como «modelo» especialmente para los países del este de Europa (ya vemos el uso que hacen de ella), una democracia asimilada al mercado trufada con el discurso sobre los derechos, derechos humanos, el Rechtstaat [Estado de derecho], el derecho internacional recientemente complementado con el «derecho a la intervención». El único objetivo de todo esto es inculcar el reinado del NHA, No Hay Alternativa; la deidad thatcheriana de sumisión a la fatalidad del neoliberalismo. La otra cara de la moneda, que de hecho es una réplica de lo mismo, es la abstención política, la involución religiosa y nacionalista, la afirmación de la comunidad y la etnia, por no hablar del crecimiento diario de la desigualdad que no respeta ningún aspecto, desde la educación a la salud. Claramente el paquete va envuelto en una caja con una imagen bien diferente, la de la «globalización feliz» (como nos asegura un adulador debidamente autorizado) que garantiza por lo menos de modo virtual (en eso se queda) el crecimiento para todos, el respeto a las diferencias, la promoción de la sociabilidad, el libre acceso a la información y la libertad de movimientos en la «aldea global». Esta imagen ha alcanzado tal éxito que algunos, de buena o mala fe, se las arreglan para pensar e incluso para mantener que existe una elección posible entre una buena y una mala globalización. Todo lo que se necesita es «poner el peso en el lado correcto» y «anclar a la izquierda» a los gobiernos todavía indecisos[332].

Entonces, ¿en qué situación nos encontramos ahora? Hemos aprendido suficientemente bien lo que significa el Imperio (desde que el término se aplicaba a Roma), y todo el siglo XX nos ha enseñado el significado del «nuevo imperialismo». Ciertamente Zbigniew Brzezinski no añade nada nuevo. Por tomar algunos extractos de su libro, «la derrota y el colapso de la Unión Soviética fue el paso final en la rápida ascensión […] de Estados Unidos como el único y sin duda el primer poder auténticamente global»; «la experiencia política de Estados Unidos tiende a servir como un estándar a emular»; «por utilizar una terminología que regresa a la época más brutal de los antiguos imperios, los tres grandes imperativos de la geoestrategia imperial son prevenir la complicidad y mantener la seguridad mediante la dependencia de los vasallos, mantener a los tributarios sumisos y protegidos, y evitar que los bárbaros se agrupen»; «[necesitamos] controlar el ascenso de otros poderes regionales, de manera que no amenacen la supremacía global de Estados Unidos»; «una Europa más amplia y una OTAN mayor prestan un buen servicio a los objetivos a corto y largo plazo de la política de Estados Unidos»[333].

Pero la «globalización […] no es más que un término mistificador para referirse al imperialismo»[334], «la desigual propagación del capitalismo a escala planetaria»[335]. Los especialistas preocupados por analizar la realidad de nuestros días no sólo no dudan en utilizar el término imperialismo[336], sino que muchos de ellos se refieren expresamente a las tesis de Lenin. S. de Brunhoff y W. Andreff hacen hincapié en la vigencia de la ley del desarrollo desigual[337]. Denis Collins escribe: «el neoliberalismo no es la expresión de una revitalización del capitalismo de libre mercado del siglo pasado es, por encima de todo, la teorización y legitimación de lo que de manera más adecuada se llama imperialismo en el sentido de Hilferding y Lenin»[338]. Por su parte, A. Catone señala: «Todos los aspectos característicos manifestados por Lenin han experimentado un tremendo desarrollo: los monopolios, los carteles y los consorcios se han convertido en megamonopolios»[339]. Y ¿qué pasa con el parasitismo? «No es necesario leer El imperialismo, fase superior del capitalismo de Lenin para convencerse del tentacular desarrollo de una amplia y parasitaria oligarquía financiera; Georges Soros, el famoso especulador, lo explica él mismo en sus libros»[340]. ¿Quizá la «putrefacción» sea un poco mayor? Esto resulta evidente en los «países ricos en capital», señala G. de Bernis, y entre sus síntomas se incluyen un freno al progreso técnico, un gran número de rentistas que todavía viven de «recortar cupones», por no hablar de los «Estados rentistas» oprimiendo a los «Estados acreedores». «No resulta sorprendente que […] las actuales manifestaciones de la “podredumbre” del capitalismo sean más abundantes y más profundas de las que observó Lenin al final de un periodo de (relativa) estabilidad»[341]. No deberíamos pasar por alto la alusión a nuestro propio y bonito país cuando Lenin toma de Marcel Sembat el siguiente pasaje: «La historia financiera moderna de Francia, si se escribiera con sinceridad, sería la historia de una multitud de actos de pillaje, ¡como el saqueo de una ciudad conquistada!»[342].

Desafortunadamente es necesario dar un paso más en esta caracterización y mantener que la situación engendrada por nuestro «nuevo imperialismo» es peor que la que se producía en la década de 1910. Como acabamos de ver, la situación en aquel momento estaba marcada por una relativa estabilidad, lo cual no es el caso de la actual crisis, y evitaba que Lenin pudiera hablar de desempleo o pobreza masiva. Además, el fenómeno de las multinacionales no presentaba entonces ni «la ubicuidad que ha adquirido hoy en día»[343], ni otras muchas características que se han agudizado considerablemente: la constante disminución de las funciones de regulación social del Estado, el declive del Estado-nación, que ha dejado de ser lo que era con posterioridad a la Primera Guerra Mundial; la concentración y fusión de empresas, la circulación del capital y el papel de los mercados de valores[344]. Una forma posible de actualizar el texto de Lenin sería sustituir los datos que él presentaba por los que disponemos en la actualidad. El resultado sería revelador en los ámbitos del «estrangulamiento que ejercen los monopolios sobre los que no se someten a su yugo» (p. 206), de la «dominación y violencia que va asociada con el [capital monopolista]» (p. 207), de las «combinaciones», los bancos, de la interpenetración del capital bancario e industrial (p. 223), de las oligarquías financieras, de las sociedades de acciones y la ilusión sobre su «democratización» (p. 228), de la contaminación de la política y de otras áreas por el capital monopolista (p. 237), de la exportación de capital, de la deuda (pp. 242-243), de la caza de materias primas (p. 260), de la dependencia de países que en principio son independientes (pp. 263-264), de las rivalidades interimperialistas, del proyecto de unos Estados Unidos de Europa[345], de el «aumento de la emigración hacia estos países procedente de los países más retrasados donde los salarios son inferiores» (p. 282), o de la defensa del imperialismo por «académicos y publicistas burgueses» (p. 286).

Podemos añadir que la inclusión de datos procedentes de las fuentes estadísticas más oficiales demostraría realmente grietas pasmosas. Se puede poner un ejemplo relativo al capital especulativo, que como sabemos se encuentra en el centro de la «globalización»: después del abandono del acuerdo de Bretton Woods y el fin del sistema monetario basado en el patrón oro, los 50 millardos de eurodólares de 1969, que ya se consideraban perturbadores, han aumentado hasta los 8000 millardos, aunque esto es sólo «una pequeña parte de las finanzas mundiales»[346]. Si finalmente acabamos por incluir en las cuentas los elementos desconocidos por el viejo «nuevo imperialismo», simplemente porque no existían o por lo menos en muchos casos no a una escala tan enorme, tales como el peso de la deuda controlada por las instituciones monetarias internacionales, que ha llevado a la ruina a un continente entero (África), nos encontramos con cosas como la amenaza de las armas nucleares, el peligro para el medio ambiente, la previsible escasez de agua potable y la mercantilización generalizada que alcanza hasta la venta de órganos y la masiva prostitución infantil; de modo que no deberíamos temer hablar de una regular «criminalización de la economía mundial»[347]. El tráfico de drogas, otro elemento previamente desconocido, se encuentra a la cabeza del comercio mundial y los narcóticos son la mercancía con el índice de beneficio más elevado. Esta es la base no sólo para redes económicas como los «paraísos fiscales» y los establecimientos bancarios especializados en lavado de dinero, sino para que el sistema completo se vaya socavando desde dentro. A pesar de las negaciones morales y los simulacros represivos (destrucción de plantaciones de droga), los países desarrollados, ricos y poderosos, protegen los circuitos de los que obtienen semejantes beneficios, para que este maná se pueda integrar en actividades absolutamente oficiales. El llamado dinero negro ya no puede distinguirse del dinero limpio. Desde sus orígenes marginales, la corrupción penetra en los engranajes que mueven todo el cuerpo social, especialmente en la política, lo que es una de las razones por la que está tan desacreditada[348].

Una cuestión final. ¿Cómo encaja todo esto con la relación que establece Lenin entre el imperialismo y la transición al socialismo? ¿No es este el punto que refuta toda su teoría? La ciencia histórica nos muestra que el proceso revolucionario que empezó en 1917 no ha cumplido sus promesas, e incluso ha colapsado junto al sistema soviético en 1989, mientras que el capitalismo, dando pruebas de una vitalidad insospechada, ha tenido éxito en superar sus crisis y reafirmarse con la globalización en un equilibrio que le permite colmar su esencia, adquiriendo un dominio geoestratégico sin precedentes. Sin embargo, este argumento no tiene validez por una serie de razones estrechamente relacionadas. Podemos mencionar el hecho histórico de que la globalización es un proceso en desarrollo cuyo camino no está acabado de ninguna manera y que es difícil de predecir; que la opinión general es que este proceso es contradictorio, determinado por las bien conocidas «sorpresas» del mercado que confunden a los economistas, la «mano invisible» que actúa en última instancia según su capricho (desde la crisis mexicana y la crisis asiática hasta el crash del Nasdaq); y que este proceso se ve menos afectado por las rivalidades dentro de la tríada que por lo que pueda suceder con los llamados países emergentes desde Brasil hasta China[349]. El propio Brzezinski apenas apuesta porque el reinado de la «nación indispensable» dure más de una generación, y no descarta «que esté en proceso de tomar forma una situación genuinamente prerrevolucionaria»[350]. Por el contrario, también es verdad que Lenin confiaba mucho en la socialización que produciría el crecimiento del imperialismo en relación al viejo capitalismo de la competencia entre pequeñas y medianas empresas, mientras esperaba la apertura de un periodo revolucionario, no sin grandes luchas, como resultado del conflicto mundial[351]. Incluso aunque dejara traslucir cierta debilidad, pronto rectificada, por la consigna política de unos Estados Unidos de Europa[352], esto no puede atribuirse a ninguna predisposición hacia el optimismo de su carácter, sino a la coyuntura en la que vivía, a la «situación concreta» en la que se encontraba. Aquí es donde se halla la diferencia. Lenin seguía siendo un hombre de la Ilustración, más cercano en ello a sus mâitres à penser de lo que estamos nosotros, testigos y herederos de un siglo de sangre, masacres y ruinas del que solamente vio el comienzo; lo que nos atrevemos a llamar «modernidad» nos ha forzado a renunciar a cualquier forma de inevitabilidad, incluso de tipo revolucionario. No obstante, el caso es que este pesimismo, si lo podemos llamar así, está también anclado en un contexto particular. Es el reflejo de este imperialismo sin esperanza que es la globalización, porque aunque se puedan discernir sus aspectos positivos, la lucidez nos lleva necesariamente al extraordinario poder negativo inherente al sistema. Pero esta es la razón por la cual, en una aparente paradoja, el diagnóstico de Lenin mantiene su vigencia, incluso con la diferencia de conclusiones. Es el sistema el que está cuestionado, y este sistema del capitalismo ha conservado su misma naturaleza desde El capital de Marx hasta sus avatares imperialistas, que por medio de las considerables revoluciones que ha traído y que han cambiado nuestras maneras de ver el mundo, y por medio del ritmo de estas revoluciones, solamente ha confirmado su dañina naturaleza hasta el punto de dar a la necesidad de cambio un carácter genuinamente urgente. La originalidad no hay que buscarla en otra parte y es radical. Por muy mal equipadas y desorganizadas que puedan estar las fuerzas contrarias a él por razones evidentemente coyunturales, se enfrentan a la misma tarea. Los síntomas más recientes se multiplican hasta el punto de sugerir que se producirán las convergencias, que están en proceso de producirse, y que tienen una finalidad incuestionable aunque su programa no esté todavía establecido.

La globalización, en el auténtico sentido, como cualquier internacionalista la ha soñado, es algo que todavía está por ganar. El juicio de Rosa Luxemburg, para quien el imperialismo no tenía más secretos, nos golpea como un puño cerrado: el capitalismo es incapaz de alcanzar la globalización porque sus contradicciones internas lo devorarán antes de que lo haga; solamente el socialismo puede hacerlo[353].