CONSTITUTION DOS

Diario de a bordo de Sheffield Jackman. Nave espacial Constitution. Día 95.

Según Letski, ahora viajamos al quince por ciento de la velocidad de la luz, es decir, a casi treinta mil millas por segundo. Los impulsores a fusión funcionan estupendamente; tal como estaba previsto, el ritmo de las explosiones es tan rápido que sólo las notamos como vibración. Las curvas del combustible, de la energía y del mantenimiento vital se encuentran en su punto óptimo. Ningún problema de ningún tipo con la nave, ni, realmente, con ninguna otra cosa.

Los efectos relativistas han empezado a manifestarse, tal como estaba previsto. Los estudios espectrales de Jim Barstow muestran a las estrellas situadas en frente de nosotros variando al azul, y al Sol y otras estrellas detrás de nosotros variando al rojo. Aunque sin el espectroscopio apenas puede apreciarse. Beta Circini parece un poco rara, tal vez. En cuanto al Sol, es aún muy brillante —la última observación de Jim, hace unas horas, ha fijado su magnitud en menos-seis—, y como nunca lo había visto en las actuales condiciones, no puedo decir si el color parece brillante o no. No es ciertamente el amarillo dorado que yo asocio con el tipo GO, pero tampoco lo es Alfa Centauro, delante de nosotros, y no veo realmente ninguna diferencia entre ellos. Creo que el motivo estriba simplemente en que son tan brillantes que las impresiones cromáticas son secundarias a las impresiones de brillo, aunque el espectroscopio, como ya he dicho, hace ver las diferencias. Hemos establecido turnos para mirar hacia atrás. Podemos ver todavía la Tierra e incluso la Luna en el telescopio, pero las posibilidades son menores cada día, y pronto dejarán de existir.

Vamos a ver..., ¿qué más?

Hemos pasado muy buenos ratos con el programa recreativo de matemáticas. Ann se ha lanzado a la aritmética binaria como un pato al agua. Creo que está trabajando en algo relacionado con la experimentación estadística —no acostumbramos a fijarnos demasiado en lo que hacen los demás hasta que ellos nos hablan del asunto—, y se le ocurrió pedirnos nada menos que unas monedas para no sé qué. Naturalmente, ninguno de nosotros pensó en traer dinero. Bueno, dos de nosotros teníamos una moneda: Ski tenía un rublo de plata que el tío de su madre le había regalado para que le diera suerte, y yo encontré en uno de mis bolsillos un dólar antiguo acuñado en Filadelfia. Ann rechazó mi dólar diciendo que pesaba muy poco, pero se pasa el día lanzando el rublo al aire para ver si cae cara o cruz, y anotando los resultados como una serie de números binarios, 1 para las caras y 0 para las cruces. Al cabo de una semana mi curiosidad era tan intensa que empecé a fisgar para descubrir lo que estaba haciendo. Sin embargo, a todas mis preguntas contesta cosas como: «Por medio de lo fácil y lo sencillo, captamos las leyes del mundo entero». Y cuando le digo que eso es muy bonito, pero que no me aclara lo que espera conseguir lanzando al aire la moneda, dice: «Cuando las leyes del mundo entero sean captadas, tendremos la perfección».

Como ya he dicho, no nos atosigamos unos a otros, y dejé la cosa así. Pero todo esto ayuda a pasar el tiempo.

Kneffie estaría orgulloso de sí mismo si pudiera ver cómo nos mantiene ocupados nuestro recreo. Ninguno de nosotros ha conseguido demostrar el Último Teorema de Fermat ni nada por el estilo, pero de eso se trata, precisamente. Si pudiésemos resolver los problemas, los dejaríamos de lado, y, ¿qué haríamos entonces para entretenernos? Sirven exactamente para el fin previsto: mantenernos mentalmente despiertos durante este largo e intrínsecamente aburrido viaje.

¿Relaciones personales? No pueden ser mejores. Mucho mejores de lo que cualquiera de nosotros esperaba durante los cursillos preparatorios en Control de Misión. Las chicas toman las píldoras blancas cada día hasta tres días antes de sus períodos, luego toman las píldoras verdes durante cuatro días, luego pasan otros cuatro días sin tomar nada, y luego vuelven a las blancas. Al principio, la cosa daba motivo a toda clase de bromas, pero ahora es pura rutina, como el lavarse los dientes. Los hombres tomamos nuestras píldoras rojas todos los días —Ski las bautizó con el nombre de «apagaluces»—, hasta que las chicas nos dicen que están «en condiciones» —ya me entiende, cada una se lo dice a su marido—. Entonces, nosotros tomamos el Diablo Azul —es decir, el «antídoto»—, y lo pasamos fantástico hasta que las chicas empiezan de nuevo con las píldoras blancas. Ninguno de nosotros creía que esto diera resultado. Pero funciona. Yo no pienso siquiera en el sexo hasta que Flo besa mi oreja y me dice, disculpen la expresión, que está dispuesta a entrar en calor. Tenemos un hermoso camarote con dos lechos individuales, y lo llamamos el Hotel Luna de Miel. Lo ocupa la pareja que lo necesita, y ni una sola vez han sido utilizadas las dos camas. El resto del tiempo dormimos normalmente, y nadie ha tenido problemas en ese aspecto.

Disculpen que me refiera a cosas tan «personales», pero ustedes me dijeron que querían saberlo todo, y no hay mucho más que contar. Todos los sistemas funcionan estupendamente. Los revisamos de cuando en cuando, pero no se nos ha planteado ningún problema, y no parece que se nos vaya a plantear más tarde. Y en el exterior no hay absolutamente nada digno de verse, aparte de las estrellas. Y todos nosotros las hemos contemplado hasta la saciedad.

Nos hemos acostumbrado al sistema de recuperación. Ninguno de nosotros pensaba realmente habituarse al retrete de succión, y mucho menos a lo que ocurre con su contenido, pero sólo resultó molesto los primeros días. Ahora no hay problema. El producto tratado pasa a los tanques de algas.

El residuo de las algas pasa a los lechos hidropónicos, aunque para entonces no es más que materia vegetal verde-pardusca. Todo es manipulado automáticamente, desde luego, de modo que nuestro primer contacto real con el sistema se produce en la cocina.

Ingerimos los alimentos en forma de hermosos tomates rojos, arroz pilaf y cosas por el estilo.

Echamos un poco de menos las proteínas animales; los alimentos congelados tienen que durar mucho tiempo, de modo que cada hamburguesa es un festín especial que sólo nos permitimos una vez a la semana. El agua que bebemos procede realmente del aire, condensado por los deshumificadores en el tanque de reserva, del cual la sacamos para beber. Está muy fresca y tiene un sabor muy agradable. Desde luego, pasa al aire tras haber sido exudada por nuestros poros o transpirada por las plantas —las cuales son regadas directamente con el producto tratado de los tanques de cultivo—, y todos nosotros sabemos, cuando nos paramos a pensar en ello, que cada una de sus moléculas ha pasado a través de nuestros riñones un mínimo de cuarenta veces. Aunque no directamente. Y esto es lo que importa. Lo que bebemos es rocío claro y dulce. Y si alguna vez fue otra cosa, ¿no podría decirse lo mismo del Lago Erie?

Bueno, creo que me he extendido demasiado. Ustedes, probablemente, ya habrán captado la idea: somos felices en el servicio, y les damos las gracias por este crucero de placer.