III
Las máquinas que iban a convertir a los cuatro investigadores de inhibidores pasivos del proceso reproductor en interventores activos en aquel proceso, estaban ya instaladas en el laboratorio principal. Dos macizos micro-manipuladores habían sido modificados para la práctica de la cirugía cromosómica.
Charles lanzó una exclamación de asombro y luego sonrió.
—Eso nos conducirá directamente a las interioridades de la célula, ¿no es cierto? Supongo que con esto podrán repararse incluso los daños cromosómicos producidos por el LSD...
Subchundrum parecía haberse quitado años de encima, haber recobrado la tranquila seguridad de su época estudiantil. Desde luego, había adelgazado.
—Con esas máquinas podemos trabajar incluso con virus, y de hecho trabajaremos con ellos.
Mary sonrió y sacudió la cabeza.
—Dr. Subchundrum, has dejado abierto tu autoclave y todo el vapor se ha escapado. Las diferencias entre las células humanas y los virus son tan grandes, que aún en el supuesto de que lográsemos asimilar todos los conocimientos de hoy y de mañana acerca de los virus —un centenar de años de trabajo, digamos—, estaríamos tan lejos como ahora de resolver nuestro problema de mantener a un nivel aceptablemente bajo las poblaciones humanas.
Charles golpeó la pata de una mesa con un sucio zapato de lona.
—Mary tiene razón, Sayji; o, al menos, yo estoy de acuerdo con ella. ¿Has descubierto alguna afinidad entre la estructura viral y la estructura de la célula humana ignorada por el resto de nosotros?
Yakov palmeó vigorosamente el hombro de Charles.
—Hay que ser ciego para no verlo, ¿eh, Subchundrum? Yo me he dado cuenta porque fui el responsable del proyecto de vacunación. La afinidad entre la célula humana y el virus estriba en que a los virus les gusta vivir dentro de las células humanas.
Charles se frotó la parte superior del brazo.
—Desde luego, pero eso son enfermedades. No pretenderéis infestar a toda la raza humana con alguna plaga...
—¿No? —inquirió Mary—. ¿Por qué no? Ahora lo comprendo, Sayji: te has basado en el trabajo de los investigadores que han utilizado virus para provocar una infección beneficiosa.
—¡Beneficiosa! —exclamó Charles—. ¿Acaso existe alguna enfermedad beneficiosa?
—Querido Charles, muchas mujeres han acogido con alegría una semana de gripe. A cambio de un poco de fiebre y de náuseas, han perdido diez libras de peso por una mínima parte del dinero y de las molestias que les habría costado en un salón de belleza.
Yakov dijo:
—Hay algo más: Stanfield Rogers y sus seguidores han demostrado ya que un virus mortal para un animal —el virus del sarcoma de las gallinas de Peyton Rous, por ejemplo—, no es más que un pasajero inofensivo en el hombre. Rogers demostró que el virus de Shope, que produce tumores cancerosos en los conejos, experimenta una transformación benigna en la corriente sanguínea del hombre, donde elabora una forma especial de la enzima común, la arginasa. ¿No habéis leído algo acerca de sus trabajos?
—Desde luego —admitió Charles de mala gana—. El bacteriófago, el virus que devora bacterias, es el agente de la toxina en la difteria. Sólo los bacilos de la difteria que han heredado un tipo particular de bacteriófago producen la toxina mortal. Otros tipos son casi inofensivos. Ya estaba enterado de eso. Mary dijo:
—Y alguien, no recuerdo quién, ha estado buscando un virus que no desarrollaría efectos patógenos pero que fabricaría la enzima capaz de restablecer la normalidad en los niños retrasados. —Hizo chasquear los dedos—. ¿Quién está trabajando en eso, Subchundrum?
—No importa —intervino Yakov—. No importa. Lo cierto es que podemos empezar con una enfermedad viral que a menudo provoca la esterilidad, y modificarla para que produzca la esterilidad sin la enfermedad. Aunque... dime, Sayji, ¿cómo vas a conseguir que la gente se deje inocular, cuando no acepta la vacunación ni la píldora de veinte años?
—Has omitido el punto más importante. En primer lugar, no necesitamos inocular un virus para que circule, una vez está implantado. El efecto práctico de la vacuna de Salk lo demuestra. Después de un prolongado período de administración de la vacuna de Salk, complementada más tarde por los preparados de Sabin, un niño que se mueve en la zona de protección de Salk adquiere el virus inmunizante de los otros niños, en vez del virus destructor y a menudo fatal de la poliomelitis. Y, desde luego, nadie tiene que ser inoculado para contraer la gripe o la polio. El tipo virulento del virus de la gripe se extiende por sí mismo... y eventualmente muere por sí mismo, imposibilitada su existencia por los tipos patógenos pero raramente mortales con los que tenemos que enfrentarnos cada invierno.
—De acuerdo con el punto número uno. Ahora, háblame del número dos.
—En realidad es un corolario o extensión del número uno, pero significa el punto de partida de nuestra tarea actual, que será la definitiva. No necesitamos que nadie consienta voluntariamente en poner esto en práctica.
—¿Qué? —exclamó Charles—. ¿Cómo diablos vas a conseguir que lo tomen, si no cuentas con su consentimiento?
Mary dijo:
—Querido idiota, ¿no te has enterado de lo que acaba de decir el viejo Subchundrum? Se propone infestar a toda la raza humana. Sayji, cariño, Hitler era un timorato comparado contigo. ¿Cómo piensas anular los efectos de esta castración en masa? Yo no he tenido aún mi hijo, ¿sabes? Estoy interesada.
Patasayjit Subchundrum sonrió y agitó su mano en dirección a los funcionalmente bellos micromanipuladores.
—Con las máquinas, hijos míos. Lo que tenemos que elaborar es un virus que obedezca a algún tipo de órdenes. No conozco la respuesta. Pero ahora —y por primera vez, sinceramente— sé que existe una respuesta. Esto no puede ser un callejón sin salida, como la mayoría de los trabajos realizados. No podemos detenernos en un virus que produzca la esterilidad... en un virus que en definitiva destruiría la raza humana.
—De acuerdo —dijo Mary—. En el grupo de Rogers hay alguien que está trabajando sobre los enzimas del retraso mental. Algunos de los niños que encajan en la clasificación de retrasados padecen una enfermedad genética, la fenilketonuria. Sus cuerpos no elaboran fenilalanina hidroxilasa, que el cerebro necesita para funcionar con normalidad. Los investigadores del grupo están tratando de obtener una mutación que será un virus inofensivo en todos los aspectos, pero que producirá la enzima ausente.
—Exacto —dijo Subchundrum—. Yo no me propongo esperar a que se produzcan mutaciones provocadas por rayos cósmicos o incluso por plasmas. Me propongo remodelar los códigos genéticos de algún virus para hacerle recordar un prejuicio contra el nacimiento humano; y al mismo tiempo, hacerle propenso a una fácil derrota cuando pueda autorizarse a una pareja a procrear.
—Primero la infección, y luego la revisión de toda la raza humana para decidir quién puede procrear... —murmuró Charles—. Eso equivale a atribuirse las prerrogativas de un dios, ¿no es cierto?
Sayji enarcó las cejas.
—Los dioses hindúes pueden hacerlo todo —dijo—. No están muertos, ni están en la Argentina. ¡Vamos, vamos, a trabajar!
Con cierta desconfianza, iniciaron los trabajos. El Dr. Subchundrum estaba más preocupado de lo que quería admitir por las implicaciones éticas de la investigación. Sin embargo, mientras el éxito no estuviera al alcance de su mano, podía posponer el recuento final que le llevaría a decidir si debía provocar, y cuándo, una infección anticonceptiva en el mundo.
Mary Braden y Subchundrum eran los cirujanos genéticos del equipo. Tenían en sus ojos y en sus manos una delicadeza de la que Charles Perry y Yakov HarShewkor carecían. Yankele y Charlie se ocupaban de las matemáticas y de programar las computadoras que seleccionaban los virus manipulados, y de realizar los experimentos destinados a someter a prueba a los virus modificados que las computadoras encontraban prometedores.
Lo que todos creían que constituiría la mayor dificultad, quedó resuelto en pocos meses. Resultó relativamente fácil crear un virus que colonizaba los testículos masculinos y mataba la esperma a medida que se formaba. Lo que parecía imposible era hacer viable al propio virus.
Un virus podía ser definido como una célula desprovista de elementos no esenciales: una célula hippie, había dicho Mary. Seguía existiendo un núcleo, por así decirlo, pero el organismo se había despojado a sí mismo de todos aquellos atributos que normalmente sirven para un funcionamiento independiente. Los virus podían reproducirse a sí mismos y vivir dentro de células anfitrionas. Durante la mayor parte de su ciclo vital dependían de la pared de la célula para protegerse, y únicamente si la pared celular se derrumbaba debido a que la célula había muerto, o la había matado el virus, este último necesitaba envolver sus componentes esenciales —su capacidad genética de reproducirse— en una especie de película para emigrar a otra célula.
Los virus reconstruidos que Mary y Subchundrum encontraron más fáciles de manipular carecían de una característica esencial de autoprotección. En vez de ser parásitos, capaces de vivir en una célula, matarla y encerrarse dentro de una microscópica nave espacial para trasladarse a otra célula, eran simbióticos. Viviendo dentro de la esperma, medraban. Cuando aquella vida mataba la esperma, el virus moría con ella.
Dependiente hasta el final.
El problema era de tal magnitud que los cuatro amigos parecían incapaces de resolverlo.
—No hay salida —dijo Charlie una noche, mientras cenaban—. Seguiremos aquí —manipulando partículas submicroscópicas— cuando la ola de la humanidad se desborde por encima de esas montañas y nos arrastre hasta el mar. No existe ninguna respuesta: sólo el problema. Krisna o Visnú quieren que la raza humana se suicide. Los dinosaurios murieron. Los dodos murieron. Dentro de un millón de años, habrá algunos pequeños bípedos ocultándose bajo las hojas, residuos de nuestra era del mismo modo que las iguanas quedaron como recuerdo de la era de los grandes saurios. ¡Maldición!
Nadie podía contradecirle, excepto con fe.
—¡Fe! —escupió—. ¿Fe en el progreso científico? ¿Cómo esos pobres diablos que se han quedado sordos tratando de captar la estática procedente de las estrellas? ¡Bah!
No obstante, continuaron trabajando, sin demasiado entusiasmo, al parecer, pero con la atención y la perseverancia de unos profesionales conscientes. Incluso Charlie era pacientemente metódico con sus programas para las computadoras y maldecía metódicamente a los ayudantes de laboratorio que dejaban morir cultivos de esperma, o que, al encontrar uno muerto, lo tiraban sin tratar de comprender la causa de la muerte.
Finalmente, Subchundrum descubrió el elemento natural esencial que estaban dejando al margen de la ecología que trataban de construir para sus virus modificados.
—La mayoría de las enfermedades que conocemos como enfermedades virales —dijo a sus compañeros una mañana gris, al despertar con dolor de cabeza y una idea que se imponía a su dolor de cabeza— no son transmitidas directamente de una persona a otra. Son vectoriadas.
—Sí —dijo Mary—. Un insecto u otro animal sirve de vehículo transmisor. La fiebre de las Montañas Rocosas es transmitida de un individuo enfermo a uno sano por un gorgojo. El tifus es vectoriado a través de los piojos.
Charles intervino:
—Para algunos virus, el movimiento a través de un portador es una parte esencial del ciclo vital. Tal vez sea este el caso de nuestro pequeño matador de esperma. Vamos a iniciar las pruebas con moscas. Resultan fáciles de encontrar.
De modo que empezaron los experimentos. Amplios, en profundidad, continuos... y decepcionantes.
Fracasaron con moscas de diversas variedades. Los ácaros rechazaban el virus como si fuera una partícula proteínica inerte. La sangre de los roedores lo destruía. Para los pájaros era una toxina que eliminaban rápidamente. No se encontró ningún animal capaz de transmitir los diminutos asesinos a la corriente sanguínea del hombre de un modo eficaz.
Se llevó a cabo una vigorosa tentativa para convertir al virus en neumónico, de modo que pudiera mezclarse con la gripe y transmitirse rápidamente por los estornudos, la tos y los besos. Las partículas virales se desprendieron, sencillamente, en el proceso. Esto, más que cualquier otra cosa, reveló la naturaleza artificial del virus de Subchundrum: sólo podía resultar eficaz a través de la inoculación directa. Durante largo tiempo, el virus anticonceptivo pareció ser otro callejón sin salida.
El proyecto perdió su interés. Los ayudantes empezaron a marcharse a otros lugares con unos alrededores más agradables y mejores perspectivas. Muchos de ellos pasaron a integrarse en otros programas sobre virus destinados a eliminar el mongolismo, los nacimientos prematuros y la leucemia infantil.
—Lo malo no es que nos hayan abandonado —dijo Yakov—. En cierto sentido, se han pasado al enemigo.
Mary sugirió finalmente lo que iba a convertirse en la última esperanza. Había dejado de ser la muchacha apocada que conocieron en su primer año universitario; sin embargo, su sugerencia fue formulada tímidamente un sábado por la tarde, mientras se encontraban reunidos para discutir el problema.
—Amigos míos, es posible que hayamos enfocado la cuestión de encontrar un vector para el virus de un modo demasiado restringido para permitirnos ver la respuesta. Hemos estado pensando en una transmisión de hombre a hombre por medio de alguna otra especie.
Subchundrum dijo:
—Así es como funcionan todos los virus vectoriados. Hombre-mosca-hombre; hombre-pulga-rata-pulga-hombre... ¿Qué tratas de sugerir?
Mary pasó una mano por sus cabellos, alisándolos hacia atrás.
—Sencillamente, que el hombre como especie no es sólo masculino. La mujer también es hombre. Nos hemos concentrado en varón-especie, olvidando que muchas enfermedades, particularmente las genéticas, se transmiten hombre-mujer-hombre. Tal vez sea ésa la transmisión natural que hemos estado buscando para el virus de Subchundrum.
Mary habló un sábado por la tarde; pero en el laboratorio biológico de Subchundrum no existían las fiestas ni los fines de semana con carácter regular. Al cabo de una hora, los cuatro científicos estaban trabajando. Al cabo de una semana, habían estructurado todas las fases de su tarea.
En primer lugar, Mary Braden y Subchundrum tenían que manipular el tipo de herencia del virus para que afectara a los ratones que serían el punto de partida de sus experimentos in vivo. A continuación, entrarían en acción las computadoras. Luego habría que modificar las partículas vivientes para repetir sus migraciones esterilizantes en la colonia de monos; y finalmente, se daría el gran paso de infestar a seres humanos.
En aquel momento, Yakov se había visto obligado a marcharse a Nueva Delhi para asistir a una conferencia, no con el propósito de revelar lo que el proyecto Subchundrum estaba haciendo, sino para descubrir si existía algún otro proyecto con el que pudieran aunar esfuerzos para la investigación. No se enteró de nada, excepto de que el objetivo de todos los proyectos continuaba siendo encontrar el método, que debería ser sencillo, barato y tan a prueba de imprudencias que los millones de seres humanos capaces de procrear lo adoptaran de la noche a la mañana. Los prejuicios éticos, religiosos, emocionales y económicos que podrían alzarse contra la aceptación de aquel remedio, seguían siendo tratados en el lento y desesperante terreno de la educación y la propaganda.
Yakov HarShawkor había tomado el avión en Nueva Delhi con una mezcla de depresión y de excitada anticipación. Estaba deprimido porque nada indicaba que existieran otros grupos apuntando en la misma dirección que Subchundrum. Estaba excitado, porque confiaba en que sus colegas habrían tenido éxito. Yakov sabía que los grandes descubrimientos se realizaban ahora casi paralelamente debido al inmediato intercambio de ideas en la comunidad científica y a las inmensas sumas destinadas a la investigación. Al igual que la guerra, la investigación se había convertido en una apreciable fuente de merejos para muchos países.
Sin embargo, Yakov pensó que ellos no habían hecho público el nuevo cariz de sus investigaciones. Tal vez otros habían hecho lo mismo. No resulta agradable fracasar en un proyecto grandioso. Además, nadie podía sentirse realmente tranquilo con un proyecto que traspasaba los límites de la persuasión y del uso voluntario para incurrir en la coacción y la infección involuntaria.
Bueno, echaré una siesta y cuando llegue al laboratorio Sayji y Charlie se encogerán de hombros y me dirán que el experimento ha fracasado. Dejaremos que el gobierno se enfrente con el problema ético, cuando tenemos el arma en nuestras manos.
Se había apeado del avión para encontrarse con la pesadilla de dar caza a Mary Braden. Ahora, Subchundrum y Perry le estaban explicando el modo imponderable e impredecible con que el último experimento había superado el nivel del éxito.
—Lo suficiente —dijo Perry— para hacer que un hombre crea en un universo dirigido. Desde que decidimos que una hembra humana sería el vector, no cometimos ningún fallo. Todas las fases del experimento se desarrollaron con una facilidad asombrosa.
—¿Por qué había de ser de otro modo? —inquirió Subchundrum—. Nos hemos convertido en unos expertos.
—Sí —dijo Charlie—, pero insisto en que todo se resolvió con demasiada facilidad, incluso para unos expertos. Recuerdo lo que Hoggart solía decir: «Este mundo no tolera la dominación de un animal al nivel que el hombre ha alcanzado». Por mi parte, tengo la impresión de que nos ha empujado algún gran principio; y tener a Mary, o el foco de infección en que Mary se había convertido, suelta en el mundo habría significado para la raza humana su final definitivo en esta generación. Lo siento por Mary, más de lo que podría expresar con palabras; pero doy gracias a Dios porque hemos matado al portador del virus. Ahora tendremos que empezar de nuevo.
Subchundrum dijo:
—Fue aquella bola de fuego errante.
—¿Qué? —dijo Yakov—. Habla claro, de modo que pueda entenderte, ¿quieres?
—Bueno, ya sabes que hay una estación, a veinte millas de aquí, al pie de las colinas, en la que se realizan investigaciones sobre el plasma. Ellos no lo dicen, pero yo creo que están trabajando en algo para la guerra: algo relacionado con la energía nuclear. Lo cierto es que han estado gastando energía eléctrica por megavatios.
—¿Y bien?
—La semana pasada, después de marcharte tú, perdieron una granada de mano. Durante toda la noche un gran globo de luz se paseó por aquí, acechando por las ventanas, colgándose del tejado, jugando al escondite con nosotros por todo el recinto.
«Teníamos preparada una hornada de virus para iniciar la fase final del experimento. Y se nos ocurrió que la radiación de aquel globo podía haber afectado a los virus. Después de todo, el cristal no representa para ellos ninguna clase de protección.
—¿Qué hicisteis?
—Los tres, Yakov —los tres—, revisamos los virus con el microscopio electrónico. Juro que ninguno de nosotros vio nada anormal. Sin embargo, nos equivocamos al utilizar aquel cultivo. Quemé el resto de la hornada en un crisol eléctrico.
—Eso es lo que tenías que haber hecho en primer lugar, Sayji. En un cultivo de miles de millones de virus, el examinar unos cuantos millares te da una gran posibilidad estadística de que pase inadvertida una importante mutación.
—Estábamos aturdidos, Yankele. Esta es la verdad. Mary también votó afirmativamente.
—Estabais aturdidos... y habéis matado a mi novia.
Charles intervino, sobriamente:
—Yakov, Mary fue tu novia durante este mes, tal vez durante el año pasado. Sabes perfectamente que la cosa no habría durado. Todos nosotros hemos sido «el novio» de Mary muchas veces. Ella nos amaba a todos, y todos la amábamos a ella, y ninguno de nosotros podía estar celoso de sus favores. Sayji y yo la hemos matado, desde luego; lo mismo que la mató aquella granada de mano, lo mismo que se mató ella...
—¡Basta ya! ¿Qué pasó?
Charles se encogió de hombros.
—Dio resultado, sencillamente. Tendremos la respuesta en nuestras manos, en cuanto logremos atenuar el efecto del virus en el vector hembra. Aquel efecto fue algo salvaje, imprevisible, que tendremos que controlar. Sayji y yo somos tan estériles como dos eunucos; pero mató a Mary.
—¿Cómo?
Subchundrum dijo:
—Mary y yo llevamos a cabo la primera transmisión en adecuadas condiciones de higiene y observación. Luego esperamos cuarenta y ocho horas, para dar tiempo a que el virus se multiplicara en su corriente sanguínea, antes de que ella efectuara la transferencia a Charlie.
—¿Y después? ¿Cuál era el estado de Mary?
—Absolutamente normal. Temperatura, pulso, respiración, conteo sanguíneo, olor, orina, todo... Cuéntale lo que ocurrió a continuación, Charlie.
—Salimos de la habitación del laboratorio en la que habíamos estado, con todos los instrumentos para registrar las condiciones en que tenía lugar la transferencia. La acompañé a su alojamiento. Me dirigí al mío, tomé una ducha y me vestí. Al cabo de veinte minutos de haber abandonado el laboratorio, Mary me llamó por teléfono. «Ven en seguida», me dijo.
«Cuando llegué, llevaba aún la bata que vestía al salir del laboratorio. Se la quitó y se acercó a mí. Pensé —durante casi medio minuto—, si esto podría afectar al experimento... y luego lo olvidé. Cuando terminamos me eché a reír. «Bueno, Mary —dije—, ahora tendré que ducharme otra vez y volver al trabajo. Te veré a la hora del almuerzo». Lo único que observé fue un aumento de la temperatura. Mary estaba como un horno, pero pensé... bueno, ya sabes. Un cuarto de hora después Mary andaba como una loca por el recinto.
—¿Ninfomanía?
—Algo más —dijo Subchundrum—. Algo elemental, Yakov. Era como un tornado. Creo que no hay un solo hombre en el recinto que no esté esterilizado. Tuvimos que administrarle un sedante y alimentarla por vía intravenosa. Y esta noche se ha fugado. El resto ya lo conoces, por desgracia.
Yakov se puso en pie.
—Tenemos que terminar esto ahora Tenemos que encontrar la curación... el método de atenuación del virus. Tenemos que proteger a las mujeres de los pueblos circundantes de los hombres que trabajan aquí. Me quedaré hasta el final; pero no quiero que ninguno de vosotros me dirija la palabra si no se trata de algo relacionado con nuestro trabajo; y cuando esto haya terminado, no quiero saber nada más de vosotros.
Cuatro días más tarde, mientras preparaban un nuevo tipo de virus, les llegó la noticia de los primeros casos producidos en los pueblos situados a cinco y diez millas de distancia; dos días después, el brote epidémico había alcanzado a Nueva Delhi; y diez días más tarde llegó el correo aéreo de Nueva York.
Mientras Yakov leía, las lágrimas resbalaban por sus mejillas; pero no hubiese podido decir si eran lágrimas de alivio, de amor o de miedo. La tarjeta postal, con la escritura tan familiar, decía:
«La herida en el hombro cicatriza perfectamente. El equilibrio ecológico ha dejado de ser una imposibilidad. Me gustaría que estuvieras aquí. Mary».