Ni dioses ni héroes
Nick O’Donohoe
La calzada había sido cortada justo en la cima del cerro. La emboscada estaba muy bien planeada. Graym, que conducía el tiro, vio a los guerreros cuando ya su grupo bajaba la cuesta, y no había espacio para dar la vuelta al carro en el angosto camino, lleno de rodadas, que era la calzada.
Graym observó sus rostros marcados de cicatrices, sus armaduras abolladas y descabaladas, sus espadas les sonrió.
—Me doy cuenta de que sois unos tipos que saben utilizar la cabeza. Toda protección es poca hoy en día. —Señaló el carro y la carga—. ¿Os apetece un trago de cerveza?
Los hombres de armadura los observaron con atención.
—Haré las presentaciones, señor —dijo Graym—. Ese delgaducho jovenzuelo simplón es Jarek. El hombre que está detrás de él, el que va encadenado y con grilletes, es nuestro prisionero, un tal Darll. Los dos de atrás, los de aspecto fiero, son Fenris y Fanris, los hermanos Lobo. Yo me llamo Graym. Estoy al mando, por ser el de mayor edad, y… —se dio unas palmaditas en el rotundo vientre—, el más corpulento. —Hizo una reverencia hasta donde se lo permitía el prominente estómago.
El hombre que estaba al frente del otro grupo hizo un gesto con la cabeza.
—Son ellos —dijo.
Sus compañeros se adelantaron y se abrieron en abanico. El hombre que flanqueaba a Graym por la derecha arremetió con su espada.
Darll separó los brazos y frenó el arma con la cadena. Saltaron chispas, pero los eslabones aguantaron. Acto seguido se agarró las manos y manejó la cadena como si fuera un garrote. La improvisada arma se estrelló contra un yelmo, y el que lo llevaba puesto se desplomó en el suelo sin emitir sonido alguno.
Jarek alzó el puño y lanzó un grito de guerra. Los hermanos Lobo se zambulleron bajo el carro de cerveza, soltando a su vez un grito de combate que más bien parecía un chillido de miedo, e intentaron infructuosamente meterse ambos tras la misma rueda.
El carro se ladeó, haciendo que los pesados barriles cayeran de costado. Los caballos rompieron los arneses y cargaron a través de la refriega. Una andanada de barriles rodantes irrumpió atronadora en medio del combate. Uno de los atacantes yació inmóvil, gimiendo.
Quedaban cuatro. Darll dio una patada a un barril que todavía rodaba y lo lanzó contra otros dos asaltantes, y después se arrojó sobre un tercero, que se agachaba para recoger la espada que se le había caído. Darll apartó el arma de un puntapié, y levantó un aro de barril sobre la cabeza del hombre. Este alzó los brazos para defenderse, con lo que los metió limpiamente a través del aro. Darll le propinó un puñetazo en el rostro.
Jarek lanzó un grito al tiempo que arrojaba una piedra al cabecilla. El proyectil golpeó al hombre y lo derribó, justo al alcance de Darll.
Éste rodeó el cuello del hombre con la cadena para estrangularlo. Al oír un ruido a su espalda, Darll soltó al hombre y giró sobre sí mismo.
Dos de los asaltantes empezaban a incorporarse. Darll propinó una patada en la cara de uno de ellos y se enfrentó al otro, dispuesto a la lucha.
—¡No! —gritó una voz ronca.
Era el cabecilla, que jadeaba y se frotaba la garganta.
—Dejadlos. Que se encargue de ellos Skorm Rompehuesos —les dijo a sus hombres.
Los asaltantes se alejaron renqueantes, llevando a sus inconscientes compinches.
De pronto reinó un profundo silencio. Los hermanos Lobo, todavía metidos bajo el carro, miraban sobrecogidos a Darll. Jarek, que empuñaba otra piedra, contemplaba boquiabierto al luchador, con manifiesta admiración.
Graym dio un paso hacia Darll, echó un vistazo a los asaltantes que huían, y retrocedió.
—Seis hombres —dijo—. Seis guerreros entrenados, derrotados por un hombre encadenado.
—Parece una mala canción —replicó Darll con acritud—. Supongo que sigo siendo tu prisionero, ¿no?
Tras un instante de reflexión, Graym asintió con un cabeceo.
—¡Muy bien, chicos! Carguemos los barriles —ordenó.
Él y Jarek enderezaron el carro y apuntalaron la rueda trasera con un barril. Fue fácil subir el primero. Demasiado fácil. Graym lo hizo sin ayuda. Miró sorprendido el barril, y después se dispuso a cargar el segundo.
El tercero ya estaba sobre el carro cuando, repentina e inexplicablemente, echó a rodar.
Los hermanos Lobo, que estaban subidos al vehículo, trataron de frenarlo, pero fallaron. El barril se deslizó por el carro inclinado. Darll se apartó de un salto. Jarek, que estaba en el camino del barril, alzó la vista y miró boquiabierto cómo se le venía encima.
Para ser un hombre maduro, Graym se movía todavía con rapidez. Saltó sobre Jarek y ambos cayeron al suelo despatarrados. El barril chocó contra una piedra y rebotó, soltando una rociada de espuma antes de pararse, con el extremo perforado hacia arriba.
—Por desgracia, Graym había caído sobre Jarek.
Darll ayudó al corpulento hombre a ponerse de pie.
—¿Estás bien?
—Sí, sí, estoy bien. —Graym se tocó las costillas y los brazos para comprobar si no se había roto nada.
—Qué pena —gruñó Darll—. ¿Y tú, chico? —Se inclinó y ayudó a Jarek a incorporarse—. Si sólo te has herido la cabeza, estamos de suerte.
Jarek resollaba, incapaz de hablar.
—Se recuperará —dijo Graym, palmeando al chico en la espalda con tanta fuerza que lo volvió a tirar. Mientras lo ayudaba a levantarse, añadió—: Puede que nos haya venido bien a los dos. Así ejercitamos los músculos.
—Intenta pensar. Eso ejercitaría un músculo totalmente nuevo para ti. —Darll bajó la vista a sus pies. La espuma se filtraba en la tierra con rapidez. El olor a cerveza era intensísimo.
Graym siguió su mirada.
—Sólo otra pérdida —dijo alegremente—. La crisis del transporte. Es parte del negocio.
Él y Jarek fueron hacia el barril roto.
El muchacho se las arregló para hablar entre jadeos.
—Lo siento Graym. Dijiste: «deja de empujar cuando diga ahora», y eso fue cuando dijiste «ahora», así que pensé que querías decir «ahora».
—No te lo reproches, muchacho. —Graym miró la piedra húmeda y la tierra empapada debajo de ella—. Esto hará que su precio suba cuando lleguemos a Krinneor. Oferta y demanda. —La súbita ocurrencia lo hizo añadir—: Aumentará el valor de los otros barriles. Era lo mejor que podía pasar —terminó con convicción. Estrechó la mano de Jarek—. Gracias por aumentar los beneficios. Una atrevida maniobra que nadie había hecho hasta ahora, pero que a la larga será provechosa.
Jarek sonrió orgulloso. Darll resopló.
Los hermanos Lobo los observaban desde lo alto del carro.
—¿Quieres que tiremos otro? —preguntó Fenris anhelante.
—Dinos cuando —añadió Fanris.
—Hagamos primero inventario —dijo Graym, tras sacudir la cabeza en un gesto de negación.
Los hermanos Lobo descendieron con precaución del carro. Parecían (y afirmaban) tener varios años más que Jarek, pero resultaba difícil calcular su verdadera edad a menos que uno de ellos se lavara y sus rasgos fueran visibles, pero esto no tenía visos de que ocurriera alguna vez. Desde sus ojillos castaños hasta sus botas negras, ofrecían una apariencia malvada y peligrosa.
Un pájaro canor trinó, y los dos dieron un brinco y se agazaparon tras la rueda del carro.
—No os metáis debajo —suplicó Graym—. Así es como lo ladeasteis la última vez. Ahora todo va bien. Los hombres malos se han marchado. Y tampoco eran tan peligrosos, una vez que les quitamos las armas.
—¿Les? ¿Les? —exclamó Darll.
—Yo ayudé —dijo Jarek con orgullo—. Arrojé una piedra a uno. Tú hiciste la mayor parte —añadió con franqueza—. Pero era de esperar. Se supone que eres un gran mercenario.
—Se supone que soy vuestro «prisionero» —replicó, mordaz, Darll.
—No te lo tomes tan a pecho —intervino Graym, poniendo una mano en el hombro del guerrero—. Eres prisionero del magistrado de Sarem. Nosotros nos limitamos a llevarte a Krinneor. Considéranos como unos compañeros de viaje.
—Os considero del mismo modo que consideraría el trasero de un oso lechuza y…
—Algún día seré mercenario, como tú —interrumpió Jarek.
Fenris salió de detrás de la rueda del carro. Parecía preocupado.
—¿Oísteis lo que dijo aquel hombre antes de echar a correr? —preguntó.
—¿Te refieres algo de «que Skorm Rompehuesos se ocupe de ellos»? —dijo Fanris con nerviosismo—. Lo oí. ¿Qué quiso decir? ¿Quién es Skorm Rompehuesos?
—Una tonta amenaza —opinó Graym, que inspeccionaba el barril caído—. Pobre hombre, no creo que se sintiera muy feliz.
—Serás tonelero, pero te resultará imposible arreglar eso —dijo Darll.
Graym tanteó los costados del barril, y sus hábiles manos encontraron la duela combada.
—Aquí, no —admitió de mala gana—. Y todavía está medio lleno.
Los hermanos Lobo se acercaron esperanzados.
—Sería una pena desperdiciarlo, Fan.
—Cierto, Fen.
Jarek se frotó la cabeza y dirigió una mirada significativa a la espita con la que se abrían los toneles.
—Medio barril de Parte Cráneos Extra. En fin… —Graym suspiró hondo; luego sonrió—. No es un mal sitio para acampar.
Esperaron a encender el fuego hasta que se hizo de noche, para que nadie viera el humo, y colgaron mantas alrededor de la hoguera a fin de ocultar el resplandor. Fue idea de Darll. Graym no creía necesarias tantas precauciones, pero no quería llevarle la contraria.
El ocaso había sido rojo como sangre, como todos los crepúsculos desde el Cataclismo.
Graym dio un sorbo de Parte Cráneos antes de comentar, sin dirigirse a nadie en particular:
—La vida es actitud… buena o mala. —Señaló el desolado paisaje—. ¿Qué veis?
—¿Qué va a ser? —gruñó Darll—. Desastre. Árboles derribados, arroyos atascados, edificios caídos, y una condenada calzada en peor estado que la jeta de un troll.
—Ese es tu problema, amigo —dijo Graym, palmeando la espalda de Darll—. Ves desastre. Yo, oportunidad. Fíjate. —Trazó un mapa en la tierra—. ¿Ves esta calzada? —Alzó la vista y reparó en que Darll saboreaba la cerveza con los ojos cerrados y no había visto nada—. Perdona, amigo, pero ¿ves esta calzada?
—Es la que va de Goodlund a Krinneor —musitó Jarek con tono reverente.
—Exacto. ¿Y sabes lo que hay más adelante?
—Nada —respondió Darll—. El fin del mundo.
Graym terminó el tazón de Parte Cráneos, se limpió los labios con la manga, y sonrió cordialmente.
—Tal vez, sí. Pero yo opino —añadió, agitando el tazón vacío para dar énfasis a sus palabras— que, si voy a ver el fin del mundo, lo haré con una actitud positiva. —Alzó los ojos al cielo—. Fíjate en el mundo de hoy. Ni dioses ni héroes. —Suspiró hondo, sonriente—. Hace que un hombre se sienta renovado.
—Pues esta tarde fuimos héroes —objetó Jarek—. Yo y Darll. Barrimos a esos bastardos.
—Vamos, vamos —lo reconvino Graym—. No los conocias, Jarek. No insultes a la gente sólo porque intentaban matarte.
Darll se mostró de acuerdo.
—Aparte de ser unos pobres desgraciados como los muchos que hay por aquí, no eran malas personas. Unos cazadores de recompensas —comentó, dirigiendo una mirada desconfiada a Graym.
—Parece un modo de ganarse la vida muy poco amistoso —opinó el corpulento tonelero. Se rascó la cabeza, eructó, y se arrellanó—. Empecemos con el inventario —anunció.
Los otros parecieron ponerse nerviosos de repente.
—¿Tendré que firmar registros? —preguntó Jarek—. Odio hacer eso.
—No, no. Esto es un simple recuento, un repaso. —Tomó otro sorbo de cerveza—. Empezamos con nueve barriles. ¿Recordáis cuando los cargamos? Los empujamos para ponerlos bien juntos, y se movieron cuando el carro se puso en marcha.
—Y uno rodó y se hizo astillas en la calle del Perro —dijo Fenris, dando un codazo a su hermano.
—No pude sujetarlo —se excusó Fanris, propinándole a su vez una patada—. Apenas se veía, con la oscuridad y todo lo demás.
Darll abrió mucho los ojos.
—¿Los cargasteis por la noche? ¡Por el amor de Paladine! ¿Por qué?
—No queríamos que nos vieran —explicó Jarek con tono razonable.
Darll soltó una carcajada breve y seca.
—No me extraña que los caballos se escaparan. Ni siquiera os conocían, ¿verdad? ¡Los robasteis! Y apuesto que el carro también.
—Jem y Renny, pobres jacos caprichosos. Nunca les caímos bien —comentó Graym con tristeza—. En fin, ése fue el primer barril. Quedaban ocho.
—No olvides el del puente, fuera de la ciudad —apuntó Jarek.
—Habíamos recogido a Darll, y opuso resistencia…
—Eso es, echadme la culpa. —El mercenario miró ferozmente a todos—. Sólo quería saltar del carro.
—Y golpearnos —intervino Fenris.
—Y matarnos —agregó Fanris, con actitud dolida.
—Y golpearos y mataros —admitió Darll—. No lo hice mal del todo, considerando la resaca que tenía.
—Podrías haberte ahogado —le recordó Graym—. Eso no habría estado bien, teniéndote a nuestro, ¿verdad?
—Me golpeó —dijo Jarek, frotándose la cabeza.
—Y a mí —añadió Fen.
—Y a mí —abundó Fan.
—Basta de lloriqueos. No os he matado. —El gesto ceñudo y fiero de Darll bajo su barba entrecana parecía añadir un omitido «todavía».
—Uno de los barriles cayó al río Lóbrego —continuó Graym tras una pausa—. Eso deja siete. Después no perdimos ninguno; ni en las Lluvias Negras, ni en las Tierras Secas, ni en los pantanos. Podemos sentirnos orgullosos por ello.
Jarek cuadró los hombros. Los hermanos Lobo esbozaron una mueca con la que dejaron a la vista unos dientes que tapados estaban mejor.
—Y hoy —prosiguió Graym—, vencimos a una fuerza mejor preparada…
—Cualquier fuerza lo estaría —masculló Darll.
—No es preciso ser tan rudo, amigo. Vencimos merced a la estrategia…
—A la suerte.
—O a la suerte —aceptó Graym—, pero no sin sufrir bajas —añadió apenado—. Se rompieron dos barriles, una pérdida considerable. —Contempló el fuego con expresión melancólica.
Jarek contó con los dedos dos veces, y después exclamó satisfecho:
—¡Lo sé! ¡Lo sé! Quedan seis barriles…
—Sí. Cinco llenos —dijo Graym. Fue con pasos inseguros hacia el carro—. Y uno más… —golpeó con el dedo tres veces, haciendo una pausa para que sonara el eco vacío.
Los otros agacharon la cabeza, eludiendo sus ojos.
—Habrá rezumado —comentó Darll.
Graym dio vuelta al barril mientras pasaba las manos por todo el perímetro del tonel.
—Seco. Ninguna marca de humedad, ni manchas de espuma.
—Fantasmas. —Jarek habló con actitud solemne.
El tonelero resopló.
—¿Alguna vez habéis visto un fantasma borracho?
Puesto que ninguno había visto un fantasma, borracho o sobrio, movieron la cabeza de mala gana, en un gesto de negación.
—Tal vez fuera magia —sugirió Fenris.
—Cierto, cierto —se apresuró a decir Fanris.
Graym quitó el barro pegado a la base del barril y dejó a la vista un segundo agujero hábilmente camuflado. Tanteó una esquina del carro alzó un tapón entre los dedos.
—¿Y quién de vosotros fue el mago? —preguntó con firmeza. Se cruzó de brazos—. Sé que es un largo, duro y polvoriento viaje. A cualquiera podría entrarle sed. Todos me conocéis desde que os quitaron los pañales y sabéis que no soy un tipo duro.
—Eres un blando —dijo Darll, pero sin atreverse a mirarlo a los ojos.
—Soy un hombre compasivo.
—¡Ja! Si lo fueras, me dejarías marchar, pero no…
—Es una cuestión de principios, amigo —replicó con firmeza Graym.
—Y de dinero —le recordó Jarek.
—Y de dinero, desde luego.
—Diez monedas —dijo Darll con acritud—. Llevarme prisionero desde la magistratura de Sarem, comprometerse por una bolsa con diez monedas.
—Más otras veinte en cuanto lleguemos a Krinneor —apuntó Fan.
—Cuando te entreguemos —añadió Fen.
—Treinta monedas. —Darll sacudió la cabeza—. El mejor guerrero de Goodlund, el segundo o tercero de toda Istar, conducido a prisión por treinta monedas.
—Basta de irse por las ramas. —Graym se balanceó sobre los pies—. No soporto a los tipos que andan con preámbulos todo el tiempo. Digamos que soy comprensivo, y dejémoslo así. Ahora, preguntaré quién ha estado escamoteando la cerveza mientras yo miraba a otra parte. Espero una respuesta sincera. ¿Quién fue?
Jarek levantó la mano.
Los hermanos Lobo hicieron otro tanto.
Graym los miró sin decir una palabra.
Por último, Darll alzó también la mano, y la cadena tiró de la otra.
Tras una larga pausa, Graym suspiró.
—Me alegra que por fin haya salido a la luz este asunto. Es mejor ser honestos los unos con los otros, en mi opinión.
—«Quien roba a un ladrón, merece cien años de perdón» —masculló Darll.
—Siempre he pensado que ése es un buen refrán —dijo Graym—. Ingenioso y simple. Pero no veo su aplicación ahora.
Darll sacudió la cabeza.
—En resumidas cuentas —prosiguió el tonelero—, no lo hemos hecho tan mal. Tres meses en la calzada y nos quedan cinco barriles. —Agitó el índice ante los otros—. Nada de escamotear más tragos. Lo necesitaremos todo cuando lleguemos a Krinneor.
—Háblanos de Krinneor, Graym —pidió anhelante Jarek.
—¿Qué? ¿Otra vez?
—¡Por favor!
No era Jarek el único. Fen y Fan pidieron también que les contara la historia, e incluso Darll se acomodó, resignado, para escuchar.
Graym cogió el tazón y echó un buen trago de Parte Cráneos.
—Os he contado lo mismo noche tras noche, un día y otro, durante las Lluvias Negras, cuando aparecieron las nubes de polvo; y durante los terremotos; y cuando pasamos un día entero arrastrando este carro sobre tierras inundadas; y por calzadas con baches y con rocas brotadas del suelo. Y ahora decís que no estáis hartos de oírlo. —Los contempló con afecto—. Tampoco lo estoy yo.
»Allá, en Sarem, era un don nadie. Todas las poblaciones necesitan un tonelero, pero a nadie le importaba mi persona. Compraban sus barriles y se marchaban. Y yo los miraba, y sabía que se marchaban a llenar esos barriles, a viajar por las calzadas, y a vender su mercancía.
—¡La ciudad! ¡Háblanos de la ciudad! —instó Jarek, inclinándose hacia adelante.
—A eso voy. —A Graym le gustaba esta parte sobre todo—. Cada vez que un forastero aparecía por el camino, le preguntaba dónde había estado. Y me hablaban sobre Tarsis, junto al mar, o sobre los templos de Xak Tsaroth, y uno incluso me enseñó una máquina del Monte Noimporta, donde viven los gnomos. No funcionaba, por supuesto, pero era una cosa preciosa, toda llena de engranajes, poleas y cables.
»Pero todos y cada uno de ellos, polvorientos del camino y cansados del viaje, me hablaron de Krinneor, y cuanto más oía, más deseaba verla. —Los ojos de Graym brillaron—. ¡Puertas de mármol! ¡Torres doradas! ¡Excelente alcantarillado! —Los miró con actitud seria—. He oído que eso es muy importante para una ciudad.
Todos movieron la cabeza arriba y abajo, en señal de conformidad. Graym prosiguió.
—Después del Catastrofismo…
—Cataclismo —espetó Darll.
—Cataclismo, gracias, amigo. Siempre lo olvido. Después de esa noche, cuando la tierra se sacudió y el cielo oriental ardió, la gente estaba muy asustada. Dejaron de comprar barriles, argumentando que era un negocio muy arriesgado. Entonces fue cuando caí en la cuenta de que nadie venía de Krinneor y nadie iba hacia allí.
Dio unos golpecitos al tazón de Parte Cráneos, que ya había vaciado otra vez.
—Y también fue entonces cuando caí en la cuenta de que ya no se transportaba la buena cerveza de Sarem a Krinneor. Los borrachines de allí estarían pronto secos.
»Así que hice éstos. —Palmeó el barril roto y llenó de nuevo el tazón—. Duelas de un grosor extra, doble calafateado, doble refuerzo de aros. Tarugos de cuatro dedos de profundidad. Fondos fabricados con las últimas existencias de vallenwood que quedaban en la región. Más resistentes de los que haya visto nadie. Gasté hasta la última moneda que me quedaba para fabricarlos, y después os pedí a todos dinero prestado para terminarlos. Y cuando el magistrado se enteró de que nos marchábamos, me pidió que te lleváramos al de Krinneor para que te pusiera bajo custodia. —Hizo una respetuosa inclinación de cabeza a Darll.
—Para que me encarcele, estúpido gordo —dijo el mercenario—. No acabo de creer que me dejara capturar por un hombre como ése, sobre todo después de haber puesto fuera de combate a la guardia de la ciudad. Un tipo esmirriado, calvo, debilucho, con menos energía que un enano muerto…
—Lo habrías hecho si no hubieses estado borracho —apuntó Jarek. Miró a Darll con admiración—. Con una sola mano y los venciste a todos. Si no hubieses estado como una cuba…
—Y espero —lo interrumpió Graym— que eso te sirva para recordar, amigo, que la cerveza no es sólo una bendición, sino que también puede ser una maldición, y que no puede tomarse a la ligera. —Vació de un trago el tazón de Parte Cráneos—. Volviendo a mi historia. Te cogimos, amigo, y las diez monedas del magistrado…
—Después conseguimos la cerveza; —dijo Jarek.
—Y los caballos —añadieron Fen y Fan al unísono.
—Sin pagarlos —remató Darll.
—Hice provisión de vituallas, agua, ropas de repuesto y petates para dormir y nos pusimos en marcha, por la larga y peligrosa calzada. —Graym señaló al este—. ¡Arrostrando privaciones! ¡Soportando hambre y sed…! —Se quedó en suspenso—. No tanta sed como pensaba, al parecer, pero sí un poco. ¡Afrontando lo desconocido! ¡Saliendo al encuentro de un mundo devastado! ¿Y todo por qué? —Recorrió con la mirada los rostros atentos—. Yo os pregunto: ¿por qué?
—Por Krinneor —dijo Jarek, parpadeando.
—Exacto. Por las puertas de mármol, las torres doradas, el excelente alcantarillado, y las fortunas que las construyeron. ¡Pensad en ello! —Graym agitó un brazo con movimientos inestables—. Una ciudad con todo el oro que podáis soñar, y nada que beber. Y nosotros, con un carro lleno… —Miró de reojo—. Un carro medio lleno de la mejor cerveza que queda en el mundo.
»Nos haremos ricos. Podemos cobrar lo que queramos por ella, y pagarán el doble si se lo pedimos. Un barril de cerveza de Sarem tendrá un valor incalculable para ellos. Quedan cinco barriles, lo que significa uno por cabeza.
—¿Me cuentas a mí? —preguntó Darll, levantando la cabeza sorprendido.
—Hiciste tu parte en la calzada, amigo —respondió el tonelero—. Cada uno de nosotros obtendrá el beneficio de un barril de cerveza. Y, si somos listos —miró a Jarek y se apresuró a rectificar—: o por lo menos nos mantenemos unidos, conseguiremos la exclusiva comercial de Sarem con Krinneor. Tendremos toda la comida que podamos desear, y casas.
—¿Y una espada? —preguntó, anhelante, Jarek—. Siempre he querido tener una espada. Mi madre no me dejaba tener nada afilado.
—Y una espada —asintió Graym, sonriéndole—. Y quizas una corta sentencia de libertad bajo custodia para el amigo Darll. Y una taberna en propiedad para mí…
—Y para mí, una mujer —declaró Fenris con firmeza.
—Y para mí —añadió como un eco Fanris.
Graym se rascó la cabeza con gesto dubitativo.
—Claro —dijo Darll—. Estoy seguro que en alguna parte de Krinneor hay un par de mujeres miopes, sucias, sin el menor vestigio de amor propio.
Los hermanos Lobo sonrieron de oreja a oreja, muy contentos.
Ya entrada la noche, quitaron la pantalla de mantas y apilaron leña para hacer una buena hoguera. Los hermanos Lobo cantaban a dúo la historia de una mujer calva que había destrozado el corazón de un barbero, y Darll sollozaba.
—¿«Recordas» que cuando los cazadores de «recorpensas» atacaron os salvé? —dijo, con el brazo echado sobre los hombros de Graym.
—Lo hiciste muy bien, amigo —contestó el tonelero.
—Iba a huir —gimoteo Darll, sorbiendo ruidosamente la nariz— pero entonces me acordé de que tenías las llaves de los grilletes.
—Todavía las tengo —confirmó Graym mientras se palmeaba el bolsillo.
El mercenario, al que las lágrimas le corrían por las mejillas, se limpió la nariz con la manga.
—Sabes que cuando me los quites voy a matarte, ¿verdad?
—Cualquiera lo haría, amigo —dijo el tonelero, palmeándole la espalda.
Darll movió la cabeza arriba y abajo, lloró, eructó, trató de añadir algo, y se quedó dormido de golpe, sentado.
Graym se tumbó boca arriba y contempló las estrellas. Su brillo era débil a causa del polvo que flotaba en el aire, pero para el tonelero relucían un poco más con cada día que pasaba.
—Solía temerlas —se dijo satisfecho—. Eran dioses. Ahora sólo son estrellas.
Cuando el sol salió al día siguiente, lo hizo con lo que a Graym le pareció un estallido ensordecedor.
Abrió un ojo lo menos posible y después se levantó con esfuerzo.
—¿No es algo sorprendente la vida? —se dijo, tembloroso—. Si ayer me hubiesen dicho que me iba a doler hasta el último pelo de la cabeza, no lo habría creído.
—¿Qué es ese ruido espantoso? —graznó Fenris mientras contemplaba con fijeza un punto del cercano campo polvoriento.
Graym miró donde señalaba Fenris y descubrió la fuente del sonido.
—Mariposas.
Fenris asintió con un cabeceo. Fue un error hacerlo. Puso los ojos en blanco y se desplomó de espaldas, con un sonoro golpazo. Fanris, que estaba a su lado, gimió ante el estruendo del impacto.
El tonelero se acercó gateando a Darll, haciendo el menor ruido posible, y lo sacudió por el hombro. Los grilletes tintinearon. El mercenario dio un respingo y abrió unos ojos extraordinariamente enrojecidos.
—Si sobrevivo, juro que te mataré —farfulló con voz pastosa.
—Creía que ya lo habías hecho, amigo —suspiró Graym mientras se frotaba la dolorida cabeza.
Ya a media mañana, estaban de nuevo en marcha y se acercaban a la primera cadena de colinas occidentales. Graym, que tiraba del carro junto con Darll, casi se alegraba de haber perdido tantos barriles. El vehículo se frenaba con una sacudida cada vez que había una piedra… y había muchas en la calzada.
Por lo menos, los compañeros se encontraban mejor. Los efectos del Parte Cráneos, aunque hacían honor a su nombre, se pasaban enseguida. Jarek tarareaba en voz baja, intentando recordar la canción que los hermanos Lobo habían interpretado la noche anterior. Darll, después de maldecirlo con voz tensa durante un rato, ahora lo corregía cuando se equivocaba con las notas y también tarareaba la melodía.
—¡Problemas al frente! —gritó Fenris, que iba subido al carro.
—¿Son peligrosos? —graznó Fanris.
—¡Kenders! —A Darll le rechinaron los dientes—. Odio a esos pequeños asquerosos. Los mataría a todos. Que no se acerquen. Te roban hasta las pestañas y mientras tanto no paran de hacer y decir sandeces.
Graym levantó la vista de la irregular calzada. Antes de que supiera lo que pasaba, se encontró rodeado de kenders entusiastas y activos que manoseaban sus pertenencias. Los hombrecillos transportaban un bulto de tamaño considerable que llevaban a rastras sobre una especie de angarillas, pero el bulto cambiaba sospechosamente de forma.
Darll lanzó un grito y propinó un golpe con la cadena intentando cumplir su amenaza de matarlos a todos. Los kenders se agacharon y brincaron por encima, haciendo caso omiso de la cadena que silbaba mortífera sobre sus cabezas.
—Un momento, pequeñajos —intervino Graym mientras levantaba su mochila tan alto como le era posible—. ¡Estaos quietos! ¡Buenos días! —Les dedicó una sonrisa, a la par que saltaba atrás y adelante para mantener la mochila fuera de su alcance, de manera que parecía un kender gigante.
Uno de los hombrecillos, más alto que los otros y vestido con una túnica marrón cuya capucha llevaba retirada, le devolvió la sonrisa.
—Buenos días. ¿Dónde nos encontramos? —preguntó.
—Estáis en Goodlund, a mitad de camino de Sarem, si es que venís desde el oeste de Kendermore. —Graym arrebató una vara ahorquillada de las manos del kender alto, a quien no pareció importarle que lo hiciera, y colgando de ella su mochila, la alzó sobre su cabeza.
—¿Adónde os dirigís?
—Oh, por ahí. —El kender alto cogió otra vara ahorquillada que llevaba uno de sus compañeros, a quien tampoco pareció importarle ni poco ni mucho—. Hacia el este, más o menos. —Hizo girar la vara, produciendo un agudo silbido—. ¿Sabes que los dioses me dijeron que los mayores desastres ocurrirían en una tierra del oeste? Sólo que no fue así.
—¿De qué demonios hablas? —Era evidente el desconcierto de Graym—. ¿Del Colisionismo?
—¡Cataclismo! —bramó Darll.
—Cataclismo, gracias, amigo. Sigo olvidándolo. —El tonelero se volvió hacia el kender—. Todo eso ocurrió en el este, ¿sabes?
—Sí, lo sé. —El hombrecillo suspiró—. Los dioses me mintieron. Lo hicieron para salvarnos la vida, porque íbamos hacia allí para no perdernos la diversión, ¿comprendes? Aun así, sigue siendo una mentira. —Se rozó el cuello de su ajada túnica de clérigo—. De modo que ahora ya no creemos en los dioses.
—Me parece justo —dijo Graym, muy animado—. Machacaron el mundo, ¿verdad? Estamos mejor sin ese montón de…
—Pero nos salvaron la vida —apuntó Fenris.
—Librándonos de una muerte horrible —añadió Fanris—, como, por ejemplo, acabar hechos trizas.
—O despachurrados —coreó Fen.
El kender alto se encogió de hombros.
—Os perdéis un montón de cosas interesantes con esa actitud. Por cierto, ¿a qué huele? —se interesó, encogiendo la nariz.
—A porquería, sobre todo —intervino Jarek.
Los hermanos Lobo adoptaron un gesto ceñudo.
—Es un olor normal —dijo el tonelero—. Fuerte, pero natural. —Sonrió al kender—. Me llamo Graym.
El hombrecillo le sonrió a su vez.
—Tarli Semikender. Medio humano, medio kender —se presentó.
Graym parecía perplejo, pero enseguida se encogió de hombros.
—Bueno, soy muy liberal.
Ofreció la mano, cuidando de mantener la mochila y los bolsillos fuera de su alcance. Sin embargo, cuando Jarek gritó, volvió la cabeza.
—¡Eh, chicos! Fuera del carro. Cuidado con los barriles —advirtió.
Al girarse, la mochila se soltó de la vara y cayó. Tarli la cogió al vuelo, con destreza, y se la entregó a Graym, al que sorprendió que un kender devolviera algo.
—Gracias —le dijo, pero su mente estaba en los otros hombrecillos que subían y bajaban del carro sin parar. Los barriles, que triplicaban su tamaño, se tambaleaban de manera peligrosa—. ¿Es que no se dan cuenta de que pueden matarse?
—Creo que daría igual. —Tarli parecía desconcertado—. Como ya he dicho, no puedes andar preocupándote por cosas así; como por ejemplo, que Skorm Rompehuesos se acerca por el este.
—¿Quién? —El nombre le sonaba vagamente familiar a Graym, que todavia estaba bajo los efectos de la borrachera.
—Skorm —repitió Tarli—, el Temible, el Aniquilador de la Alegría,
—¡Ah, ese Skorm! ¿Es que lo conoces?
—Sólo de oídas. Todo el mundo habla de él. —Tarli volvió la vista hacia el este—. Bueno, será mejor que nos pongamos en marcha si queremos toparnos con él. —Se llevó dos dedos a los labios y silbó.
Los alborotadores kenders descendieron del carro y echaron a andar calzada adelante, arrastrando tras ellos las angarillas. Los vigilantes ojos de Graym creyeron advertir que sus bolsillos parecían más llenos, y el bulto de provisiones más grande, pero no podía hacer nada al respecto.
—Unas criaturas astutas. —El tonelero los contempló mientras se alejaban alegres por el camino—. Espíritu animoso, todos ellos. No hay quien los doblegue.
—Yo lo intentaré, si me dejas libre —dijo Darll, rechinándole los dientes.
—¡Ah, eso no puedo hacerlo, amigo! —Graym buscó en su bolsillo—. Pero no me importaría darles un descanso a tus brazos mientras tiramos del carro, si prometes que no escaparás.
Recordaba vagamente que Darll había dicho algo la noche anterior que lo había puesto nervioso, pero arrastrar el carro era un trabajo duro y el mercenario merecía una recompensa.
—Palabra de honor —afirmó Darll con expresión taimada. Plantó firme los pies para hacer una salida rápida, y sonrió al tonelero.
Los hermanos Lobo se zambulleron bajo el carro. Incluso Jarek se mostraba desconfiado.
—De acuerdo, entonces. —Graym rebuscó en la mochila, después en su bolsillo izquierdo…
Siguió el bolsillo derecho de los pantalones, los de la chaqueta…
Por fin contempló fijamente a los kenders que se perdían en la distancia. Volvió la vista hacia el rostro impaciente de Darll.
—Así es la vida, amigo —dijo con gesto pensativo.
Cuando el mercenario comprendió lo que pasaba, agitó los puños en dirección a los hombrecillos y juró y perjuró hasta quedarse sin aliento, como si hubiese corrido varios kilómetros.
Darll y Graym agarraron la cruz de la lanza del carro, plantaron los pies en el suelo, y tiraron. El carro rodó con rapidez hacia adelante. Pero de pronto, el tonelero soltó la lanza.
—Demasiado fácil —dijo—. ¡Jarek!
El muchacho subió de un salto al vehículo y contó en voz alta:
—Uno, dos, tres, cuatro…
—¿Y bien? —instó Graym, tras una pausa.
—Ya está, eso es todo —contestó Jarek.
El tonelero contempló fijamente, incrédulo, la distante nube de polvo que señalaba el paso de los kenders.
—¿Se han largado llevándose un barril?
—Astutas sabandijas —dijo Fenris.
—Y diligentes, también —añadió Fanris.
Jarek dio por finalizado el inventario y bajó del carro.
—Se han llevado el barril de Alivio de Garganta especial, nuestras ropas de repuesto y…
—¡Imagínate a uno de esos hombrecillos intentando ponerse mis polainas de paño! —rió Graym.
—Y casi toda la comida.
Las carcajadas del tonelero cesaron bruscamente.
—De modo que llegamos a Krinneor en una noche o pasaremos hambre —dijo Darll.
—Lo conseguiremos —afirmó Graym con seguridad. Los hitos del terreno no eran difíciles de interpretar, y había hablado largo y tendido sobre la calzada con los mercaderes que le compraban barriles—. Pasada esta colina, hay una ciudad pequeña, y un valle; y a partir de allí, todo es cuesta abajo hasta Krinneor.
—Y la prisión para mí, y antes una marcha forzada para llegar allí —rezongó Darll—. Ahora estaría libre y vosotros… —Dirigió una mirada cortante a Graym—. No estaría aquí si no fuera por esos asquerosos ladrones de orejas puntiagudas.
—No deberías criticar a los demás, amigo —replicó malhumorado el tonelero—. No es que quiera sacar a relucir los trapos sucios, pero tú has hecho cosas peores.
—No tuve un juicio justo —argumentó el mercenario, con una mirada feroz—. El magistrado quería vengarse, y lo consiguió.
—Claro que quería vengarse. Heriste su dignidad. Sólo con una espada, y casi mataste a diez soldados armados con picas, mazas y espadas.
—No maté a nadie —objetó Darll—. Sólo los malherí. De todas formas, ésos no eran los cargos contra mí, a menos que cuentes resistencia al arresto.
—Eso es cierto, amigo —admitió Gxaym—. Arañaste un buen pico del erario de la ciudad y birlaste una carreta de heno.
—Un planteamiento muy delicado. Eres un tipo realmente refinado.
—Asalto, robo, embriaguez, allanamiento, conducta temeraria con riesgo para otros, incitación al tumulto, vandalismo, incendio premeditado. —Graym hizo una pausa—. Creo que eso es todo, ¿verdad, amigo?
—Aun así, era un primer delito —insistió Darll con testarudez.
—¿Primer delito? ¿Tú? —El tonelero estaba boquiabierto.
—Bueno, el primero de esta clase de crimen.
Graym sacudió la cabeza.
—Haces una buena defensa de tu versión, amigo, pero yo tengo un contrato.
—Entonces, es por el dinero.
—No. —Graym sacudió la cabeza con energía—. Hice una promesa. Incluso si persuadiera a los otros para que renunciaran a cobrar las veinte monedas que faltan, sería incapaz de regresar a Sarem, con la orden de detención y todo lo demás, para devolver las diez… —Se tanteó el bolsillo.
Suspiró y no se tomó la molestia de registrar el resto de los bolsillos. Darll, que no le quitaba la vista de encima, sonrió.
—Pequeñas sabandijas astutas.
—Y ahorrativas —rezongó Graym.
A mediodía habían llegado a la cima de la primera colina, baja y pedregosa, con una grieta que la surcaba de parte a parte. Jarek se había adelantado para explorar, en busca de una ruta más fácil para el carro que no fuera la destrozada calzada.
—Viene gente —anunció, a su regreso.
—¿Y si son ladrones? —dijo Fen, asustado.
—O puede que sean cazadores de recompensas —añadió Fan.
Los hermanos Lobo retrocedieron a la parte trasera del carro. Graym los agarró por las camisas y los hizo volver a su anterior posición. Después se limpió las manos en los pantalones.
—Al menos, esperad hasta que los hayamos visto.
Subió a lo alto de la cuesta y se asomó. Un grupo de humanos caminaba hacia ellos; lugareños, al parecer, procedentes del puñado de cabañas que había junto a la calzada.
Graym se retiró tras la cresta del cerro e informó de lo que había visto.
—No podemos correr, ni hay sitio donde esconderse. Lo mejor será salirles al encuentro y mostrarnos amistosos. A la gente le gusta eso.
—Pueden robarnos. —Jarek parecía no estar muy convencido.
—Poco sería.
—O nosotros podríamos robarles. ¿Son ricos?
—No crecí con ellos —replicó Graym—. ¿Cómo quieres que lo sepa?
Jarek hurgó la tierra con la puntera de su bota.
—Bueno, si lo son, y les robamos, tendremos que salir por pies.
—Esa es una buena idea —opinó Graym, tras tomarla en consideración—. Robamos a los ricos. Y después…
—¿Y después, qué? —preguntó Jarek.
—No se puede robar a los pobres —dijo Fenris.
—Eso no tiene porvenir —se mostró de acuerdo Fanris.
—Hiay gente pobre que gente rica —objetó Jarek—. Es más fácil de encontrar.
—¡Ah! Pero no poseen mucho, ¿verdad?
—Ahí has dado en el clavo, Fen.
—Gracias, Fan.
—No vais a robar a esa gente —se opuso Darll.
Graym no era muy partidario de hacerlo, pero pensó que Darll, a pesar de su experiencia como mercenario, estaba siendo un poco mandón, teniendo en cuenta que era un prisionero.
—¿Y por qué no, amigo? —quiso saber.
—Porque nos tienen rodeados —contestó el hombre, sacudiendo la cabeza con tristeza.
Mientras hablaban, los lugareños habían rodeado la cumbre y cerrado filas. Se acercaron en silencio. Eran treinta o cuarenta, e iban vestidos con ropas andrajosas. Algunos llevaban túnicas.
Graym miró en derredor al círculo de hombres y mujeres.
—Me alegra ver que habéis venido tantos a recibimos. —Saludó, levantando un brazo—. Os ofrecería un trago, pero nos estamos quedando cortos de existencias.
Una figura embozada se adelantó. La túnica que vestía le estaba muy larga, y saltaba a la vista que era prestada y había sido teñida en un color pardusco.
—Soy Rhael —se presentó—. Represento al consejo de ancianos de la comunidad.
Su voz sonaba firme y clara, con un timbre curiosamente agudo.
—¿Estás seguro? —exclamó Graym, dubitativo—. Me pareces demasiado joven para ello.
—Completamente segura. —La mujer se retiró la capucha y sacudió la cabeza para soltar el pelo de la prenda.
—¿Quiénes sois? —preguntó Darll con un resoplido desdeñoso.
—Me llamo Rhael. Esta es mi gente. Venimos del pueblo de Ladero de Osario.
—¿Un pueblo defensor de la ley? —inquirió el mercenario.
Ella asintió con un cabeceo.
—Estupendo. —Darll levantó las manos encadenadas—. Arrestad a estos necios y liberadme.
—¿Arrestarlos? ¿Por qué?
—Porque son malhechores.
—¿Qué han hecho?
—¿Qué no han hecho? Robo, resistencia al arresto, embriaguez y altercados públicos muchas veces, embriaguez sin altercado al menos en una ocasión, y altercados sin embriaguez unas cuantas…
—¿Qué tal son como luchadores? —Rhael parecía impresionada.
—Terribles —contestó con sinceridad Darll—. Espanta verlos. No puedes imaginarlo.
—¿Brutales?
—Ese de ahí —el mercenario señaló a Graym—, puso en fuga a una cuadrilla de cazadores de recompensas sin más ayuda que la que yo podía prestarle con las manos encadenadas.
»Ese otro —apuntó a Jarek—, casi mató a un hombre de un golpe. —Lo que era más o menos verdad, si se contaba como golpe el impacto de una piedra.
—¿Y esos dos?
Darll echó un vistazo a los hermanos Lobo, que aguardaban impacientes oír lo que diría sobre ellos.
—Bueno, no tienes más que mirarlos —comentó el mercenario.
La gente de Ladero de Osario los observó de arriba abajo. Los hermanos Lobo ofrecían un aspecto terrible, de criminales, un peligro público.
Darll extendió los brazos, esperando su liberación.
Rhael avanzó y se plantó ante Graym.
—¿Te gustaría dirigir una tropa? —le preguntó.
El mercenario se atragantó. Graym se quedó boquiabierto.
—Necesitamos hombres valientes como tú —dijo Rhael—. Nos enfrentamos a un sanguinario verdugo.
—¡Un espantoso criminal! —ratificó uno de los ancianos, con voz entrecortada.
—No se me ocurrió que hubiese por aquí un tipo tan interesante —masculló Darll.
—Se llama Skorm Rompehuesos —dijo Rhael, bajando la voz.
—No es el nombre de pila, ¿verdad, señorita? —intervino Graym.
—También se lo llama la Aflicción de Huma, el Vasallo de la Reina Oscura, los Dientes de la Muerte, la Tumba de la Esperanza…
—Siempre quise tener un apodo —comentó Fan mohíno.
—Hemos tenido algunos —le recordó su hermano.
—No los que nos hubiesen gustado, Fan.
—Muy cierto, Fen. —Suspiró.
—¿Disponéis de combatientes, o guardia, o algo? —preguntó el tonelero, repentinamente interesado.
Los lugareños adoptaron una expresión pesarosa.
—Ya no —dijo uno.
—¿Asesinados? —inquirió Graym con actitud compasiva.
Rhael sacudió la cabeza en un gesto de negación.
—El protector fue a verme una mañana y me advirtió de la inminente venida de Skorm. Un forastero que había llegado por la noche se lo había dicho, y que él estaba huyendo del ejército de Skorm. El protector dijo que lo más sensato era darse a la fuga, dejando todas nuestras cosas para que, de ese modo, Skorm se quedara a saquear el pueblo, en lugar de perseguirnos.
—El tal protector no era un tipo muy optimista —comentó Graym con el entrecejo fruncido.
—Estaba aterrado —añadió Rhael—. Decía que Skorm era capaz de beberse la sangre de una víctima sólo para escupirla en la cara de otra. Me contó que, una vez, Skorm arrancó a mordiscos el brazo de un guerrero. Dijo que…
—Olvídalo —se apresuró a interrumpirla el tonelero. Había tenido el estómago revuelto todo el día y no estaba en las mejores condiciones para escuchar estas historias. —Echó una mirada asustada en derredor—. ¿Dónde se encuentra ese asesino?
—Él y sus tropas han acampado en el cementerio.
—Pintoresco —murmuró el tonelero, con gesto aprobatorio.
—En el Valle de los Muertos, más allá de Ladero de Osario. Ahora son más de un centenar. —La voz de Rhael sonaba apagada—. Cada mañana, vemos más guerreros en las tiendas de Skorm. Sus tropas se incrementan de día en día.
Graym se volvió hacia sus compañeros.
—Y todos vosotros decíais que no había gente adinerada. Un necesario cambio drástico del mercado, eso es lo que fue, y lo llamabais un Catecismo.
—Cataclismo —siseó Darll.
—Tienes razón, amigo. —El tonelero se volvió hacia Rhael—. Y ahora, joven anciana… No consigo acostumbrarme a eso, por cierto. ¿Por qué eres del consejo de ancianos, señorita?
—No se nos elige por la edad —explicó un hombre, bastante viejo, que estaba al lado de la muchacha—, sino que cada uno de nosotros representa una de las virtudes de los ancianos.
—¿Y cuál es la virtud de Rhael? —preguntó Graym, que sintió que las orejas se le ponían coloradas.
—La anciana Rhael encarna la valentía.
—No me extraña que sea tan joven —rezongó Darll con sequedad—. La valentía nunca llega a la vejez. ¿Y qué me dices de ti? —Señaló con las manos encadenadas al anciano que había hablado—. ¿Quién eres tú?
El viejo se apartó un paso del mercenario.
—Me llamo Werlow y encarno la prudencia —respondió.
—Haces bien —dijo Darll—. ¿Y qué medidas tomaste referente a Skorm?
—Convencí al resto de la gente para que evacuara —contestó Werlow—. Los ancianos nos quedamos, para suplicar la llegada de unos héroes.
—Pues aquí estamos —intervino Jarek con entusiasmo—. Somos héroes, ¿no? —Miró a Graym en busca de apoyo a sus palabras.
El tonelero se aclaró la garganta.
—No me gusta presumir. Somos hombres desesperados… y guerreros temerarios, pero hemos dejado atrás nuestro modo de vida criminal. Hemos comprado mercancías que transportamos hasta Krinneor. —No quiso aclarar que era cerveza, bien que los barriles hacían evidente la naturaleza de su contenido—. Allí haremos fortuna y viviremos bien, en la ciudad más rica del mundo. —Su voz se tornó ronca—. Las puertas de mármol, las torres doradas, el excelente alcantarillado.
Los ancianos intercambiaron miradas, en silencio.
—La calzada a Krinneor serpentea por el Valle de los Muertos —dijo por fin Rhael—. No hay otro camino, salvo cruzando a través del ejército de Skorm.
Los hermanos Lobo lanzaron unos lamentos que no tenían nada de guerreros. Darll se acercó a ellos y les propinó una fuerte patada a cada uno. Graym frunció el entrecejo.
—¿Nunca se mueven del cementerio, señorita? —preguntó—. ¿No hacen desfiles, o maniobras, o cualquiera de esas cosas que dan a los ejércitos tanta popularidad entre los políticos?
—No tienen necesidad de ello —contestó Rhael, sacudiendo la cabeza con tristeza—. Se limitan a incrementar su fuerza mientras planean atacarnos.
—¿Cuánto pagáis por luchar contra ellos? —inquirió Darll inesperadamente.
Los ancianos se miraron entre sí.
—Nada —dijo una mujer mayor, pero esbelta como un junco—. Nos enteramos de la lucha que sostuvisteis con los cazadores de recompensas. Esa es la razón por la que os buscábamos. Si rehusáis combatir, informaremos a todos los cazadores que encontremos, y os prenderán u os matarán.
—Un duro planteamiento, señora —dijo Graym—. ¿Luchar o morir? ¿Y todo por nada?
—¿Y qué virtud representas tú? —quiso saber Darll.
—La economía —respondió la anciana, esbozando una leve sonrisa.
Graym tomó una decisión y se volvió hacia sus compañeros.
—Estos ejércitos de remiendos y parches son todos un timo. Muchachos granjeros y pescadores, ni un soldado de verdad entre veinte.
—¿Y eso cuántos soldados de verdad deja contra nosotros? —preguntó Jarek, que hacía cuentas con los dedos.
—Uno por cabeza —dijo Fenris tajante.
—Puede que incluso dos —añadió Fanris.
—¿Y qué es eso para nosotros? —comentó Graym mientras hacía un ademán despectivo—. Nada. Son novatos, y nosotros veteranos de los caminos. Meses de fatiga, sol abrasador, lluvias cegadoras…
—Grandes cantidades de cerveza… —dijo Jarek, contagiado por el entusiasmo.
—Ahí lo tienes —se apresuró a interrumpirlo el tonelero—. Ahuyentaremos a ese montón de fanfarrones en un visto y no visto, y estaremos de nuevo en camino antes de que nos demos cuenta. —Levantó el puño y gritó—: ¡A Krinneor!
—¡A Krinneor! —coreó jarek.
Darll guardó silencio. Los hermanos Lobo parecían preocupados.
Los ancianos tenían los ojos húmedos por las lágrimas. A Graym le complacía pensar que los había conmovido. Extendió las manos.
—Puesto que vamos a combatir por vosotros en esta lucha justa, por decirlo de algún modo, ¿podríais prestarnos unas espadas?
Los ancianos lo miraron de hito en hito.
—No trajimos ninguna —añadió el tonelero.
—No sabíamos que las íbamos a necesitar —aclaró Jarek.
Los ancianos estaban apropiadamente impresionados.
—El protector huyó con la mayor parte de nuestras armas buenas. Aún nos quedan unas cuantas. —Rhael levantó del suelo un, bulto envuelto con trapos viejos y se lo dio a Graym—. Esta es Galeanor, el Hacha de los Justos.
—¿Los justos de qué? —preguntó Jarek.
—Es una broma —explicó Graym, que cogió el arma y la contempló con gesto dubitativo.
—Perfecto —murmuró a su oído Darll—. El gordo lucha y muere con el Hacha de los justos Bromistas.
Rhael entregó a los demás otras armas melladas, las pocas que el protector había dejado. El mercenario examinó su espada con una expresión de desagrado. Jarek miró la suya con deleite. Los hermanos Lobo cogieron dos mazas que tenían señales de avanzada corrosión, una vez que comprobaron que no eran peligrosas. Los compañeros se miraron unos a otros, sin decir una palabra.
—¿No os parece que deberíais tomar posiciones frente al enemigo? —sugirió Rhael.
—Tienes toda la razón —asintió Graym con firmeza—. Vamos, pongámonos en marcha. —Con un leve atisbo de remordimiento, añadió—: Nos llevaremos el carro para… provisiones… y… maniobras estratégicas.
Descendieron penosamente la cuesta de la colina y pasaron por Ladero de Osario. El tonelero pensó que era un pueblo agradable, no mucho mayor que Sarem. Había rodadas de carretas delante de las casas y montones de abono en los campos de labranza. Evidentemente, se trataba de una localidad agrícola que vendía sus productos a una ciudad más grande.
—Krinneor no está lejos —dijo Graym a los otros—. Nos encontramos muy cerca de la ciudad. Si conseguimos librarnos de esta pandilla de soñadores…
El tonelero echó un vistazo a sus espaldas. Werlow empezaba a organizar a los ancianos para llevar a cabo una retirada en orden. Rhael había entrado en una de las cabañas. Graym sonrió; siguieron caminando.
Al llegar a lo alto de una cuesta, Darll levantó la mano imponiendo silencio. Los otros detuvieron el carro.
—¡Agachaos! —ordenó el mercenario.
Todos echaron cuerpo a tierra y se asomaron al valle que había al otro lado del cerro.
Lápidas y tumbas abiertas, tiendas blancas y montones de sogas tendidas salpicaban el valle, extendiéndose hasta la colina opuesta. Había un centenar de soldados alineados en formación, listos para pasar revista. Graym parecía impresionado.
—Esta escoria ha saqueado las tumbas —dijo Darll—. ¡Y se adornan con los esqueletos!
—Tienen un gusto muy peculiar con las armaduras. Están hechas con huesos. ¿Cuál piensas tú que es su propósito para actuar así, amigo? —preguntó Graym al mercenario.
—A los lobos les gustan los huesos —contestó Darll con acritud—. Espantan a las ovejas. Aunque no es necesario asustarlas. Los lobos siempre ganan. —Esbozó una mueca torcida—. Lo sé. Soy un lobo. —Señaló colina abajo—. Los dos que están al frente y que llevan espadas son instructores, y enseñan cómo arremeter en distancias cortas. Los que inspeccionan las filas son oficiales de rango inferior.
Un hombre llegó en dos Zancadas junto a un soldado, que giraba de acá para allá, le propinó un puñetazo y le gritó a la cara. Las voces llegaron hasta la cima del cerro.
—Ese tiene que ser un sargento —señaló Darll, secamente.
—¿Cuál es Skorm? —susurró Graym.
—En mi opinión, aquel tipo corpulento, el que lleva un cráneo de yelmo.
Observaron al cabecilla, que pasaba revista a las tropas caminando con pasos tranquilos y regulares. El señor de la guerra apartó de una patada el cráneo de un esqueleto que se interponía en su camino. La calavera chocó contra una lápida y se hizo añicos.
—Ahí tienes a un hombre que sabe la importancia de las apariencias —comentó Graym, sin quitarle ojo.
—¿Es que nunca hablas mal de nadie?
—¿Para qué? Si hay algo de sobra hoy en día, son las críticas, amigo —repuso el tonelero, encogiéndose de hombros.
—¿Y si atacamos por el centro y dividimos sus fuerzas? —dijo una voz.
Los hombres rodaron sobre sí mismos y se volvieron; Graym sacó el hacha de su cinturón. Rhael estaba de pie tras ellos; en las manos sostenía una destartalada lanza, cuyo astil estaba recompuesto. Llevaba puesta una armadura de cuero que probablemente había sido adaptada de un delantal de carnicero.
—Siempre he oído decir que es el modo de actuar contra una fuerza superior —añadió la muchacha.
—Joven anciana Rhael —empezó Graym—, ¿por qué no regresas al pueblo y te aseguras de que los tipos malos no rodeen el cerro para atacarnos por la retaguardia?
—Piensas como un guerrero —exclamó Rhael con admiración. Se puso firme—. No te fallaré. Lo prometo.
La observaron mientras bajaba la cuesta a toda carrera.
—Ojalá pudiera moverme tan rápido como ella —comentó el tonelero.
—Ofrecerías un aspecto lamentable —rezongó Darll.
—Muy cierto, amigo —admitió Graym mientras se frotaba el rotundo vientre.
—Bien, ¿cuál es tu plan de batalla? —preguntó el mercenario.
—¿Plan de batalla?
—Has situado a Rhael en la retaguardia, para que vigile… Un puesto muy comprometido, dicho sea de paso. ¿Cuál es el plan de ataque?
—¿Ataque? —Graym se estremeció—. Ni siquiera me lo he planteado, amigo. Mi único plan es eludir a Skorm dando un rodeo y marchar hacia Krinneor. ¿Por qué crees que trajimos el carro?
Los hermanos Lobo respiraron con gran alivio. Darll miró al tonelero de hito en hito; después se echó a reír.
—Me gusta tu estilo, gordo.
—Muy bien. —Graym enarboló el hacha—. Las cadenas, amigo.
—¿Vas a dejarme libre? —La expresión de Darll era desconfiada.
—Por buena conducta, sí. —Graym miró de reojo a los soldados alineados colina abajo—. No puedo permitir que corras en medio de esta tropa con las manos encadenadas. Sin duda escucharían el tintineo y nos descubrirían.
Darll hincó una rodilla en el suelo y puso la cadena sobre una piedra; giró la cabeza a un lado, con los párpados prietamente cerrados.
Graym alzó el hacha y golpeó. Saltaron chispas en todas direcciones. El Hacha de los Justos Bromistas sesgó los eslabones de hierro y hendió la roca. Volaron esquirlas, y algunas arañaron al mercenario.
Darll levantó la mano derecha para limpiarse el corte de la mejilla. Su mano izquierda siguió el movimiento de manera automática, arrastrando con ella un trozo de cadena, y después descendió. El mercenario se miró las muñecas sorprendido, luego contempló anhelante el horizonte que se abría ante ellos, más allá del ejército.
—Bien. ¿Dispuestos a correr? —preguntó.
Acto seguido, sacó una correa del bolsillo y se la ató sobre la manga del brazo derecho. Se agachó, se apretó los lazos de las botas, y se incorporó de nuevo.
Graym lo miraba boquiabierto. Con sólo unos pocos toques y arreglos, Darll había pasado de ser un prisionero a un avezado guerrero. El tonelero miró colina abajo, donde un ejército les cerraba el paso.
—Imagínate, amigo mío —dijo—, hace sólo unas horas, el mundo era una maravilla y yo deseaba que siguiera así para siempre. ¿No es sorprendente la vida?
—Mientras la tienes —replicó Darll. Dio un codazo a Jarek, que se entrenaba torpemente con su espada—. Ajústate todas las prendas, chico. Necesitas tener libertad de movimientos. La ropa, suelta para la marcha, y ajustada para la lucha o la retirada.
Jarek se apretó el cinturón con premura. Gruñendo por el esfuerzo, Graym se dobló por la mitad y se metió las perneras del pantalón en las botas. Jadeaba cuando se incorporó y miró colina abajo.
—¿Vamos a luchar ahora? —preguntó Jarek anhelante.
—Eso, muchacho, sería el mayor desastre después del Catalismo.
—¡Cataclismo! —rectificó Darll de manera automática—. Creo que podremos rodear el valle por allí, y encontrarnos a salvo camino de Krinneor antes de que los soldados se den cuenta de lo que pasa.
—Seremos los primeros comerciantes que rompen el bloqueo de Skorm —se le ocurrió de repente a Graym—. Nos llamarán héroes y pagarán cada vaso de cerveza al triple de su precio. —Enarboló el Hacha de los Justos Bromistas—. ¡A Krinneor!
En ese momento, Skorm se volvió y oteó justamente en su dirección. Los hermanos Lobo chillaron y se zambulleron bajo el carro.
—¡No! —gritó el tonelero.
Demasiado tarde. En su afán por refugiarse primero debajo del vehículo, Fanris dio una patada a la piedra que servía de cuña contra la rueda. El carro empezó a rodar cuesta abajo.
—¡La cerveza! —Graym echó a correr detrás.
Darll lo siguió, mascullando juramentos. Jarek lanzó un grito y fue en pos de ellos. Los hermanos Lobo, aterrados por haberse quedado solos, se levantaron de un brinco y también corrieron cuesta abajo.
Carro y barriles descendieron dando tumbos por la empinada ladera, saltando sobre las piedras, encaminándose directamente hacia Skorm y sus oficiales. Éstos últimos echaron a correr al ver lo que se les venía encima. Cosa sorprendente, ninguno de los soldados colocados en fila se movió de su sitio.
—La instrucción es la instrucción —jadeó Darll—, pero eso no es normal.
El barril que iba a la cabeza, ahora rodando de manera estruendosa y a una velocidad superior a la que un hombre podría correr, chocó contra un montón de tierra, saltó en el aire, y fue a estrellarse contra la primera fila de soldados, que ni siquiera levantaron la vista.
El segundo barril hizo otro tanto con la segunda fila de guerreros. El tercer tonel se enredó en las sogas tendidas, y los cuerpos de los soldados se desplomaron en el suelo.
Darll agarró a Graym por el brazo.
—¡Son de mentira! ¡Nada más que armaduras colocadas sobre palos y huesos!
Corrió hacia los «oficiales» que, al parecer, eran los únicos hombres vivos del campamento. Skorm gritó una orden con voz ronca.
Dos de los guerreros se situaron furtivamente a ambos lados de Darll manteniéndose fuera del alcance de su espada. Uno de ellos alzó un mazo arrojadizo y empezó a darle vueltas, en medio de un mortífero zumbido.
Graym, desesperado, arrojó el hacha con fuerza. El mango del arma alcanzó al que blandía el mazo, y el golpe lo dejó inconsciente.
Darll pasó sobre el hombre caído, pisándole la espalda.
—Oficial de pacotilla —gruñó, al tiempo que enganchaba la espada del otro hombre con el trozo de cadena que colgaba de su muñeca y tiraba con fuerza. El arma escapó de la mano del soldado—. Coge su espada —gritó a Jarek.
El muchacho la recogió del suelo, tirando la que llevaba. Graym propinó un puñetazo al estómago de un adversario que lo hizo doblarse en dos y lo lanzó contra otros dos hombres que había tras él.
Éstos recularon a trompicones levantando sus espadas, y saltaron hacia los hermanos Lobo, que eran los que tenían más cerca.
Fanris y Fenris miraron a los hombres armados y protegidos con armaduras de huesos. Presas del pánico, los hermanos arrojaron las mazas al aire y chillaron al unísono:
—¡Nos rendimos!
Las mazas alcanzaron a los dos hombres justo en mitad de la cabeza. Fenris y Fanris se miraron uno al otro, aliviados, y luego giraron sobre sus talones para darse a la fuga.
Los soldados restantes, amedrentados ante aquellos cinco chiflados que estaban lo bastante locos como para atacar a todo un ejército, huyeron en desbandada.
Skorm giró hacia Graym la cabeza, cubierta con un cráneo. El ladrón de tumbas cargó, y asestó una maligna estocada con las dos manos, al corazón del tonelero.
—¡El hacha! —gritó Darll, al tiempo que la cogía y se la lanzaba.
Graym la aferró por el mango en el aire, justo en el momento en que el hacha golpeaba la espada de Skorm y quebraba la hoja. El tonelero la sujetó con torpeza, y la estrelló contra la cabeza de su adversario.
Skorm Rompehuesos, la Aflicción de Huma, el Vasallo de la Reina Oscura, el legendario Devorador de Enemigos, se desplomó en el suelo con un gemido.
El gordinflón tonelero, hacha en mano, se quedó parado a su lado, erguido, jadeante. Rhael descendió la cuesta a todo correr, con la lanza aferrada.
—¡Vencimos! —gritó exultante.
Se frenó junto a la espada rota de Skorm y frunció el entrecejo.
—Me resulta familiar —dijo—. ¡Es la espada oficial del protector!
Graym se inclinó y retiró la calavera con que Skorm se cubría el rostro. El guerrero había vuelto en sí y su expresión era acosada, temerosa, pero, aparte de eso, tenía un rostro vulgar y corriente.
—¡Protector! —exclamó Rhael boquiabierta.
Darll apartó de un puntapié la empuñadura del arma rota y, acercándose al hombre, lo miró de hito en hito.
Rhael contemplaba con admiración al turbado Graym.
—Oí el estruendo —dijo la joven—. Lo presencié todo. ¡Cargasteis contra un ejército siendo sólo cinco!
Darll abrió la boca para explicarlo, pero Jarek se le anticipó.
—Les tiramos encima los barriles. Entonces Graym fue el primero en llegar abajo. Ni siquiera Darll pudo adelantarlo.
—Qué idea tan estupenda —suspiró Rhael—. Pero vuestra mercancía, la cerveza, ¿la habéis sacrificado por nosotros?
—Se ha salvado un barril —le dijo Jarek—. Rodó por un lateral y no se estrelló contra nadie. —Sacudió la cabeza—. Pero apuesto que todos estos otros soldados se la están bebiendo ahora.
—¡No hay otros soldados, cabeza dura! —refunfuñó Darll—. El protector y sus amigos los hicieron con cadáveres, y tiraban de las cuerdas a las que estaban atados para que se movieran, simulando así que los estaban entrenando. Querían que todo el mundo abandonara el pueblo, asustado, para saquearlo. Y casi lo consiguen.
Jarek se rascó la cabeza, pensativo.
—¿Y por qué la gente del pueblo no preparó un puñado de soldados de pega para defenderse? —preguntó.
El mercenario miró a Graym, a Jarek, y a los hermanos Lobo, quienes, al ver que la batalla había terminado, estaban de regreso. Darll esbozó una mueca.
—En cierta forma, eso fue lo que hicieron —dijo con sorna.
—Bien. —El tonelero se aclaró la garganta—. Será mejor que nos pongamos en camino. —Entregó a Rhael el Hacha de los Justos Bromistas—. Los negocios requieren nuestra atención, señorita. Encantados de haber podido ayudaros, y todo lo demás.
—Lo sabías —dijo la muchacha, acariciándole la mejilla—. Incluso antes de atacar, sabías que Skorm era una farsa.
—Eh… bueno. —Graym rebulló desasosegado—. Se me ocurrió la idea, pero no podía estar seguro, naturalmente.
Darll puso los ojos en blanco.
—Encantado de conocerte, joven —añadió el tonelero, sintiéndose bastante incómodo. Se dio media vuelta y echó a andar entre las tumbas y los destrozados soldados falsos.
Recogieron el carro y el único barril que había sobrevivido a la catástrofe. Graym intentó encontrar las espitas de los toneles y el resto de sus pertenencias, pero enseguida renunció a ello.
—Dejadlo ya —indicó.
Arrastraron el carro entre armaduras esparcidas, armazones rotos, huesos y tumbas abiertas.
El vehículo rodó libremente. Jarek echó un vistazo al solitario barril que transportaba.
—El precio de la cerveza debe de haber aumentado ahora —dijo con alegría.
—Lo mejor que pudo pasar, es cierto —comentó Graym, pero en su voz había un tono preocupado.
Él y los hermanos Lobo tiraban del carro. Darll y Jarek caminaban a los lados; así empezaron a remontar la última colina que había antes de llegar a Krinneor. El mercenario intentaba aprender el segundo verso de «La doncella calva y el barbero».
—Odio tener que entregarlo —declaró Fenris, que iba a un lado de Graym.
—No es mala persona —admitió Graym—. Quiso matarnos o encarcelarnos, pero, seamos realistas, ¿quién no lo habría hecho en su lugar?
—¿Por qué no lo dejamos marchar? —sugirió Fanris, desde el lado opuesto.
—Lo están esperando —dijo el tonelero mientras miraba la calzada con fijeza—. Nos han pagado la mitad por adelantado. Estando a dos pasos de Krinneor, no podemos…
—¿Es preciso que vayamos allí? —preguntó Fenris con voz queda.
Graym volvió la cabeza y miró el carro, que se bamboleaba fácilmente al llevar sólo un barril y ninguna provisión.
—Es lo único que nos queda.
Caminaron en silencio observando a Darll, que intentaba enseñar a hacer juegos malabares a Jarek. El mercenario, aunque burlándose de los esfuerzos del joven, llevaba una mano puesta sobre su hombro con actitud afectuosa.
La calzada se abrió camino a través de un paso y giró a la izquierda.
—Hay un olor raro —comentó Jarek, olfateando el aire.
—Es el mar, chico —contestó Graym.
—No sabía que hubiese un brazo de mar por aquí —manifestó Darll con gesto preocupado.
—Será una ciudad portuaria —sugirió el tonelero—. No sólo próspera, sino también un centro comercial. Ya casi hemos llegado. Cuando pasemos esa curva, divisaremos la calzada de la costa, probablemente una vista preciosa del litoral, todo el camino hasta Krinneor…
Rodearon la curva.
La ladera de la colina caía en un pronunciado declive que terminaba en una playa arenosa, sembrada de rocas. La calzada avanzaba, medio enterrada en arena, y desaparecía bajo el agua. Más allá, hasta el horizonte, sólo había mar, un mar nuevo, todavía pardusco por el barro de la tierra desgarrada y sumergida bajo las aguas que habían ocupado su lugar.
A unos ochocientos metros de la costa, sobresalían unos deteriorados chapiteles dorados, poco más que la altura de un hombre por encima de las olas. Las gaviotas se posaban en ellos.
Los hombres llevaron el carro hasta la playa y se quedaron parados.
—Las torres doradas —dijo Fenris.
—Las puertas de mármol —añadió Fanris.
—Y el excelente alcantarillado —terminó Darll.
Graym contemplaba conmocionado los chapiteles.
—Algo muy importante para una ciudad, según tengo entendido —musitó.
Los otros se echaron a reír y sus carcajadas duraron un buen rato. El tonelero tomó asiento en una roca junto a la orilla y se quedó mirando al frente con fijeza.
Jarek paseó a lo largo de la playa; de vez en cuando cogía una piedra y la lanzaba de manera que brincara sobre la superficie del agua. Los hermanos Lobo, una vez que superaron el miedo a las gaviotas, se descalzaron y vadearon un tramo. Darll se acercó al tonelero.
—¿Adónde iremos ahora?
—A ninguna parte —contestó Graym, mirando sin ver el paisaje marino—. Ni caballos, ni comida, ni dinero. Ni Krinneor. —Parpadeó varias veces—. Todo perdido.
Su actitud abatida causó una fuerte impresión al mercenario.
—Hay todo un mundo ahí fuera. Puedes empezar de nuevo —dijo Darll.
—O puedes quedarte aquí —declaró una voz a sus espaldas.
Rhael avanzó unos pasos, sosteniendo una especie de medallón que manoseaba entre los dedos con actitud nerviosa. Toda su determinación, la anterior seguridad en sí misma, se había esfumado. Graym la contempló un momento, en silencio.
—Sabías la verdad sobre Krinneor, ¿no es cierto?
—Todos lo sabíamos. Nadie quería decíroslo hasta que nos hubieseis ayudado.
—No, supongo que no, señorita —dijo el tonelero tristemente—. ¿Y después?
—Después de la batalla, el anciano Werlow tuvo miedo de vosotros. Sois unos feroces guerreros.
Darll tuvo el detalle de no echarse a reír.
—Así que nos dejasteis partir sin decir una palabra. Una buena broma. —Graym suspiró.
La joven retorció la cadena del medallón hasta casi hacerla un nudo.
—Discutí con ellos y les dije que os seguiría para pediros disculpas y… darte esto.
Sostuvo el medallón por la cadena, y sólo entonces cayó en la cuenta de lo enredada que estaba.
—Lo siento. —Deshizo los nudos con habilidad y después la colgó al cuello de Graym—. Eso es.
El medallón era un pequeño escudo con un solitario ópalo negro que tenía forma de hacha. El tonelero lo contempló.
—Fuiste muy valiente al venir aquí sintiéndote avergonzada. Gracias, señorita. Lo conservaré.
—Hasta que tenga hambre —dijo Darll con acritud—. Entonces lo venderá. No tendrá más remedio.
Rhael hizo caso omiso del mercenario.
—¿Y por qué no te quedas en Ladero de Osario? —preguntó. Rozó el medallón—. Para ocupar el cargo que va junto a esta insignia.
—¿Cargo? —repitió Graym, desconcertado.
—De protector —explicó Rhael. Siguiendo un impulso, lo besó en la mejilla—. Acéptalo, por favor. Tus hombres pueden quedarse también. Tendréis comida y alojamiento; los del pueblo sabemos que podemos confiar en ti.
El tonelero la miraba aturdido.
—¿Yo, un representante de la ley? —Se volvió hacia Darll—. ¿Crees que serviría, amigo?
—A menos que les robes, no lo harías peor que el último que tuvieron. —El mercenario miró el medallón—. Supongo que me meterías en la cárcel.
—No puedo hacer eso, ahora que soy su protector —repuso Graym con un suspiro—. No estaría bien, ¿verdad, amigo? Quiero decir que eres su héroe de guerra y todo lo demás. —Sonrió y palmeó la espalda del mercenario—. Puedes marcharte, amigo. Se acabó. Estás perdonado.
Darll se quedó boquiabierto y miró a Graym con los ojos desorbitados.
—¿Me estás concediendo el perdón?
—Como tú dijiste, era tu primer delito. Has madurado desde entonces. Probablemente serías un honrado ciudadano de Ladero de Osario. —Su entrecejo se frunció en un gesto pensativo, y de repente sonrió de oreja a oreja—. Podrías quedarte y ser mi consejero militar.
—¿Tú al mando? ¿Y yo aconsejándote? —Aquello era demasiado. Darll sacudió la cabeza y se apartó del hombre soltando juramentos, risotadas y rezongos.
—¿Por qué está enfadado? —preguntó Jarek—. Luchó muy bien.
—Todos luchasteis maravillosamente —declaró Rhael con tono firme—. Sois nuestros héroes. —Besó otra vez a Graym, dio media vuelta, y echó a andar a buen paso en dirección a Ladero de Osario.
—¿Héroes? —preguntaron al unísono los hermanos Lobo, que acto seguido estallaron en carcajadas.
—Los ha habido peores —replicó Graym enfurruñado.
—A decir verdad, tuvieron suerte al encontrarnos —comentó Darll, que miraba hacia la calzada por la que se alejaba Rhael.
—En verdad, fue lo mejor que pudo pasar —añadió Graym mientras sonreía a los otros con malicia.
De repente, dio media vuelta, se acercó al carro y tiró de una de las lanzas. Darll se unió a él.
—Está bien. Regresemos al pueblo.
—Cuando lleguemos, habrá Parte Cráneos para todos. Invita la casa —dijo Graym, señalando el barril restante de cerveza.
Fue un viaje sorprendentemente rápido.