El hijo del remendón
Roger E. Moore
Los Auténticos Informes Locales de Nuez Arskin
a Astinus de Palanthas,
Escritos por Mí, Nuez,
Hijo Adoptivo de Jeraim Arskin,
Afamado Amanuense, Escriba de Astinus,
y Remendón Licenciado
(Abierto Toda la Semana)
Nuevo Litoral, Gwynned, Isla Ergoth del Norte
Informe Número Uno
Año 22, Nuevo Cómputo
Día de Primavera 12, o quizá 13 (no recuerdo), al alba
¡Hola, Astinus! Acaba de amanecer y ahora soy tu nuevo cronista local, y estoy redactando mi primer informe oficial para ti en papel oficial de Palanthas, con mi recién estrenada pluma, luciendo mi símbolo de Gilean, otrora sagrado, y mi atuendo oficial gris de cronista y mis mejores botas para caminar. Incluso me he puesto muda limpia. Sólo quiero que sepas, Astinus, que seré tu mejor cronista local de todos los tiempos, y algún día puede que incluso llegue a ser un gran amanuense, como Ark.
Hace bastante frío al raso, considerando que es primavera, de manera que mi escritura resulta algo torcida, pero puedo entender lo que dice. ¿Y tú? Tengo un poco de hambre, ya que debería haber tomado mi desayuno a estas horas, sólo que lo perdí después de que Ark me hiciera salir de la zapatería tras nombrarme su cronista local oficial. Es una historia interesante y debería escribirla por si acaso resulta importante. De todas formas, no hay mucho más que hacer en este callejón a estas horas de la madrugada.
Ark —al que conoces como tu leal escriba y amanuense Jeraim Arskin de Nuevo Litoral, pero al que yo llamo Ark y a veces papá, y a quien todos los de Nuevo Litoral conocen por Arkie—, me despertó temprano y me dijo que me preparase para la ceremonia. Llevaba siglos suplicándole que me dejara ser un escriba, y Ark decía que se iba a quedar sordo de oír tanta súplica, pero anoche pasó algo y me dijo que tenía un encargo importante para mí hoy, pero que tendría que salir solo de casa y quitarme de en medio. Estaba terriblemente nervioso cuando me despertó; parecía que no había dormido mucho, y quería hacer todo muy deprisa, y, cuando le pregunté si algo iba mal, se limitó a contestar: «No actúes como un kender precisamente ahora», cosa que no puedo evitar, ya que soy un kender.
En primer lugar, Ark me dio un atuendo gris de escriba que había acortado, y me lo use; luego me dio algunas hojas de papel oficial de Palanthas, donde vives tú, y esta nueva pluma de acero y este símbolo, antaño sagrado, que perteneció a un clérigo verdadero de Gilean hasta que desapareció (el clérigo, se entiende), cuando los dioses hicieron explotar Istar hace veintidós años y se marcharon sin dejar su nueva dirección, pero supongo que ya conoces esa parte, puesto que eres historiador.
Miré en el espejo de pared y me vi a la luz de la vela, con mi metro veintidós de estatura, mi oscuro cabello peinado y sujeto en un copete, mis ropajes grises con las bonitas orlas plateadas, y mi papel de escribir y el antaño sagrado símbolo y la pluma oficial de acero. Me vi raro, pues no parecía yo, y eso me causaba una sensación extraña. Parecía un kender que no me era conocido.
Ark estaba detrás de mí, y a la luz de la vela parecía envejecido, y eso también me hizo sentirme raro. Es un humano de mediana estatura, está casi calvo, y tiene una nariz ganchuda y un vientre redondo, y yo sabía quién era, pero en ese momento no se parecía mucho al hombre que me había criado y que me contaba historias divertidas cuando estaba enfermo y que me llevaba a pescar y me sacaba de la cárcel cada dos por tres. Quizá se debía a lo temprano de la hora, pero parecía cansado y viejo, como si algo lo perturbara. A veces me preocupa.
Ark suspiró al cabo de un momento.
«Bien —dijo—. Empecemos. Tengo un montón de trabajo hoy… y tú también, por supuesto. —Entonces me puso la mano en la cabeza y pronunció unas palabras solemnes que yo no conocía, pero que tú probablemente sí, y cuando hubo terminado, dijo—: Nuez, ahora eres mi cronista oficial local. Tu misión es mezclarte con la gente de Nuevo Litoral y escribir todo lo que sea importante. Sé que puedo confiar en que harás un buen trabajo. No regreses hasta el anochecer, procura que no te metan en la cárcel, toma muchas notas, no molestes a nadie, y déjame que conteste la correspondencia que tengo pendiente. Llevo cierto retraso, y Astinus utilizará mi piel para encuadernar libros si no le mando esos informes».
(Aquí me gustaría decir que sinceramente espero que no tengas intención de despellejar a Ark, Astinus, sobre todo para hacer encuadernaciones. Si no tienes más remedio, despelléjame a mí en su lugar, ya que si Ark se ha retrasado con la correspondencia es sólo porque utilicé sus últimos informes para hacer barquitos de papel. Creí que eran papeles para tirar, como los de las cartas que te escribe cuando está enfadado, en las que te dice que te tires desde el tejado de tu biblioteca, pero que después nunca te envía. Dice que escribir esas cosas lo hace sentirse mejor, y me da las cartas para que haga barcos de papel con ellas. Cogí el montón equivocado y lo siento).
En fin, ahora soy un cronista local, lo que, según Ark, es el primer paso para convertirse en un verdadero escriba y por último un amanuense, que es una palabra increíble, ¿verdad? He querido ser escriba desde hace años, desde que Ark me enseñó a escribir, y me aprendí casi todas las palabras que existen, salvo las solemnes (a excepción de «amanuense»), y he practicado y practicado mi escritura hasta que Ark me dijo que, si escribía en las paredes o en los muebles otra vez, me llevaría a la cárcel él mismo, pero creo que no lo decía en serio, salvo en una o dos ocasiones.
Estoy decidido a conseguir que Ark se sienta orgulloso de mí, y después de la ceremonia dije: «Ark, seré el mejor cronista local de todos los tiempos, y te vas a sentir tan orgulloso de mí que vas a reventar».
Ark sonrió, sin que por ello se le alegrara la cara, y contestó: «Bien, bien. Limítate a no hacer nada por lo que te metan en la cárcel». Después me empujó hacia la puerta, y me dio una bolsa con unos cuantos panecillos duros, queso, tocino curado, pasas y otras cosas dentro, pero se me cayó cuando tomé un atajo por el jardín de los Wylmeen, camino de la ciudad, y su perrazo, Fango, un mastín marrón, me persiguió. Perro estúpido.
Intenté recuperar mi bolsa, pero Fango la hizo trizas y se comió todo, así que volví a la zapatería para coger otra bolsa de desayuno, y cuando entré Ark estaba sentado a la mesa de la cocina, profundamente dormido. Había sacado todos sus papeles, sus plumas y sus tinteros, y había empezado lo que parecía ser un largo informe para ti acerca de la situación política y religiosa en Nuevo Litoral, pero debía de estar muy cansado por haberse quedado levantado hasta tan tarde anoche, y me pregunté si no lo habría hecho porque también yo me acosté tarde, ya que estaba demasiado excitado con la noticia de que me iba a convertir en cronista, y tal vez no debí intentar preparar un té, porque derramé el agua caliente en el suelo de la cocina, que es de tierra prensada, de manera que se convirtió en un barrizal.
En fin, como estaba tan dormido, no quise molestar a Ark, así que busqué algo de comer, y mientras lo hacía encontré su «máquina de datos», razón por la cual estás recibiendo ahora mis informes al momento de haberlos escrito.
La máquina de datos estaba en una mochila de cuero, a los pies de Ark, y no pude evitar echar una ojeada, porque, generalmente, a Ark le entra un ataque de nervios si me acerco a ella. Dice que la hicieron gnomos y hechiceros, y que todo lo que tienes que hacer es poner la hoja de papel dentro y la máquina manda la página por medios mágicos a tu biblioteca, para que así puedas leer todos los datos de inmediato. ¿Qué será lo siguiente que discurran esos gnomos y hechiceros? Ark dice que sólo los escribas más fiables poseen máquinas de datos, y que son artefactos muy secretos, y que nunca he de hablar de ello, y yo nunca se lo he dicho a nadie, ni siquiera a la viuda Mollete, que nos viene a visitar a Ark y a mí de vez en cuando, y es la persona más amable que existe, así que no te preocupes, porque puedes confiar en mí.
Mientras echaba un vistazo al interior de la mochila, encontré también la carta que le enviaste a Ark ayer, diciéndole que más le valía enviar el informe que le habías encargado acerca de qué piensa la gente sobre el Cataclismo (como lo llamas tú) y lo molesto que estabas porque todavía no lo había hecho. También leí el párrafo donde decías que comprendías la preocupación de Ark por plantear la pregunta a la gente equivocada y acabar linchado, pero que su trabajo requería dedicación, y parecías dar a entender que ser linchado no era ni la mitad de malo de lo que tenías en mente si Ark no cumplía con el último plazo de entrega, que era hoy, al anochecer.
Decías que el cometido de Ark era importante porque te preocupaba que el propósito y la lección del Cataclismo se hubiesen perdido en un mar de ignorancia premeditada e intolerancia que podría asentar las bases de futuros desastres (copio al pie de la letra tu carta), y decías que contabas con Ark y otros como él para mantenerte informado sobre el estado de los países y sus gentes, porque si los pueblos no echaban a andar con buen pie (¿o es con el pie derecho?), entonces tal vez nunca lo harían, y algún día podrían lamentarlo.
En fin, a mí me sorprendió que alguien no supiera por qué a Istar le tiraron encima una montaña de fuego, ya que era una nación déspota que iba por ahí esclavizando, torturando y matando a la gente, y teniendo además la desfachatez de decir que la gente era asesinada por su propio bien, hasta que los dioses se hartaron y mandaron a Istar al fondo del Mar Sangriento para bien del resto del mundo. Ark me ensenó todo eso, y siempre creí que todos lo sabían; claro que nunca pregunté, y me sorprendió leer que Ark tenía miedo de preguntar, y no lograba entender por qué lamentaríamos más tarde no comprender el significado del Cataclismo. ¿Acaso nos van a hacer un examen sobre eso?
Sea como sea, le decías a Ark que enviara su informe a última hora de la tarde de hoy o si no… Y me di cuenta de que a Ark le iba a resultar difícil hacerlo mientras estuviese dormido, por lo que decidí ocuparme yo del trabajo y darle una sorpresa cuando se despertara. ¿A que es una idea estupenda? Voy a averiguar lo que piensa todo el mundo acerca del Cataclismo, y lo pondré por escrito y te lo mandaré enseguida con la máquina de datos, que para eso me la he traído. ¡Qué orgulloso se sentirá Ark! A veces, cuando va a sacarme de la cárcel, dice que debería haberme dejado tirado en la cuneta de la calzada, en lugar de recogerme; así fue como se convirtió en mi padre adoptivo, al encontrarme en su viaje a la ciudad, cuando yo era un bebé, justo después del Cataclismo. Me crió y me enseñó cómo remendar zapatos y a contar y a leer y todo lo demás, pero tenemos nuestros más y nuestros menos cuando las cosas no van bien, lo que parece ocurrir con más frecuencia últimamente, ahora que soy mayor, pero eso pasa en todas las familias, ya sabes.
En fin aquí me tienes ahora, en un callejón del puerto cerca de la panadería de la señora Filster, intentando resguardarme del aire y entrar un poco en calor. Ark me dijo que debería escribir cosas importantes mientras estuviera hoy deambulando por ahí, así que eso será o que haré y te enviare los informes. Creo que tendría que escribir algo sobre Nuevo Litoral y sus ideas de política y religión, pero esta ciudad no tiene mucho de ninguna de las dos cosas. También podía mencionar cómo Nuevo Litoral recibió ese nombre, ya que antes era una granja hasta que Istar se hundió y el nivel del mar subió y Ergoth del Norte se convirtió en una isla; todavía pueden verse sumergidas las piedras de los cimientos de un viejo granero, cerca de la costa, en un sitio que Ark me enseña cuando vamos a pescar, pero aquí todo el mundo conoce ese detalle. Podría hablar sobre los panecillos de azúcar de la señora Filster, que ahora mismo se están haciendo en el horno, pues me llega el olorcillo, y no consigo dejar de pensar en ellos puesto que olvidé coger algo para desayunar antes de salir de la zapatería por segunda vez, pero tampoco a nadie le interesaría leer eso. Debería ponerme ahora mismo a trabajar en el informe asignado.
Pero, antes, voy a tomar un panecillo de azúcar.
Informe Número Dos
Mismo día, alrededor de media mañana
¡Hola, Astinus! Te escribo esto desde la cárcel del magistrado de Nuevo Litoral, celda número cuatro. Está oscuro, y no veo lo que estoy escribiendo, ni siquiera si la pluma sigue funcionando. Hay un olor como si alguien hubiese bebido demasiada cerveza y no le hubiese caído bien, de manera que se libró de ella del modo que pudo y después no se molestó en limpiar. Oigo roncar a alguien en la celda número uno, y en la número tres hay alguien al que no le vendría mal un pañuelo.
Cómo vine a parar aquí es muy interesante, así que lo pondré por escrito, por si acaso es importante. Tenía mucha hambre y me estaba quedando frío en el callejón, de modo que entré en la panadería, que olía a bollitos de azúcar recién horneados y pasteles de desayuno, esos redondos con queso fundido por encima, los que dice Ark que le producen gases, pero que a mí me gustan (los pasteles, se entiende, no los gases, que es algo muy desagradable).
Ark es quien compra siempre los pasteles a la señora Filster. Cuando le digo que yo iré por ellos, siempre me contesta: «Esa no sería una buena idea», y va y los compra él. La señora Filster siempre me mira con gesto ceñudo mientras espero a Ark fuera de la tienda. Sabe que me comeré los bollitos de azúcar que Ark está comprando, y me parece que eso la pone furiosa, pero hasta ahora no he llegado a entender por qué.
Cuando abrí la puerta de roble y entré en el establecimiento en el que había una temperatura elevada a causa de los hornos y olía como imagino que debe de oler el Paraíso, la señora Filster me vio y puso mala cara (nunca sonríe) y dijo con una voz desagradable: «Aún no está abierto, kender».
«Creí que siempre tenía abierto a esta hora», contesté yo.
Y ella dijo: «Lárgate ahora mismo, antes de que llame al magistrado. ¡Fuera!».
Y entonces comprendí que no iba a conseguir un bollito de azúcar o ni siquiera un pastel de queso, porque la señora Filster se comporta a veces de un modo muy gracioso con la gente que no es de raza humana, como ella, sólo que no es gracioso en el sentido de «ja, ja» sino en el de «mmmmm». Ya me entiendes. Ark la llama el Minotauro, a causa de que es muy fuerte y corpulenta y tiene tan mal genio, pero dice que también la llama así porque es tan fea como uno de esos hombres-toro.
Ya me marchaba cuando recordé lo que le habías pedido a Ark que hiciera, así que me paré en la puerta y dije: «Quiero hacerle una pregunta antes de marcharme».
El rostro de la señora Filster se contrajo de un modo que me recordó al perro de los Wylmeen, pero no dijo nada, de manera que saqué con rapidez mis papeles y mi pluma y me dispuse a escribir su respuesta. Cuando, a juzgar por su expresión, estaba a punto de chillarme, le hice la pregunta, que era: «¿Cree que los dioses hicieron lo correcto cuando destruyeron Istar para que así el equilibrio del mundo se mantuviera y el libre albedrío de pensar, hablar y actuar fuera otra vez un derecho de todo el mundo?». No estoy seguro de si hice la pregunta exactamente como tú querías que Ark la planteara, y tomé prestadas algunas frases de tu carta para no equivocarme, pero supuse que estaba bastante cerca de la idea y no pensé que fuera ofensivo.
Por otro lado, tal vez no hice la pregunta de un modo correcto, ya que la señora Filster me llamó una cosa que significa que mis verdaderos padres no estaban casados, como de hecho, por lo que sé, no lo estaban, pero eso no era asunto de su incumbencia; entonces vino hacia mí blandiendo un enorme cuchillo, de modo que salí disparado de la tienda y eché a correr calle abajo, y otra vez me entró frío y hambre antes de darme cuenta.
Mientras me encontraba frente a la panadería, con los brazos metidos bajo la túnica porque tenía demasiado frío para ponerme a escribir esto en ese momento, vino un pescador para entrar en la panadería, y dije: «Todavía no está abierto», porque no imaginaba que la señora Filster mintiera, aun cuando una vez dijo que todos los elfos tenían enfermedades contagiosas y raptaban niños, cosa que no creo que hagan, o, al menos, no todos ellos, o por lo menos, no los que conozco. Sea como sea, el pescador dijo: «Oh», y se marchó.
Entonces llegaron los niños de Moviken, y les dije: «Aún no está abierto», así que hicieron muecas al escaparate de la panadería y se marcharon. A continuación vinieron las hermanas solteronas Anwen y Naevistin Noff, y les dije: «Aún no está abierto», y gruñeron y se marcharon.
Después la señora Filster salió a la puerta y me miró con gesto ceñudo, y le pregunté: «¿Abre ya?».
Ella hizo un ruido con la nariz como el resoplido de una mula y dijo: «Cuando se levante Istar, maldito kender», y regresó al interior para hornear más bollos.
Entonces Woose, el enano, se acercó y dijo: «Buenos días, Nuez», y yo contesté: «Buenos días, Woose. La panadería no está abierta aún».
Woose atisbó por la puerta de la tienda, se rascó la barba y dijo: «Qué raro. Suele tener abierto a esta hora», y después se marchó. Woose no es humano, pero tiene montones de monedas de acero de sus negocios mineros, y quizá la señora Filster le perdona no ser humano a cuenta de eso.
Vinieron otras cinco personas, cuyos nombres he olvidado, y se marcharon, y después la señora Filster salió otra vez y rezongó algo entre dientes y miró a un lado y a otro y luego a mí, ferozmente, y preguntó: «¿Qué les dijiste a esas dos últimas personas que estaban aquí hace un momento?».
«Que todavía no estaba abierto», contesté, y su rostro adoptó una expresión que me recordó al perro de los Wylmeen cuando se mordió un dedo, y me llamó una cosa que significa que mi madre me gustaba más de lo que se supone tiene que gustar una madre a la gente normal, lo que es una tontería porque ni siquiera me acuerdo de mi madre, y la señora Filster me agarró por la ropa y me trajo aquí, a la cárcel, para que me ahorcaran.
Tuvimos que esperar a que Jarvis, el magistrado, se levantara de la cama y encontrara sus anteojos; seguía siendo tan alto y delgado como siempre, y su cabello negro estaba revuelto de dormir. Se lo atusó, así como también el bigote, y luego me miró y dijo: «¿Otra vez tú?» con expresión triste, probablemente porque sería la quinta vez este año que tendría que meterme en un calabozo por ser una molestia pública, lo cual, según Jarvis, es la única forma de conseguir que todo el mundo se calme y olvide lo que quiera que les haya hecho, y así no me aten una piedra al cuello y me arrojen, en palabras de Jarvis, a una granja de algas, cosa que suena muy interesante pero que no acabo de entender, ya que eso significaría que estoy debajo del agua.
«¿Qué pasa esta vez?», preguntó Jarvis a la señora Filster, quien entonces empezó a decir un montón de cosas que no eran verdad, como que yo era un apestado y un ladrón y un mentiroso, y estaba a punto de explicar que me consideraba responsable incluso de la caída de Istar cuando Woose, el enano, entró corriendo en la oficina del magistrado y gritó: «¡Fuego! ¡Fuego en la panadería!».
Entonces Woose vio a la señora Filster y chilló: «¡Por los dioses, mujer, tu establecimiento está ardiendo!», y la señora Filster se puso muy blanca y se tambaleó como si alguien le hubiese dado un puñetazo; después echó a correr, y Woose fue tras ella y también Jarvis, pero, antes de salir disparado, Jarvis me encerró aquí y dijo que volvería más tarde.
De modo que aquí estoy, con mi máquina de datos y sin nada que hacer. Debería escribir algunas notas referentes a la situación económica de Nuevo Litoral después de que Istar estalló y las cosechas quedaron anegadas porque el océano antes estaba a dos días de distancia al norte de aquí, pero ahora llega hasta donde los Karkhov tenían antaño un enorme melonar y allí es donde Ark y yo pescamos, pero Jarvis ha regresado y está esperando a que salga del calabozo después de que termine este informe.
«¿Qué escribes?», me pregunta, y echa un vistazo al papel, y…
Informe Número Tres
Mismo día, más o menos una hora después del mediodía
¡Hola, Astinus! Te escribo esto desde el tejado de Gatos y Gatitas, que en realidad es una taberna con un letrero en el que aparece el busto de una mujer sin ropa, y no una tienda de animales como podría suponerse, y que era lo que yo creía cuando era pequeño, pero Ark nunca me trajo aquí para comprobarlo. Ahora hace más calor, y el sol luce y el cielo es azul, y puedo ver un montón de excrementos de pájaro del año pasado en el tejado, ahora que la nieve se ha derretido, y es posible que esté sentado en uno de ellos, pero no puedo evitarlo. Alguien debería limpiar estas tejas; claro que se supone que no tendría que haber nadie subido aquí, y tampoco lo estaría yo de no ser porque el magistrado Jarvis afirmó que estaría más seguro aquí que en la cárcel, y luego se marchó para intentar calmar a la multitud antes de que yo me deje ver otra vez.
De modo que aquí estoy, escribiendo subido al tejado y repasando algunas cartas que Ark dejó en la mochila de la máquina de datos; son muy interesantes, aunque no entiendo por qué las ha guardado Ark aquí, ya que dudo mucho que tuviera intención de enviártelas. Me parece que estas cartas las escribió la viuda Mollete a Ark, y habla de un montón de cosas que me hacen pensar que, tal vez, no me estén diciendo toda la verdad cada vez que Ark me manda ir a la ciudad para comprar comestibles cuando la viuda Mollete viene a la zapatería, y cuando vuelvo me dicen que sólo han estado charlando. Algunas de las cosas que pone en las cartas me tienen pasmado, y dudo que, de ahora en adelante, sea capaz de mirar a uno o a otro sin imaginarlos jugando a «calentar la comadreja», lo que probablemente debería explicarte, pero me da demasiada vergüenza hacerlo, y, de todas formas, seguro que no me creerías.
Es una historia interesante cómo llegué a parar al tejado, y lo escribiré por si acaso es importante. Después de acabar mi último informe, el magistrado Jarvis me quitó la mochila mientras estaba enviando las hojas a través de la máquina de datos que estaba dentro, y me sacó de la cárcel; luego me devolvió la mochila y dijo que ya podía marcharme, pero que procurara no hablar con la señora Filster durante unos cuantos años.
«¿Qué pasó con la panadería?», pregunté, y él me dijo:
«Oh, la vieja charlatana se dejó un paño sobre el horno cuando salió a la puerta, y el trapo se prendió fuego, y las llamas se extendieron a la pared y el techo. Ahora sólo quedan ruinas. Probablemente se marche a Gwynned para quedarse con su hermano hasta que se le arreglen las cosas».
Lamenté que tuviera que abandonar la ciudad, pero también lo sentía por mí y por todos los demás, ya que su panadería era la única buena que había. Jarvis siguió contándome que hubo mucha confusión mientras intentaban apagar el fuego, pero, cuando Woose trató de organizar a la gente, nadie le hizo caso porque era rico o enano o las dos cosas, así que todo el edificio ardió y también la sastrería que estaba al lado. Jarvis dijo un montón de cosas sobre cierta gente que probablemente no debo mencionar aquí, porque creo que lo que pasó es que estaba muy enfadado, y dudo que realmente supiera que esa gente estuviera tan encaprichada con sus animales de cuadra como dio a entender.
El magistrado Jarvis dejó de barbotar palabras fuertes, se frotó la cara y después me miró y me dijo: «Por cierto, ¿de dónde has sacado esa ropa?» y señaló mi atuendo gris.
«Ark me ha nombrado su cronista oficial esta mañana —contesté—. Estos son los ropajes oficiales de cronista, y éste es mi papel oficial de Palanthas, y ésta mi pluma de acero, y éste mi antaño sagrado símbolo», y le mostré mi collar de plata que tiene el minúsculo libro de plata abierto, con los minúsculos garabatos que no se pueden leer por mucho que te los acerques a los ojos, cosa que hice una vez cuando era pequeño, pero me pinché el globo del ojo y estuve varios días sin ver, de manera que ya no lo hago.
El magistrado Jarvis resopló y dijo: «Más le valdría a Arkie dedicarse sólo a sus zapatos. La gente no necesita leer ni escribir tanto. Se llega más lejos no sabiendo tanto».
Iba a preguntarle qué quería decir con eso, pero se fijó en mi mochila y también me interrogó sobre ella, y yo le contesté que era sólo para guardar mis papeles.
Jarvis suspiró y dijo: «Será mejor que te vayas ahora. Procura que no te maten antes de que llegue la noche», y yo le prometí que lo intentaría, y me dejó marchar.
Estaba ya en la puerta cuando recordé lo que querías saber, así que me volví y dije: «¿Puedo hacerle una pregunta?».
Jarvis se dirigía al cuarto para acostarse otra vez, pero dijo con un gruñido: «Si ello significa que puedo ir a dormir después, vale, pregunta lo que quieras».
Saqué mis papeles y mi pluma, intenté recordar la pregunta y le planteé: «¿Cree que los dioses hicieron bien cuando hundieron Istar para mantener el equilibrio del mundo y salvaguardar la libertad de pensamiento y actos de todos los seres?».
Jarvis se quedó muy quieto y callado durante un rato, lo que me hizo sentir un poco incómodo, y empecé a enrollar mis papeles muy despacio por si acaso tenía que echar a correr. Su rostro perdió color y pareció envejecer, y dio la impresión de que su negro bigote le colgaba fláccido, pero se limitó a decir: «¿Por qué me haces una pregunta tan estúpida? Por el Abismo y sus dragones, no, eso no estuvo nada bien. Los dioses echaron a perder todo. Istar estaba acabando con el Mal. Teníamos a esos goblins y minotauros y demás escoria en un puño, y estábamos echando abajo las torres de los hechiceros. Podríamos haber disfrutado de una edad de oro en nuestro mundo, la primera época de verdadera libertad, pero los dioses destruyeron Istar y nos dieron la espalda. Antes de su caída, yo era un soldado de Istar. Me encontraba aquí, en Ergoth, dando caza a bárbaros sanguinarios, cuando el cielo se iluminó por el este y la montaña de fuego cayó sobre mi tierra natal. Entonces llegaron los terremotos y los tornados, y hubo sufrimiento y hambre para quienes sobrevivimos, hasta el último de nosotros. Eso fue hace veintidós años, y aún recuerdo hasta el más mínimo detalle, como si hubiese ocurrido ayer. Los dioses nos hicieron un gran mal. Las deidades bondadosas se volvieron malignas y nos traicionaron. Nos arrojaron a un pozo de serpientes, como si fuésemos un puñado de goblins de la más baja estofa».
Jarvis no parecía el mismo Jarvis que yo conocía. Era como una persona totalmente desconocida, y pensé que quizá sería mejor que me marchara antes de que me arrojara algo. Pero el magistrado se limitó a contemplarme fijamente unos segundos y luego dijo: «Sal de aquí», así que me fui y no escribí nada hasta ahora.
Deambulé un poco por la ciudad después de eso, pensando en lo que me había dicho Jarvis y deseando tener algo para comer, porque todavía no había probado bocado con todo el jaleo de prenderme y llevarme a la cárcel y provocar fuegos por accidente. No estaba llegando muy lejos con mi informe, y eso me hacía sentirme muy mal.
Por fin conseguí echar un trago de agua en la fuente pública, y ello me ayudó un poco, de manera que me senté en el borde del pilón y me hice un ovillo, puesto que todavía hacía frío, y me pregunté por qué te interesaba tanto que Ark encontrara a alguien que entendiese el motivo por el que los dioses habían destruido Istar, y cómo te sentirías si no había nadie que lo comprendiera, aparte de Ark y de mí, y qué pensarías si supieras que en ocasiones tampoco Ark ni yo lo comprendemos, ya que el Cataclismo parece haber vuelto a todo el mundo violento. Y tampoco entendía cómo la incomprensión de la gente podría causar más problemas con posterioridad. Entonces me parecía que todo el asunto no tenía sentido, y sigo sin encontrárselo, pero me estoy adelantando a los acontecimientos, porque resulta muy aburrido estar aquí en lo alto del tejado, a pesar de la bonita vista.
En fin, estaba sentado en la fuente cuando llegó un hombre montado a caballo. Supe que no era de la ciudad ya que, además de no conocerlo, llevaba armadura, y aquí la gente no la lleva porque los goblins nunca vienen a la costa y los bárbaros no están causando problemas este año pues están todos enfermos. El hombre tenía aspecto de ser mayor, pero muy fuerte, y lucía un bigote más grande y espeso que el de Jarvis, aunque lleno de canas. Condujo a su caballo hacia la fuente, desmontó y dejó que el animal abrevara mientras él se estiraba y se rascaba la espalda y empezaba a frotarlo. Fue en el momento en que sacaba un pañuelo de su bolsillo y comenzaba a limpiar su armadura cuando se me ocurrió que tal vez era un caballero, porque sólo un caballero haría algo así. Ninguna otra persona se preocupa del aspecto que tiene su armadura.
Ark me había contado muchas cosas sobre los Caballeros de Solamnia cuando era pequeño, y nunca supe si le caían bien o no, ya que los caballeros hacían tanto buenas como malas cosas, pero a menudo hacían las dos cosas a la vez, de manera que me sentía algo confundido acerca de qué lado estaban. Saqué mis papeles y pluma a fin de hacer mi pregunta, pero vi que el caballero desenvainaba una larga espada de acero con muescas y arañazos en la hoja, así que decidí esperar un rato y charlar antes un poco sobre el tiempo, por ejemplo. Ark me dice siempre que debería pensar primero antes de hablar, ya que la reflexión no es mi fuerte, y que así, tal vez, viviré más tiempo. En ese momento decidí que quizás Ark sabía muy bien lo que decía.
El caballero me miró de reojo varias veces pero no pronunció una sola palabra mientras limpiaba su armadura de punta a cabo; luego bebió agua de la fuente. Actuaba como si yo no estuviera allí. Olvidé lo hambriento que estaba, pues nunca había visto a un caballero tan de cerca, y éste olía a sudor, cuero, pieles y acero. El color de sus ojos era como el de un cielo gris invernal, y cuanto más lo miraba menos ganas tenía de hacerle la pregunta, pero sabía que tendría que planteársela de todas formas, por Ark y por ti. Empezaba a aclararme la voz mientras pensaba la mejor manera de formular la pregunta sin sacar papel y pluma para así echar a correr si era preciso, cuando vi salir de la herrería a Kroogi y dirigirse a la fuente para lavarse la cara antes de ir a comer, como hace siempre, y supe que mi problema estaba solucionado. Le haría la pregunta a él primero.
Le sonreí y me senté derecho cuando se acercó, pero él no me estaba mirando a mí, sino al caballero, y éste le devolvía la mirada, y ninguno de los dos apartaba los ojos, ni parecían muy contentos de verse el uno al otro.
Agité la mano para atraer la atención de Kroogi, pero no me respondió al saludo. Se quitó la camisa despacio para lavarse, y me fijé en los antiguos tatuajes tribales que lucía en el pecho y en los brazos, recuerdo de la época en que fue un guerrero del Pueblo del Trueno Rojo, unas gentes que vivían al oeste de aquí antes de que todos murieran en combate o enfermos, razón por la que Kroogi vino aquí. El caballero observaba fijamente los tatuajes de Kroogi y Kroogi la armadura del caballero, y ninguno decía una palabra.
«¡Eh, Kroogi! —llamé, agitando los brazos—. Quisiera hacerte una pre unta. ¿Dispones de un momento?». No temía preguntarle a Kroogi, porque era un tipo realmente tranquilo y nunca había hecho nada malo, a pesar de que Jarvis afirmaba que Kroogi había cortado por la mitad a dos hombres una vez, utilizando un hacha, en una batalla contra el ejército de renegados istarianos, antes de la caída de Istar, pero eso era algo que nadie iba a echarle en cara, ya que el ejército de renegados no era gente muy agradable, y, en cualquier caso, la mayoría había muerto.
Kroogi no me miró, ya que seguía con los ojos fijos en el caballero, y entonces empezó a flexionar sus enormes brazos y los impresionantes músculos pectorales, de manera que podían verse las cicatrices dejadas por espadas o lanzas o flechas aquí y allá. Por fin, desvió la vista y se inclinó para mojar la camisa con el agua de la fuente, haciendo caso omiso del caballero.
Entretanto, varias personas se habían acercado a la fuente, y me animé al pensar que tendría montones de gente a los que interrogar si el caballero o Kroogi no me contestaban.
«¡Kroogi!», llamé otra vez.
Él me miró de reojo mientras empezaba a lavarse, utilizando la camisa, y comprendí que podía hacer mi pregunta. Nunca habla mucho, pero siempre presta atención, como dice él.
«Sólo quiero hacerte una pregunta» repetí, y me aclaré la garganta. Me sería más fácil obtener una respuesta del caballero después de planteársela primero a Kroogi.
«¿Crees que los dioses hicieron bien cuando arrojaron sobre Istar la montaña de fuego para que así…?».
«Sí», contestó Kroogi. Se pasó la empapada camisa por el pecho, limpiándolo de hollín y polvo.
«Espera, no he terminado de hacer la pregunta. ¿Crees que los dioses hicieron bien cuando…?».
«SÍ —repitió—. Hicieron bien matando a los perros bastardos de Istar y a los culos envarados solámnicos que eran sus lacayos. Los benditos dioses, alabados sean sus nombres, hicieron bien en aplastar la porquería del Príncipe de los Sacerdotes y purificar las tierras que Istar y Solamnia habían mancillado, limpiándolas con fuego y agua».
Se pasó la camisa por la frente. La expresión de su semblante no varió ni por un momento. Casi nunca lo hacía.
«Oh —dije sorprendido. Esto era más fácil de lo que había imaginado—. Oh, bien, ¿te importaría…?».
«Estoy de acuerdo en que los dioses hicieron lo que debían —me interrumpió el caballero. Su voz sonaba como el apagado trueno de una lejana tormenta—. Acabaron con los dementes asesinos de Istar, que nos habrían esclavizado y masacrado a todos. Pero después permitieron que el Mal rondara por el mundo bajo el disfraz de ignorante, asquerosa y bárbara escoria humana que propagó la peste mientras saqueaba y quemaba, a su paso por las tierras quebrantadas e indefensas. Los dioses hicieron bien en destruir Istar, pero no terminaron el trabajo cuando permitieron que las hordas de sabandijas sediciosas se cebaran en gente inocente y observante de la ley. En lugar de ello, los dioses debieron dejar la labor de limpieza en manos de aquellos con el buen juicio de saber separar el grano de la paja, y la fortaleza para disponer de esa paja en el modo adecuado».
¡Vaya, esto era estupendo! Aquí tenía a dos personas que pensaban que los dioses habían actuado bien. Iba a pedirles a ambos que precisaran sus respuestas un poco más, cuando el brazo de Kroogi se disparó y arrojó la camisa empapada al rostro del caballero, con tanta violencia que lo hizo tambalearse. Entonces gritó con toda la fuerza de sus pulmones (creí que se me romperían los tímpanos), y saltó sobre el caballero con las manos extendidas para cogerlo por el cuello.
Yo estaba tan perplejo que me quedé sentado allí, con mis papeles, mi pluma y mi mochila, mirando cómo se peleaban y rodaban por el polvo gritando y maldiciéndose uno al otro y utilizando palabras que si las dijera yo Ark me daría una bofetada, como hizo una vez cuando repetí una palabra que le había oído a un pescador, pero jamás volveré a decirla; al menos, no delante de Ark.
Cada vez había más gente y gritaban a Kroogi que le diera una buena paliza al caballero, pero después vinieron otros que chillaban animando al caballero para que sacudiera bien a Kroogi, porque no les gusta el hecho de que Kroogi fuera antaño un bárbaro, a pesar de que es un tipo encantador casi siempre y hace juguetes en Yule para algunas familias cuando tiene ocasión.
Entonces alguien empujó a otro, y al momento toda la multitud estaba enzarzada y todos daban patadas, puñetazos y empujones, y hombres hechos y derechos sangraban por la nariz y la boca, y tenían el cabello revuelto, y unos pocos manejaban palos y azadones, y alguien gritó como si lo estuvieran matando, y justo en ese momento sentí que alguien me agarraba por la cintura y me llevaba a rastras. Era Jarvis.
«¡Maldito seas! —me chilló, mientras me conducía lejos del alboroto—. ¿Qué infiernos has hecho ahora?».
Se lo conté, y me trajo aquí, al tejado de Gatos y Gatitas, donde, según él, no causaría más problemas mientras él intentaba poner orden en la ciudad. Aquí arriba se está bien hace calor, disfruto de una vista estupenda de la ciudad, del mar y las granjas, pero todavía oigo gritar a la gente, y una mujer llora sin parar, y quisiera haber pedido algo de comer a Jarvis, porque ahora estoy verdaderamente hambriento. Oigo que alguien sube por la escalera de mano. Me parece que Jarvis regresa ya, así que mejor será que acabe este informe. ¡Vaya! No es Jarvis quien viene, sino la señora Fils…
Informe Número Cuatro
Mismo día (Imperdible dice que es 13), avanzada la tarde
¡Hola, Astinus! Ahora me encuentro a varios kilómetros de la ciudad, sentado bajo un árbol, donde nadie salvo Imperdible puede encontrarme, espero. Éste es probablemente mi último informe oficial para ti, porque no parece que tenga mucho sentido continuar buscando a alguien que entienda por qué los dioses se hartaron tanto de Istar, cuando todo el mundo se pone tan furioso ante su sola mención, y piensa que Istar era maravillosa o que Istar era horrible, pero no tanto como algunos sitios de por aquí que deberían haber sido los primeros en acabar aplastados por sus correspondientes montañas de fuego.
Me duele el estómago, pero no tengo hambre. Sólo me siento fatal, y voy a llorar un buen rato una vez que haya terminado de escribir esto, aunque Ark diga que los chicos no deben llorar; pero, como soy kender y no humano, tal vez no importe si me siento mal un ratito.
Todos me odian, y yo me odio también, y odio ser cronista, y odio estar sentado aquí, en una piedra, en mitad del campo, porque no tengo a nadie con quien hablar, salvo Imperdible, el gnomo calderero, pero se ha quedado dormido en su silla plegable a vapor, debajo de un roble. Ark se va a sentir muy decepcionado de que me hayan metido en la cárcel, y haya sido responsable de que parte de la ciudad haya ardido y se haya iniciado un tumulto, y todo lo demás. Ahora voy a escribir cómo llegué aquí, pero ya me da lo mismo si es interesante o importante.
Después de que el magistrado Jarvis cogió a la señora Filster en el tejado y luchó a brazo partido con ella y casi cayeron los dos al vacío, y le quitó el cuchillo de carnicero, e hizo que bajara por la escalera de mano otra vez y me dejara en paz, me dijo que lo mejor sería que me marchara de la ciudad durante un tiempo.
«¿Cuánto es “durante un tiempo”?», le pregunté, y él contestó: «Hasta que la señora Filster se vaya. Quizá sería mejor que te fueras para siempre. Permanentemente. De una vez por todas».
Bajamos del tejado de Gatos y Gatitas, y me cogió por el brazo y me llevó corriendo a su oficina. Durante todo el camino allí, oí las peleas de la gente por todas partes, y me pregunté cómo podían aguantar durante tanto tiempo sin cansarse y aburrirse, pero, por lo visto, ni estaban cansados ni aburridos de hacer lo mismo.
Jarvis me retuvo en su oficina el tiempo suficiente para darme una manta, una bolsa con bollitos sin azúcar, un trozo de queso, y un odre que, según él, tenía agua, pero que en realidad estaba medio lleno de cerveza, que no me gusta y que ya he tirado. Entonces me dijo: «Lárgate de aquí. Es por tu propio bien y por el de todo el mundo. No puedes estar en la ciudad mientras la señora Filster no se haya marchado».
«¿Y adónde voy?», pregunté, y él gritó: «¡Dioses, a cualquier parte, estúpido! Pero sal de esta ciudad. ¡Si te ve, te matará!». Y yo inquirí: «¿Pero qué pasa con Ark? ¿No puedo ir a verlo?». Entonces Jarvis me llamó una cosa que significa que mi cabeza parece mi trasero, y me dijo que me marchara, así que me fui.
Caminé y caminé hasta dejar atrás la granja de los Dormen, que era lo más lejos de la ciudad a donde había llegado en toda mi vida, y después rodeé un cerro al que siempre miraba cuando era pequeño pero al que nunca había ido, y me volví para echar una última mirada a la ciudad y me sentí como si me hubiesen arrancado algo en mi interior, y eché de menos a Ark terriblemente, pero no sabía si podría regresar jamás, porque las cosas se habían liado mucho.
Flotaba humo sobre la ciudad, cerca del puerto, pero no distinguí si provenía de la panadería de la señora Filster o si era otro establecimiento el que ardía. Giré sobre mis talones y eché a andar calzada adelante, arrastrando los pies en el polvo y dando patadas a las piedras, y deseando estar muerto.
Me acordé de ti, Astinus, y de Ark, y me dio vergüenza porque había prometido hacer cuanto estuviera en mi mano para descubrir si alguien entendía el Cataclismo, pero lo había hecho todo mal y ahora nunca llegaría a ser un verdadero escriba, y mucho menos un amanuense. Peor aún, temía que por no haber obtenido respuesta a la pregunta entonces algún día pasaría algo malo y nadie sabría qué hacer al respecto y seria culpa mía.
Pero ni siquiera eso era tan malo como perder a Ark, porque Ark es mi padre, aunque no sea mi verdadero progenitor, porque me cuidó cuando nadie lo hubiera hecho, y sabía que estaría enfadado conmigo, y lo echaba de menos tanto que no podía sentir nada más. Estaba como vacío por dentro y supe que lo estaría siempre. Ni siquiera tenía hambre.
Caminé mucho tiempo, pero no fui muy deprisa. Una parte de mi quería seguir andando para siempre, pero estaba tan entumecido y cansado que al fijarme en una piedra que había debajo de un roble, junto al camino, tiré el petate y la mochila y me senté y ya no me moví. Debía de llevar un buen rato sentado allí cuando reparé en que un carro tirado por un burro se había detenido frente a mí, y su conductor se había acercado y me preguntaba algo. Era más bajo que yo, tenía la piel arrugada y curtida, una barba blanca como la nieve, y los ojos azules como el cielo. Vestía un atuendo rojo y marrón, lleno de bolsillos, cinturones y herramientas. Era Imperdible, el gnomo calderero.
Imperdible ha estado viajando por todos los pueblos y ciudades de la costa de Ergoth del Norte durante años, y todo el mundo lo conoce. Cuando yo era pequeño, me dejaba jugar con algunos de los juguetes que llevaba en su carro, y siempre cuidaba de recuperar casi todos para que así los niños de otras ciudades pudieran jugar también con ellos, pero siempre se dejaba algunos. Ahora creo que lo hacía a propósito, pero entonces creía que era por descuido.
«Obviamente, un proscrito social recientemente gestado —me estaba diciendo—. Una tragedia sociológica de primera magnitud. Un fenómeno vergonzoso».
Me limité a mirarlo, y después bajé la vista a mis pies, como había hecho desde que estaba allí. Por un momento pensé en formularle la pregunta que encargaste a Ark, pero no quería volver a planteársela a nadie nunca más. Sabía que, si lo hacía, me odiaría como todos los demás, no odia soportarlo.
Y Imperdible regresó a su carro y levantó algo que llevaba en la parte trasera; luego volvió junto a la roca donde estaba yo y empezó a montar lo que parecía una caja con una placa de metal y un interruptor en un extremo, y palabras escritas en gnomo con tinta roja por todas partes, que no pude leer. Forcejeó un momento con la caja; luego regreso al carro y cogió una jarra de barro y la llenó con un líquido que vertió de un barril colocado en la parte trasera del vehículo; después la puso sobre la caja y dio al interruptor. Yo sabía que debía echar a correr, o esconderme o protegerme la cara cuando hizo eso, ya que todo el mundo sabe que las cosas construidas por gnomos suelen estallar y abrir cráteres tan grandes como en el que reposa ahora Istar, pero no tenía ganas de correr, y pensé que quizá sería mejor saltar por los aires junto con la caja.
Pero no explotó; sólo se puso caliente al cabo de un rato y el té de la jarra también. Intenté explicarme aquello mientras Imperdible volvía al carro y traía consigo una silla plegable a vapor que tampoco estalló y en la que tomó asiento junto a mí, debajo del árbol, para relajarse y disfrutar del cálido sol poniente, como hacía yo.
«Una agradable pausa para renovar nuestra larga amistad, Nuez Arskin —dijo, con la misma voz profunda y nasal de siempre—. Aunque las circunstancias me causen cierto pesar. Tal vez te sientas inclinado a exponer tu situación».
Lo pensé un momento y luego dije: «No».
«Mmmmmm —Imperdible dio un sorbo a su té, y después sostuvo la jarra en sus cortos y gruesos dedos y removió el contenido—. Estoy acostumbrado a ver caminantes tan jóvenes como tú caer víctimas de un número de infortunadas calamidades en los indisciplinados confines de las tierras agrestes. Habiendo desarrollado un moderado afecto por ti durante los encuentros en un pasado reciente, esperaba escuchar algún motivo o razonamiento de tu presencia aquí antes de que tú, también, tropieces con cualquier calamidad de las antes mencionadas. ¿Te estás fugando de tu casa, tal vez?».
«No —respondí. Y añadí después—: Sí. No. Quizá. No lo sé».
«Mmmmmm». Imperdible sorbió otro poco de té y contempló el sol, que estaba encima del cerro que tapaba Nuevo Litoral. Guardó silencio un buen rato, y, antes de darme cuenta de lo que hacía, lo conté todo, incluso lo de la pregunta que tú querías que Ark formulara (pero no le mencioné la máquina de datos).
«Mmmmmm —repitió, cuando hube terminado—. Entiendo». Imperdible permaneció callado otro rato, y los dos contemplamos la campiña que nos rodeaba y observamos a un ciervo pastando y a un halcón cazando conejos. El viento era más fresco, pero todavía se estaba bien.
—Parece que fue hace un eón cuando vivía en Istar —dijo Imperdible por fin, siguiendo con los ojos al halcón; su rostro tenía una expresión reposada—. Pero, incluso ahora, lo recuerdo mejor de lo que me gustaría. En los años crepusculares de esa nación hundida bajo las aguas del mar, trabajé como esclavo doméstico, propiedad de un clérigo. Había llegado allí apenas unas décadas antes, como diplomático acreditado de mi tierra natal, el volcán extinguido llamado por los caballeros Monte Noimporta. Al principio deambulé en libertad, comunicándome con clérigos y gente común por igual en aquella orgullosa ciudad, hasta que los istarianos manifestaron un gran enojo con mis colegas diplomáticos y conmigo a causa del fracaso de uno de nuestros regalos tecnológicos. Habíamos dirigido la construcción de un nuevo medio de transporte urbano, un vehículo a vapor que viajaba sobre raíles, pero en el trayecto de prueba ocasionó daños considerables en algunos edificios importantes de la capital. Se me sometió a juicio y fui sentenciado a trabajar como esclavo durante el resto de mi vida, al igual que mis colegas diplomáticos, a quienes no volví a ver.
»Mi capataz, cuya faz glacial llevaré impresa en la memoria hasta la tumba, me hizo acompañarlo en una gira de inspección a un distante campamento militar, antes de que la hecatombe asolara Istar. En el caos que siguió logré escapar y dejé al capataz y a sus sirvientes a su suerte, que no debió de ser muy placentera teniendo en cuenta las muchas enfermedades que azotaron la región en aquel tiempo. Viajé a pie hacia el oeste, alimentándome como un animal salvaje de los magros recursos naturales, hasta que encontré un pobre vestigio de civilización en la antigua Solamnia. Allí, rodeado de hombres amargados que maldecían a los dioses y se mataban los unos a los otros por minucias, trabajé hasta tener ahorrado dinero suficiente para cruzar el nuevo mar hasta Hylo, en la costa oriental de esta isla. Después compré un carro un burro el bueno y viejo Eje que ahí ves ahora), y me dediqué a la más reciente y, probablemente, definitiva profesión de calderero. Estoy satisfecho con la vida que llevo y no deseo más».
«¿Y nunca has deseado regresar al Monte Noimporta?», pregunté. Había olvidado mis preocupaciones e intentaba imaginar cómo sería un viaje a través de todo el continente, desde Istar hasta Ergoth del Norte. No lo conseguí. También pensaba en Ark y en lo que me gustaría volver a mi propio hogar.
«Mmmmmm —refunfuñó Imperdible—. La idea ha hecho su inquietante acto de presencia de vez en cuando, pero me consuelo pensando que Monte Noimporta seguirá existiendo a despecho de mi actual localización física. Decidí que el mejor rumbo que podía tomar era encontrar mi propio sendero en el mundo y, entretanto, examinar las amplias consecuencias de la catástrofe descargada sobre Istar por los dioses. Me he sentido satisfecho con mi trabajo desde entonces y no me arrepiento de mi decisión. Mi antigua Misión en la Vida estaba relacionada con el transporte de masas, pero, dados los resultados del desarrollo de mi prototipo de sistema de transporte urbano en Istar, por los que fui esclavizado, llegué a la conclusión de que se imponía una nueva directriz en mi Misión en la Vida. También temo estar demasiado contaminado socialmente por mi contacto con humanos, y me preocupa que mis compatriotas de Monte Noimporta encontraran peculiares mi forma de hablar y mis modismos, y quizá me pidieran que me sometiera voluntariamente a una investigación psiquiátrica, cosa que, por ahora, prefiero evitar. No, prefiero no volver al bello Monte Noimpona. Soy un trotamundos que, por fin, se siente feliz, y deseo continuar así hasta el final de mi errante Vida».
Permanecimos sentados un rato más, e Imperdible suspiró. «Quisiera servirte de cierto consuelo, Nuez, pero me pregunto si, tal vez, tu padre, Jeraim, no podría hacerlo mejor que yo. Y quizá tu visita le quitaría la preocupación de temer que hayas sido víctima de alguna tragedia. Te has asignado una tarea ingrata y peligrosa. Tal vez ha llegado el momento de que te replantees tu excursión y recuperes energías».
Imperdible bostezó y dejó la jarra a un lado. «El té tiene siempre un efecto soporífero para mi sistema psicomotor —farfulló—. El ángulo local de la radiación solar induce también a la somnolencia, y, si fueras tan gentil de disculpar mi lapsus, me gustaría disponer de unos momentos para relajar mis… párpados». Cerró los ojos y, dos segundos después, empezó a roncar.
Contemplé el paisaje un poco más; después saqué mi papel y mi pluma y me puse a escribir esto. El sol está a punto de esconderse tras el cerro, y oigo el canto de los grillos y los pájaros, y todavía distingo al ciervo al otro lado del prado, cerca de unos árboles.
Hice una pausa después de escribir el párrafo anterior, y reflexioné un poco, como Ark me dijo que hiciera. Ya no me siento tan trastornado como cuando empecé a redactar el informe. He tapado a Imperdible con mi manta y he dejado la bolsa de provisiones a su lado, después de comer un poco; también me he asegurado de que Eje dispone de suficiente hierba en el sitio donde está parado, al borde del camino. Cojo mi papel, mi pluma y mi máquina de datos, y me dirijo de vuelta a casa, a ver a Ark. Puede que tenga algo que escribirte después, pero, si no es así, tampoco importa mucho.
Informe Número Cinco
Mismo día, pasada la media noche, creo
¡Hola, Astinus! Es muy tarde, lo sé, pero tengo que darte una última información, referente a cómo ha ido todo. Ark ignora que estoy despierto y que sé dónde escondió la máquina de datos después de que me la quitó y me ordenó que no volviera a tocarla o asaría un año en la cárcel, así, que no se lo digas, por favor.
Él y la viuda Mollete están durmiendo ahora, y dudo que haya nada que los despierte, aunque, en cualquier caso, prefiero que sigan dormidos. Ha sido una noche muy movida.
Regresé a la ciudad cuando acababa de ponerse el sol y me dirigí a la zapateria, si bien, en el trayecto, empecé a ir más y más despacio, preocupado por lo que haría Ark cuando se enterara que había cogido la máquina de datos y que había prendido fuego a la ciudad y todo lo demás, aunque fue por accidente. También me sentía mal porque no había descubierto lo que tú querías, Ark estaría enfadado y decepcionado conmigo, y también me mortificaba pensar que Ark podría descubrir que había leído las cartas de la viuda Mollete, aunque no las leí todas, sólo las doce primeras.
La calma reinaba otra vez en la ciudad, aunque todavía olía un poco a humo. Vi velas encendidas en la ventana de la trastienda de la zapatería, por donde suelo entrar. A medida que me acercaba, reparé en que la puerta estaba abierta, y me llegó el sonido de voces en el interior. La luz era titilante, y al principio pensé que era el resplandor de la lumbre. Al aproximarme más, distinguí que una de las voces era la de Ark y otra la de la viuda Mollete, y casi me di media vuelta, pero luego seguí adelante, aunque la cara se me había puesto colorada.
Fue entonces, al acercarme unos pasos más, ya en el umbral de la puerta, cuando identifique la tercera voz que sonaba en la zapatería: la de la señora Filster.
Me frené en seco, con la mochila en la mano, y quieto como una estatua. La señora Filster gritaba algo, aullando como el mastín de los Wylmeen cuando capta mi olor en el jardín y piensa que estoy en su territorio. Tras unos instantes, me aparté a un lado de la puerta, para que ninguno me viera, y escuché su conversación, aunque Ark me dijo una vez que no debía espiar a nadie, y nunca lo he hecho, salvo en ese momento y puede que en un par de ocasiones más.
«Tiene que ser razonable —estaba diciendo Ark. Su tono era un poco tenso y agudo—. Si quisiera hacerme caso y lo pensara mejor…».
«Cierra tu sucia bocaza —chilló la señora Filster—. Trajiste a ese maldito monstruo a esta tranquila ciudad, ¡y mírame ahora! Mi panadería quemada, y no me queda otra cosa que la ropa que llevo puesta. ¡Toda mi vida ha sido un pozo de inmundicia desde que la bendita Istar desapareció, y todo por culpa de sabandijas como ese kender y cretinos como tú que los alimentan y cobijan! Eres aún más culpable que él de lo ocurrido. Lo trajiste entre nosotros, y pusiste a los demás una venda en los ojos ocultándoles su verdadera naturaleza maligna. ¡Permitiste que nos perjudicara con sus maldades, y ahora ya tiene lo que buscaba, y la buena gente como yo nos encontramos en la ruina!». Y a continuación llamó a Ark unas cosas que no pienso escribir aquí, porque eran asquerosas, y no creo que supiera siquiera deletrearlas correctamente, de todas formas. Tal vez le pregunte a Ark mañana que me las explique.
Cuando la señora Filster hizo un alto para recobrar el aliento, oí decir a la viuda Mollete: «Por favor, querida. Escúchanos. Deberías volver a la posada y descansar un rato. Si nos haces daño, luego lo sentirás. Sé que lo que te ha ocurrido es terrible, pero…».
«¡A callar!».
La pared en la que estaba recostado vibró con el berrido de la señora Filster, que, entre otras cosas, llamó prostituta a la viuda Mollete, sólo que no fue ésa la palabra que utilizó.
«¡No me hables! —acabó diciendo la señora Filster—. ¡No tenéis derecho a dirigirme la palabra ninguno de los dos! ¡Merecéis el mismo fin que ese kender debió tener hace años! ¡Debió morir en el campo, devorado por ratas y lobos! Todo es culpa tuya, Arskin, por traer a ese demonio a vivir entre gente decente».
«No es un demonio —contestó Ark, con voz temblorosa—. Lo que pasa es que ahora está usted enfadada. Es un kender, un ser humano como usted y yo, a pesar de que provoque algún…».
«¡Al Abismo contigo! —gritó la señora Filster—. ¡Los dioses del Mal lo pusieron en tu camino para destruirnos!».
«No era más que un bebé, y su madre estaba muerta. Había sido atacada por goblins o bandidos, y lo cargó a través del bosque para traerlo a un lugar seguro. No podia abandonarlo allí después de enterrarla. Si hubiese estado en mi lugar, habría hecho lo mismo. ¡Estoy seguro!». Ark hablaba como si intentara razonar con una víbora de pantano a la que hubiese estado a punto de pisar.
Yo estaba conmocionado, ya que Ark nunca me había contado lo de mi madre, y por un momento no pude pensar en otra cosa, hasta que la risa de la señora Filster me sacó del aturdimiento.
«Yo sí sé lo que habría que haber hecho con ese pequeño bastardo —gruñó, y sentí frío por dentro cuando lo dijo—. Nos habríamos ahorrado todo este sufrimiento. Pero, gracias a ti y a ese kender, he perdido todo cuanto poseía. Por tanto, es justo que tú sufras como yo he sufrido, exactamente igual».
Crucé la puerta despacio, pegado a la jamba. No había nadie en la trastienda, pero pude ver el brazo y parte de la espalda de la señora Filster en el cercano espejo de pared. Sostenía una antorcha en una mano y llevaba un cuchillo de trinchar carne metido en su cinturón. Esto ya era de por sí bastante malo, pero además percibí un olor raro, como el de aceite de lámpara, lo que me parecía imposible, puesto que Ark no tiene candiles, ya que dice que el aceite local arde demasiado rápido y apesta a pescado quemado, cosa lógica porque es de donde se obtiene (lo llamamos grasa de agallas).
Ni que decir tiene que mi siguiente pensamiento fue que la señora Filster había traído su propia lámpara y que hablaba en serio cuando dijo que Ark sufriría exactamente como ella había sufrido, y de pronto lo único que pude pensar fue que había crecido en la zapatería, y que era el único hogar que conocía, y que Ark y yo, y después la viuda Mollete, lo habíamos pasado muy bien en esta casa. Caí en la cuenta de que no tenía ni idea de cuánto aceite de lámpara había traído la señora Filster, pero, a juzgar por el olor, era más que suficiente para que ardieran todos mis recuerdos y la zapatería y quizás algunos de los que estaban dentro.
Dejé de prestar atención a lo que decían y me puse a pensar. «Piensa primero —me decía siempre Ark—, aunque sólo sea un momento». Al principio se me ocurrió ir en busca de ayuda, pero no sabía si la señora Filster haría algo antes de que me diera tiempo de encontrar al magistrado Jarvis y volver a casa. Solté la máquina de datos con cuidado en el suelo, y me quedé mirando los escalones de la puerta mientras pensaba y pensaba. La señora Filster estaba diciendo algo sobre bestias y dragones y fuegos del Abismo, y sus palabras no tenían sentido, aunque sí hasta cierto punto, si bien era una clase de lógica horrible.
Justo entonces recordé una broma que le gasté a Ark siendo pequeño, algo que prometí no volver hacer después de que Ark se rompió dos dedos, motivo por el cual recibí unos buenos azotes y me sentí muy mal durante semanas. Estaba mirando la parte inferior de la puerta, donde parte de la jamba se había roto y sobresalían unos clavos, justo lo suficiente para atar una cuerda de lado a lado del umbral, a la altura de los tobillos.
Tanteé los bolsillos de mi atuendo buscando un trozo de cuerda, pero no tenía. Entonces recordé mi símbolo de Gilean, antaño sagrado; me lo quité con cuidado y me arrodillé junto al umbral haciendo el menor ruido posible. Tardé unos cuantos segundos en sujetar la cadena en los clavos de ambos lados. Estaba oscuro, y no parecía probable que la señora Filster viera la cadena hasta que no fuera demasiado tarde. Después recogí la mochila.
Pensé llamar a la señora Filster para que saliera, pero se me ocurrió que tal vez se negara y prendiera fuego a nuestra casa. Eso no me dejaba más que una alternativa, y, a juzgar por lo que estaba pasando en la otra habitación, iba a tener que hacerlo ya.
«No prenda fue o a la casa —suplicaba Ark—. No quiero que ninguno de nosotros salga herido. Por favor, saque la antorcha fuera».
«No me das miedo —chilló la señora Filster—. Soy el brazo de la justicia, la mano vengadora de la caída Istar».
«¡Eso es una locura!», intervino la viuda Mollete, y en ese momento supe que había dicho lo que no debía. Pasé de un salto los dos escalones de la puerta, salvando la cadena tendida en la parte baja del umbral, e irrumpí en la tienda metiendo todo el ruido posible.
«¡Eres una…!». La señora Filster empezaba a gritar una palabrota, pero enmudeció cuando entré, y se dio media vuelta. Cuando la vi, me pregunté si no habría cometido un gran error, porque tenía un hacha pequeña en la otra mano. Sus ojos relucían como piedras negras en el fondo de un arroyo frío. Ark y la viuda Mollete estaban arrinconados en una esquina, y Ark sostenía una banqueta, cubriendo con su cuerpo a la viuda. El cuarto apestaba a pescado quemado. Todos se quedaron petrificados al entrar yo. El único sonido era el crepitar de la antorcha encendida.
Era el momento de hacer algo, así que agité los brazos y la mochila y grité lo primero que me vino a la mente: «¡Eh!, señora Filster, ¿tiene algún bollito de azúcar?».
No sé qué esperaba que ocurriera, pero, desde luego, no que la señora Filster se moviera tan rápido, considerando que era una persona robusta. No dijo una palabra, o yo, al menos, no recuerdo que lo hiciera, pero cargó contra mí como un caballo salvaje, y comprendí que lo iba a lamentar mucho si no me movía, y deprisa. Eché a correr hacia la puerta trasera, y mi plan de hacer tropezar a la señora Filster y luego golpearle la cabeza con la mochila habría salido bien si no hubiese sido porque olvidé la cadena colocada en el vano, en mi afán por escapar de ella y del hacha y la antorcha que blandía, y me enganché el pie y rodé escalones abajo y caí de bruces en la calle.
Me levanté al instante, y eso estuvo bien, porque la señora Filster tropezó con la cadena a continuación y también rodó por los escalones, pero cayó a mi lado, y la antorcha me chamuscó el pelo antes de golpearse con el suelo y apagarse. No tuve tiempo de hacer nada con la mochila de la máquina de datos, salvo sujetarla. Tenía que correr, y eso fue lo que hice.
Me dirigí a la parte baja del muro de separación entre la zapatería de Ark y la propiedad de los Salberin. Estaba oscuro y no se veía muy bien el hueco de la valla por donde solía colarme, pero oía los pasos de la señora Filster detrás de mí, y de pronto se me ocurrió la idea de saltar el muro impulsándome sobre las manos, así que fue eso exactamente lo que hice —la primera vez en mi vida que lo hacía— y salvé la valla con una mano mientras que con la otra sujetaba la mochila, justo en el preciso instante en que algo golpeaba la parte alta del muro, junto a mis dedos, y hacía que saltaran chispas de las piedras. Parecía que era su hacha, pero no quise asegurarme, así que caí al otro lado de la valla y estuve a punto de perder el equilibrio, y la mochila también, pero me las arreglé para seguir corriendo. Me pareció oír a Ark gritar mi nombre a lo lejos, pero era un detalle sin importancia en ese preciso momento.
Mientras corría a través de los arriates de flores de los Salberin, en dirección a la valla de separación entre su jardín y la propiedad de los Wylmeen, oí que alguien trepaba por el muro y me gritaba algo como «engendro del mal» una y otra vez. Por un instante, me pregunté si la señora Filster habría sido así de rara siempre, y si estaba realmente loca o sólo tan furiosa que no podía razonar, y que quizás el que se quemara su panadería había sido la gota que colma el vaso. Se había mostrado siempre desagradable, pero nunca había actuado con verdadera maldad, como ahora.
Llegué a la valla, frenando la velocidad lo justo para auparme a ella con una mano, porque era demasiado alta para salvarla de un salto. Por un momento pareció que no conseguía agarrarme a la madera, pero la oí gritar «¡engendro del mal!» y en cuestión de segundos estaba encaramado a la valla y caía de espaldas sobre la tomatera de los Wylmeen. Me arañé la pierna con el palo que sostenía la tomatera y la mochila me golpeó la nariz, pero ninguna de las dos cosas me hizo mucho daño y, además, tenía cosas mucho más importantes por las que preocuparme que por un simple arañazo. También pensé que no tenía ni idea de a dónde dirigirme, pero quería alejar a la señora Filster y su antorcha de Ark y la viuda Mollete y nuestra zapatería. Eso era lo único que importaba.
Me incorporé y empecé a correr a través del plantel de tomates y entré en la huerta de pepinos, pero estaba oscuro y el pie se me enredó en un tallo y caí de bruces y me quedé sin resuello por el golpe. Todavía conservaba la mochila, así que empecé a incorporarme para seguir corriendo, pero me fui al suelo al momento porque sentía el tobillo como si me hubiese clavado en él un hierro al rojo vivo. Oí que alguien trepaba por la valla y saltaba al suelo cuatro metros detrás de mí, de manera que me levanté otra vez, pero no pude correr sobre la pierna herida, ni tampoco brincar sobre la buena, y caí de nuevo y solté la palabrota que oí al pescador y que Ark me había prohibido decir, y además la dije bien fuerte.
Entonces fue cuando oí venir a Fango.
Los Wylmeen llaman a su perro Fango porque tiene el pelaje del mismo color que el barro de una calzada después de un aguacero. Me llega casi a los hombros y sus ojos tienen un brillo blanco cuando ve algo que quiere matar; los Wylmeen han hecho mal en no enseñar a su perro que no debe matar a todo lo que entre en su jardín.
Un año, acabó con un glotón tras una pelea de una hora, y los Wylmeen clavaron el cadáver del animal en una estaca, junto al camino, donde permaneció hasta que Fango encontró el modo de descolgarlo y hacerlo pedacitos.
A veces cruzo por el jardín de los Wylmeen, cuando discurro la manera de llegar al otro extremo antes de que él tenga tiempo de llegar desde el porche de atrás y cogerme, y he de confesar que me resulta excitante tomarle el pelo así, a pesar de saber que no debería hacerlo si es que quiero vivir muchos años.
Por desgracia, nunca esperé caer despatarrado en el jardín de los Wylmeen, aunque, por lo cerca que había estado otras veces, hacía tiempo que había imaginado que irse de bruces allí suponía, probablemente, no tener una segunda oportunidad de salir indemne. Oí a Fango venir del porche trasero y oteé por encima de las plantas y lo vi cargar a través del jardín directamente hacia mí, moviéndose como una negra sombra salvaje con lunas blancas por ojos. No lo distinguía bien, pero lo que vi era más que suficiente, de manera que me cubrí la cabeza con los brazos y me hice un ovillo y esperé que los Wylmeen tuvieran oportunidad de separarlo de mí antes de que me dejara como al pobre glotón.
Fango llegó a mi lado como una exhalación. Después saltó por encima y me dejó atrás, y escuché un alarido que habría despertado a los muertos de un cementerio. Fango gruñía y luchaba y alguien gritaba, y decidí que había llegado el momento de salir de allí a pesar de mi tobillo. Empecé a gatear tan deprisa como me era posible, pero cuando me alejaba oí gritar a la señora Filster «¡socorro!», a voz en cuello, e hice lo que jamás pensé que haría: regresé gateando para salvarla.
Los humanos piensan que, porque soy un kender, no debo temerle a nada, y supongo que es verdad, pero he de admitir que se me revolvió el estómago cuando vi cómo estaba el enorme Fango y lo que le estaba haciendo a la señora Filster, que había caído al suelo. Fango no me prestaba la menor atención, así que me acerqué gateando, me puse de rodillas y lo golpeé dos veces en el trasero con la mochila. Por el efecto que surtió, fue como si golpeara un leño; la correa de la mochila se rompió, y la máquina de datos cayó en el suelo, entre los pepinos. La señora Filster no paraba de chillar, y Fango estaba a punto de arrancarle el brazo, así que cogí la máquina de datos, se la arrojé, y le acerté.
He de admitir que no esperaba que la máquina de datos se iluminara como lo hizo y lanzara pequeños rayos e hiciera que Fango saltara por el aire y que girara varias veces antes de desplomarse sobre los pepinos y se sacudiera de un modo tan extraño. Encontré la máquina de datos y, por las apariencias, no estaba rota, por lo que la guardé de nuevo en la mochila; luego gateé hacia la señora Filster, que gemía y se tapaba la cara con los brazos, para ver qué podía hacer por ella.
En ese momento, Ark llegó a la valla, y los veinte Wylmeen salieron de la casa y corrieron para ayudar también, cosa que estuvo bien, pues jamás había visto a alguien con tantos cortes y mordiscos y no sabía por dónde empezar a curarlos todos.
Se llevaron a la señora Filster a la casa de los Wylmeen, y le limpiaron y vendaron los brazos, la cara, las piernas y todo lo demás con tiras de tela blanca, hasta el punto de que parecía uno de sus bizcochos de azúcar. Me dio la impresión de que viviría, aunque no iba a ir por ahí persiguiendo gente con objetos cortantes y antorchas en el futuro. También me vendaron el tobillo, que no estaba roto, sino torcido, y me hicieron sentar a un lado mientras se ocupaban de que la señora Filster estuviera más cómoda. Admito que me sentí un poco celoso de la atención que le prestaban porque, después de todo, fue ella la que me había perseguido con un hacha y una antorcha y la que quería prender fuego a la zapatería de Ark, pero decidí no mencionarlo. Mientras los miraba a todos cuidando a la señora Filster, tuve una idea rara, y me acerqué dando brincos para hacerle una pregunta.
Habían terminado de vendarle la cabeza y todos se reunían a su alrededor para hablar cuando me acerqué a ellos. Nadie me prestó atención, así que me abrí paso, me coloqué junto al catre donde estaba tumbada, y dejé en el suelo la mochila, que Ark había olvidado cogérmela entonces, pero que después se acordó y me la quitó. El aspecto de la señora Filster era horrible, pero respiraba, y eso estaba bien, supongo.
«Señora Filster… —susurré y, como no me respondía, repetí—: ¡Señora Filster!».
Gimió y movió un poco la cabeza, para mirarme a través de todas aquellas tiras de tela que le envolvían la cabeza. Abrió los ojos, pero parecían muertos, sin expresión.
«Se enfadó mucho conmigo por preguntarle lo de Istar, ¿verdad?», dije.
La señora Filster se limitó a mirarme con fijeza, sin hacer sonido alguno, pero di por sentado que su respuesta era afirmativa. Nadie dijo una palabra; me miraban en silencio, así que continué.
«Se suponía que tenía que hacer esa pregunta por encargo de Astinus de Palanthas, para ayudar a Ark —dije—. Estaba pensando sobre ello ahora, y creo que sé la razón por la que Astinus quería saber lo que la gente piensa del Cataclismo. Es, más o menos, así: a nadie le gustaba Istar mucho, salvo, quizás, a usted y a unos cuantos más. Pero, por lo que he oído, tampoco nadie sentía mucho afecto por nadie, y las cosas no han mejorado mucho desde entonces, ya que todo el mundo odia todavía a los demás. Preguntar a la gente sobre Istar hace que salga lo peor que lleva dentro cada persona, y vuelve a abrir las viejas heridas, aunque digo esto como una metáfora y no porque tenga usted tantas heridas, de verdad. Creo que Astinus suponía que pasaría esto, y quería saber exactamente lo mal que estaban las cosas, y quizá no estaba ni poco ni mucho interesado en Istar. Astinus teme que un día ocurrirá algo malo y será preciso que todos estemos unidos y trabajemos juntos y luchemos juntos para solucionarlo, y si no aprendemos que ser diferentes está muy bien, entonces lo vamos a lamentar a la larga y nos vamos a encontrar como los melones de los Karkhov, barridos por el océano o lo que quiera que Astinus tema que nos vaya a pasar. ¿Qué le parece?».
La señora Filster seguía mirándome fijamente y movía los labios. Tuve que acercarme para escuchar lo que decía.
«¿Astinus y tú? —susurró—. ¿Los dos habéis hecho esto?».
«Sí. Vera, Ark me nombró cronista local, y decidi que…». Me temo que no llegué mucho más lejos con mi explicación, porque, en ese punto, la señora Filster se sentó en el catre y gritó que los dos, tú y yo, podíamos juntarnos y hacer algo realmente repugnante y que apostaría que es físicamente imposible, pero que, he de admitir, después me pareció muy gracioso, aunque, tal vez, a ti no te lo parezca. Entonces intentó levantarse del catre y saltar sobre mí, pero los Wylmeen consiguieron agarrarla a tiempo.
Cuando los ánimos se hubieron calmado un poco, Ark y la viuda Mollete me llevaron a casa. En el camino nos encontramos con Woose, el enano, y con Imperdible, el calderero, y el magistrado Jarvis y Kroogi y otras cuantas personas que eran amigas al menos de uno de nosotros, y nos acompañaron a la zapatería, y Ark cerró la puerta trasera y todo el mundo me aseó, me atendió y me alimentó mientras Ark y la viuda contaban cómo los había salvado. Echaron tierra seca sobre el aceite de lámpara que la señora Filster había derramado en la tienda y lo barrieron, pero todavía olía tan mal como los gases que suelta Ark cuando come pasteles de queso, aunque supongo que ya no los volverá a probar. Entretanto, oí decir que el perro de los Wylmeen, Fango, seguía vivo, pero que ya no era el mismo viejo Fango de antaño, y que ahora estaba muy quieto y no iba a perseguir o morder a nadie el resto del día, y puede que nunca más, o eso espero.
Por fin todos se marcharon a sus casas y Ark me quitó su máquina de datos y la mochila; la máquina estaba un poco sucia, pero no rota, y Ark no me ha preguntado una sola vez si había visto las cartas de la viuda, y yo no he sacado a colación el tema nunca. Tampoco le he preguntado por qué la viuda se deja caer por la zapatería siempre que yo estoy fuera, o adónde han ido a parar sus zapatos. (Cuando cogí la mochila y la máquina de datos hace unos minutos para enviarte este informe, vi que Ark había retirado las cartas y las había escondido en alguna otra parte, pero no intentaré descubrir dónde están, ya que no me creo capaz de aguantar la impresión si termino de leerlas todas. La viuda Mollete se ha quedado con nosotros esta noche, pero no me importa, y Ark y ella parecen felices por ello).
Este será mi último informe para ti, Astinus. Le he dicho a Ark que ser cronista resultaba muy emocionante, aunque, quizá, demasiado, y que prefería ser calderero por el momento y más adelante amanuense, aunque, a decir verdad, he estado dándole vueltas a la idea de convertirme en explorador de cuevas, o pirata (pero esto último no se lo lie dicho).
También le pregunté a Ark si mañana me enseñaría dónde está enterrada mi madre, para así poder saludarla e ir a visitarla de vez en cuando. Ark dijo que sí y también que lamentaba no haberme hablado de ella, pero que no lo había hecho porque le hacía daño incluso pensar en ello. Lo único que recordaba de ella es que era bonita. Reflexioné un momento y llegué a la conclusión de que lo perdonaba, porque ignoro lo que habría hecho en su lugar si hubiese sido yo quien se hubiera encontrado a un bebé Ark, y, además, todo era agua pasada.
He estado pensando sobre la pregunta que hice a la gente en tu nombre y os problemas que ha causado; durante un rato me sentí muy mal por haberla hecho, pero ya se me ha pasado. Me da pena la señora Filster, a pesar de que está tan loca y furiosa que pierde el control, pero hay muchas personas como ella, que tienen una actitud negativa y no quieren hacer la vida más fácil para los demás. Si temes que la gente no haya aprendido nada sobre trabajar juntos como una lección del Cataclismo, entonces me parece que tienes mucho por lo que estar preocupado. Pero Ark y yo (y quizá la viuda también, aunque no se lo he preguntado) lo entendemos casi siempre, así que todavía hay esperanza.
Fue divertido trabajar para ti, Astinus. Quizá te conozca en persona algún día, cuando navegue en mi barco pirata. ¡Espera mi visita!